miércoles, 23 de marzo de 2016

Ultratumba


 

Cumplo años. Y no puedo evitarlo.

La arena de mi reloj ha dado un vuelco: de repente hay más cantidad abajo que arriba. Y eso me hace pensar.

La arena que descansa en el suelo permanece inmóvil, inalterable. No puedo hacer nada por cambiar lo que ha sucedido. Y, de alguna manera, soy consciente de que mis facultades merman. Lenta pero fatalmente.

 La arena sigue cayendo, inmisericorde. Día y noche, la vida se me escapa de entre las manos, con una velocidad creciente.

Me muero. Como todos. Lo hacemos desde el mismo momento en que nacimos. Mi admirado Montaigne lo explicaba con sencillez: “No morimos porque estemos enfermos, sino porque estamos vivos”. Estar vivo es una enfermedad terminal. Estoy sano y, sin embargo, me muero.

Inexorablemente.

Muchos buscan consuelo en que haya algo después de la muerte. En la supervivencia del alma. No es mi caso. Como Lucrecio, creo que al morir regresamos al mismo sitio del que vinimos antes de ser concebidos. La nada.

Ahora bien, si tuviese que elegir una creencia en la otra vida, creo que elegiría la opción que me ofrece la mitología Nahua, la azteca.

Tras la muerte, en la versión nahua, el difunto podía acudir a cuatro moradas: Mictlan, Tlalocán, Ilhuicalt Tonaliuh o Chichiua-cuauhco.

Mictlan es el lugar al que vamos la gran mayoría, ricos o pobres, hombres o mujeres por igual, fallecidos por causas naturales.

Se trata de un penoso peregrinar durante cuatro años, sorteando todo tipo de penalidades. Se comenzaba por vadear un enorme río, el Apanohuaya. Un lugar sorprendente, donde los protagonistas son los perros domésticos. Si el difunto había maltratado a un perro en vida, se le impedía atravesar el río, y su alma penaba por la orilla, incapaz de avanzar y encontrar la paz. Los nahuas criaban perros y los trataban con cariño, para así asegurar un tránsito en paz tras la muerte.

 
Que se les niegue el perdón a los que maltratan a los perros no me parece nada mal.

Pero el viaje apenas si ha comenzado. El alma debe atravesar lugares fascinantes y peligrosos, en los que las montañas de repente chocan entre sí, triturando a los muertos, o parajes repletos de piedras afiladas que despedazaban los cadáveres, montañas nevadas, desiertos en los que no hay gravedad y los muertos flotan al merced de los fuertes vientos, regiones en las que un jaguar devora el corazón o un lago negro y profundo en donde el gran lagarto Xochitonal acecha para devorar a los infelices.

Tras ese largo peregrinar llega no la recompensa, sino el sueño. El olvido. Un descanso en el que el alma se libera.

Tlalocan era un lugar paradisíaco, origen de todas las aguas potables, destinado a las personas que morían ahogadas, fulminadas por un rayo o víctimas de determinadas enfermedades, como la lepra, sarna o hidropesía. A los cadáveres se los quemaba.

El tercer lugar, Ilhuicalt Tonaliuh, también placentero, lugar sin noche ni pesar alguno, con flores siempre frescas y placeres infinitos, era el destino que aguardaba a los guerreros muertos en batalla o prisioneros. Si sus escudos habían resultado agujereados por flechas, podían ver el sol a través de ellos; y al cabo de cuatro años su alma se transformaba en pájaros de hermosos colores que libaban el cáliz de las flores del cielo y de la tierra.

Pero la más hermosa de las moradas es Chichiua-cuauhco, el lugar que acoge a los niños muertos. En él se encuentra un árbol de cuyas hojas rezuma leche. Los niños aguardan tranquilos; están destinados a repoblar la Tierra cuando la raza de los hombres se extinga.

 
Este mito serviría de consuelo a las madres que habían perdido a su retoño.

Consuelo. Se trata de sobrevivir a la muerte de los que amamos, y encontrarle un sentido a la vida. No es poca cosa.

Yo tengo la desgracia de no creer en un más allá. Soy un firme creyente en el más acá; en cuidar con esmero a los que nos rodean en vida. En procurar vivir en armonía sin causar daño. En sembrar ilusiones y sueños sin pedir nada a cambio.

El paraíso, de existir, lo concibo estando vivo.

Inmensa y agotadoramente vivo.

Antonio Carrillo.

viernes, 11 de marzo de 2016

El caminar del gato y otras divagaciones



Mamá me tiene dicho que no divague.

Yo no divago”, me defiendo.” La realidad misma insiste en hacerlo”.

La realidad se asemeja al espectáculo pirotécnico: de un único cohete estallan cien ramificaciones, iluminando la oscuridad de nuestro cráneo con el fulgor de mil respuestas y muchas más preguntas, con el brillo del asombro cotidiano que no nos permite caer en la molicie de la senda trillada. Es un laberinto de recodos insospechados, un devenir fabuloso en el que la razón se eleva bajo el impulso de la imaginación y de la búsqueda.

Estar vivo es mirar. Es detenerse en la lectura, porque algo ha desperezado a los duendes que nos habitan.  Es desplegar mapas en la mente sin fronteras ni visados. Es la libertad de soñar caminos nunca hollados por persona alguna.

Yo no divago. Sólo tengo los ojos abiertos.

Observo a mi gato. Se mueve con una elegancia hipnótica. Se desplaza como si flotara, como un fluido silente y cauteloso, orgulloso y perfectamente consciente de su importancia, de que lo observo.

La perra, a mi lado, fiel y complaciente, también lo mira embelesada.

El caminar del gato es único. Mueve ambos miembros de un solo lado a la vez; el delantero y trasero del lado izquierdo. Después los del lado derecho. No alterna ambos lados, como el resto de los cuadrúpedos, incluidos los otros felinos. Esta locomoción extraña es posible por su constitución: el gato tiene más huesos que el ser humano, una enorme cantidad de músculos poderosos y unas articulaciones muy flexibles. Su sistema nervioso y un perfecto sentido del equilibrio ayudan a que su andar sea ágil y efectivo. Con su pata trasera pisan casi en el lugar exacto donde vemos la huella que dejó la pata delantera.

Es curioso; sólo hay dos animales que caminen de esta manera: la jirafa y el camello.

El camello, mucho más torpe que el gato, se balancea al caminar. Se le conoce como “el barco del desierto”. Sin embargo, que su aparente torpeza no nos llame a engaño: el camello es una máquina de resistencia casi perfecta, capaz de soportar las condiciones más duras durante 18 horas diarias. El camello se enfrenta al reto del Sahara, con sus 9 millones de kilómetros cuadrados. Casi 18 veces la superficie de España.

Por cierto, en el colegio mi hijo ha estudiado que el Sahara es el mayor desierto del planeta. Y no es cierto. El mayor desierto de la Tierra es la Antártida, con 14,2 millones de Km2. Que la presencia de agua congelada no nos llame a engaño: en el interior del continente austral las precipitaciones apenas alcanzan niveles de 50mm al año.

Más acotaciones: he hablado de camellos cuando debería haber hablado de dromedarios. Los camellos no viven en África, sino en Asia. Tienen dos jorobas y el pelo largo, para soportar los rigores climáticos de la altiplanicie tibetana o los cambios de temperatura del desierto del Gobi. Este pelo frondoso posiblemente ayude a los camellos a soportar la radiación procedente del sol cuando se encuentran en altitudes superiores a los 3.000 metros. En esto me recuerdan a las llamas o las alpacas de Sudamérica.

Pero…. ¡si son de la misma familia!. Camellos, dromedarios, alpacas, llamas o vicuñas son todos miembros de la familia camelidae. Todos ellos tienen los glóbulos rojos con forma elíptica (curioso), una misma musculatura en las patas y una misma dentición. Tienen tres cámaras en el estómago (no cuatro, como los rumiantes) y en vez de pezuñas tienen dos dedos.

Y camellos y llamas escupen.

Y sí: los parientes americanos también se mueven desplazando simultáneamente las dos extremidades del mismo lado. Por tanto, no hagan mucho caso de lo que puedan leer por internet: como el gato caminan el camello, el dromedario, la jirafa, la vicuña, la alpaca, la llama y el guanaco.

Alguno se preguntará… ¿acaso el camello procede de América? Lo cierto es que sí. De Norteamérica. Hace 40 millones de años los camélidos apenas si llegaban a medir 80 cm. Mucho más tarde, hace unos 3 millones de años, cuando se congeló el estrecho de Bering, algunos camélidos pasaron de América a Eurasia. Ni iban solos: otras especies también emigraron hacia nuevos horizontes. Por ejemplo, el caballo.

Sí. El caballo procede de América. Es paradójico que millones de años más tarde volvieran a la tierra de sus ancestros embarcados en navíos españoles.

Dejo que el cerebro divague. Es bonito encontrar conexiones y paradojas: el gato camina de manera extraña, de camello lo hace también, el dromedario se protege del sol, esto lo emparenta con la alpaca, los dromedarios proceden de América… pero ¿y la jirafa? ¿Seré capaz de encontrar un nexo, algo más que entrelace este tapiz complejo y fascinante?

Pienso en una especie extinta de camélido americano: el Oxydactylus. Se parecía a la jirafa, con largas patas y un cuello muy largo, para comer de los árboles. Podría ser un antecesor; pero no. La divagación sólo admite un límite: el rigor.

La jirafa tiene su origen en Europa, y tiene un solo pariente cercano vivo, el raro (casi extinto) okapi. Cuando los europeos descubrieron a los okapi pensaron que era un équido, emparentado con las cebras, porque mostraba las mismas rayas blancas y negras en su parte posterior. Pero las huellas demostraron que no tenían casco, sino dos dedos. Jirafas, okapis, llamas, camellos… todos pertenecen a un mismo orden, el de los artiodáctilos; los animales cuyas extremidades terminan en un número par de dedos. Es un vínculo, lejano, pero vínculo al fin y al cabo.

¿Saben qué nos dio la pista sobre el vínculo entre el okapi y la jirafa? La lengua. Ambos tienen la lengua negra, muy larga (medio metro en el caso de la jirafa). Son capaces incluso de limpiarse el interior de las orejas.  

Y el okapi camina del mismo modo que la jirafa, el camello o el gato. La lista se alarga. Sospecho que habrá más.

Me queda algo pendiente, un vínculo entre el camello y la jirafa. Algo.

Recuerdo a Julio César y su campaña en África. A su vuelta trajo consigo la primera jirafa. Los romanos, fascinados ante este nuevo y extraño animal, lo llamaron el "camellopardo"; decían que tenía la cara del camello y las manchas del leopardo. En 1758 Linneo le dio su nombre científico: Giraffa camelopardalis. Es su nombre actual. Ya tengo la relación que buscaba.

Otro día hablaré de la jirafa y su relación con los astronautas y el sistema circulatorio. Pero ya he divagado bastante por hoy ¿no les parece?

En este laberinto la Antártida, Julio César, la protección el pelo contra la radiación solar o la lengua negra nos han llevado de la mano del asombro.

¡Es tan maravilloso estar despierto a la vida!

Antonio Carrillo

martes, 8 de marzo de 2016

Leyes absurdas





En la Inglaterra victoriana de principios del siglo XX el río Támesis, como tenía por costumbre, sufrió una crecida y desbordó su cauce.

En la ribera del río, ahora con medio metro de agua, dos flemáticos ingleses se encaminan hacia un encuentro accidentado. El uno montado en un vehículo impulsado a motor, uno de los primeros. El otro, feliz en su pequeño bote de remos.

En cualquier lugar del mundo cualquiera de los dos protagonistas se hubiese apartado; pero hablamos de ingleses. La ley del mar obliga a circular por la derecha, y la ley de circulación terrestre establece que se circula por la izquierda. Y los ingleses obedecen la ley.

Resultado: chocaron.

El asunto llegó hasta las más altas magistraturas, que debieron dilucidar si aquél espacio era marítimo o terrestre.

Todos los países conservamos leyes antiguas absurdas; pero el Reino Unido es un crisol de ejemplos (algunos) desternillantes.

Por ejemplo: si en España la ley nos obliga a llevar triángulos de señalización o chalecos en el vehículo, en Londres el conductor debe llevar un fardo de heno. Por si tiene que alimentar al caballo. Hay empresas que fabrican minúsculas balas de heno que los taxistas llevan colgadas, para así obedecer la ley.

Conviene que lo sepa: está prohibido pintar garabatos en los billetes, coser el escudo de armas de la realeza sobre una cama, pegar un sello con la imagen de la reina al revés, afeitarse o cortar el césped en domingo, golpear a tu esposa a partir de las 9 de la noche (todo un detalle), comer pastel de carne en navidad, agitar una alfombra en la calle (los felpudos se pueden limpiar antes de las 8 de la mañana), comer chocolate en un transporte público si eres mujer, volar una cometa en un parque público (¿y el final de Mary Poppins?), permitir que tu asistenta esté de pie en el alféizar de una ventana, tender la ropa en la calle, sacar a tu perro del coche si se te avería en el arcén de una autopista… tú puedes volver a casa, pero el perro debe permanecer en el interior del vehículo.

Ojo: si tiene previsto llevar un rebaño de ovejas por el centro de Londres, conviene que sepa que tiene prohibido hacerlo de 10 de la mañana a 7 de la tarde.

Si aparece una ballena o un esturión varados en la costa, pertenecen a la realeza. La Ley señalaba expresamente que la reina podría necesitar cartílagos y huesos para su corsé. Los ciervos, cisnes y osos son propiedad de la casa real. Y el que tu perro “monte y mancille” por un descuido a la perra de la reina podría suponer la pena de muerte.

Para el perro y para ti.
 
 

En la (preciosa) ciudad de York es perfectamente legal asesinar a un escocés dentro de las antiguas murallas si porta una ballesta. A no ser que sea domingo. En (la no menos bonita) Chester se puede disparar a un galés a partir de las 12 de la noche. En realidad, los galeses no pueden entrar a la ciudad antes de la salida del sol, y no pueden permanecer en ella una vez se ha puesto.

Se toman muy en serio los asuntos que atañen al miccionar. Un hombre que se siente compelido a orinar en público y no dispone de mingitorio, puede hacerlo siempre y cuando apunte hacia la rueda de su vehículo y mantenga su mano derecha apoyada en él. La ley dice que una embarazada puede orinar donde quiera, incluso (literalmente) en un casco de policía. Si estás en Escocia, todo es mucho más sencillo: si no te aguantas las ganas y llamas a la puerta de un extraño, la ley le obliga a cederte su baño.

Los hombres menores de 14 deben practicar el tiro con arco todos los días, es ilegal pasear bebido con una vaca en Escocia y se penaliza saltarte la cola del ticket de metro de Londres.

Pero hay dos leyes británicas que me llaman poderosamente la atención: está terminantemente prohibida la importación de patatas si se sospecha que proceden de Polonia.

Y si eres mujer y vives en Liverpool, debes saber que es ilegal la práctica del toples salvo en un caso: si trabajas en una tienda que se dedica a la venta de peces tropicales.

Esta última ley me tiene fascinado. ¿En qué habrá estado pensando el legislador?

Antonio Carrillo.