miércoles, 11 de diciembre de 2013

El refugio donde los ancianos se vuelven niños.


Otra entrada recuperada.

Espero que les guste

Dedicado a mi hermana, María Carrillo Tundidor, con todo mi cariño.


Los ancianos encuentran consuelo en el olvido de lo inmediato, y se reconfortan en el recuerdo de su niñez. Las personas mayores viven una realidad difícil, de achaques y pérdidas, mayores cuantos más años se acumulan sobre sus hombros frágiles. Por ello, la naturaleza nos ha dado una tregua en la remembranza de nuestro pasado, ofreciéndonos un lugar de refugio en el que descansar del ritmo, siempre frenético, de lo actual.

Este fenómeno se acrecienta con los años, de tal manera que una persona centenaria a menudo demuestra una memoria excelente de su adolescencia y su niñez, pero olvida lo acaecido hace apenas diez años.



En esto, resulta fascinante la figura de los padres. La pérdida de los padres aboca a la orfandad, y ello es siempre turbador. He visto a personas de 60 años mostrarse no sólo tristes, sino asustados y solos ante la muerte de sus padres, ya muy ancianos. Su pérdida es siempre un momento de vacío, de desgarro. De soledad absoluta. Con la madre perdemos la matriz que nos dio nombre, forma y sentido, que nos sostuvo cuando más vulnerables éramos. Y podemos ser nosotros mismos casi ancianos, que para nuestros padres siempre seremos hijos. Es algo que se entiende con la paternidad: los hijos duelen toda la vida, y los padres siempre hacen falta. Por si acaso. Cuando nos dejan, sufrimos un desarraigo que no admite explicación.

En definitiva, nuestra madre siempre muere antes de tiempo.




Todos seremos huérfanos. Y todos morimos solos; nadie muere por nosotros. La consciencia es inmisericorde en esto. La vida tiene mal pronóstico: es un estado siempre transitorio. Y, con los años, el cuerpo acusa el desgaste de la lucha. Vivir no es fácil, y lo normal es llegar a la meta muy cansados. Pero, entonces, el alma encuentra refugio en el recuerdo de unas manos grandes que cortaban el pan. Nos recordamos de niños, volvemos a una calle que ya no existe como quien regresa al nido. Y nos llega como un arrullo el recuerdo de unos olores y sonidos reconfortantes, casi olvidados.

Y de esta manera cerramos, sin darnos cuenta, el círculo de una vida.

Le debo a mi hermana María Carrillo el haber descubierto este cortometraje, ganador de un Oscar el año 2.000. No he encontrado una manera mejor de describir esta regresión:




Maravilloso. ¿No es cierto?

Esta vuelta a la niñez es una poderosa herramienta evolutiva (nos facilita una muerte más placentera) que se localiza fundamentalmente en el hipocampo, pero también en una zona más reciente de nuestro cerebro, un lugar poderoso y lleno de misterios: los lóbulos frontales. Permítanme que le dedique unas líneas a este lugar de maravillas que se oculta tras la frente.

Nuestro cerebro viene a ser como una orquesta: todas sus secciones trabajan de manera coordinada y armoniosa, de tal manera que su sonido es algo (mucho) más que la simple suma de unos tonos, intensidades y timbres. Una orquesta sinfónica tiene una entidad propia y diferenciada, un sonido propio. Y de esto es responsable, en buena medida, su director.

Los lóbulos frontales planifican la manera cómo se organizan y ejecutan las funciones cerebrales. Por ello es un lugar de intensa información neuronal aferente y eferente; es decir, de entrada y salida, y su red de información llega muy lejos, a zonas situadas bajo la corteza, en las que bullen las emociones, e incluso a las profundidades del cerebro troncal más primitivo: nuestro cerebro de reptil. Es un director que dispone de una visión de conjunto, y cuya influencia alcanza a todos los integrantes. El mismo cuerpo responde o inquiere a esta densa zona situada tras la frente, y nuestro estado de activación (nuestro estado arousal) responde a mandatos provenientes de los lóbulos frontales. Porque el cuerpo y el cerebro dialogan constantemente.

En realidad, son una misma cosa: yo.

En los lóbulos se encuentran las claves definitorias de nuestra personalidad, y, de hecho, determinan, definen y ajustan lo que estamos dispuestos a hacer para conseguir satisfacer nuestras necesidades. Nuestra conducta, impulsividad, habilidades sociales, ética y moral... todo lo que nos hace ser individuos y personas depende de este lugar fascinante. Si surgen problemas, si no se produce una maduración adecuada, aparecen rasgos distintivos, como la hiperactividad o el déficit de atención, pero también inmadurez emocional, trastornos de la personalidad y otras muchas patologías.

Los lóbulos frontales son el máximo exponente del equilibrio y la ponderación. De la madurez. De hecho, es la última estructura cerebral en completar su forma. A una edad tan avanzada como los 24 años continuamos enfrascados en la tarea de entretejer su intrincada red. Este dato es sorprendente.

Un accidente acaecido el año 1848 nos ofreció las primeras pistas sobre su importancia. En realidad, hablamos del caso clínico más importante dentro de la historia de la neurología y la neuropsicología cognitiva. Al menos, es el más conocido; y no es para menos, porque el caso Phineas Gage es casi un milagro.

El 13 de septiembre un obrero, de nombre Phineas Gage, estaba colocando cargas explosivas a las afueras de Cavendish, Vermont. Participaba en la construcción de una línea de ferrocarril. Su puesto era el de capataz, y, en líneas generales, era considerado como un hombre eficiente y capaz, al que se podían confiar trabajos peligrosos.

Sin embargo, ese día Phineas cometió un error, y la pólvora explosionó a su lado. Al instante, una barra de acero de un metro de largo y 3 centímetros de diámetro salió disparada como una bala, impactó contra su mejilla y atravesó su cráneo, saliendo despedida por la parte superior de la cabeza. Para que nos hagamos una idea de la fuerza brutal del impacto, la barra, de seis kilos de peso, aterrizó finalmente ¡a 30 metros de distancia!

Phineas debería de haber muerto en el acto.

Pero no sólo no falleció, sino que mantuvo la consciencia y fue capaz de hablar a los pocos minutos. A los dos meses le dieron el alta. En un principio, parecía que había logrado sobrevivir sin apenas secuelas visibles. Sin embargo, sus familiares y conocidos observaron un cambio profundo en la personalidad de Phineas: no era capaz de concentrarse en la tarea, y le había cambiado el carácter. El hombre tranquilo y responsable había dado paso a un sujeto irascible, impulsivo y blasfemo. Le había cambiado por completo la personalidad; era otra persona. La barra le había dañado los lóbulos frontales, y su estructura mental había dado un vuelco.

Phineas, el hombre que conocían su mujer y sus amigos, resultó que sí había fallecido en el accidente. Su otro yo acabó solo, abandonado, mostrándose como atracción de feria en un circo. Murió joven y hoy, tanto su cráneo como la barra, se conservan en el museo de historia de la medicina de Harvard.

Con los años, las neuronas se atrofian, y perdemos recursos y recuerdos. No sólo los huesos y articulaciones se resienten con los años; también las funciones cerebrales pierden frescura y capacidad. Lo usual es que esta degeneración afecte primero a las áreas más exteriores, las últimas en crearse. Como ya dijimos, a los recuerdos últimos, y también, y muy especialmente en los varones, observamos una pérdida de densidad sináptica en los lóbulos frontales. La pregunta sería: ¿afecta esto a nuestro carácter? ¿Nos sucede algo parecido a lo que le sucedió a Phineas Gage?

En mi opinión, es más que probable que, con la vejez, la personalidad cambie. Los ancianos a menudo son ¿cómo decirlo? difíciles. Se llenan de manías, se vuelven intransigentes, obstinados y desconfiados. Pero es importante recordar que a todos nos cambiará el carácter con la edad. Esto es algo que conviene tener en cuenta: todos llevamos a un viejo encima.

Ojalá a nosotros, cuando nos llegue la hora, nos traten con paciencia y respeto. Para ir mereciéndolo, conviene cuidar de los mayores; dar ejemplo a los más jóvenes. Ellos cuidarán de nosotros

Por supuesto, achacar el temperamento de los ancianos sólo a la pérdida de sinapsis en la zona frontal es un tanto absurdo por reduccionista. Los mayores han enterrado a semejantes, incluso a hijos, sufren de dolores crónicos y sienten la inseguridad de quienes han perdido firmeza y necesitan de bastones o de otras personas para sostenerse o ir al baño. Sólo esto bastaría para avinagrar el carácter de cualquiera. Además, este proceso degenerativo no es igual para todos, porque no hay dos cerebros idénticos. Una persona de edad avanzada puede mantener su cerebro activo, en buena forma; lo fundamental para ello es que no se abandone a la molicie de un ocio impuesto. El mayor enemigo del cerebro suele venir de una jubilación que trae consigo un estilo de vida sedentario, en lo físico y lo intelectivo. Me gusta la manera que tiene Tomás Mann de decirlo: "cuando se ha acabado de reformar una casa, ya sólo espera la muerte".

Y, encima, hay ancianos y ancianas sencillamente encantadores. Definitivamente, no se puede asumir como dogma de fe la imagen del viejo cascarrabias.

Quedémonos, pues, con lo fundamental de lo dicho al principio: es cierto que los ancianos retienen los recuerdos de su infancia, que se han grabado en zonas más profundas del cerebro, y suelen venir acompañados de experiencias emocionales intensas. Es un refugio al que se aferran los últimos años: los recuerdos lejanos suelen pasar por un tamiz placentero, que, compasivo, remite al olvido lo malo y recupera lo bueno.



¿Saben del video la escena que más me impresiona? Cuando la anciana desciende la colina y encuentra el esqueleto de la barca de su padre. Lo que hace entonces me sobrecoge: se acurruca dentro, y adopta una postura fetal, como de bebé.

Ha alcanzado ese refugio en el que los ancianos se pueden permitir volver a su infancia.

Tras una larga vida, no merecen menos.
Antonio Carrillo.


9 comentarios:

  1. también había visto el video en otro medio... es el comentario el que lo vuelve más entrañable si posible... gracias =)

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  2. Me ha encantado el artículo. Es totalmente cierto, pues mi madre, que tiene ochenta años se acuerda mucho de su madre, que murió cuando ella tenía dieciocho, y le cuenta a mucha gente la historia de su madre, es lo que primero que le sale cuando está hablando con alguien que acaba de conocer

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  3. Saludos, ayer he tenido una larga entrevista para la radio en Colombia con un viejo profesor colmado de experiencias e historias, y después de ello he visto su recomendación lo que ha sido profundamente reconfortante y conciliador. La tarea es que transcurra de la mejor manera aquello que se nos agota momento a momento, que se va de entre los dedos, la vida. Gracias.

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  4. Este artículo nos permite reflexionar sobre la brevedad de la vida y sobre la importancia de disfrutarla en toda su expresión y en todas sus edades, cada una de ellas con sus tristezas y alegrias. La vida es un suspiro, no vale la pena desaprovecharla dejando de lado los afectos por correr detrás de bienes materiales.
    Estos son importantes, pero evidentemente no son lo que más debe ocuparnos a través de nuestra existencia. Es un gran artículo.

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  5. Artículo encantador Antonio.Gracias por publicarlo. Disfruto de una redacción estupenda.

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  6. Respuestas
    1. Entrañable y conmovedor. Si una persona al final de su vida añora la ausencia de sus padres y quiere volver a sentirse amada y protegida, es porque fue amada y protegida. Pero cuando no se sintió ni amada, ni protegida ¿qué sentido tiene querer volver? Es el amor lo que da refugio. Quizás las personas mayores quieren volver al momento del pasado donde se sintieron amados porque en el presente se sienten solos.

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  7. Aunque una persona no se sienta sola, cuando se acerca el momento de subir a la barca
    es cuando más se acuerda de su madre, padre etc.
    Es un artículo muy emotivo y más cuando te encuentras en una etapa de tu vida, donde subes todos los dias a esa bicicleta para recorrer una y otra vez el mismo camino y al final no encontrar nada. Muy emotivo, no lo conocia, pero te aseguro antonio que no será la primera vez que lo vea.

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