viernes, 28 de agosto de 2015

Pozos de ciencia (Kola) y ficción (la isla del Roble)

La mina de Mirny, Sibería: un camión tarda 2 horas en llegar al fondo.


Kola, o el asombroso pozo de la ciencia (y de la ficción).

El historiador Paul Kennedy afirma que la guerra es un gran catalizador de la economía y de la actividad industrial, científica y creativa. Y hay mucho de cierto en sus palabras.

La guerra fría supuso un impulso irrefrenable hacia una carrera armamentística que puso (y pone) en peligro nuestra supervivencia como especie. Pero también el enfrentamiento tuvo una derivada científica y tecnológica; y nada caracteriza mejor este afán por la supremacía que la lucha por la conquista de la Luna. Todos sabemos que esta carrera frenética por alcanzar los astros la ganaron finalmente los norteamericanos, en 1969.

Pero pocos saben que los rusos ganaron por desistimiento otra batalla, ésta mucho menos conocida pero no por ello menos emocionante: la de alcanzar los secretos que esconden las profundidades de nuestro planeta. Y este reto resultó mucho más complejo que situar un hombre sobre nuestro satélite.

De hecho, es un reto que todavía aguarda un vencedor definitivo.

El Proyecto norteamericano, denominado Mohole, se proponía alcanzar la discontinuidad de Mohorovicic (donde la corteza se une con el manto) perforando la corteza oceánica. Pensaban que, dado que la corteza es mucho más fina en el fondo del océano, era en las profundidades marinas donde debían de perforar.

Harry Hess (uno de los fundadores de la teoría de placas) y Walter Munk, (el primero en explicar por qué la Luna ofrece sólo una cara a la Tierra), idearon y lideraron un proyecto destinado al fracaso. Consistía en un perforador con cabezas de diamantes, enfundado en un embudo que evitaba su oscilación. Otras máquinas tenían la tarea de contrarrestar la fuerza de las mareas oceánicas. Un esfuerzo titánico que exigía una precisión y potencia tremendas. Finalmente, en 1960, tras diez años de esfuerzo, los norteamericanos arrojaron la toalla. Se les había roto la cabeza de diamante, y los costes del proyecto eran ya inasumibles. Dejó de haber financiación, y el proyecto Mohole acabó en el olvido.

Los rusos eligieron perforar desde tierra firme. Escogieron la península de Kola, en el noroeste de Rusia, no muy lejos del Báltico. A 10 kilómetros al oeste de Zapoliarni.



El 24 de mayo de 1970 comenzó la perforación, con el uso de maquinaria Uralmash-4E y, más tarde, Uralmash-15000. Con el paso de los años, salvando todo tipo de dificultades, se alcanzaron profundidades increíbles. Después de llegar a los 12.066 metros, el 27 de septiembre de 1984 se produjo el desastre: un derrumbe cubrió de tierra unos 5 kilómetros. Pero los rusos retomaron las  excavaciones desde los 7.000 metros, y en 1989 alcanzaron la profundidad récord de 12.262 metros (pozo SG3).

Y ese nivel resultó ser el límite de lo posible. No pudieron seguir debido, fundamentalmente, al calor.

Las teorías indicaban que a 12.250 metros la temperatura debería rondar los 100 °C, pero los sensores indicaban una temperatura de 180 °C, casi el doble. Si hubieran alcanzado los 15.000 metros previstos, la temperatura habría subido hasta los 300 °C, lo cual era inviable. Las cabezas perforadoras corrían el riesgo de fundirse.



Con todo, el pozo de Kola no se consideró un fracaso; ofreció bastantes datos de gran interés, como algunas sorpresas sobre la estructura por capas de la corteza,  la enorme cantidad de hidrógeno presente en las profundidades, o las considerables reservas de agua a profundidades inverosímiles. Hoy en día el laboratorio, situado a 8 kilómetros de profundidad, no realiza analíticas; y el fantástico logro tecnológico que es Kola permanece prácticamente abandonado desde 1994; pero a unos 10 kilómetros al sur, en la ciudad de Zapolyarniy, se almacenan y conservan toneladas de muestras de núcleos, que siguen interesando a geólogos de todo el mundo.

Y en este punto debería acabar la historia de Kola, el pozo más profundo escavado por el hombre; pero hay algo más: si usted escribe "pozo de Kola" en un buscador cualquiera no espere encontrar artículos científicos sobre la "transición granito/basalto, o la presencia de fósiles de microorganismos (plancton) a 6 kilómetros de profundidad. Lo que copa internet son "los sonidos del infierno" de Kola.

Según afirma el (presunto) periódico finlandés “Ammennusatia.”, al taladrar un agujero de 14.4 kilómetros de profundidad para llegar al núcleo de la tierra, lo rusos dijeron haber escuchado gritos humanos. Se trataba, sin lugar a dudas, de las almas condenadas a penar por sus pecados en el centro de la tierra.

Los científicos detuvieron la excavación, temerosos de haber desatado los poderes malignos del infierno hacia la superficie de la tierra. "Esperamos que lo que este allá abajo, allá se quede", afirmó el Dr. Azzacov, líder del proyecto.

Uno imagina a un anciano asomado al pozo de Kola (si es que algo así es posible) y diciendo con voz fúnebre: "los rusos excavaron con codicia y ambición, y despertaron a criaturas malignas". Sólo falta un "Balrog" atemorizando la región.

Como guión de película no es malo. Aunque yo prefiero la realidad, mucho más apasionante, sin duda.


La isla del roble, el pozo de ficción (y algo de ciencia)


La isla del Roble es una isla pequeña (con una superficie equivalente a unos 60 campos de fútbol) que se encuentra en el litoral sur de Nueva Escocia, Canadá, en el océano Atlántico. Es una más de las 360 pequeñas islas en la bahía de Mahone, en el condado de Lunenburg.

Esta pequeña isla es famosa en el mundo entero porque en ella se encuentra el llamado "Pozo del Dinero".

En 1795, tres amigos adolescentes, Daniel McGinnis, Samuel Ball  y Anthony Vaughan descubrieron una hondonada circular en el sur de la isla; parecía señalar la existencia de un pozo. Excitados por el descubrimiento, excavaron lo que resultó ser, en efecto, una profunda poza.  Tras haber removido 3 metros de tierra, se encontraron con una hilera de troncos. Seguros de estar cerca del final, retomaron sus esfuerzos, pero debieron de abandonar a los 10 metros. Este sorprendente hallazgo mereció unas reseñas periodísticas en el Liverpool Transcript.

En 1803 la Onslow Company de Nueva Escocia excavó hasta los 27.43 m, y encontraron más troncos cada 3 metros. Además, había capas de carbón, masilla y fibra de coco a 12, 15 y 18 metros. Según se relata, a 27 metros encontraron una piedra plana con símbolos escritos. Tal piedra desapareció a principios del siglo XX.

Poco después el pozo se inundó con agua del mar, y ante la imposibilidad de achicar tanta agua, la Empresa Onslow abandonó. Operarios de la Truro Company siguieron excavando en 1849 hasta los 26 m de profundidad, produciéndose entonces de nuevo una inundación.

Se sucedían los años, las capas de roble, arcilla, fibra de coco, y las empresas obsesionadas con encontrar el tesoro: la Oak Island Association, el Old Gold Salvage group (del que formó parte Franklin Delano Roosevelt), la Triton Alliance, Ltd… se sucedieron las inundaciones, algún descubrimiento esperanzador y un total de seis defunciones por accidentes. Se trasladó maquinaria pesada al lugar, y se ha seguido excavando hasta bien entrado el siglo XX.

La pregunta es: ¿qué motiva tanto esfuerzo? ¿Qué impulsa a tantos hombres en un empeño de tal complejidad? ¿Por qué el ”Pozo del dinero” ha merecido ocupar espacios en Readers' Digest o en programas de televisión y radio?

La historia se puede contar de la siguiente manera: unos jóvenes descubren un pozo en una isla canadiense, antaño refugio de piratas. En la isla se pueden observar algunos fenómenos extraños. Los árboles que rodean el pozo parecen protegerlo y, en general, la distribución uniforme y simétrica del arbolado presupone que éstos han arraigado siguiendo un plan específico y en absoluto producto del azar. Y los robles no crecen en 20 años. Quien plantó esos árboles, lo hizo hace siglos y con un propósito (El Roble tarda 200 años en alcanzar su madurez, y puede vivir más de 600 años).



Cerca de la isla, en el continente, se han encontrado restos de un embarcadero con un diseño propio de la Europa de finales de la Edad Media. Los análisis realizados sobre la piedra encontrada en el pozo demostraron que era de un mineral que sólo se encuentra en Eurasia, y en los símbolos se vislumbraban números romanos. Los excavadores se topaban con plataformas de roble, fibras de coco ¡procedentes del Caribe!, capas de arcilla… todo ello colocado en una distribución reglada y periódica ¿Por qué? ¿Qué razón puede haber para traer material desde el Caribe? Además, el pozo era una obra de ingeniería sorprendente. Bastaba una mínima desviación para provocar una acometida de agua que imposibilitaba el avance. ¿Quién podía disponer de una tecnología de ese calibre? ¿Qué había escondido en el pozo del dinero? Unas imágenes tomadas bajo el agua a mediados del siglo XX, parecen detectar la presencia de una calavera y de unos cofres ¿Quién es responsable de tanta maravilla?

La primera explicación fue que un pirata como Edward Teach (el archifamoso Barbanegra), y otros de similar calaña, utilizaban las islas de la Bahía de Mahone para guarecer los productos de sus rapiñas. Los hay que opinan que pudiera tratarse de un tesoro español, francés o británico. Se ha especulado con que pudiera ser el escondrijo de las joyas de María Antonieta, o incluso con que fuera el lugar elegido por Francis Bacon para ocultar las pruebas de que era el verdadero autor de las obras de William Shakespeare. En algún libro he leído la posibilidad de que estemos ante el tesoro que los Caballeros Templarios ocultaron tras ser perseguidos por la inquisición en el siglo XIV. Reliquias como el Santo Grial o el Arca de la Alianza, que los templarios recuperaron supuestamente tras las cruzadas, habrían llegado a Escocia, bajo la protección del monarca Robert the Bruce y de la familia Sinclair, y más tarde habrían embarcado rumbo al oeste, por rutas desconocidas por una mayoría hasta recalar en la Isla del Roble. Este periplo aparece reflejado en la narración conocida como “viaje de Zeno”. Gracias a este texto podemos ofrecer algún dato más: era doce navíos, 100 caballeros templarios y la fecha 1398. Transcurridos 400 años desde su llegada, sí les habría dado tiempo a cambiar la fisonomía forestal del lugar.

Pero hay una alternativa.

Hace miles de años, la Bahía de Mahone, situada muy al norte, abandonaba la última glaciación bajo el embate moldeador de los glaciares. La tierra caliza de la zona sufre todo tipo de fuerzas: expansiones de lentes de hielo, solifluxiones propios de zonas periglaciales, depósitos por sedimentación llamados drumlins, morrenas… un lugar como la Isla del Roble está afectada por el hielo y, en épocas posteriores, el agua, que forma oquedades, sifones, cavernas y pozos.


La única expedición científica que ha estudiado en 1995 el pozo del dinero, formada por miembros de la Woods Hole Oceanographic Institution, reflejó en su informe final que las recurrentes inundaciones no se debían a “trampas” diseñadas por el hombre, sino a la interacción natural entre manantiales de agua dulce y presiones de mareas en el subsuelo. Todas las cavidades que se encontraron tenían un origen natural.


Por si esto no fuera suficiente prueba, se han encontrado otros pozos similares al del dinero en otras zonas de la Bahía de Mahone, también con capas de tronco. También se han encontrado fibras tanto enterradas como en las playas de la zona. El instituto Smithsoniano ha concluido que, en efecto, se trata de fibra de coco, y posteriores análisis por radiocarbono fechan algunos restos entre el 1.200 y el 1.400: pero la marea pudo traer estos restos al norte desde aguas más cálidas, y las oquedades y cavernas las depositaron tierra adentro, a la altura de pozo.

Por último, no hay pruebas concluyentes de las imágenes de la calavera, del material supuestamente europeo ni de las inscripciones. Y el “viaje de Zeno” es una fabulación del siglo XVI que no tiene ninguna verosimilitud. Por cierto, lo probable es que los templarios no llegaran a Escocia (en donde no estaban a salvo: dos compañeros fueron sometidos a juicio).

La “Navaja de Ockham” establece que cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. El pozo del dinero ¿es el resultado de un plan ideado por caballeros templarios a finales del XIV, o es una oquedad que tiene una explicación desde la geología?

Yo, al menos, me quedo con la segunda respuesta.

Por cierto: la historia de la Isla del Roble me ha deparado en el pasado momentos muy felices, cuando Carlos Canales y Jesús Calleja desentrañaban en el programa de radio “La Rosa de los Vientos” su vertiente más mistérica. No es necesario creérselo: los podcast que se encuentran en internet sobre el tema son apasionantes. Esta historia sirvió de inspiración a los escritores Douglas Preston y Lincoln Child para su obra “El Pozo de la Muerte”. Por supuesto, no es “Guerra y Paz”, es un "best seller" de tapa blanda, pero confieso (abochornado) que me la leí de un tirón y disfruté con ella.

Y es que una cosa es lo que tu mente racional te dice, y otra, muy distinta, es soñar con las cosas que aligeraban tu mente de niño.

Puede que en el pozo de Kola no se llegara al infierno, es probable que en la Isla del Roble no se guarde ningún tesoro, e incluso estoy dispuesto a creer (con dificultad)que no se puede descender al centro de la tierra desde un volcán en Islandia, pero en realidad todos estos datos empíricos no importan. Si buscan “Oak Island” en Google Maps verán una lengua de tierra artificial que tuvieron que construir para llevar maquinaria pesada al pozo; es la expresión de un sueño. Y nada cuesta Elucubrar con la maravillas qué encontraremos si somos capaces de profundizar en Kola hasta los 15.000 metros.


Piensen en esto: ¿Sabían que existía el pozo de Kola? Eso sí es importante. Despertar la curiosidad. Disfrutar del privilegio de saber algo nuevo.

Imaginar. Y, por encima de todo, no dejar de buscar.

Porque sólo los vivos. excavan pozos y buscan tesoros o respuestas.

Antonio Carrillo

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