lunes, 12 de septiembre de 2011

Los valientes que desobedecieron a Franco

Antonio Carrillo


En este blog no pretendemos adoctrinar ni tenemos vocación de apostolado. Sólo nos mantenemos inflexibles en la defensa de la democracia y del Estado de Derecho como ámbito de convivencia en libertad. Seguimos la máxima de Voltaire:
“No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”
Por cierto, esta frase, la más famosa de Voltaire, en realidad nunca la escribió. Aparece en 1906, en el libro de Evelyn Beatrice Hall “The Friends of Voltaire”.
Las anécdotas sobrevuelan este blog, llenándolo de sorpresas, cuando no de risas. La realidad está repleta de asombros, a veces ocultos en los lugares más insospechados. Nos tomamos en serio el humor, porque pocas cosas hay más valiosas para el hombre. Nos gustan las anécdotas, porque preferimos aliñar la ensalada de la vida ¿Sabían que la abuela de Teilhard de Chardin, al que hemos citado en más de una ocasión, era hermana de Voltaire? Tampoco es que esto tenga mucha importancia, cierto, pero para seguir al minuto los vaivenes del mercado bursátil ya hay otros foros.
 Aquí hablamos de cosas maravillosamente inútiles. Tagore definía a un personaje diciendo: “era una de esas personas peculiares, que estaban llenas de aficiones y faltas de ocupaciones”. Lo habrán notado: sabemos un poco de todo, lo cual es no saber realmente nada. ¡Cuánto más hubiéramos querido crear un foro realmente útil, coherente y al uso! Lo intentamos, pero enseguida nos fuimos (perdimos) por los Cerros de Úbeda, en donde ahora debe hacer un calor "de narices".
Hablando de narices; ¿está enamorado, y quiere “robarle” un beso a su amada/o? Si el físico no acompaña (que no suele), recomiendo la táctica de Cyrano, grande en narices y gigante en palabras. Susurre al oído del objeto de su deseo este encantamiento hecho poema:

“Y al fin y al cabo,
¿qué es señora un beso?

Un juramento hecho de cerca,
un subrayado de color de rosa
que al verbo amar añaden

Un secreto que confunde el oído con la boca,
una declaración que se confirma
una oferta, que el labio corrobora.

Un instante que tiene algo de eterno
y pasa, como abeja rumorosa

Una comunión, sellada encima del cáliz de una flor.

¡Sublime forma de saborear el alma a flor de labio,
Y aspirar del amor todo su aroma!”


Hágalo despacio. Vocalice. En realidad, dígaselo a usted mismo. Relaje la mente y observe como todo se apacienta. Maravilloso verbo “apacentar”. No sólo significa “pacer”. También significa “conducir el ganado a terreno con pasto y cuidarlo mientras pace”. ¿Recuerdan a Epiménides, obligando a los atenienses a apacentar ovejas? ¿A esperar? ¿A conocer el milagro de la pausa?

Ya supongo. No tiene ganadería. Entiéndame. Era una metáfora.

¿Y qué tiene que ver todo esto con “los valiente que desobedecieron a Franco? Igual se lo preguntan.



Resulta que, en nuestra defensa de los valores democráticos, queremos rendir tributo y recuerdo a unos héroes olvidados que, el  5 de junio del año 1941, desobedecieron una orden procedente del gobierno de Franco. Sólo hacía dos años que había terminado la guerra civil, y la represión era importante. Sin embargo, los doctos académicos de la Real Academia de la Lengua salieron en defensa de su independencia y dignidad. Es algo que recordó el filólogo Pedro Álvarez de Miranda en su discurso de ingreso como académico, hace menos de 3 meses:

El 5 de junio de 1941, la Academia recibió
 una orden del Ministerio de Educación
Nacional que daba de baja en su condición de académicos a
los señores Ignacio Bolívar, Niceto Alcalá-Zamora, Tomás
Nava r ro Tomás, Enrique Díez-Canedo, Blas Cabrera y
Salvador de Madariaga. Todos ellos estaban en el exilio. La
Academia se dio por «enterada» de la orden, pero la desobedeció
inequívocamente, pues optó por no publicar las correspondientes
vacantes. Fue, como justamente recordó don
Alonso Zamora, la única institución del Estado que se atrevió
a hacer algo así. Para ella esos seis académicos seguían siéndolo,
y, oponiéndose de facto a la intentada depuración, solo a
medida que se fueron produciendo los fallecimientos de los
expatriados procedió a cubrir las vacantes. Uno de ellos,
Madariaga, elegido el 21 de mayo de 1936, no había tenido
tiempo, obviamente, de ingresar, y también a él se le respetó
la condición de electo. Un último sentido de la dignidad, y de
la continuidad de la institución por encima de las trágicas
contingencias de la vida española, pudo más que la concreta
adscripción política e ideológica de la mayoría de quienes
entonces integraban la Academia. Y esta gallarda actitud, tan
digna de encomio y recordación por varios conceptos, posibilitó
que en esta misma sala hubieran de escucharse, al entrar
los correspondientes sucesores, y rompiendo la espesa capa de
silencio ambiente, el elogio de Díez-Canedo en 1946, los de
Bolívar y Cabrera en 1948, y en 1951 el de Alcalá-Zamora.
Los tres primeros habían muerto en México, el antiguo
Presidente de la República en Argentina. En cuanto a los otros
dos casos, como bien sabéis, no pueden evocarse sin un emocionado
estremecimiento, pues la longevidad de Madariaga y
de Navarro Tomás excedió a la del dictador mismo. Don
Salvador volvió a España el 5 de abril de 1976 y un mes más
tarde leyó su discurso de ingreso en esta Casa, cuarenta años
después de su elección y cuando solo sobrevivían dos de los
académicos que participaron en ella. Pero uno no estaba aquí:
era, precisamente, don Tomás Navarro, que seguía en Estados
Unidos, donde falleció en 1979, a los 95 años. Académico
desde 1935, solo durante uno, por tanto, había podido ocupar
de manera efectiva su plaza; pero durante otros cuarenta y
tres su silla permaneció vacía en espera de un eventual regreso,
imposible ya, por la edad misma, en el tramo final de su
existencia. Y solo después de su muerte pasó a tener nuevo
ocupante, don Emilio Lorenzo. Quien, finalmente, se encargó
de tributar en su discurso de recepción el debido homenaje
a aquel otro maestro al que tantos de su generación y las
posteriores solo pudimos admirar desde lejos. Se cerraba así,
definitivamente, una anomalía histórica que la Academia
había atravesado con impar sentido de la decencia”.


O, lo que es lo mismo, “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
En realidad da igual que lo dijera Voltaire o no. El sentido de la frase es lo que importa.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Ahogo

Misha Gordin



Hay muchas leyendas relativas a la invención del ajedrez. Incluso las hay con un trasfondo moral: al parecer un soberano de la India maltrataba a su pueblo. Un sabio y antiguo maestro inventó un juego, el "chaturanga", en el cual el rey, la pieza más importante, dependía de todas las demás para protegerse, sobrevivir y salir victorioso. La historia cuenta que el monarca se mostró encantado con el juego, entendió la moraleja y prometió ser justo y amable el resto de su reinado.

Otras historias nos llevan al Oriente persa. El ajedrez se llamaba "shah-mat", y fue un invento del gran visir. En realidad, poco importa el lugar y nombre; lo que nos interesa de la historia es el premio que solicitó el inventor de tan fascinante juego. El visir o profesor solicitó que se le diera un único grano de trigo por el primer escaque (cuadrado), dos por el segundo, el doble de eso por el tercero y así sucesivamente, hasta que cada escaque recibiese su porción de trigo. Al rey le pareció poco premio un montoncito de trigo, e intentó convencer a su inventor de que aceptara un premio más suculento. Sin embargo, el sabio siguió en sus trece: se conformaba con el trigo.

Cuando empezaron a contar, el premio era, en efecto, insignificante: 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512, 1.024..., pero, más adelante, la cantidad de trigo necesario se volvió inmensa, hasta un número final de 18,5 trillones de granos. Es decir, más que la suma de toda la producción mundial de grano hoy en día. De hecho, 150 veces más.

El monarca no tenía trigo suficiente para responder al ruego, y suponemos que no se lo tomaría del todo bien. De hecho, cuenta una de las historias que el rey, mirando apenado al sabio, le dijo:

"Es famosa la corrupción de quienes se ocupan de los silos, y para que no se te robe, ni se pueda decir que falto a mi palabra, escoltado por estos guardias iras tu mismo a los silos reales y uno por uno contarás cada uno de los granos que se te deben, y para evitar que nadie te robe, no saldrás de los mismos hasta que hayas completado tu recompensa."



La progresión geométrica depara estas sorpresas. Hay más ejemplos de su fuerza: si doblo un folio por la mitad, éste medirá el doble. Si lo vuelvo a doblar, tendrá un espesor 4 veces mayor. Pues bien: si lo pudiera doblar 40 veces... ¿Cuánto mediría? ¿10 metros? ¿100 metros? ¿Acaso tendría un espesor equivalente a la altura del Empire State Building?

Lo cierto es que bastan 40 dobleces para que su espesor equivalga a la distancia de la Tierra a la Luna.

El ejemplo es más gráfico cuanto menor es el sujeto del experimento, y pocas cosas hay más pequeñas que una bacteria. Carl Sagan lo explica:

"En condiciones muy favorables, la población de bacterias puede llegar a doblarse cada 15 minutos. Esto significa que, aunque una bacteria sólo pesa alrededor de una billonésima de gramo, tras un día de desarrollo exponencial sus descendientes pesarán en conjunto tanto como una montaña; en poco más de día y medio pesarán tanto como la Tierra, en dos días más que el Sol... Y en no demasiado tiempo todo el universo estará constituido por bacterias".


¿Por qué no sucede?

La progresión geométrica siempre se encuentra con un límite, un momento a partir del cual las condiciones ambientales no permiten que continúe. La materia y la energía son finitas.

Es algo que conviene tener en cuenta: para mantener nuestro ritmo de vida nos hemos acostumbrado a un crecimiento casi exponencial de nuestros recursos. Pero estamos cerca del límite. Ya no hay energía ni recursos para todos, y el planeta se muestra agotado.

Pongamos el ejemplo de China, con una población de 1.347 millones de personas. Si los chinos siguen creciendo, y precisan de más energía eléctrica, de más petróleo... ¿Cuánto más podremos disponer de reservas? Y el mayor problema no es China, sino la India. Con  1.241 millones de habitantes, tiene un crecimiento demográfico tan alto que duplicará su población en 43 años, frente a los 92 años de China.

¿Y el caso de Nigeria? Un país pobre que cuenta con una población de 162 millones, que duplicará ¡en 22 años!

Para entendernos: hay certeza en lo que voy a decir. Los avances tecnológicos nos están dando una tregua, pero no hace falta ser muy perspicaz para observar que estamos  sobrepasando, con mucho, el límite de lo que nuestro planeta puede aportar. Incluso dentro de los propios países pertenecientes al primer mundo se está abriendo una brecha, cada vez mayor, entre ciudadanos con acceso ilimitado a recursos y otro grupo, muy numeroso, de ciudadanos de segunda que malviven rodeados de lujo y opulencia.

¿Cómo estallará esta burbuja inflacionaria? ¿Habrá revueltas sociales? De alguna manera, ¿no perciben ya el descontento en su bloque, en su calle o ciudad?

Cuando no haya pan para todos ¿qué seremos capaces de hacer por alimentar a nuestros hijos? ¿Cómo evitaremos la avalancha de inmigrantes procedentes del tercer mundo? ¿Cómo solventaremos las revueltas internas?

¿Apocalíptico? Posiblemente.

La culpa la tiene la televisión. Simplemente, hoy vi las noticias. Salí a la calle.

Y noté una desagradable sensación de ahogo.


Antonio Carrillo



lunes, 5 de septiembre de 2011

Objetos mágicos que se pueden comprar: la batuta




La batuta es un palo corto y fino que utilizan la mayoría de los directores de orquesta para dirigir una obra.

Con ella, el líder de una agrupación musical marca el ritmo. Imagine un foso del siglo XVIII, mal iluminado, en el que el principal músico, el primer violín, deja de tocar para pedir más énfasis o recuperar el tempo. Utilizaba para ello su arco. Así, era visible por todos los integrantes de la orquesta, encerrados como estaban en un cubil oscuro. El arco era una prolongación de su brazo.

Con el siglo XIX y la música romántica el piano le quitó la supremacía al violín, y se hizo norma que los autores dirigieran las orquestas. El arco del violín dio paso entonces a la batuta.

Las primeras batutas eran gruesas, más un bastón que una varilla, y al principio se marcaba el compás golpeando el suelo. Hay una anécdota que atañe a Jean Baptiste Lully, maestro de capilla de Luis XIV. El músico tuvo la mala fortuna de fallecer por una herida infectada al golpearse un pie con el bastón con el que dirigía la orquesta. Debía ser, qué duda cabe, un músico apasionado.

Como el arco de los violinistas, las batutas suelen ser blancas, para que destaquen en la penumbra. Pueden ser de madera, fibra de vidrio o grafito. En siglos pasados eran obras de arte en sí mismas, y es conocida la anécdota que atañe a Wagner y Spontini, que el propio Wagner relata en "Recuerdos de mi vida". El director italiano, al comienzo de los ensayos de la ópera La Vestal, afirmó que le era imposible dirigir. "Suspiró, y me preguntó si creía posible mandarle hacer de allí al día siguiente una batuta de ébano de un largo y de un grueso bien visibles (me los indicaba con el brazo y la palma de la mano), y con remates de marfil bastante voluminosos. Le prometí que para el próximo ensayo habría ya una batuta de aspecto enteramente semejante á la que deseaba, y añadí que para la función tendría otra, hecha según su fórmula, con los materiales prescritos". ¿Era un excéntrico Spontini? Warner afirma: "en seguida comprendí por qué concedía tanta importancia á su forma y á sus dimensiones. Efectivamente: en vez de cogerla por uno de los extremos como hacemos los directores de orquesta, la empuñó casi por en medio, y la blandió de tal modo, que se vio bien su intento de emplearla, no para marcar la medida, sino como un bastón de mando".

De hecho, no hay una norma sobre cómo dirigir, ni sobre cómo sostener la batuta. Lo normal es apoyarla en la palma de la mano, con los dedos y el pulgar cerrados sobre ella, ni rígidos ni demasiado laxos. Se agita con intensidad o comedimiento, dependiendo de la obra o del director. Con la mano contraria los directores enfatizan la expresión.

Ha habido accidentes: Sir Georg Solti se clavó una batuta afilada en la cabeza, que empezó a sangrarle en abundancia.

La batuta es fina y precisa y, salvando las cuerdas, es capaz de entablar un "diálogo" con un solista; un trombón, un clarinete o un corno. Los músicos saben que el director se está dirigiendo a ellos. La batuta pone orden porque individualiza el sonido.

No se engañe si en una retransmisión observa que los músicos apenas si miran al director; han pasado días ensayando la obra, y se conocen sus instrucciones de memoria. Cuando la orquesta interpreta la obra ante el público, el trabajo del director ya está hecho.

Hubo una revolución temprana, con directores como Liszt o Sasonoff que no utilizaron batuta alguna. De hecho, algunos directores preferían no utilizar la batuta en el segundo movimiento de una sinfonía, en general más expresivo. Necesitaban de ambas manos para transmitir toda la emoción de un adagio. Pero, acaso, el verdadero revolucionario fue Leopold Stokowski, al que hemos citado en su versión orquestal de la passacaglia de Bach. ¿Lo recuerdan?
El director inglés dejó de utilizarla después de romperla en un momento de éxtasis. Sin su ayuda dirigió con éxito a la orquesta sinfónica de Filadelfia, que consiguió un sonido espectacular y único. El "sonido Filadelfia".

¿Cómo “individualizan” los directores que prescinden de la batuta? A menudo con los ojos, dirigiendo una mirada penetrante y directa al intérprete al que interpelan.

Por acabar con este breve artículo, quiero hacer mención a un hecho: la batuta no se utiliza para dirigir a los coros ¿Por qué?



El director de un coro tiene que jugar con un instrumento excepcional, la voz humana, capaz de modular su sonido como ningún otro. Crescendo, minuendo, ritardando, ritenuto, a tempo, a placere... tempos todos, matices que en la voz humana se nos antojan infinitos. Los coros se agrupan en familias y es fácil que se sepa de inmediato a qué grupo se dirige el director. No es necesaria la precisión que exige una orquesta, en donde el director puede estar "conversando" con una sola de las flautas, la que interpreta en ese preciso momento la melodía. Con sus manos el director recoge el sonido del coro y es capaz de acunarlo, de darle forma, como si de un orfebre se tratara. Para ello las manos deben estar sueltas, libres.



Coda: Le propongo, lector, un cuento. Un relato sobre batutas. Un director guarda un secreto: atesora una colección de batutas excepcionales, cada una de las cuales lleva implícito un sonido, una época. Tiene una batuta para el sonido barroco, otra para el romántico y otra para el universo musical dodecafónico. En su estuche de madera, envueltas en terciopelos, hay batutas para ópera y para música de cámara; batutas con un aire nacionalista y otras perfectamente atonales.

Pero nuestro director, ya anciano, comete un terrible error. El día de Navidad se retransmite por todo el mundo un concierto de música de Strauss desde Viena. Pero la batuta que se alza en el estrado sólo conoce la música de Schoenberg.

Los músicos se muestran confundidos; algo sucede. El sonido es distinto.

¿Cómo podríamos terminar el cuento?


Por cierto, el precio de una batuta ronda los 30 €, unos 20 $.


Antonio Carrillo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Paradojas


Las paradojas son expresiones o frases que manifiestan una contradicción o un imposible lógico.

Un ejemplo genial nos lo ofrece el humorista Gila. Aseguraba que "en su casa eran tan pobres que, cuando él nació, incluso su madre estaba fuera, trabajando en el campo".

Suelen ofrecer una visión alternativa de la realidad, y su humor esconde una verdad dolorosa

Groucho Marx afirmaba que "la televisión es una fuente de cultura: cada vez que alguien la enciende, me voy a la habitación de al lado a leer un libro".

Desde luego, la paradoja nos demuestra que la realidad es compleja y, a menudo, incomprensible.

El humorista Peric predijo: "qué se puede esperar de una sociedad en la que las bicicletas son estáticas, y los teléfonos móviles"

Y estamos rodeados de paradojas. Sólo hay que saber encontrarlas.

En la red de cercanías de Madrid, los vagones tienen una ventanilla de cristal con un letrero que dice: "rompa el cristal para acceder al martillo que rompe el cristal". Se refiere, claro está, a romper la ventana de emergencia en caso de accidente; pero la paradoja es fantástica.

Un juego de palabras no es una paradoja. La frase ¿por qué todo junto se escribe separado y separado se escribe todo junto? es inteligente, pero no encierra una paradoja.

Hay situaciones que sí la encierran, y en ocasiones no se precisa siquiera el lenguaje.



En la localidad madrileña de Lozolla hay un importante museo dedicado a Pablo Picasso, el genial pintor calvo. ¿Que dónde está la paradoja? En el hecho de que se fundara un museo del pintor gracias a las aportaciones de su peluquero. Uno se imagina que Picasso necesitaría un peluquero como China un boom demográfico.

La vida, pues, está llena de paradojas:

Lao Tse nos ofrece una paradoja fascinante: "lo que la oruga llama el fin del mundo, el resto del mundo lo llama mariposa". Todo su Tao Te King está repleto de ellas.

"Cada vez tenemos casas más grandes, y familias más pequeñas." 
"Vivimos tiempos de comidas rápidas y digestiones lentas"

Son dos paradojas que encontré en internet. 

¿Lo notan? Las paradojas nos rodean, forman parte de nuestra vida cotidiana.

Nos definen.


Antonio Carrillo