jueves, 25 de septiembre de 2014
Fotografías gratis y libres de Oscos, Asturias
A continuación, facilito un enlace a una página en la que encontrarán más de cien fotografías de Oscos, Asturias:
Fotografías gratis de Oscos, Asturias
Son de libre acceso y uso. Tan sólo ruego que se me cite como autor.
Espero que las disfruten tanto como yo haciéndolas
Antonio Carrillo
El primer periódico.
Imagen de Roma en:
|
El primer periódico de la historia.
Para dilucidar la fecha en que nació el primer periódico de la historia, primero sería necesario convenir lo que se entiende por “periódico”.
Esta cuestión, que hubiese sonado extraña hace sólo 20 años, es hoy pertinente, pues los formatos y tiempos del periodismo escrito han sufrido una convulsión enorme. ¿Es necesario el papel como elemento distintivo del periódico? ¿El periódico mantiene una vigencia de 24 horas? ¿Ha entrado el periódico en competencia con los medios de la inmediatez, como la radio y la televisión? ¿Tiene algún futuro la forma "artículo", como análisis en profundidad y fundamentado de la noticia; o estamos abocados a un periodismo sólo de titulares? ¿El periódico es por definición objeto de la iniciativa privada?
Si somos ortodoxos, y es preciso el formato de papel y un empresario privado que arriesgue su dinero, entonces nuestra historia comienza en 1450, con la invención de la imprenta de tipos móviles de plomo por Johann Gutenberg. Fue un momento crucial para la historia de la humanidad, que posiblemente significó el tránsito a la Edad Moderna. Sus efectos fueron devastadores para quienes pretendían tener el monopolio de la opinión o la doctrina: en 1502, el papa Alejandro VI se ve obligado a exigir que toda fuente escrita tenga que pasar por la censura o visto bueno de la autoridad eclesiástica. Pero se ha iniciado una revolución que será imparable. La expresión escrita irrumpe en Europa.
Es precisamente el Gutenberg Museum, de Mainz, el que sitúa en Estrasburgo el primer periódico, en junio de 1605. Al parecer, Johann Carolus era un joven que se dedicaba a distribuir entre sus vecinos una hoja escrita a mano sobre noticias estrictamente locales. En 1605 decidió comprar una imprenta, con la que pudo realizar muchos más ejemplares y bajar el coste. Había nacido el "Relation aller Fürnemmen und gedenckwürdigen Historien".
Su primacía es discutida; En concreto, en 1582, durante la Dinastia Ming, tenemos referencias sobre publicaciones de periódicos en Pekín. En Alemania se fundaron periódicos como el "Dutch Courante uyt Italien, Duytslandt, & company", supuestamente en 1618; e incluso antes, en 1615, he encontrado referencias al "Die Frankfurter Oberpostnants Zeitung". En general son opiniones poco contrastadas, y que observo con reservas.
Sí que parece seguro el nacimiento del primer periódico inglés en 1622, el "Weekley News of London". Como curiosidad, el periódico más viejo que aún existe es el “Post-och Inrikes Tidningar” de Suecia, fundado en 1645.
Antes de estas fechas, las noticias que tenemos de publicaciones suelen estar ligadas a una labor propagandística del poder político. En 1556 nace en Venecia el “Notizie Scritte”, publicado por el gobierno, y su abono se realizaba con una pequeña moneda local llamada gazetta. (Del nombre de esta moneda luego quedaría para la posteridad la palabra gaceta).
Está acreditado que entre los años 713 y 734 de la dinastía Tang se publicó el "Kai Yuan Za Bao". Escrito a mano sobre seda y leído por oficiales del gobierno, ofrecía noticias relativas al gobierno de la nación. Mucho antes, en los siglos I y II circulaban entre los oficiales de la corte unas hojas con noticias denominadas “tipao”. Con nuestro proverbial eurocentrismo, a menudo olvidamos que en oriente se nos habían adelantado en multitud de inventos.
Pero voy a terminar centrándome en la manifestación periodística más sorprendente de la antigüedad: el “Acta Diurna”.
Roma era una ciudad inmensa, el centro de un vasto imperio. Contaba con un millón de habitantes, y con multitud de espacios públicos, dedicados al entretenimiento, a los negocios o a asuntos de índole religiosa, política o judicial. En la Columna Maenia, erigida el 338 a.C. por la victoria en la batalla naval de Ancio, se incluían los nombres de los morosos por sus acreedores, para que fuera del dominio público. También había un lugar en el que recabar información sobre personas desaparecidas. Era normal que los informantes o los abogados anunciaran sus servicios con pintadas en las paredes de los edificios públicos. No era una práctica ilegal, aunque podía suponer la reprimenda de un vigil.
Reconstrucción de columnas Honorarias de Diocleciano en
http://dlib.etc.ucla.edu/projects/Forum/reconstructions |
El pueblo quería estar informado. Por ello el Gran Pontífice (magistrado sacerdotal de antigua Roma) escribía comentarios periodísticos de los hechos mas sobresalientes ocurridos en tal ciudad. También el Senado escribía un acta sobre sus deliberaciones. Pero la mayor fuente de noticias provenía del “Acta Diurna”
El Acta Diurna era una herramienta editorial de enorme importancia al servicio de los emperadores. Julio César entendió perfectamente el significado de la propaganda, y en el año de su consulado (59 a. C.) convirtió el Acta en un acontecimiento periódico, que interesaba al pueblo y era muy comentado.
El Acta Diurna era una lista de acciones de gobierno, deliberaciones del Senado, casamientos, juicios o sentencias, nacimientos e, incluso, anuncios publicitarios. Se redactaban en piezas de piedra o metal para evitar su falsificación, y llevaban tallado el sello oficial del gobierno. Se colocaban en las plazas y lugares públicos más concurridos de Roma, fundamentalmente el Foro, y los ciudadanos se aprestaban a leer las últimas noticias, ávidos de rumores. Para una familia noble, que su nombre apareciera relacionado con un escándalo en el Acta podía significar una auténtica tragedia.
En distintos foros se comenta que estaban vigiladas por legionarios. En realidad, según mi opinión, de esa tarea se encargarían los vigiles o, en todo caso, la guardia pretoriana. En todo caso, era tal su importancia que se realizaban múltiples copias en papiro para repartirlas por todas las provincias del imperio. Estas copias son el único vestigio que conservamos.
¿Y más atrás en el tiempo? Flavio Josefo nos habla de escribientes profesionales en la antigua Babilonia que trascribían diariamente los asuntos más importantes acaecidos; y se cita de nuevo a China, ya que en el año 594 a.C. al parecer imprimían sobre delgadísimo papel de paja de arroz una hoja titulada “Ching Pue” en la que se ofrecían noticias e informaciones periodísticas.
¿Y más atrás?
Antonio Carrillo Tundidor
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domingo, 21 de septiembre de 2014
Primera Guerra Mundial: alemanes en Marruecos
Cuando se habla de la I Guerra
Mundial, el foco de atención se centra, no sin razón, en los Balcanes. Sin
embargo, voy a hablar de dos incidentes gravísimos que ocurrieron en África.
Esta historia comienza el 27 de
enero de 1859, con una mujer muy joven, de apenas 18 años, que está de parto.
No es una mujer cualquiera; es hija de la reina Victoria de Inglaterra, y está
dando a luz a Guillermo II, futuro Káiser de Alemania.
El parto es muy problemático, y
se alarga demasiadas horas. La vida de la madre y de la criatura corre peligro,
y posiblemente el niño sufriera de falta de riego en el cerebro. Ello
explicaría lo extraño de su carácter, con ataques de furia y episodios
depresivos.
Un dato: horas después del parto
los médicos descubren que el brazo izquierdo del recién nacido está
desencajado. La extremidad nunca creció bien, algo que hizo de Guillermo un
tullido. Durante toda su vida diseñó los uniformes militares para disimular tal
defecto, y nunca fue un buen jinete.
El niño se hace hombre, se
exacerban los comportamientos erráticos y una evidente falla en el equilibrio
emocional. Guillermo era inteligente, pero obtuso en todo lo que tuviese que
ver con las habilidades sociales y empáticas. Tenía la inteligencia emocional
de un geranio, pero gobernaba como monarca absolutista la potencia más poderosa
de su época.
Es una combinación temible y
fatal. Guillermo nombraba y cesaba gobiernos, opinaba sobre prácticamente
cualquier cosa y parloteaba. Hablaba mucho. En apenas una década, al inicio de
su reinado, hay constancia de más de 800 discursos. Es muy difícil hablar tanto
y no decir alguna (bastantes) tonterías.
Y más importante: alguien que
dedica tanto tiempo a escucharse a sí mismo demuestra muy poco interés por lo
que piensan los demás. Guillermo odiaba que le llevaran la contraria, un
defecto recurrente en las clases gobernantes.
Su sentido del humor era
chabacano y su lenguaje, a menudo, tabernario. Mientras sus ministros hacían
ímprobos esfuerzos por ganar aliados en la inminente guerra europea, los
improperios o meteduras de pata de Guillermo causaban auténticos escándalos. En
una ocasión, el rey de Bulgaria abandonó Alemania absolutamente airado porque Guillermo
había osado palmearle el trasero en público.
No era un dechado de sutileza el
Káiser alemán. Y en el Ministerio de Asuntos Exteriores esperaban horrorizados
las noticias sobre entrevistas o peroratas de un monarca que definió a su
cuerpo diplomático como una caterva de “cerdos mentirosos”.
Se comportó como un niño chico y
caprichoso. Le encantaban los desfiles, y cambio casi 30 veces el uniforme de
los militares, imponiendo su dudoso y recargado gusto. También diseñó
edificios, adoctrinó sobre artes, cuestiones técnicas o religiosas. Nada escapaba
a su fugaz curiosidad; emprendió campañas arqueológicas, impuso sus criterios
en cuestiones de urbanismo y viajó siempre que podía. Quiso emular el poderío
marítimo de su familia británica y se entusiasmó personalmente en una carrera
armamentística naval que desestabilizó fatalmente el equilibrio de fuerzas en
Europa.
Creó una corriente artística que se conoce como "Guillerminismo" o "periodo Guillermino", símbolo de la ostentación y del mal gusto.
Y fue Guillermo el que causó la
primera de las grandes crisis que acabarían en el gran conflicto.
El escenario: Marruecos.
Estamos en el mes de marzo del
año 1905. Guillermo disfruta, como solía, de un apacible crucero a bordo de su
gran buque, el Hamburg. Había
planeado hacer una escala en la ciudad marroquí de Tánger, para que sus
invitados disfrutaran de las peculiaridades de una población con atmósfera
musulmana, tema en el que se consideraba un experto. Pero había razones de peso
para replantearse esa visita: Francia, que tenía fuertes intereses en
Marruecos, podía considerar tal gesto como una injerencia en su colonia.
Además, soplaba un fuerte y frío viento de poniente que dificultaba el
desembarco. El Hamburg era demasiado
grande para poder atracar en el puerto, y la llegada a tierra debía realizarse
en bote.
Guillermo decide entonces que no
desembarca; pero el propio gobierno alemán estaba interesado en agitar las
aguas con Francia, arriesgarse con un pequeño gesto que demostrara la iniciativa
de la nueva potencia centroeuropea. Guillermo recibe sutiles presiones de su
gobierno, pero duda; no está nada convencido. El viento amaina un tanto,
y el representante de Alemania en Tánger sube a bordo para demostrar que no hay
peligro. El monarca, sin embargo, no acaba de fiarse y envía al jefe de su
escolta a cerciorarse de que no corría riesgo alguno.
Finalmente se decide a poner pie
en tierra, en donde le reciben las autoridades locales y un pueblo alborozado
por lo que constituía una experiencia inusual que nadie quería perderse, la
llegada de un monarca europeo.
Al Káiser le ofrecen un
espléndido ejemplar de pura raza árabe para montar durante el desfile. Era un
caballo temperamental, que se inquietó al ver aparecer la imagen de tan raro
jinete, vestido de múltiples colores, cargado de medallas y con un casco de
metal bruñido que relucía bajo el sol. Costó bastante que el Káiser y toda su
impedimenta de gala pudieran siquiera subir a la cabalgadura.
En varias ocasiones durante el
trayecto estuvo a punto de acabar en el suelo. En nada ayudó el entusiasmo de
la gente, los gritos de las mujeres y la inveterada costumbre de los hombres de
disparar al aire sus armas para demostrar su júbilo. Ambos, jinete y montura,
agradecieron de corazón la llegada a la delegación alemana.
Muy pronto Guillermo mostró sus
grandes dotes de fino estadista. Enfebrecido por la excitación del momento, y
desoyendo las llamadas a la prudencia de su primer ministro, se dirigió al
representante del sultán marroquí para manifestar su más firme apoyo a
Marruecos como Estado independiente, algo que no estaba previsto. Por si esto
no fuera suficiente, hizo algo que le habían pedido expresamente que no
hiciera: habló con el representante de Francia en Tánger, y le espetó que, en
efecto, Marruecos era un país independiente y Francia debía respetar los
intereses alemanes en la región. Según escribió el propio Guillermo, “cuando el
ministro intentó discutir conmigo yo le dije ´buenos días´ y lo dejé plantado.”
Inmediatamente después agravió a
sus anfitriones abandonando la ciudad sin asistir al banquete que le habían
preparado. Eso sí, en el viaje de vuelta tuvo tiempo para hacer recomendaciones
al tío del sultán sobre religión islámica y la mejor manera de acomodar el
gobierno a lo prescrito por el Corán.
Como resultado de esta corta
visita, Europa estuvo en un tris de iniciar una guerra. Guillermo (y el
gobierno alemán) provocaron con su gesto que prensa y opinión pública de todo
el continente se manifestara con furor sobre la provocación alemana. El asunto
alcanzó tal gravedad que finalmente se convocó una conferencia internacional en
Algeciras para tratar el asunto, la primera del siglo XX, en donde Francia
salió reforzada. Los lazos que unían a Francia con Inglaterra se fortalecieron
frente a una Alemania que parecía mostrarse agresiva. El ministro británico sir
Edward Grey, que acababa de perder a su esposa en un absurdo accidente al caer
de una carretilla tirada por ponis, escribió pesimista sobre una inminente
guerra entre Francia y Alemania. En unas pocas horas, Guillermo había causado
un estado prebélico en Europa que, finalmente, acabaría estallando en 1914.
Alemania no había conseguido nada
de Algeciras, apenas la percepción de que se quedaba cada vez más sola, rodeada
de enemigos: Francia, Rusia e Inglaterra. Sólo el (decadente) imperio
Austrohúngaro se mantuvo como aliado fiel. Unos meses más tarde Guillermo le
escribía una carta airada a su primer ministro por haberle obligado a
desembarcar en Tánger.
Por cierto, en la carta citaba
expresamente al puñetero caballo árabe y la tortura por la que tuvo que pasar.
Hubo una segunda crisis alemana
en Marruecos, en el verano de 1911. En esta ocasión el desafortunado ministro
Grey tenía que lidiar de nuevo con una noticia terrible: a su hermano George lo había
matado un león en África.
Era un mal presagio.
Era un mal presagio.
En julio una pequeña lancha
bombardera alemana, de nombre Panther,
atracó junto al puerto de la ciudad marroquí de Agadir, situada 600 kilómetros
al sur de Rabat. Poco después se le unió el crucero Berlin.
Alemania justificó esta presencia
militar como una medida de protección de los ciudadanos alemanes en Agadir. Así
lo expuso el canciller Bethmann ante el parlamento alemán, en una sesión
memorable: los diputados se echaron a reír ante lo absurdo de la explicación.
Porque, de hecho, no había
alemanes en Agadir; ni en kilómetros a la redonda. El gobierno encontró finalmente a un
único ciudadano alemán, 100 kilómetros al norte; un representante del banco
Warburg. Se le conmino por telegrama a que se dirigiera a toda prisa hacia
Agadir, un trayecto difícil que le supuso soportar tres días de penalidades.
Cuando el pobre hombre llegó en
un estado lastimoso a Agadir, el día 4, se puso a agitar los brazos
frenéticamente desde el puerto. Sin embargo, las tripulaciones del Panther y del Berlín no se percataron de la presencia del alemán que habían
acudido a salvar, y que les gritaba desde la orilla. Simplemente, no esperaban
que hubiera nadie. Tuvieron que transcurrir otras 24 horas para que el patético
expedicionario fuese detectado y rescatado del supuesto peligro.
Una historia rocambolesca.
Las consecuencias fueron funestas
para la paz en Europa. Los bloques de aliados consolidaron sus compromisos y se
aceleraron los planes de rearme por toda Europa. Alemania firmó un patético
tratado en noviembre con Francia, en el cual apenas preservaban sus
(inexistentes) intereses económicos en la zona. Era una nueva derrota para el
país teutón, una humillación debida a una política exterior errática e
irresponsable. El ejército germano se conjuró en los cuarteles para que no
hubiese un tercer incidente marroquí. No más faroles.
La próxima crisis supondría la
guerra.
La guerra es un estado de ánimo.
Los militares alemanes estaban cansados de la patética diplomacia que les
obligaba a retirarse a cambio de nada. Y en la prensa francesa se definía al
Káiser, su comandante en jefe, como un tímido y un cobarde.
La guerra es un estado de ánimo, insisto en ello,
y las crisis en Marruecos y los Balcanes habían llenado titulares y tertulias
de oscuros presagios. Todo el mundo pensaba que sería una guerra corta pero,
sin duda, inevitable. El movimiento de figuras sobre el tablero de Europa y del
mundo había tensado la situación hasta un punto ya insostenible. Había
potencias emergentes (Alemania y los EEUU) y en declive (El imperio Otomano y
el Austrohúngaro) que provocaban desequilibrios.
Nadie supo – o quiso – ver la
realidad de lo que se avecinaba: el horror más absoluto y la pérdida de la
inocencia. Cuando el conflicto estalló nadie estaba preparado para el espanto.
Y el mundo, la civilización
entera, cambió irremisiblemente.
Antonio Carrillo
(Por cierto, en 1918, con la guerra perdida, altos mandos del ejército alemán diseñaron un último acto dramático para la guerra. El Káiser, acompañado de sus generales, galoparía espada al viento enfrentándose en una acometida suicida contra las posiciones aliadas. Sería un final que acabaría en la memoria del pueblo por siempre jamás. A Guillermo, sin embargo, no le entusiasmó la idea, y prefirió escapar en un tren rumbo a Holanda, un país neutral en el que murió muchos años más tarde).
(Por cierto, en 1918, con la guerra perdida, altos mandos del ejército alemán diseñaron un último acto dramático para la guerra. El Káiser, acompañado de sus generales, galoparía espada al viento enfrentándose en una acometida suicida contra las posiciones aliadas. Sería un final que acabaría en la memoria del pueblo por siempre jamás. A Guillermo, sin embargo, no le entusiasmó la idea, y prefirió escapar en un tren rumbo a Holanda, un país neutral en el que murió muchos años más tarde).
martes, 16 de septiembre de 2014
El viaje más lejano
Dedicado a José y a Luz
Vuelvo ya y retorno cambiado.
Hay viajes que te surcan el alma, que dejan una impronta ineludible en lo que
quieres (o pretendes) ser.
Regreso a Madrid, cierto; pero he
dejado una traza diminuta de mi esencia en una brizna de niebla, en el rocío
depositado sobre el musgo que engalana un roble centenario, en la piedra herida
por el humano en la oscuridad de una mina de hierro. Hay una justa correspondencia,
casi indetectable, en estos peregrinajes a menudo inesperados. A tu regreso algo
de ti queda atrás, un tributo a tanta integridad que tiene el tenue aroma del
compromiso: me he ido pero volveré.
Algún día.
He estado en un lugar poco
transitado, en parajes que han escapado casi indemnes del desbrozo industrial.
En la Europa occidental tales reductos, insólitos por escasos, resguardan la esencia
mineral, faunística o vegetal de un continente que fue diverso y rico. Son tesoros
extraños, porque tampoco se protegen como santuarios intocables, reservas
naturales preservadas tras altas vallas y graves sanciones, parada y fonda de
turistas que bajan de un autobús por millares y se agolpan para hacer una fotografía.
De lo que hablo es de lugares en los que el humano vive en armonía con su
entorno, pescando de sus ríos, recolectando frutos de la huerta, e incluso
silvestres, o excavando la roca buscando el metal preciado. Sus hogares están
hechos de la roca metamórfica de la zona, de la madera de los árboles, y se mimetizan
en un único paisaje. Como en tantos otros sitios, la humanidad ha sabido aprovechar la corriente del agua
para moler el cereal, ha creado herramientas a golpes de martillo sobre un
yunque, en el calor de la fragua, o ha moldeado la madera sobre un torno. Lo ha
hecho durante siglos, y en esta zona la tierra todavía guarda memoria de a qué
sabe el sudor humano.
Es un lugar aislado, pues, situado
en el extremo occidental de Asturias, tierra adentro. La comarca de Oscos y del
río Eo, que tal es su nombre, es extensa y despoblada si no es de nutrias,
lobos, truchas, salmones, corzos e incluso osos. Montes y valles se encuentran
salpicados de pequeñas pedanías, muchas ya despobladas, la mayoría moribundas
de la presencia humana. Los jóvenes abandonan estas tierras agrestes y emigran
a capitales y ciudades. Sólo un incipiente turismo rural aporta un ápice de
esperanza.
Mientras, robles, tejos o
castaños, que nada saben de economías y cuyo tiempo parece infinito por
longevo, se muestran orgullosos en extensos bosques autóctonos ajenos a la
repoblación por pinos o eucaliptos. Hay ejemplares inmensos, todos distintos en
el capricho de su forma, venerables y pacientes. Las infinitas corrientes de
agua limpia se jalonan por remansos y cascadas, generando un rumor ancestral.
El sol que se tamiza entre las copas muestra un suelo alfombrado de musgo,
hojas y helechos.
En las alturas de sus cordilleras
se asoma el Mar Cantábrico, regalando unas vistas sorprendentes de la costa
gallega y asturiana. Es una mar que ha cincelado la pizarra, creando algunas de
las playas más bellas del mundo. La playa de las Catedrales, con sus inmensas
estructuras de piedra, tiene una mención especial de Naciones Unidas como una
de las diez playas más hermosas del planeta. Mar adentro, el Cantábrico se
hunde súbitamente a profundidades abisales. Es hogar del calamar gigante. Y en
lo profundo, algo curioso: en ningún lugar del planeta la corteza terrestre es
tan fina. Unos pocos kilómetros separan el fondo oceánico del manto candente de
magma.
Pero estoy tierra adentro, a unos
30 kilómetros de la ría del Eo. En un pueblo llamado Villanueva de Oscos. Me
alojo en el Hotel Oscos por un precio irrisorio. La fonda incluye un desayuno peculiar:
los dueños traen panes hechos artesanalmente y fritos con mantequilla casera,
bollería propia y zumos variados, en ocasiones de frutos silvestres. La
verdura y fruta proviene del propio huerto, y los huevos son de un color
amarillo intenso; las gallinas se crían al aire libre.
Enfrente del hotel hay un
monasterio barroco, antaño el centro económico y administrativo de toda la
comarca. Hoy, con toda un ala en ruinas, pasear por sus estancias desvencijadas
es una experiencia fascinante. En pocos sitios se permite la entrada libre a un
espacio tan peculiar.
Pero lo que me sobrecoge es la
iglesia. En el hotel me dan una inmensa llave de hierro forjado, que abre la
puerta a un templo románico del siglo XII.
Uno se adentra en una iglesia
construida el año 1182, declarada Bien Histórico Cultural el 3 de octubre de
1991 y, por tanto, parte del Patrimonio Histórico de España. Y uno está solo, aislado de repente.
Es una experiencia difícil de
explicar. A la derecha, nada más entrar, se puede accionar un fusible que
ilumina la iglesia. Pero lo mejor es preservarla en la penumbra propia del
románico, recogido y sereno. Son tres plantas sencillas, con un artesonado de
madera del siglo XVII. Los ábsides de medio cañón, inusuales en una iglesia
benedictina, son magníficos. Los retablos de madera policromada, hermosos en su
sencillez.
Hace casi mil años que el ingenio
humano creó un espacio tan ajeno al paso de los siglos. Tengo la llave, y todo
el tiempo que quiera para disfrutar de su serenidad. Nadie me interrumpe mientras observo el
maravilloso sepulcro románico que hay junto al altar mayor. Durante los días
que estuve en la zona, busqué el refugio de esta iglesia en más de una ocasión.
La posibilidad de entrar con entera libertad me turbaba. Al poco ya no estaba
de visita; me fui acomodando a sus sombras, espacios y secretos.
Me siento profundamente
emocionado por el privilegio que supone dejar pasar el tiempo en un lugar así,
ajeno al bullicio del mundo, a la urgencia de lo contemporáneo.
Hablé con el alcalde, José
González Braña, del que me considero amigo. Han bastado unos pocos días para
que su bonhomía, y la de su esposa Luz, me hicieran sentir como en casa. Le
comenté, tomando unos vinos, la posibilidad de organizar un encuentro
sociocultural formado por miembros del grupo de LinkedIn “Humanismo del siglo
XXI”. La acústica de la iglesia es increíble para un concierto de música
medieval y renacentista. Pensaba en mi amigo Juan, ofreciendo una charla sobre
afinaciones en esos tempranos años. También pensaba en organizar coloquios
sobre teología en los que pudiesen intervenir personalidades de la talla de
Alfredo Fierro. Hablaríamos de antropología, con profesionales y amigos como
Saúl Neme o Karin Monteiro-Zwahlen, de filología con Carmen Segovia ¿podríamos
convencer a José Vázquez para que ofreciera un concierto de viola de gamba?, de
sociología con Mª Jesús Rosado… tantas mentes brillantes. Podríamos preparar
una exposición con facsímiles medievales. Podríamos…
Y, a todo esto, músicos,
investigadores y amigos alojados en casas del siglo XVIII, viendo nutrias en el
río desde su ventana. Junto a un molino en el que todavía se hace pan.
Gentes de muchas partes del mundo acudiendo a la llamada de la cultura, acogidos en estos parajes en los que, de seguro, gobiernan los daimones. Saliendo del pueblo en dirección norte, a unos escasos metros, se puede bajar por una senda que pasa desapercibida. De repente, el bosque te rodea con toda su fuerza; esta foto está tomada allí.
Hay un rumor de agua. En unos
minutos aparece esta imagen.
No fue sólo la iglesia. Fueron los
árboles los que me acogieron. Fue ver un lobo apenas a 30 metros, o dejar el
paso a las familias de faisanes. Fue subir a lo alto de la montaña, atravesando
un mar de niebla, y poder tomar esta imagen desde lo alto.
Nunca he visto una niebla igual.
Fue visitar unos de los museos
etnológicos más completos de España en Grandas de Salime. Fue visitar un pueblo
medieval, el de San Emiliano, en el que los vecinos hacen del pasado su
presente cotidiano. Todas las casas tienen un hórreo. Fue la cascada Seimeira, tras una hora y media de camino en
un bosque difícil de olvidar. Fue visitar el mayor museo de molinos de España
en Mazonovo, con ejemplos de todas las épocas y lugares. Mientras el occidente egipcio
molía el cereal arrastrando roca sobre roca, la China de hace 5.000 años
inventó un sistema de palanca.
Y más. Fue encontrar pictogramas
neolíticos en la roca, junto a la carretera; ver en Taramundi cómo se fabrica
una navaja, observar en os Teixois toda una industria pañera o metalúrgica utilizando
la fuerza del agua.
Y fue la tierra. José me indicó
cómo llegar a la mina. Apenas diez minutos en coche, y luego un sendero de
tierra.
Lo que ven es la entrada a una
mina de hierro y zinc. Se abandonó en 1960.
Entrar en una mina, hacerlo solo,
es un viaje hacia uno mismo. La oscuridad, apenas tamizada por la linterna,
lejos de asustar acoge, como si de una entraña se tratara. En la pequeña mina llamada
“Peña Tascón”, como antes en la iglesia, me sentí resguardado y en paz. No hay señales
wifi ni satélites en esta herida que el hombre ha provocado en la roca. No hay
ruido alguno. En las paredes, veteado el mineral de hierro con plomo. Y, a lo
lejos, un resplandor al que cuesta volver.
Pero he vuelto. Querían que me quedara una
noche más. Estuve hasta las siete de la tarde participando de una fiesta en la
que los lugareños hicieron pan a la antigua usanza. Me senté a la mesa de mis
nuevos amigos, comí y bebí con ellos. Me senté a la orilla del río. Me marché.
Dos días después recibí una
llamada en el móvil. Era José. Quería saber si había llegado bien.
Vengo de muy lejos, y no he
vuelto del todo. Perdonen la tardanza. He querido recluirme en un lugar donde se
calla hasta de sí mismo. Hay lugares ocultos a lo inmediato.
Los he encontrado en Oscos.
Antonio Carrillo
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