Hace unos 2.800 años, Derceto, una diosa asiria, tuvo un devaneo deshonroso con un simple y guapo sacerdote, resultas del cual quedó en cinta. Abrumada y arrepentida, mató al padre y abandonó a la niña en el desierto. Después, se arrojó al agua, en donde sus pies se transformaron en aletas, como símbolo de su falta. Es posible que sea éste el origen de las sirenas.
Manejamos varias fuentes en esta historia de tan mal comienzo, algunas no muy de fiar. De todas formas, iremos eligiendo las anécdotas que nos parezcan más relevantes. Por ejemplo, la de las palomas.
Creció Semíramis en belleza y lozanía, al punto que llamó la atención de Oannes, general del ejército asirio y gobernador de Siria. No se conformó con acompañar a su nuevo marido en la toma de la ciudad de Bactres, sino que participó activamente en la contienda, destacándose por su valor y sagacidad. En efecto, varios autores destacan el carácter guerrero y decidido de la joven Semíramis, y los hay que, incluso, afirman su propensión a participar activamente en batalla vestida de hombre. Así, Johan Boccaccio, en su obra "De las mujeres illustres" en romance, de 1494, afirma que:
"se vistió como hombre y fizo y exerció muy ásperamente la arte militar y del campo. Y no solamente conservó el reyno de su marido, mas ahun fizo el adarbe de Babilonia y acrescentó su reyno fasta la India".
Pero hemos adelantado acontecimientos. Semíramis no es reina, sino mujer de general. Sin embargo, su actuación en Bactres llamó la atención del mismo Nino, rey de los asirios.
El monarca, extasiado por la joven guerrera, y atendiendo a los deseos de la propia Semíramis, obligó a su general a renunciar a su esposa a cambio de su propia hermana, la princesa Sosana, advirtiéndole de que si no aceptaba el trato le arrancaría los ojos. Oannes, que no debía de tener un día especialmente lúcido, entre cambiar de esposa o perder la vista, optó por una tercera opción: se quitó la vida.
Y es así que Semíramis se convierte en reina, y acompaña a Nino en su triunfal campaña contra Mesopotamia. Engendró un hijo del rey, de nombre Ninias, y se solazó en sus sueños de grandeza: iba a trasladar la corte a la famosa Babilonia, la joya del mundo.
Sin embargo, su regio esposo no compartía esos sueños de grandeza; a él le gustaba Assur, ciudad más modesta y sobria, acorde con su talante batallador y espartano. Comenzaron las disputas conyugales en palacio, que fueron subiendo de tono hasta que, finalmente, Semíramis decidió imponer su criterio a su manera: con la ayuda de unos cortesanos asesinó a su marido, y con apenas veinte años gobernó el imperio asirio.
Por supuesto, de inmediato se trasladó (a toda prisa) la corte a Babilonia, en donde Semíramis comenzó un proyecto urbanístico impresionante. Rodeó la ciudad con murallas de 12 metros, que se adornaron con 150 Torres. Construyó un puente sobre el río Eúfrates y un muelle para el comercio de 30 kilómetros, amén de muchos templos, palacios, caminos y acueductos. Fue bajo su mandato que se construyeron los famosos jardines colgantes, una de las ocho maravillas del mundo antiguo.
Fue una mujer de fuerte carácter. Se cuenta que una mañana, mientras tomaba su baño, le comunicaron que había conatos de rebelión en la ciudad. Enfadada, salió a la calle a medio vestir y se enfrentó ante la multitud, a la que convenció con su elocuencia. Nada más terminar, regresó para retomar su aseo matutino.
Tuvo fama de casquivana y licenciosa, hasta extremos que nos cuesta relatar. Dejemos que sea Johann Boccaccio quien hable por nosotros:
"Esta vellaca mujer ensuzió con una sola suziedad y flaqueza, ca en[c]endida entre otras de una continua comezón de luxuria, la desaventurada, según se cree, se dio a muchos, y entre sus enamorados se cuenta su mismo fijo, mancebo de muy fermosa disposición. El qual, después de haverse echado con su madre y havido parte con ella por lugar no devido, cosa por cierto más abominable y bestial que humana, mientra ella sudava peleando contra los enemigos en el campo estava él con la pierna tendida, ocioso en el thálamo y strado".
Semíramis aparece nombrada en la Divina comedia como poderosa emperatriz y desenfrenada en el vicio de la lujuria. De hecho, y siempre según Dante, promulgó el placer como lícito entre sus leyes para así exculparse de la infamia que había cometido.
En lo que todos los autores concuerdan, incluido el famoso Herodoto, es en su impulso guerrero. Todo comenzó con una revuelta en Media. Después de sofocarla, y ya lanzada a la guerra, inició un plan de conquistas que le llevó a someter a Persas, Libaneses, Etíopes, Armenios, árabes o Egipcios, prácticamente la totalidad de su mundo; e incluso se atrevió a invadir la India, y fue capaz de llegar hasta el río Indo. Pero fue derrotada por los elefantes, y resultó herida. Finalmente, regresó a palacio con los agotados restos de su ejército. Era la soberana más poderosa de la historia.
Para dejar constancia de sus hazañas, puso estelas por donde pasaba, y según cuentan Alejandro encontró algunas 500 años más tarde, cuando retomó el camino de la reina asiria. En una estela, Semíramis se vanagloriaba de haber contemplado cuatro océanos.
Un oráculo había predicho que Semíramis debía reinar hasta que su hijo conspirase contra ella, y, en efecto, a su regreso se enfrentó a la traición de su vástago. Semíramis debía de estar agotada; tenía 62 años y había reinado durante más de cuarenta. Sofocó la revuelta de su hijo, pero abdicó en él y se exilió.
¿Y el final? Poco sabemos. Según la leyenda, Serímaris volvió a sus orígenes de niña pastora abandonada, se convirtió en paloma y salió volando hacia el ocaso.
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En paz.
Antonio Carrillo