viernes, 9 de mayo de 2014

De un monstruo y un pez con pulmones



Del monstruo

Todos tenemos el miedo inserto en lo más profundo de nuestro genoma. El pánico a la garra, a la ponzoña del veneno. Fuimos presa de mandíbulas poderosas y una musculatura fabulosa. Sólo desde el logro de la tecnología nos convertimos en lo que somos: la especie más peligrosa que ha habitado jamás este planeta.
Pero conservamos la herencia del miedo. Anida en nuestras entrañas.
Si tuviese que elegir al depredador más temible, el que más miedo podría causarme, creo que optaría por el más primitivo. Elegiría a un ser poderoso e implacable, todo instinto y fiereza, tosco y definitivo.



Elegiría a un pez, los primeros vertebrados; escogería al primer pez con grandes mandíbulas, capaz de tragarse a un humano de un bocado. Y tendría que irme muy lejos en el tiempo, a los mares del Devónico, hace 380 millones de años.
Lo que describo existió: un ser monstruoso, tan grande como una casa de cuatro plantas; su cráneo deforme y horrible está formado por duras placas de hueso de 5 centímetros de grosor. La armadura le cubre parte del tórax, y explica que su peso supere las dos toneladas. Es tan primitivo que no tiene dientes; no los necesita. Su mandíbula termina en unas afiladas cuchillas hechas de esmalte, durísimas, que cortan como tijeras. Además, su cráneo presenta una adaptación fabulosa a la mordida, con un juego de músculos, ligamentos y articulaciones que le permiten ejercer una presión que iguala e incluso supera la mordedura del Tiranosaurio o de los cocodrilos; más de 5.000 newtons de potencia a disposición de un ser con un cerebro diminuto.

Este monstruo inmenso podía cortar el metal de un solo mordisco.

 
Pero el miedo que nos provoca no se debe sólo a su tamaño, su fuerza o su innegable fealdad: era veloz, capaz de girar la cabeza hacia arriba y deglutir presas de gran tamaño. Mordía en décimas de segundo, creando un vacío y una succión enormes cuando abría su inmensa boca.
Y era implacable, de una ferocidad inimaginable. Practicaba el canibalismo y mataba por el simple hecho de matar: se han encontrado restos de animales no digeridos, que vomitaba hastiado de tanta comida. Era una máquina de matar inmisericorde y terrible. Un animal primitivo que no conocía el miedo, porque era el primer superdepredador definitivo que había poblado los mares.
Existió y se llamaba Dunkleosteus, el mayor pez placodermo que haya existido.

 
Un ser de pesadilla. Un monstruo.


Del pez con pulmones

Con tal compañía, no es de extrañar que en el devónico algunas especies exploraran la posibilidad de colonizar tierra firme. Posiblemente los primeros fueron los artrópodos, con los temibles “escorpiones marinos” en cabeza. Pero pronto unos peces con aletas lobuladas se arrastraron fuera del agua.
A los peces con las aletas en forma de lóbulos aplanados se les denomina sarcopterigios, y hubo uno muy peculiar, el Panderichthys.


Imagine un lugar de aguas someras, y un pez de aproximadamente un metro de largo. Su cabeza es grande, parecida a la de los tetrápodos que colonizarán la tierra, aunque con una mandíbula de pez. Se le distingue un tubo vertical en lo alto por el que respira mientras se encuentra enterrado en el fango del fondo. Con el tiempo, este conducto llamado espiráculo, especialmente ancho en el  Panderichthys, se transformará en el estribo, uno de los huesos del oído.
Si pudiésemos hacer una radiografía a sus aletas musculosas y fuertes, veríamos cuatro radios distales que nos recuerdan a dedos. No son muy funcionales para correr los 100 metros lisos, pero es un primer indicio de una extremidad diseñada para caminar.
Por último, el Panderichthys, que debía encontrarse en ocasiones en charchas muy poco profundas, había desarrollado pulmones.
Era un pez capaz de respirar aire. Increíble.

Una evolución del Panderichthys fue el Tiktaalik, de nuevo un ser extraño; mitad pez, mitad tetrápodo.

El Tiktaalik era un pez, con branquias, escamas y una mandíbula primitiva; y vivía en el agua. Sin embargo, tiene una cabeza aplanada, que nos recuerda a los cocodrilos, pulmones, costillas similares a las de los anfibios. En esta especie destaca muy especialmente la anatomía de las aletas anteriores, con hombro, codo y muñeca.
Con una cavidad torácica similar a la de los anfibios y unas articulaciones capaces de soportar su peso, el  Tiktaalik era capaz de salvar el gran obstáculo que presenta el paso del océano a la tierra firme: la gravedad. El no morir aplastado por tu propio peso.

 
Es fácil de imaginar: el Tiktaalik era un depredador grande, que podía alcanzar los dos metros y medio de envergadura, armado con dientes afilados. Seguramente esperaría emboscado bajo el agua junto a la orilla, observando con sus ojos situados en la parte superior de la cabeza. Podía hacer algo que ningún pez es capaz de realizar: podía levantar su cabeza y moverla independientemente del resto del cuerpo.
En su anatomía también destaca la pelvis, con una articulación de la cadera que supone un salto evolutivo. Este animal, a pesar de su tamaño, era capaz de propulsarse fuera del agua a gran velocidad y atrapar a presas en la orilla. Sin embargo, no viviría mucho tiempo fuera del agua: el Sol provocaría una rápida deshidratación de sus tejidos. Habrá que esperar a que los reptiles desarrollen una dura piel queratina para que este problema se resuelva.
Un asombro final
Aquí debería acabar el artículo, con la remembranza de esos primeros pasos sobre la tierra, con unos peces asombrosos, poseedores de branquias y pulmones.
Pero no.
Estamos en una zona pantanosa, afluente del río Congo, en el oeste de África. Nos hayamos en plena estación seca, y los acuíferos están secos. La tierra cuarteada espera el agua de la estación lluviosa, dentro de unos meses.
Aparentemente, nada vive bajo tierra.
Un agujero nos ofrece una pista de que algo se oculta bajo la tierra resquebrajada. Escavamos, y encontramos una especie de gran capullo. En su interior, enroscado en sí mismo, hay un pez. Un pez que ha creado un agujero que rezuma agua gracias a una mucosidad que ha producido y que mantiene húmeda su piel; un hábitat diminuto en forma de costra, con un exterior endurecido que evita la evaporación de la humedad.

Y este pez increíble, aletargado en su descanso veraniego, sobrevive respirando aire gracias a sus pulmones.

 
Estamos en el año 2014 y hemos encontrado un ejemplar de Protopterus annectens, un pez con branquias y pulmones. Un dipnoo. Un fósil viviente. Un sarcopterigios que camina. Un pez que prefiere pasear por el fondo de un estanque o incluso que puede recorrer cortas distancias en tierra firme, respirando (en realidad tragando aire) por la boca.
 
Este animal de 120 centímetros tiene dos corrientes sanguíneas separadas, una evolución que comenzó con el Panderichthys. La circulación pulmonar exige de un corazón con una apariencia diferente al de los peces, con una forma de S que nos recuerda a las salamandras, y tabiques que separan la parte derecha e izquierda. Sin embargo, en los dipnoos (peces pulmonados) no hay corazones con cuatro cámaras, como en los amniotes.
Tener el privilegio de poder ver a este ser fascinante caminando, alternando las extremidades y respirando aire, es un privilegio increíble que me sorprende no sea de dominio público y objeto de más interés. En estos seres que llevan 350 millones de años viviendo sobre este planeta nos podemos ver como lo que somos: animales cordados que una vez salieron de los océanos, respiraron aire y caminaron sobre cuatro extremidades. Uno especie se irguió hace unos 6 millones de años, y acabó enviando sondas a lo más profundo del espacio.
Pero todo comienza así, con el andar vacilante de un pez con pulmones ¿No les maravilla? ¿No les asombra poder verlo?
Y hay otras especies de dipnoos, en América y Australia. 
Una vez más, la realidad nos presenta asombros difíciles de creer.

Antonio Carrillo

2 comentarios:

  1. Me llamó la atención la introducción fuera del blog, porque estoy trabajando en ello. Después leí el blog y comparto ese asombro. Que las ballenas procedan de una especie tipo lobo o que todos los vertebrados de un pequeño pez, primero con espina dorsal, son conocimientos que, como los que se han explicitado aquí y como se postula en dicha introducción, deberían formar parte del acervo popular. Efectivamente, creo que estamos todavía en una etapa infantil. Todo se andará. El otro día, delante del televisor, pensaba que una señal de ese avance y desarrollo será cuando la gente demande programas culturales en lugar de los actuales. Día a día son más frecuentes y cada vez será más raro que, aunque sea por casualidad al cambiar de canal, todo el mundo haya visto alguno de estos documentales o programas de divulgación. Confío en que cada vez más gente se quede enganchada a este tipo de programas y que, aunque sea poco a poco, vayan comprobando que enriquecen más y se vayan convirtiendo en una costumbre.

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  2. gracias por publicar esta información.

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