martes, 27 de febrero de 2024

El Evento Azolla y el cambio climático


La teoría del caos propugna que el aleteo de una mariposa en Asia podría provocar un huracán en América. Y limpiar mi acuario y vaciar su contenido podría provocar una brusca edad de hielo y el derrumbe de la civilización.

Les voy a contar una historia fascinante.

Hace 50 millones de años se inició un periodo de intensa actividad volcánica, que expulsó a la atmósfera grandes cantidades de CO2. Posiblemente, y como nos indica la denominada hipótesis del fusil de clatratos, el aumento de la temperatura del océano propició la liberación de millones de toneladas de metano desde los depósitos de clatrato de metano del fondo oceánico. La combinación de CO2 y metano en la atmósfera implicó un calentamiento a nivel global. Muchas especies se extinguieron cuando la temperatura del océano subió hasta siete grados. Es el denominado Óptimo Térmico del Eoceno.

En el océano Ártico la mezcla de alta temperatura y fuertes vientos supuso una enorme evaporación, lo que aumentó la salinidad del océano y su densidad, pero al mismo tiempo las lluvias torrenciales hicieron posible que al océano llegase una masa enorme de agua dulce menos densa. El resultado fue sorprendente: hace 50 millones de años, en el océano Ártico, hubo una capa muy fina de agua dulce sobre su superficie salada.

Imaginen: en un clima excepcionalmente cálido se deposita sobre el océano una capa de agua dulce, irradiada por veinte horas de luz en verano. Los ríos aportan nutrientes y el Ártico está aislado de corrientes provenientes del resto de los océanos. Es el ambiente idóneo para que un pequeño helecho, el Azolla, prospere. A una velocidad nunca vista.

Durante 800.000 años el Ártico fue de color verde, con una capa densa de Azolla que cubría 4 millones de kilómetros cuadrados. Duplicaba su tamaño en días. La Azolla es una planta capaz de absorber una ingente cantidad de CO2 de la atmósfera, y los niveles de dióxido de carbono se redujeron en un 80 por ciento, desde una concentración de 3500 ppm, a inicios del Eoceno, hasta apenas 650 ppm. La atmósfera cambió su composición en unos pocos miles de años.

Pero hay más. La capa de Azolla es muy densa y dificulta el intercambio de gases entre la superficie oceánica y la atmósfera, lo que provoca una significativa caída de los niveles de oxígeno en las profundidades. Cuando cambiaron las condiciones locales y volvieron a circular corrientes provenientes de los océanos adyacentes, la capa de agua dulce se disolvió y el aumento de la salinidad mató a los helechos, que cayeron al fondo.

Millones de toneladas de helechos se precipitaron hacia un fondo sin oxígeno, con una anoxia que no permitía el crecimiento de bacterias ni de organismos encargados de descomponer la materia orgánica. Esa inmensa cubierta vegetal, con todo el dióxido de carbono atrapado de la atmósfera en su interior, se sepultó y fosilizó. Hoy, en el subsuelo del océano Ártico, podemos observar una capa de sedimentos de al menos ocho metros de espesor y, entre medias, una capa de unos milímetros con los restos fosilizados de Azolla.

Todo ese carbono no volvería a la atmósfera, y la temperatura del océano Ártico descendió de 13 grados centígrados sobre cero a 9 bajo cero. La Tierra sufrió un enfriamiento brusco que inició un periodo de glaciaciones a nivel planetario. Hoy vivimos en una transición entre glaciaciones, excepcionalmente cálida. No es lo normal.

A este fenómeno atmosférico y climático global, a esta caída brusca de la temperatura del planeta, se lo denomina el Evento Azolla.

Todo causado por una planta diminuta, con hojas de unos pocos centímetros.

La Azolla parece inofensiva; tiene un aspecto esponjoso y se utiliza a menudo como planta ornamental en acuarios. El problema es que se reproduce con esporas muy resistentes, capaces de adherirse a peces y aves acuáticas migratorias y esparcirse muy lejos. Si vacío mi acuario y hay esporas de Azolla, puedo provocar una contaminación en aguas superficiales de una planta muy voraz, capaz de reproducirse a una velocidad de vértigo. Está considerada una especie invasora agresiva en España y otros países, y está prohibida la introducción de la especie en el medio natural, así como su posesión, comercio o transporte. Aunque, y esto me sorprende, puedo adquirirla en Amazon.

Lo cierto es que, en ríos y lagos de España, comienza a verse una película verde en su superficie. Es Azolla.

Azolla en el río Tajo

Si la ven piensen en los mamuts, en los glaciares inabarcables que cubrieron buena parte del planeta. Y piensen en que el cambio climático puede ser una realidad, causada por un desequilibrio del dióxido de carbono atmosférico.

Más nos vale tomarlo como algo serio.

 Antonio Carrillo

domingo, 18 de febrero de 2024

El evangelio del Jesús histórico



Son tiempos oscuros en Judea, de mucho miedo. Los zelotes y sicarios han atacado a los romanos y masacrado sus guarniciones por medio del engaño. Y Roma reacciona con crueldad ante la traición. Nunca perdona.

Lo sé porque yo mismo he nacido en una colonia romana de Asia. Mis padres fueron romanos y mis hijos – si sobrevivo a este espanto – lo serán también.

Son tiempos oscuros y he buscado la paz en la meditación y el recogimiento. Hace unos años recibí la gracia del mensaje del Mesías, del Hijo de Dios. Su misericordia alcanza a pobres y ricos, libres y esclavos, mujeres y hombres; a judíos y gentiles por igual. Es algo nunca visto. Conocí a los afortunados que caminaron a su lado y compartieron su pan. Escuché sus historias y ayudé a transcribir sus hechos y palabras.

Pero esa época feliz pertenece a mi pasado. En estos tiempos de odio y muerte he procurado el refugio del desierto, en una comunidad de hombres de luz que se dedican a orar y escribir. Me han acogido. Se dice que otros seguidores del Nazareno estuvieron antaño entre estos muros, como el bautista que purificó el rostro misericordioso de Nuestro Señor con las aguas del Jordán.

Desde esta colina seca y caliente podemos ver las orillas del mar de Arabah y algunos pequeños enclaves. Nos han llegado noticias de un gran ejército romano que se dispone a destruir Jerusalén. Atacarán después las fortalezas de Maqueronte y Masada, los últimos focos de resistencia judía. Y nos verán. Y no les importará que no tengamos muros ni fosos. Que seamos pacíficos. Nos masacrarán.

Al amanecer aprovecho las primeras luces para intentar distinguir en el horizonte el reflejo en las armaduras, el polvo que levantan sus grandes torres de asedio y sus bueyes. Los miles de hombres que desfilan hacia la sangre prometida.

Mis anfitriones han ocultado en cuevas cercanas el tesoro de sus textos sagrados. Llevan mucho tiempo dedicados a la tarea de transcribirlos, y quieren preservarlos. Los guardan en ánforas y sellan las cuevas. Yo he decidido hacer lo mismo. En ánforas de mi propiedad, y en las que se lee con tinta la palabra “Roma”, he guardado textos en griego. Entre otros, mi preciado texto sobre las enseñanzas y vida del Nazareno. No me ha dado tiempo a sellar bien las vasijas y es posible que el paso del tiempo dañe los papiros, más frágiles que el pergamino. Espero sobrevivir a esta espera de muerte y recuperar la palabra del Señor. Si Dios quiere.

El miedo se siente en la garganta. Se habla en voz baja, apenas se alza la mirada. Algo terrible va a suceder y no podemos hacer nada por evitarlo. ¿Llegará el día en el que el hombre pueda vivir sin miedo al hombre? Si el Galileo murió por todos nosotros, ¿por qué me angustia tanto esta espera? ¿No debería recibir el martirio con alegría?

El sol cae, un día más. Con la noche bajan las temperaturas. Hay un tenue rumor de agua que proviene de las cisternas. Salen las estrellas y sueño con Jesús. Eso me reconforta. Un poco.

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En Cisjordania, a unos 13 kilómetros de Jericó y cerca del Mar Muerto, se han localizado las ruinas de un pequeño asentamiento. Es una zona muy árida, abastecida por una corriente de agua proveniente de Jerusalem. Había cisternas donde poder cumplir con un ritual de purificación bautismal esenio, hornos de orfebrería y un edificio de dos plantas con mesas y bancos. En este lugar se han descubierto tinteros, porque era el hogar de eruditos y estudiosos.

Las fuentes históricas afirman que en el verano de 68, y en el curso de la primera guerra judeo-romana, la Legio X Fretensis, acuartelada en Jericó, destrozó este enclave esenio y masacró a todos sus habitantes.

Sabemos mucho sobre sus habitantes porque, en unas cuevas cercanas, se descubrieron en 1941 casi mil manuscritos. Son los textos más antiguos que tenemos sobre el antiguo testamento y las reglas de la comunidad judía, escritos casi todos en hebreo y otros pocos en arameo. Los autores ocultaron esta enorme biblioteca en vasijas selladas.  Es uno de los principales hallazgos arqueológicos del siglo XX.

Se han localizado un total de once cuevas, y cada uno de los rollos o papiros está codificado primero con el número de la cueva, después con la letra Q y posteriormente por el número que le corresponde.

Y así, llegamos al misterio del 7Q5. El fragmento quinto encontrado en la cueva 7.

En realidad, todos los fragmentos encontrados en la cueva 7 son peculiares. Todos estaban muy deteriorados, como si se hubiesen almacenado con menos cuidado. Y todos estaban escritos en un tipo de griego del siglo I. Y estaban escritos en papiros. Además, estaban guardados en el interior de un ánfora con una inscripción en tinta negra que dice Rumah ("Roma") en hebreo. La única cueva con textos en griego, la única con papiros y un ánfora con la palabra Roma…. Es extraño ¿verdad?

Pero hay más.

El fragmento7Q5 es un trocito de papiro diminuto, de apenas 3,9 por 2,7 centímetros. Tiene 5 renglones y apenas se distinguen 20 letras. Está escrito en estilo ornamentado o "Zierstil", utilizado entre los años 50 a. C. y 50. Es decir, en época de Cristo.

Este minúsculo fragmento pasó desapercibido, por su mal estado de conservación y su pequeño tamaño. Pero el hecho de estar escrito en griego y la datación en época herodiana lo hace interesante.

En 1972 el paleógrafo y papirólogo español José O´Callaghan Martínez hizo público un descubrimiento que causó un enorme revuelo: el fragmento encontrado no coincidía con ningún texto del antiguo testamento, pero sí con el Evangelio de San Marcos 6, 52-53

52ΔΙΟΤΙ ΔΕΝ ΕΝΟΗΣΑΝ ΕΚ ΤΩΝ ΑΡΤΩΝ ΕΠΕΙΔΗ Η ΚΑΡΔΙΑ ΑΥΤΩΝ ΗΤΟ ΠΕΠΩΡΩΜΕΝΗ 53ΚΑΙ ΔΙΑΠΕΡΑΣΑΝΤΕΣ ΗΛΘΟΝ ΕΠΙ ΤΗΝ ΓΗΝ ΓΕΝΝΗΣΑΡΕΤ ΚΑΙ ΕΛΙΜΕΝΙΣΘΗΣΑΝ

(en negrita las letras del manuscrito)

¿En las cuevas del Qumran se encuentra un manuscrito del evangelio de San Marcos anterior al año 68? Eso es imposible según la historiografía bíblica, que afirma que los evangelios no se escribieron antes del siglo II. El papiro neotestamentario más antiguo del que tenemos noticia es un Evangelio de Juan datado hacia la mitad del siglo II, más de 100 años después del 7Q5.

El profesor O´Callaghan fue vilipendiado durante años. El profesor alemán Kurt Aland hizo varias pruebas utilizando la base de datos del Thesaurus Linguae Graecae del programa Íbico, todas ellas infructuosas, pero los informáticos descubrieron que estaba alterando datos para justificar sus tesis en contra de O´Callaghan. Cuando la universidad de Liverpool utilizó el programa de manera imparcial los resultados coincidían con la interpretación de O´Callaghan. Las palabras concuerdan con un texto del Evangelio según San Marcos.

Este trocito de papel pone en solfa todo lo que creemos saber sobre los nuevos testamentos, y abre una ventana a la teoría de que fueron escritos en época de Cristo, por personas que o bien lo conocieron o recibieron una información inmediata de los que caminaron junto al Salvador. Es posible que el primer evangelio fuese un intento de unificar anécdotas que se compartían entre sus seguidores para evitar que cayeran en el olvido.

Es algo sobre lo que especula la “escuela de las Formgeschichte” o “historia de las formas”. Según esta corriente el primer evangelio se basó en perícopas: historias sobre Jesús que, al unirse en un compendio ordenado cronológicamente, conformaron el primer evangelio, que sirvió de modelo para los otros dos.

En este sentido llama la atención que el fragmento 7Q5 concuerde con el Evangelio de San Marcos, porque la historiografía neotestamentaria establece que es muy probable que el Evangelio de San Marcos fuese el primero. Los Evangelios de Mateo y Lucas fueron posteriores, y se fundamentaron en el de San Marcos y en una fuente desconocida (la denominada Fuente Q).

Esta posibilidad nos acerca más que ninguna otra a la existencia de un Jesús histórico, que anduvo por Galilea y Judea en la primera mitad del siglo I. La figura que nos muestran los evangelios no fue por consiguiente una invención muy posterior, fruto de antiguas leyendas o testimonios casi olvidados por el paso de los decenios. En el fragmento 7Q5 percibimos el aliento de un Jesús cercano.

 

Notas:

1.      1. La posibilidad de que existiera un seguidor de Cristo ciudadano romano y judío en la época de la caída de Qumran se confirma con figuras como San Pablo, nacido en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia. Por cierto, su idioma materno era el griego.

 

2.     2. La relación entre San Juan Bautista y la secta del Qumran está sometida a debate y en absoluto comprobada. Me limito a reflejar las opiniones expresadas por el Papa Benedicto XVI:

 

“Parece que Juan el Bautista y tal vez también Jesús y su familia fueron cercanos a esta comunidad. En cualquier caso, en los manuscritos de Qumrán hay múltiples puntos de contacto con el mensaje cristiano. No puede descartarse que Juan el Bautista viviera un tiempo en esta comunidad y haya recibido en ella, en parte, su formación religiosa”.


Antonio Carrillo

sábado, 3 de febrero de 2024

Vivir sin estrellas

 


Mi cuerpo murió hace unos 250.000 años.

Desde entonces, mi encéfalo y médula espinal viajan confinados en un cilindro de un metro de diámetro y dos metros de largo dentro de un módulo madre, en una órbita entre Urano y Neptuno. Junto con otras 500.000 almas.

Nos gusta llamarnos así: almas. Hay decenas de millones de módulos madre, que cuidan cada uno de cientos de miles de almas.  Todos los módulos están interconectados. Somos cientos de miles de millones de personas. Y sí, estamos vivos.

En los primeros tiempos, cuando los humanos conseguimos conectar el sistema nervioso central a una red de realidad virtual y detuvimos la degeneración celular de neuronas y células glía, los primeros cerebros que se confinaron vivían una vida eterna en la simulación de una juventud sin fin y plena. Pero todos ellos acabaron psicóticos. Aprendimos que el cerebro necesita recrear la experiencia de una vida real, con sus fases de crecimiento y maduración. También de muerte. Y de dolor.

Sin la pérdida, sin el reto de la vida efímera, perdíamos la lucidez.

Las personas ahora estamos dentro de un programa que simula una vida física, corpórea. Nuestro sistema nervioso central está conectado a infinitos estímulos que activan las áreas visuales, auditivas, olfativas, gustativas o táctiles. También las motoras y las relacionadas con el equilibrio. Pero, además, tenemos simulaciones que permiten activar áreas de estímulo propioceptivo. Nos duele la tripa o la cabeza. Tenemos una percepción de nuestros límites físicos, nos sentimos individuos, desde antes de nacer.

Porque nacemos. Y morimos. Una y otra vez. El programa simula un deterioro cognitivo que acaba con la muerte; entonces hay un reseteo sináptico, y nuestro cerebro se reconfigura con la estructura neuronal de un feto de dos semanas. Detrás dejamos maridos, hijos o nietos; todos ellos encéfalos flotando en un tubo, reencarnados todos miles de veces. El padre pudo haber sido hijo hace 10.000 años. Nadie lo sabe, porque no recordamos nada. Creemos que es real. Quizás lo sea. Todo es aleatorio. Elegimos pareja, nos relacionamos, procreamos activando los estímulos adecuados en el cerebro y un nuevo sistema nervioso, de los miles disponibles en ese momento esperando a ser activados, pasa a ser nuestro hijo o hija. Ponemos la mano sobre el vientre abultado de nuestra pareja. Sentimos como se mueve.

Mi cuerpo murió hace 250.000 años. Estoy encerrado en una nave a miles de millones de kilómetros de la Tierra. Lo sé porque me muero de un cáncer de páncreas.

Hace unos meses todo comenzó con unas molestias en el vientre. El diagnóstico fue atroz: apenas medio año. Durante ese tiempo, mientras pude, seguí trabajando en el observatorio astronómico, en lo alto del volcán de Canarias. Quería aprovechar cada anochecer, los olores del sendero que me conducían al recinto, el sonido de los insectos que saludaban a la luna.

Y fue hace dos semanas que vino la oscuridad. Trabajaba desde casa (mi deterioro me impedía trasladarme) cuando las imágenes de la pantalla se volvieron negras. Estaba estudiando unos cúmulos estelares a miles de millones de años luz. Pero ya no estaban.

Reinicié el sistema informático que me conectaba al telescopio. Pedí que se hicieran todo tipo de diagnósticos. Todo estaba correcto. Simplemente, ya no había estrellas.

Introduje otras coordenadas. Nada. Oscuridad. El universo profundo se había evaporado. Estábamos solos.

Pensé que era la medicación. Pero otros colegas me confirmaron lo mismo: las estrellas se habían apagado. Sólo podíamos ver las más cercanas, la de nuestro propio cúmulo de galaxias. Pero lejos, en el espacio y en el tiempo, todo había desaparecido.

Ahora mismo estoy en una sala blanca. La muerte me ronda, y el sistema me ha informado de que en realidad no voy a morir. Que todo lo que he vivido es una simulación. Que en realidad morí hace cientos de miles de años. Que me reiniciarán. Que no recordaré nada.

Le pregunto al módulo madre por las estrellas ¿Ha sido un defecto del programa?


No. Las estrellas han desaparecido. El módulo opera con instrumentos científicos reales, que nos permiten avanzar en el conocimiento del cosmos. La información se comparte entre todos los módulos, y perdura. Nos sobrevive. Ha habido avances en neurología, nuevas corrientes artísticas, se han librado conflictos y hemos evolucionado como especie.

 

Pero ¿Y las estrellas? Insisto

 

No están.

 

¿Cómo es posible?

 

El universo se expande, cada vez más deprisa, empujado por la energía oscura. Ha superado la velocidad de la luz. Crece tan rápido que la luz de las estrellas no nos llega. Todo se irá apagando. Es inevitable. La entropía se adueña de la realidad, condenándonos al frío. Incluso los módulos madre acabarán muriendo, porque no seremos capaces de atrapar ni un atisbo de energía. Pero falta mucho para eso. No debes preocuparte.

 

Renacerás y no recordarás nada.

 

Cierro los ojos. Me acuerdo de cuando conocí a Elena, de mi primera motocicleta. De la vez que Susana se hizo una brecha en el columpio con cinco años. Recuerdo a mi padre tocando el vetusto piano de casa mientras mamá preparaba la cena. Recuerdo a mi perra, que acompañó toda mi infancia. Y los senos de Alicia que se adivinaban bajo la blusa. Tantos libros leídos, tantos abrazos de amigos.

Mi mano se desliza lentamente sobre la sábana de la cama blanca. Recuerdo nuestra primera casa y los apaños que improvisé para poder hacerla habitable. Recuerdo la cara de orgullo de mi familia cuando recogí el título; la cara de mi abuela, sollozando. Mi mano se detiene sobre un pequeño dispositivo con dos botones.

Me gustaba comer palomitas en el cine, tomar el café de la mañana con el sol calentándome la cara, viajar sin billetes ni visados.

Aprieto el botón rojo.

He decidido no volver a nacer. Mi tejido neuronal se degenerará rápidamente y expulsarán el cilindro al espacio.

A un espacio sin estrellas en el que no quiero vivir.

Me quedan minutos.

Me acuerdo de las partidas de mus en la facultad, del nacimiento de mis hijos, de mis dos nietos. Recuerdo ese nido de golondrinas, y la ilusión de los niños al volver del colegio por ver a los polluelos. Recuerdo la noche en que murió mi hermano, la primera vez que vi el mar infinito….

Oscuridad

 

Antonio Carrillo