miércoles, 16 de enero de 2013

"Después de Cristo": ensayo sobre un presente sin Dios.




Título
"Después de Cristo"
Autor
Alfredo Fierro
Editorial
Trotta,
Fecha de edición
2012
ISBN:
978-84-9879-328-4


(Lo que siguen son reflexiones personales sobre un ensayo de reciente aparición. La opiniones del autor del libro vienen entrecomilladas, y en absoluto se le deben pedir responsabilidades por lo que sigue. Sólo yo soy responsable de lo que lean)


Alfredo Fierro ha publicado un nuevo libro. Y ha vuelto a la teología. Son dos noticias extraordinarias que, sin embargo, nos obligan a conducirnos cum grano salis: con prudencia ante un tema, sin lugar a dudas, polémico.

Pero Alfredo ha vuelto (nunca se fue); y con la profundidad a que nos tiene acostumbrados. Llamando al pan pan, y al vino vino. Y es precisamente su coherencia (y su asombrosa erudición) lo que hace que sintamos, en múltiples ocasiones y todo a lo largo de la lectura, algo parecido a una epifanía laica, si tal oxímoron es posible.

Hablamos así de un ensayo extraordinario, porque excepcional es su autor.

El autor: Alfredo Fierro Bardají.


Alfredo es teólogo. Digo más; es doctor en teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, acaso la universidad de teología más prestigiosa del mundo. Su tesis, publicada a varios idiomas, lo convirtió en el máximo experto mundial sobre la figura de San Hilario, obispo de Poitiers y Padre de la Iglesia.

Es Alfredo un autor prolífico, con obras de filosofía y teología de enorme interés; profesor de teología en Zaragoza y Madrid, pronto sus publicaciones, teñidas de la heterodoxia postconciliar, alcanzan un eco muy significativo, tanto en España como en Europa. En concreto, su libro "El evangelio beligerante" se publica en 15 idiomas, lo cual da idea de su repercusión a nivel mundial.

Pero a finales de los sesenta su vida da un giro, en lo personal y profesional, y vuelca su atención en la psicología. Alfredo es doctor en filosofía (rama psicología) por la Universidad Complutense, y muy pronto es profesor de psicología en la Universidad de Salamanca. Más tarde con seguirá (inaugurará de hecho) una cátedra en la facultad de psicología de Málaga. Antes, ha fundado "Voces" y "Siglo Cero", dos revistas de referencia sobre el tema de la discapacidad. El poliédrico y políglota Alfredo, que habla alemán, francés, italiano, latín e inglés, se convierte en uno de los mayores expertos europeos en retraso mental.

Una vida así, un legado tan inmenso, no puede resumirse en unos párrafos, ni le hacen justicia los fríos datos. Alfredo ha escrito más de treinta libros y cientos de publicaciones; es articulista en el diario El País, e interviene a menudo en la tertulia del programa televisivo "La Clave", un hito televisivo de los años setenta y ochenta. Al cabo de unos años, lo eligen Decano de la facultad de psicología y, más tarde, lo nombran catedrático emérito. También participó activamente en políticas de ordenación académica, como Director General en el Ministerio de Educación y Ciencias. Otro dato que seguro les sorprende: en el año 1984 el Colegio Oficial de Psicólogos de España le encarga el estudio y redacción del código deontológico, que regirá la actuación de los psicólogos en España.



La revista Anthropos, publicación de referencia para la intelectualidad española, dedica su número 161 por entero a la figura y la obra de Alfredo Fierro. Los reconocimientos se suman, y sería largo hasta la extenuación pararse en todos; en 2002 recibió la Medalla de Oro de Aragón a los Valores Humanos. Posteriormente, la Junta de Castilla y León le otorgó el Premio Fray Luis de León de 2005, en su modalidad de Ensayo, por su obra "Heterodoxia". Abandonamos este apartado de 'méritos', no sin antes mencionar el Real Decreto 851/2007, de 22 de junio: el gobierno concede a Alfredo Fierro la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.

Pero no se completa el autor con esta avalancha de logros. Para entender su talla, como sucede con otros grandes hombres, resulta útil descender al fértil terreno de la anécdota. Propongo un ejemplo: los años que estudiaba en Roma, Alfredo descansaba los veranos en casa de sus padres, donde (según confiesa) se aburría. Por ello, se dispuso a leer los manuales de Derecho de su hermano, que cursaba la carrera en Zaragoza. Se decidió a presentarse por libre, y en apenas tres veranos obtuvo, casi sin quererlo, La licenciatura en Derecho por la Universidad de Zaragoza.

Esta anécdota cuesta creérsela, lo sé; pero tengo otra más impresionante. Un día Alfredo encontró a mi padre, Antonio Carrillo Robles, muy abatido en el comedor dl Colegio Español , en Roma. Por circunstancias que no vienen al caso, mi padre se había visto obligado a aprobar los cuatro años de teología en uno sólo. Una locura que le forzaba a cursar 45 asignaturas en la Pontificia Universidad Gregoriana. Cuando lo consiguió, tuvo que ingresar dos meses en un sanatorio de reposo.

Para mi padre resultaba del todo imposible cumplir con el plazo de entrega de la tesina final; tan sólo había podido recopilar una extensa documentación. Alfredo le pidió los folios, y estuvo un día estudiándolos. Al día siguiente, a primera hora de la tarde, llamó a la puerta de la habitación de mi padre. ¿Podía dedicarle unas horas? Mi padre se sentó ante la máquina de escribir, y Alfredo le dictó, prácticamente de memoria, con el apoyo de unas breves anotaciones, 80 folios sobre el tema "El argumento de Escritura de la encíclica municicetissimus deus".

A mi padre le aprobaron la tesina. La nota fue un 10.

Pero basta de anécdotas; no acabaríamos. Total, en ningún foro de internet leerán que Alfredo tiene terminada la carrera de piano (los 10 años), que es un magnífico intérprete de Chopin.

Detalle éste sin importancia, al alcance de cualquiera.

La obra: "Después de Cristo".

Presentado el autor, es momento de reseñar su texto. Más de 500 páginas en las que Alfredo Fierro recorre los 2.000 años de cristianismo, dividido el libro en Edad antigua, medievo, tiempos modernos y postrimerías. 29 capítulos que se inician siempre con una fecha, que enmarca temporalmente un enunciado: año 30 "en aquel tiempo", año 50 "el mito de Cristo", año 70 "leyendas de evangelios"...  Es un transcurso, un itinerario durante el cual la idea de Cristo genera controversias, pasiones o indiferencias. En definitiva, es un intento por explicar un fenómeno, el religioso, que protagoniza buena parte del debate ideológico y conceptual de los últimos dos mil años, en un esfuerzo epistemológico que acaba por conducirlo, agotado de ideas y acorralado por el empirismo científico, hacia su decadencia.

Hacia la muerte de Cristo. Acaso hacia la muerte de Dios.

Lo avisé: el tema es polémico, pero insoslayable. En los inicios del siglo XXI tenemos perspectiva para plantearnos, sin miedo a censuras o exabruptos, la idea de Cristo como mito, al igual que Osiris o Prometeo, habitantes ambos de un universo extraño, el del arquetipo humano. Fríos ya los rescoldos de la inquisición, podemos alzar la mano y preguntar sin miedo a represalias ¿tiene cabida Dios en esta realidad compleja en la que vivimos? ¿Hace falta? 

El discurso de Alfredo Fierro es demoledor por inclemente. Como el mejor cirujano, disecciona la figura de Jesús, desde su vertiente histórica primero, cribada después por el cedazo definitorio de Pablo o los evangelistas, y consolidada más adelante por Agustín o la (fascinante y escabrosa) historia conciliar y papal. Jesús tuvo muchas interpretaciones a lo largo de esta historia centenaria, pero Cristo, en definitiva, aparece más como constructo de Pablo que como figura histórica. Porque de Jesús de Nazaret, del hombre, no sabemos apenas nada.

Esto es algo que sorprende. Si bien el autor no plantea dudas sobre la existencia del Jesús histórico, no puede dejar de señalar la absoluta oscuridad que rodea al personaje. De las fuentes cristianas posteriores poco podemos fiarnos; pero incluso las fuentes no adscritas al cristianismo son vagas y escasas. Apenas dos menciones tempranas de autores romanos, Tácito y Plinio el Joven, acreditan la existencia de cristianos, pero no aportan datos sobre Jesús. Y, respecto de las fuentes judías, Filón no le cita, y Flavio Josefo incluye un párrafo laudatorio de dudosa autenticidad.

Quien nace pronto es Cristo como trasunto paulista de Jesús. Alfredo Fierro es claro:


"Pablo se inventa a Cristo como figura conceptual. Lo que importa, desde Pablo, es Cristo en cuanto idea, una idea que él supo 'vender' bien y que ha venido a funcionar de maravilla. Por eso, Pablo ha de reputarse principal - aunque no único - forjador del mito de Cristo. El Jesucristo paulino no es una leyenda, ni un retablo de leyendas reunidas, como luego lo son los evangelios. Es más y es menos que leyenda: un mito intemporal abstracto y, a fin de cuentas, desencarnado" (p. 43).

Sólo los (posteriores) evangelios sinópticos nos ofrecen una imagen del Jesús hombre; pero una lectura desapasionada nos aporta una semblanza "de varón malhumorado, atrabiliario, iracundo (p. 66)".  "Queda Jesús muy lejos de la estampa con que cristianos de buen corazón desean recordarle. De atenerse a lo que de él se cuenta, fue adoctrinador, intransigente y quizás fanático, al igual que otros profetas (p.68).

Hay algo en Jesús que cuesta entender: su absoluta falta de humor. Los evangelios nos apabullan con un Jesús triste, serio, malhumorado. El Jesús huraño carece "de esa ironía - sello de inteligencia sabia - que, en cambio, poseyeron Sócrates y Buda (p. 68)". Es un producto de su época, de su tierra dura y hosca, de tiempos de sangre y dominación. Tampoco Pablo era un dechado de virtudes, ni un hombre alegre. Alfredo Fierro, en una cruel gradación, y en fiel reflejo de humor aragonés, lo define en un párrafo memorable:

"De los testimonios suyos mismos se desprende, dicho con benevolencia, que Pablo ha tenido la fe típica del converso: apasionado y excesivo, sin fisuras; dicho con moderación: que era un iluminado con ínfulas; dicho lisa y llanamente: que se encuentra en los bordes del fanatizado (p 42)".

Es una descripción fantástica no sólo de Pablo de Tarso; también de otros muchos que engrosan las páginas de este libro, repleto de fanáticos seguidores de una verdad única, aunque siempre distinta, veleta esquizofrénica que gira con el rumbo incierto del viento doctrinal. Los Padres de la iglesia lo tuvieron difícil desde el principio, preocupados por justificar el fracaso de la parusía, el verdadero compromiso de Jesús, su regreso inminente, que mantuvo el ánimo clandestino de las primeras comunidades cristianas. El tono del libro avanza y cobra fuerza con el transcurso de los siglos, pero se hace truculento, desesperanzado, lúgubre en ocasiones; porque Alfredo no les concede tregua a los impostores del logos encarnado, ni a nosotros nos ofrece un resquicio de esperanza. Hay un aire de revancha, un ajuste de cuentas del autor frente al dogma irredento. Es una historia de cadáveres, de mentes libres abandonadas (silenciadas, torturadas o quemadas) en la oscura cuneta de la historia.

A todos se nos han embaucado en algún momento con los malabares del Dios amable. Es una esperanza de la que cuesta (y duele) zafarse.

Los concilios, papados y príncipes se suceden, pues, en una pantomima que nada aporta, acaso certidumbre ante el miedo que supone tanto la caída del orden romano (que justifica la obra del obispo de Hipona) como la posterior adveración sobre la culpa y el pecado original. O, más importante incluso, la muerte cotidiana por pestes, guerras o hambrunas. Siempre en orden de revista el rigor doctrinal, la seriedad formal y el dolor, presentes todos como señales de identidad de la fe.

La Pasión de Cristo es algo (mucho) más que un símbolo; es la razón de ser del cristianismo. Sin pena no hay necesidad de salvación. Cristo crucificado presupone la culpabilidad incluso de los recién nacidos, que sólo hace unos pocos años pudieron abandonar el cruel limbo. Bajo esta admonición se explica el martirio de Cristo y de los santos. 

Por ello, el primer tercio del libro sólo se ilumina ante la llegada de una personalidad como Francisco de Asís, un resquicio de esperanza desde la sencillez y el humor. Se le nota a Alfredo la querencia hacia el italiano, bueno hasta las trancas. Tan sencillo e indefenso que no se le castigó por pregonar algo inaudito: la amabilidad del hombre hacia la vida. No era Francisco peligroso, ni contestatario, ni proselitista. Ello le salvó de la herejía. Así lo explica Alfredo Fierro:

"Francisco sobresale entre los pioneros de la pobreza voluntaria. La iglesia, algo a regañadientes, pero en acto de justicia poética - o teológica - hubo de reconocerle como hijo suyo insigne y ejemplo de santidad. La pronta canonización de Francisco, en 1228, fue, por otro lado, hasta cierto punto, un truco de neutralización póstuma de su figura ejemplar. También en esto se manifiesta la astucia de la iglesia, tan hábil al condenar como al elevar a los altares. Toda ideología minoritaria - como la de la pobreza - y desviada de la oficial se expone a ser considerada herética. Ahora bien, al no ser posible anatematizar sin distingos a todos los divergentes, conviene discernir en ellos: reconocer y canonizar a algunos como santos, reprobar a otros como heréticos. Esta decisión ha dependido de la sumisión o insumisión ante la autoridad de la iglesia; y el franciscanismo ha sido aceptado porque fue sumiso (p.207)"

Francisco de Asís es sólo un instante, un espejismo; como antes sucedió con Juan Bautista, una figura posiblemente de gran enjundia. Su simiente no ha calado porque no pretendió adoctrinar. El poder estaba bien guardado, celosamente pensado en un suma teológica que recupera a Aristóteles. El púlpito centra (hipnotiza) todas las miradas, aún vacío. ¿Cómo no puede haber verdad si resuena en la grandiosa catedral de Reims? Y sólo desde la exótica y griega Bizancio, desde los cultos emiratos omeyas, o desde los scriptorium de los monasterios, la raíz humanística encuentra sustrato en que sobrevivir. Y gracias. En el siglo XV, con hitos como la caída de Bizancio (1453), la invención de la imprenta (1450) y la impresión de la Biblia (1456), renacerá el hombre para el hombre, sin que Dios intervenga como árbitro necesario.

Nos recuerda Alfredo una anécdota que casi nos pasa desapercibida: Boticelli pinta a la (bellísima) diosa pagana Venus naciendo del agua. Es el año 1485.

De nuevo otro instante de luz en el ensayo, esta vez en la página 271, de la mano del príncipe Pico del la Mirandola, quien escribe en 1487 el manifiesto "la dignidad del hombre". Nace el humanismo como alternativa; se intenta pensar al hombre y exculparlo. Comienza Pico su obra desde gran altura:

"He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres venerados, que Abdalá el Sarraceno, interrogado acerca de cuál era a sus ojos el espectáculo más maravilloso en esta escena del mundo, había respondido que nada veía más espléndido que el hombre. Con esta sentencia coincide aquella otra, bien famosa, de Hermes: 'Gran milagro, oh Asceplio, es el hombre'".

Con autores como Pico, Nicolás de Cusa, Lorenzo Valla, Marsilio Ficino, Erasmo, Montaigne, Vives, Rabelais o Tomás Moro, cambia el prisma del pensamiento. No en vano:

"Humanismo significa colocar lo humano y la humanidad, con Protágoras, como noble medida de todas las cosas (p. 274)"

El cristianismo responde. Primero al cisma protestante, enrocándose en su dogmatismo papista. Sometida también a los urbanitas aires de libertad que el humanismo ha provocado, busca en mentes privilegiadas - y no del todo ortodoxas - como las de Descartes, Grocio, Locke, Spinoza, Laplace, Rousseau, Kant o Hegel una respuesta racional que justifique el hecho religioso, cada vez más acorralado; pero nacen voces agnósticas, como las de Hume, Comte, Feuerbach, Nietzsche o Marx... Es una lucha perdida de antemano, ya que la ciencia le resta espacio vital a Dios, responde por él a las más graves preguntas: de dónde venimos, qué somos, cómo pensamos. Copérnico, Galileo, Darwin, Hubble, Einstein, Mendel, Freud... El hombre encuentra respuestas fiables en la investigación empírica. El creacionismo es una entelequia que no se estima en un ardite frente a los descubrimientos provenientes de la paleontología o la genética. No resiste comparación.

La Tierra se muestra obstinada en su forma casi esférica, y en girar en torno al Sol.

Queda la fe como religión del sentimiento, pero:

"No es seguro, antes bien, es muy dudoso que la emoción ante lo sagrado difiera de la emoción en presencia del mar o del desierto; que sea diferente la experimentada en la audición de un oratorio o cantata religiosa y la de un coro de ópera o cantata profana (p. 449)"

Por último, los avances en neurociencia acorralan a la fe en su último reducto: el de la misma consciencia. Incluso los éxtasis religiosos se provocan en los laboratorios activando ciertas zonas de la corteza cerebral. No hay mística en ello, sólo bioquímica e impulsos eléctricos, como recuerda el neurólogo Antonio Damasio.

Por sí esto fuera poco, Dios, si existe, debe responder por el horror del Holocausto. Alfredo Fierro es aquí durísimo:

"El monoteísmo estricto y en particular el bíblico lo tiene muy difícil para sobrevivir a la conciencia de las atrocidades de las guerras y los genocidios, y a la reflexión sobre las catástrofes de la naturaleza (...) El horror (...) tanto más refuta a un dios - o a Dios - cuanto más poderoso y amoroso se le suponga (p. 481)"

Si Dios existe, viene a decir, debería rendir cuentas por tanto dolor. 

En definitiva, Alfredo Fierro es, una vez más, contundente:

"Con el tiempo, la historia pone a cada cual en su lugar. Dos mil años después de haber vivido queda Jesús devuelto a sus dimensiones propias, relativamente modestas, no ya esas gigantescas atribuidas y crecidas en todas direcciones: las de proclamarse Salvador de la humanidad, liberador de los individuos y los pueblos, de convertirse en ejemplo universal de ser humano, en referente de pobreza voluntaria, en objeto de una mística de su pasión, de su exaltación, ya en colmo, hasta hacerle igual a Dios. Queda devuelto y rebajado al nivel de otras personalidades y narraciones. Sigue siendo posible adherirse a Jesús, volverse a él, pero como leyenda y símbolo, y a conciencia de ello: de su valor simbólico, un valor, por otra parte, hoy ya menguante, bien mermado. (p.537)"

Los hechos son tozudos: los seminarios del siglo XXI están vacíos de vocaciones, y se percibe una laicidad imparable en las sociedades más avanzadas. Es inevitable: cuesta comulgar con ruedas de molino. Ni siquiera Alfredo Fierro le concede crédito a intentos de pastoral alternativa, como la teología de la liberación, circunscrita a un entorno geográfico y socioeconómico, y a una época diríamos, muy determinados. Los sueños del 68 acabaron germinando en muy poco, por mucha buena fe y mejor intención que llevaran. No les bastó con tener razón, con defender un mensaje de verdad y coherencia en la pobreza; a día de hoy, su presencia es testimonial, inexistente en la jerarquía eclesiástica. Ni siquiera la figura de Juan XXIII, el Papa bueno, un hombre que ofreció testimonio de sencillez, buen humor y bondad a lo largo de su vida, se salva de la crítica de Alfredo. No quiso - o no pudo - Roncalli conseguir sino un lavado de cara con el Concilio Vaticano II; al final hubo miedo al cambio.

Finalizo: sólo un necio le negaría al cristianismo un papel protagonista en el universo de las ideas los últimos dos mil años; pero el tiempo no juega a su favor. Me atrevo a diagnosticar que los siglos venideros conservarán del cristianismo su proyección en el arte (música, catedrales, esculturas), pero desatenderán una moral poco permisiva y una práctica ritual que pierde arraigo (salvo en manifestaciones puntuales, más folclóricas que propiamente religiosas).

¿Significa esto la muerte de Dios? No lo creo. No a corto plazo, al menos. Pero, si bien una mayoría de personas encuentren en Dios (su Dios) un rescoldo de calor que ofrezca consuelo en lo más íntimo, las sociedades como ámbitos de convivencia y de ejercicio de libertades están abocadas a la más absoluta laicidad. No le auguro futuro al púlpito ni al dogma, no mientras atente flagrantemente contra la igualdad de la mujer, o intente imponer una moral sexual que se asoma a lo patológico. Tampoco ayuda que se sustente en vericuetos lógicos difíciles de sostener, como la Santísima Trinidad. O el pecado original. O la existencia del infierno. 

Cristo tuvo su oportunidad, creo yo, desde la pobreza y el amor. Pero esa interpretación del mito Cristo fracasó repetidamente por intereses espurios. Y ya es tarde para recuperar al Dios amable. Sólo persiste en misiones donde religiosos, hombres y mujeres, sacrifican la vida en un servicio desinteresado hacia los que pasan hambre o necesidad, desoyendo doctrinas criminales sobre el uso del preservativo como problema moral, y no sanitario.

Puede que sea hora de volver la mirada a la diosa madre. En "las troyanas" de Eurípides las mujeres hablan con un desgarro atemporal de la muerte, de la guerra, de los hijos.... De lo que realmente importa. Y la anciana Hécuba describe a Dios como "quienquiera que tú seas, necesidad de la naturaleza o mente de los hombres". Lo mismo da. Acaba de enterrar a su marido, a sus hijos; porta en brazos el cadáver, todavía caliente, de su nieto pequeño, que ha sido asesinado, despeñado, por soldados; arrancado de los brazos de su madre por hombres armados.

Dios yace, definitivamente muerto para la esperanza, para el hombre, en el tierno abrazo de una abuela.

Antonio Carrillo.

5 comentarios:

  1. Antonio, creo que tu artículo es interesante. A mi juicio merece lapena un debate sobre razones y experiencias más amplio. Pienso hacerlo, o al menos incoarlo desde el blog Compañia-19 y desde el mío personal. Antes tengo que organizar mis reflexiones, experiencias, lecturas...
    Yo fui compañero de tu padre en Cádiz, luego pasé por varias universidades y terminé dando clases en la facultad de teología de Barcelona.
    Te haces una pregunta en tu artículo sobre si es posible una epifanía láica, con motivo de ello te invito a que ojees un artículo que escribí en mi blog en el año 2008, en el que esbocé que la laicidad es una avance verdadero del Espíritu... en concreto lo publiqué el 6/7/2008. el enlace de mi blog es: carmonabrea.blogspot.com.

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    1. Gracias José Antonio
      Acabo de leer tu artículo del 2008. Es interesantísimo, y de una profundidad fascinante. Me recuerda a mi primera lectura de (mi añorado) Teilhard, siendo yo adolescente, cuando de la biblioteca de mi padre cayó a mis manos "El porvenir del hombre"; una lectura que me ha marcado para el resto de mi (todavía joven) vida.
      No podemos, empero, hablar "de igual a igual". Por edad y sapiencia. Me corresponde escuchar antes que opinar.
      He creído percibir en otros foros que mis comentarios han sentado mal, e incluso merecido la burla. De veras, lo lamento. No es mi intención ofender a nadie.
      Un saludo muy cordial
      Antonio Carrillo

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    2. Te aseguro, Antonio, que no has ofendido a nadie. Si lo dices por el comentario de Juan Fuente, lo conozco como canozco a tu padre, ambos tiene mi cariño y admiración. Coincidimos en Cádiz, aunque me llevaban algunos años, sobre todo Juan. Y te puedo asegurar que él es irónico, ex-profesor mío como lo es tu padre, muy erudito y creyente-cristiano hasta la médula. Juan es incapaz de ofenderse, y menos por una reflexión seria, aunque quizás falta de argumentación poderosa. Reacciona argumentando ad absurdum que es su estilo.
      A mí personalmente me ha gustado su reacción pero en modo alguno me he sentido ofendido. Simplemente tengo un punto de vista distinto y por lo que dices mi estimado Antonio Carrillo, padre, también. Pienso que tu postura es un tanto radical. Jesús, y Cristo sobre todo, es mucho más que lo poco que pùeda haber histórico en él, hay dos mil años de cultura que aunque tenga unos fundamentos históricamente débiles, tiene en sí misma mucha fuerza. Y sobre todo no sólo lo histórico es real. La Historia es un gran mito de nuestra época racional.
      Un abrazo

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  2. Felicidades por el artículo Antonio. Leeré el libro de Alfredo Fierro. Esta no es mi disciplina y me considero una completa analfabeta. No puedo hacer ningun comentario ni tampoco lo necesito, así que seguiré escuchando mucho (todo lo que mi tiempo me permite) y hablando poco.
    Un abrazo

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  3. Felicitaciones!
    Quiero plantear una pregunta a tus valiosos cntactos:
    ¿Por qué hay tantos putos?, y además ¿por qué son exitosos?
    No es descabellado pensar que muchas mujeres que luego de la revolución industrial fueron lanzadas al mercado laboral (y que se vieron obligadas a duplicar sus excedentes), hayan visto en la posibilidad de poder cambiar de sexo en su próxima vida, una especie de "revancha" por una vida "contra natura" que sólo le dio hijos abandonados y quizás muertos por la droga y el alcohol.

    Voy a tratar de demostrar que nuestro espíritu, es decir la esencia del "yo" con sus logros temporales, transita por diversos cuerpos e identidades antes de acceder al "cielo", es decir a no verse en la obligación de nacer otra vez.

    Hay un curioso paralelismo entre la reproducción humana y la economía.
    Todos sabemos que la capacidad reproductora no es un invento humano aunque seamos los protagonistas. Es un atributo impuesto por algo superior.

    ¡Pero el progreso tampoco lo es!, como verán con la siguiente hipótesis, pero hay otras.

    Comienzo con una pregunta:

    ¿Por qué creen que curiosamente nacen la misma cantidad de hombres que de mujeres? Porque es necesario para que funcione el plan reproductor!

    Tan inexplicable como eso, por cada "místico" nacen 600 operativos, 60 emprendedores y 6 líderes, que son los géneros a quienes copula para que funcione el plan del progreso.

    Desde la revolución industrial, a los operativos se les paga menos que lo que hacen, con lo cual su esencia metafísica está distorsionada en su funcionamiento.

    Para demostrarlo hay que basarse en hechos objetivos, uno de los cuales es la existencia de los homosexuales.
    Lo que más recuerda un espíritu que migra de un cuerpo a otro son sus inclinaciones sexuales.
    Pero además los espíritus que deben resignar el sexo en su reencarnación son los espíritus más avanzados, ya que se encuentran con el problema de la escasez de recién nacidos aptos para su nivel espiritual.

    Es incuestionable que los homosexuales tienen un karma muy alto ya que en cualquier actividad que emprenden son muy exitosos.
    Eso demuestra que existe una escala ascendente de cuatro escalones iniciales:

    1-Operativos (su incentivo para la acción es la previsibilidad)
    2-Emprendedores (su objetivo para la acción son las ganancias)
    3-Líderes (su objetivo para la acción es el prestigio)
    4-Místicos (su objetivo para la acción es servir a su Dios)

    Y así hay varios escalones más arriba para quienes hacen los méritos suficientes y logran un karma excepcional. Es comprobable que no hay homosexuales en los dos escalones inferiores. ¿Vieron que un homosexual raramente se preocupa por la previsibilidad o por las ganancias?

    Eso nos alcanza para sospechar que somos espíritus migrando eternamente desde los niveles inferiores hacia los escalones superiores.

    Pero además, eso indica que el objetivo en la vida de los humanos no es otro que producir excedentes, es decir generar para la sociedad más que lo que consumimos.

    Corolario:
    Demostramos así que nuestro libre albedrío está influenciado por una zanahoria que nos hace actuar. Pero además nos hace actuar a todos en la misma dirección. Quien no camina en esa dirección aparece como un tonto.
    Demostramos así también la existencia de algo superior.
    Y demostramos también nuestra eternidad.
    Y demostramos también la conveniencia de remunerar las acciones proporcionalmente a los logros, tal como se hace para domesticar mascotas.
    ¿No será ésa la falla de la doctrina social vigente que nos ha dejado en este callejón sin salida?

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