jueves, 25 de agosto de 2011
La etimología de la palabra “Gilipollas”
Lamento si esta entrada tiene ciertos tintes escatológicos, pero su búsqueda etimológica es interesante y divertida.
Según una primera versión, “Gil” proviene de “Jill” una expresión gitana que significa “tonto”. "Polla", por su parte, es una manera (bastante) vulgar de referirse al pene. Por tanto, la palabra “Gilipollas” vendría a significar “tonto del pene” o, si se quiere, “tonto de la polla”.
Curiosamente, hay una equivalencia clara en otros idiomas: “Dickhead”, “testa di cazzo” o “tête de noeud”.
Según otra versión, defendida por F. Corriente, la palabra tiene un origen árabe, en concreto por la unión de “hirri” (vagina) y “pichi” (pene), que daría lugar con el tiempo a la expresión “gilipichi”, o hermafrodita (homosexual).
La versión más divertida (y menos fiable) la tenemos en la historia de Baltasar Gil Imón de la Mota, egregio Fiscal del Consejo Supremo de Castilla y Gobernador de Hacienda, personaje de prestigio que dio nombre a la Calle Gil Imón de Madrid.
Don Baltasar era hombre serio y comedido, pero sufría el infortunio de ser el padre de tres hijas (“pollas” en expresión de la época) no muy despiertas ni agraciadas, de nombre Feliciana, Fabiana e Isabel. Las descendientes incluso le habían salido respondonas y alborotadoras: cuando Felipe III promulgó una orden prohibiendo la ostentación de ropajes y joyas, las tres hijas, acompañadas por su madre, se engalanaron con sus vestidos más lujosos y los lucieron airosas por el Paseo del Prado, mientras se expresaban de manera indecorosa refiriéndose al monarca.
Don Baltasar se llevó un disgusto morrocotudo, y fue objeto de burla y chanza durante mucho tiempo.
El pobre hombre tenía la obligación de casar decentemente a sus descendientes, pero la cosa no resultaba en absoluto fácil. Acudía la familia a todos los bailes, en los que las jóvenes casaderas se exponían ante los solteros (“pollos”) de la alta sociedad. Pero la falta de donaire de las muchachas, y sus (al parecer) pocas luces hicieron de la tarea una penosa odisea.
En Madrid se hizo costumbre la pregunta: "¿Ha llegado Don Gil?" Y la respuesta: “sí, con sus pollas”. Finalmente, por mor del gracejo popular, se hizo corriente el uso de “Gil y Pollas” como expresión de torpeza o estupidez.
No sufra el lector, que la historia tiene final feliz: Fabiana contrajo matrimonio con rico hidalgo, Feliciana se desposó con el embajador de Mantua e Isabel se metió a monja.
Antonio Carrillo
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