viernes, 17 de octubre de 2014

El lenguaje como arma






El lenguaje es un arma. Una herramienta poderosa capaz de derribar los más altos muros. Una luz que ilumina tenue lo que prefiere permanecer oculto. 

Propondré tres ejemplos en los que el lenguaje muestra su músculo apoyándose en la lógica, la creatividad y el humor.


Lenguaje y lógica.

21 de septiembre de 1860. Frankfurt del Meno, Alemania. Empieza a hacer fresco. La asistenta del filósofo Arthur Schopenhauer se adentra, como cada mañana, en la habitación del maestro. Lo encuentra muerto, sentado en su sofá. Conserva un atisbo de sonrisa en su semblante.

Ha vivido 72 años. Durante este tiempo, ha preferido a menudo la compañía de sus perros a la de las personas, y se ha declarado abiertamente ateo, y admirador de España. La sociedad de su época no siempre le ha reconocido sus muchos méritos; sin embargo, su pensamiento y su magnífica prosa iluminarán la obra de autores como Nietzsche, Kierkegaard o Freud.

En un cajón de su escritorio se encuentran encuadernadas apenas 44 páginas de una obra sin título. Schopenhauer había expresado anteriormente sus dudas sobre la conveniencia de haber escrito sobre las "estratagemas de la mala fe que tan frecuentemente se utilizan al discutir"; incluso llega a afirmar que le "repugnan la iluminación de todos estos escondrijos de la insuficiencia y la incapacidad, hermanadas con la obstinación, la vanidad y la mala fe". Sin duda, hubiese preferido no dedicar su tiempo a algo tan peligroso, y mucho menos hacerlo público; sin embargo, se publica una primera edición en 1864.

Alianza Editorial ofrece el año 2002 una edición de bolsillo de "El arte de tener razón". El texto original alcanza las 50 páginas, en formato muy pequeño; es un librito minúsculo. Su contenido sorprende: se suceden 38 estrategias dialécticas que conducen, inexorablemente, a imponer cualquier criterio en una discusión. Uno a uno, Schopenhauer desgrana los procesos lógicos que se pueden encontrar en el transcurso de un diálogo y, como si de una partida de ajedrez se tratara, va proponiendo movimientos discursivos que  conduzcan, finalmente, a imponer un determinado punto de vista, aunque el protagonista no tenga la razón de su parte.


La verdad, en realidad, carece de importancia.

Con el uso de esta dialéctica erística utilizaremos, si es preciso, argumentos falsos y estrategias que escondan trampas, a menudo éticamente reprochables. Ello resulta irrelevante. Estamos inmersos en una batalla y sólo nos mueve el afán de victoria. A cualquier precio.

Es un juego, entonces, diabólico, en el que el intelecto puro abate inmisericorde toda resistencia, acorralando al contrario hasta dejarlo exhausto, inerte, furioso, confundido o falto de argumentos. Como si de un árbol de decisiones se tratara, Schopenhauer ofrece una respuesta lógica a todos los impedimentos que el contrario pueda argüir. El intelecto se pone al servicio no de la verdad, sino del convencer. 38 puñetazos duros como piedras, fríos como mármol.
 
 
Es, en verdad, un libro tremendamente peligroso. Por lo actual.

Lenguaje y creatividad.
 
Es la primavera del año 2000 en el Estado de Virginia, y un grupo de antiguos oficiales se presentan en la residencia de Paul Van Riper, oficial veterano del Vietnam y ex-presidente de la Universidad del Cuerpo de Marines; un viejo militar muchas veces condecorado que relee, en su retiro, antiguas obras de estrategia militar. Sus antiguos colegas vienen a pedirle que participe en un juego de ordenador, en una simulación de guerra que ha costado 250 millones de dólares. Le piden que ocupe el lugar del enemigo.
 
Estados Unidos considera el Golfo Pérsico una zona peligrosa, y quiere prever cualquier contingencia con la que pueda encontrarse. La superioridad del ejercito norteamericano es siempre abrumadora y, sin embargo, nada se deja a la improvisación. El Pentágono ha diseñado el mayor escenario de guerra virtual que se haya preparado jamás: el "Millennium Challenge". Cualquier contingencia puede preverse; nada se deja al azar.

 
 
Durante la preparación del juego, Van Riper desgrana algunas órdenes extravagantes que los informáticos traducen al programa de simulación. Mientras tanto, se cruzan apuestas ¿Cuánto va a tardar en rendirse el ejército enemigo? ¿24 horas ¿Tres días? ¿Lograrán mantener sus posiciones una semana? Nadie cree que aguanten tanto. De hecho, durante el primer día de simulación, el ejército norteamericano, seguro ya de su victoria, lanza un ultimátum con las condiciones de la rendición; pero el ejército de Van Ripel comienza a comportarse de una manera inesperada.
 
48 horas más tarde el ejercito de los EEUU se ve obligado a rendirse incondicionalmente y deciden parar la simulación para saber lo que sucede. 16 buques americanos, portaaviones y cruceros, están dañados o hundidos por misiles ocultos en pequeños barcos pesqueros. 20.000 soldados de los EEUU han muerto sin que su propio ejército pudiese disparara ni una sola vez.

Este caso verídico procede del ensayo "Inteligencia intuitiva" escrito por Malcolm Gladwell, y publicado en castellano el año 2005 por la editorial Taurus. Es un ejemplo magnífico de cómo la creatividad, o la intuición, resultan un arma formidable si se emplean canales adecuados de expresión. Van Ripel sorprendió al ejército norteamericano porque no hizo lo que se suponía que debía hacer, pero además porque utilizo lenguajes inesperados que superaron toda barrera tecnológica.
 
 
Los analistas no entendían cómo la operativa de los aeropuertos o los mismos teléfonos móviles del ejército de Van Ripel no se habían visto afectados por las emisiones de microondas, que inutilizaban todo dispositivo tecnológico y toda posibilidad de comunicación.


Descubrieron que los aviones operaban  normalmente siguiendo señales luminosas por la noche, y los pilotos aprendieron un lenguaje improvisado, obedeciendo las indicaciones de enormes banderas agitadas en lo alto de las torres de control (un sistema que se emplea en la mar desde hace siglos). Los mensajes importantes iban todos ocultos en textos religiosos, intocables para las patrullas norteamericanas, y se emplearon palomas mensajeras y motocicletas  de pequeña cilindrada para transmitirlos.
 
Con la victoria de Van Ripel, la creatividad se impuso al músculo.

Lenguaje y humor.

R.B.A. Libros publica el año 2009 en castellano la primera gran biografía dedicada a uno de los personajes más abyectos del siglo XX: Heinrich Himmler. El autor, Peter Longerich, dedica 700 páginas repletas de datos, fechas y citas a la tarea hercúlea de desentrañar la personalidad del caudillo de las SS, responsable directo del genocidio de millones de personas.

En este ámbito cruel e inhumano, se preguntarán ¿Dónde puede florecer el humor?

En julio y agosto de 1941 los valientes soldados de las unidades de caballería de las SS fusilaron a hombres, mujeres y niños judíos en zonas de Lituania, Letonia y Polonia. En un principio, la orden relativa a la zona de los pantanos de Prípiat detallaba que "los pobladores "racial o humanamente inferiores" debían ser fusilados, las hembras y niños deportados; el ganado y los alimentos embargados. Las aldeas serán arrasadas a fuego". 

El 1 de agosto se endurece la orden; el II regimiento de caballería recibe la orden expresa de Himmler de "fusilar a todos los judíos y empujar a las hembras a los pantanos". La I unidad de caballería recibió órdenes similares.


A partir de ese momento, se desencadenó el horror; Himmler siempre exigía más muertos. Se iniciaron una sucesión de matanzas que culminaron en sucesos como el Kamenez/Poldolsk, con 23.000 muertos en 3 días, o la masacre de septiembre de Kiev, con 33.771 judíos fusilados.

Un ejemplo retrata la catadura moral del sujeto: El 15 de agosto, en el curso de un viaje a Baranowicze, Himmler, acompañado de un séquito de dirigentes de las SS y periodistas asistió, según su propio diario, a un fusilamiento masivo de mujeres y hombres. Como la ejecución fue rodada por un cineasta, aparece en la diario como "Cena en tren. Noticiario Semanal. Película". Para él la matanza no era tal; rodaban una película.

Tras la primera descarga, Himmler se acercó a la fosa, y observó que alguien seguía vivo. Ordenó a un teniente que lo rematara en su presencia. Estaba fascinado.

Insisto ¿Y el humor?

A Himmler se le debía combatir con balas, qué duda cabe, pero el verdadero antagonista de Himmler no es otro soldado. Lo opuesto a Himmler es un humanista, o un cómico. Facundo Cabral decía que "todo cantor es una buena noticia, porque un cantor es un soldado menos". Frente a Himmler, Hitler, Stalin o Pol Pot, la figura que representa la civilización no habla; es un vagabundo mudo que pasea un bastón cimbreante y se muestra caballeroso, torpe y desgreñado, pero digno. Cuando finalmente habló lo hizo en la película "El gran dictador", poco antes de la época de las matanzas del este de Europa, proclamando su amor por la democracia, la libertad y el hombre.

Pero ¿Y el humor y Himmler? No se me olvida.

Recordemos que el 1 de agosto había ordenado empujar a mujeres y niños judíos a los pantanos. La Unidad montada del II Regimiento de Caballería se había negado sistemáticamente a fusilar a mujeres y niños. Sin embargo, la orden de su superior era explícita, y debía ser obedecida por los militares.

Y obedecieron. Pero al pie de la letra. Ordenaron a las mujeres y niños que se descalzaran y se introdujeran en el pantano. Allí se mantuvieron en pie un tiempo, con el agua por los tobillos. Después, los dejaron ir, y enviaron el siguiente radiomensaje a Himmler:
 

"Empujar a las mujeres y los niños a los pantanos no tuvo el éxito esperado, pues los pantanos no eran lo suficientemente profundos como para permitir el hundimiento"

La historia, sin embargo, no tiene un final feliz. No podía tenerlo. La unidad montada del II regimiento acabó cediendo a las presiones y fusiló más de 25.000 mujeres y niños judíos. Pero por un instante, sólo por un instante, Himmler recibió el telegrama que merecía. El humor y la burla frente a la arrogante necedad del tirano.
 
 
Porque cualquier animal puede matar, pero sólo el humano ríe.


Conviene no olvidarlo.

Antonio Carrillo Tundidor.

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