miércoles, 23 de octubre de 2013

El martillo de Thor


 

En ocasiones me preguntan: ¿de dónde saco las ideas sobre lo que escribo? ¿Hay una fuente de la que bebe mi imaginación?

La hay, en efecto. Se llama estar vivo.

Pondré un ejemplo:


Ayer vi la película Thor con mi hijo menor. El pequeño tenía en su regazo el martillo Mjolnir, el arma suprema que Odin regala a Thor el día de su proclamación como heredero.
Gracias a la película Pablo y yo sabemos que Mjolnir se formó con la materia de una estrella antigua; pesa tanto que sólo Thor puede levantarlo y crea intensos campos magnéticos a su alrededor. Atraviesa cualquier cosa, con él Thor puede volar y cuando lo arroja regresa a manos de su dueño. Es asombroso; no me extraña que mi hijo lo tenga de juguete.

 
El martillo nos acompañó a la cama por la noche (mamá estaba lejos, volando), y el cuento de todas las noches versó, cómo no, sobre el fabuloso martillo del dios escandinavo. Pero en mi mente bullía una duda.

Algo no cuadraba en esta historia. Decidí escribir sobre ello.

Verán: el peso y la composición de Mjolnir me parece un dato importante. Respecto de lo segundo, Odín nos ofrece una pista: materia de una estrella vieja. ¿A qué se puede estar refiriendo?

Cuando una estrella similar a nuestro Sol muere lo hace lentamente, expandiéndose más allá de la órbita de Venus. Al final de sus días, se contrae de nuevo hasta que termina formando lo que se conoce como una "enana blanca"; una estrella pequeña, muy caliente y extremadamente densa. Lo que suceda después dependerá de su masa: las enanas blancas más pequeñas se apagarán hasta formar una enana negra. Pero se tarda mucho en llegar a este estado; más de lo que lleva existiendo el universo.

No hay enanas negras. No todavía. Tan sólo su formulación teórica.

Si su masa es muy grande, la estrella se contraerá en sí misma apresada por una gravedad enorme y creciente, hasta que colapsa en lo que llamamos un "agujero negro": un sumidero en el que no rigen las leyes de la física y sí un concepto extraño: la singularidad. Es un tema apasionante, y mejor dejarlo en este punto si no queremos alargarnos demasiado.




Una enana blanca mediana también se contraerá hasta formar un cuerpo extraño, que llamamos "estrella de neutrones". Para entender el proceso que conduce a una estrella de neutrones deberíamos hablar de "materia degenerada", "Principio de Exclusión de Pauli"  o "distribución del mundo fermiónico". Y acabaríamos perdidos; yo el primero. Lo importante es que entiendan que una estrella de neutrones es un cuerpo que se ha comprimido tanto como, supongamos, si un enorme transatlántico cupiese dentro de una lenteja.
Una estrella de neutrones es un mundo en el que las lentejas pesan miles de toneladas.

Para saber cuánto pesa el martillo, primero debemos calcular su volumen.

El volumen se calcula multiplicando el área de la base (14x14 cm) por la altura (21). Por lo tanto, la cabeza del martillo de Thor tiene una volumen de unos 4.116 cm3 (si se respeta el tamaño del martillo que aparece en la película). Si la densidad de una estrella de neutrones alcanza los 1015 gramos por centímetro cúbico, entonces el martillo de Thor pesa (tiene un volumen equivalente a) unas 4.116.000.000.000 toneladas. El volumen de la Luna, por ejemplo, equivale a unas 70.000.000.000.000.000.000 toneladas.

Más de cuatro billones de toneladas es una barbaridad. Sería como juntar en una balanza 22.000.000.000 de ballenas azules hembras de 30 metros de largo cada una. Pero lo asombroso es el volumen: hablamos de comprimir y juntar 22 mil millones de ballenas en una caja de 14x14x21 cm. Más pequeña que una caja de zapatos.

Odin castiga a Thor su rebeldía con el destierro a la Tierra, y el rubio hipermusculado acaba estrellándose contra un vehículo que conduce Natalie Portman. Eso es tener suerte. Pero Odin también arroja el arma Mjolnir, en una caída que provoca un cráter de unos 100 metros de diámetro y 30 metros de profundidad. Y esto es una soberana tontería.
 

Un cuerpo con tal densidad en caída libre de cientos de miles de kilómetros por hora atravesaría la Tierra sin apenas merma en su velocidad. Si entrase, pongamos por caso, verticalmente por España algún neozelandés lo vería surgir de la tierra hacia el cielo. La energía cinética que supone sumar a la densidad de Mjolnir con la fuerza de atracción gravitatoria de la Tierra es difícil de mensurar.

¿Y luego? Depende de la inercia. Si la velocidad con la que sale Mjolnir supera los 40.000 km/h y mantiene esta velocidad hasta escapar de la atracción gravitatoria de la Tierra, saldrá disparado hacia el espacio profundo. Si la fricción que supone atravesar el planeta más la intensidad del campo gravitatorio provoca que la velocidad de Mjolnir baje de la "velocidad de escape", volverá a caer. Y esto sería una catástrofe.

Imagine: un objeto de más de cuatro billones de toneladas agujerea millones de veces al planeta, provocando fisuras, desplazamiento del magma, distorsiones en las corrientes convectivas del manto, desequilibrios en la tectónica de placas y, lo que más me preocupa, afectando gravitatoriamente al funcionamiento del núcleo de la Tierra. Es difícil predecir qué efecto tendría este bombardeo continuo en el mar de hierro y níquel fundido que circunvala el núcleo sólido, pero lo más probable es que frenara su rotación. Además, el núcleo de hierro podría ver peligrar su equilibrio estructural, y podría resquebrajarse.



Estos hechos tendrían efecto sobre el campo magnético de la Tierra, que nos protege de las radiaciones cósmicas. Sin tal escudo, la vida en la Tierra sería inviable salvo, posiblemente, en las oscuras profundidades abisales donde viven los extremófilos.

Al final, Mjolnir se detendría en el núcleo, aumentando la masa de la Tierra en 4 billones de toneladas. Es posible que este hecho, y el bombardeo continuo, afectara al movimiento de rotación y traslación de nuestro planeta, al eje de inclinación o la delicada interacción con la Luna. En todo caso, serían malas noticias.
Bueno. Hasta aquí las reflexiones sobre Mjolnir; a Pablo le conté la verdad: que el martillo proviene del material de una estrella, que fueron gigantes de piedra los que lograron tallar el martillo y que nadie era capaz de moverlo. Tuvieron que pedir ayuda a mil delfines cósmicos, de los que flotan en los cúmulos estelares, que arrastraron el martillo al reino de Asgard. Es la verdad de un niño de seis años.

Espero haber despertado en él la curiosidad. A lo mejor un día me pregunta por esa estrella en la que las lentejas pesan tanto como casas, y quizás me pregunte si hay otro objeto más masivo. Le hablaré de las estrellas de Quarks, que nadie ha visto pero que podrían existir. Y si es de mitología de lo que hablamos, le confesaré que mi personaje preferido en la mitología islandesa es Bard, a quién nosotros llamamos Gandalf.

¡Son tantas cosas! Es posible que Pablo me pregunte: "Papá, si el martillo pesa tanto, ¿cómo puede sujetarse con un mango de madera? Y la cinta de piel con la que Thor lo sujeta a su muñeca ¿De qué material está hecha?"

Pero esa es otra historia, otro cuento. Es tarde y hay que dormir.
 
 
Quizás mañana.

Antonio Carrillo.

miércoles, 16 de octubre de 2013

hijos de la mercromina


Cumplo años. Es algo que me hace feliz.

Más que nada, no me agrada la alternativa.

Me hago "adulto" a marchas forzadas. Lo noto en que comienzo a generar anécdotas. Mis recuerdos tienen ya más de treinta años, y mi mundo de adolescente era otro. Ni mejor ni peor. Distinto.

Soy hijo de la generación mercromina, omnipresente en casa. Recuerdo también la aspirina infantil, su color y sabor característico. Pasar a tomar la aspirina de adulto, blanca y de mal sabor, era algo así como un rito de paso, un abandonar la infancia. Hoy el Betadine (yodo), el Apiretal (paracetamol) o el Dalsy (ibuprofeno) han tomado el relevo. En los 90 se prohibió la aspirina infantil: provocaba el Síndrome de Reye, una enfermedad mortal.

En mi infancia los cines eran grandes salas, como teatros lustrosos, y los acomodadores se engalanaban con pajaritas y chalecos. Y una pequeña linterna. Sobre todo los de la Gran Vía, en Madrid. En este ambiente de oropel, de adornos hechos de pan de oro y falsa seda vi aparecer la inmensa nave de Darth Vader. Mi mente no estaba saturada de imágenes espectaculares; estaba abierta y virgen al asombro.

Hoy nada sorprende a mis hijos. No me extraña. Todos los días los bombardean con escenas brillantes y veloces. Los cines de ahora son asépticas naves industriales en las que se suceden infinidad de salas, atiborradas de películas. No hay un bar a la antigua usanza, lleno de humo, una escalera dorada que sube al anfiteatro ni lámparas de araña. Todo ritual necesita de un escenario. Si en unos minutos verás volar a Superman, tienes que adentrarte primero en un recinto en el que se respire magia. Porque, cuando eres niño, crees en la magia.

En el barrio había pequeños cines con sesión doble, películas de "serie B" del oeste o de miedo. Los carteles eran más pequeños, y anunciaban monstruos de cartón piedra o un asomo de destape. Las películas se proyectaban sin descanso.

Recuerdo el primer vehículo con dirección asistida y servofreno. La primera ventanilla eléctrica. El primer aire acondicionado. Salíamos del coche portando bajo el brazo, como si de un tesoro se tratara, grandes armatostes de la marca Blaupunkt que desencrastábamos del salpicadero. El riesgo de encontrar la ventanilla rota te obligaba a ello. Soñábamos con amplificadores, grandes subwoofers en el maletero, tunear el coche con un horroroso alerón. Me produce una extraña melancolía lo pavorosamente hortera que éramos. Con veinte años, ¿qué otra cosa podíamos ser? Patéticos pavos reales llenos de granos frente a las chicas.

¿Saben? Con otros ropajes y distintas costumbres, creo que en la actualidad sucede lo mismo.

Las tiendas de discos eran un lugar en el que el tiempo se detenía, los tocadiscos tenían dos velocidades, 45 y 33. Y antes los dentistas hacían más daño, estoy seguro. Los badenes en las carreteras provocaban una sensación de hormigueo en el estómago que nos encantaba ¡más deprisa, papá!. El lunes, llamábamos de usted a los profesores.

Había rombos en los televisores. Dos rombos te obligaban a ir a la cama. Comprábamos carretes de fotografía de 100 ASA, 200 si íbamos a hacer fotos en interiores; e intentábamos que nos devolvieran el precio de las que salían desenfocadas. Malguardábamos los negativos mezclados en paquetes. Han desaparecido casi todos ¿Adónde fueron? No recuerdo haberlos tirado. Creo en la existencia de los duendes.

Las zapatillas deportivas se llamaban "Paredes", y las motocicletas eran renqueantes Vespinos con pedales, por aquéllo de las cuestas. En nuestro dormitorio colgaban imágenes de coloridas Riejus o Derbis de motocross, con cambio y arranque a pedal. Soñábamos con ellas y con la libertad.

He visto perros abandonados e infestados de garrapatas, flacos y asustados. ¡Me alegra tanto que mis hijos no los hayan visto! Jamás olvidaré su mirada perdida, ni el sentimiento de culpa que me atenazaba.

Detenerse en un bar de carretera era entrar en un museo de carteles de toros, de las primeras "máquinas tragaperras" sonoras, con enormes manivelas, sencillas en su uso. No las sofisticadas e inescrutables máquinas de hoy. Había más futbolines. ¡Mamá, 25 pesetas! Y expositores planos con casetes y un candado. Chistes de Arévalo, canciones de Mari Trini. Me gustaba mirarlo todo.

Y no es que lo eche de menos. Discutir quién se levanta para cambiar de canal (al otro canal), ver programas como "La Clave" o "Informe Semanal"; los fines de semana acababan tarde, con el himno de España y la bandera. Luego, durante toda la noche, la carta de ajuste. Eran tiempos de Spectrum, de gruesas botellas de Coca-Cola (no había latas; tampoco tetrabrick), de máquinas de escribir, con tinta en color negro y rojo y relojes "Casio" con calculadora. Recuerdo los enormes bolígrafos con siete colores, los Geyperman, los Exin Castillos, aquélla chica de clase que tenía el pelo sedoso y rubio.

Cualquier tiempo pasado fue... ayer.

¿Cómo se llamaba aquélla muchacha?

Antonio Carrillo

viernes, 4 de octubre de 2013

Pratchett





Cuando llega a tu vida, algo cambia. Es como si se abriera una ventana a una luz nueva, más nítida.

Es ¿cómo decirlo? una alternativa al tedio de la realidad inmutable e igual para todos. Es una irreverente patada al convencionalismo. Un esperpento lógico que te devuelve a la infancia, a la inocencia.

Terry Pratchett es una travesura feliz que nos regala el don de la risa.

Pero es más.

Mucho más. Es una filosofía existencialista que tiene, por primer motor, el sentido del humor:


"Todo lo que experimenta una persona sí pasa delante de sus ojos antes de morir.

Este proceso se llama 'Vida'."

 
Un humor inteligente nos golpea y reblandece todo atisbo de tedio. Es mordaz, incisivo y clarividente. A menudo nos aturde con frases ingeniosas y profundas. Breves palabras que calan como la lluvia y nos empapan de un relativismo sereno:


"A los Dioses les gusta que las personas trabajen mucho. Las personas que no están ocupadas constantemente pueden empezar a pensar".

 
Nada escapa a su intuición. La guerra, la muerte, el tiempo, los dioses o el poder. Todo se mezcla en un crisol que aliña con risa y escepticismo a partes iguales. Siempre te pilla desprevenido, el cabrón. De repente hay una frase, un instante, un soldado que descarga su angustia antes de la batalla que sabe perdida:

 
"- Hoy he estado hablando con gente que va a morir —dijo—. ¿Cómo creéis que me hace sentir eso? ¿Sabéis lo que se siente?

Los monjes lo miraron con caras perplejas.

—Esto... sí - dijo Qu.

—Lo sabemos —dijo Barredor—. Todo el mundo con quien hablamos va a morir. Todo el mundo con quien usted habla va a morir...

...Todo el mundo muere.”


Y con esta reflexión sencilla nos desarma; porque Pratchett es inmisericorde e irreverente:

"Las mascotas son siempre de gran ayuda en tiempos de estrés.
Y en tiempos de hambruna también, por supuesto".

 
Es el humor británico, el humor de Monthy Phyton.

El de Gerald Durrell.


El (extenso) universo literario de Terry Pratchett se fundamenta en una idea delirante: un gran disco que sostienen cuatro inmensos elefantes, que a su vez se apoyan en el caparazón de una gigantesca tortuga que navega por el espacio. En este su (nuestro) "mundodisco" hay brujas, políticos, religiosos, empresarios, aventureros o bibliotecarios. Hay vampiros y monjes, periodistas y zombis. Y magos. Son  treinta novelas.


Acabo de terminar la lectura del libro "Regimiento monstruoso". Lo recomiendo. No quería que acabara. Hoy comienzo "Cartas en el asunto". Ojalá dure.

Recuerdo las primeras páginas de "Guardias ¿guardias?" En ocasiones las releo, sólo para reír un rato. Recuerdo el final de "Dioses menores". La impresión que me causó. Creo que lloré.

Pratchett es un visionario que ha vendido 40 millones de libros. Pero aunque hubiese vendido cien. Da lo mismo.

Cuando llega a tu vida algo cambia. Y la gente en el autobús se te queda mirando con extrañeza. ¿De qué se estará riendo este tipo?

De todo.

De mí mismo, supongo.

Antonio Carrillo.

jueves, 3 de octubre de 2013

La verdad sobre las Voyager



Hace pocas semanas, tras publicar el artículo sobre Inteligencia Artificial, mi hermano Carlos González me propuso con sorna que respondiera a un reto: el de encontrar indicios de inteligencia, del tipo que fuese, en nuestro propio planeta.

Ello me hizo pensar. Si tuviese que elegir, ¿qué logro humano propondría como hito de nuestra especie? ¿Qué es lo más espectacular que hemos hecho?

Pensé en catedrales góticas, en sinfonías y en el habla. El lenguaje matemático, la técnica o las artes. De Altamira a la nanotecnología, los ejemplos se agolpan a miles. Es difícil elegir.

Entonces pensé en un sólo instante: la llegada del hombre a la Luna. Podía servir. Tras ese gesto hay un sinfín de logros, de avances científicos. Era la culminación de un largo viaje que comenzaba ¿con el jonio Tales y un eclipse? Seguramente antes, mucho antes; con la mirada asombrada de los primeros humanos, atónitos espectadores de las fases lunares, íntimamente ligadas con las cosechas y estaciones, con la concepción de la vida humana, con tantos misterios para los que no había respuesta.
 
El viaje... El hombre tiene en el tránsito, en la búsqueda, la manifestación más clara de su inteligencia. Somos animales curiosos, inquisitivos e inquietos. Si algo nos define es nuestro afán explorador; somos frenéticos buscadores de respuestas. Por consiguiente, pensé, si tuviese que elegir un logro humano me decantaría por un viaje. Por el más lejano de todos.

Por el asombroso logro de las sondas Voyager.

 


 
El viaje de las dos naves Voyager es asunto que me tiene fascinado desde niño. Ambas fueron lanzadas en 1977. Resulta curioso; a pesar de su nombre, la Voyager II inició su viaje 16 días antes y, sin embargo, la Voyager I se encuentra en la actualidad mucho más lejos. Ambas sondas debían explorar las zonas más recónditas del Sistema Solar y, en efecto, sólo la Voyager II ha llegado a los planetas más lejanos: Saturno y Urano. Ninguna otra nave ha llegado, estudiado y fotografiado a estos gigantes gaseosos y sus fascinantes satélites. Por eso lleva algo de retraso; se le pidió que echara un vistazo a estos dos astros. Y a fe que mereció la pena el desvío.

 

Las Voyager, idénticas ambas, pesan 815 kilos y disponen de una antena reflector Cassegrain de 3,7 metros. Todavía emiten señales gracias a su generador nuclear, y a diario transmiten información a la lejana Tierra. Le sorprenderá saber que almacenan datos en una cinta digital de apenas 500 megabytes. Posiblemente, con menos capacidad que su ordenador de casa. Al fin y al cabo, las viajeras portan tecnología de hace 40 años. Y, sin embargo, las Voyager están muy bien hechas, y han resuelto con absoluto éxito todos los retos a los que se han visto expuestas. Sus magníficos sistemas redundantes reflejan una época de excelencia en el diseño de la exploración espacial.

Estas dos ancianas nos han aportado una ingente cantidad de información sobre nuestro sistema. Han descubierto 21 nuevos satélites de los que no se tenían noticia, han encontrado anillos en planetas, mundos helados y otros volcánicos. Las Voyager son, a día de hoy, las principales embajadoras del género humano. Portan un disco de cobre recubierto de oro con mensajes y diversos datos sobre nosotros y nuestro planeta.


Gracias a ellas, dentro de miles de millones de años, cuando ya no estemos, vagará por el espacio un pálido reflejo de lo que fuimos: la música de Mozart o de Bach.

Las Voyager viajan muy, muy rápido. La Voyager I supera los 61.000 kilómetros por hora aunque, sin que se sepa muy bien el porqué, se está frenando muy lentamente. Es un misterio, de tantos.

Las sondas están equipadas con seis pares de propulsores (3 principales y 3 de reserva), pero éstos tiene como función principal mantener el control del movimiento. No es por el impulso de sus cohetes por lo que las Voyager son tan rápidas. La razón de su velocidad es lo que las convierten en la máxima expresión del ingenio humano.

Las Voyager se aceleraron solas, progresivamente, en un baile de precisión asombrosa con los planetas que visitaron. Para alguien como yo, incapaz de resolver una simple raíz cuadrada, las Voyager, su fascinante viaje, es casi un milagro.

Me explicaré. Las sondas se lanzaron en un momento muy especial, que sólo se da una vez cada 176 años; una rara alineación de los planetas permite que las naves se crucen en una trayectoria de encuentro con todos los astros, que las impulsan a una velocidad cada vez mayor. Es lo que se conoce como "asistencia gravitacional".




Imagine una enorme mesa de billar. La Voyager II (la bola blanca) abandona la Tierra siguiendo una trayectoria que le lleva a encontrarse con el gigante Júpiter, una bola naranja que se mueve por el tapete, el 9 de julio de 1979. Explora el enorme planeta gaseoso y sus satélites y, aprovechando el tirón gravitacional del gigante, sale acelerada en dirección a Saturno, una bola verde. Llega al planeta de los anillos el 25 de agosto de 1981. Los científicos deciden entonces variar la trayectoria de la nave, y provocan que su tránsito por Saturno la desvíe y acelere en dirección al lejano e inexplorado Urano. Llega a la bola azul pálido de nuestro inmensa mesa de billar el 24 de enero de 1986. Por vez primera tenemos imágenes de un planeta que navega por el espacio "tumbado" ¿Cuántos cálculos habrán sido necesarios para hacer posible este encuentro entre masas en movimiento? Las Leyes de Kepler o Newton, 400 años más tarde, hacen posible este milagro.


De nuevo un tirón gravitacional y un cambio en la trayectoria. La Voyager llega a Neptuno, una bola de color azul intenso, el 25 de agosto de 1989. Los responsables de la misión aprovechan para visitar Tritón, un extraño satélite con rotación retrógrada y géiseres de 8 kilómetros de altura. Un lugar fascinante y frío.

Es el final. La sonda Voyager II abandona el tapete de billar y se adentra en la oscuridad del espacio, lejos de casa. Su gemela, la Voyager I, le lleva ventaja; en 1990 recibe una orden desde la Tierra: debe girar su cámara y tomar una fotografía de lo que deja atrás. Es la primera imagen del Sistema Solar. La Tierra apenas se adivina como un pale blue dot, un punto azul pálido en expresión de Carl Sagan. Desde entonces, ambas sondas se alejan. Olvidadas.

 


 

Muy de vez en cuando las Voyager son noticia; pero ya sólo interesan a la comunidad científica y a los aficionados a la astronomía. La página web de la NASA aporta datos en tiempo real de la distancia a la que se encuentran, y desde hace unos meses nos informaban de un dato significativo: los sensores de la Voyager I perciben más radiación procedente del espacio profundo que del Sistema Solar.


Entonces, hace unas pocas semanas, estalla la noticia; las Voyager despiertan de un letargo de 23 años. Los periódicos españoles reflejan titulares espectaculares.

Y falsos.

El 14 de septiembre La Vanguardia afirma que "por primera vez en la historia de la humanidad, una sonda espacial abandonó nuestro sistema solar". El 19 de septiembre El Mundo se entusiasma: "después de una odisea de 36 años viajando por el espacio, la nave Voyager 1 ha logrado cruzar la frontera de nuestro Sistema Solar", y el 22 de septiembre el Diario ABC remata el despropósito: "la NASA anunciaba por fin oficialmente que, por primera vez en la historia de la exploración espacial, una nave humana había conseguido salir del Sistema Solar para adentrarse en el oscuro espacio interestelar".

Imagino a un joven leyendo la noticia. Me molesta la falta de rigor, la búsqueda del titular fácil, espectacular, vendedor. Se define del Sistema Solar sin tener la menor idea de lo que se habla. Porque lo cierto es que las Voyager acaban de iniciar su viaje a los confines de nuestro sistema.

Están apenas abandonando la estación.

De nuevo emplearé una analogía. Los astrónomos utilizan una unidad de medida para las grandes distancias en el espacio: la Unidad Astronómica (UA). La UA equivale a la distancia media entre la Tierra y el Sol; es decir,149.597.870.700 metros. Casi 150 millones de kilómetros.

Suponga que estoy sentado en una mesa de un lugar extraño. Aquí la UA equivale a 1 metro. En un extremo de la mesa una bombilla representa al Sol, y a un metro exacto nos encontramos nosotros. Júpiter, por ejemplo, se encuentra a 5 metros de la bombilla. Lo representa una silla algo alejada de la mesa. Neptuno, el planeta más lejano, se sitúa a 30 metros de la bombilla. Hemos tenido que salir de la habitación y clavar una baliza solar en el césped. Apenas se ve la luz de la bombilla.
 

A 50 metros de distancia encontramos una aglomeración de cuerpos helados que llamamos cinturón de Kluiper. Plutón o Eris son enormes planetoides (Eris es mayor que Plutón). Nos interesa este lugar, con más de 800 astros, tanto que hemos enviado una sonda a explorarlo. Dentro de dos años será (fugaz) noticia la nave "New Horizons", cuando el 15 de julio del 2015 se acerque a Plutón. Por el momento, ya ha enviado alguna información de interés y acaba de fotografiar el sistema Plutón/Caronte por vez primera. Pero esto no es noticia; aún no lo es.

¿Dónde se encuentran las Voyager? Muy lejos; a más de 126 metros de la bombilla. Cuando la Voyager nos envía un mensaje viaja a la velocidad de la luz, pero la comunicación tarda ¡14 horas! en llegar a la Tierra. Es un lugar extraño, en el que las radiaciones y las mareas de partículas procedentes del Sol apenas se perciben. Nos acercamos a una intemperie en la que escuchamos el sonido del cosmos. Llamamos heliopausa a esta frontera.


 
Observen estos dos gráficos. El primero representa a la Voyager 1 y el segundo a la 2. ¿Ven la diferencia? La 1 recibe mucha más radiación exterior (viento interestelar) que interior. El encuento frontal de estas dos mareas de partículas provoca la aparición de un "Arco de choque" en la parte frontal del sistema solar (algo así como un escudo)  y una especie de "cola de cometa" (heliocauda) en la posterior. Es un tema candente: los últimos descubrimientos son de hace menos de dos meses.


 

Parece claro: la Voyager 1 se encuentra fuera de la heliopausa. Pero, ¿dónde localizamos los límites del Sistema Solar?

Dentro de miles de años las Voyager llegarán a un lugar extraño. De repente, a unos dos kilómetros de la bombilla, comienzan a aparecer grandes cuerpos helados. Son más de cien billones de cometas; una nube inmensa, la nube de Oort, que rodea por completo el Sistema Solar. Su límite exterior marca el final del Sistema Solar, a 50 kilómetros de la bombilla.

 



Recuerde el dato: la Voyager I se encuentra hoy a 126 metros.

Pero entonces, ¿por qué se habla de "abandonar el Sistema Solar"?

Imagine el titular: "la sonda Voyager muestra indicios de que ha sobrepasado la heliopausa". Mejor aún: "los científicos esperan un cambio en la dirección del campo magnético para certificar que la Voyager ha superado la heliopausa". Imagino los bostezos. Es más fácil el titular explosivo, que vendé periódicos. Al fin y al cabo, ¿a quién le importa una nube de cometas que jamás veremos?

 

Y es una lástima. Porque de lo que hablo es de nuestro hogar. Lo que somos (y seremos) comienza con el conocimiento de nuestro entorno. Si se sabe explicar, el universo resulta fascinante ¿Saben qué sucede si algo desestabiliza la frágil estabilidad gravitatoria que mantiene la nube de Oort? Cientos de miles de cometas "caen" hacia el Sol, provocando una lluvia potencialmente peligrosa. El conocido como "bombardeo terminal", o algunas de las extinciones masivas producidas a lo largo de miles de millones de años, pueden tener su origen en tales y tan remotas regiones del Sistema Solar. También cabe la posibilidad de que la vida tenga mucho que ver con compuestos de la química orgánica resguardados en el interior de los cometas. Son especulaciones, cierto, pero fascinantes.


En todo caso, mucho más interesantes y ricas en matices que un puñado de titulares que buscan el interés inmediato y un olvido rápido. En este preciso momento, hemos detectado un objeto procedente de la nube de Oort, llamado 2010 WG9, que tiene fascinada a la comunidad científica. No esperen oír nada de él.
 

Sospecho que detrás de esta política informativa hay motivos crematísticos, incluso dentro de la comunidad científica. Hace pocos años corrió el rumor de que el proyecto "Voyager" se quedaba sin financiación. Sólo 10 personas trabajan en el control y estudio de la misión, y ¿saben cuánto tiempo pueden conectarse a las antenas terrestres para "conversar" con las Voyager? 38 segundos a la semana.

Las Voyager están amortizadas. Como estamos escasos de recursos, el dinero vuela hacia proyectos de investigación "de actualidad". Y si pueden aportar imágenes, tanto mejor.

Los científicos implicados en la misión Voyager intentan mantener viva la llama de la curiosidad. Unos titulares espectaculares pueden suponer millones de dólares en financiación privada del proyecto. No es mucho lo que necesitan: las Voyager suponen un gasto de 4 millones de dólares anuales.

Ajenas a todo esto, las sondas se alejan. Hay una página de la NASA que muestra la distancia en tiempo real. Viendo cómo transcurren los kilómetros, uno toma conciencia de la velocidad a la que viajan.


Rumbo a las estrellas.

 
Antonio Carrillo.