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jueves, 5 de mayo de 2011

Comunicación: Una esquela falsa, el signo acuario y los premios Nóbel.





Hace tiempo leí, no recuerdo dónde, una anécdota sobre Alfred Nóbel, el creador de la dinamita y que instauró los premios más prestigiosos del mundo.

Según recuerdo, saltó el rumor sobre su fallecimiento, lo cual motivó que se escribieran algunos panegíricos en los diarios. Uno, en concreto, llamó poderosamente la atención del supuesto difunto: en él se aludía a la faceta destructiva de la dinamita, y lo que había significado su invención para la guerra y el exterminio del hombre por el hombre.

Nóbel quedó hondamente impresionado por lo que se decía de su legado, y se horrorizó pensando que sería recordado como un agente de la muerte y la destrucción; se había enriquecido manchado por la sangre de miles de almas.

En un intento por acallar su conciencia, y queriendo remediar en parte el mal que pudiera haber provocado su invento, Nóbel dejó establecido en su testamento que:

"La totalidad de lo que queda de mi fortuna quedará dispuesta del modo siguiente: el capital, invertido en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyos intereses serán distribuidos cada año en forma de premios entre aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad"


Pero lo que me interesa no es tanto los orígenes del premio, y si es o no cierta la anécdota que acabo de contar. Lo que me atañe es un dato que también leí en otra ocasión, no recuerdo dónde ni cuándo: la particularidad de que el signo del zodiaco con más premios Nóbel es, con diferencia, el signo Acuario (que corresponde a los nacidos entre el 21 de enero y el 19 de febrero).

Al respecto, confieso de primeras que nunca he sentido el más mínimo interés por la astrología, aunque una mayoría de personas afirmen que "algo de cierto hay"; y en ocasiones me he encontrado con opiniones sorprendentes provenientes de intelectuales por los que guardo un gran respeto. Mi último asombro proviene del libro "Cosmos y psique", de Richard Tarnas, autor al que antaño conocí por su famoso libro "La pasión de la mente occidental". Tarnas afirma en su último libro que ha encontrado pruebas matemáticas irrefutables que confirman la influencia de los astros en el devenir de los hombres. En concreto, postula que hay una correlación entre los movimientos de los planetas y ciertos patrones sociales y biográficos.

Me cuesta creer que afecte en algo la posición de un planeta al nacer, hasta el punto de determinar la personalidad o el devenir de un individuo o un grupo social. Sin embargo, el dato de los Nóbel Acuario, si se comprueba que es cierto, resulta como mínimo curioso ¿Qué explicación puede haber?

Cuando se ha planteado la cuestión entre amigos, siempre hay alguno que conoce el zodiaco. Según parece, los Acuarios se caracterizan por ser creativos, soñadores, capaces de tener una perspectiva diferente de la realidad, innovadora e imaginativa. No en vano es un “signo de aire” ¡Qué buenas cualidades para un futuro Nóbel!

Sin embargo, lo que me llama más la atención de estas personas es algo más prosaico: su fecha de nacimiento. Siempre los primeros días del año ¿Por qué considero importante este dato?

Normalmente, los niños comienzan el colegio a los 3 años. Desde el primer año aprenden colores, vocales y números. Demuestran su psicomotricidad en el dibujo e interactúan en clase y en el recreo. Se comunican, entienden y se hacen entender.

Está establecido que la fecha de escolaridad corresponda al año biológico, de enero a diciembre. Por tanto, los niños nacidos en enero tendrán prácticamente un año más que los nacidos en diciembre. Y con 3 años, estos once meses representan una distancia enorme en términos de desarrollo.

Pero, ¿puede influir en algo una mayor madurez desde los primeros años de escolaridad? ¿Hay una correlación entre habilidad, reconocimiento, autoestima y éxito? ¿Tienen algo que ver los profesores en ello?

En este sentido, resulta muy esclarecedor lo sucedido con un estudio con niños de primaria que se realizó en Estados Unidos. Los investigadores realizaron test de inteligencia a una clase de niños de 8 años, y luego procedieron a dividirlos en dos grupos: los de mayor y menor cociente. Sin embargo, a los profesores se les facilitó el dato al revés: los más inteligentes aparecían como menos inteligentes, y viceversa. Se insistió a los profesores en que los datos no eran del todo fiables y se les pidió que en absoluto modificaran su trato con los niños.

Se repitió el test a los dos años, y resultó que los niños que antes habían dado un nivel de inteligencia más bajo habían subido claramente su cociente, mientras que la otra mitad más inteligente no habían crecido, o incluso habían descendido en sus niveles ¿Por qué?

La respuesta es clara: inconscientemente, los profesores habían dedicado una mayor atención a los niños supuestamente más inteligentes, que debían responder a la expectativa de una potencialidad mayor. El resto soportaban un nivel de exigencia menor, y su cociente de inteligencia se había resentido.   

Si a un niño se le dice que es listo, se creerá listo. Si se le dice que tiene cualidades, que puede crecer y se confía en él, la autoestima será un aliciente poderosísimo. Si recibe una mayor atención, si se es más paciente con él, acabará respondiendo a las expectativas creadas. Si un niño ha estado los primeros años salvando las exigencias del curso con facilidad, dado que su nivel madurativo es mucho mayor al haber nacido en enero, cuando las distancias madurativas se acorten ya atesorará un bagaje de confianza y seguridad importantísimo. En todo esto, la comunicación es la clave.



En definitiva, caben dos posibilidades: hay más premios Nóbel acuario porque, debido a la posición del planeta Urano al nacer, los acuario están predestinados a la creatividad y la innovación; o bien el hecho de nacer en enero les posibilita unos años de ventaja al inicio de su edad escolar para adquirir destreza y confianza.  

El lector puede elegir. Hay un principio conocido como “la navaja de Ockham” o “Principio de parsimonia”, según el cual si hay dos respuestas posibles, la más simple tiene más probabilidades de ser correcta.

¿Urano o autoestima? Yo, al menos, lo tengo claro.


Antonio Carrillo Tundidor

jueves, 28 de abril de 2011

Libro recomendado: "El fuego secreto de los filósofos". Patrick Harpur

Título
El fuego secreto de los filósofos
Autor
Patrick Harpur
Editorial
Atalanta
Traducción
Fernando Almansa Salomó
ISBN
9788493462536










La editorial Atalanta ha realizado estos últimos años un esfuerzo por traducir y publicar algunos ensayos que se salen de la norma. Sin perder un ápice de rigor, Atalanta nos ha facilitado en castellano algunos títulos que han dado que hablar. En concreto, tenemos autenticas joyas como “La pasión de la mente occidental”, de Richard Tarnas, “En los oscuros lugares del saber” y “Filosofía antigua, misterios y magia”, de Peter Kingsley, “Universos paralelos” de Michio Kaku o “El mito polar“, de Joscelyn Godwin. Todos ellos serán objeto de reseña las próximas semanas.      

Pero ninguno ha causado tanto revuelo como el libro que ahora comento: "El fuego secreto de los filósofos". Y esto es inexplicable. En sus 400 páginas, en una era de razón y empirismo, un experto en literatura inglesa se atreve a conducirnos por los vericuetos en los que se esconden las hadas, la memoria, los mitos y los chamanes, y nos envuelve en un totum revolutum que incluye a Darwin, la magdalena de Proust, la tabula rasa, los ritos de paso, la caverna de Platón o el Santo Grial.

¿He dicho totum revolutum? Me equivoqué: en realidad Harpur consigue una coherencia interna incontestable, que nos desvela, lentamente, a lo largo de las páginas y los siglos, un nexo profundo en todo lo mucho de lo que habla, lo cual nos remite al verso de Terencio: “soy humano, nada de lo humano me es ajeno”.

Los daimones, como la Cábala, el romanticismo o el mito de Orfeo han encontrado voz en Harpur, y cuando cerramos el libro nos sentimos transidos por algo extraño. Por una pérdida. Alguien (Harpur) nos ha estado susurrando al oído cosas que ya sabíamos. Que siempre han estado ahí. Que forman parte de nosotros mismos.

El autor no quiere que se le malinterprete: no se trata de creer literalmente en duendecillos, sino en sentir su presencia (o ausencia), su razón de ser, el lugar que ocupan dentro de nosotros. La piedra filosofal, como búsqueda, está en nuestro interior. Sólo hace falta escuchar(nos).

Todo me recuerda a María Zambrano y su “Razón poética”, la alternativa a la Razón positiva en tanto material y cognoscible. María se movía en esferas distintas pero alternativas, las que se sustentan en las alas de la poesía y la metáfora. Pero es una razón que fructifica, que se manifiesta como auténtica y fértil en nuestro interior. El maravilloso (e imprescindible) ensayo de Chantal Maillard sobre María Zambrano lleva por título “La creación por la metáfora.

Llegará un momento en el que el lector sienta vértigo. Es buena señal. Significa que las palabras que lee remueven los cimientos de certezas que lo sostienen.

Cuando uno se atreve a abrir un libro como éste, lo menos que puede pretender es volar.

Como un chamán.





Antonio Carrillo Tundidor