sábado, 7 de julio de 2012

Hambre



A Raúl Fernández Contreras, una persona concienciada.

Supongo que madres africanas o asiáticas no sienten por sus hijos lo mismo que nosotros, los europeos. Si no, no me lo explico ¿Cómo pueden soportar ver morir a sus pequeños, indefensos? ¿Cómo se puede acostumbrar alguien a un horror así? Deben ser sociedades en las que la vida tiene menos valor y la supervivencia desvirtúa los sentidos.


Deben de acostumbrarse.

Quién sabe.


Igual ya no les duele.



Mientras transcurre una hora en mi flamante reloj, mientras duermo la siesta, trabajo o veo un partido de baloncesto, 300 niños mueren de hambre en el mundo. En realidad, probablemente son muchos más, porque el hambre es la causa última de, al menos, tres millones de muertes al año. O eso creemos; la desnutrición no aparece en los certificados de defunción, cuando existen tales certificados.

Es curioso si uno se detiene a pensarlo: incluso un certificado de defunción es un lujo que millones de niños no se pueden permitir. Sus breves cuerpos se descomponen sin dejar rastro, siquiera documental.

Ni eso les perdura. Ni a eso tienen derecho

Es como si no hubieran existido.


"Save de Children" avisa de una próxima crisis que amenaza a 450 millones de niños durante los próximos 15 años. En la actualidad, unos 170 millones están teniendo problemas de crecimiento, tanto físico como psicológico, por falta de nutrientes. Por desgracia, su sistema digestivo es idéntico al nuestro y precisan de los mismos elementos esenciales. Pertenecemos a la misma especie.

Somos iguales.

Piensan, sienten, aman y sufren como nosotros. De veras lo lamento si lo que escribo es tan obvio que resulta estúpido.

No puedo evitarlo. Simplemente, es la verdad.

No hay consuelo ni explicación posible: las sociedades subsaharianas son un ejemplo de cuidado y crianza de los más pequeños. A menudo la educación y bienestar de los niños es un asunto de tanta importancia que compete a la tribu por entero. Ellos no entenderían conceptos como "fracaso escolar"; el fracaso de un niño es el fracaso de todos.

En ese entorno, nos llegan imágenes tomadas por excelentes cámaras occidentales; los ojos de una madre transmiten tal carga de dolor que resultan insoportables.

Del rostro de un niño moribundo, con su enorme cráneo, me niego a hablar.

Me doy demasiada vergüenza.



Pero, ¿qué culpa tengo; qué culpa tenemos todos?


Mi sociedad es fruto de los avances tecnológicos del siglo XIX, y de las conquistas sociales que se iniciaron a finales del XVIII. Incluso antes, los trazos de un matemático griego de hace 2.400 años explican lo que soy.

Soy hijo de la abundancia, del exceso. Mi estructura mental me impulsa a satisfacer las necesidades más inmediatas, sin pensar demasiado en las consecuencias a largo plazo. Soy un "hombre consumista", que acapara con una avaricia insólita. Todo es poco. Y cada día, cada año, más, mejor. Nuevo.

En mi propio entorno los hay que no pueden permitirse seguir esta carrera, y quedan abandonados en las cunetas, como juguetes rotos. Parados de larga duración, ancianos con pensiones de miseria, jóvenes sin futuro... cada vez más.

Mi sociedad es fruto de la especulación. Y lo cierto es que no nos hemos dado cuenta hasta hace relativamente poco. Movíamos mil veces más dinero que bienes o servicios, y, subidos a esta nube de vacío, hemos cabalgado cada vez más alto, más lejos.

Y ha resultado que no había paracaídas para todos.

Los mercados de la especulación han desangrado al tercer mundo acaparando su riqueza más importante: las materias primas. Cuando el negocio perdió fuelle, los tiburones se movieron en el ámbito de las nuevas tecnologías relacionadas con internet: pero esa "burbuja .com" estalló muy pronto. Ansiosos por encontrar carne, especularon con las divisas y las concesiones de préstamos (hipotecas). Y cuando previeron el final (su voracidad es insaciable), se fijaron en un hueco de negocio sobre el que descargar sus dentelladas: la comida.

Para poder especular con la comida se hizo necesario que gobiernos ultra liberales promovieran leyes que desprotegieran lo que, hasta ese momento, se había considerado "terreno protegido". La comida recibió entonces la visita emponzoñada de los ingenieros financieros, y se cumplió con ello la ley de los "mercados de futuro": unos pocos ganaron mucho a costa del bienestar de una mayoría. Es decir, los precios subieron enormemente, más de lo que marca el libre mercado ¿Quieren datos?

Sólo el año pasado, y gracias a un enorme (y coordinado) movimiento especulador, en 5 meses subió el precio de los alimentos ¡más de un 50%! Mientras ingentes cantidades de alimento se guardan en stocks, para que los precios continúen así la senda alcista en el mercado de Chicago, millones de familias en todo el mundo no pueden permitirse comprar arroz o trigo con los que alimentar a sus hijos. Las madres malnutridas dejan de producir leche; y mientras en los parquees encerados de las Bolsas de Valores unos pocos celebran con Champagne ganancias millonarias, el jinete del hambre acecha todo a lo largo del planeta. Según datos del Banco Mundial, al menos 40 millones de personas se han visto bruscamente afectadas; el trigo aumentó su precio en un 75%. ¡Apenas necesitaron tres meses! Deben saber que, a día de hoy, el 60% del trigo que se cultiva en nuestro planeta está en manos de fondos especuladores. De personas cuyo único propósito es ganar dinero. Ellos tienen el dinero. Ellos tienen la comida.

Y yo, ¿qué culpa tengo? Mantengo un fondo de pensión que me renta una pequeña cantidad para completar mi jubilación. No me extrañaría que mi entidad bancaria estuviera ganando dinero especulando con alimentos ¿Cómo si no se explica que cierren el ejercicio fiscal con ganancias de miles de millones de euros? Tengo también una cuenta que no me cobra comisiones, que me devuelve dinero y me ofrece tarjetas gratis ¿Acaso disfruto de estas ventajas porque especulan con mi dinero en el mercado de alimentos? ¿Cómo puedo saberlo?

No es fácil tener información; y nadie se atreve contra los mercados ¿Por qué? Pueden atacar una divisa, afectar a la prima de riesgo y derrumbar gobiernos. Francamente, el problema se nos ha ido de las manos. Ni siquiera la Dodd-Frank Act norteamericana tiene visos de prosperar, e Inglaterra ya ha advertido de que se opondrá a la MiFID, el intento de regulación desde la Unión Europea.

Basta. El sistema es así, y nada puede hacerse. Los niños seguirán muriendo, a miles todos los días.

¿Cierto?

Antonio Carrillo

5 comentarios:

  1. Sí, sí, eso, eso. La culpa la tienen los mercados, las multinacionales, las potencias económicas, etc. Pero… también Juan, Pedro, Irene, Marisa, Iván, Luis, Adolfo, Alicia, y tú, y yo, y todos.

    Si queremos una excusa, cualquiera de las primeras de la lista nos vale, pero seamos honestos: ¿Cuántas veces hemos cambiado de móvil sin ser necesario?, ¿cuánta ropa nos compramos y arrinconamos en el armario?, ¿cuánta de la comida que semanalmente compramos va a la basura?, ¿cuántas veces hacemos algo por otro sin buscar la higiene de nuestra conciencia?.

    Exigimos demagógicamente que los millonarios den parte de sus fortunas a campañas filantrópicas. ¿por qué no hacemos lo mismo nosotros a nuestro nivel?.

    Estoy seguro de que la mayoría de los que leemos este blog podríamos dar la mitad de nuestro sueldo (un mes, un solo mes) y seguiríamos con nuestro ritmo de vida. Eso sí, deberíamos retrasar la compra de nuestro nuevo capricho un par de meses.

    ¡Venga!, ¡vamos a hacerlo!, ¿no?. ¿A quién se lo damos?, ¿A una ONG? (no sé, hay tantas y… es que no todas son de fiar), a la UNICEF (bufff, la ONU, menudo nido de ladrones), a Cáritas (no, no, que son de la Iglesia Católica), a Médicos Sin Fronteras (bueno, bueno... pero sin son unos progres ávidos de turismo exótico)…

    Lo dicho: juguemos todos. Por 25 euros (que luego donaremos) vamos a poner excusas para no dar un céntimo. ¡Nos vamos a forrar! (ay, no, vaya por Dios, que lo vamos a donar a los hambrientos).

    Por cierto: el móvil que estrené la semana pasada mola un montón (no sé cómo he podido vivir sin whatsapp); los dos polos que me compré en rebajas, con un poco de suerte bajo 3 kilitos y me quedan que ni pintados; la fruta ¡es que no aguanta nada!, le salen unas manchas de feas... Eso sí, qué a gusto me quedé dándole una barra de pan al pobre de la esquina (y qué económico: por cincuenta céntimos… dormí como un bendito esa noche).


    Muchas gracias Antonio. Te sigo, a pesar de la longitud de muchos de tus artículos (ya sabes: lo bueno si breve...) y me parecen muy interesantes. Si estás a tiempo, cambiame el título: de "persona concienciada" a "persona con mala conciencia y consciente de ello".

    ResponderEliminar
  2. Por si no quedaba claro....

    Raúl Fernández. Sin más.

    ResponderEliminar
  3. Nos hemos metido en un callejon sin salida?
    Hay que hacer una revolución y morir con ella para que el mundo cambie?
    Es obsceno comprarse dos pares de zapatos de tacón de vértigo y hablar del hambre en el mundo?
    Ah!! ... si concienciados ya estamos... pero que empiecen otros y yo colaboro en lo que pueda.
    Lo que pueda...(indeterminado)....ç

    Propongo otra cosa. Habramos un debate de propuestas. Sin verguencia: Cambiemos el sistema político, creemos nuevos partidos, apoyemos a ONG, hagamos huelgas de consumo y depositemos el dinero para proyectos
    de ayuda internacional. Denunciemos el fraude. Hagamos leyes (utilizando la iniciativa legislativa popular)...y un suma y sigue, y que la gente vote. Por donde creemos que podemos o tenemos que avanzar?.
    Los entramados financieros son inexcrutables e incomprensibles. Podriamos con la "MILLA DE ORO"?.

    No tengo tiempo ahora de reflexionar aquí, pero queria escribir estas línias inconexas porqué estoy harta de sentirme mal y no hacer nada o casi nada.

    ResponderEliminar
  4. Sí, dejemos de pelearnos entre nosotros por tonterías y vayamos a buscar información, explicaciones y soluciones a la raíz del asunto.

    En el tercer mundo la gente lo pasa mal, pero también en el primer mundo en el que nos volvemos anónimos en el peor de los sentidos, porque nos negamos hasta el más simple auxilio.

    ResponderEliminar
  5. Queridos colegas, las catarsis son buenas, pero para resolver solamente nuestras insatisfechas necesidades y prejuicios.
    Los que han logrado hacer algo, se concentraron en lo que estaba a su alrededor, sin demasiada dialéctica ni escabrosas angustias.
    Creo que la respuesta es personal, concreta.
    Definir qué hacer y hacerlo.Saludos cordiales.

    ResponderEliminar