sábado, 2 de junio de 2012

Los datos de un país pobre: pobre país.



España está pasando por serias dificultades.

Lo sé, esta afirmación no sorprende a nadie. Pero lo que no está tan claro son las causas de tanto desaliento, de tal derrumbe anímico. Un país que no hace mucho ocupaba el octavo lugar del mundo en términos de P.I.B, que crecía a unos ritmos muy superiores a los de su entorno, que había conseguido modernizarse a una velocidad tan impresionante que se llegó a hablar del "milagro español"... ¿cómo ha podido venirse abajo con tal brusquedad, como si de una frágil torre de naipes agitada por una brisa leve se tratara? ¿Acaso los cimientos sobre los que se apuntalaba tal crecimiento, tanta riqueza, no eran lo suficientemente firmes? ¿Es posible que sólo hayamos construido fachadas hermosas?

Digámoslo con crudeza: pasamos de un extremo (atar los perros con longaniza) a otro (comernos a los perros) porque hay razones estructurales, y muy profundas, detrás de esta auténtica debacle. Un 25% de paro es síntoma de una enfermedad extremadamente grave. Un 40% de paro juvenil es, sin ambages, una tragedia absoluta.

En definitiva, ¿qué es esto que llamamos España? ¿Cuál es su lugar (importancia) real en el mundo? ¿Qué futuro se le adivina?

Antes de seguir, permítanme una apreciación: se me podrá acusar de pesimista. Lo asumo. Lo soy, y mucho. En el fondo, es un problema de valores; lo que yo considero importante puede resultar menos trascendente para otros. No me creo en posesión de la verdad, ni creo traicionar a mi país manifestando mi rabia, mi frustración. Simplemente, siento que hemos perdido una oportunidad de ser, por una vez en nuestra historia, distintos; de poner en orden nuestras prioridades y crear un tejido social y productivo más sólido. Como español me creo en el derecho de gritarlo como antaño se dijo: "me duele España". Es bien cierto.

Intentaré explicar por qué.

Para ello, me voy a centrar en tres ámbitos que considero cruciales ya bien iniciado el siglo XXI: educación, competitividad y desarrollo tecnológico. Aportaré, además, una breve anécdota personal en cada uno de los casos. Espero con ello enmarcar las frías cifras en un contexto entendible.

En todo caso, todo lo que voy a contar es cierto: les doy mi palabra.

Insisto: no esperen que sea optimista ni pretendan un final feliz a este relato. No tengo intención de poner paños calientes. Lo que pretendo relatar es, simple y llanamente, la realidad tal y como yo la veo. ¿Que puedo equivocarme? Por supuesto. Lo que sigue no es un dogma.

Es, ¿cómo decirlo?, una rabieta.



1. Educación.

Estoy harto de escuchar que tenemos la generación mejor preparada de la historia. En ocasiones me pregunto si no estamos confundiendo cantidad con calidad.

Mi padre, por ejemplo, como muchos otros, tuvo que aprobar un plan de estudios muy exigente, que incluía exámenes llamados "de reválida", consistentes a menudo en pruebas orales. El carácter oral del examen es un detalle de gran importancia: enfrentarte a un tribunal te exige "aprehender" la lección; memorizarla, hacerla tuya. Es un esfuerzo que deja una huella imborrable en la mente. No es un ejercicio de memoria a corto plazo; estudio para el examen de mañana unos pocos conceptos generales, y en apenas una semana ya no retengo nada de lo supuestamente aprendido ¿Les suena?. En la época de nuestros padres (años 40 y 50) el temario era exigente, el sistema inmisericorde con la pereza, y sólo unos pocos tenían la capacidad de llegar al final del trayecto. Nuestros mayores recuerdan afluentes de ríos, poemas imprescindibles o fechas significativas. Nosotros, ¿qué sabemos?

Cuando (afortunadamente) se universalizó la enseñanza, progresivamente se bajaron los niveles de exigencia. Y no hablo de que mi generación no tuviera que memorizar la lista de reyes visigodos; hago mención a aspectos más esenciales tales como, sorpréndase, la caligrafía.

La letra de nuestros mayores es el resultado de un trabajo exigente desde la infancia, y manifiesta un orden mental adquirido gracias muchas horas de práctica desde pequeños. No se nace con una letra así. Una caligrafía clara, legible y uniforme denota una mente ordenada. Habrá quien no esté de acuerdo con lo que digo. Lo respeto. Insisto una vez más; no intento convencer a nadie. Sólo doy mi opinión.

Francamente, me encantaría tener la letra de mi padre o de mi abuelo. ¿A usted no? Y no lo considero un tema baladí. Lo considero algo más que una anécdota.

En los años 70 los colegios se masificaron con la afluencia de decenas de miles de niños producto del llamado "baby-boom", aunque una franca mayoría no mostraban (o mostrábamos) predisposición alguna hacia el estudio. Acudíamos al colegio porque nos obligaban ¿Qué deciden las autoridades ante un reto de esta envergadura? En vez de afrontar el problema crucial de la motivación, optan por lo más fácil: bajan el nivel de exigencia curricular. Cuando afirmo algo así, no quiero que se me malinterprete; ¿acaso defiendo la tesis de que era preferible seguir con un sistema que fomentaba la formación de una élite intelectual, mientras una mayoría apenas si estaba alfabetizada? Está claro que no. Los padres que no pudieron hacer el bachillerato, una mayoría, querían que sus hijos sí estudiaran. Pensaban que recibir una educación era el mejor regalo que podían darle a sus hijos.

Y, ¿saben?, tenían razón. El mejor sitio para un niño es la escuela.

Pero, ¿cómo abrir el milagro del conocimiento a una mayoría si no hay una cultura del esfuerzo tan acendrada como en años anteriores? ¿Cómo educar relajando la disciplina, rechazando la imposición y denostando, cada vez más, la autoridad del maestro? Este problema ha ocupado a mentes tan brillantes como la del catedrático y rector Alfredo Fierro, durante un tiempo Subdirector General de Ordenación Académica, y se han instaurado múltiples planes de estudio, en la búsqueda de una piedra filosofal: lograr que el niño aprenda (adquiera conocimientos y destrezas) sin esfuerzo. Sin tener apenas que memorizar; como en mi caso, un alumno de los planes de la EGB y del BUP.

Afirmo categóricamente que en esta tarea (utópica) hemos fracasado estrepitosamente. Así de claro. Tenemos, es cierto, un mercado de trabajo saturado por decenas de miles de licenciados, una alfabetización de casi el 100% y, sin embargo, me atrevo a hablar de desastre a nivel educativo. ¿Acaso me he vuelto loco?

Permitan que me explique con un ejemplo básico pero de enorme importancia: todos sabemos leer. ¿Cierto? Sin embargo, resulta que según datos del gremio de libreros de España un 50% de la población española jamás abre un libro. Hay millones de hogares sin bibliotecas, cuyos ocupantes son "analfabetos funcionales". Ejercitan este privilegio de la alfabetización cuando leen un menú, descifran mensajes de SMS o vislumbran distraídos los anuncios que "engalanan" nuestras carreteras. Pero lo cierto es que en España un 50% de la población no se asoma al universo fascinante que ofrece la literatura, ni escudriña la prensa buceando entre artículos que explican el por qué de una noticia. No se forman con la voz escrita de los que son, o han sido, sabios.

En definitiva, saben leer, pero no leen. Más exactamente, no tienen adquirido el hábito de lectura. Les da pereza. Y no me extraña: leer implica esfuerzo, dedicación, compromiso. No es una actividad pasiva, como ver la televisión. La lectura es un ejercicio mental impresionante, que mantiene una parte importante del cerebro engrasada y en buena forma.

Los colegios ¿fomentan la lectura? Tengo mis dudas. Hay unos requisitos curriculares mínimos que se exigen para pasar de curso, pero cometemos el error de hacer de lo accesorio (el aprobar) lo fundamental. Un niño no debería acudir al colegio con el único fin de aprobar el curso; lo importante es que adquiera conocimientos, que se le fomente desde pequeño algo tan imprescindible e intangible como la curiosidad. El ansia de la búsqueda.

Pero tengo la impresión de que no hemos sido capaces de atraer a los niños (los adultos de hoy) hacia el asombro. ¿Quieren una prueba? En España el índice de fracaso escolar (de niños que ni tan siquiera supera la enseñanza básica obligatoria) supera el 30%. De todas las cifras que voy a dar en este artículo, ésta es la más preocupante. Un país con esta terrible tasa de fracaso no tiene futuro. Así de claro.

Y este dato penoso es un fracaso de todos. Es un fracaso de la tribu. De padres y maestros, del sistema educativo y de los valores que damos todos a nuestros hijos, en la escuela y en el hogar. Como no se lee, observamos un empobrecimiento del lenguaje en ocasiones insoportable. En cualquier ámbito. ¿Cuántas veces se escucha en la radio a un político la expresión (inexistente) "de motu propio", en vez de "motu proprio"? Le propongo unas pocas frases de uso muy común, sacadas de ejemplos reales:

·         "En contra tuyo". La locución (en este caso sustantivo) "contra", cuando va acompañada de un posesivo, obliga a que éste concuerde con el género del sustantivo, en este caso femenino. Lo correcto sería "en contra tuya".

·         "Dentro mío". "Dentro" es un adverbio, y no es correcto el uso del posesivo. Lo correcto sería "dentro de mí".

·         "Para nada" no existe; se debe decir "en absoluto".

·         "Lo cree haber dicho". No se deben anteponer clíticos en el caso de verbos que expresan, por ejemplo, creencia. Por tanto, lo correcto sería "cree haberlo dicho"

·         "Status quo" se suele emplear en plural, y pronunciando "quo" como llana: [estátus-kúo]. Es raro escucharlo en su forma correcta: statu quo [estátu-kuó], siempre singular y acento agudo en la última palabra.

·         "Este alma" Aunque sea "el alma", es voz femenina; por tanto lo correcto sería "esta alma".

·         "Observamos que diezma la cantidad de alumnos". El verbo diezmar no puede usarse (es impropio) como sinónimo de merma o disminución.

·         "Guardia y custodia" no existe; es "guarda y custodia". Tampoco existe la expresión "a excepción hecha de", ni "en pos mío" o "aquellos viajeros quienes tengan que hacer transbordo...".

Podemos aportar, claro está, multitud de ejemplos; tampoco es significativo: todos cometemos errores (basta con echar un vistazo a este blog). No se trata de hacer un uso inmaculado de la lengua. Lo que me extraña, en lo que incido, es en el descuido que observo entre los profesionales de la palabra, personas que se expresan en público, que publican en prensa y que deberían cuidar su lenguaje. No es sólo que errores (horrores diría) como "la dije" sean muy comunes; hablo de una pobre cultura general. Si voy a escribir un artículo en prensa, por ejemplo, la frase "el coche explotó" es formalmente correcta, pero hasta hace poco la Real Academia de la Lengua definía como barbarismo el uso del verbo "explotar" en el sentido de hacer explosión o deflagrar. ¿No sería mejor escribir el "coche explosionó"? ¿No merecen los lectores u oyentes esa deferencia? Piensen: existen los sustantivos deflagración y explosión, pero explotación es algo distinto.

No leemos, insisto en ello, y nuestra expresión oral y escrita se resiente. Se reduce el léxico al mínimo y, en consecuencia, nos acostumbramos a vivir (escuchar) un universo simbólico desprovisto de matices. Una realidad de titulares y mensajes diminutos, como los de un teléfono móvil. Nuestra capacidad cognitiva se adapta al tamaño de Twitter. Hemos pasado de los exámenes orales a los de tipo test.

Los maestros pueden dar fe de esto que digo. Pero, además, contamos con elementos de valoración objetivos, como el informe PISA elaborado por la OCDE. En el informe de 2009 se destaca la baja comprensión lectora de los estudiantes españoles, con unos índices de lectura muy bajos. Es interesante el dato de que hay un nivel extremadamente bajo entre los adolescentes de lo que denominan "lectura por placer", un aspecto en el que vamos a peor año tras año. Si a un joven de apenas 14 años se le obliga a leer unos pocos capítulos del Quijote, cumpliendo con lo que establecen unos planes de estudio, para luego hacer un breve resumen, lo más probable es que no vuelva a esta novela en su edad adulta ¿Acaso me equivoco?

Las humanidades no lo son todo, se me dirá. Es cierto. Observamos enfermedades en las ramas de las ciencias igual de preocupantes. Lo veremos más adelante. Pero creo que la comprensión lectora es el instrumento fundamental por el que se adquiere cultura, se forma el espíritu crítico y se cultiva la mente. Fallamos en lo básico, y los efectos se notan en la misma universidad, con alumnos incapaces de asimilar textos y cuya expresión escrita es, a menudo, paupérrima. Mientras tanto, los departamentos universitarios se pueblan de entes oscuros (ayudantes, profesores suplentes, titulares o catedráticos) que acaban desistiendo desencantados de todo esfuerzo que no redunde en su favor, preocupados por su promoción dentro de la jungla (competencia) universitaria. Si quieren ver zancadillas, no acudan a un campo de fútbol; las más alevosas se producen en el seno de los departamentos universitarios.

La falta de motivación llega, así, a los últimos estamentos del sistema educativo, y los profesores universitarios se convierten en engranajes de una chirriante cadena podrida de herrumbre. Por supuesto, esto es una generalización; hay profesores magníficos y comprometidos con su tarea formativa. Sólo afirmo que nuestro sistema educativo adolece de defectos importantes en todos sus niveles, y que poco o nada se hace por subsanar esta triste realidad. Y hacer recaer toda la culpa en un profesorado desmotivado sería injusto. Muchos docentes arrojan la toalla cuando no son los niños los que suponen un problema. A menudo el verdadero problema radica en la actitud de los padres, en un estamento político sólo preocupado por cuestiones presupuestarias y en un abandono general de todos, que no vemos en la educación la principal inversión que se hace por la prosperidad futura. No tenemos perspectiva ni rumbo.

Si quiere saber algo de cualquier sociedad, pregunte por cómo trata a sus maestros. Ese dato le dará la medida de su grandeza.

(Anécdota personal: hace muchos años (unos 14), el departamento de Derecho Procesal de una universidad pública contactó conmigo. Querían que colaborara en una investigación en el ámbito jurisdiccional que tenía que ver, en lo que me concernía, con la comunicación no verbal, asunto al que me dedicaba por entonces. Durante meses participé en un ambicioso proyecto, hasta un día que recibí una llamada telefónica del catedrático involucrado. No sabía cómo disculparse, pero se habían quedado sin financiación para el proyecto ¿Cómo era posible?

Tuvo que confesarme avergonzado que buena parte del dinero se había desviado a gastos tanto del rectorado como del decanto; en concreto, facturas en marisquerías, viajes a ciudades costeras y gastos similares. Una investigación prometedora sobre los factores psicológicos que intervienen en la toma de decisiones por parte de los órganos jurisdiccionales a lo largo de todo el camino procesal, gastada en langostinos y percebes.)



Competitividad.

A menudo los políticos justifican las subidas de precios en los servicios públicos escudándose en que son más baratos que en Alemania, Inglaterra o Francia. Es una política de marketing muy peligrosa, porque enseguida tiene respuesta: los alemanes o ingleses ganan mucho más que nosotros por hacer lo mismo. La equiparación de precios es un absurdo evidente ¿Cómo vamos a pagar lo mismo si ganamos la mitad?

Ahora bien, hay una pregunta interesante; ¿por qué un alemán gana más dinero que su homólogo español?

La respuesta es simple: los alemanes ganan más porque son más competitivos. Esto quiere decir que en Alemania el trabajador rinde más y mejor, genera más riqueza con su actividad y, por consiguiente, está mejor pagado.

¿Quiero decir con esto que en España somos más vagos? ¿Es cierto el tópico del español perezoso, que se pasa el año de festejo en festejo, trabajando menos horas que nadie y disfrutando del maravilloso clima del Mediterráneo?

Para contestar a esto, nada mejor que los fríos datos. El World Economic Forum (WEF) publica un informe denominado el “Global Competitiveness Index” (GCI), que es el dato más fiable para medir la competitividad real de un país. Pues bien, la economía española, (la 12 del mundo en términos de P.I.B. a día de hoy) ocupa el puesto 42 en competitividad. ¿Saben por qué?

En términos de calidad de educación primaria (la fase inicial en la que se aprende a leer, contar y escribir) ocupamos ¡el puesto 93! Todavía es peor cuando se evalúa la calidad general de nuestro sistema educativo; a pesar de que la universidad no obtiene malos resultados, ocupamos el puesto 107. ¿No les parece significativo?

Pero el asombro es mayor cuando sale a la luz un estudio de la OCDE del año pasado, en el que se demuestra que los españoles son los europeos que dedican más horas al trabajo. El mito de la siesta y la fiesta se derrumba. Los alemanes trabajan menos horas que los españoles y, además, disfrutan de una media de 40 días de vacaciones al año frente a los 36 de los españoles. Los tres países con más días libres en Europa son Finlandia, Alemania y Francia. Si en España dedicamos una media de 4,6 horas diarias al trabajo remunerado, en Alemania dedican 3,75 horas. Trabajamos más que los noruegos, ingleses, belgas o daneses. ¿Por qué, entonces, cobramos mucho menos?

Creo que, finalmente, sí voy a tirar de tópico. La ocasión lo merece, y me ofrece la oportunidad de dar voz a un español (cordobés) de hace 2.000 años, el estoico Séneca. Preguntado por su país de origen, se refirió supuestamente al mismo con la frase "quot capita tot sententia"; es decir, hay tantas cabezas como pareceres. Con ello quería dar a entender que los hispanos somos gentes propensas a la disparidad de criterios.

(Seré riguroso: en honor a la verdad, la frase que mi profesor de latín atribuyó en su día a Séneca parece ser que la pronunció, en realidad, Quinto Horacio Flaco, y su literalidad es "quot cápita, tot sensus" (cuantas cabezas tantas opiniones). También se le atribuye a Terencio la expresión "quot homines, tot sententiae" (cuantos hombres, tantos pareceres). En ambos casos no se hacía referencia a la Hispania romana. Dicho queda.)

Sea como fuere, parece claro que los españoles rendimos menos que los alemanes trabajando más horas porque nos centramos peor en la tarea. Perdemos demasiado tiempo en cuestiones de procedimiento, la toma de decisiones es más lenta y nuestra capacidad de liderazgo presenta claras lagunas en aspectos tales como la delegación de tareas.

En una labor de investigación que realicé hace un tiempo, comprobé empíricamente que los directivos españoles dedican un 30% de su tiempo a cuestiones de procedimiento que debían estar previamente regladas y asumidas. Además, observé que perdían mucho tiempo en discusiones banales, que no afrontaban la naturaleza del problema ni aportaban soluciones al mismo. Las reuniones de trabajo representaban en muchos casos una pérdida de tiempo inaceptable. Los dirigentes tenían una preparación escasa en dinámica de grupos, y no había quien encauzara las discusiones de manera adecuada.  Cuando les pasaba a los directivos una grabación de su reunión, con un desglose del tiempo por tipo de actuación, se echaban las manos a la cabeza. No tenían ni idea de estar malgastando su precioso tiempo hasta esos extremos.

Por cierto; en la tarea de formación de dirigentes, lo primero que hacía era enseñar a escuchar. No a oír, que es cosa distinta.

No nos falta inventiva, pero nuestra perseverancia es deficiente. A esto se suma un nivel bajo de identidad con la organización en la que trabajamos, una conciencia corporativa deficiente. Si ni tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo con el tipo de país que queremos, mucho menos nos involucramos íntimamente con el desarrollo de nuestra empresa.

Los fundamentos de una ética del trabajo se construyen desde la base, desde la infancia. No puede ser casualidad que fracasemos en la educación primaria; desde niños relajamos la concienciación cívica, que implica una identidad no sólo como individuos, también como ciudadanos. Weber afirmó que el capitalismo hunde sus raíces en la psicología protestante, en tanto el individuo producto de la reforma se responsabiliza de su propia vida (de su salvación) en mayor medida que un católico. Creo que algo de cierto hay en este análisis.

(Anécdota personal: hace años, el profesor de un Máster de negocio y derecho marítimo nos contó un suceso acaecido hacía poco tiempo en un astillero español. Según nos dijo, un buque de carga japonés sufrió una avería importante, y fue remolcado a los astilleros españoles para su reparación. En el ambiente se respiraba una fuerte tensión: los costes que suponen tener un buque paralizado son enormes.

Los operarios españoles se introdujeron en las entrañas del monstruo. Transcurrió una hora, dos, tres. Finalmente, fueron saliendo. Habían aprovechado la pausa estipulada para echar un pitillo y comentaron que el asunto pintaba mal. Que al menos unos días iba a estar el buque en dique seco. El capitán japonés, frenético, comunicó de inmediato con su armador. Recibió la orden de que no se trabajara en la nave. 19 horas más tarde un curioso grupo de unos veinte japoneses, todos embutidos en un uniforme similar de color naranja, llegaron portando herramientas y en silencio se introdujeron en la bestia de acero. Pasaron las horas y los operarios españoles, que asistían curiosos desde el muelle, empezaron a preocuparse ¿Y si les había pasado algo?

Menos de 24 horas más tarde la procesión naranja de pequeños individuos con casco apareció por una escotilla y abandonó el buque. Dos horas más tarde la nave abandonaba el puerto.)



Investigación y desarrollo

Los países pueden optar por dos estrategias: ofrecer una mano de obra barata u optar por un trabajo altamente especializado e invertir en innovación. La riqueza de los EEUU radica en la cantidad de patentes que genera gracias a que disponen de centros de investigación de alto rendimiento y unos departamentos empresariales que invierten en I+D una parte considerable de sus beneficios.

EEUU, Francia o Inglaterra han afrontado la grave crisis en la que estamos inmersos aumentando entre un 8 y un 6 % la cantidad que dedican a investigación. El mensaje es claro: la única salida posible a la crisis pasa por un esfuerzo extraordinario en generar ideas, inventos, en mejorar la productividad mejorando el rendimiento de la maquinaria.

Pues bien: España ha decidido no aumentar su gasto en I+D. Tampoco lo ha congelado. Lo que hemos hecho ha sido disminuir la inversión ¡un 25%!. Para que se me entienda: hemos pasado de invertir en investigación un 0,40 del PIB (en 2009) al 0,25 (en 2012). En unos pocos años nuestro nivel tecnológico llegará a niveles de 1985.

Es éste un problema endémico. España está a la cola en investigación y el número de patentes por millón de habitantes es ridículo: 25.

Reflexionemos: ¿cuántos premios Nobel tenemos en apartados científicos, como en física, matemáticas o química? Sólo Severo Ochoa (que realizó casi la totalidad de su trabajo en el exilio) y Ramón y Cajal, ambos premios Nobel de medicina. Es un bagaje paupérrimo para un país que pretende estar en el grupo de cabeza. Italia supera la decena de científicos galardonados. Francia tiene a más de 40. Dinamarca, un país tan pequeño, tiene 9 premiados. Bélgica, 5. ¿No les parece significativo?

En España, la triste realidad es que los investigadores premiados internacionalmente dedican el dinero de estos premios para pagar a los becarios que colaboran con ellos. Y esto no es una exageración. De todos modos, ¿contamos con algún dato estadístico que nos ayude a comprender la magnitud del problema?

La Fundación BBVA realizó hace un mes un estudio en once países, 10 europeos y Estados Unidos, con la intención de evaluar tanto la vinculación de la población con la ciencia como su nivel objetivo de conocimientos. Los datos son los siguientes:

·         Sólo un 22% de los españoles encuestados muestran un nivel alto de conocimiento científico, frente al 50% de Dinamarca o Países Bajos.

·         El 46% de los españoles no es capaz de citar a un solo científico, frente a un 27% en la media de los países europeos. Ni siquiera conocen a Einstein o Newton.

·         En lo que respecta al nivel objetivo de conocimientos científicos, lo españoles obtienen un promedio de 11,2 respuestas correctas sobre 22 preguntas sencillas. Obtenemos el nivel más bajo de toda Europa.

Por si sirve de ejemplo, un 10% de los españoles creen que el Sol gira alrededor de la Tierra. ¿Qué porcentaje creerá que la Tierra es plana?

Una población con tan grave merma en su conocimiento de la ciencia navega en una vida ciega a todo rumbo y destino, y es fácilmente manipulable ¿Cómo distinguir lo verdadero de lo falsario sin elementos de juicio? La superstición y la vacuidad se apoderan de lo cotidiano, y un país que deja de recibir respuestas se olvida de hacer las preguntas. La forma del universo, los avances en biomedicina o los experimentos que nos abren una ventana a las partículas elementales son asuntos de tal importancia que no se los puede dejar en manos sólo de los científicos. En ellos se define lo que soy, el lugar en el que vivo o el destino que nos aguarda como especie ¿Qué puede haber más importante? 

Los políticos tienen una clara responsabilidad en todo esto. Ellos son los que diseñan los planes de estudio, los que definen la programación de la televisión pública y los que financian proyectos de divulgación científica. Aunque los datos de este estudio nos deben hacer sonrojar a todos, creo que los dirigentes políticos deberían tomar nota. Por desgracia, la clase política no solo no apoya con fuerza la investigación y desarrollo, sino que a menudo supone una traba para nuestros empresarios más vanguardistas. Lo veremos enseguida.

Pero antes, no quería dejar de decir esto: a España no le faltan ingenieros. Unas recientes investigaciones demuestran que el número de patentes que registra un país guarda relación directa con el número de trabajadores de escala media en temas técnicos. Es decir, de lo que llamamos formación profesional. Como es norma en otros órdenes de la vida, la respuesta no está en la élite, sino en la clase media; en un sustrato amplio de profesionales que tienen ideas y deciden llevarlas a la práctica, de jóvenes con una titulación media que realizan experimentos en los garajes de sus padres. Sin embargo, en España la formación profesional está mal vista.

Así nos va.


(Anécdota personal: un ingeniero de telecomunicaciones, que trabaja en una importante empresa de tecnología aerospacial, me contó hace pocos años que acababa de llegar de la principal feria mundial de ingeniería del espacio. La experiencia, me confesó, había sido terrible.

A pesar de lo dicho anteriormente, España es un país que es competitivo en determinadas actividades de índole industrial: procesado de alimentos, energías alternativas, componentes de automoción, diseño y tecnología de la construcción, agricultura ecológica o tecnología aeroespacial. Por ejemplo, cuando vea por televisión a los atletas competir en los próximos juegos olímpicos de Londres, sepa que la pista de atletismo ha sido diseñada y construida por españoles. Y son españolas las empresas que van a construir el próximo tren de alta velocidad a la Meca. Sin embargo, incluso en aquellos ámbitos en los que somos competitivos, nos enfrentamos con problemas de orden estructural y/o político. Y lo que sucedió en la feria a la que hago referencia es buena prueba de ello.

En un encuentro de esta envergadura los empresarios cuentan con el respaldo del gobierno, que apoya con su presencia la fiabilidad y viabilidad técnica y administrativa de cualquier proyecto que se plantee. En estos casos, lo importante es que el ejecutivo transmita coherencia y seguridad jurídica, éste último un elemento esencial a la hora de hacer negocios. Sin embargo, en el caso de España, hubo un problema; había dos ministerios involucrados: industria e innovación, y ambos enviaron delegados.

Los posibles compradores extranjeros se mostraban confundidos. ¿Cuál era el interlocutor? Porque, para más inri, había una disputa abierta entre la cúpula de ambos ministerios, y en ocasiones las opiniones eran divergentes.

Ambos ministros se llevaban mal y, en consecuencia, la imagen de España resultó dañada. Frente al grupo homogéneo y firme de franceses o alemanes, los españoles parecía que íbamos de feria de abril, con varias casetas abiertas).


Antonio Carrillo

8 comentarios:

  1. Gracias Antonio. Sin paños calientes. También yo veo así la realidad española.

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  2. I totally agree with you. English education is much better than Spanish, with more work placements and less focus on facts.

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  3. Certero y frontal.Ojalá te sigan y logres abrir cabezas. Gracias Antonio

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  4. No podría estar más de acuerdo, si solo la mitad de esa gente que dice que dirige nuestro país pensara así....

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  5. Totalmente de acuerdo. Y una vez realizado el análisis de las causas, ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros por modificar esta necia realidad? Yo propongo un ingrediente a la receta: el concepto sobre la utopía que comparte, con quien quiera escucharle, Eduardo Galeano: "La utopía sirve para caminar".
    Tengo 47 años, he trabajado desde los 18, he dado biberones al tiempo que estudiaba y trabajaba, llevo 15 meses sin trabajo, mi última posición profesional como emprendedora, y ahora más que nunca: La utopía me sirve para caminar.
    Hemos roto el juguete, pero debemos seguir luchando para repararlo o fabricar uno nuevo. Los niños siguen necesitando jugar. Los hombres y mujeres que serán mañana necesitan tener un horizonte por el que ilusionarse y con el que soñar.
    Gracias Antonio, como siempre leerte nos alimenta el espíritu.

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  6. todo el mundo va a sentir este äpretao" economico.la culpa es de Rothschild y los Bildebergers.palabras no arreglan esto.

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  7. Estimado Antonio, has puesto el dedo en la llaga. Ahora bien, ¿cómo vamos a solucionarlo entre todos?

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  8. Muy, muy interesante! Y cuánta razón tienes! Ojalá sirva para abrir los ojos a los que todavía creen que "España va bien".

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