jueves, 9 de febrero de 2023

Reedito Ética empresarial en 2012. El mundo de la traducción.



Este artículo lo publiqué en mayo de 2012. Y la realidad que describo no ha cambiado demasiado.
Por ello he decidido reeditarlo.


Permítanme la indiscreción: soy el gerente de la agencia de traducciones más antigua de Madrid, y en estos 62 años nuestra empresa ha vivido momentos mejores y peores, navegando, como todas, sobre los oleajes que provocan los ciclos económicos.

Lo que nos distingue de otras actividades es una figura peculiar, un profesional altamente cualificado, un artesano de la palabra que precisa de muchos años para formarse. Este es un negocio que no permite atajos. La principal herramienta de un traductor sigue siendo un cerebro moldeado por la experiencia, alertado por los errores cometidos en el pasado y despierto a la búsqueda provocada por un reto inesperado y que proviene de algo tan vivo como el idioma.

Ser traductor consiste en una búsqueda constante. Los traductores exploran territorios nuevos todos los días.

Pero, más allá de todo romanticismo, somos, en definitiva, una empresa. Y por consiguiente, nuestra finalidad última es obtener beneficios; ganar un dinero que nos permita seguir con la actividad que desarrollamos. En definitiva, pagar sueldos y alquileres. Y estamos inmersos en un mercado altamente competitivo, que nos exige un esfuerzo constante por ofrecer calidad al mejor precio.

Ahora bien, ¿cuánto vale el trabajo de un profesional de la traducción?

Cada vez menos.

En estos tiempos de tecnología, innovación e inmediatez, los valores intangibles de la experiencia han perdido fuelle. Nos hemos visto invadidos por virus corporativos muy agresivos que, ajenos a todo lo que no sea su Cuenta de Resultados, tergiversan los usos de una actividad para la que antaño se precisaba constancia, vocación y ciertas dotes de sabiduría. Es penoso ver cómo hemos perdido valores y, con ellos, dignidad. Si antes una minoría podía considerarse traductores, y una generación nueva aprendía con paciencia el oficio de los mayores, hoy casi cualquiera puede traducir. Basta con que rebajen su tarifa a niveles deshonrosos. Se convierten así en esclavos involuntarios de la codicia de unos cuantos empresarios que ni comprenden la esencia de este trabajo ni respetan la extrema dificultad que entraña el ejercicio de este oficio. Para ellos la traducción es un servicio empresarial más, una manera de ganar dinero. La pausa necesaria para volver al texto con una nueva mirada, la búsqueda de un giro idiomático que resuelva una encrucijada, la inmersión en una terminología técnica extremadamente difícil... son todos aspectos ajenos al ansia por obtener beneficios fácil y rápidamente. El traductor es, cada vez más, un personaje anónimo y prescindible, capaz de rellenar páginas de Word. Es un condenado a galeras, que con cada golpe de remo suma una palabra más al procesador de texto. Sabe que si protesta, si se levanta del sitio, alguien ocupará su lugar. La nave no se detiene jamás. Y el remero, oculto en sus entrañas, desconoce su rumbo. Tan solo boga, día tras día. Sin descanso. Por una limosna de pan y una escudilla de agua. Las palabras caen como granos de un reloj de arena, y las tapas de los diccionarios se pudren de salitre, desuso y sudor. No hay tiempo. La palabra, al poco, se convierte en enemigo. Es la alienación máxima. Se rema, se traduce, con los ojos vendados.

Más palabras. Más palabras. Y por menos.

Esta realidad, que puede sonar exagerada, no responde a un momento de crisis en la que debemos ajustar los precios. Durante 62 años hemos pasado por todo tipo de dificultades; pero lo que vivimos es distinto. Insisto en que es un problema de valores, de ética empresarial. Se están dando situaciones de franca explotación, aprovechando la penosa situación que atraviesan muchos profesionales, especialmente los más jóvenes. Se realizan trabajos sin cobrar por ellos, con la burda justificación por parte de la empresa de que se trataba de una prueba. Se organizan cursos de traducción en los que los alumnos realizan trabajos que se facturan al cliente. Se contratan equipos de becarios por seis meses, sin pagarles nada, y exigiéndoles que realicen traducciones que, una vez más, se facturan como trabajos realizados por profesionales. El mercado se ve alterado por estas prácticas innobles, y lo peor es que las agencias serias, al no poder competir, no pueden incorporar traductores jóvenes para así poder formarlos.

La posibilidad de aprender el oficio, de revisar, consultar y corregir, no tiene cabida en esta carrera ciega hacia el abismo en la que estamos inmersos. No se aprende a traducir en una facultad, como no basta leer mil libros para convertirse en médico. La experiencia, palpar un abdomen, emitir un diagnóstico y equivocarse cien veces, aprender de ello, lo es todo.

Esta realidad tan penosa y preocupante a nadie escandaliza. En otras actividades se vivirán situaciones parecidas, se me dirá. Pero hay una faceta en la traducción que pasa desapercibida, y que a todos nos atañe.

Hay organismos públicos, como Direcciones Provinciales de la Seguridad Social, que pagan las traducciones de los expedientes a 0,02 euros la palabra. Es decir, documentos que versan sobre cuestiones fundamentales como jubilaciones, prestaciones por accidentes o pensiones se pagan a un precio imposible. Si la agencia cobra 2 céntimos de euro la palabra ¿cuánto cobra el traductor? ¿1 céntimo? Y este precio se aplica a traducciones inversas al ruso, griego o noruego. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se admite una propuesta económica en una licitación pública a un precio manifiestamente temerario? Estos precios están en algunos casos un 500% por debajo del precio de mercado ¿Por qué no ha prosperado ninguna de las reclamaciones que he interpuesto ante las mesas de contratación? Y lo que es más importante ¿quién está traduciendo estos expedientes a ese precio? No un traductor. Eso seguro.

Pero la realidad es aun peor: la interpretación en sede judicial está en manos de dudosa capacitación, y a unos precios irrisorios. Se han dado casos, documentados por los propios magistrados, en los que los supuestos intérpretes desconocían el idioma objeto de interpretación, o no sabían expresarse en castellano. ¿Qué ha sucedido con las quejas elevadas por miembros de la magistratura ante el Consejo General del Poder Judicial? ¿Por qué no ha trascendido un escándalo tan mayúsculo?

En un Estado de Derecho la salvaguarda de Derechos Fundamentales es un pilar central sobre el que se asienta la existencia misma de la democracia. El derecho a un juicio justo, y con plenas garantías constitucionales, es algo que nos atañe a todos los ciudadanos. Si miramos a otro lado, corremos simplemente el riesgo de ser los siguientes, y nos convertimos en cómplices. El escándalo de una interpretación inadecuada en los procedimientos penales afecta a personas marginales, fundamentalmente a extranjeros indocumentados, y por tanto no es noticia. Un jugador se lesiona el menisco, una famosilla se encama con un torero o un cantante aparece muerto por una sobredosis y la noticia es de dominio público. Pero en España todos los días se celebran juicios en los que el derecho a una defensa digna se ve presuntamente vulnerado, y no pasa nada.

Realmente, algo no funciona. Algo está pasando en el orden de los valores.

Me preocupa especialmente que el periodismo esté sufriendo también los embates de la crisis, y que la salud democrática se vea afectada por intereses empresariales de grandes emporios de comunicación aquejados por un descenso de los ingresos publicitarios. Una prensa con dificultades económicas es vulnerable a la presión política, a que se dirija su línea editorial. Y esto importa realmente porque los ojos de los periodistas son los nuestros. Están donde se produce la noticia por nosotros, para contarnos lo que sucede. ¿Acaso no lo sabemos todo?

Insisto una vez más, es un problema de valores. Estamos permitiendo que el miedo socave nuestra fortaleza moral, nuestra dignidad y los avances en derechos y libertades ganados con tanto esfuerzo durante años. Al albur de la crisis económica, florecen prácticas empresariales insoportables que a todos nos afectan. La pregunta es: ¿seremos los siguientes? ¿No vamos a alzar la voz mientras no nos afecte?

Seré claro: ya nos afecta. Porque el abuso laboral sobre una generación de jóvenes es asunto que a todos nos concierne, porque lo que suceda en un juzgado, sea o no extranjero el acusado, a todos nos atañe en lo más íntimo. Porque necesitamos una prensa libre y un marco legal que nos proteja frente a los abusos provenientes del miedo.



Estamos perdiendo la batalla contra el desaliento. Y les estamos robando a nuestros propios hijos brotes de libertad que tardaron muchos años en arraigar. Es un problema de perspectiva. Creo que deberíamos detenernos un momento, dejar de remar.

Y preguntarnos adónde vamos.

Porque yo, al menos, no lo tengo nada claro.

Antonio Carrillo.

14 comentarios:

  1. Antonio: Lei tu publicación, no estoy ajena a los problemas que existen en estos momentos en España, soy de Argentina; me gustaría poder decir que acá pasa algo diferente, sin embargo, mi marido es traductor y tambien tiene una empresa, y es algo muy similar acá también. aunque no sé en qué país vive mi presidente Cristina; pero es como la gráfica, "Hay que seguir remando, hasta el final".... Exitos y no dejes que las olas o las tempestades derriben tus metas!!!!!

    ResponderEliminar
  2. Estimado y apreciado compañero:

    Como siempre, demuestra lucidez y expresa a las mil maravillas lo que viene sucediendo desde hace unos quince o veinte años. Concretamente, desde que empezaron a florecer por doquier los centros universitarios de formación de traductores (e intérpretes) y el auge de internet (que, por otra parte, tiene sus muchas ventajas).
    Si lo que rigen son las macrocontratas, los plazos de pago dilatadísimos, las tarifas irrisorias, las técnicas de producción masificadas y los sacrosantos márgenes empresariales, sólo se puede trabajar en condiciones dignas convenciendo al cliente de que la traducción no es un producto estándar.
    Creo que la única salida pasa por un control o una certificación de la calidad de nuestro trabajo. Una calidad que tiene, como muy bien ha ponderado, sus numerosas e importantes repercusiones en un estado "de derecho".
    La mera reputación de seriedad de una empresa o un profesional puede servirle de respaldo, pero no basta: hay que convencer con más y mejores argumentos. En eso, el diálogo con el cliente -y, obviamente, con el proveedor de servicio- resulta fundamental...
    Michel XR MAURICE

    ResponderEliminar
  3. Brillante y tristemente certero, Antonio. Todos somos responsables. Si, como bien dices, cerramos los ojos, miramos hacia otro lado y seguimos cada uno con nuestros asuntos, por eso de que "ya tenemos bastante con lo nuestro", estamos contribuyendo a este deterioro. No basta con no responder a las ofertas irrisorias y hasta ofensivas que recibimos, hay que responderlas, rechazarlas y hacer oir nuestra voz explicando una y otra vez, cuantas veces sea menester, nuestros motivos, en defensa de la dignidad del profesional que ejerce y del cliente que paga por lo que debe ser un buen servicio.
    Noelia.
    Jugamos todos en el mismo equipo. Si por fortuna hoy no estamos en el lado oscuro del desamparo y la necesidad de cobrar lo que sea, podemos estarlo mañana. Por eso, por todos nosotros, hay que seguir luchando.

    ResponderEliminar
  4. Gracias Antonio por el artículo y por mantener valores que, desgraciadamente, van desapareciendo con el "progreso".

    Un saludo

    ResponderEliminar
  5. No conocemos el mundo de la traducción, pero en el de la Arqueología pasan cosas similares, desde hace un par de décadas todo se ha disparado hacia el dios dinero y los que intentamos hacer un trabajo bien hecho, aunque a veces nos cueste más de lo que cobramos por ello, al parecer estamos "fuera de sitio".

    Magníficamente expresado lo que ocurre y nos tememos que no somos nada optimistas sobre el futuro...Nos queda la satisfacción del trabajo bien hecho y de los años pasados, pero a partir de ahora creemos que todo a a peor.

    Un afectuoso saludo

    www.castrvm.es

    ResponderEliminar
  6. Imposible expresarlo más claramente. Muchas gracias por ondear el estandarte, de pronto alguien se detiene a verlo y decide honrarlo. Las horrendas traducciones que circulan por ahí son testimonio vivo, en blanco y negro, de esta actitud empresarial (que ya ni la llamaría 'ética' porque sería una total contradicción con el significado del concepto) que solo persigue las ganancias y utiliza la calidad como felpudo.

    ResponderEliminar
  7. Gracias a todos.

    La fuerte respuesta a este artículo demuestra que era necesario. que la voz del traductor pedía un ¡BASTA! rotundo.

    Mi voz pretende ser la voz de todos.

    ResponderEliminar
  8. Chapeau, Antonio. Comparto plenamente tu opinión y certera descripción de la situación infravalorada del traductor y del intérprete.
    Un saludo
    Alison Ward Exelby

    ResponderEliminar
  9. “Estimado Antonio, creo que es una batalla perdida desde muchos años, en la que hay dos frentes responsables.
    Por una parte, siempre no se valoró la condición de traductor. Se le consideró como un “profesional menor”.
    Traducir es muy fácil, según ellos, basta “chapurrear un idioma” u obtener un diploma de dudoso prestigio.
    No es de extrañar, pues, que el mercado actual se haya transformado en una “SUBASTA A LA BAJA”.
    No se considera que un auténtico traductor literario es un intérprete de la lengua y no un mero transcriptor.
    Y se trata de una traducción técnica, hay que conocer la materia o consultar lo “que no está en los escritos” y esa exigencia no se cumple habitualmente.
    Pero tampoco hay que olvidar la parte del “traductor”. Hay mucho intrusismo y sobrevaloración propia.
    Hace unos años constaté una “patita” de tal vez un funcionario televisivo.
    Se trata de una conocida serie que se conoció como “La canción triste de Wall Street”. Estuvo varios años en el “candelabro” como diría alguna famosilla Mazagatos de turno.
    El título orinal era “The blues”y hete aquí que el insigne colaborador-traductor encargado de traducir el título (sin ver un episodio de la serie, supongo), lo tomó por los “blues”y no por los “azules” (como los inefables “grises”franquistas) de una comisaría americana. Le costó mucho llegar al título de “canción triste de…”. No estaba al alcance de muchos esa traducción libre.
    La incompetencia y el intrusismo es una de las virtudes patrias.
    Gracias Antonio por estar ahí.
    Un abrazo.
    Ángel Segado”

    ResponderEliminar
  10. Ha hablado un traductor jurado en tres idiomas y con más de 30 años de experiencia.
    Gracias, Ángel

    ResponderEliminar
  11. Perfecto análisis de la realidad, Antonio. Como traductor jurado que vive esas tóxicas experiencias casi a diario, duele constatar la desidia que muestra la propia Administración en tan delicados asuntos, permitiento por otra parte la irrupción de lo que yo defino como "Top Mantas" de la traducción-interpretación.

    ResponderEliminar
  12. Estimado Antonio:
    Un artículo estupendo. Comparto tus observaciones sobre el expolio del prestigio del traductor y los métodos y prácticas de muchas empresas para reventar precios y pagar lo menos posible al traductor, ya que se trata simplemente de pasar de A a B, por lo que, como él domina el idioma, es cosa de un abrir y cerrar de ojos. El temor, riesgo y a menudo realidad que nos achaca a todos es esa sensación de ser prescindible… De saber que siempre encontrarán a alguien que acepte un trabajo por 2 céntimos. Por eso, oír tu voz de desaliento y seguir expresando nuestro descontento con las prácticas actuales es en mi opinión el único camino a recorrer, intentando como dices, dejar los remos por un instante…

    ResponderEliminar
  13. Qué grande es Antonio y que grandes todos vosotros.
    Para una profana en la materia cómo yo, habéís dado una clase magistral.
    Tan solo soy una enamorada del sentido común, del humanismo, del respeto mutuo, del cariño por las cosas bien hechas, de la humildad. Y cierto es, que son "raras avis" en esta nueva era de mercaderes.
    Hace muchos años tuve ocasión de compartir mesa, durante una reunión de trabajo internacional, con dos traductores. Y me quedé ciertamente impresionada por todo cuanto compartieron y nos contaron acerca de su profesión y pasión. Porque, ¿cómo, si no, puede alguién dedicarse a una tarea los 365 días del año?. Igual que la voz del cantante lírico, ellas y ellos, estudian y aprenden a diario para dar el "do de pecho".
    Gracias Antonio y compañía por la lección!!!
    Un cordialísimo saludo.

    ResponderEliminar
  14. Peor se paga la traducción literaria, que es infinitamente más compleja que la técnica, y que a menudo tiene mucho de recreación de textos, pero en fin. Las editoriales pagan mal y tarde, por lo general

    ResponderEliminar