Un traductor no deja de aprender nunca.
La variedad de temas y un cambio siempre frenético en el desarrollo tecnológico le obligan a una consulta permanente. El traductor nunca puede estar confiado: todos los días surgen retos nuevos, una palabra que no conocía, un giro que no está seguro de cómo traducir. Traductores con 40 años de experiencia me han transmitido su inseguridad, la necesidad que tienen de confirmar un término en el diccionario. Siempre son los mejores los que dudan.
Un traductor acomodado y seguro de su infalibilidad es un mal traductor. Para explicarlo, utilizaremos una vieja herramienta de la psicología industrial: la "teoría del conscientemente competente".
Todos pasamos por distintas fases:
- 1. "Inconscientemente incompetente". Desconozco si existen naves extraterrestres, y, por tanto, soy inconsciente de su existencia y, lógicamente, incompetente para pilotarlas.
- 2. "Conscientemente incompetente". Sí soy consciente de la existencia de helicópteros, y tengo la completa seguridad de que no soy capaz de pilotarlos. Soy conscientemente incompetente.
- 3. "Conscientemente competente". Cuando aprobé el examen de conducir, respetaba escrupulosamente los límites de velocidad, los pasos de cebra y el resto de las indicaciones; era consciente en todo momento de lo que hacía, poniendo todos mis sentidos en la conducción. Cumpliendo las normas.
- 4. "Inconscientemente competente". Después de 22 años, a menudo conduzco sin ser consciente de lo que hago, distraído, pensando en otras cosas. Son muchos años haciendo lo mismo, y tengo ritualizados gestos y manías. Me considero un conductor experimentado, competente, seguro de mí mismo, con cientos de miles de kilómetros recorridos. Pero mi conducta en la conducción es inconsciente, intuitiva.
La mayoría de los accidentes tienen que ver con esta cuarta fase. Exceso de velocidad, adelantamientos indebidos, distracciones al volante... son resultado de un exceso de relajación.
Con los años los traductores ganan confianza, experiencia, se sienten más seguros; pero normalmente las traducciones son diferentes, son distintos temas, otros clientes y destinatarios. Una actitud inconscientemente competente es arriesgada, y conduce al error antes o después. Los traductores trabajan para ganarse la vida, y a menudo sufren la presión de unas fechas de entrega cortísimas. Se comprometen a realizar un elevado número de palabras gracias a una experiencia acumulada durante años, que les permite traducir más deprisa. Pero, al igual que sucede con la conducción, la prisa conlleva riesgos.
Todo traductor debe partir de la base de que no es posible dominar todos los temas, de que la consulta a diccionarios o internet es un requisito imprescindible y, por supuesto, debe reservar un tiempo a la revisión de su trabajo. Toda traducción esconde una trampa, y conviene estar atentos.
Pondré un ejemplo sencillo: es preciso traducir del inglés el expediente pericial del accidente sufrido por un buque en la maniobra de atraque. Hubo daños en el propio buque y en la carga. El traductor se enfrenta a un léxico jurídico y mercantil muy técnico, con palabras como "fletamento", "conocimiento de embarque", "incoterms", etc.
Como no es su especialidad, el traductor procura documentarse sobre lo que significa unas "condiciones FOB" o el que se emita el "ETA", y le dedica mucho tiempo; pero en la traducción pasa de largo por un término en apariencia sencillo y menor: "pilot". Lo traduce como "piloto" o, en su caso, como timonel.
En realidad, en derecho marítimo la palabra "pilot" significa "práctico"; es decir, define al profesional encargado de dirigir la maniobra de atraque dentro del puerto. Es un experto que el propio puerto designa para, con el permiso expreso del capitán, dar las órdenes pertinentes que aseguren una navegación en puerto segura. Dirige, en definitiva, toda la maniobra hasta el amarre.
Hay una cuestión de técnica jurídica que el traductor no está obligado a conocer, pero que tiene relevancia en este caso. El práctico da las órdenes durante la maniobra de aproximación y atraque del buque, y por tanto lo más probable es que el accidente se deba a una negligencia suya. Pero no forma parte de la tripulación, no es el timonel, como en principio se tradujo y, por tanto, el capitán y su armador quedarían exonerados de responsabilidad por lo acontecido.
En realidad, esto no es así. El capitán siempre es el responsable de lo que sucede. El práctico, a efectos de responsabilidad, sólo asesora. El fletador o el propietario del casco deberán actuar entonces contra el capitán y su armador. Posteriormente, éstos podrán repetir contra el práctico por una actuación negligente.
Todo este entramado jurídico de responsabilidades e indemnizaciones dependen, entonces, de como se traduzca la palabra "pilot".
En la siguiente traducción habrá peces cuya denominación dependa del país al que van destinados, o incluso del caladero del que se han extraído; en otra, las formas societarias no tendrán una correspondencia clara entre distintos ordenamientos jurídicos, o habrá una patente de una técnica novedosa repleta de términos intraducibles. En definitiva, el traductor se verá siempre desbordado por múltiples señales de tráfico a las que deberá estar atento; y si se vuelve confiado, inconscientemente competente, caerá en la trampa.
Antonio Carrillo Tundidor