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viernes, 1 de marzo de 2024

Pidgin y puentes de palabras


En el transcurso de la historia, a menudo individuos sin una lengua en común se han visto en la obligación de convivir y comunicarse. En estos casos, en ocasiones se ha optado por inventar una lengua nueva, muy simple, que aúna los rasgos lexicales, fonéticos y morfológicos de dos o varias lenguas.

A este invento, fruto de la necesidad, lo denominamos pidgin.

Un desencadenante del pidgin puede ser el comercio. Los humanos, desde tiempos muy remotos, intercambiamos bienes, a veces con gentes lejanas que no hablan nuestro idioma. En estos casos se puede elegir unos sencillos códigos de conducta que posibiliten el intercambio. Cuando los fenicios comerciaban con las poblaciones del sur de España acordaron unas pautas durante la transacción que no implicaban un contacto directo. Los fenicios dejaban su mercancía en la playa y volvían a su barco. Después, los lugareños ponían a un lado una cantidad de plata, y también se marchaban. Los fenicios regresaban y, si estaban de acuerdo con la cantidad, se llevaban la plata. Si no, volvían al mar, hasta que la cantidad de plata ofertada se correspondiese al valor de la mercancía. En todo momento nadie tocaba los bienes, hasta que el intercambio finalizaba. Todo se basaba en la confianza mutua.

Es una manera muy simple y eficaz de hacer negocio, pero puede suceder que el trato precise de una comunicación más efectiva, o bien el contacto físico puede ser más cercano y habitual. En estos casos los negociadores necesitan de un idioma común, en el que puedan entenderse.

Una lengua que, como sucede con los pueblos nativos de las praderas de Norteamérica, puede no ser fonética. Los amerindios de las grandes llanuras se dividían en etnias con lenguas muy distintas. Para entenderse entre ellos y poder comerciar inventaron una lengua de signos que todos entendían.

Si hay una potencia dominante en la zona, se puede emplear su idioma como lengua de uso común. El griego clásico se expandió por el Mediterráneo gracias a las muchas colonias griegas, y posteriormente se propagó el latín. Hoy en día con el inglés puedes recorrer el mundo. Es bien sabido.

Pero a veces, como he dicho, se inventa una lengua nueva, un código simplificado que permite la comunicación efectiva. Un pidgin.

A finales de la Edad Media el comercio por el Mediterráneo volvió a florecer, con enclaves muy activos como Génova, Venecia, Constantinopla, Lisboa, Barcelona, Túnez o Mallorca. Los marineros de todas partes se encontraban en los puertos, intercambiaban información, relatos y mercancías. Y acabaron inventando un lenguaje propio, el idioma de las gentes de la mar. El sabir.

Daba igual de donde fueras; el sabir te permitía hablar a lo largo del Mediterráneo, con una mezcla de italiano, francés, español, árabe o portugués. El sabir o lingua franca se hablaba en Argelia, en Marsella o en Alejandría. Lo normal era que al encontrarse dos personas una preguntase “¿sabir…?”. Es decir, “¿sabes…?” “¿Conoces este idioma...?”.

En una época en la que comenzaban las grandes naciones a luchar por sus intereses, en la que la religión era causa de guerra, mercaderes de todo tipo y condición se hermanaron por medio de un lenguaje muy simple. Es curioso, pero Miguel de Cervantes, que estuvo preso en una cárcel de Argelia, hace mención al sabir en El Quijote, cuando menciona la existencia de una…

“lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos” 

Curiosamente era una lengua del pueblo llano, de marineros y mercaderes. Los oficiales de los barcos o los diplomáticos se negaban a utilizar una lengua que consideraban de segunda categoría. En sus elegantes camarotes se hablaba francés.

Por desgracia, finalmente las grandes naciones impusieron sus idiomas; aunque hubo que esperar al siglo XIX y la colonización del norte de África por ingleses, italianos, franceses o españoles. Las tropas de conquista que arribaron a Argelia llevaban un diccionario francés/sabir. En unos pocos decenios el sabir desapareció.

Otra fuente de pidgins fue la esclavitud. A buena parte del Caribe y Norteamérica arribaron esclavos procedentes de África, la mayoría de etnias muy distintas unas de otras. Los esclavos no podían comunicarse entre sí, y crearon lenguas nuevas, mezcla de sus lenguas de origen y el idioma de los terratenientes. Con el paso de las generaciones estas lenguas nuevas se fijaron, y se convirtieron en las lenguas maternas de los niños, olvidadas las originales.

Cuando una generación de niños aprende un pidgin como lengua materna esta pasa a denominarse lengua criolla.

Y, si me lo permiten, les compartiré una pequeña sorpresa, En el sur de filipinas, y en algunos enclaves de Malasia e Indonesia, se reza el Padre Nuestro de esta manera:

 

Nuestro Tata Quien talli na cielo,
Bendito el de Ustéd nombre.
Mandá vene con el de Ustéd reino;
Hacé el de Ustéd voluntad aquí na tierra,
igual como allí na cielo.
Dale con nosotros el pan para cada día.
Perdoná el de nuestro maná pecados,
como nosotros ta perdoná con aquellos
quien ya peca con nosotros.
No dejá que nosotros hay caé na tentación
sino librá con nosotros de mal

 

Es el chabacano, una lengua criolla que mezcla el español con otras leguas locales. Es la lengua que se habla en la preciosa ciudad de Zamboanga, un idioma hablado por 1,2 millones de personas. Aunque en franco declive.

La necesidad de encontrarnos siempre se abre camino. La comunicación es consustancial al hombre; un impulso irrefrenable a encontrarnos en y para los demás. Inventamos idiomas porque queremos entender y que nos entiendan. Los intérpretes, los traductores, construyen puentes de palabras por los que todos cruzamos. Son los embajadores del verbo y del adjetivo correcto, desde hace miles de años.

En estos tiempos que se adivinan oscuros, es uno de los oficios que aportan más luz.

Antonio Carrillo

jueves, 9 de febrero de 2023

Reedito Ética empresarial en 2012. El mundo de la traducción.



Este artículo lo publiqué en mayo de 2012. Y la realidad que describo no ha cambiado demasiado.
Por ello he decidido reeditarlo.


Permítanme la indiscreción: soy el gerente de la agencia de traducciones más antigua de Madrid, y en estos 62 años nuestra empresa ha vivido momentos mejores y peores, navegando, como todas, sobre los oleajes que provocan los ciclos económicos.

Lo que nos distingue de otras actividades es una figura peculiar, un profesional altamente cualificado, un artesano de la palabra que precisa de muchos años para formarse. Este es un negocio que no permite atajos. La principal herramienta de un traductor sigue siendo un cerebro moldeado por la experiencia, alertado por los errores cometidos en el pasado y despierto a la búsqueda provocada por un reto inesperado y que proviene de algo tan vivo como el idioma.

Ser traductor consiste en una búsqueda constante. Los traductores exploran territorios nuevos todos los días.

Pero, más allá de todo romanticismo, somos, en definitiva, una empresa. Y por consiguiente, nuestra finalidad última es obtener beneficios; ganar un dinero que nos permita seguir con la actividad que desarrollamos. En definitiva, pagar sueldos y alquileres. Y estamos inmersos en un mercado altamente competitivo, que nos exige un esfuerzo constante por ofrecer calidad al mejor precio.

Ahora bien, ¿cuánto vale el trabajo de un profesional de la traducción?

Cada vez menos.

En estos tiempos de tecnología, innovación e inmediatez, los valores intangibles de la experiencia han perdido fuelle. Nos hemos visto invadidos por virus corporativos muy agresivos que, ajenos a todo lo que no sea su Cuenta de Resultados, tergiversan los usos de una actividad para la que antaño se precisaba constancia, vocación y ciertas dotes de sabiduría. Es penoso ver cómo hemos perdido valores y, con ellos, dignidad. Si antes una minoría podía considerarse traductores, y una generación nueva aprendía con paciencia el oficio de los mayores, hoy casi cualquiera puede traducir. Basta con que rebajen su tarifa a niveles deshonrosos. Se convierten así en esclavos involuntarios de la codicia de unos cuantos empresarios que ni comprenden la esencia de este trabajo ni respetan la extrema dificultad que entraña el ejercicio de este oficio. Para ellos la traducción es un servicio empresarial más, una manera de ganar dinero. La pausa necesaria para volver al texto con una nueva mirada, la búsqueda de un giro idiomático que resuelva una encrucijada, la inmersión en una terminología técnica extremadamente difícil... son todos aspectos ajenos al ansia por obtener beneficios fácil y rápidamente. El traductor es, cada vez más, un personaje anónimo y prescindible, capaz de rellenar páginas de Word. Es un condenado a galeras, que con cada golpe de remo suma una palabra más al procesador de texto. Sabe que si protesta, si se levanta del sitio, alguien ocupará su lugar. La nave no se detiene jamás. Y el remero, oculto en sus entrañas, desconoce su rumbo. Tan solo boga, día tras día. Sin descanso. Por una limosna de pan y una escudilla de agua. Las palabras caen como granos de un reloj de arena, y las tapas de los diccionarios se pudren de salitre, desuso y sudor. No hay tiempo. La palabra, al poco, se convierte en enemigo. Es la alienación máxima. Se rema, se traduce, con los ojos vendados.

Más palabras. Más palabras. Y por menos.

Esta realidad, que puede sonar exagerada, no responde a un momento de crisis en la que debemos ajustar los precios. Durante 62 años hemos pasado por todo tipo de dificultades; pero lo que vivimos es distinto. Insisto en que es un problema de valores, de ética empresarial. Se están dando situaciones de franca explotación, aprovechando la penosa situación que atraviesan muchos profesionales, especialmente los más jóvenes. Se realizan trabajos sin cobrar por ellos, con la burda justificación por parte de la empresa de que se trataba de una prueba. Se organizan cursos de traducción en los que los alumnos realizan trabajos que se facturan al cliente. Se contratan equipos de becarios por seis meses, sin pagarles nada, y exigiéndoles que realicen traducciones que, una vez más, se facturan como trabajos realizados por profesionales. El mercado se ve alterado por estas prácticas innobles, y lo peor es que las agencias serias, al no poder competir, no pueden incorporar traductores jóvenes para así poder formarlos.

La posibilidad de aprender el oficio, de revisar, consultar y corregir, no tiene cabida en esta carrera ciega hacia el abismo en la que estamos inmersos. No se aprende a traducir en una facultad, como no basta leer mil libros para convertirse en médico. La experiencia, palpar un abdomen, emitir un diagnóstico y equivocarse cien veces, aprender de ello, lo es todo.

Esta realidad tan penosa y preocupante a nadie escandaliza. En otras actividades se vivirán situaciones parecidas, se me dirá. Pero hay una faceta en la traducción que pasa desapercibida, y que a todos nos atañe.

Hay organismos públicos, como Direcciones Provinciales de la Seguridad Social, que pagan las traducciones de los expedientes a 0,02 euros la palabra. Es decir, documentos que versan sobre cuestiones fundamentales como jubilaciones, prestaciones por accidentes o pensiones se pagan a un precio imposible. Si la agencia cobra 2 céntimos de euro la palabra ¿cuánto cobra el traductor? ¿1 céntimo? Y este precio se aplica a traducciones inversas al ruso, griego o noruego. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se admite una propuesta económica en una licitación pública a un precio manifiestamente temerario? Estos precios están en algunos casos un 500% por debajo del precio de mercado ¿Por qué no ha prosperado ninguna de las reclamaciones que he interpuesto ante las mesas de contratación? Y lo que es más importante ¿quién está traduciendo estos expedientes a ese precio? No un traductor. Eso seguro.

Pero la realidad es aun peor: la interpretación en sede judicial está en manos de dudosa capacitación, y a unos precios irrisorios. Se han dado casos, documentados por los propios magistrados, en los que los supuestos intérpretes desconocían el idioma objeto de interpretación, o no sabían expresarse en castellano. ¿Qué ha sucedido con las quejas elevadas por miembros de la magistratura ante el Consejo General del Poder Judicial? ¿Por qué no ha trascendido un escándalo tan mayúsculo?

En un Estado de Derecho la salvaguarda de Derechos Fundamentales es un pilar central sobre el que se asienta la existencia misma de la democracia. El derecho a un juicio justo, y con plenas garantías constitucionales, es algo que nos atañe a todos los ciudadanos. Si miramos a otro lado, corremos simplemente el riesgo de ser los siguientes, y nos convertimos en cómplices. El escándalo de una interpretación inadecuada en los procedimientos penales afecta a personas marginales, fundamentalmente a extranjeros indocumentados, y por tanto no es noticia. Un jugador se lesiona el menisco, una famosilla se encama con un torero o un cantante aparece muerto por una sobredosis y la noticia es de dominio público. Pero en España todos los días se celebran juicios en los que el derecho a una defensa digna se ve presuntamente vulnerado, y no pasa nada.

Realmente, algo no funciona. Algo está pasando en el orden de los valores.

Me preocupa especialmente que el periodismo esté sufriendo también los embates de la crisis, y que la salud democrática se vea afectada por intereses empresariales de grandes emporios de comunicación aquejados por un descenso de los ingresos publicitarios. Una prensa con dificultades económicas es vulnerable a la presión política, a que se dirija su línea editorial. Y esto importa realmente porque los ojos de los periodistas son los nuestros. Están donde se produce la noticia por nosotros, para contarnos lo que sucede. ¿Acaso no lo sabemos todo?

Insisto una vez más, es un problema de valores. Estamos permitiendo que el miedo socave nuestra fortaleza moral, nuestra dignidad y los avances en derechos y libertades ganados con tanto esfuerzo durante años. Al albur de la crisis económica, florecen prácticas empresariales insoportables que a todos nos afectan. La pregunta es: ¿seremos los siguientes? ¿No vamos a alzar la voz mientras no nos afecte?

Seré claro: ya nos afecta. Porque el abuso laboral sobre una generación de jóvenes es asunto que a todos nos concierne, porque lo que suceda en un juzgado, sea o no extranjero el acusado, a todos nos atañe en lo más íntimo. Porque necesitamos una prensa libre y un marco legal que nos proteja frente a los abusos provenientes del miedo.



Estamos perdiendo la batalla contra el desaliento. Y les estamos robando a nuestros propios hijos brotes de libertad que tardaron muchos años en arraigar. Es un problema de perspectiva. Creo que deberíamos detenernos un momento, dejar de remar.

Y preguntarnos adónde vamos.

Porque yo, al menos, no lo tengo nada claro.

Antonio Carrillo.

jueves, 26 de marzo de 2020

Créativité et humour : un baromètre et un gardien de but.

Traducteur: Valérie Guilbert





Niels Bohr était un des grands physiciens du XXe siècle ; probablement, le
penseur le plus profond. Il aimait le football. Son frère Harald remporta même
une médaille d’argent aux Jeux olympiques de 1908. Niels quant à lui jouait à
la position de gardien de but, pas mauvais d’ailleurs.

Mais il avait certaines « lacunes » qui inquiétaient les supporters de son
équipe, tout comme ses propres coéquipiers.

On raconte que dans un match contre une équipe allemande, complètement dominé par l’équipe de Niels, le ballon roulait en direction du but danois. Niels ne s’en était pas
aperçu : il était trop occupé à noter quelque chose sur un des poteaux, tout à
fait étranger au match. Le public placé derrière le but, toujours attentif à
ses excentricités, commença à crier vers lui. Finalement, au dernier moment, Niels
revint à la réalité et arrêta le ballon.

Il s’excusa plus tard dans les vestiaires, tout honteux. Il expliqua qu’une formule
mathématique très intéressante lui était soudainement venue à l’esprit et qu’il
n’avait pas pu s’empêcher de noter la démonstration en oubliant complètement qu’il
disputait un match.

Niels est connu pour ses nombreux mérites scientifiques. Il a créé le laboratoire le plus
important du monde et ses contributions lui ont valu être lauréat du Prix
Nobel. C’était une personne simple et aimable, qui avait en plus le sens de
l’humour.


Alors qu’il était encore un jeune étudiant anonyme, Niels eut à répondre à la
question : « Comment mesureriez-vous la hauteur d’un building à
l’aide d’un baromètre ? ». Sa réponse fut la suivante : « On attache une corde bien longue au
baromètre et on la fait glisser du haut du building jusqu’au sol. Quand le
baromètre touche le sol, on mesure la longueur de la corde et celle du
baromètre et la somme des deux nous donnera la hauteur du building ».

Le professeur s’est senti avoir été déjoué par la réponse (non sans raison) et mit un zéro à Niels. Celui-ci protesta en alléguant que sa proposition était tout à fait logique. Un jury
établit que même si la réponse de Niels était juste au niveau de la forme, celui-ci
n’avait pas démontré avoir un minimum de connaissances en sciences physiques. Il
fut décidé de le convoquer à nouveau et 6 minutes lui furent accordées pour
répondre à la question.

Au bout de 5 minutes, Niels demeurait absent, silencieux. Un professeur, qui commençait à s’énerver, le somma de répondre quelque chose. L’étudiant est alors sorti de ses pensées
et s’est excusé : il avait un problème car il avait plusieurs solutions mais ne
savait pas laquelle donner.

« On peut tout d’abord placer le baromètre à la hauteur du toit du building. On le laisse tomber et on mesure le temps qu’il met à arriver sur le sol. La hauteur du building peut alors être
calculée à l’aide de la formule H=0.5gt2, mais on peut dire au
revoir à notre baromètre !

Ou alors, s’il y a du soleil, on peut mesurer la hauteur du baromètre, puis le placer à la verticale et mesurer la longueur de l’ombre. On peut ensuite mesurer la longueur de l’ombre du building
et à partir de là, ce n’est plus qu’une question de règle de proportionnalité pour
calculer la hauteur du building.

Mais si on veut rester très
scientifique, on peut attacher un petit bout de corde au baromètre et le faire
balancer comme un pendule, d’abord au niveau du sol puis au niveau du toit du
building. La hauteur correspondra à la différence des périodes d’oscillation obtenues
par la formule T=2p(l/g)1/2.

Ou si le building est doté d’un escalier de secours extérieur, le plus facile serait de monter les marches avec le baromètre, de faire des marques successives correspondant à la hauteur du baromètre et d’additionner toutes les longueurs de baromètres.

Bien entendu, si on veut être plus sérieux et plus conventionnel, on peut utiliser le baromètre pour mesurer la pression de l’air sur le toit du building et au sol, puis convertir en mètres la
différence obtenue en millibars pour connaître la hauteur du building.

Mais comme on nous encourage constamment à exercer l’indépendance mentale et à appliquer des méthodes scientifiques, la meilleure façon serait sans aucun doute de frapper à la porte du concierge et de lui dire : « je vous offre un beau baromètre tout neuf si vous me
dites la hauteur de ce building ».

Vous pourrez trouver cette anecdote, et bien d’autres, dans le livre Eurekas y
euforias de Walter Gratzer (traduction de Javier García Sanz), éditions Crítica, collection Drakontos.


Antonio Carrillo

Creativity and humour: barometer and goalkeeper.


Translator: Gordon Burt


Niels Bohr was one of the great physicists of the twentieth century; perhaps the most profound thinker. And he liked football. His brother Harald won a silver medal at the 1908 Olympic Games. Niels played goalkeeper, not too badly.

However, he had certain "shortcomings" which worried his teams supporters; and his very teammates.

It is said that in a game against a German team, dominated completely by Niels’ side, the ball rolled toward the Danish goal. Niels had not noticed: hewas absorbed, making note of something on one of the posts, unaware. The public behind the goal, always alert to his eccentricities, started to shout. At the very last moment, Niels returned to reality and stopped the ball.

Later, embarrassed, he apologised in the changing rooms, explaining that a very interesting mathematical formulation had come to mind and he was unable to overcome the compulsion to write the verification down, forgetting about the game.

Niels has gone down in history thanks to his many merits. He set up the world’s most important laboratory, his contributions won him the Nobel prize and, as a person, he was simple and friendly. As well, he had a sense of humour.

When a young, unknown student, Niels was asked, "How would you measure the height of a skyscraper using a barometer?" He replied, «tie a long string to the barometer and hang from the top of the building. When it reaches the ground, measure the string and the barometer, and the figure is the height of the building».

Understandably, the teacher felt that the response made fun of him, and he failed Niels. The student protested, arguing that his proposal was completely logical. A board found that, while the answer was formally correct, it did not demonstrate even minimum understanding of physical science, and decided to summon him and give him 6 minutes to see if he had the correct response.

After 5 of the 6 minutes, Niels seemed to be absent, silent. A teacher, by now nervous, called on him to say something. The student emerged from his engrossment and apologised: the problem was that he had several answers and did not know which to choose.

"In the first place, the barometer could be taken to the top of the skyscraper and dropp
ed over the side, measuring the time it takes to reach the ground. The height of the building could then be calculated using the formula H=0.5gt2. But it would be the end of the barometer!

Or if the sun is shining, the height of the barometer could be measured, then standing it on its end and measuring the length of the shadow. Measure the length of the skyscraper’s shadow and it is then a simple question of proportional arithmetic to calculate the skyscraper’s height.

But, if one wished to be very scientific, a short length of cord could be attached to the barometer, allowing it to swing like a pendulum, first at ground level and then on the top of the skyscraper, calculating the height by the difference in the gravitational restoring force T=2π(l/g)1/2.

Or if there is an outside emergency staircase on the skyscraper, it would be easier to go up, mark the height of the skyscraper in barometer lengths, and then add them up.

Of course, if you simply want to be tedious and orthodox, the barometer could be used to measure the air pressure at the top of the skyscraper and on the ground, converting the difference in millibars to metres to find out how high the building is.

However, as we are continuously urged to display mental independence and apply scientific methods, no doubt the best procedure would be to knock on the caretaker’s door and say, «if you’d like a nice new barometer, I’ll give you this one if you’ll tell me the height of this skyscraper»".

This and many more anecdotes can be found in the book "Eurekas and Euphorias" by Walter Gratzer (translated by Javier García Sanz), Ed. Crítica, Drakontos collection.

Antonio Carrillo

miércoles, 27 de abril de 2011

El mejor traductor, 3: la traducción literal Vs. la literaria.


Interpretación de "las manos" de Escher por Myriam Mahiques



Un traductor no se limita a trasladar un texto de un idioma a otro. Una palabra puede tener distintos significados, o pueden elegirse distintas palabras para expresar lo mismo; es el contexto y la intención que se le  intuye al autor lo que nos encauza hacia unas palabras y no otras.

Un programa informático de traducción, por avanzado que sea, siempre tendrá problemas para identificar el contexto, la intención, lo que se intuye; una base de datos nunca podrá abarcar la totalidad de lo que se quiere expresar, se aturullará con el humor, con los juegos de palabras, con la emoción. En su famoso ensayo "La nueva mente del emperador", el profesor Roger Penrose dejó establecido que la inteligencia artificial es una quimera irrealizable. Es algo con lo que yo estoy de acuerdo. Construir una máquina consciente y pensante implica entender y aprehender cómo funciona el órgano más complejo que jamás haya existido: el cerebro humano. Y eso es algo, por el momento, fuera de nuestro alcance. No se engañe: los neurólogos y los psiquiatras están abrumados por lo difícil que resulta su tarea. Por cada respuesta fiable que encuentran, les surgen diez preguntas nuevas.

El traductor, por tanto, debe atesorar un buen conocimiento de la cultura del texto de origen para así poder adentrarse en el metalenguaje, en las oscuras oquedades del significado. Por ello la traducción literal resulta empobrecedora: porque al santificar el significante se pierde toda la riqueza del significado. E incluso, desde el punto de vista meramente formal, las traducciones son erróneas. Un texto en castellano atestado de formas pasivas está gramaticalmente mal, por mucho que se haya trasladado la literalidad del texto francés. Hay una exigencia ineludible de adaptar el idioma de origen a las formas y reglas del idioma de destino, sin que se pierda la esencia creadora que inspira el texto original.

¿Que no es fácil? Por eso no existe una computadora capaz de hacerlo.

En ocasiones, el traductor se detiene en su trabajo y necesita que le venga la respuesta. Es una espera difícil de explicar; sabe que tiene la clave, pero necesita de un instante de inspiración para encontrarla. ¿Cómo podríamos programar en un software la intuición, la pausa? ¿Cómo podríamos insertar en lenguaje informático la necesidad de salir a la calle, de distraer el cerebro en cosas aparentemente inconexas con el trabajo de traducción, de aprovechar el bagaje de una vida no sólo profesional sino, por encima de todo, personal, para hacernos mejores traductores con los años?

Bertrand Russell decía que tenía la certeza de que una formulación matemática era correcta antes de hacer la comprobación ¿Cómo lo sabía? Por su belleza. Había una sensación de plenitud y de coherencia interna de la que se embebía la fórmula. Y esa certeza le llegaba al instante. Todos hemos sentido lo que Henri Bergson llamaba "aliento vital" o Abraham Maslow " instantes de flujo": una experiencia brevísima en la que el tiempo se detiene y se alcanza una sensación reconfortante de plenitud y paz. En la traducción sucede: ésa, y no otra, era la palabra, la frase que el texto requería. La he encontrado porque soy traductor, porque tengo como oficio el encontrar maneras de darle nueva vida a lo que ya está vivo.

Soy un buscador de tesoros maravillosos: de palabras.

Y, sin embargo, el traductor no crea la obra. El texto, literario, comercial, técnico o jurídico, sólo tiene un autor. Un traductor puede sentir la necesidad de "mejorar" el texto tal y como le llega. Pero, al igual que un corrector de estilo apenas afina la melodía de manera que sea formalmente correcta, un traductor intenta transponer las intenciones del autor de manera que sea comprensible para su propia cultura. Se convierte así en la voz del autor, cierto, pero no es el autor. Tiene el encargo de llegar a conocer las intenciones de quien creó la obra, desentrañar los riesgos que ha asumido, las sensaciones que asoman, la sutil descripción de un lugar o un personaje... pero hablamos de un universo simbólico ya creado.

La traducción literal es peligrosa. La traducción libremente literaria lo es también. Encontrar el justo medio, la medida de lo que el texto requiere, es una tarea que el buen traductor debe asumir como condición inexcusable.

Antonio Carrillo Tundidor

viernes, 15 de abril de 2011

El mejor traductor 2. Los peligros del bilingüismo.




El bilingüismo real es un fenómeno excepcional, que suele tener su fundamento en la existencia de dos progenitores con distinto idioma materno, o en el fenómeno del equilingüismo: la existencia de una región en la que se hablan indistintamente dos idiomas.

Una persona que ha aprendido un segundo idioma en una edad más adulta puede adquirir un dominio fabuloso de otra lengua, pero raramente será bilingüe. Siempre tendrá un idioma de referencia, en el que escribe, fantasea o sueña. Conocer en profundidad un idioma no implica asimilarlo a tu idioma materno. El idioma de la madre se aprende desde dentro del útero; se nace con una predisposición genética y ambiental a un tono, ritmo, fuerza y velocidad. Por eso los recién nacidos alemanes lloran de distinta manera que los franceses o japoneses. El idioma materno se aprehende con nanas y canciones, mientras se bebe la leche de la madre. Escuchando.

Una persona bilingüe no es traductor per se. Sin duda cuenta con un bagaje extremadamente valioso si quiere acabar siéndolo; pero cometería un error de bulto si lo confiara todo al dominio de ambos idiomas. Principalmente, porque el bilingüismo lleva implícito un inconveniente grave: la persona realmente bilingüe no suele ser consciente del idioma en el que habla. Están hasta tal punto imbricados los idiomas en su psique que su consciente no establece una distinción entre ambos.

El oficio de traducir consiste en “expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra” (RAE). En la Oficina de Interpretación de Lenguas, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo expresan de una manera bastante didáctica: “procura traducir un texto de tal manera que, si en el futuro tu trabajo se volviera a traducir al idioma original, el resultado fuese lo más similar posible”. Este aspecto es el más complicado en el mundo de la traducción, puesto que el idioma es reflejo de una cultura, de una manera de entender y expresar la realidad que, a menudo, difiere enormemente entre distintas lenguas.

En castellano distinguimos entre “ser” y “estar”; el primero hace referencia a la esencia del sujeto, lo identifica, mientras que “estar” define su estado, actual o permanente. La filosofía alemana ha profundizado en esta cuestión con obras como “Ser y Tiempo” de Heidegger; la francesa tiene en Sartre su máximo exponente de la corriente Existencialista (con su obra “El Ser y la Nada”), que trata de demostrar que “la existencia precede a la esencia”. En español la distinción entre “ser” y “existir” forma parte del inconsciente adquirido; la cuestión ontológica que plantea el “ser” la tenemos resuelta, en gran manera, gracias a nuestra lengua.

Sin embargo, la preocupación por el “ser” ha llevado a la lengua alemana a procurar definir los estados del ente (con palabras como el “dasein” de Heiddeger) y el problema de la alienación. Finalmente, Heiddeger llegó a decir que “el problema de la filosofía no es la verdad, sino el lenguaje”.

Una persona verdaderamente bilingüe en alemán y español se enfrenta entonces a un problema: tiene dos percepciones del “ser” muy distintas. Ortega y Gasset lo expresó con gran acierto: “quien domina absolutamente otro idioma, lo que adquiere es otra alma”. Esto es cierto, pero: ¿Cuál de las dos almas predominará a la hora de traducir? ¿Es posible que se dé un estado totalmente ambivalente, en el que se puede dominar el tránsito de una estructura de pensamiento germánica a otra mediterránea, y viceversa, sin que haya momentos de confusión?

Esto es extremadamente difícil. Las personas “fijamos” un idioma porque precisamente el idioma que en que hablamos y pensamos (y soñamos) nos define. Lo otro puede resultar esquizofrénico. Tenemos una necesidad ancestral por definirnos, por sentirnos parte de un grupo que comparte un mismo arquetipo simbólico. Somos íntima y ontológicamente gregarios. Un traductor lo que hace es trasladar un texto a su idioma materno, que es el que realmente domina. El resultado final le pertenece porque le pertenece a su clan, a sus iguales. Realiza un gran esfuerzo por interpretar la intenciones de una cultura que no es la suya pero que conoce bien, de manera que pueda compartir esta visión con su comunidad, haciéndola comprensible para los suyos.

Pero hay una dualidad. La traducción se sustenta en esta paradoja. El traductor tiene que conocer la cultura desde la que traduce, pero su labor fundamental es hacer el texto comprensible para su propia cultura. Siempre hay una leve labor de transformación, de acomodo. Por esto la traducción es un oficio, que se aprende tras muchos años de práctica.

Una persona bilingüe no es traductora. Para serlo tiene que trabajar duramente durante años. Tiene que ganárselo, como el resto.


Antonio carrillo Tundidor

domingo, 3 de abril de 2011

El mejor traductor 1: "Conscientemente competente"

http://www.tradux.es/

Un traductor no deja de aprender nunca.


La variedad de temas y un cambio siempre frenético en el desarrollo tecnológico le obligan a una consulta permanente. El traductor nunca puede estar confiado: todos los días surgen retos nuevos, una palabra que no conocía, un giro que no está seguro de cómo traducir. Traductores con 40 años de experiencia me han transmitido su inseguridad, la necesidad que tienen de confirmar un término en el diccionario. Siempre son los mejores los que dudan.


Un traductor acomodado y seguro de su infalibilidad es un mal traductor. Para explicarlo, utilizaremos una vieja herramienta de la psicología industrial: la "teoría del conscientemente competente".


Todos pasamos por distintas fases:


  • 1. "Inconscientemente incompetente". Desconozco si existen naves extraterrestres, y, por tanto, soy inconsciente de su existencia y, lógicamente, incompetente para pilotarlas.


  • 2. "Conscientemente incompetente". Sí soy consciente de la existencia de helicópteros, y tengo la completa seguridad de que no soy capaz de pilotarlos. Soy conscientemente incompetente.


  • 3. "Conscientemente competente". Cuando aprobé el examen de conducir, respetaba escrupulosamente los límites de velocidad, los pasos de cebra y el resto de las indicaciones; era consciente en todo momento de lo que hacía, poniendo todos mis sentidos en la conducción. Cumpliendo las normas.


  • 4. "Inconscientemente competente". Después de 22 años, a menudo conduzco sin ser consciente de lo que hago, distraído, pensando en otras cosas. Son muchos años haciendo lo mismo, y tengo ritualizados gestos y manías. Me considero un conductor experimentado, competente, seguro de mí mismo, con cientos de miles de kilómetros recorridos. Pero mi conducta en la conducción es inconsciente, intuitiva.


La mayoría de los accidentes tienen que ver con esta cuarta fase. Exceso de velocidad, adelantamientos indebidos, distracciones al volante... son resultado de un exceso de relajación.


Con los años los traductores ganan confianza, experiencia, se sienten más seguros; pero normalmente las traducciones son diferentes, son distintos temas, otros clientes y destinatarios. Una actitud inconscientemente competente es arriesgada, y conduce al error antes o después. Los traductores trabajan para ganarse la vida, y a menudo sufren la presión de unas fechas de entrega cortísimas. Se comprometen a realizar un elevado número de palabras gracias a una experiencia acumulada durante años, que les permite traducir más deprisa. Pero, al igual que sucede con la conducción, la prisa conlleva riesgos.


Todo traductor debe partir de la base de que no es posible dominar todos los temas, de que la consulta a diccionarios o internet es un requisito imprescindible y, por supuesto, debe reservar un tiempo a la revisión de su trabajo. Toda traducción esconde una trampa, y conviene estar atentos.


Pondré un ejemplo sencillo: es preciso traducir del inglés el expediente pericial del accidente sufrido por un buque en la maniobra de atraque. Hubo daños en el propio buque y en la carga. El traductor se enfrenta a un léxico jurídico y mercantil muy técnico, con palabras como "fletamento", "conocimiento de embarque", "incoterms", etc.


Como no es su especialidad, el traductor procura documentarse sobre lo que significa unas "condiciones FOB" o el que se emita el "ETA", y le dedica mucho tiempo; pero en la traducción pasa de largo por un término en apariencia sencillo y menor: "pilot". Lo traduce como "piloto" o, en su caso, como timonel.


En realidad, en derecho marítimo la palabra "pilot" significa "práctico"; es decir, define al profesional encargado de dirigir la maniobra de atraque dentro del puerto. Es un experto que el propio puerto designa para, con el permiso expreso del capitán, dar las órdenes pertinentes que aseguren una navegación en puerto segura. Dirige, en definitiva, toda la maniobra hasta el amarre.


Hay una cuestión de técnica jurídica que el traductor no está obligado a conocer, pero que tiene relevancia en este caso. El práctico da las órdenes durante la maniobra de aproximación y atraque del buque, y por tanto lo más probable es que el accidente se deba a una negligencia suya. Pero no forma parte de la tripulación, no es el timonel, como en principio se tradujo y, por tanto, el capitán y su armador quedarían exonerados de responsabilidad por lo acontecido.


En realidad, esto no es así. El capitán siempre es el responsable de lo que sucede. El práctico, a efectos de responsabilidad, sólo asesora. El fletador o el propietario del casco deberán actuar entonces contra el capitán y su armador. Posteriormente, éstos podrán repetir contra el práctico por una actuación negligente.


Todo este entramado jurídico de responsabilidades e indemnizaciones dependen, entonces, de como se traduzca la palabra "pilot".


En la siguiente traducción habrá peces cuya denominación dependa del país al que van destinados, o incluso del caladero del que se han extraído; en otra, las formas societarias no tendrán una correspondencia clara entre distintos ordenamientos jurídicos, o habrá una patente de una técnica novedosa repleta de términos intraducibles. En definitiva, el traductor se verá siempre desbordado por múltiples señales de tráfico a las que deberá estar atento; y si se vuelve confiado, inconscientemente competente, caerá en la trampa.




Antonio Carrillo Tundidor

martes, 15 de febrero de 2011

Curiosidades del lenguaje: falsos equívocos y etimología popular





Falsos equívocos y etimología popular


Son muchos los que creen que la palabra "Yucatán" significa "no te entiendo", y que su uso se debió a un divertido equívoco entre los españoles y los pobladores indígenas. Pero, por desgracia, la realidad es más prosaica; según algunos autores la palabra procede del maya "Yokot´an", que significa "gente que habla yoko". Otros lingüistas mayas afirman que la palabra realmente significa "El que quiere hablar". No es un caso único, también circulan leyendas urbanas sobre palabras como "Canguro".

Sin embargo, podemos presentar ejemplos ciertos de palabras cuyo uso proviene de una mala interpretación o simplemente tienen un origen peculiar. Algunas están aceptadas por la RAE; otras no. Se denomina "etimología popular" o "paretología" a la "Interpretación espontánea que se da vulgarmente a una palabra relacionándola con otra de distinto origen" (RAE). Los ejemplos son casi inagotables:




  TORPE  Si le denominan torpe le están echando en cara su lentitud, su poca gracia. Sin embargo, en realidad, si somos justos con su etimología, lo que en realidad le están llamando es feo, o incluso inmoral, puesto que la palabra torpe procede del latín turpis, que significa feo o deshonroso. ¿Cómo llegó a significar lento? Seguramente la clave esté en el verbo torpeo, que significaba estar inmóvil, y al que se parece bastante. El pez torpedo debe su nombre no a su velocidad, sino a que es capaz de paralizar a sus víctimas con una descarga eléctrica; (los romanos, conocedores de sus cualidades, los utilizaban para la cura del reuma).  

  EXPLOTAR  El verbo explotar suena parecido a explosión, y por ello se utilizó para definir la acción de hacer explosión. Sin embargo, hasta fechas recientes la RAE indicaba que su uso representaba un barbarismo, pues el significado original y primero de explotar es sacar provecho de alguien o extraer de una fuente sus recursos, lo cual nada tiene que ver con un estallido. Posteriormente se ha propuesto el uso alternativo del verbo explosionar, sobre todo en conjunciones transitivas con el significado de hacer que algo estalle, como sería el caso de las explosiones controladas. En todo caso, el tema resulta controvertido.

  CANAPÉ – La etimología en ocasiones nos adentra en viajes largos como en este caso, pues la palabra “canapé” proviene de “mosquito”. “Mosquito” en griego se decía “kónops”, de donde se deriva “Konopéion”: pabellón de cama o “mosquitera”. La palabra llegó al latín como “conope(um)”, de donde procede el “canapé” o sofá francés. ¿Qué relación guarda todo esto con el pequeño aperitivo a que estamos acostumbrados? Simplemente, es una comparación entre el sofá, que soporta el cuerpo, y el pan, que soporta una porción de comida. Si busca canapé en el diccionario, incluirá la acepción de sofá. 

  INHUMAR - "Inhumar" un cadáver puede llamar a confusión, puesto que se puede creer que procede de la palabra humo, y, por tanto, que su significado sea la quema de un  cuerpo; pero esta palabra no procede de "humo", sino de "humus", tierra en latín. Además, puede provocar equívoco el que, en efecto, se proceda a inhumar las cenizas, práctica bastante habitual. En todo caso, el acto de quemar un cadáver se denomina cremación, aunque preferimos el término incineración, al que remite la RAE.

  CLINICA  Si acudo a una clínica lo más probable es que vaya a someterme a una asistencia ambulatoria, que no precisará de un internamiento. Así sucede con las clínicas dentales o las clínicas oftalmológicas. En general, parece que las clínicas tienen menos entidad que los centros hospitalarios. Y, sin embargo, resulta curioso profundizar en su etimología. La palabra clínica procede del griego kliné”, que significa cama. La característica de una clínica, según su etimología, es la presencia de camas, y por tanto la posibilidad de estar internado bajo vigilancia médica.  

  VAGABUNDO  Podría parecer que su etimología es clara: los que vagan por el mundo.  De hecho, no es raro escuchar la palabra "vagamundo", inexistente. En realidad, el sufijo bundus latino se utilizaba para dar mayor énfasis a la palabra (como en meditabundo, por ejemplo)

  MOCHILA – La palabra procede del vasco “motxil”: recadero. Hasta aquí, podría ser razonable. Pero es que “motxil” deriva a su vez de “motz”, que significa “rapado. Y es que a los jóvenes, por aquello de los piojos, se acostumbraba a raparles el pelo. Este ejemplo, y otros muchos, se encuentran en el Diccionario de Origen de las palabras de Espasa

  CERROJO - Antiguamente, las puertas se cerraban con "verrojo" (de "veru": cierre). Pero con el tiempo, ya que su función era cerrar, "verrojo" pasó a ser "cerrojo".

  AZAFATA -  Procede de azafate (bandeja) que a su vez procede de sáfat, palabra árabe que significaba cestillo en el que las doncellas depositan los perfumes y demás objetos que las señoras necesitan tener a mano tanto al amanecer como al anochecer. Hoy en día las azafatas (o azafatos) prefieren la denominación Tripulantes de Cabina de Pasajeros o T.C.P.; y su función y responsabilidad sobrepasa, con mucho, la de atender las necesidades del pasaje.

  SINCERO  como sucede a menudo, hay varias versiones sobre el origen de la palabra. Algunos autores defiende que procede de sin + número cero o vacío; otros defienden que procede de sin + cera, y lo explican por las artimañas que los escultores renacentistas utilizaban para disimular con cera los desperfectos en sus obras de mármol. Otros autores defienden la teoría de la cera, pero en relación con la miel adulterada que se vendía en Roma. Esta última explicación parece la más probable. 

  MOROSO  la palabra procede del latín morosus, que significa malhumorado. El problema es que se parece a mora (retraso). Este y otros ejemplos de etimología popular los pueden encontrar en la página dechile.net

  LATENTE - (del latín "latens") a menudo se utiliza esta palabra como sinónimo de "palpitante"; y de  hecho se parece a "latido"; sin embargo, realmente significa oculto, escondido o aparentemente inactivo. La palabra correcta es "latiente".

  PECUNIO  si busca esta palabra en el diccionario de la RAE, no espere encontrarla. Y el caso es que se utiliza, y mucho, en relación con el dinero. Procede de pecus, palabra latina que significa ganado (el ganado era expresión de riqueza y moneda de intercambio en la antigua Roma). Le propongo que busque peculio, una palabra mucho menos conocida, del latín peculio, y que sí significa dinero. ¿Por qué el error? Por la palabra pecunia (igual nombre en latín), que define el diccionario de la RAE como forma coloquial de decir dinero.

  MINIATURA - "Miniatura" no procede de "mínimo" o "menor", sino de "minio", el oxido de plomo que se empleaba como pintura. Por lo tanto, las miniaturas no tenían por qué ser de pequeño tamaño. Hoy en día la RAE lo admite como sinónimo de tamaño pequeño.

  EN PELOTAS - Si uno se queda "en pelotas" no significa que muestre necesariamente sus gónadas masculinas (llamadas vulgarmente pelotas), sino que se queda a pelo descubierto (pelo + el sufijo aumentativo otas).

  TESTICULOS Ya puestos a hablar de genitales, la palabra testículos tiene una etimología bastante curiosa. Procede del latín testis, que significa testigo. Junto con el sufijo diminutivo iculu (pequeño) vienen a significar pequeños testigos de la virilidad masculina. No haremos más comentarios.

  ALTOZANO - Si nos situamos en un "altozano" queremos decir que estamos en un lugar elevado. Pero su etimología resulta de lo más sorprendente. Procede de la palabra "antuzano", que proviene de ante (delante) ostium (puerta); es decir, delante de la puerta. Los "antuzanos" son espacios abiertos frente a un edificio, generalmente delante de las puertas de las iglesias, donde se reunía la población tras asistir a misa, y que solían estar situadas en la parte alta de las poblaciones.

  ÁLGIDO Decimos que se alcanza el punto álgido en el sentido de más alto. Pero algidus en latín significa tener frío. La explicación de por qué ha llegado a significar lo contrario es apasionante: en el siglo XIX Europa sufrió una terrible epidemia de cólera. Los médicos describieron las fases de la enfermedad, haciendo hincapié en que el momento más importante se alcanzaba cuando el enfermo tenía una mayor frialdad en la piel.


Antonio Carrillo Tundidor