lunes, 29 de junio de 2015

Pronóstico sobre Grecia


Lo que está sucediendo en Grecia y en el resto de la Unión Europea es apasionante desde el punto de vista academicista, y terrible para millones de personas.

En estos momentos los bancos griegos están cerrados en un día laborable, las personas no pueden retirar fondos de sus ahorros depositados. La incertidumbre se refleja en imágenes de rostros en los que asoma la máscara del miedo. Especialmente entre las personas más vulnerables. Los ancianos.

Asistimos a una partida de póker. Y hay una enorme cantidad en juego encima de la mesa. Nos llegan noticias de que la partida ha terminado, de que una de las partes ha abandonado el local.

No es cierto.

La Unión Europea juega condicionada por el temor a que una salida griega del euro desestabilice una frágil - casi inexistente - recuperación económica. Hay una imagen de fichas de dominó alineadas; si Grecia cae ¿podría caer España? ¿O Portugal? ¿Acaso Italia?

La salida de un país de la eurozona sería un golpe brutal sobre la filosofía misma que fundamenta este intento de unificar a tantos y tan distintos países. Grecia es un país pequeño, pero en estos temas geoestratégicos no importa tanto el tamaño como el mensaje. Si Grecia cae, la Unión Europea fracasa; y se genera una incertidumbre que podría afectar a países con problemas (España) o con dudas (Gran Bretaña). La partida se trasladaría a un escenario nuevo, peor reglado, en el que todo es posible. No habría seguridades ni certidumbres.

Por su situación geográfica Grecia es un país que juega un papel en la zona próxima al Mar Negro, en donde se está dirimiendo el pulso entre EEUU y la Federación Rusa por delimitar las áreas de influencia. Algo así como una segunda guerra fría, alentada por un personaje extraño y confuso, el presidente Putin.

La UE juega al póker con el miedo a jugarse su propio futuro, y con los EEUU diciéndole al oído que no deje caer a Grecia en manos de Rusia o China. Algo, por otra parte, difícil de creer.

También los fondos de inversión, especialmente los alemanes, ejercen presión para que se llegue a un acuerdo. Buena parte del dinero que se juega encima de la mesa es suyo; y quieren recuperarlo, al menos una parte.

Por tanto, aunque la UE afirme que se ha acabado la partida por abandono del contrario, esto no es cierto. La partida continúa, y asistimos a una guerra de nervios.

El tiempo apremia, y cada vez es más difícil aguantar posturas de farol.

Los griegos se han levantado, cierto. Pero no han abandonado el salón. Ellos también están forzando la negociación, poniendo sobre la mesa un referéndum que significaría el abandono de la UE. Es una apuesta fuerte que, sin embargo, no les está funcionando.

Han echado un órdago en mal momento, con la inexperiencia del jugador mediocre. Grecia se ha asomado ella misma al abismo.

Empezó a asomarse cuando falsificó sus cuentas públicas, y vivió por encima de sus posibilidades, pensando que la UE siempre acudiría a su rescate. Pero todo tiene un límite, y nadie presta dinero a un moroso que se jacta de serlo.

No es un problema de liquidez; es un problema estructural. Y Grecia tiene difícil solución.

Vieron las debilidades de su contrario, e intentaron jugárselo todo a una carta. Creían que la UE acabaría cediendo, por las razones que antes expuse. Ellos mismos tienen urgencias internas, con un gobierno griego que ha perdido apoyos internos y que intenta sobrevivir al equilibrio de las promesas electorales, por un lado, y la política real, por otro.

Están jugando con las cartas del orgullo nacional, de la injusticia cometida (lo que no es del todo falso); pero saben fehacientemente que cuando la ciudadanía no pueda comprar pan, y las farmacias estén desabastecidas, el pueblo se volverá en su contra. El patriotismo sucumbe al hambre.

¿Mi pronóstico? Creo que Grecia no abandonará el euro. Me cuesta creer que seamos tan estúpidos. Todos.

Mientras, los más débiles, los de siempre, sentirán el ahogo de la incertidumbre. Y las bolsas caerán; pocas cosas hay más cobardes que el dinero. Pero dejar a la población griega despedazada por tiburones financieros y desprotegida por un gobierno irresponsable sería un baldón insoportable sobre los hombros de una Unión Europea que pretende ser una referencia no sólo económica, sino moral.

Por eso hay tanto en juego. Porque sobre la mesa no sólo hay dinero. Más importante, oculta entre los billetes, casi imperceptible, hemos arriesgado nuestra baza más fuerte. La ilusión.

La esperanza.

Antonio Carrillo

domingo, 28 de junio de 2015

New Horizons: faltan 15 días


Faltan 15 días.

Estamos muy, muy cerca. Y todos los sistemas funcionan a la perfección.

Ya podemos distinguir a Plutón y Caronte, tan similares en tamaño que casi podríamos hablar de un sistema planetario doble.

La NASA publica una fotografía nueva todos los días. Hoy ha hecho pública la primera en color, hace un par de horas.

Nos esperan sorpresas; hay diferencias significativas de color en ambos cuerpos, que demuestran una variedad geológica sorprendente. En Caronte hay una enorme mancha polar de color oscuro. Estamos desenado que pasen estos 15 días para poder saber cómo son.

Es cuestión de días, de horas. La New Horizons será protagonista dentro de dos semanas; pero una vez más les invito a entrar en la página oficial. Su cuenta atrás resulta fascinante:

http://pluto.jhuapl.edu/index.php

Y también les invito a visualizar este vídeo:

Vídeo de la NASA

Es muy emocionante. Nunca hemos llegado a un cuerpo tan lejano, a un territorio tan ignoto.

¿Qué asombros nos aguardan?

15 días. No espere a que sea noticia. No espere a que los noticiarios hagan mención a la hazaña. Adelántese. Siéntase explorador, protagonista.

15 días.

Antonio Carrillo

Carta de suicidio de un músico


"Estimado sr juez

Le ruego disculpe si tono o tratamiento no es el adecuado. Es mi primera nota de suicidio. Y la última.

Eximo de toda responsabilidad a persona o institución alguna por el acto que estoy a punto de cometer. La desesperación no me deja otra salida. No veo futuro ni redención posible.

He fallado. A todos y a mí mismo.

Todo comenzó hace meses, cuando recibí el encargo de componer una obra sacra para conmemorar el milenio de la fundación de la orden mendicante de los Felixteos.

Enseguida surgieron los problemas. La música, que de normal me llega tras arduas jornadas de trabajo intelectivo, en esta ocasión provenía de lugares oscuros y recónditos, de eso que los cursis y antiguos llaman inspiración.

Y no es tanto el problema la procedencia como la naturaleza del sonido. ¡Era música tonal! Por más que me esforzaba en apaciguar la afluencia de sonidos armoniosos, el orden se imponía en una estructura amable, compleja pero agradable al oído y al espíritu.

Yo, que tan grandes aportaciones he hecho a la música contemporánea, utilizando cacerolas, cencerros o ventosidades, me veía compelido a cifrar sonidos para fagots, violas o flautines. Todos hermanados en un contrapunto que elevaba la armonía hasta la altura de una melodía definida.

Pero lo peor estaba por venir: el día del estreno vi reflejos de mi horror en las pupilas de críticos y musicólogos; y al público, a la gente común, le gustó mi obra, algo inaudito ¡Incluso se atrevieron a aplaudir, estruendo al que no estaba acostumbrado! ¡Jamás me habían aplaudido! Generalmente, el oyente nunca sabe cuándo acaban mis obras.

Es el fin, señor juez. Ya no soy compositor. Me he convertido en músico. Ayer me retiraron mi condición de socio de la ONG D.S.F (Dodecafónicos sin fronteras), y mis antiguos colegas me desprecian como el traidor que soy.

La música me ha atrapado en un abrazo cálido del que no puedo escapar. Del que no quiero escapar.

Tengo miedo."

 
Antonio Carrillo

martes, 23 de junio de 2015

Extinción



Llegará un día en el que la vida en la Tierra se extinga. Es inevitable.

La última célula, el último reducto de ADN resguardado en las chimeneas de las simas oceánicas, se evaporará sin remedio, sin dejar descendencia posible ni apenas rastro. Estamos condenados a desaparecer, al menos en este universo. Esto es tan cierto como que usted y yo moriremos, antes o después. La única pregunta, entonces, es cuándo y, por consiguiente, cómo.

La hipótesis más optimista, por lejana, nos sitúa lejos de casa, navegantes en un universo inmenso, buscando nichos favorables en los que prosperar. En este caso, seremos capaces de sobrevivir durante decenas o centenares de miles de millones de años. Pero, finalmente, no conservaremos ni un leve recuerdo, ni una breve sombra de lo que fuimos, de lo que hicimos.


En esta historia no hay un final feliz ¿Por qué?

El universo es abierto, se expande y se enfría, y lo hace cada vez más deprisa (sobre todo, desde hace 5.000 millones de años, que aceleró esta expansión sin que sepamos el porqué). La materia (la energía) es siempre la misma, ni se crea ni se destruye, pero ocupa un espacio mayor. La fuerza de la gravedad, capaz de aglutinar masa y crear reacciones energéticas, calor, luz y radiación, acabará sucumbiendo a la vastedad del espacio, y se irán apagando (enfriando) galaxias y estrellas. Es un destino inexorable, regido por la fría exactitud de la termodinámica; la entropía, cruel e insobornable, es una espada de Damocles que no se puede soslayar. Es un péndulo que nos conduce, lentamente, hacia el vacío.

Nada escapará a la oscuridad y al frío. Dentro de muchísimos miles de millones de años reinará el silencio, y no habrá refugio posible para la vida.

Este destino errante, distante en el tiempo, presupone en efecto que nos hemos convertido en vagabundos, expandiendo nuestra consciencia (quizás en forma de energía) más allá de nuestro sistema solar. Si no podemos dar este paso, si acaso quedamos atrapados en la Tierra, el Sol nos engullirá dentro de unos 4.500 millones de años, cuando los estertores de su muerte lo conviertan en una gigante roja y nos acoja en un abrazo ardiente y mortal. Incluso en el caso de que su radio no alcance la órbita terrestre, la gravedad nos atraerá inexorablemente hacia su seno.

La misma estrella que nos dio la vida nos dará muerte.

Nuestro planeta está, por consiguiente, condenado. Poco antes del final, la Luna, atraída a sólo 18.000 kilómetros, se hará pedazos, creando un cinturón similar al de Saturno. Será un proceso largo: primero perderemos la atmósfera, arrasada por tormentas solares, después la corteza se despedazará, dejando fluir el magma, que borrará montañas y simas; más tarde, el mismo manto se verá atraído por la presión gravitatoria del Sol. Finalmente, cuando todo acabe, quedará apenas el esqueleto de lo que un día fue un planeta verde y azul; una bola de hierro. El núcleo oscuro y yermo.



¿Hay una posibilidad de escapar a este destino? Si lográramos desestabilizar uno de los enormes cuerpos que pueblan la nube de Oort (el vertedero en los confines del sistema solar, en el que se almacenan millones de cometas y asteroides de gran tamaño), y consiguiéramos situarlo en una órbita cercana a la Tierra, su empuje gravitatorio podría bastar para movernos (con el tiempo) hacia una órbita más lejana y segura. Pero sería un riesgo enorme en un sistema solar inestable (podríamos chocar tanto con el propio cuerpo como con Marte, o con cualesquiera de los miles de asteroides que pueblan el cinturón entre Marte y Júpiter, o desestabilizar la órbita lunar, o alterar el eje de rotación terrestre...), y, de todos modos, a la larga, no lograríamos salvar la Tierra. En su final agónico, el Sol se contraerá formando lo que se denomina una enana blanca, un cuerpo diminuto que se enfría paulatinamente hasta formar una enana negra, incapaz de insuflar energía ni de mantener sujeto a un sistema solar como el nuestro.

Conviene tenerlo entonces claro desde un principio: en este universo, todo tiene un comienzo y un final. La Gioconda, el cuadro de Leonardo Da Vinci, antes o después, acabará destruida. Aunque la preservemos en una sonda hermética enviada al espacio con una radio-baliza, por si alguien recibiera su señal. A la larga, el esfuerzo será inútil. No habrá nadie escuchando. Su señal se apagará, y ni el vetusto lienzo ni el receptáculo soportarán una temperatura cercana al cero absoluto (-273,15°C).

Lo preocupante es que quizás no haya que esperar tanto para ver nuestro fin. Mucho antes de que el Sol llegue a su máximo tamaño como gigante roja, y quizás antes de que dispongamos de la tecnología necesaria para manipular un cuerpo de la nube de Oort, la vida en la Tierra habrá sufrido los embates del aumento de temperatura y radiación provenientes de nuestra estrella. El sistema que mantiene la Tierra como soporte de la biosfera es extremadamente delicado, y tenemos datos suficientes como para prever su final dentro de 1.000 millones de años aproximadamente, cuando el efecto invernadero afecte, entre otras, a formas de vida marinas (fitoplacton) generadoras de oxígeno y que constituyen la base de la cadena alimenticia. El mar hervirá, perderemos atmósfera, y sin la protección de la capa de ozono la radiación proveniente de un sol caliente quemará toda la superficie. Sólo los extremófilos podrán sobrevivir. Serán los últimos vestigios de vida. No parece haber alternativa ni escapatoria a este desastre. Simplemente, la Tierra viene con fecha de caducidad, y es más vulnerable de lo que creíamos.



Por si fuera poco, el propio planeta tiene activada una cuenta atrás interna hacia su autodestrucción: el núcleo se solidifica, se enfría, perdemos elementos radiactivos que mantienen el calor interno, y en unos miles de millones de años desaparecerá el campo magnético que nos protege frente a un viento solar cada vez más intenso. Y para este fenómeno me cuesta encontrar una solución. ¿Qué escudo nos protegerá de un Sol más y más poderoso?



Para entonces, otro suceso llamará nuestra atención. El cielo cambiará, y la noche traerá una visión de gran belleza. La enorme galaxia de Andrómeda chocará con la Vía Láctea dentro de unos 3.000 millones de años; pero en unos 1.500 millones se empezarán a manifestar los efectos del encuentro. ¿Qué sucederá? Es difícil de prever. Posiblemente no lo notemos, aunque cabe la posibilidad de que la nube de Oort se vea afectada, y los planetas interiores nos veamos bombardeados por multitud de cometas y asteroides de gran tamaño, tantos que no podremos desviarlos todos. Será el fin, si no de la vida, sí de la civilización.

Un detalle anecdótico: el Sol oscila en un movimiento vertical con respecto al plano de la galaxia, por lo que periódicamente traspasa el plano de la galaxia, un lugar donde se concentran nubes y material cósmico. Las (cinco) extinciones masivas que la Tierra ha sufrido a lo largo de su historia ¿tienen algo que ver con este tránsito? ¿Acaso algo altera la nube de Oort? No es probable. La realidad es mucho más cruda y preocupante. No hace falta elucubrar demasiado para llegar a la conclusión de que nuestro tiempo es limitado. De hecho, puede que sea incluso mucho más corto de lo que creíamos. No han acabado las malas noticias.

Dentro de sólo 1,5 millones de años (un suspiro en el registro geológico) nos enfrentaremos a un encuentro fatal, que puede costarnos la misma existencia: la estrella Gliese 710 se acerca. Quédese con este nombre. Podría ser nuestra Némesis.



Gliese 710 es una enana naranja situada en la constelación de la serpiente, y se aproxima a nuestro sistema solar. Se espera que se acerque a sólo 1 año luz de distancia, lo cual no implica una colisión, pero sí una afectación importante en la nube de Oort, lo cual, como ya he dicho, podría suponer que nos viéramos bombardeados por enormes cometas provenientes de los confines del sistema solar. No hay consenso en la comunidad científica sobre la cantidad de cometas o asteroides que pudieran verse afectados, pero es, qué duda cabe, un riesgo para la vida en la Tierra.

Aunque es probable que, para entonces, la Tierra ya no albergue vida, y sea un infierno candente similar a nuestro vecino Venus. A parecer, el calentamiento de la Tierra, el conocido como "efecto invernadero", nos depara un futuro cercano bastante sombrío.


A los humanos nos cuesta pensar con perspectiva. La satisfacción inmediata de nuestras necesidades rige la toma de decisiones en todos los ámbitos. El sistema límbico, las emociones, se imponen a la razón. Lo que suceda dentro de cuatro siglos... simplemente,  no lo veremos. Tengo hambre ahora, es hoy que quiero quemar gasoil en mi automóvil, encender mi aire acondicionado. Es por esto que muchos dirigentes se muestran reacios a reducir las emisiones de gases nocivos para la atmósfera; porque este gesto afectaría a sus tasas de crecimiento inmediato e implicaría un sacrificio para sus electores. Y hay elecciones cada cuatro años.

Que la Tierra se calienta es un hecho. Ya lo ha hecho antes, del mismo modo que se ha enfriado. Lo que preocupa es el ritmo al que se está alterando el clima, y la verosimilitud que tiene la teoría de que los humanos estamos acelerando este proceso. Si la Tierra no dispone de mecanismos para contrarrestar este calentamiento a largo plazo (y así es), podemos llegar a un punto sin retorno, y convertirnos en un infierno como Venus. Es algo más que una posibilidad; comienza a ser una certeza. Observen el deshielo en la Antártida.


Preocupa no sólo la emisión de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles. Más grave incluso es la posibilidad de que las enormes reservas de metano guardadas bajo el frío suelo de Siberia o en los fondos marinos escape a la atmósfera. El metano es un enemigo al que conviene tener miedo: su capacidad destructiva es enorme. Estamos jugando con fuego, y podemos arder muy pronto.

Muy importante es la cuestión de la progresiva -y por el momento imparable- acidificación del océano. El dióxido de carbono atmosférico se disuelve, y al reaccionar con el agua crea ácido carbónico. ¿No han oído hablar de la extinción de los arrecifes de coral? La causa la encontramos en esta acidificación. Pero más preocupante es el efecto del ácido sobre las conchas de innumerables animales, incluidos subórdenes del zooplancton como los cladóceros, o el krill, animales todos diminutos pero que conforman la base de la cadena alimenticia de los mares. Estamos hablando de romper los (débiles) eslabones de la red trófica. Si el mar se muere fallece el planeta. Así de claro.

Así de simple.

Por cierto, la mayor extinción acaecida jamás en nuestro planeta, que acabó con la vida del 95% de las especies, se debió, fundamentalmente, a la acidificación de los océanos.

Pero, cabría preguntarse... más allá de estas funestas previsiones a largo plazo, ¿podría extinguirse la vida mañana? ¿Algo podría causar el derrumbe de la civilización en el transcurso de unos pocos meses?
 

El único suceso inmediato capaz de acabar con la vida en la Tierra en un solo instante es, hasta donde tengo conocimiento, una emisión súbita de rayos gamma, el suceso cósmico más poderoso del que tengamos noticia. ¿Podría suceder? No lo sabemos. Ni siquiera estamos seguros de lo que lo produce. ¿Ha sucedido antes? Sospechamos que sí; algunos estudios (no concluyentes) relacionan la extinción masiva del Ordovídico/Silúrico, hace 450 millones de años, con una emisión súbita de rayos gamma. En todo caso, no habría un aviso previo ni nada que pudiéramos hacer para evitarlo. La radiación rompería por fotolisis los enlaces químicos del nitrógeno, creando óxido de nitrógeno, un poderoso destructor de ozono. Sería el fin, al menos de nuestra civilización.

Sí sabemos que, conocidas y estudiadas las estrellas de nuestro entorno, no es previsible la explosión de una supernova lo bastante cercana como para afectarnos. No todo van a ser malas noticias.

¿Hay algún otro peligro latente acechando fuera? El más significativo (y altamente probable) es el choque con un asteroide. Hay una teoría que relaciona la desaparición de la cultura Clovis en Norteamérica por el choque con un cometa hace unos 13.000 años (teoría que en absoluto está demostrada); pero basta el choque de un cuerpo de sólo 20 metros de diámetro para que megaciudades como Buenos Aires o México D.F. resulten devastadas y se produzcan millones de muertes. En el verano de 1908 una roca de 30 metros explosionó a diez kilómetros de altura, arrasando 2.000 kilómetros cuadrados de Siberia, y derribando 80 millones de árboles. Y el problema es que muchos de estos cuerpos de unos cuantos metros se avistan sólo unas semanas antes de producirse el posible impacto. No habría tiempo de respuesta. ¿Imaginan las consecuencias de que un asteroide de este tamaño se estrellara cerca de una central nuclear? Esto es extremadamente improbable, pero nada es imposible.



Porque los asteroides se acercan, y lo hacen por miles. Por ejemplo, el 15 de febrero de 2013, a las 18:27 hora española, una roca de 44 metros de diámetro, llamada DA14, "rozó" la Tierra a una distancia de sólo 30.000 kilómetros. Es decir, estuvo más cerca que los satélites de órbita geoestacionaria, que orbitan a 36.000 kilómetros de altitud. No es algo excepcional. El 1 de abril de 2012 un asteroide de 60 metros (el doble del objeto que impactó en 1908) pasó cerca de la Tierra, a la mitad de la distancia que nos separa de la Luna.

Sin embargo, para acabar con la vida en la Tierra, o con nuestra especie, haría falta un impacto mucho mayor, y supongo que dispondríamos de tiempo para evitarlo. De hecho, hay un asteroide, el Apofis, al que estamos observando con detenimiento.


Hace 65 millones de años, en el Cretácico, un cometa de 10 kilómetros de diámetro impactó contra la península de Yucatán, en México, generando un cráter de 180 kilómetros de diámetro. Para que entienda la magnitud del choque, la energía liberada corresponde a la bomba atómica más potente jamás detonada multiplicada por dos millones. ¿Se lo imaginan? El planeta entero ardió, y nada vivo con un peso superior a los 20 kilos sobrevivió. Se extinguieron los dinosaurios, y los mamíferos ocupamos su lugar como clado dominante.

Por cierto, una curiosidad: si alguien piensa en Marte como alternativa a la Tierra, es conveniente que sepa que el satélite Fobos, de 26 kilómetros de diámetro, caerá sobre el planeta rojo dentro de 40 millones de años. Convendrá estar lejos cuando esto suceda.

Por cierto. ¿Saben algo sobre el “Evento del Mediterráneo Oriental?. El 6 de Junio de 2002 (hace dos días) un pequeño asteroide de 10 metros de diámetro estalló entre Libia y Creta, con una energía equivalente a dos bombas atómicas como las detonadas sobre Hiroshima. Recuerden este dato, luego volveré a citarlo.

Pero, ¿y la misma Tierra? ¿Esconde algún peligro que ponga en peligro nuestra civilización?



En efecto, hay un peligro latente: el estallido de un supervolcán.


Un supervolcán es una zona situada sobre una pluma convectiva del manto en la que el magma se agrupa formando un enorme depósito en forma de seta. Hace 27 millones de años explosionó el supervolcan de la Garita, situado en las Montañas de San Juan, en el corazón de las Montañas Rocosas. Un cráter de 75 Km de largo por 35 Km de ancho expulsó 5.000 Km³ de sedimentos y ceniza a la atmósfera, con una fuerza nunca vista. Imaginen que explosionaran 1.000 bombas de Hiroshima por segundo: hablamos de un desastre que cambió el clima del planeta y provocó extinciones masivas. Hubo otras grandes erupciones en las trampas de Deccan en la India, en las trampas siberianas de Rusia y, en tiempos recientes (hace 70.000 años), en el lago Toba. Esta última erupción casi destruye a la raza humana. Escapamos por muy poco del exterminio total.

La pregunta es, ¿Existe algún supervolcán cuya actividad preocupe en este preciso momento?

Hace unos meses hablamos del supervolcán del parque nacional de Yellowstone, que se está desperezando. Su última erupción fue hace 600.000 años, y generó un cráter de 70 kilómetros de diámetro. Hace 2,2 millones de años Yellowstone expulsó 2.500 Km³ de cenizas. Si estallara un monstruo de esta envergadura, ¿cuáles serían las consecuencias en una sociedad tecnológica?

En el año 2009 la BBC pidió consejo al prestigioso Instituto Max Planck de Hamburgo.  Pretendían conocer las consecuencias para nuestra civilización de una erupción tan catastrófica. El informe es terrorífico: la devastación en los EEUU sería inimaginable;  perdería toda la cosecha de cereales de sus fértiles llanuras, y se verían afectadas ciudades importantes. Habría muchos miles de muertos en las primeras fases. Pero lo peor estaría por venir: el hambre y el miedo.

Las cenizas afectarían de hecho a las cosechas del planeta entero, y el ganado moriría por la falta de pasto; no podrían volar aviones ni helicópteros, y las comunicaciones vía satélite se interrumpirían. Las revoluciones sociales por hambruna y desesperación destrozarían el orden social en multitud de lugares. Tres semanas después de la erupción, el sulfuro liberado crearía una capa que impedirá el paso de la luz solar. Nos enfrentaríamos a un invierno nuclear; a una pequeña edad de hielo con un repentino desplome de las temperaturas. Al desgobierno.

No creo que nuestra civilización sobreviviera fácilmente a un caos de esta magnitud. Habría asaltos a supermercados, una lucha feroz por el agua potable, comida y combustible. Millones de seres humanos, habitantes pacíficos de grandes ciudades, lucharían por su supervivencia en un entorno hasta el momento desconocido. ¿A qué estaría dispuesto si su hijo pasara hambre? El sureste asiático, una de las zonas más pobladas del mundo, vería desaparecer las lluvias del Monzón ¿Cómo superaría la humanidad un escenario tan terrible?

Pero debemos ser rigurosos, no catastrofistas. Las posibilidades de que Yellowstone estalle en los próximos 1.0000 años es remota; y debido a su peligrosidad es el volcán más vigilado del mundo. Me cuesta creer en una erupción repentina y sin aviso previo. Espero que cuando se produzca (porque se producirá) habremos tomado las medidas oportunas para garantizar la supervivencia de nuestra sociedad (a nivel global, no sólo local). Necesitaremos, eso sí, tiempo y generosidad.

Un riesgo para la supervivencia de nuestra especie toma otra forma distinta; la de una pandemia. Enfermedades como la peste negra exterminaron a uno de cada cuatro habitantes de la Europa del siglo XIV. Sin embargo, es difícil considerar la probabilidad de que, a día de hoy, una infección generalizada pueda poner en riesgo tanto a nuestra especie como a nuestro orden social. Los mecanismos de prevención y alerta de la OMS y los avances en medicina juegan a nuestro favor. Un brote de gripe puede causar millones de muertes, pero no significaría una extinción ni el caos. Entonces, ¿qué única posibilidad de desastre epidemiológico se me ocurre? El que un país esté investigando con cepas nuevas diseñadas en laboratorios militares secretos; hablo de un pandemónium con una mortalidad del 100% y sin posibilidad de cura. Pero eso es imposible. Nadie sería tan loco como para jugar con algo así ¿O acaso sí?

Hay un riesgo para nuestro futuro que procede de la contaminación. El uso de fertilizantes químicos, productos en la industria del tinte o la explotación indiscriminada de recursos mineros altamente contaminantes puede poner en peligro ecosistemas enteros. Y hay un ejemplo concreto: el de las abejas.


Usted escribe la palabra "desaparición" en Google, y le propone una primera entrada: "desaparición dinosaurios". Pero inmediatamente después aparece la entrada "desaparición abejas" ¿Por qué? ¿Qué hace de este tema algo tan importante?

El 10 de marzo de 2011 el "Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente" (PNUMA) aseguró en un informe que la desaparición de las abejas era un problema global que ponía en peligro la polinización de los cultivos, algo esencial para la alimentación de la humanidad. En algunos lugares, como determinadas zonas de las EEUU, las abejas salvajes han desaparecido por completo, y en las colmenas de todo el mundo se observa una mortandad superior al 50%. El mes pasado dos equipos de investigadores descubrieron que tal suceso se debía a un tipo de pesticidas, conocidos como neonicotinoides, que empezaron a usarse en la década de los 90, y que hoy en día se encuentran entre los más utilizados. Einstein dijo en una ocasión que "si desaparecieran las abejas, al hombre le quedarían cuatro años de vida". Es aterrador, pero cierto. Nada puede sustituir a las abejas como elemento polinizador.

Termino. Ninguno de los acontecimientos objeto de estudio en este artículo prevén una extinción inmediata de la raza humana. Sólo un factor puede acabar con la vida en la Tierra mañana mismo.

La estupidez.


Hemos dominado el átomo, y tenemos un armamento nuclear almacenado que nos hace capaces de destruir varias veces la vida en la Tierra. Sólo un necio de categoría utilizaría la bomba atómica indiscriminadamente sobre un enemigo que pudiera responder con un contraataque atómico. Esta cadena de acción y respuesta conduce a un callejón sin salida, en el que nadie gana. Por tanto, es impensable que el ser humano sea tan estúpido como para destruirse a sí mismo. ¿Cierto?

Pero me preocupa, y mucho, la estupidez humana. Me preocupa el fanatismo, el error humano, la estulticia de los iluminados.

El gran riesgo para la vida en la Tierra, junto con el cambio climático, proviene del mismo hombre. De las miles de ojivas nucleares almacenadas. De los intentos por hacerse con la bomba atómica.

¿Recuerdan el “Evento del Mediterráneo Oriental? El impacto del asteroide se encuentra en la misma latitud que Cachemira, una zona en disputa entre India y Pakistán, dos países con armamento nuclear y que en ese momento se encontraban en estado de alerta. En opinión del general norteamericano Simon Worden, Si el impacto se hubiera retrasado un poco, se habría confundido con un ataque nuclear, lo que hubiera ocasionado el inicio de una guerra nuclear entre ambos países.

El año 2006 nos salvamos por tres horas de una guerra atómica. ¿No les produce escalofríos?

El humano; un mamífero que posee el poder destructivo de un dios.

Lo cual no es una buena noticia.

En absoluto.

Antonio Carrillo

viernes, 5 de junio de 2015

Leer




Leer es viajar ligeros de equipaje.

Un libro es la expectativa de un algo que ya sabíamos, o creíamos saber. Puede elevarnos hacia lugares insospechados, nichos nubosos en donde nos encontramos con nuestro volandero soplo vital, que descuidamos por mor de las urgencias cotidianas.

En ocasiones, por lo contrario, nos arroja hacia nosotros mismos; una frase, una oración breve nos agita y obliga a detener la lectura. Porque lo que hemos leído ha socavado las defensas de nuestro consciente, siempre cobarde y nos ha desnudado por un instante.

En los adentros todos guardamos secretos que una lectura silenciosa puede desvelar.

Por ello la lectura es un ejercicio de valor y de riesgo. Porque en raras ocasiones nos obliga a mirar hacia el oscuro interior.

Hoy, esta misma mañana, he comenzado un nuevo libro. No es una gran noticia, lo entiendo; pero quería compartirlo.

Es de una editorial que me gusta bastante: Acantilado. Y está escrito por John Eliot Gardiner, uno de los mayores expertos en música barroca; músico y director de orquesta excelso. La (magnífica) traducción es de Luis Gago

El título: “La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach”.  

Apenas media hora de lectura, acaso menos. Sólo he leído el prólogo. Pero han bastado estas 23 páginas para que detuviese la lectura y me sintiese compelido a escribir estas palabras.

El prólogo acaba con estas líneas:

“Imagínese, en cambio, lo que se siente al estar en el mar, sólo con la cabeza fuera, esperando a bucear. Lo que se ve son los contados rasgos físicos visibles al ojo desnudo: la orilla, el horizonte, la superficie del agua, puede que una o dos barcas, y quizá el perfil blanquecino de un pez o un coral justo debajo, pero no mucho más. Entonces te pones tus gafas y te sumerges en el agua. Entras de inmediato en un mundo diferente, mágico, rebosante de matices y colores vibrantes, el sutil movimiento de bancos de peces pasando de largo, el balanceo de las anémonas de mar y los corales: una realidad vívida pero enteramente diferente. Para mí esto se asemeja a la experiencia y la conmoción de interpretar la música de Bach: el modo en que te saca a la luz su brillante espectro de colores, sus marcados perfiles, su profundidad armónica y la fluidez esencial de su movimiento y su ritmo subyacente. Sobre el agua está el insulso ruido cotidiano; bajo la superficie se halla el mundo mágico de los sonidos musicales de Bach. Pero aun después de que la interpretación haya terminado y la música haya vuelto a fundirse con el silencio del cual surgió, aún nos queda el impacto de la experiencia, que nos transporta y que persiste en la memoria. También es fuerte la sensación de que se levanta un espejo ante el hombre que creó esa música: un espejo que refleja vívidamente su compleja y áspera personalidad, su afán de comunicar y compartir su visión del mundo con sus oyentes, y su capacidad única para incorporar una invención, inteligencia, ingenio y humanidad inagotables al proceso de composición.

Bach el hombre era, rotundamente, cualquier cosa menos un muermo.”

 

Tengo el impulso de escuchar a Bach. Su Pasión según San Mateo, en la versión de Klemperer. No he podido evitar leer las primeras líneas del capítulo primero. Resulta que el retrato más famoso que se conserva de Bach, por casualidades del destino, estuvo colgado en la casa en la que nació Gardiner.

 


“Yo crecí bajo la mirada del cantor. Mis padres habían recibido el famoso retrato de Bach pintado por Haussmann para que lo guardaran en lugar seguro mientras durase la guerra y ocupó un lugar de honor en el rellano del primer piso del viejo molino de Dorset en que nací. Todas las noches, cuando me iba a la cama, intentaba evitar su mirada intimidante.”

 
Debo dejar de leer, o no podré parar. Tengo un presupuesto pendiente, y revisar una traducción. Pero el libro, con su elegante portada, con su empaque de casi 1.000 páginas, me espera. Como me esperaron muchos antes.

Como me esperarán muchos en el futuro.

Espero tener una muerte digna. Terminar mis días sin dolor, con la conciencia tranquila de no haber hecho mal a nadie, con mis seres queridos cerca y, espero, con un libro en la cabecera de mi cama, con una mente lúcida que me permita leer hasta el final.

¿Es mucho pedir? Posiblemente. Pero no puedo evitar ser quien soy: hijo de la palabra escrita y leída en silencio. Amante incondicional del aliento de la música.

No mucho más que eso.
 

Antonio Carrillo

jueves, 4 de junio de 2015

La piscina del diablo

 

Entre Zambia y Zimbabue, el agua se vuelve niebla y sonido.

Las aguas del río Zambeze se precipitan en una gigantesca caída de 1,7 kilómetros de ancho y más de 100 metros de alto. En los meses de crecida, más de 7.000 metros cúbicos de agua por segundo se arrojan al abismo.
Para que se hagan una idea: es como juntar dos cataratas del Niágara en un mismo lugar.
El agua que cae se pulveriza al instante con el choque brutal, y se eleva en forma de lluvia irreal. La neblina resultante impide ver la cascada, y se extiende creando un paisaje fantasmal de casi un kilómetro.
Este lugar de bruma y rugir de agua tiene un hermoso nombre:
Mosi-oa-Tunya.

Significa “el humo que truena”.
Sólo hay unas cataratas equivalentes en el planeta: las del río Iguazú, más bajas pero más anchas.

 

Sin embargo, quiero hablarles de un sitio muy peculiar: la piscina del diablo.
Entre los meses de septiembre y diciembre, el caudal de Mosi-oa-Tunya baja significativamente, y justo en el borde del abismo se forma una pequeña poza tras una barrera de rocas sobre la que cae una fina lámina de agua.
Justo detrás, se asoma una caída libre de 110 metros.  
Algunos turistas se atreven a la aventura de asomarse a este vértigo imposible que la naturaleza nos ofrece. Las imágenes parecen irreales, pero no hay truco alguno.

Los que viven esta experiencia afirman que es parecido a volar. A soñar que vuelan.
Ha habido muertos.
Basta una inesperada subida del nivel del agua para que la pequeña barrera resulte insuficiente. Para que la fuerza del agua te lance hacia una muerte segura.
Mosi-oa-Tunya “El humo que truena”. Un explorador inglés mancilló su nombre, y ahora todo el mundo las conoce como las “Cataratas Victoria”.
No para mí.
No para el agua que cae.

Ni para la niebla que grita su verdadero nombre.


Antonio Carrillo