jueves, 28 de abril de 2011

Discurso de Ana María Matute al recibir el premio Cervantes



Ana María Matute acaba de recibir el premio Cervantes. Es la tercera mujer en conseguirlo, tras María Zambrano y Dulce María Loynaz.

Pero lo que ocupa a este blog no es la entrega del premio en sí, sino el regalo que nos ha ofrecido la premiada a modo de discurso. Sencilla, humilde y breve, Ana María confiesa que "la mía es una vida de papel". Pero hay fuerza en sus palabras cuando dice que "el que no inventa, no vive".

Ha construído un discurso de apenas 9 páginas, leído mientras permanecía sentada en su silla de ruedas. A los 84 años, esta señora ha dado un ejemplo de  sencillez y cercanía.

He incluído un enlace que facilita EL PAIS para que puedan disfrutar del discurso íntegro.

Si usted es - o pretende ser - escritor, léalo. Si, simplemente, le gusta lo bello y lo íntimo, disfrútelo igualmente.

Estas palabras ya nos pertenecen a todos.



Primera página del discurso

Discurso íntegro:

http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/201104/27/cultura/20110427elpepucul_1_Pes_PDF.pdf

Antonio Carrillo Tundidor

Libro recomendado: "El fuego secreto de los filósofos". Patrick Harpur

Título
El fuego secreto de los filósofos
Autor
Patrick Harpur
Editorial
Atalanta
Traducción
Fernando Almansa Salomó
ISBN
9788493462536










La editorial Atalanta ha realizado estos últimos años un esfuerzo por traducir y publicar algunos ensayos que se salen de la norma. Sin perder un ápice de rigor, Atalanta nos ha facilitado en castellano algunos títulos que han dado que hablar. En concreto, tenemos autenticas joyas como “La pasión de la mente occidental”, de Richard Tarnas, “En los oscuros lugares del saber” y “Filosofía antigua, misterios y magia”, de Peter Kingsley, “Universos paralelos” de Michio Kaku o “El mito polar“, de Joscelyn Godwin. Todos ellos serán objeto de reseña las próximas semanas.      

Pero ninguno ha causado tanto revuelo como el libro que ahora comento: "El fuego secreto de los filósofos". Y esto es inexplicable. En sus 400 páginas, en una era de razón y empirismo, un experto en literatura inglesa se atreve a conducirnos por los vericuetos en los que se esconden las hadas, la memoria, los mitos y los chamanes, y nos envuelve en un totum revolutum que incluye a Darwin, la magdalena de Proust, la tabula rasa, los ritos de paso, la caverna de Platón o el Santo Grial.

¿He dicho totum revolutum? Me equivoqué: en realidad Harpur consigue una coherencia interna incontestable, que nos desvela, lentamente, a lo largo de las páginas y los siglos, un nexo profundo en todo lo mucho de lo que habla, lo cual nos remite al verso de Terencio: “soy humano, nada de lo humano me es ajeno”.

Los daimones, como la Cábala, el romanticismo o el mito de Orfeo han encontrado voz en Harpur, y cuando cerramos el libro nos sentimos transidos por algo extraño. Por una pérdida. Alguien (Harpur) nos ha estado susurrando al oído cosas que ya sabíamos. Que siempre han estado ahí. Que forman parte de nosotros mismos.

El autor no quiere que se le malinterprete: no se trata de creer literalmente en duendecillos, sino en sentir su presencia (o ausencia), su razón de ser, el lugar que ocupan dentro de nosotros. La piedra filosofal, como búsqueda, está en nuestro interior. Sólo hace falta escuchar(nos).

Todo me recuerda a María Zambrano y su “Razón poética”, la alternativa a la Razón positiva en tanto material y cognoscible. María se movía en esferas distintas pero alternativas, las que se sustentan en las alas de la poesía y la metáfora. Pero es una razón que fructifica, que se manifiesta como auténtica y fértil en nuestro interior. El maravilloso (e imprescindible) ensayo de Chantal Maillard sobre María Zambrano lleva por título “La creación por la metáfora.

Llegará un momento en el que el lector sienta vértigo. Es buena señal. Significa que las palabras que lee remueven los cimientos de certezas que lo sostienen.

Cuando uno se atreve a abrir un libro como éste, lo menos que puede pretender es volar.

Como un chamán.





Antonio Carrillo Tundidor 

miércoles, 27 de abril de 2011

El mejor traductor, 3: la traducción literal Vs. la literaria.


Interpretación de "las manos" de Escher por Myriam Mahiques



Un traductor no se limita a trasladar un texto de un idioma a otro. Una palabra puede tener distintos significados, o pueden elegirse distintas palabras para expresar lo mismo; es el contexto y la intención que se le  intuye al autor lo que nos encauza hacia unas palabras y no otras.

Un programa informático de traducción, por avanzado que sea, siempre tendrá problemas para identificar el contexto, la intención, lo que se intuye; una base de datos nunca podrá abarcar la totalidad de lo que se quiere expresar, se aturullará con el humor, con los juegos de palabras, con la emoción. En su famoso ensayo "La nueva mente del emperador", el profesor Roger Penrose dejó establecido que la inteligencia artificial es una quimera irrealizable. Es algo con lo que yo estoy de acuerdo. Construir una máquina consciente y pensante implica entender y aprehender cómo funciona el órgano más complejo que jamás haya existido: el cerebro humano. Y eso es algo, por el momento, fuera de nuestro alcance. No se engañe: los neurólogos y los psiquiatras están abrumados por lo difícil que resulta su tarea. Por cada respuesta fiable que encuentran, les surgen diez preguntas nuevas.

El traductor, por tanto, debe atesorar un buen conocimiento de la cultura del texto de origen para así poder adentrarse en el metalenguaje, en las oscuras oquedades del significado. Por ello la traducción literal resulta empobrecedora: porque al santificar el significante se pierde toda la riqueza del significado. E incluso, desde el punto de vista meramente formal, las traducciones son erróneas. Un texto en castellano atestado de formas pasivas está gramaticalmente mal, por mucho que se haya trasladado la literalidad del texto francés. Hay una exigencia ineludible de adaptar el idioma de origen a las formas y reglas del idioma de destino, sin que se pierda la esencia creadora que inspira el texto original.

¿Que no es fácil? Por eso no existe una computadora capaz de hacerlo.

En ocasiones, el traductor se detiene en su trabajo y necesita que le venga la respuesta. Es una espera difícil de explicar; sabe que tiene la clave, pero necesita de un instante de inspiración para encontrarla. ¿Cómo podríamos programar en un software la intuición, la pausa? ¿Cómo podríamos insertar en lenguaje informático la necesidad de salir a la calle, de distraer el cerebro en cosas aparentemente inconexas con el trabajo de traducción, de aprovechar el bagaje de una vida no sólo profesional sino, por encima de todo, personal, para hacernos mejores traductores con los años?

Bertrand Russell decía que tenía la certeza de que una formulación matemática era correcta antes de hacer la comprobación ¿Cómo lo sabía? Por su belleza. Había una sensación de plenitud y de coherencia interna de la que se embebía la fórmula. Y esa certeza le llegaba al instante. Todos hemos sentido lo que Henri Bergson llamaba "aliento vital" o Abraham Maslow " instantes de flujo": una experiencia brevísima en la que el tiempo se detiene y se alcanza una sensación reconfortante de plenitud y paz. En la traducción sucede: ésa, y no otra, era la palabra, la frase que el texto requería. La he encontrado porque soy traductor, porque tengo como oficio el encontrar maneras de darle nueva vida a lo que ya está vivo.

Soy un buscador de tesoros maravillosos: de palabras.

Y, sin embargo, el traductor no crea la obra. El texto, literario, comercial, técnico o jurídico, sólo tiene un autor. Un traductor puede sentir la necesidad de "mejorar" el texto tal y como le llega. Pero, al igual que un corrector de estilo apenas afina la melodía de manera que sea formalmente correcta, un traductor intenta transponer las intenciones del autor de manera que sea comprensible para su propia cultura. Se convierte así en la voz del autor, cierto, pero no es el autor. Tiene el encargo de llegar a conocer las intenciones de quien creó la obra, desentrañar los riesgos que ha asumido, las sensaciones que asoman, la sutil descripción de un lugar o un personaje... pero hablamos de un universo simbólico ya creado.

La traducción literal es peligrosa. La traducción libremente literaria lo es también. Encontrar el justo medio, la medida de lo que el texto requiere, es una tarea que el buen traductor debe asumir como condición inexcusable.

Antonio Carrillo Tundidor

lunes, 25 de abril de 2011

Ha muerto Gonzalo Rojas, profesor y poeta chileno


Gonzalo Rojas, profesor y poeta chileno, premio Príncipe de Asturias 2003
Olfato

"Hombre es baile, mujer
es igualmente baile, duran
60, tiran
diez mil
noches,
echan 10
hijos y en cuanto
al semen ella
se lava el corazón
con semen, huele a los hijos,
a su hombre remoto lo
huele con nariz caliente, ya difunto.

Con nariz de loca lo huele"



Acaba de morir un poeta,
y con él, todos un poco.

Curiosidades del lenguaje. Preguntas sin respuesta: El huevo o la gallina.









Si conoce usted a un físico, pregúntele qué es la gravedad. No cómo funciona, ni si sabemos formular su fuerza de atracción. Simplemente, pregúntele qué es. ¿Existen los gravitones?

Si conoce a un economista, pídale que haga una predicción macroeconómica para los próximos años, o pídale propuestas fiables que nos permitan salir de la crisis.

Si conoce a un psiquiatra, pregúntele lo que realmente sabe sobre la esquizofrenia. Cómo se origina, su componente genético, qué zonas del cerebro se ven afectadas, si hay una única forma de esquizofrenia, si disponemos de tratamientos eficaces y si éstos tienen los mismos efectos para todos los enfermos. Si puede predecir la deriva que tome la enfermedad…

Si conoce a un astrónomo, pregúntele por la energía oscura. Al fin y al cabo, le está preguntando por lo que forma el 80% del universo, su campo de estudio.

 Si conoce a un juez, pregúntele por la justicia.

Si conoce a un titulado en empresariales, pídale consejo sobre cómo montar un negocio infalible, que seguro va a seguir abierto, dando beneficios, los próximos 10 años.

Si conoce a un agente de bolsa, pregúntele por unas inversiones seguras, con las que no pierda dinero.

Si conoce a un biólogo, pregúntele por lo que sabe de la fotosíntesis como fenómeno cuántico.

Si conoce a un director de cine, pregúntele cómo se hace una obra maestra.

Si conoce a un meteorólogo, pregúntele. Simplemente.

Si conoce a un padre, pídale el secreto para educar bien a un hijo. (Y compártalo de inmediato)

Si conoce a un entrenador de fútbol, pídale que explique la táctica ideal, y cómo acertar con un fichaje.

Si conoce a una mujer, pregúntele lo que sabe del hombre.

Si conoce a un hombre, pregúntele si sabe algo de la mujer.

Si conoce a un maestro, pregúntele cómo convertir un cenutrio en estudiante.  

Si conoce a un sacerdote, imán o rabino, pídale una prueba de que su Dios es el verdadero.

Si conoce a un enamorado, pregúntele el porqué.

Si conoce a un futurólogo, pregúntele cualquier cosa inesperada que vaya a suceder mañana.

Si conoce a un jugador de ajedrez, pídale un movimiento infalible.

Si conoce a un neurólogo, pregúntele cuánto sabe realmente del funcionamiento del cerebro.

Si conoce a un antropólogo, pregúntele por la mejor de las culturas.

Si conoce a un oceanógrafo, pregúntele por lo que hay en lo más profundo de nuestro planeta, a 11 kilómetros de profundidad.

Si conoce a un sociólogo, pregúntele hacia dónde vamos.

Si conoce a un político, es afortunado: tendrá siempre una respuesta.

Si conoce a un poeta, pregúntele (de mi parte) de dónde le viene la poesía.

Si conoce a un soldado, pregúntele si se puede ganar una guerra.



Y a mí, pregúnteme algo sencillo: qué fue antes, el huevo o la gallina.


La gallina (gallus gallus) es el ave más numerosa del planeta. Podemos fechar la aparición de las primeras aves hace 150 millones de años aproximadamente (en el Jurásico superior), con la aparición del “arqueópterix”, una curiosa mezcla de dinosaurio y ave. Las gallinas, aves domésticas, son muy posteriores.

El huevo es un cuerpo redondeado con el que las hembras de algunos vertebrados protegen a sus embriones. Los primeros vertebrados fueron los “agnatos”, peces sin mandíbula que surgieron en el silúrico hace 438 millones de años.

Por consiguiente, el “huevo” es muchos millones de años anterior a la “gallina”.


De todo lo demás, lamento no tener respuesta.

Antonio Carrillo Tundidor


martes, 19 de abril de 2011

Exposición "Las imágenes de las palabras" en Madrid, el 27 de abril



El jueves 3 de febrero recomendamos en nuestro blog la visita a la exposición de la Red Itiner de la Comunidad de Madrid que tenía por título: “Las imágenes de las palabras. Manuscritos iluminados de los siglos X a XVI”.

 

El tiempo nos ha dado la razón. Se trata, sin lugar a dudas, de una exposición fabulosa, en la que se tiene la oportunidad de observar de cerca libros únicos y de una belleza deslumbrante.

La Comunidad de Madrid debe de estar de acuerdo con esta opinión, ya que ha decidido ofrecerle a la exposición un marco que no estaba previsto: la Casa Museo de Lope de Vega en la “noche de los libros”. En efecto, la noche del 27 de abril, y de manera excepcional, se abrirán sus puertas de 19 a 22 horas para así poder contemplar una parte de la exposición: seis Libros de Horas.

La web de la Comunidad lo ha anunciado en estos términos:


 

“LA NOCHE DE LOS LIBROS

Apertura extraordinaria


27 de abril de 19:00 a 22:00 hrs.

La Casa Museo Lope de Vega se suma a la celebración de La Noche de los Libros el miércoles 27 de abril. De 19 a 22 horas abrirá las puertas de manera excepcional para visitar la exposición temporal “Las imágenes de las palabras. Manuscritos iluminados de los siglos X a XVI”.

Durante esa noche y hasta el martes 3 de mayo, los visitantes podrán conocer a través de los libros cómo se manifestaba la devoción privada del fiel. Se mostrarán seis facsímiles de algunos de los libros que tuvieron más éxito entre los siglos XIII y XV: los Libros de Horas y los Martirologios. La aparición de estos libros se debió a una nueva forma de entender la religiosidad y la oración, que pasó a convertirse en un acto íntimo, a través del rezo privado en silencio.

De hecho, el oratorio es una de las estancias principales en la Casa Museo Lope de Vega. No hay que olvidar que el propio Lope de Vega, en 1614, se ordenó sacerdote y se dedicó, hasta su muerte, a escribir y celebrar misas diarias en esta pequeña capilla”



Como hicimos en su día, recomendamos a nuestros lectores que se detengan expresamente ante una obra realmente única: el Libro de Horas de los Medici. En nuestra entrada del día 3 de febrero lo justificábamos con estas palabras:





Enseguida llama la atención lo excepcional de su tamaño, apenas 6 cm de alto por 4 de ancho. Es necesaria una lupa si se quiere admirar en todo su explendor la calidad de sus once maravillosas miniaturas. Se trata de un capricho que el Papa León X quiso regalar a su sobrino Lorenzo II, realizado en el famoso taller minituarista de los Boccardino, en la Florencia del Quatroccento. Este libro y su propietario vivieron una época fascinante. Maquiavelo le dedicó a Lorenzo II su obra "El Príncipe", y su tumba fue realizada por Miguel Angel.


Este importante reconocimiento por la Comunidad de Madrid se explica, aparte de por la calidad de las obras expuestas, por la ingente labor de documentación y la cuidadosa preparación que ha aportado la Comisaria de la exposición, María Carrillo. Sin duda, este último éxito es uno más de los muchos jalones que van engalanando su prestigiosa carrera. Desde Tradux, nuestras mayores felicitaciones.

Para más información, como las fechas y lugares en los que se va a poder disfrutar de esta exposición itinerante, les remitimos a la entrada del blog:

http://elblogdetradux.blogspot.com/search/label/facs%C3%ADmiles

viernes, 15 de abril de 2011

El mejor traductor 2. Los peligros del bilingüismo.




El bilingüismo real es un fenómeno excepcional, que suele tener su fundamento en la existencia de dos progenitores con distinto idioma materno, o en el fenómeno del equilingüismo: la existencia de una región en la que se hablan indistintamente dos idiomas.

Una persona que ha aprendido un segundo idioma en una edad más adulta puede adquirir un dominio fabuloso de otra lengua, pero raramente será bilingüe. Siempre tendrá un idioma de referencia, en el que escribe, fantasea o sueña. Conocer en profundidad un idioma no implica asimilarlo a tu idioma materno. El idioma de la madre se aprende desde dentro del útero; se nace con una predisposición genética y ambiental a un tono, ritmo, fuerza y velocidad. Por eso los recién nacidos alemanes lloran de distinta manera que los franceses o japoneses. El idioma materno se aprehende con nanas y canciones, mientras se bebe la leche de la madre. Escuchando.

Una persona bilingüe no es traductor per se. Sin duda cuenta con un bagaje extremadamente valioso si quiere acabar siéndolo; pero cometería un error de bulto si lo confiara todo al dominio de ambos idiomas. Principalmente, porque el bilingüismo lleva implícito un inconveniente grave: la persona realmente bilingüe no suele ser consciente del idioma en el que habla. Están hasta tal punto imbricados los idiomas en su psique que su consciente no establece una distinción entre ambos.

El oficio de traducir consiste en “expresar en una lengua lo que está escrito o se ha expresado antes en otra” (RAE). En la Oficina de Interpretación de Lenguas, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo expresan de una manera bastante didáctica: “procura traducir un texto de tal manera que, si en el futuro tu trabajo se volviera a traducir al idioma original, el resultado fuese lo más similar posible”. Este aspecto es el más complicado en el mundo de la traducción, puesto que el idioma es reflejo de una cultura, de una manera de entender y expresar la realidad que, a menudo, difiere enormemente entre distintas lenguas.

En castellano distinguimos entre “ser” y “estar”; el primero hace referencia a la esencia del sujeto, lo identifica, mientras que “estar” define su estado, actual o permanente. La filosofía alemana ha profundizado en esta cuestión con obras como “Ser y Tiempo” de Heidegger; la francesa tiene en Sartre su máximo exponente de la corriente Existencialista (con su obra “El Ser y la Nada”), que trata de demostrar que “la existencia precede a la esencia”. En español la distinción entre “ser” y “existir” forma parte del inconsciente adquirido; la cuestión ontológica que plantea el “ser” la tenemos resuelta, en gran manera, gracias a nuestra lengua.

Sin embargo, la preocupación por el “ser” ha llevado a la lengua alemana a procurar definir los estados del ente (con palabras como el “dasein” de Heiddeger) y el problema de la alienación. Finalmente, Heiddeger llegó a decir que “el problema de la filosofía no es la verdad, sino el lenguaje”.

Una persona verdaderamente bilingüe en alemán y español se enfrenta entonces a un problema: tiene dos percepciones del “ser” muy distintas. Ortega y Gasset lo expresó con gran acierto: “quien domina absolutamente otro idioma, lo que adquiere es otra alma”. Esto es cierto, pero: ¿Cuál de las dos almas predominará a la hora de traducir? ¿Es posible que se dé un estado totalmente ambivalente, en el que se puede dominar el tránsito de una estructura de pensamiento germánica a otra mediterránea, y viceversa, sin que haya momentos de confusión?

Esto es extremadamente difícil. Las personas “fijamos” un idioma porque precisamente el idioma que en que hablamos y pensamos (y soñamos) nos define. Lo otro puede resultar esquizofrénico. Tenemos una necesidad ancestral por definirnos, por sentirnos parte de un grupo que comparte un mismo arquetipo simbólico. Somos íntima y ontológicamente gregarios. Un traductor lo que hace es trasladar un texto a su idioma materno, que es el que realmente domina. El resultado final le pertenece porque le pertenece a su clan, a sus iguales. Realiza un gran esfuerzo por interpretar la intenciones de una cultura que no es la suya pero que conoce bien, de manera que pueda compartir esta visión con su comunidad, haciéndola comprensible para los suyos.

Pero hay una dualidad. La traducción se sustenta en esta paradoja. El traductor tiene que conocer la cultura desde la que traduce, pero su labor fundamental es hacer el texto comprensible para su propia cultura. Siempre hay una leve labor de transformación, de acomodo. Por esto la traducción es un oficio, que se aprende tras muchos años de práctica.

Una persona bilingüe no es traductora. Para serlo tiene que trabajar duramente durante años. Tiene que ganárselo, como el resto.


Antonio carrillo Tundidor

miércoles, 13 de abril de 2011

Libro recomendado: "El mito de la Diosa"

Título:
El mito de la Diosa
Autoras:
Anne Baring
Jules Cashford
Traductores:
Andrés Piquer
Susana Pottecher
Francisco del Río
Pablo A. Torrijano
Isabel Urzáiz
Editorial:
Siruela
ISBN:
84-7844-732-6






Lo femenino representa el contacto con la naturaleza, con nuestra esencia más ancestral y vital. Desde el lejano paleolítico la Diosa Madre nos ha confortado, ha procurado dar sentido a los mayores misterios, como el de la concepción, y ha sido capaz de abarcar bajo su protección a los arcanos más presentes en nuestro subconsciente: la luna, la fertilidad de la tierra y sus ciclos, el agua o la carne del animal que nos alimenta y al que estamos agradecidos.
Las autoras de este gran libro, bajo la obvia influencia de Jung, se embarcan en un largo viaje de más de 20.000 años en el que siguen, como si de un hilo de Ariadna se tratara, una senda, a veces borrosa, pero consistente, que unifica el mito de la Diosa Madre, dotándolo de una coherencia y singularidad sorprendentes. Bajo distintos nombres y formas, a menudo ocultándose de la dominación masculina, lo femenino nos ha acompañado a los humanos, dándonos siempre consuelo y esperanza. Hay una forma de percibir la realidad que se manifiesta pacífica, armoniosa y concordante con la vida que nos rodea, una presencia amable que nos hace sentir cómodos con nosotros mismos y nuestro entorno.
De alguna manera, la Diosa Madre, lo femenino, es lo que realmente somos. Y aunque hayamos hecho lo posible por acallarlo, por ocultarlo bajo la fuerza intransigente de lo masculino, siempre ha sido fiel al humano. Porque sin esa presencia, ese mito, estaríamos desvalidos y solos.
Se le puede llamar Diosa Madre, Ishtar, Nerthus, Gea, Cibeles, Afrodita, virgen María, Durga o Sophía. A lo largo de los milenios ha cambiado de nombre y de formas, pero su esencia se ha mantenido incólume. Este hecho tan sorprendente es el que le da al texto una armonía de fondo que deja un sabor extraño: hay algo más que manifestaciones religiosas o arquetipos coincidentes. La Diosa Madre es una fuerza poderosa por sí misma, tan coherente que ha sido capaz de soportar los embates del tiempo y mantener una identidad y coherencia psicológica incuestionable.

Este libro aparece en un momento crucial en la historia del hombre. La imposición de un ideal masculino, proveniente de las corriente migratorias de la edad de hierro y que se manifiestan en un progresivo alejamiento de la comunión con la naturaleza, a la que se intenta poseer y explotar hasta más allá de todo límite, un deterioro de la relación del hombre con el hombre, que acaba siendo un objeto más que puede poseerse; la violencia frente al acuerdo, la razón frente a la intuición, lo mecánico frente a lo manual… todo ello nos ha ido consumiendo, por dentro y por fuera. Vivimos en un erial de mentes alienadas, apresadas en paisajes de hormigón y plástico. Lo hemos poseído todo y ahora no nos queda nada. Hemos antepuesto el Tener al Ser. Nos hemos ido perdiendo a nosotros mismos en el camino. Hemos olvidado quiénes somos.
Formamos una unidad con sentido y coherencia si nos mantenemos fieles a nuestra verdadera naturaleza. Estamos confusos porque lo femenino no logra hacerse oír en el estruendo cotidiano. Gaia como símbolo desfallece, se manifiesta en el cambio climático o, a un nivel psicológico, en la confusión de valores en la que vivimos.
Si queremos ver de nuevo la luz debemos dejarnos guiar por una voz sensata y profunda que nos pide volver a la senda que nos corresponde, y dejar en paz al resto de los seres vivos que nos rodean y de los que formamos parte. Hemos traicionado la comunión que nos hizo viables.
Todo esto, y más, en un libro. 1.850 gramos de papel y palabras, más de 400 ilustraciones y 3 apéndices. Han sido necesarios 5 traductores para editarlo. Comienza con una frase de Sir Laurens Van der Post: “ésta es una obra larga, pero no le sobra ni una página”.

¿Recomendable? No. Necesario    

Antonio Carrillo Tundidor

lunes, 11 de abril de 2011

Una nota menos: la magia de Glenn Gould, 3ª y última parte






El final: una nota menos


En 1964, con sólo 34 años, Glenn Gould anunció que se retiraba de los escenarios, y que en lo sucesivo solamente grabaría discos. Su último concierto fue el 28 de marzo en Chicago. Justificó su decisión en el desprecio que le producía el afán competitivo de los pianistas. Prefería la soledad de un estudio de grabación. Decía que el escenario le hacía sentir un actor de vodevil.

Era ya una leyenda viva. Sus interpretaciones eran a menudo polémicas; pero nadie osaba poner en cuestión ni su técnica ni su genialidad.

Le gustaba la tecnología, la radio en concreto. En una ocasión comentó que la radio, con la que se quedaba dormido todas las noches, le permitió superar un bloqueo mental con el Opus 109, de Beethoven. Tenía un sentido del humor muy peculiar: ideó programas de radio en los que aparecían personajes como un director de orquesta inglés, un musicólogo alemán, psiquiatras o taxistas… siempre eran él mismo. Utilizaba estos personajes para satirizar la música clásica y, en su boca, poder expresar sus opiniones – a menudo controvertidas – sobre la música y los compositores (no le gustaban Mozart ni Chopin, entre otros muchos). En el límite del paroxismo, llegó a entrevistarse a sí mismo en un momento que debió ser hilarante: se sometió a tal acoso que suspendió la entrevista que él mismo se estaba haciendo.

Tenía una personalidad muy compleja; Peter Ostwald, psiquiatra y Profesor de la Universidad de California, lo trató durante un tiempo, y afirmó que posiblemente sufría el “síndrome de Asperger”, una forma de autismo.

Sus excentricidades son casi una leyenda de la música clásica: su postura al piano no era en absoluto ortodoxa, inclinado sobre el teclado, casi rozándolo con la mejilla, sacudía ocasionalmente el torso hacia la derecha. Gould siempre utilizó la misma silla, una desvencijada y paticorta silla de madera que le construyó su padre, y que arreglaba él mismo cuando se descomponía. Además, despreciaba los convencionalismos sociales: aparecía en los conciertos con un frac arrugado, cubierto con bufandas y abrigos a pesar del calor. Cancelaba uno de cada cinco conciertos. En sus últimos años tocaba con una postura tan desenfadada que llegaba a cruzar las piernas; siempre canturreaba mientras tocaba (el soniquete de su voz era una pesadilla para los técnicos de grabación) y llevaba una vida casi monacal: le tenía fobia a los actos públicos, huía de la fama y no le gustaba el contacto físico. Evitaba dar la mano. Lo que le encantaba era el teléfono.

Pero tanta excentricidad puede tener una justificación: Gould sufría desde joven de dolores crónicos en la espalda: se había facturado el coxis. Su extraña postura al piano le ocasionaba menos molestias. Además, el dolor constante le provocó una adicción a las pastillas, y se automedicaba con frecuencia para mantener la tensión arterial. Cuidaba mucho de sus manos y sus muñecas: su aversión a dar la mano se circunscribía a los desconocidos, por miedo a que le provocaran una factura (según decía, temía “a las personas bajitas y a los adolescentes”). Siempre antes de tocar sumergía sus manos veinte minutos en agua caliente.

Y llegamos al final: Gould anuncia la decisión de volver a grabar las “Variaciones Goldberg”. Era la primera vez que Gould repetía una grabación.

De todo lo que hemos comentado hasta ahora sobre Gould y las Goldberg, nos adentramos ahora en el análisis de lo más apasionante: la inexplicable secuencia cíclica de la obra en concordancia con la experiencia vital del intérprete. En cristiano: Gould abrió y cerró su vida grabando las Variaciones Goldberg, como las mismas Goldberg se abren y cierran con la misma Aria. Pero hay algo más. Mucho más. Hay algo para lo que no tengo explicación, y que no debería haber sucedido.

Gould estaba tocando las variaciones mucho más lento de lo que lo hizo en 1955. La versión definitiva que nos ha llegado dura 51 minutos 14 segundos, frente a los 38 minutos 26 segundos de la anterior. Y llega el Aria final.

Bach dejó dicho que se repitiera el Aria del principio, pero Gould hace algo inexplicable: toca la última Aria más lenta que la primera, como si se estuviera despidiendo; pero, además, hace algo incomprensible: toca una nota menos. No toca la penúltima nota de la partitura.





Con esta decisión, la obra se cierra por completo, el Aria última adquiere una dimensión propia que Bach no había previsto y se acentúa el carácter de despedida. De final. Gould deja de tocar una simple nota, y con ese gesto nos transmite la sensación de decir adiós. Gould se atreve a cerrar las Goldberg y se queda quieto, con las manos juntas. Ha acabado. No con la grabación. Ha acabado con una vida que empezó con esa misma obra. Lo ha hecho más lento, más maduro, más sobrio. Es una obra de madurez, de dar sentido a una vida. No encuentro otra explicación a este final tan sorprendente. Gould se va, y de alguna manera lo sabe.  





Poco después, el 4 de octubre de 1982, una infección mal atendida le provoca un derrame cerebral masivo y fallece inesperadamente. En su funeral, en la iglesia anglicana de San Pablo, en Toronto, suena una versión desconocida de las Variaciones Goldberg. La mayoría de los asistentes no la conocen. Acaba de hacerse pública.

Es una versión en la que se toca una nota menos al final.


Antonio Carrillo Tundidor