Estamos en el año 774 y Carlomagno
ha vencido a los lombardos en Pavía, lo que virtualmente lo convierte en dominador
de Italia y máximo defensor de la cristiandad y de Roma. Es un primer y trascendental
hito que culminará cuando el Papa lo corone emperador.
Y, sin embargo, algo le preocupa.
En los años 774 y 775 “le resulta muy difícil gobernar”, según sus propias
palabras. Las plantas no se desarrollan normalmente; hay hambruna, enfermedades,
peste. Y el sol se comporta de manera extraña. En los años siguientes habrá un
aumento de las muertes por cáncer de piel y se producirán una tasa muy alta de
nacimientos con malformaciones.
¿Qué estaba sucediendo? Una
crónica anglosajona habla de “serpientes maravillosas vistas en los cielos
sajones del sur”. El cronista Roger de Wendover describe signos de fuego en los
cielos tras el anochecer; y “serpientes en Sussex que parecen surgir del suelo,
para el asombro de todos”. En Alemania se habla de “escudos inflamados” en el
cielo; en China, en la Provincia Shanxi, también se comenta la presencia de “serpientes
en el cielo”.
En el año 774 algo grave sucedió
en nuestro planeta a un nivel global. Lo denominamos “Evento Carlomagno” y
deberíamos prestarle mucha atención. Es posible que nuestra civilización esté
en serio peligro si se repite.
O, mejor dicho, cuando se repita.
Periódicamente nuestra estrella
sufre una tormenta solar o, para ser más exactos, una eyección de masa coronal.
Desde la superficie del sol, una violenta fulguración emite una gigantesca corriente
de radiación y de partículas extremadamente energéticas. Si la eyección es muy
intensa y tiene un rumbo de encuentro con nuestro planeta, los humanos corremos
un verdadero peligro.
Lo sucedido en el 774 dejó un
rastro indeleble en los anillos de los árboles, mudos testigos de lo acaecido
hace siglos. Científicos japoneses han descubierto en dos cedros una fortísima
exposición a la radiación en forma de carbono 14 justo en los años 774 y 775. Es
un experimento que se ha repetido con éxito en Alemania e Irlanda. También se
han encontrado isótopos de berilio en estratos de hielo antártico
correspondientes a los años 774 y 775.
¿Qué sucedió? Las partículas
energéticas provenientes del Sol chocan con el escudo magnético que protege
nuestro planeta, e interactúan con el oxígeno o el nitrógeno que forma parte de
nuestra atmósfera. En este colisionador enorme de partículas se forman otras
nuevas, como el carbono 14. En concreto, cuando las partículas provenientes del
sol chocan con los átomos de nitrógeno se forma un átomo de carbono radioactivo
con 6 protones y 8 neutrones. Una parte se transforma espontáneamente en otro
isótopo, el nitrógeno 14; pero otra parte se conserva como carbono 14 y forma
parte del compuesto gaseoso que llamamos dióxido de carbono. Y las plantas
asimilan el dióxido de carbono mediante la fotosíntesis.
Los anillos de los árboles – un maravilloso
calendario que nos ofrece la naturaleza – no mienten: la Tierra se vio sometida
a una radiación muy intensa durante esos dos años. Pero ¿y las serpientes y
luces en el cielo?
El 28 de agosto de 1859 ciudadanos
de Norteamérica, Cuba, España. Hawái e incluso Colombia presenciaron fascinados
el espectáculo de las auroras boreales. El fenómeno fue en aumento; en Madrid se
podía leer el periódico en plena noche bajo la luz de las llamaradas ondulantes.
El 1 de septiembre el astrónomo británico Richard Christopher Carrington, que
estudiaba un grupo de manchas solares, observó que de las manchas salía un gran
estallido blanco. Pocas horas más tarde, la Tierra recibió una inmensa oleada
de partículas, que causó no sólo nuevas auroras boreales, sino que dañó los
sistemas eléctricos europeos y norteamericanos. Los picos de tensión eléctrica
inutilizaron las estaciones de telégrafos.
Si hubiese habido astronautas en
una estación orbital, hubiesen muerto. Y los satélites artificiales, de haber
existido, habrían sufrido graves daños.
Este suceso recibe el nombre de “Evento
Carrington”. Y fue 20 veces más débil que el Evento Carlomagno.
Una eyección de masa coronal de
la intensidad de la del año 774 ¿qué efectos tendría hoy mismo?
La tecnología nos ha hecho
poderosos, pero dependientes. Un fallo global en nuestros sistemas de
telecomunicaciones y eléctricos tendría unas consecuencias difíciles de
evaluar. Lo mejor es poner un ejemplo.
Supongamos: estamos en febrero de
2028 y el sol proyecta una eyección de masa coronal equivalente a la del Evento
Carlomagno.
8 minutos más tarde, sin previo
aviso, la Tierra se ve bombardeada por una inmensa radiación en forma de luz
ultravioleta, rayos X y rayos gamma. Gran parte de la radiación sería desviada
o absorbida por la atmósfera terrestre, pero con un coste catastrófico. Las
capas exteriores de la atmósfera recibirían la energía ionizante procedente de
los rayos gamma y X, y una atmósfera ionizada interfiere las comunicaciones por
radio.
El primer efecto de la eyección
sería el silencio.
Los satélites artificiales que
orbitan la Tierra no pueden soportar tal embate. Los paneles solares y los
componentes electrónicos, tan delicados como, por ejemplo, los relojes
atómicos, dejarían de funcionar. Ello supone que la red de comunicaciones a
nivel planetario se vendría abajo, y que todo el sistema de posicionamiento por
GPS fallaría. Los aviones que estuviesen en el aire perderían la señal. Y a
10.000 metros de altitud, posiblemente, la cantidad de radiación recibida por
los pasajeros alcanzaría niveles muy peligrosos.
Pero lo peor está por llegar.
Detrás de la radiación, que viaja a la velocidad de la luz, vienen los
verdaderos jinetes de apocalipsis: los protones energéticos.
La eyección no sólo emite
energía; si es una eyección muy potente partículas poderosísimas siguen el
mismo camino, con energías que superan los 200 MeV. Una potencia que nuestro
escudo magnético no puede soportar. Con el campo magnético terrestre dañado,
las perturbaciones electromagnéticas alcanzan la superficie. Sobreviene el
caos.
Las perturbaciones crean
corrientes inducidas, algo así como un pulso electromagnético que genera una
inmensa electricidad estática. Los protones energéticos desestabilizan las líneas
del campo magnético que, al moverse, generan una línea de energía extremadamente
larga y una corriente eléctrica imposible de gestionar.
Imagine: dejaría de haber
corriente eléctrica, porque las líneas eléctricas se quemarían. Toda la comida
que guarde en su frigorífico se pudriría, no habría calefacción ni aire
acondicionado. Ni luz, televisión, radio ni telefonía. Usted, hasta hace unos
minutos ciudadano del primer mundo, estaría de repente aislado. Pero lo malo no
ha hecho más que empezar. La civilización corre verdadero peligro por culpa de
un simple componente de las centrales eléctricas: los transformadores.
Llamamos transformador a un
dispositivo eléctrico que mantiene estable la potencia de la red eléctrica,
aumentando o disminuyendo la tensión del circuito de corriente alterna de tal
manera que la potencia que entra en él es igual a la que sale. Es, por decirlo
de alguna manera, el guarda de tráfico que permite que la circulación fluya
uniformemente en los cruces, sin atascos o retenciones ni choques imprevistos. Evita
y previene el caos.
Prácticamente todos los aparatos
eléctricos tienen transformadores, y una corriente inducida de gran potencia estropearía
todo lo que estuviese enchufado. Pero no hablo de que se le estropee la
tostadora. No. De lo que hablo es de las Centrales eléctricas.
Toda la corriente eléctrica se
gobierna a través de grandes centrales eléctricas, que cuentan con transformadores
de alta tensión del tamaño de un autobús; dispositivos inmensos que cuestan
millones de euros. Y son muy vulnerables a las tormentas geomagnéticas. No
pueden gestionar un ataque tan rápido y poderoso; se queman.
Y no hay apenas repuestos para
unos aparatos carísimos fabricados a medida. Además, las fábricas de
transformadores, obviamente, funcionan con electricidad.
De lo que hablo es de que no
habría suministro eléctrico durante meses. Usted, lector, está sin luz, varios meses.
Sin calefacción. Pero eso no es lo peor.
Vaya a la cocina. Abra el grifo
del agua corriente. No dispone de agua. Los sistemas de potabilización, las
bombas que permiten que haya una presión suficiente para que usted pueda tener
agua a seis pisos de altura…. Todo funciona con electricidad. Y los generadores
de emergencia tienen una vida muy limitada.
Piénselo ¿Cómo consigue agua?
Puede sobrevivir unas semanas con poca comida, pero sin agua morirá en cuestión
de poco tiempo. Los más avispados se darán cuenta del problema y asaltarán los
comercios para proveerse de agua mineral. Y no habrá fuerzas de seguridad
suficientes como para impedir el vandalismo.
¿Tiene un pozo cerca? Lo dudo. No
sabe cómo conseguir agua potable, ni cultivar comida. Sin gasolina (no
funcionan los surtidores de las gasolineras) sólo puede recorrer una distancia
muy pequeña. Y no vive rodeado de ríos o cultivos; vive en una jungla de
asfalto que lo aprisiona en un entorno que se ha vuelto hostil.
La tecnología, que le ha hecho
poderoso, ahora le hace vulnerable.
¿Cuántos de los que me leen viven
en una gran urbe? Una mayoría. Sin suministro de petróleo, gas natural ni agua,
con las reservas alcanzando un precio desorbitado… es un desastre. Los
hospitales dependen de la electricidad, como los aeropuertos o los servicios de
transporte público.
Pero hay más. En el primer mundo
hay cerca de 500 reactores nucleares; y necesitan de energía para mantener los
niveles de seguridad en funcionamiento. El fallo en los transformadores y, muy
especialmente, la sobrecarga de tensión en el propio sistema eléctrico puede
provocar un incidente catastrófico ¿Imagina cientos de Chernóbil a la vez?
Porque, y esto resulta difícil de creer, no hay un plan de actuación armonizado
y coherente que prevea las consecuencias de una eyección masiva.
El presidente Obama fue el
primero en darse cuenta de la importancia del problema, y a través de una orden
ejecutiva intentó instaurar el año pasado un protocolo para proteger, entre
otras, las instalaciones militares. Porque de los silos nucleares no hemos hablado.
Es un tema que con la administración Trump (supongo) habrá quedado en nada.
Sin apenas capa de ozono, el ADN
dañado por la radiación y mutaciones y malformaciones, sin suministro de agua
ni alimentos, con escapes radioactivos y las tuberías de gas y petróleo estallando
por la corrosión producto de las corrientes inducidas, los disturbios sociales
y todos los servicios públicos paralizados, la civilización no desaparecerá,
pero sí pasará por la peor prueba de su historia. Y habrá millones de víctimas.
El habitante de una tribu
africana, con su pozo y su huerto, sobrevivirá. Nosotros moriremos abrazados a
un iPhone sin batería.
En el Apocalipsis se lee:
"El cuarto ángel derramó su taza en el sol, y le dio fuerza para
afligir a los hombres con ardor y con fuego".
Antonio Carrillo
Por suerte el sol está entrando en un mínimo de actividad que puede durar varias décadas. Así, el peligro de una superllamarada solar en las próximas décadas es muy bajo, casi inexistente. En cambio, parece que vamos entrando en un mínimo similar al de Maunder, el cual conlleva otros peligros...
ResponderEliminar2024 Demetrio te equivocaste. Evidentemente no has leído una publicación oficial en tu vida y te cascaste hace 5 años lo del mínimo solar, deduzco un día de charlatanería ebria. En 2019 empezó un año de máximos solares por eso nos mintieron con la falsa pandemia (esa en la que un chino mientras tenía relaciones sexuales consensuadas con un pangolín se comieron una sopa de murciélago)
ResponderEliminar2019 Maximo solar y máxima expresión de la estupidez del humano a escalas galácticas. Que tristeza de evolución humana. Ojalá el sol haga su trabajo y os muestre su reino a todos los vacunados ignorantes.
El único mínimo en 2019 fue el coeciente intelectual de la masa aborregada.
Tranquilos no moriremos, podéis seguir abrazados a vuestro iPhone.