miércoles, 31 de diciembre de 2025

 Las cejas de mi perro



Los perros nos acompañan desde hace al menos 30.000 años. Es mucho tiempo; ningún animal ha convivido con el humano desde tan antiguo. El perro es el resultado de una interacción constante y duradera, en la que hemos moldeado al animal que denominamos nuestro mejor amigo.

El perro es obra del hombre, fruto de un proceso evolutivo artificial y enormemente exitoso. Porque sin el perro nuestra existencia habría sido mucho más azarosa y, posiblemente, solitaria. El perro ha vigilado nuestro sueño por la noche, pastoreado nuestros rebaños y cobrado las piezas más esquivas.  Los perros han cuidado de nuestros hijos con una fidelidad inconmensurable y nos han brindado compañía y afecto. Lo siguen haciendo.

De las muchas adaptaciones en la fisiología del perro que denotan este proceso evolutivo, la más sorprendente, en mi opinión, es la expresión de su mirada. Porque ningún animal nos mira como nuestro perro.

Los perros tienen dos pequeños músculos alrededor de los ojos, el levator anguli oculi medialis (LAOM), que eleva la parte interior de las cejas, y el retractor anguli oculi lateralis (RAOL) , encargado de estirar los párpados en dirección a las orejas. Cuando el perro activa estos músculos, y lo suelen hacer en presencia de sus dueños, los ojos se agrandan y se marca un pliegue que se asemeja a la expresión de tristeza del rostro humano. 

Es la expresión llamada comúnmente "ojos de cachorro"; una expresión facial que a los humanos nos resulta adorable y a la que resulta casi imposible no responder con ternura. Los perros parecen indefensos, vulnerables como un bebé, y en nuestro sistema endocrino se dispara la producción de oxitocina, la misma sustancia que nos activa la interacción con nuestros niños.

El perro, con su expresión desvalida, impulsa nuestro instinto primario de protección y el vínculo con el animal se ve fortalecido. El perro no parece jamás una amenaza, y nos solicita atención y afecto. Es una llamada a la que es imposible no responder.

Quien haya tenido un perro sabe de lo que hablo.

La clave de la domesticación del perro, su mayor éxito, son las herramientas de comunicación con el humano. Ningún animal nos responde ni interactúa con tanta sutileza. El perro entiende al humano y hace lo posible por complacerlo, está atento a sus expresiones y gestos. Y hay un diálogo inaudito entre dos especies distintas. 

El perro no sabe lo que hace ni porqué utiliza estas expresiones. Somos los humanos los que proyectamos nuestras preferencias e instintos inconscientes, los que moldeamos los ojos de nuestros perros para hacerlos más atractivos y confiables. Cuanto más tierna nos resulte su mirada más cuidaremos de ellos, y después de miles de años hemos forzado por selección no natural una mirada que nos resulta tranquilizadora. El lobo, del que proviene el perro, no tiene estos músculos en el rostro, y las razas árticas de perro, las más cercanas evolutivamente al lobo, tienen los músculos LAOM y RAOL menos evolucionados. La mirada del husky siberiano o del malamute de Alaska nos resulta más fría.

Por cierto… me llama la atención que los llamados perros salvajes africanos, los licaones, también tienen estos músculos. Están muy alejados evolutivamente del perro, mucho más que el lobo y, sin embargo, también ponen ojos de cachorro. Curiosamente, son los cánidos más sociables después de los perros, unos animales con complejísimas interacciones y vínculos profundos en la manada. Puede que ello explique que sea el mejor cazador de la naturaleza, con tasas de éxito cercanas al 90%. Nunca ha podido ser domesticado, a pesar de convivir con homininos desde hace un millón de años.

Pero esto, y el estornudo como herramienta de comunicación de los licaones, daría para otro artículo.

 

Antonio Carrillo

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