jueves, 26 de enero de 2012

El ocaso de la cultura

"Cronología del ruido"


Por una vez, en una entrada de este blog habrá poco texto. No hará falta; las imágenes hablarán por sí solas.
El artista Pablo Genovés expone en este preciso momento, en la galería Pilar Serra de Madrid, una muestra de 14 fotografías. En ellas espacios, hoy inmaculados y preservados, rebosantes todos ellos de cultura y civilización, aparecen violados por el caos y el abandono.   
La foto que sirve de portada representa la entrada principal del Louvre mancillada por escombros. Es un fotomontaje, qué duda cabe, pero impacta sobremanera. De alguna manera, representa, manifiesta algo que debemos tener presente: nada es para siempre. Lo que creemos eterno pueden ser ruinas en un futuro no tan lejano. ¿Acaso un ciudadano romano del siglo I no creería eterno el foro por el que paseaba? ¿Cómo respondería a las imágenes de unas pocas columnas y edificios en ruinas, único vestigio del esplendor de su imperio?
Teatros, museos, catedrales…  la cultura es algo vivo, y por tanto frágil.
El tiempo deposita polvo sobre los cuadros, como la nieve de Joyce caía inmisericorde sobre las tumbas y los muertos. Si no los limpiamos, si no renovamos nuestro compromiso por la civilización y el conocimiento, si abandonamos esa tarea pensando “otros lo harán”, estaremos cometiendo un atentado contra la esencia misma del saber.
Distraiga por un momento su vista de la televisión, de las tabletas digitales o del teléfono “inteligente”, y observe estas imágenes de Pablo Genovés.

¿No siente un escalofrío?



 
"Nuevo barroco"



"Boreas viento del norte"


"Mecánica de la ficción"



"La biblioteca y el muro"


"Otras cumbres"






"Custodia"


Antonio Carrillo

domingo, 22 de enero de 2012

Olfato



Los sentidos son la ventana que nos abren al mundo, a la realidad. Lo que sabemos de lo que nos rodea es una construcción de lo que vemos, oímos, tocamos, gustamos u olemos. Y, esto es asombroso, la realidad cambia: hay tantas realidades como seres. Se percibe de múltiples maneras, con infinidad de matices. Hay animales que disfrutan de sentidos de los que los humanos carecemos.

Incluso dentro de nuestra especie podemos hablar de una manera subjetiva, personal, de percibir nuestro entorno. Un invidente afinará su sentido del olfato; y los pocos afortunados que disfruten de un oído tonal absoluto percibirán matices en la música, inaprensibles para la mayoría. Además, nuestra experiencia, nuestro estado de ánimo o múltiples variables orgánicas determinan que percibamos un entorno propio, actual y cambiante.

Los órganos de los sentidos recaban información acerca del medio para ayudarnos a sobrevivir. Así de simple. Por ello, los sentidos juegan un papel fundamental en el funcionamiento y organización de nuestro sistema nervioso. Los sentidos son importantes porque nos mantienen vivos, y nuestro organismo está permanente alerta a lo que nos dicen.

En lo que sigue, vamos a centrar nuestra atención en un sentido aparentemente poco importante en el ser humano: el sentido del olfato.

Espero sorprenderles.


G. Groddeck, colaborador de Freud, afirmó que "a pesar de todo lo que se ha enseñado y aprendido, el hombre es primariamente un 'animal nasal' y aprende a reprimir su agudo sentido del olfato durante la infancia, porque de otra manera la vida le sería insoportable". Esto es, como poco, una exageración. Y, sin embargo, hay datos que nos llaman la atención: el olfato humano es el más sensible de todos nuestros sentidos; una cantidad de materia ínfima vaporizada en el aire basta para estimular las células olfativas, y en este proceso somos capaces de percibir más de 10.000 aromas diferentes. El mecanismo bioquímico que lo hace posible sigue planteando multitud de incógnitas.

El olfato no es el único sentido al nacer, pero sí el más fuerte. El recién nacido se guía por el sentido del olfato para identificar a su madre, a la que distingue enseguida del resto de personas. La matrona deposita al niño sobre el pecho materno para que pueda olerla y se recupere así del estrés del parto. A menudo deja de llorar. Muy pronto surge un estímulo que relaciona la sensación de hambre con el aroma de la leche del pecho. Este aroma dulce, único, le proporciona un enorme placer, porque le anticipa la comida, el calor reconfortante del pecho o la textura del pezón en su boca. El olfato proporciona el primer ejercicio de antelación y memoria.

Con este ejemplo del niño presentamos dos características fundamentales del olfato: su relación con las emociones y el aprendizaje.

Desde luego, no disfrutamos del sutil olfato del perro, el cual dispone de unos 300 millones de sensores olfativos, seis veces más que cualquier humano; en el perro estas células altamente especializadas recubren la membrana nasal por completo, mientras que en el hombre la superficie con la que olemos es de apenas unos cinco centímetros cuadrados, y se concentra en la parte superior trasera de la fosa nasal. Esto explica que cuando nos esforzamos en captar un olor arruguemos la nariz y levantemos el rostro, procurando que entre la mayor cantidad de aire en contacto por la zona superior del interior de la nariz.

A este gesto tan característico lo llamamos olisquear.


Pero, aunque tengamos menos células olfativas, en el sistema nervioso no importa tanto la cantidad (el tamaño) como la función. Y el olfato humano tiene la particularidad de ser el único de los sentidos que está directamente conectado al sistema límbico y al hipotálamo, lugares ambos situados en una zona antigua del cerebro (el mesocortex o cerebro medio) en la que se regulan las emociones, se almacena la memoria y se liberan hormonas. Lo que procede de nuestro olfato pasa primero por el tamiz de las pasiones. El olor nos trae recuerdos, nos provoca sentimientos, añoranzas.




Olores, emociones, recuerdos y aprendizaje. Es una conjunción apasionante. Si bien es cierto que no dependemos del olfato para buscar alimento o pareja (aunque esto último veremos que es discutible), o detectar a un depredador, el olor es una compañía silente que dialoga primero con los lugares más íntimos de nuestro cerebro, donde no llegan directamente ni la vista ni el oído. Por tanto, no se sorprenderán si les digo que el olfato juega, en efecto, un papel importante en la atracción afectiva y el comportamiento social hacia los demás. ¿No tiene acaso una familiar, un hogar, su propio olor?

¿Ha oído hablar de la "inteligencia emocional"? En tal caso, les sorprenderá saber que, en efecto, las resonancias han demostrado que la amígdala (el núcleo emocional del cerebro) sólo se activa ante estímulos olfativos. Es importante señalar que, si bien todos los sentidos funcionan como recolectores de datos desde la memoria, únicamente el sentido del olfato suma al recuerdo las emociones asociadas. Esto significa que un olor puede provocar una respuesta emocional, imprevista y espontánea. Y las emociones asociadas a un olor determinado pueden cambiar a lo largo de una vida, dependiendo de las experiencias vitales sufridas. Insisto: los olores recuperan de los recovecos de la memoria no sólo recuerdos, sino, muy especialmente, sentimientos vividos en relación con los mismos. Y esto resulta más sorprendente cuanto más lejos se sitúa el recuerdo en el tiempo. El olor de la ropa en casa de nuestra abuela; el olor del pueblo en el que pasábamos las vacaciones de verano... El olor de una magdalena en el té despierta intensos recuerdos en Marcel Proust, que lo embarcan en una "búsqueda del tiempo perdido". Por cierto, en medicina se denomina "síndrome Proust" a este despertar súbito de recuerdos del pasado por un olor concreto.

El olfato es, por consiguiente, una maravillosa máquina del tiempo. Pregúntele a un anciano por los aromas que lo devuelven a la niñez. Se sorprenderá.

El sentido del olfato sólo está presente en un estado de vigilia; no sabemos muy bien la razón, pero no soñamos olores. O, si se quiere, no recuperamos recuerdos de los aromas que nos llegan estando dormidos. Puede que esto se deba al hecho de que las memorias olfativas precisan de una imagen visual para ser descritas, recuperadas. No podemos utilizar el lenguaje para activar las zonas cerebrales donde guardamos la memoria olfativa de un suceso, de una emoción. Entrar en una habitación donde estuve en mi niñez puede evocarme sentimientos y olores asociados; pero hablar de esa habitación no provoca el mismo efecto. Es difícil describir un olor con palabras. Rousseau definía el olfato como “el sentido de la imaginación.”

Es un sentido más complejo de lo que creíamos; las células responsables de percibir y procesar los olores son mucho más elaboradas que las que perciben el gusto, por ejemplo. Además, se renuevan una vez al mes. La naturaleza tiende a maximizar el aprovechamiento de los recursos; si nuestro olfato es tan complejo y está tan complejamente interconectado, alguna importancia tendrá para el humano. Esto es seguro.

La manera como se percibe y procesa el olor tiene un fuerte componente cultural. Los occidentales, por ejemplo, tendemos a enmascarar los olores corporales utilizando perfumes y ungüentos. Por ejemplo, la antropóloga cultural Margaret Mead sugiere que la mezcolanza étnica estadounidense (latinos, afroamericanos, anglosajones, orientales..., todos conviviendo en un mismo espacio) puede explicar la fobia a los olores personales; porque no nos suele gustar como huelen "los otros". Y en un entorno de multiplicidad "racial" (permítaseme la expresión), y en situaciones de proximidad personal (oficinas, ascensores, aulas...), nos incomoda un olor que nos es ajeno. Como siempre, lo extraño nos da miedo y nos provoca rechazo.

Así, Occidente está repleto de ambientadores que enmascaran el olor de un espacio público o privado con fragancias artificiales.




Hay otras culturas, como la árabe, que le conceden una mayor importancia al olor personal. De todos modos, es interesante observar que la poca intensidad del olfato humano puede tener que ver con su carácter social. Imagine que disfrutáramos de un sentido del olfato similar al de los perros: la vida en comunidad sería entonces un auténtico suplicio. ¿Se lo imagina?, sabríamos si alguien ha defecado recientemente, percibiríamos el estado de ánimo de todos los que nos rodean, conocidos o extraños, o la predisposición sexual de alguien situado al otro extremo de un vagón de metro. No habría lugar para la intimidad, para el misterio o la privacidad. Sería como vivir en un estruendo oloroso constante, con el agravante de que los olores traen consigo un fortísimo componente emocional. La convivencia en aglomeraciones humanas como una gran ciudad sería, entonces, inviable. Por cierto, resulta curioso que uno de los pueblos con mayor densidad demográfica del mundo, el japonés, destaque por su poco sentido del olfato. ¿Casualidad?

Además de un sentido del olfato menos intenso, los humanos hemos desarrollado otra herramienta que nos permite vivir en sociedad: la denominada "fatiga olfativa". Pasado cierto tiempo en presencia de un tipo de olor, dejamos de percibirlo, nos acostumbramos a él. Habrá quien se pregunte cómo pudo vivir la humanidad durante buena parte de su historia sin apenas higiene personal ni alcantarillado. Es fácil; porque nacían impregnados de ese olor. No eran conscientes de él. El ser humano ha vivido entre hedores que nos resultarían inconcebibles, pero todo es cuestión de hábito.  La industria del perfume está diseñando productos aromáticos que consisten en varias fragancias que se alternan en un único dispensador: de esta manera se evita este fenómeno de habituación.

Por cierto, no olemos siempre con la misma intensidad a lo largo de nuestra vida. La época que ronda de los 30 a los 60 años marca la plenitud olfativa, pero a partir de los 70 el olfato se pierde hasta casi desaparecer. Muchos ancianos no se huelen en absoluto; esto es algo que conviene tener en cuenta. Cuando nos llegue la ancianidad, tampoco nosotros nos oleremos.

Las mujeres suelen tener mejor olfato que los varones, y el sentido se agudiza extraordinariamente durante el embarazo y la ovulación. Por cierto: en la mayoría de las culturas la mujer cocina los alimentos, y es más joven que su marido. La mujer suele utilizar menos la sal para acrecentar el sabor de la comida que ha preparado. No le hace falta. Y, no hace falta recordarlo, la mujer vive estadísticamente más que el hombre.

Algunos autores defienden la existencia de un subconsciente olfativo, que vendría representado por la importancia de las feromonas en las interrelaciones humanas. Pero este es un tema que está en estudio (especialmente por la industria cosmética) y en absoluto los resultados son concluyentes. Incluso algunos autores están estudiando la relación entre la bioquímica del olfato y ciertos trastornos psiquiátricos, como la esquizofrenia. Una vez más, es un tema interesante, pero del que poco se puede aportar por el momento.

Sí sabemos que tenemos mejor olfato por las mañanas, y cuando tenemos hambre. Olemos mejor en verano, y los individuos de raza negra tienen un sentido del olfato significativamente menor que los caucásicos: las etnias ofrecen sutiles diferencias en su capacidad olfativa. En cuanto al trabajo, los que trabajan en ambientes cerrados suelen tener mejor olfato, y, curiosamente, según afirma el doctor Alan Hirsch, jefe de neurología de la fundación del gusto y el olfato de Chicago, las estadísticas señalan que una de las profesiones con peor olfato (y sentido del gusto) es la de cocinero. ¿No le parece increíble?

Por último, algo realmente sorprendente: todos los sentidos se cruzan al llegar al cerebro. Lo que oímos, vemos o tocamos con el lado derecho del cuerpo lo percibimos en el hemisferio cerebral contrario, el izquierdo; y viceversa. Sin embargo, el olfato, una vez más, se distingue del resto: es el único sentido en el ser humano que no se cruza. ¿Por qué? No lo sabemos; pero alguna razón debe haber. La naturaleza no diseña algo sin que haya un motivo. Los insectos, por ejemplo, tiene localizado su olfato en las antenas; y es un sistema que funciona muy bien; una oruga o una polilla es capaz de reconocer un olor determinado a kilómetros de distancia. Nada en la naturaleza puede igualar algo así.




Acabamos. Me huelo que el tema del olfato ha resultado ser un tema más interesante de lo previsto.

O, al menos, eso espero.

Antonio Carrillo.

domingo, 15 de enero de 2012

Telepinu y Schweitzer. La valentía de la palabra frente a la espada.


La historia la escriben los ganadores, y suele tratar sobre acontecimientos terribles protagonizados por personas de gran empuje, que desencadenan revoluciones, conquistas o matanzas. No se escriben panegíricos sobre gente pacífica. El anonimato es refugio de paz y de concordia; las fechas grabadas sobre piedra y pergaminos recuerdan batallas y gestas, no rememoran una convivencia pacífica.

La historia la escriben los ganadores, y es un relato plagado de personas ambiciosas.


Y, sin embargo, los pacíficos siempre han sido más. Son una mayoría los que se levantan por la mañana para trabajar honradamente, los que luchan para educar en valores solidarios a sus hijos, los que practican una vecindad amable y no combativa. Nuestra especie ha prosperado gracias al altruismo y la empatía. Pero, precisamente porque son muchos, y porque su quehacer cotidiano no puede ser por tanto noticia, la historia tiende a menospreciar la influencia de esta fuerza moldeadora de pacifismo y transigencia, y centra su mirada en unos pocos personajes iluminados que pretendieron arrogarse el derecho a tener razón y a decidir por los demás.

¿Creen que exagero? Si les pregunto por gobernantes del mundo antiguo, seguro que surgen muchos nombres: Alejandro Magno, Julio César, Ramsés, hammurabi, Atila, Aníbal... pero si les pregunto por el rey Telepinu, ¿sabrían decirme algo de él? Yo lo conocí hace sólo tres meses, y me dejó sorprendido. Su historia es fascinante.



1.Telepinu: de cuando la Ley venció a la venganza



En el segundo milenio antes de Cristo, un pueblo procedente del Cáucaso penetra en Anatolia, y somete al imperio sirio y babilónico. Son gentes sobrias, pastores nómadas y guerreros forjados en la batalla, hábiles en el manejo del arco y maestros en el gobierno del carro de batalla ligero. Su rudeza se manifiesta en su escaso legado artístico, y en las crónicas que hablan de matanzas terribles y de regímenes de terror. La simple palabra "hitita" provocaba miedo en Egipto o Mesopotamia.

Telepinu, el protagonista de nuestro relato, estaba casado con la hermana del rey hitita, y supo que se fraguaba una conspiración en la corte para matarlo. Decidió adelantarse a sus verdugos, y encabezó con éxito un golpe de Estado contra su cuñado, el rey Huzzia I. Tras alcanzar el poder, Telepinu anuncia algo que sorprende a todos: el golpe que ha protagonizado será incruento, y únicamente ordena el destierro de sus enemigos. Nadie resulta asesinado. Es la primera vez que sucede algo así.

Enseguida Telepinu emprendió campañas militares que aseguraran sus fronteras, debilitadas por años de guerras dinásticas internas. Y fue luchando contra los enemigos del estado hitita que supo del asesinato de su esposa y su primogénito (y único hijo varón) en la capital, Hattusha. 



Enfrentado a un suceso de tal gravedad, común por lo demás en la cultura dinástica hitita, Telepinu tomó de nuevo una decisión asombrosa, novedosa en el mundo antiguo. Si había que frenar el derramamiento de sangre como fórmula sucesora, él mismo debía dar ejemplo. Por más que el dolor de la pérdida lo empujara a la venganza, Telepinu tenía claro que la supervivencia del imperio hitita pasaba, inexcusablemente, por regular mediante un edicto todos los aspectos relativos a la sucesión real. No podían permitirse más asesinatos en la corte. Su hijo y su esposa debían ser los últimos.

Telepinu investigó el doble asesinato, castigó y degradó a los culpables, pero, para sorpresa de todos, les perdonó la vida. A continuación, publicó su famoso edicto, una obra legislativa realmente increíble para su época. Textualmente dice:


"El derramamiento de sangre de la familia real se había prodigado en demasía. A Ishtapariya, la reina, la mataron. Y luego también mataron a Ammuna, el hijo del rey. Y los «hombres del dios» andaban diciendo: «Mira, en Hattusha el derramamiento de sangre se ha prodigado en demasía». Entonces yo, Telipinu, convoqué una asamblea en Hattusha. Y desde entonces en Hattusha nadie hace daño a un hijo de la familia real ni desenvaina un puñal contra él".


La única manera de poner fin a este reguero incesante de sangre era establecer por decreto el orden sucesorio, y asegurarse de que este mandato era debidamente cumplido. Así, el decreto establece que:

"Debe ser rey un príncipe, hijo del primer rango. Si no hay hijo del primer rango, debe ser un hijo del segundo rango. Pero si no hay hijo del rey como heredero, que se procure un yerno para la hija del primer rango, y este será rey.

En el futuro, que los hermanos, los hijos, los parientes, los consanguíneos y el ejército del que sea rey después de mí, estén unidos. Y tú irás al país enemigo y lo someterás con tu brazo. Pero no hables así «lo purificaré». De hecho, no purificas nada. Con mayor razón debes acosar (al ofensor), pero no mates a ningún miembro de la familia real. No es bueno."

Para asegurar el cumplimiento de esta orden, Telepinu acrecentó la influencia de la Asamblea, un órgano colectivo formado por miembros de la nobleza, con poderes para juzgar casos de traición, delitos de sangre dentro de la familia real e incluso delitos de violencia cometidos por el propio rey. Por tanto, los hititas disponían de un órgano de control que contrapesaba tanto el poder total del monarca como las ansias sucesoras de los aspirantes al trono. Tenían algo parecido a un Parlamento, y una normativa por escrito que cualquier noble e incluso el propio rey debían obedecer.

"Además, que el que llegue a ser rey y busque el daño de su hermano o hermana, vosotros, que sois su Consejo, decidle de acuerdo con lo prescrito: Lee en la tablilla lo que dice del delito de sangre. «Antes en Hattusha el delito de sangre se había prodigado en demasía. Y los dioses han exigido retribución a la familia real»."

"Si alguno hace daño -sea el padre de la casa», el jefe de los edecanes, el jefe de los coperos, el jefe de la guardia de corps, el jefe de los «mil del campo de batalla», tanto un inferior como un personaje de alta categoría- aprehendedlos como Consejo que sois y devoradlos con vuestros dientes".

Además, el edicto incluía otras normas novedosas, como la que impedía que la culpabilidad se transmitiera a la familia del reo.

"Quienquiera que sea el que haga mal entre sus hermanos o hermanas y actúe contra la persona del rey, convoca a la Asamblea. Luego que su sentencia se haga pública, él debe responder con su cabeza. Mas no debe matársele en secreto, como mataron en el caso de Zuruwa, Danuwa, Tahurwaili y Taruhshu, ni debe causárseles daño a su casa, ni a su mujer, ni a sus hijos. Si un príncipe peca, que pague con su cabeza, pero a su casa y a sus hijos no debe causárseles daño. Aquello por lo que un príncipe muera, no afecta a sus casas, sus campos, sus viñedos, sus esclavos, sus esclavas, sus vacas y sus ovejas".

Telepinu murió hacia el 1.500 a.C. sin tener un hijo varón que lo sucediera. Por lo tanto, la Asamblea, obedeciendo a lo establecido en el decreto, declaró como heredero a uno de sus yernos, Alluanna.

250 años más tarde, hacia el 1360 a.C., el edicto había perdido fuerza, y un general, Suppiluliuma, asesinó impunemente a un heredero legítimo. Este caudillo poderoso convirtió el reino hitita en un gran imperio; tal fue su prestigio que la joven viuda del famoso Tutankamon le pidió por carta que le enviara a un hijo para convertirlo en faraón, asustada por el poder de su ejército. Esta carta da inicio a una historia de muertes y traiciones que merecerá otra entrada.



Pero nosotros acabamos aquí. Suppiluliuma y su poderoso imperio no sobrevivirán mucho tiempo. Nosotros nos quedamos con la imagen de un estadista único, de un visionario que supo anteponer el bienestar y la estabilidad de su pueblo a la venganza o el ejercicio despótico del poder. En una era de muerte y violencia, de miedo y sangre, Telepinu, rey de los hititas, hizo lo que nadie había hecho antes: delegó parte de su poder en el pueblo representado por una Asamblea, y se sometió al imperio de la ley.


Telepinu. Quédese con este nombre. No fue Alejandro Magno, Péricles o Julio César. Pero su gesta merece respeto y memoria.

Su innovadora apuesta por la concordia, por la Ley, merece ser recordada.



2. Albert Schweitzer: un verdadero héroe del siglo XX




El siglo XX está repleto de nombres propios: Stalin, Einstein, Kennedy, Hitler, Churchill, Joyce, Mao Tse, Gates, Gandhi...  

En una ocasión se le preguntó a Albert Einstein por el personaje más significativo de su época. Su respuesta fue rotunda: "el hombre más grande de nuestro siglo es Albert Schweitzer".

¿Quien?

Albert Schweitzer nace el 14 de enero de 1875 en Kaysersberg, Alsacia. De niño hay dos recuerdos, dos imágenes que se quedan grabados en su alma: la de un hombre negro muy grande reverenciando agachado la estatua del almirante Bruat, uno de los mayores protagonistas de la colonización francesa. La otra imagen es la de la sonrisa paciente de un comerciante judío alemán ante los insultos de unos jóvenes. Estas anécdotas, que pasan desapercibidas para la mayoría, conforman en Albert una sensibilidad moral extraordinaria.

Estudia música, y pronto destaca como un excelente intérprete de órgano. Tanto es así que, siendo muy joven, es admitido como discípulo de Charls-Marie Widor, el mejor organista de su época. En 1898 ya es teólogo, estudiante de filosofía por la Sorbona, y de piano y órgano. Además, aprende el oficio de construir órganos de la mano de Aristide Cavaillé-Coll, una eminencia en tal materia. En 1900 es doctor en filosofía, Vicario de la Iglesia de San Nicolás y profesor de Teología en la Facultad de Estrasburgo. Empieza a ser conocido internacionalmente como intérprete de órgano, pero además destaca como musicólogo; en concreto, como experto en la figura de Bach. De hecho, publica el mejor estudio realizado jamás sobre su vida y obra. Su manera de interpretar a Bach, más cercana a la sensibilidad del XVIII que a la romántica del XIX, significará una revolución inmensa a comienzos del siglo XX.
Pero, además, publica un libro también revolucionario y polémico sobre el Jesús histórico, y se convierte en un erudito en el estudio del Nuevo Testamento, con obras dedicadas, por ejemplo, a la escatología de San Pablo. A principios de siglo Schweitzer es un teólogo famoso.
Todo lo que hemos dicho bastaría para que Schweitzer ocupara un lugar preeminente entre los intelectuales del siglo XX; pero lo que hace de Schweitzer alguien realmente excepcional es algo completamente distinto. ¿Recuerdan la imagen del hombre negro postrado ante la estatua del colonialista? A Schweitzer no se le ha olvidado. Con 30 años lo tiene todo: es un personaje de fama mundial como teólogo, intérprete de órgano, filósofo, profesor, musicólogo.... pero Albert siente una compulsión ética en su interior.  

Debe ser coherente con lo que piensa y siente.

Y es entonces, en 1905, con 30 años, que se matricula en la facultad de medicina. Y en la Semana Santa de 1913, ya médico, con todo su patrimonio (2.000 marcos) en forma de lingotes de oro y acompañado por su esposa Heléne, enfermera, Albert se dirige a la misión de Lambarené, en Gabón. Allí, el gran profesor, intérprete en los mejores escenarios del mundo, atiende primero al aire libre, y luego en un gallinero, a más de 40 personas diarias, afectadas de diarrea, lepra, malaria o enfermedad del sueño. Más tarde diseña y construye un pequeño hospital, por lo que se arruina. Esto le obliga a dar conferencias y conciertos por Europa, con el fin de conseguir dinero.

En 1917 los Schweitzer son detenidos en un campo de concentración para prisioneros civiles por su condición de alemanes. Albert aprovecha para escribir su obra "Ética y civilización", en donde expone su preocupación sobre el devenir del hombre moderno, asunto que le preocupará a lo largo de su vida. Opina del hombre que es: "alguien sin libertad, incompleto, incoherente, perdido en la falta de humanitarismo; alguien que ha renunciado a su independencia espiritual y a su juicio moral en favor de la sociedad organizada".


En 1918 se los deja en libertad, y poco después Albert vuelve a Gabón. Se encuentra la misión casi en ruinas, y se ve obligado a reconstruirla. Regresa a menudo a Europa, para conseguir dinero para su hospital. La universidad de Zurich le nombra "Doctor Honoris Causa" en 1924; y se le otorga el premio Goethe en 1928. En 1932 predice que se avecinan tiempos oscuros ante una audiencia escéptica. En 1939 decide quedarse en Gabón.

Durante la segunda guerra mundial, su hospital de Lambarené atiende por igual a contendientes de ambos bandos, ya que se producen enfrentamientos entre las tropas de Vichy y la resistencia francesa. Recibe ayuda desde los EEUU y Suecia en forma de suministros y medicinas. Schweitzer no regresará a Europa hasta 1948.



Para entonces es una figura de talla mundial. Con motivo de los 200 años del nacimiento de Goethe, la universidad de Chicago organiza un acto con los principales intelectuales de la época; uno de ellos será Schweitzer. De nuevo, los 6.100 dólares que reciben los dedicará íntegros a financiar su hospital. (Por cierto, otro de los pocos invitados a tal acto será Ortega y Gasset)


En 1950 comienza la construcción del pueblo para leprosos "Village lumière", que finalizará en 1955. Albert cumple 80 años. El dinero necesario para construir este pueblo procede de una distinción, la más grande que se puede recibir:

En 1953, por aclamación popular, se le concede el Premio Nobel de la Paz.

Se excusa: no acudirá a recibir el premio; tiene pacientes que atender. El dinero sí lo necesita, debe comprar medicinas.

Los premios y reconocimientos se acumulan; pero Schweitzer sigue pasando consulta en Lambarené. En 1957 Albert Einstein acude a Schweitzer para que lo ayude en su cruzada contra el peligro que supone la amenaza nuclear. En este sentido, Schweitzer afirma que "vivimos en una época peligrosa. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo". Sus discursos contra la bomba atómica son publicados en forma de libro con el título "Paz o Guerra Nuclear". El gobierno de los EEUU intenta una campaña de desprestigio contra Schweitzer por su implicación en este asunto. Pero su figura es demasiado conocida, y su coherencia resiste cualquier ataque. Basta con ver sus imágenes. Como él mismo dijo: "con veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado; con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen".

El 4 de septiembre de 1965 fallece en Lambarené Albert Schweitzer, músico, filósofo, teólogo, constructor de órganos y médico de atención primaria. No creo haberlo dicho: era tío del filósofo Sartre.

En el parte médico de su defunción constan estas palabras: "ha muerto sosegadamente, en paz y con dignidad".

Les llamo la atención sobre esta imagen. Es la tumba de Schweitzer.





La tumba de quien Einstein definió como "el hombre más importante del siglo XX"

Creo que con esta imagen está todo dicho.


Antonio Carrillo.

lunes, 2 de enero de 2012

Orgasmo femenino y ceguera.



Con perdón:

Zeus, dios del Olimpo, era un hiperactivo sexual, un pobre enfermo aquejado de satiriasis.

No encuentro otra manera de explicar su desenfreno amatorio, que llevó a extremos patológicos, casándose con su hermana (algo propio de la época), acostándose con su propia hija (algo no tan propio) y cayendo en ocasiones en la ignominia de la violación.

Zeus tuvo relaciones extramatrimoniales con personajes como Sémele, Europa, Leda, Démeter, Maya, Lamia, Ío, Latona, Dione, Aix, Gea, Metis, Mnémosime, Perséfone, Alcmea, Antílope, Calisto, Carme, Dánae, Egina, Elara Himalia, Electra, Eurímone, Laodamia, Mera, Níobe, Talia, Yodama... y muchas otras. No era, precisamente, un ejemplo de fidelidad conyugal. 

Su esposa legítima, Hera, tenía fama de mal genio, y sin duda se mostraba poco comprensiva con las veleidades amorosas del esposo. Estaba más que harta de sus caprichos y aventuras y, en ocasiones, su mal genio y su afán vengativo se manifestaron con una crueldad infinita.

Un ejemplo lo tenemos en la reina Lamia de Libia, a quien Zeus amaba. Hera, como venganza, mató a sus hijos, y el dolor insoportable convirtió a la pobre Lamia en monstruo. Además, la mujer fue maldecida con la incapacidad de cerrar sus ojos, de forma que siempre estuviese obsesionada con la imagen de sus hijos muertos. Zeus, compasivo, le concedió el don de poder sacárselos para descansar. Según cuentan algunas crónicas, Lamia perdió finalmente la locura (no es de extrañar), y, llevada por la envidia, adquirió la costumbre de comerse a los hijos de otras mujeres.



Como ven, una historia de lo más gratificante.



Las broncas entre Zeus y Hera eran la comidilla del Olimpo. Zeus hizo lo imposible por engañar a su cónyuge. Así, dispuso que una ninfa de la montaña le hiciera de acompañante, distrayéndola con su hablar exquisito e incesante. Cuando Hera, finalmente, descubrió el subterfugio, castigó a la pobre ninfa quitándole el don de la voz. Sólo podía repetir la última palabra que decían los demás. La criatura sufrió enormemente por ello, y se retiró a la soledad del campo, en donde conoció al pastor Narciso, del que se enamoró apasionadamente. Pero el bello Narciso no sólo no le correspondió, sino que se burló de su triste condición. Finalmente, la ninfa, abatida por el amor no correspondido y abrumada por la tortura de sólo repetir lo que le decían, fue perdiendo peso hasta acabar desapareciendo, convertida en una sombra volátil.

Ovidio describe magistralmente su final:

"...prendido tiene el amor, y crece por el dolor del rechazo, y atenúan, vigilantes, su cuerpo desgraciado, las ansias, y contrae su piel la delgadez y al aire el jugo todo de su cuerpo se marcha; voz tan solo y huesos restan: la voz queda, los huesos cuentan que de la piedra cogieron la figura. ...Desde entonces se esconde en las espesuras, y por nadie en el monte es vista; por todos oída es: el sonido es el que vive en ella."



Por cierto, creo que no lo dije. La ninfa se llamaba "Eco". 

Sigamos: Hera, lo dijimos, está furiosa, y nada calma su agitación. Zeus busca una patética excusa en la furibunda predisposición sexual de la mujer. ¿Cómo puede él, un varón, negarse a las pretensiones de tantas mujeres deseosas de satisfacer las ansias de sexo? Más que culpable, Zeus se considera a sí mismo víctima del "furor uterino" de las féminas. ¿No es acaso cierto que "ninfómana" proviene de "ninfa"? ¿No conoce Hera la historia de las mujeres de Lemnos, que prácticamente se abalanzaron sobre los argonautas, de tal manera que Hércules tuvo que sacarlos de sus lechos uno a uno a bastonazos? Las mujeres son seres extraños, impredecibles ¡Pero si incluso hay una mortal del Estado de Pennsylvania, Amy Wolfe, casada el 2009 con una atracción de feria! ¡Quién pretende entender a las mujeres!

Zeus, ya lanzado, continua con su perorata: recuerda que en Gales, en la Edad Media, una mujer podía dejar a su marido por tres razones: lepra, mal aliento o no cumplir con ella en la cama. Según los galenos victorianos de finales del XIX, la mujer es un individuo siempre enfermo debido a la disposición de sus órganos sexuales. Por ejemplo, una mujer sin menstruación corre el riesgo de que los flujos no convenientemente expulsados se dirijan hacia el cerebro, causando graves alteraciones ¿Acaso no es cierto que el útero está conectado al sistema nervioso, provocando grandes desequilibrios psíquicos, muy comunes, por lo demás, en la mujer?



Frente a la histeria (y desenfreno) característicos de la mujer, el hombre se muestra calmado y sereno; pero ¡ay! es presa fácil de los encantos y engaños femeninos. Los médicos victorianos procuraban vencer la tendencia horrible en la mujer de disfrutar con el sexo o caer en la histeria, bien golpeándoles la cara con toallas húmedas, bien con duchas frías, ahogos y, en los casos más graves, la castración o la extirpación de úteros sanos. Esta última práctica, que hizo famoso al doctor Baker Brown, mereció una alabanza del Times y una donación económica de los príncipes de Gales. Había síntomas que avisaban de que algo extraño sucedía con una mujer: su deseo de independencia, el descontento con el tipo de vida que le había tocado llevar, el deseo de obtener el divorcio, problemas en la vista o depresión. Estos tratamientos tan razonables se aplicaban en niñas de 10 años. ¡Pero si incluso las había que pretendían ejercer el derecho al voto! Con el tiempo, tan graves síntomas no han hecho sino agravarse, y hoy en día se pueden encontrar representantes del sexo débil en prácticamente todas las instituciones del Estado. Un horror, sin duda.

Los judíos, con su conocido sentido práctico, regularon la satisfacción sexual de sus esposas tomando en cuenta las limitaciones físicas del esposo. Para ello, la actividad sexual debía acomodarse a la profesión del mismo:


"Hombres de constitución fuerte que disfrutan de los placeres de la vida, teniendo ocupaciones provechosas y que están exentos de impuestos, deben cumplir su deber marital todas las noches. Los jornaleros que trabajan en el pueblo donde residen deben cumplir su deber marital 2 veces a la semana; pero si están empleados en otro pueblo, sólo 1 vez a la semana. Los hombres que transportan cargas en camellos desde lugares distintos, deben atender su deber marital una vez cada 30 días".



Resulta curioso que los "exentos de impuestos" puedan cumplir todas las noches. Con ello se confirma que toda carga impositiva merma gravemente la libido masculina. Nada se dice, sin embargo, de la mujer ni de su carga de trabajo, clara muestra de que a la mujer se le supone dispuesta continuamente para el sexo, que los quehaceres domésticos no son trabajo, o bien, lo más probable, que su opinión "importa un pimiento".

A la mujer conviene tenerla bajo constante vigilancia. ¿Acaso no es cierto que la mujer puede disfrutar de algo llamado "orgasmos múltiples"? Este fenómeno (desconocido para el hombre) no es, en absoluto, excepcional, y depende, en buena manera, de que la mujer se encuentre relajada y a gusto, tenga experiencia, seguridad y la fortuna de contar con una pareja dispuesta a estimularla convenientemente. Porque, salvo en la masturbación, el orgasmo (femenino) suele ser cosa de dos.

Aquí Zeus se encuentra con un dato que contradice sus teorías aberrantes: solamente un tercio de las mujeres sexualmente activas llegan al orgasmo con regularidad, y entre el 5 y el 10 % nunca lo han experimentado. ¿Por qué?

La mujer ha sufrido una discriminación insoportable a lo largo de los milenios. ¿Sorprendidos? Como hemos visto, se les negaba el derecho al disfrute del sexo. Para los romanos, el orgasmo era una bendición reservada sólo al hombre; un marido que estimulara el clítoris de su mujer para que alcanzar el clímax durante el sexo era despreciado como un impotente. En realidad, que la mujer disfrutara con el sexo se veía como algo inadecuado.

Lo cierto es que la mayoría de las mujeres alcanzan el orgasmo con la estimulación del clítoris, no basta con la penetración; y para disfrutar del sexo sin dolor necesitan de una lubricación adecuada Todo esto nos remite a la importancia de la pareja y su conducta durante el coito, en concreto en la fase inicial de estimulación erótica. El ser humano es un animal que se encuentra en la cima de la evolución, y se expresa sexualmente de una manera compleja, rica en matices y cooperativa. No sólo instintiva. 

Pero ha sido suficiente: Hera está realmente furiosa. Sus gritos se oyen en lo más profundo del hades. ¿Qué tontería es esta del goce de la mujer? Sus vecinos del Olimpo, hastiados de tanto griterío y disturbio, proponen a la pareja que sea un experto independiente quien dilucide esta pelea. ¿A quién se puede consultar al respecto?

Hay alguien muy peculiar a quien se puede acudir: Tiresias de Tebas. Por circunstancias poco claras, y en las que juegan alguna función las serpientes, Tiresias ha sido en algunos momentos de su vida mujer, y en otros hombre. Y tenía fama de hombre sabio. En consecuencia, Zeus y Hera lo llaman a su presencia.

Ya se puede imaginar el lector la fuerte impresión que debe causar el que requieran tu opinión los dos principales dioses del Olimpo. La tensión era palpable, y había cierta expectación sobre la respuesta. Fue Zeus quien hizo la pregunta:

 - Tiresias, dinos: ¿quién experimenta más placer sexual, el hombre o la mujer?


Tiresias se lo pensó durante un instante, pero la respuesta era clara, y no admitía dudas ni demora.


   - Oh, divino Zeus. Sin duda la mujer disfruta diez veces más del sexo que el hombre.


Se podía vislumbrar la sonrisa de triunfo en el rostro de Zeus, pero Hera estaba fuera de sí. Con un gesto irritado, y con muy mal perder, castigó a Tiresias dejándolo ciego de por vida, y abandonó la sala.



Zeus no puede devolverle la vista a Tiresias; no está a su alcance deshacer lo hecho por su consorte.  Pero, a modo de consuelo, le concede una vida extremadamente longeva y, sobre todo, un don único: el de la profecía.

Desde entonces, Tiresias el ciego será el adivino más famoso de Grecia, y aparecerá en múltiples episodios de su mitología.

Su nombre será recordado y venerado por siempre.

Antonio Carrillo.