sábado, 10 de agosto de 2013

Razón poética



En lo que sigue, tengo la intención de reflexionar sobre algo en lo que creo, pero cuya existencia no puedo demostrar. En realidad, es un tema tan complejo que siento cómo se me escapa de entre los dedos, continuamente, como la arena más fina. Así, tan sólo con la ayuda de unos pocos, minúsculos granos, intentaré construir el armazón de un discurso coherente.

Confieso que no estoy seguro de lograrlo. Es un tarea que, posiblemente, me supere en mucho.

Y el caso es que voy a hablar de un tema que aparentemente domino a la perfección.

Voy a hablar de mí.

Pero antes de empezar, una declaración de intenciones: en estos tiempos de racionalismo a ultranza cualquier digresión, por mínima que sea, azuza el escepticismo académico más ortodoxo. Y es normal que así sea. Esta reverdeciendo el interés por el ocultismo, las especulaciones esotéricas y las fabulaciones paranormales. Es algo cíclico, que suelen fomentar las crisis económicas. Escuchamos a eficaces propagandistas de humo apropiarse de ámbitos del saber aún inabordables desde las ciencias exactas, y que, sin embargo, resultan imprescindibles en la búsqueda de lo que llamaríamos "fenómeno humano". El espíritu, el alma, la consciencia, la intuición o el vértigo ante la muerte abonan estas inopinadas aseveraciones.

Y es que, como bien afirmaba Gabriel Marcel, el hombre es un misterio, y "des-entrañarlo" es tarea que precisa de algo más que método científico y racionalismo.

Sin embargo, algo quiero dejar claro para que no haya lugar a la confusión. Yo, escribiente de estas líneas, soy animal mamífero del género homo, un ente físico enmarcado en un universo que comenzamos a conocer, y sujeto por consiguiente a unas leyes físicas que apenas atisbamos. Lo que soy es resultado de una evolución natural de millones de años, y se explica desde una imbricada interacción del sistema nervioso central con mi propio cuerpo y una realidad externa que percibo a través de mis sentidos. No creo, pues, en la existencia de un Dios creador que rige mi destino, como tampoco creo en mundos esotéricos ni espirituales. Creo que todo tiene finalmente una causa bio-electro-química, por descubrir en la mayoría de los casos.

Y, a pesar de todo, acudo tímidamente a esta pantalla para hablarles de un misterio. De algo que forma parte de mí y que no tiene fácil concreción. Vengo nervioso a "com-partir" un algo que soy y que me define.

Verán: me fascina la manera cómo mi cerebro me engaña para conseguir que la realidad sea aprehensible. Cuando recibimos estímulos visuales y sonoros, por ejemplo, no llegan al mismo tiempo a nuestra corteza. Sin embargo, el cerebro retarda la imagen, de tal manera que parezca que todo sucede en un solo (mismo) instante. Este truco nos recuerda que lo que percibimos está pasado por un tamiz que distorsiona en ocasiones la realidad para hacerla así comprensible y racional. Hay una sutil abstracción, inevitable en este absolutismo biológico que todos compartimos. Gracias a ello hay una única realidad: el vehículo en el que viajamos mi esposa y yo tiene un mismo color, escuchamos la misma noticia por la radio. Cosa distinta es cómo interioricemos lo que escuchamos.

Esta tarea por hacer el mundo estable (mismos estímulos, distintas interpretaciones) tiene como consecuencia el que no deambulamos por la realidad que es la vida como entes autónomos, ajenos al otro. Es más: vivimos pendientes no sólo del soliloquio interno, sino, muy principalmente, de cómo nos interrelacionamos con nuestros semejantes. Este hecho nos "dis-trae" de nosotros mismos, y con ello nos permite olvidar que el tiempo transcurre, que somos mortales; que, hagamos lo que hagamos, todos (también usted) tenemos mal pronóstico. A veces la imagen que nos devuelve el espejo, un dictamen médico o la muerte de un familiar nos hace caer bruscamente al tiempo interno del habla callada con uno mismo, conscientes de un tiempo que no se detiene.

Pero esta condición no dura mucho. No podríamos vivir pendientes de respirar a cada momento. La mayoría de nuestras actividades, físicas y mentales, fluyen en un estado de semi-vigilia. Un autor del siglo de oro lo definió con acierto:

"Toda la vida es sueño"

Vivimos, pues, insertos en un constructo fiable y predecible que denominamos realidad. En este universo impera una causalidad inefable: si me alimento calmaré el hambre, si suelto una manzana caerá al suelo. Igual para todos, no es fácil este transcurrir. Todos jugamos con las mismas reglas, cierto, pero jugamos. Unos con otros. Porque de lo que se trata es de hacernos, día tras día, alimentando nuestro yo de experiencias, sensaciones, aprendizajes y sentimientos. La realidad tan sólo ofrece un marco de juego equivalente para que la razón pueda asentarse en unas normas comunes. Sin ello no habría juego, interacción. Sin realidad viviríamos en una bruma permanente, autistas funcionales.

Antes hablé de un momento en el que desconectamos del juego, instantes breves en los que se detiene el tiempo mecánico (realidad) y se escucha el fluir del reloj de arena interno (tiempo orgánico). Sordos por un instante al estruendo de la realidad, nos escuchamos a nosotros mismos. ¿Qué ocultan nuestros adentros? ¿Qué puede haber que no sea realidad?

Nos adentramos en razonamientos de difícil concreción. Si nos elevamos lo suficiente, nuestro ser se expande por efecto de la perspectiva, ofrece una visión más amplia de su naturaleza; pero a cambio ya no distinguimos los detalles ni podemos ser concretos, meticulosos en el análisis. Lo que propongo, pues, es despertar por un momento del sueño, tomar conciencia de nuestra plenitud e intentar abarcar por un instante lo que somos.

En mi visión del hombre llama la atención lo pequeña que es la realidad. Lo que creemos la esencia del ser, en realidad, es una mínima parte. Lo que soy es más, mucho más. Que no tenga conciencia de ello no significa que no exista. Si estuviese siempre despierto a mi verdadero yo y a los múltiples tiempos (universos) en los que vivo estaría "en-si-mismado", ajeno y ausente de los demás. Solo.

Es el riesgo de caer en la unicidad: aislarse en uno mismo. Porque hay un peligro real en adentrarse en esa senda que conduce hacia los oscuros lugares del ser. Podríamos perdernos. No encontrar el camino de vuelta.

¿Dónde se encuentra la entrada a este mundo subterráneo en el que me hallo? Este alumbramiento precisa de una actitud pasiva, ajena al bullicio de la realidad. Es preciso nacer de dentro, escuchar y asimilar el lenguaje del yo. Este lenguaje que nos permitirá dialogar con nosotros mismos tiene como herramienta fundamental la metáfora. Y, en expresión de María Zambrano, será un lenguaje poético.

Debemos abandonarnos a la razón poética.

Lo fascinante de esta perspectiva del ser es que la razón poética no es mera especulación ontológica. La razón poética existe, la utilizamos de continuo. Nos acompaña silente en la toma de decisiones, en el devenir. Nos define y completa. Es razón creadora, capaz de adentrarse en la realidad por atajos (metáforas) e imprimir su esencia en lo que vivimos. A esto lo llamamos intuición, revelación o creatividad.

¿No ha sentido nunca este fogonazo repentino, un instante de plenitud en el que se asoma a la vastedad de la comprensión?

Por un instante ha alcanzado un estado de coherencia atemporal. Se ha liberado de las cadenas del tiempo mecánico y ha alcanzado alturas de vértigo. Ha vuelto a nacer, soltando el lastre de los personajes que ha forjado a lo largo de su vida. Desnudo, callado y sobrio, ha alcanzado un claro en el bosque. La conciencia se detiene a observar(se).

Sí. Es usted. Siempre estuvo ahí. Frágil, complejo e insatisfecho. En un constante (y callado) diálogo con uno mismo. Oculto tras la sombra del yo, omnipresente incluso durante el sueño. Acechante. Curioso.

Esto no pretende ser metafísica; lo dije antes, hay una explicación desde la actividad sináptica para este fenómeno. Es real.

Pero escurridizo, difícil de explicar. No creo haberlo conseguido. Olvide estas líneas, lector, y disculpe la pérdida de tiempo.

Si acaso, cuando le sacuda el fogonazo y sienta que el tiempo se detiene, considérese afortunado. En ese instante ha sido usted coherente con lo que es.

Un ser humano único, complejo e irrepetible.

Por un instante, el universo entero se ha detenido a escuchar.

Antonio Carrillo.

4 comentarios:

  1. Gracias por tu delicadeza final con el lector, o en mi caso, lectora, pero no ha sido en absoluto ninguna pérdida de tiempo, sino un afortunado encuentro. El tiempo me limita para hacer mi comentario más extenso, pero lo bello del fondo de tu escrito (y de su forma) es comprender que verdaderamente el yo es una enorme metáfora de su ser y su pensamiento y en ella encontramos la fórmula que nos conecta, que nos da sentido. Existen unas cuantas referencias a otros pensadores o simplemente prosistas del pensamiento, a los que consciente o inconscientemente, me han llevado tus palabras. Wittgenstein, Steiner y también alguien cuya obra leí recientemente y que recuerda a tu expresión "razón creadora". Se llama Sara Barrena y su obra "La razón creativa". No tengo más tiempo en este momento para seguir comentando, pero solo decirte que ha sido un placer leerte. Saludos, Olga

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  2. La vida es simple, el humano - con sus complejidades intelectuales y emocionales, es quien la complica. Vivir es estar en armonìa consigo mismo, con la naturaleza, con el pròjimo y con Dios.
    Esto se consigue Amando..., todo lo demàs es añadidura...-

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  3. Gracias por compartir esos granos de fina arena que se deslizaron entre tus dedos para componer esta profunda y bella reflexión.

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  4. Ha sido reconfortante para mi leer tu descripción de ese fogonazo, que varias veces he sentido, sin poder decir más que "es un instante en el que SABES, que se esfuma en cuanto quieres atraparlo". Gracias por compartirlo.

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