Hace más de dos
años plantee un reto: resolver un silogismo.
Si proponemos un
silogismo del tipo:
"Todos los daneses son rubios,
Sigmund es danés,
por consiguiente...."
La respuesta: "Sigmund es rubio" surge
fácilmente.
Sin embargo, mi
(falso) silogismo resultaba casi irresoluble:
"Todos los ministros son ladrones,
ningún ministro es gasolinero,
por lo tanto..."
¿Lo recuerdan?
Nadie fue capaz de encontrar una respuesta.
Finalmente ofrecí
la solución el 10 de junio de 2011, en:
En aquél artículo
nos adentrábamos en un mundo peculiar, el de los "túneles de la mente".
No era la primera vez que hablábamos de capacidades extraordinarias del
cerebro. En otra ocasión contamos una historia difícil de creer: la del museo
norteamericano que había adquirido una vetusta estatua griega y el anciano
arqueólogo que, al instante, nada más verla, supo que era falsa. Todas las
pruebas y análisis realizados durante meses indicaban lo contrario; pero
finalmente se demostró que el experto tenía razón: la estatua era una
falsificación ¿cómo pudo saberlo en un instante, sin ni tan siquiera acercarse?
Intuiciones,
precogniciones y misterios proliferan por este blog, sin que haya nada
paranormal ni esotérico en ello. Simplemente, el cerebro, protagonista de estas
y otras historias, es un órgano del que sabemos muy poco.
Y que nos depara asombros
inexplicables.
En la actualidad me
encuentro leyendo (y disfrutando de) "Incógnito", un ensayo del neurocientífico David Eagleman publicado
por Anagrama en 2013. Es un libro riguroso pero extraordinariamente ameno, que
salpica el análisis científico con infinidad de anécdotas y demostraciones. Por
ejemplo, en la página 65 aparece esta imagen
|
Ahissar y Hochstein 2004 |
¿Ven algo?
¿Distinguen algo en ella? Apuesto que no. Y, sin embargo, al final de este
artículo este desordenado conglomerado de manchas se transformará en algo
distinto.
Les voy a
sorprender. Seguro.
La tesis de Eagleman se
resume en una idea simple pero fascinante: nuestro cerebro trabaja en múltiples
niveles situados muy por debajo de la consciencia, de tal manera que sólo
aflora una mínima parte de lo que procesamos. El resto es ¿cómo llamarlo?
¿Intuición? Y no me refiero a lo emocional o sensitivo. La lógica también es consecuencia
de este trabajo soterrado e intenso.
Pondré un ejemplo.
Imagine: está
conduciendo su vehículo por una autopista. Se encuentra en el carril de la
izquierda, en una recta larga y decide volver al carril de la derecha. Es uno
de los gestos más sencillos que se hacen conduciendo ¿Cierto? Le propongo algo;
coloque las manos como si estuviera agarrando un volante imaginario. ¿Cómo
cambia de carril? Es un gesto que realiza miles de veces a lo largo del mes.
Hágalo una vez más, se lo ruego. Cierre los ojos, imagínese al volante y cambie
de carril.
Apuesto a que ha
torcido el volante hacia la derecha en un ángulo de unos 30 grados, y luego ha
recuperado la posición inicial. Así cambia de carril ¿Estoy en lo cierto?
Tengo una mala noticia: se ha estrellado.
Ha salido de la carretera y chocado contra la valla del arcén.
¿Por qué? Cuando gira el volante a la
derecha el vehículo cambia la trayectoria. Si no endereza el volante acabará
dando una vuelta completa de 360 grados ¡Por eso ha enderezado el volante, me
dirá! Sin embargo, piénselo. Cuando endereza el volante el vehículo retoma su
trayectoria recta, cierto; pero es una trayectoria de escape, que le hará
abandonar la autopista. No ha retomado la senda recta del principio.
Para volver a una trayectoria paralela a la
inicial debe realizar una sucesión de gestos bastante compleja. Al principio
gira ligeramente el volante hacia la derecha. Con este gesto el vehículo
abandona el carril izquierdo. Una vez se encuentra en el carril derecho, gira
el volante hacia la izquierda durante un instante. Así, contrarresta el giro
que inició hacia la derecha. Sólo cuando el vehículo está enderezado con
respecto a la vía, enderezará el volante para seguir recto.
¿Se da cuenta? El gesto más sencillo lleva
implícita una complejidad sorprendente. Ni se me ocurre la cantidad de factores
a tener en cuenta: velocidad del vehículo, estado del firme, suspensiones,
velocidad del viento, fuerza centrífuga y centrípeta, etc. Y, sin embargo,
aunque no haya sido capaz de acertar con la respuesta, es algo que hace todos
los días. Y lo hace bien.
Su cerebro lo hace bien. Pero la mayoría de
los gestos son inconscientes. Si tiene que pensar en ello, posiblemente falle.
La mejor analogía que se me ocurre es tocar
un instrumento. Al principio, con el piano, dedicas muchos meses (para alegría de familiares y vecinos) a practicar monótonas escalas,
primero la mano derecha, luego la izquierda. Más tarde, te inicias en el
entrenamiento de tocar con ambas manos. Es una tarea ímproba que representa
meses de trabajo duro.
¿El resultado? Cuando interpretas una
pieza al piano, tienes que aprenderla, cierto; muy especialmente la colocación de los dedos, que se indica con unos números diminutos; pero los gestos de los dedos,
de las manos, serán automáticos después de años de práctica. Una vez memorizada
la obra, las manos fluyen sin pensarlo. Los dedos parecen tocar solos.
Y, lo que es fascinante: el ejercicio
realizado de niño con las escalas, alternando las manos, tocando acordes con la
izquierda y una melodía con la derecha, habrá cambiado significativamente la
estructura sináptica del cerebro. El cuerpo calloso de un pianista, de un
músico en general, es más ancho e intrincado que el de una persona normal. Es un
músculo (un haz de fibras en realidad) que ha ejercitado en el gimnasio del teclado, al forzarlo a interconectar
ambos hemisferios cerebrales. Esa es la función del cuerpo calloso; favorecer
el diálogo entre nuestro cerebro izquierdo y derecho. ¿Creen que este
entrenamiento sólo es útil para tocar el piano? Una persona con un cerebro así
está preparada para afrontar una respuesta más holística (compleja) ante
cualquier reto. Su cerebro está entrenado para funcionar con un rendimiento
mayor.
Por ello la educación musical es un regalo
impagable que podemos ofrecer a nuestros hijos. Grandes genios tocaban un instrumento. No es casualidad.
¿Que su hijo no quiere tocar el piano? No importa.
Juegue con él a ser "comandos especiales" en un campo de batalla.
Arrástrese por el suelo, alternando el pie derecho con el brazo izquierdo, y
viceversa. Mueva la cadera mientras se arrastra bajo una alambrada. Con este
ejercicio está fortaleciendo también las conexiones hemisféricas. Deje que su
hijo gatee; cuánto más mejor. Gateamos para construir la bilateralidad
cerebral. Todo tiene un porqué. Todo importa. Si se daña las rodillas, no
importa. En realidad, este daño le ayuda a tomar conciencia de su propio cuerpo
en relación con el entorno.
Para convertirnos en exploradores, y alcanzar las estrellas, primero
debemos gatear.
Hay niños que mejoran la atención y la
psicomotricidad fina con ejercicios de este tipo. Al fin y al cabo, es cuestión
de muscular el cerebro. Todo esto está íntimamente ligado con el mantenimiento
de los denominados "reflejos primarios o primitivos" (reflejo de Moro, de
agarre...) en una edad avanzada por inmadurez sináptica. Es un tema apasionante
que trataré en otro momento, pero que ahora nos obligaría a extendernos en
demasía.
Volvamos al cerebro que hace cosas sin
que nos demos cuenta. Es un "cerebro iceberg": vemos un 20%, pero el
80% permanece oculto bajo el agua, trabajando para que todo funcione. ¿Les
parece si propongo otro ejemplo para explicarlo? Seguro que les gusta la idea.
Cuando nacen los pollos, los machos y
hembras son prácticamente idénticos. Sin embargo, es importante distinguirlos
nada más nacer. Sólo las hembras ponen huevos. La gran mayoría de los machos se
cebarán para servir de alimento.
Hay una profesión: sexador de pollos. Son
profesionales que observan el recto de los polluelos recién nacidos y deciden
si son machos o hembras. ¿Saben cuánto ganan? Unos 10.000 euros mensuales. Y
¿saben otra cosa? Sólo hay una escuela en el mundo que enseña este oficio. Se
encuentra en Japón, en Nagoya.
Y por último ¿saben cómo se aprende a sexar
a los pollos? No se tiene ni la más remota idea. Porque un sexador de pollos no sabe explicar el
porqué de su elección. Se basa en intuición y entrenamiento, no en lógica. Y el
margen de error es menor del 1%
¿Sorprendidos?
La diferencia entre un pollo hembra y otro
macho es una casi imperceptible diferencia en la musculatura del recto. Pero un
sexador distingue el género en unos pocos segundos. Miles de animalitos pasan
por sus manos en una hora. Para aprender el oficio el aprendiz recibe unas
instrucciones muy rudimentarias sobre el asunto, y enseguida se pone a sexar
animales. Un instructor le va diciendo "si" o "no" según
acierte o yerre. Día tras día, semana tras semanas, el alumno observa miles y
miles de diminutos rectos, mientras una voz insistente le habla. Sin dar
razones. Sólo un si y un no.
Al cabo de unas semanas los "si"
se van imponiendo a los "no", hasta que, finalmente, el alumno es
capaz de sexar con un margen de error mínimo. A base de insistencia, el
aprendiz se convierte en maestro.
Ahora bien ¿cómo lo hace? No es capaz de
explicarlo. Simplemente, deposita los animales en un cesto u otro; pero no puede explicar el motivo. Ha aprendido a hacerlo de una manera inconsciente.
Como el pianista toca sin ser consciente de lo que hace. Como usted cambia de
carril sin pensar en la sucesión de gestos necesarios.
La vida es una sucesión de elecciones, y a
menudo decidimos sobre la base de un aprendizaje inconsciente. Elegimos pareja,
profesión o aficiones sobre la base de una cantidad ingente de datos, la
mayoría de los cuales quedan ocultos en lo profundo del cerebro.
Y en ocasiones, cuando tomamos conciencia
de la profundidad de la que proviene una idea, una sensación o un sentimiento,
sentimos vértigo. ¿Cómo no nos dimos cuenta antes?
De nuevo el dibujo.
Ahora una pista: en la mitad superior
podemos distinguir el retrato de un hombre con barba. Parece un Cristo.
Dedique un tiempo a verlo. Cuando le llegue
la imagen, recibirá un fogonazo. Y ya no verá otra cosa que un rostro que
siempre estuvo ahí. Se sorprenderá de que otros no lo vean.
¿No es increíble?
Antonio Carrillo