lunes, 28 de abril de 2014

La mayor casa encantada del mundo


 

El rifle de repetición Winchester, el arma que conquistó el oeste, hizo inmensamente rico a su inventor, Oliver Winchester, presidente de la celebérrima Winchester Repeating Arms Company.

 
Su hijo y heredero William Wirt Winchester contrajo matrimonio en 1862 con una joven de 23 años llamada Sarah Pardee, mujer de baja estatura (no alcanzaba 1,50 m.), bella e inteligente. Tocaba instrumentos con virtuosismo, hablaba varios idiomas y era animosa y encantadora.

El futuro se adivina feliz para la pareja tras su boda en New Haven. Esto se confirma el 15 de julio de 1866, fecha en la que Sarah da a luz a la pequeña Annie Pardee Winchester. Pero algo extraño sucede con la niña. No coge peso, a pesar de comer con normalidad. Se consume rápidamente. Está afectada de un raro trastorno que le impide metabolizar y asimilar los nutrientes. A los pocos meses la pequeña Annie fallece. Es una paradoja terrible: la única hija del matrimonio, inmensamente rico, muere de inanición.

El golpe para Sarah es demoledor; durante 10 años parece al borde de la locura. No tendrá más hijos. Y 15 años más tarde, en 1881, su esposo muere víctima de la tuberculosis.

Sarah hereda más de 20 millones de dólares (de la época), casi el 50% de la compañía y un ingreso extra de 1.000 $ diarios. Es multimillonaria, pero su razón está definitivamente trastornada.

Acude a espiritistas y médiums, algo por lo demás muy común a finales del siglo XIX. Alguien le advierte: sufre las consecuencias de una terrible maldición que tiene por fundamento el origen de su fortuna. Las miles de muertes provocadas por los rifles Winchester.

En efecto; unos rifles de repetición, fiables y certeros, inclinaron la balanza definitivamente a favor de los colonos durante el enfrentamiento con los indios; pero la acción mortífera de los Winchester y otras armas similares se extendió a muchos otros conflictos y lugares. Quisiera en este sentido hacer memoria de uno de los hechos más repugnantes de nuestro pasado reciente: la matanza del pueblo Ona en Tierra de Fuego, al sur de Argentina. El conocido como "genocidio Selkman". Toda una cultura amerindia fue exterminada por motivos crematísticos; los Ona no se mostraban dispuestos a abandonar la tierra de sus ancestros. Las compañías ovejeras, argentinas, chilenas o inglesas, pagaban una libra esterlina por cada indio muerto. Para cobrar se presentaban sus manos u orejas. Mujeres, ancianos o niños. En muchos barcos que pasaban por la zona del Estrecho de Magallanes era costumbre realizar prácticas de tiro con los Winchester contra mujeres o niños que se encontraban cerca del mar. Era como matar bisontes desde los trenes en las llanuras de los EEUU.

Sarah quiere librarse de la maldición. Le proponen una única salida: debe construir una casa, pero nunca terminarla. De esta manera, los espíritus atormentados que le persiguen no podrán encontrar fácil refugio en ella.

En 1884 Sarah compra una finca en San José, California, y comienza a construir una casa en una tarea hercúlea que no tendrá fin sino hasta su muerte en septiembre de 1922. Se trabajan las 24 horas del día, los 365 días del año.

El trasiego de materiales era de tal calibre que se hizo necesario construir una línea propia de ferrocarril para transportarlos hasta la casa. Decenas de profesionales trabajaban sin descanso, en turnos de 24 horas.

 
Sarah se reunía por la mañana con el capataz, y estudiaban el trabajo con planos esbozados a mano por la propia viuda. El resultado pronto fue caótico, sin un orden ni sentido claro. A menudo se encontraban con una habitación para la que no había salida posible; en estos casos, se construía alrededor, o se cegaba y abandonaba. Con el paso de los años, las escaleras en ocasiones no conducían a ninguna parte, las puertas se abrían a un muro o al vacío. Había ventanas en el suelo o aberturas en las que no podía caber un adulto. Había baños falsos, sin obra de fontanería, chimeneas sin tiro y sólo dos espejos en toda la casa. Sarah opinaba que los fantasmas temían a su propio reflejo. Además, Sarah ideó laberintos para que los propios fantasmas se perdieran.

En poco tiempo no hubo planos de la casa. Era fácil perderse en ella.

En la mansión hay paredes que ocultan entradas secretas, pasadizos ocultos que Sarah utilizaba para espiar a los trabajadores y asegurarse de que no se detenía el trabajo. Los vecinos cuentan que se podía escuchar a Sarah tocando un piano algo desafinado al amanecer, con un sonido que les obligaba a detenerse, de tan hermoso. Vivía sola, con sus sirvientes y los obreros. Sin salir de casa.

En 1906 la casa es inmensa, con torres de siete pisos de altura y un número indeterminado de estancias. Hay maderas nobles, hermosos trabajos de marroquinería y fabulosas vidrieras hechas en Tiffanys. Y un jardín enorme y cuidadosamente trabajado.

Pero entonces sucede lo inesperado: el terremoto de Los Ángeles de 1906. Derriba tres pisos de la casa y la torre de siete plantas. Sarah se encuentra durmiendo en ese momento y la chimenea de su dormitorio se derrumba. La dueña queda atrapada, y los sirvientes tardaron horas en poder llegar a ella.

Para Sarah, que era de la Costa Este de los EEUU y poco sabía de terremotos, la catástrofe resultó ser un claro mensaje de los espíritus, molestos porque se había detenido un tanto el ritmo de construcción. Sarah decide entonces dejar derruidas las alas afectadas por el terremoto, porque pensaba que algunos espíritus habrían quedado atrapados en ellas. Se reanudó el trabajo con nuevos bríos. Sarah tomaba decisiones un tanto peculiares; en una ocasión encontró una mancha extraña en la pared de la inmensa bodega de la casa, y decidió tapiarla de tal manera que no fuese posible encontrarla.

Todavía hoy hay quién intenta encontrar los tesoros que de seguro encierra.

Finalmente, en 1922, Sarah fallece en la casa y se detienen los trabajos. Su heredera y sobrina, Frances Mariot, se encuentra ante el vértigo de una casa con unos 24.000m² construidos. Se calculan 160 habitaciones, de las cuales 30 están tapiadas. Los números marean: 47 chimeneas, 480 puertas, muchas inútiles, 10.000 ventanas, escaleras incontables, muchas de las cuales no llevan en ninguna parte, pasillos que conducen a pasillos o habitaciones que conducen a habitaciones, 6 cocinas, ascensores (un lujo para la época) o 52 tragaluces.

Francés se llevó muebles, enseres y materiales decorativos, y vendió la estructura a unos inversores interesados en hacer una atracción turística. Hubo un problema con el recuento: la primera vez se contaron 148 estancias, pero la estructura era tan confusa que en cada recuento salía un número distinto. Se dice que los trabajadores tardaban semanas en conseguir sacar los muebles. El número de 160 habitaciones sigue siendo una estimación.

No he hablado de los jardines, con cuatro fuentes y muchas estatuas: Sarah contrató a ocho jardineros que cuidaban de plantas importadas de todas las partes del mundo. Es curioso destacar la existencia de una estatua que representa al Jefe indio Little Fawn, que murió por el disparo de un Winchester.

Hoy, en la casa, un importante reclamo turístico para la zona, se encuentra el museo del rifle de repetición Winchester. Exhibe también artículos de los años 20.

Hay una advertencia cuando visitas la casa: no se puede salir del itinerario establecido ni intentar hacer un recorrido por cuenta propia. Si te pierdes, no te aseguran que sean capaces de encontrarte. Es una casa en la que muchos han oído portazos y ruidos, en la que aparecen extrañas manchas. Algunas personas muy intuitivas han percibido presencias extrañas.

Por terminar, las escaleras suelen tener 13 escalones, en el armario de Sarah hay 13 ganchos, la casa tiene13 cuartos de baño, las ventanas tienen 13 hojas de vidrio, muchas habitaciones 13 ventanas y el invernadero 13 cúpulas. El testamento de Sarah estaba dividido en 13 partes y los candelabros portaban 13 velas.

Todos los viernes 13 se tocan las campanas 13 veces a las 13:00 horas.
 
Yo no creo en fantasmas ni en espíritus. Creo en almas atormentadas y en la locura que provoca el dolor. Es por eso que respeto la casa Winchester, no como la mayor casa encantada del mundo, sino como símbolo de la inmensa, desgarradora pena que puede causar la muerte de una hija.

Es, en todo caso, una curiosa historia que quería compartirles.

Antonio Carrillo.

lunes, 21 de abril de 2014

La trampa del tabaco


 
A Fermín: ánimo hermano. Verás como lo dejas
(Y a mi esposa, que ojalá lo dejara)
(Y a Jacobo, que espero que no empiece)

La nicotina es una droga.
Y es una droga cruel.

 
Es un alcaloide, como la morfina o la cocaína, muy venenoso; pero en dosis bajas tiene un efecto estimulante, y en dosis mayores un efecto reforzador del placer sobre el sistema límbico. Es una de las drogas más adictivas que se conocen.
Digo que es cruel por cómo actúa: primero provoca que el cerebro aumente la producción de dopamina, un neurotransmisor que afecta a la recompensa, el humor o la atención. La cocaína, las anfetaminas o la nicotina provocan en efecto que el cerebro libere más cantidad de dopamina.
Por eso fumar es un placer.
Pero en realidad es una trampa. La nicotina cambia la estructura bioquímica de las neuronas, racaneando la cantidad de dopamina disponible. Si al principio nos ofrece la recompensa de más dopamina, luego ralentiza la producción de esta sustancia, por lo que las neuronas tienen que aumentar  el número de receptores de nicotina, para mantener los niveles. Pero hay más: llega un punto en el que las neuronas no pueden generar más receptores, y encima reaccionan más lentamente a la nicotina, por lo que el sistema de recompensa/placer del cerebro se ve obligado a aumentar la dosis de nicotina que se administra. Más y más, nunca es suficiente. No es una necesidad que se fundamente en razones objetivas: el tabaco nos ofrece recompensas de humo, nos engaña y convierte en adictos a una realidad falaz y terrible.
 
Nos esclaviza a sentir un placer que nos es ajeno. Y que nos mata.
¿Cree que fuma para estar más tranquilo? No es cierto. Fuma para calmar la abstinencia de nicotina a la que ha acostumbrado a su cerebro; pero los niveles de estrés episódicos se mantienen. Camuflados, eso sí, por efecto de la droga.
Mientras, la nicotina afecta a su sistema circulatorio. Está dañando su corazón o sus arterias y venas con cada cigarrillo. Y todo esto a cambio de nada.
Usted no necesita nicotina. La nicotina le necesita a usted, y lo convierte en una marioneta utilizando trucos de prestidigitador barato.
Pero hay más: la nicotina se exhala acompañada de un residuo tóxico y cancerígeno, el alquitrán. Por cierto, los carcinógenos que usted introduce en su cuerpo los elimina a través del sistema excretor: la vejiga. Y sé de lo que hablo. Mi padre murió de cáncer de vejiga hace poco más de un año; y el factor desencadenante fue su adicción al tabaco.
El tabaco es una sustancia dañina no sólo para quien lo consume: el humo de tabaco resulta dañino también para quienes lo inhalan: los fumadores pasivos. Es una droga que afecta no sólo al enfermo que ha caído en sus redes: los demás también pueden sufrir sus efectos. Seguramente el fumador no sabe qué contiene el humo que expele: DDT (insecticida), propano (combustible de cohetes), arsénico (sin comentarios), benceno, butano, y cianuro de hidrógeno (gas utilizado para exterminar a los judíos en los campos de concentración).
Y, a todo esto, la pregunta es evidente: ¿por qué es legal?
La respuesta es triste: porque es un negocio muy rentable. Las empresas tabaqueras ganan mucho dinero, y las Haciendas Públicas de los países recaudan miles de millones de Euros en forma de impuestos. De hecho, el tabaco es un producto especialmente gravado sin que haya grandes manifestaciones de protesta en cada subida ¿Por qué? 
Porque los fumadores tienen un sentimiento de culpa. Saben que lo que hacen es dañino para su salud, pero son incapaces de salir de la trampa. Los no fumadores pueden aducir: “si no quieren pagar, que lo dejen”. Pero no es tan fácil. Primero porque la nicotina, como hemos visto, es una droga muy poderosa. Y segundo, porque tengo la sospecha de que los enfermos de tabaquismo son víctimas de una campaña de manipulación proveniente de la industria y del Estado.
Me explicaré.
Lo que voy a decir sonará un tanto conspiranoico; lo asumo. Pero los psicólogos a los que consulto coinciden mayoritariamente en que las campañas antitabaco subvencionadas con dinero público, lejos de ayudar en la caída del consumo, actúan más como aliciente.
Un adolescente vive un momento de desarrollo de los lóbulos frontales que le conduce a asumir riesgos. Es edad de motocicletas, de retos absurdos con los amigos, de beber más de la cuenta y de no pensar en el mañana. Eres joven, y lo que pueda pasar con tu vejiga dentro de 40 años es algo tan lejano que no eres capaz de razonar sobre ello. El ahora es el tiempo de la adolescencia, y demuestras tu valor afrontando retos absurdos. Es una época en la que se fuma.
En estos cerebros maleables e inestables la nicotina encuentra unas víctimas propiciatorias; al fin y al cabo, es una droga legal. Y cierne su trampa sobre los receptores neuronales, a los que somete en una esclavitud que, en la mayoría de los casos, durará toda la vida.
La respuesta de la administración es llenar las cajetillas de tabaco de mensajes avisando del peligro ¡FUMAR MATA! Incluso se acompañan de truculentas imágenes de pulmones o bocas destrozadas ¿Acaso creen que así desincentivan a los jóvenes del consumo? Más bien es al contrario. La psicología adolescente ve en esas imágenes un refuerzo del reto de vivir al límite.
Y los consumidores adultos, víctimas ya de la trampa, apenas si atienden a las advertencias. Ellos ya saben que mata, y la mayoría querría dejarlo. Pero no pueden.
Hace cinco años me encontraba en uno de los pasillos del hospital Clínico de Madrid, una mole inmensa de espacios y laberintos interminables. Era de noche, y estaba solo. A lo lejos vislumbré la figura enjuta de un hombre, que debía frisar los cuarenta años, la tez macilenta  y los ojos hundidos. Se apoyaba en un soporte con ruedas del que colgaba una bombona de oxígeno conectada a una máquina. Llevaba puesta la bata del hospital, que le quedaba grande, y respiraba gracias a una máscara. Tardó una eternidad en llegar a donde yo estaba, a pasos cortos. Cuando se acercó lo suficiente, se quitó con dificultad la máscara, y con una voz débil, casi infantil, me preguntó
¿No tendrás un cigarrito?
Todo esto puede ser fruto de mi imaginación; pero acabo de enterarme de algo que me causa estupor. En los últimos años han proliferado los conocidos como cigarros electrónicos, unos artilugios que administran la cantidad de nicotina que el cerebro necesita pero que no aportan los otros contaminantes que hay en los cigarrillos. El fumador de estos exhala vapor de agua. No es una panacea, y desde luego sigue presente el problema del hábito y los efectos de la nicotina sobre el sistema circulatorio. Pero al menos no se introduce alquitrán y otras porquerías al cuerpo; y es inocuo para los demás.
Pues bien: las compañías aéreas han recibido instrucciones tajantes de que se prohíbe el uso de tales aparatos durante el vuelo ¿Por qué? No hay combustión, y por tanto no existe el problema – real y serio – de un incendio en vuelo. Además, emite vapor de agua, por lo que no contamina el ambiente ¿Por qué no se les permite a los afectados de tabaquismo calmar su necesidad de nicotina con este nuevo invento?
Sólo se me ocurre una razón de peso. Estos cigarrillos electrónicos no pagan impuestos; y el Estado no gana dinero con ellos. El Estado es el que ha prohibido el uso de cigarrillos electrónicos.  
Imagino la presión de las grandes compañías tabaqueras. Creo que merecemos una respuesta coherente y creíble. Pero no la hay.
Ni la habrá.
 
Antonio Carrillo

domingo, 20 de abril de 2014

El verdadero oro de los Andes

Este texto es el extracto de un libro que estoy escribiendo sobre lo acaecido en el universo los últimos 14.000 millones de años.



La Era Cenozoica o Era Terciaria, se inicia tras la gran extinción de finales del cretáceo, hace unos 65 millones de años y se extiende hasta la actualidad.
Usted y yo, lector, vivimos en la era Cenozoica.
A finales del  Mesozoico, durante el cretáceo, el oeste de América daba signos de actividad, y se empezaron a formar las montañas rocosas al norte y los Andes al sur. Pero es en el Cenozoico que en Eurasia se alza un relieve con una orientación este – oeste, que comienza en los pirineos y finaliza en indochina, en las islas de Java y Sumatra. El cenozoico asiste al nacimiento de los Alpes, del Atlas, el Cáucaso o del Himalaya. Si las cordilleras americanas no generan grandes ecosistemas por su cercanía al mar, especialmente en el caso de los Andes, el relieve euroasiático sí provoca la aparición de enormes ecosistemas en los que destaca la biodiversidad.
Al inicio del Cenozoico Europa y una Groenlandia mucho más cálida estaban aún unidas. Un puente de tierra une por un breve periodo de tiempo Norteamérica y Europa, pero la deriva al oeste del continente norteamericano provocará su total aislamiento También Norteamérica y Groenlandia comienzan a alejarse entre sí.
En el sur los cambios no son menores. Lo que antaño fue Gondwana se ha disgregado en cinco masas de tierra: Sudamérica, Australia, Antártida, India y África.
Norteamérica y Suramérica se encuentran separadas por un mar ecuatorial, lo que provoca una diversidad biológica interesante. La Antártida se dirige al sur, en lo que constituirá un movimiento con enormes implicaciones climáticas. Australia se dirige al este y la India, a una velocidad sorprendente, toma una deriva norte que provocará su choque con el sur de Asia.
La colisión de la India con Asia sucedió hace unos 50 m.a.
Toda la placa Africana interactúa con la europea. Nacen los Pirineos, los Alpes o los Balcanes. Hace 45 millones de años, por ejemplo, la placa Adriática, la península Italiana, chocó contra Europa y se alzaron los Alpes, que crecieron durante 40 m.a. El antiguo mar de Tethys desaparece, y queda un mar interior entre Europa y África. Cuando la península Arábica choque con oriente próximo, hace 35 m.a.,  este mar sólo tendrá una salida al Atlántico: el estrecho de Gibraltar. Al este del mediterráneo, bajo la península Arábica, se conservan las enormes reservas de petróleo del mar de Tethys.
Pero centremos nuestra atención en Norteamérica, que avanza velozmente hacia el este abriendo el Océano Atlántico.
Hace 40 m.a. la masa de corteza continental choca con el fondo oceánico del Pacífico. Unos 10.000 Km de corteza se hunde bajo el empuje del continente. Esta fricción provoca una enorme actividad plutónica: volcanes, fallas y terremotos.
Al hundirse el fondo oceánico, la corteza se hace más gruesa. La placa continental americana avanza hacia el este, pero la actividad volcánica se traslada tierra adentro. El mejor ejemplo lo tenemos en tres estados: Wyoming, Colorado y Arizona. En el primero encontramos el parque nacional de Yellowstone, el punto caliente de mayor actividad de los EEUU. Uno de los supervolcanes más grandes del planeta.
Más al sur, la corteza muestra un espesor de 70 kilómetros. Esto explica que el Estado de Colorado consista en una planicie que supera los 1.000 metros, con montañas que sobrepasan los 4.000 metros de altitud. Si bajamos un poco, ya dentro de Arizona, la pendiente de los ríos y su erosión provoca la aparición de enormes cañones, como el famoso Cañón del Colorado.
 
Hacia el oeste, el punto de encuentro entre la placa del pacífico y la norteamericana provoca fenómenos como la falla de San Andrés. En esta falla de desplazamiento los terremotos son enormes y devastadores.
 
No menos espectacular resulta Sudamérica. El avance de la plataforma continental hacia el oeste también ha provocado que la actividad tectónica se traslade tierra adentro. Tenemos ejemplos como el volcán Cocopaxi de Ecuador, con 5.900 metros de altitud o el Láscar chileno, de 5.600 metros. Ninguno de estos volcanes se encuentra cerca de la costa. Yo mismo he estado a las faldas del volcán Galeras, en Colombia, lejos del pacífico. Es una mole que sobrecoge. Está considerado uno de los volcanes más peligrosos del mundo.
En estas zonas andinas las altitudes son difíciles de creer. Cerca del Galeras se encuentra un lugar maravilloso, la laguna de la Cocha; una extensión de agua a casi 3.000 metros de altitud. Entre Bolivia y Perú el lago Titicaca, a 3.800 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del mundo.
Todos estos fenómenos tienen su fundamento en que la corteza es más gruesa en los Andes que en cualquier otra parte del planeta. La Meseta del Collado, desde Perú hasta Argentina, tiene una altitud que llega a los 5.000 metros sobre el nivel del mar. En este punto la corteza terrestre supera los 75 kilómetros de grosor.
Las condiciones climáticas en estos parajes son extremas, con un clima muy frío y extraordinariamente seco. Pero lo peor es la altitud.
A 4.000 metros de altitud el peligro no es tanto el frío como la radiación solar. La vida del altiplano recibe cantidades ingentes de radiación procedente de nuestra estrella y del espacio. Además, la conocida como “Anomalía del Atlántico Sur” no está lejos, y debilita un tanto la fuerza del escudo del campo magnético terrestre. Pocos animales pueden sobrevivir a estas condiciones; los que lo han hecho, se han adaptado.
El ejemplo más sorprendente lo tenemos en un camélido domesticado por el hombre hace 7.000 años: la Alpaca.
 
En época precolombina sólo la nobleza Inca podía vestir ropajes confeccionados con lana de Alpaca: conocida como el “Oro de los Andes”. Hoy, uno de los textiles más lujosos y sorprendentes del mundo.
La lana de Alpaca (también la de la Vicuña, una especie similar) es muy resistente y extremadamente suave. Es una fibra hipoalergénica (no contiene lanolina) y no provoca por tanto rechazo. Su capacidad para conservar el calor es increíble: abriga siete veces más que la lana de oveja. Un fino abrigo de Alpaca resguarda del frío más intenso. Como detalle curioso, la NASA utilizó la tela de Alpaca en el espacio por ser la fibra natural con mejor rendimiento térmico.
Esta tela resiste el paso del tiempo, y las telas parecen nuevas con el paso de los años. Su textura es muy suave, similar al cachemir; es muy resistente al agua y no absorbe la humedad ambiental. Además, no arde sino es en contacto directo y constante con el fuego. Pero, además, su densidad y sus propiedades atómicas la convierten en un escudo eficaz contra las radiaciones.
Increíble, ¿no es cierto?
La naturaleza ideó un material como la lana de Alpaca que permite sobrevivir a 4.000 metros de altitud, al frío y la radiación. Para comprender las propiedades únicas de este verdadero tesoro es preciso estudiarla al microscopio.
La fibra de Alpaca es extremadamente fina, unas 30 micras de diámetro, mucho más delgada que la lana de oveja. Pero lo que llama la atención es que su núcleo está compuesto de células llenas de aire. Este hecho le ofrece la protección, ligereza y aislamiento que atesora.
La naturaleza ha diseñado millones de cámaras de aire de tamaño microscópico. Las condiciones ambientales fuerzan a que la naturaleza, el más sofisticado laboratorio de investigación que haya existido jamás, nos sorprenda una vez más.
Pero el asombro no ha hecho más que empezar.
 
Antonio Carrillo 

sábado, 19 de abril de 2014

Fosforilación: la gran desconocida.


 
La bioquímica es un reino de maravillas del que empezamos a saber mucho, y bastante más desconocemos.
Llama la atención que a una escala atómica todo resulte tan complejo, con un número casi ilimitado de reacciones y diálogos. Porque la vida consiste en dialogar, con el entorno y con uno mismo, en una búsqueda permanente de eficacia energética.
En cada una de nuestras células se produce un baile simultáneo y profuso de mensajes químicos y eléctricos, miles de millones por segundo y, pese a ello, increíblemente coordinados en una tarea compartida: la de mantenernos con vida.
Las enzimas son importantes en esta función; son unas proteínas especiales que aceleran (catalizan)  de forma precisa y específica determinadas reacciones químicas. Son los principales agentes de lo que llamamos metabolismo.
Hoy quiero hablarles de algo que sucede en su interior. De algo muy importante. De hecho, la fosforilación, este fenómeno que nos ocupará, es la clave de la cura del cáncer o la diabetes, está detrás de enfermedades mentales o coronarias, y la industria farmacéutica tiene centrados buena parte de sus recursos en el estudio de esta reacción extremadamente simple, común y esencial para la vida.
Porque cuando algo falla en la fosforilación, se resiente la salud; a menudo sobreviene la muerte.
Empecemos por el fósforo, un elemento presente en el cuerpo humano y que le da nombre. Por ejemplo, hay trazas de fósforo en el semen, lo cual es útil para la policía científica: como el fósforo reacciona ante la luz, especialmente la ultravioleta, se han determinado agresiones sexuales en la escena de un crimen o en una autopsia por las señales luminosas del fósforo del líquido seminal.
El fósforo aparece en el cuerpo en forma de sales de ácido fosfórico. A estas sales las llamamos fosfatos. Pues bien: la presencia o ausencia de esta sal es un factor que activa o desactiva proteínas. Es una manera sencilla que tienen las células para “encenderse” o “apagarse”.
Si se añade fosfatos, una determinada función de la célula se activa.
Si se quitan, se desconecta.
A este proceso de encendido y apagado es a lo que denominamos fosforilación. Hay enzimas especiales que añaden o quitan fosfatos, y regulan así el funcionamiento de ciertas proteínas. Las enzimas que añaden fosfatos se llaman quinasas. Las que lo quitan, se denominan fosfatasas.
Pero este rollo: ¿de qué va?
Va de usted, de estar vivo. De que respira, y llegan a sus células moléculas de oxígeno que oxidan los nutrientes, generando así energía dentro de las mitocondrias en forma de una enzima llamada ATP.
Usted respira para oxidar lo que come. Y la fosforilación es el factor fundamental en la producción de ATP. El 90% de la energía que lo mantiene vivo procede de la fosforilación.
Se merece que hablemos de ella. ¿No creen?
¿Qué pasaría si no pudiésemos contar con combustible? Si detenemos el sutil baile del metabolismo pasan cosas curiosas (y terribles). La musculatura, por ejemplo, depende fundamentalmente de la fosforilación en su acción de contraer o relajar los músculos. Nos movemos gracias a un sutil desequilibrio iónico entre el Sodio y el Potasio y sus diferentes cargas (como sucede con el envío de neurotransmisores) que consume mucha energía; la fosforilación por una parte activa o desactiva los niveles de calcio, fundamentales para el envío de señales eléctricas a los músculos. y actúa igualmente sobre la mitocondria y la ATP como fuente de energía que se transforma en movimiento (o en reposo si desactiva). Pues bien: cuando morimos todas las reacciones que constituyen el metabolismo tienden hacia el equilibrio. Por decirlo de alguna manera, deja de sonar la música y nuestro cuerpo deja de bailar. De repente hay un equilibrio iónico, que en el caso de la musculatura supone que todos los músculos se agarroten, en un esfuerzo que agota todas las reservas de ATP. Sin fosforilación no hay más ATP. Nos quedamos sin gasolina que relaje la musculatura.
La falta de fosforilación provoca entonces lo que conocemos como “rigor mortis”.
Para que me entiendan: un 30% de las proteínas (y el 70% de las enzimas) de su cuerpo se regulan a través de la fosforilación.
Les propongo otro ejemplo de su importancia: en una célula las quinasas (recuerden, las que añaden fosfatos y activan las proteínas) se quedan atascadas en la posición de “encendido”. Esto resulta peligroso, porque la fosforilación puede alterar incluso lo que llamamos la “señalización celular”. Puede cambiar la expresión de los genes.
 
En efecto: un problema con la fosforilación incorrecta es que provoca una mutación que activa sin control la transcripción de ciertos genes. La célula mutada recibe órdenes erróneas desde el núcleo, y aumentan las proteínas que se ocupan del ciclo celular, las cuales generan frenéticas muchas células mutadas. La célula está siempre activa, sin el control debido, y provoca el nacimiento de un tumor.
 
Dominar los efectos nocivos de una mala fosforilación podría suponer la cura del cáncer.
Es por esto que los laboratorios farmacéuticos prestan tanta atención a este mecanismo de encendido y apagado. Una quinasa también está detrás del mal funcionamiento del órgano receptor de la insulina, lo que se traduce en diabetes. Y la fosforilación también interviene en la hipertensión.
Los ejemplos son tantos que no puedo dedicar sino unas breves líneas a dos patologías en las que interviene la fosforilación: El Cólera y la Peste Bubónica.
El cólera es una enfermedad causada por una bacteria, la cual segrega una potente toxina que ataca a las células del intestino. Lo que hace es activar proteínas presentes en la membrana que facilitan el transporte de iones, líquidos y elementos entre las células. El intestino se inunda de agua rica en Sodio. Potasio y Bicarbonato, en tal cantidad que no es capaz de asimilarla. Por consiguiente, el Cólera es una enfermedad que puede causar la muerte por deshidratación causada por unas diarreas tremendas; unas 40 deposiciones en 24 horas.
 
No es ninguna tontería: las diarreas son una de las causas de mortandad más importantes en el tercer mundo.
Hay otro caso que me llama la atención, porque en este caso la enfermedad no se activa a través de una quinasa, sino que desactiva inyectando una fosfatasa a la célula. Hablo de la famosa Peste bubónica o Peste Negra, que exterminó a un tercio de la población europea en el siglo XIV.
La Peste Bubónica segrega una toxina terrible, que interfiere en el proceso respiratorio mitocondrial
y la creación de ATP. Sin energía, la célula es blanco fácil para el ataque de el patógeno. Pero, además, la toxina segrega una fosfatasa que impide que la célula segregue macrófagos capaces de defenderla.

La Peste, la enfermedad infecciosa que ha causado más muertes en la historia de la humanidad, desactiva las defensas del organismo utilizando la fosforilación como herramienta de ataque.
Lo lamento si este artículo le ha parecido tedioso. Demasiadas palabras técnicas y un tanto farragoso. No he sabido hacerlo mejor.
Pero quería hablarles de la fosforilación, porque es parte esencial de los procesos bioquímicos que hacen posible la vida.
Porque es apasionante saber cómo el organismo trabaja para mantenernos sanos. O cómo las enfermedades utilizan trucos siniestros para atacarnos.
Porque, después de leer estas líneas, se conocen un poco mejor.
Al menos, tal ha sido mi intención.

Antonio Carrillo

domingo, 6 de abril de 2014

María Fernández Carrillo



Tengo una sobrina, María Fernández Carrillo.

Y es alguien muy importante.

Y no es sólo importante porque tiene la sonrisa más bonita del mundo.

María tiene nueve años.

En su mente inteligente y sensible están sucediendo mil cosas a la vez. Todas ellas nuevas y trascendentales.

Vitales para María. Y para todos nosotros.

María representa esa realidad intangible y nebulosa que llamamos futuro. En María germina nuestra identidad como grupo, se manifiestan nuestros valores y se confirma nuestra valía como sociedad. Porque nada importa más que María.

Porque nada tenemos más valioso que una niña de nueve años.

En esta época de incertidumbres creo necesario llamar la atención sobre lo que realmente importa: María tiene nueve años, y nos necesita.

Si fracasamos, si permitimos que un suspenso borre su sonrisa, si no construimos los adultos un entorno amable con el hombre, si nos desentendemos de nuestra herencia aprisionados por la vorágine de lo inmediato, habremos cometido el peor de los crímenes.

María Fernández Carrillo debe reír para que la misma vida tenga sentido. La de todos nosotros.

Porque tiene una sonrisa de primavera. Y para los que ya vislumbramos el otoño es reconfortante percibir en ella la ilusión. La esperanza. La dulzura.

La inconmensurable fuerza de la inocencia.

Gracias, María.