TITULO: | Armas, gérmenes y acero |
AUTOR: | Jared Diamond |
EDITORIAL: | DEBOLSILLO |
ISBN: | 9788483463260 |
PRECIO: | 9,95 € |
A menudo las respuestas más sorprendentes surgen de preguntas simples. El truco consiste en utilizar un poco de sentido común, otra pizca de erudición y un atisbo de intuición. Cuando confluyen estos tres ingredientes en el crisol adecuado, se gana un premio Pulitzer y se adquiere fama mundial. Parece fácil, pero para vender más de un millón de ejemplares de un ensayo es preciso sorprender.
La pregunta sencilla que Jared Diamond se planteó en 1987 fue la siguiente:
¿Por qué Colón "descubrió" América, y no sucedió al revés?
La respuesta más inmediata, que surge casi de manera intuitiva, es la siguiente: los occidentales, con nuestro bagaje histórico, científico y filosófico, éramos y somos la élite del mundo. La prueba la tenemos en la globalización en la que estamos inmersos, que impone unos valores y un estilo de vida occidentalizados a todo lo largo del planeta. Desde hace milenios somos la cuna de las más poderosas civilizaciones, hemos desarrollado el pensamiento científico y alcanzado cotas tecnológicas imposibles de igualar. Nosotros conquistamos el mundo y alcanzamos la luna porque somos mejores y estamos mejor preparados.
Jared Diamond |
¿Significa esto que los europeos (blancos) éramos - o somos - más inteligentes que los negros, los incas o los aborígenes australianos? ¿Estamos genéticamente mejor predispuestos para la experimentación, la exploración o la inventiva? Le propongo una travesura; indague en su entorno inmediato, y pregunte: "¿crees que los negros son menos listos, que están más cerca de los monos?"; sorpréndase cuando personas jóvenes, con estudios universitarios superiores, contesten sin empacho que, sin duda, somos diferentes; ellos, los “otros”, claro está, inferiores. "¿Acaso hay un Mozart o un Galileo negro? ¿Qué gran civilización ha prosperado en el África subsahariana, o en Oceanía?"
Simplezas aparte, lo que resulta incuestionable es el hecho de que Colón llegó a América, y como consecuencia el inca Atahualpa perdió un poderoso imperio a manos de un puñado de españoles. Es impensable conjeturar con que hubiera podido suceder lo contrario. Algo debió condicionar la historia de Eurasia hasta el punto de convertir a sus pobladores en dominadores del mundo. ¿Qué diferencia hay entre Eurasia, África y América? La diferencia de inteligencia entre “razas” humanas es una estupidez evidente; entonces, ¿qué otra explicación hay?
Responder a esta pregunta es preguntarnos por nosotros mismos. Por cómo el entorno condiciona lo que somos, lo que llegamos a ser.
Lo primero: la humanidad tuvo su origen en África. Es evidente: nuestros parientes más próximos, chimpancés y gorilas, son originarios de este vasto continente. Después de la explosión de Toba, hace 75.000 años, empezamos prácticamente de nuevo, y nos fuimos expandiendo luchando contra los rigores de la última glaciación, hasta alcanzar todos los lugares del planeta. Hace unos 12.000 años cruzamos los 70 km del estrecho de Bering y poblamos América.
Partamos de una premisa: por entonces todo el planeta atesoraba una megafauna de mamíferos y aves; hablamos de animales de más de 25 kilos de peso. Esta fauna se tuvo que enfrentar al depredador más eficaz e implacable que ha existido: el Ser Humano. En África, nuestro lugar de origen, los animales habían convivido con homíninos (que no homínidos) durante millones de años, tiempo más que de sobra para adaptar su fenotipo a la amenaza humana y adquirir hábitos de defensa o camuflaje que les permitieran sobrevivir. África es hoy la mayor (y única) reserva de grandes mamíferos: elefantes, rinocerontes, hipopótamos, jirafas, cebras, leones, hienas, etc. La explicación es simple: dispusieron de más tiempo. En su mayoría, los africanos son animales salvajes imposibles de domesticar. El animal que causa más accidentes en los zoológicos de todo el mundo es, curiosamente, la cebra, cuyo carácter irascible y propensión a morder desespera a sus cuidadores. De hecho, es muy difícil domesticar y montar a una cebra.
En Eurasia hubo una presencia humana desde antiguo, desde el paleolítico y, en efecto, como consecuencia perduran algunas especies de grandes mamíferos salvajes: ciervos, osos, tigres o elefantes... Lo que diferencia Eurasia de África es el hecho de que cuando se produjo la revolución del neolítico, y descubrimos la domesticación de animales, los humanos pudimos acceder a unos animales más dóciles, y sacar provecho de su leche, su carne, su estiércol o su utilidad como animales de carga. Habíamos acabado con buena parte de la megafauna, cierto, pero la que quedaba fue suficiente para crear especies nuevas adaptadas a las necesidades humanas: vacas, cerdos, gallinas, ovejas....
En América el hombre llegó “tarde”, en el mesolítico; era un cazador extraordinario y pronto exterminó a las fuentes de proteínas que representaban los grandes mamíferos y aves, que no huían de una amenaza para ellos desconocida. Cuando llegó el momento de intentar la domesticación, apenas quedaban animales de más de 25 kilos. Con Oceanía sucedió lo mismo.
Estas condiciones supusieron una “ventaja” que resultó decisiva para los eurasiáticos: comenzaron a ponerse enfermos.
Permitan que me explique: los virus se encuentran, fundamentalmente, en los animales domésticos con los que convivimos; gallinas o cerdos. Eurasia fue un hervidero de enfermedades como el sarampión, la rubéola, paperas, varicela o viruela. Durante milenios, la población se fue inmunizando progresivamente contra multitud de enfermedades que provenían de nuestros animales. Nuestro sistema inmunológico se fue haciendo más fuerte.
Hay otro factor a tener en cuenta, este sí sorprendente por su aparente simpleza: la forma de los continentes. Simplificándolo mucho, Eurasia tiene una orientación este - oeste, mientras que África o América tiene una orientación más vertical, norte- sur.
¿Qué importancia puede tener esta disposición? Lo explicaré con un ejemplo: mi familia es originaria de Cádiz, provincia sita en el sur de España que dista unos 700 Km de mi hogar, Madrid, ciudad situada en el centro de la Península Ibérica. Pues bien, bastan estos 700 km para que la flora de un lugar sea muy distinta de la de otro: fundamentalmente, la mayor exposición a los rayos solares y la templanza que supone la cercanía del mar hace que en el sur nunca se alcancen temperaturas por debajo de 5 grados en invierno; en Madrid, sin embargo, más al norte y a 700 metros de altitud, se alcanzan temperaturas de -10 grados. En consecuencia, la mayoría de las plantas ornamentales que engalanan y aromatizan los patios andaluces (jazmines o damas de noche) son inviables en Madrid. Se mueren al llegar el invierno.
Por el contrario, entre Madrid y Pekín hay una distancia que supera los 9.000 Kilómetros, más de 11 horas de vuelo. Sin embargo, ambas capitales se encuentran situadas en el mismo paralelo 40º, y las semillas que se trasladan desde Pekín fructifican en Madrid.
En consecuencia, si formo parte de una tribu trashumante y he de desplazarme con mis semillas, preferiré una orientación este – oeste, o viceversa, antes que una orientación norte - sur. Un continente con una orientación horizontal facilitará un mayor intercambio de información que uno cuya orientación sea vertical. En efecto, en Eurasia ha habido un continuo movimiento migratorio que ha servido para compartir conocimientos y sacar provecho de los avances tecnológicos desarrollados por otras culturas. Además, también migran los virus, los conflictos bélicos, las sociedades se vuelven dinámicas, emprendedoras y curiosas. Se exploran los océanos.
En 1492 arribaron los primeros europeos al continente americano. Portaban corazas de acero impenetrables para las flechas, iban montados a caballo (un animal originario de la América mesolítica) y disponían de armas de fuego. Llevaban consigo un amplio bagaje en forma de enfermedades infecciosas, y tenían una experiencia de milenios en conflictos bélicos de toda índole.
Lo que sucedió en los años siguientes era inevitable. Pero no fue fruto de unas mentes superiores, ni de unas razas implícitamente más desarrolladas. Los condicionantes geográficos, históricos y meteorológicos explican sin genero de duda el que los europeos nos impusiéramos. No es que fuéramos mejores; tan solo tuvimos la suerte de asentarnos en el mejor de los lugares posibles.
Por ello libros como el de Jared Diamond son imprescindibles: como cura de humildad y para saber colocar las cosas en su justo término. Éste u otros libros similares deberían ser obligada lectura para los jóvenes. No hay humanos superiores, la antropología rechaza el mismo concepto de raza para referirse al homo sapiens. Si no educamos a nuestros jóvenes desde unos valores básicos basados en el respeto y la concordia, podemos acabar abocados a una sociedad de analfabetos morales.
“Armas, gérmenes y acero” de Jared Diamond es una herramienta que nos ayuda a saber lo que somos.
Antonio Carrillo Tundidor