martes, 17 de abril de 2012

El dios más feo del mundo



Se respira inquietud en las alturas donde habitan los dioses. Hera está de parto, y hay un continuo trajín de comadronas. La inquietud se explica por el mal carácter de la parturienta, mujer de genio encendido, pronto vengativo y enormes poderes.

La paternidad no está del todo clara. Malas lenguas, como la de Hesíodo, afirman que el nasciturus fue engendrado sólo por su madre, sin intervención de varón alguno. Fue un arrebato, después de que su esposo Zeus engendrara a la hermosa Atenea (que nació de su cabeza) y al no menos bello Dionisio (que nació de un muslo). Sin duda, ejercer de tocólogo en el Olimpo debía de resultar harto entretenido.

Homero, sin embargo, defiende la idea de que la inseminación se produjo por los cauces habituales, y afirma que el padre es, en efecto, el gran Zeus. Sea como fuere, y tratándose de mitología griega, es seguro que algo interesante está a punto de suceder.

El parto llega a buen fin, y la madre, como es natural, requiere ver a la criatura. Los pediatras, sin embargo, se muestran reticentes; que si tiene poco peso, que si una incubadora... La madre insiste, y no conviene hacerle enfadar. Finalmente, le muestran al tierno fruto de su vientre, y la madre sacude el Olimpo con su lamento: "¡Este no es mi hijo!". En una demostración de su fuerte (y mal) carácter, arroja a la criatura por el borde del Olimpo. El niño había nacido feo, con una cabeza desmesurada, rostro poco agraciado, brazos grandes y débiles piernas. En absoluto semejaba el retoño de una diosa. El llanto del bebé se apagó entre las nubes, en una terrible caída hacia la Tierra.

Hefestos, que así se llamaba el nuevo dios, cayó durante nueve días, en un espanto que parecía no tener fin. La fortuna quiso que evitara las afiladas rocas de unos arrecifes, pero, con todo, el golpe contra la superficie del océano fue terrible. A resultas del mismo, el pobre niño quedó definitivamente cojo para el resto de sus días. Dos ninfas del mar, Tetis y Eurínome, se compadecieron del infante y lo cuidaron durante nueve años en una cueva de la isla de Lemnos, donde creció hasta convertirse en un joven maestro artesano del metal. Acudió más tarde a Naxos, lugar en el que Cedalión le enseñó todo lo que sabía sobre el arte de la forja. Muy pronto se fue haciendo famoso por la perfección de su obra.

Siempre les estuvo muy agradecido a las dos diosas que lo salvaron, y a la nereida Tetis (madre de Aquiles) le regaló un maravilloso "dije", un colgante formado por un finísimo hilo de plata en el que se engarzaban bellísimas perlas azules. Tetis, orgullosa, acudió a un acto de sociedad en el Olimpo portando la espléndida joya, que no pasó desapercibida. En un momento dado, la propia anfitriona, la mismísima Hera, se la llevó aparte, preguntando por la procedencia de la alhaja. Tetis intentó ocultar la verdad, pero finalmente se vio obligada a contarlo todo. El "dije" que embellecía su cuello era obra del hijo que Hera había arrojado al vacío hacía años.

Hera, lejos de mostrar arrepentimiento o contrición, y deseosa de disponer de tan bellas preseas, ordenó que Hefestos acudiera presto a su presencia. El hijo repudiado hizo oídos sordos a la petición procedente del Olimpo, aunque finalmente envió un presente para su madre: un maravilloso trono de oro.

Cuando ésta se sentó en él, quedó atrapada por cadenas invisibles, de tal manera que le era imposible levantarse. Tampoco el todopoderoso Zeus pudo liberarla. Enseguida se negoció con Hefestos su vuelta al Olimpo y la liberación de Hera, pero se empecinó en no responder a tales requerimientos.

La solución vino de la mano de su hermano Dionisos, quien fue capaz de emborrachar a Hefestos y llevarlo de vuelta al Olimpo a lomos de un asno. No era la manera más digna de ingresar en la morada de los dioses, balbuceando beodo echado sobre un jumento. Todos los dioses se burlaron de él, aunque había un atisbo de admiración hacia esta patética figura: nunca antes nadie había sido capaz de aprisionar a Hera.

Hefestos, en cuanto recobró el sentido, se enfadó por la artimaña, pero, listo como era, se hizo fuerte e impuso sus condiciones para liberar a su madre y volver a casa: pidió que se le facilitara una fragua, un taller y ayudantes para poder realizar su oficio. Además, y aquí viene la sorpresa, exigió casarse con la más bella de las diosas: Afrodita.

Todos los habitantes del Olimpo se quedaron mudos: ¡ese ser sudoroso, sucio, de pelos enmarañados y cuerpo contrahecho, osa pedir la mano de la más bella! Sin embargo, la reacción de la diosa del amor y la beldad fue sorprendente; se acercó a Hefestos sonriente y se abrazó a él, aparentemente contenta. La muy ladina pensaba que con un marido tan horrible podría seguir haciendo su santa voluntad, y que su esposo se plegaría a cualquier solicitud o capricho de tan bella cónyuge.

Habrá quien piense que soy muy duro en mis calificativos hacia Afrodita, pero lo cierto es que la diosa no era, precisamente, un ejemplo de virtud y moderación. Antes bien, tenía ganada cierta fama de buscona (perdóneseme la expresión) entre las mujeres del Olimpo, que tenían que sufrir la humillación de ver a sus maridos babeando ante la agraciada mujer, porfiando para poder introducirse en su lecho (en el que Afrodita rara vez dormía sola). En definitiva, y sin ambages, era Afrodita una pendona de cuidado, que utilizaba un cinturón mágico para ganarse admiraciones y favores entre los hombres, doblegando su voluntad.

Nuestro pobre Hefestos, ajeno a esta triste condición que le esperaba, se mostraba feliz tras haberse casado con la diosa de la belleza. Se sabía el dios más envidiado del Olimpo, y forjó para ella hermosas piezas que ensalzaron, aún más si cabe, su donaire. Construyó un palacio de bronce, en el que autómatas de oro le ayudaban en su fragua. Todo parecía irle de fábula.

Pero la voluble Afrodita, incumpliendo los sagrados votos del matrimonio, se entregaba (entre otros) al violento Ares, el dios de la guerra, según se narra en la Odisea. El viril y aguerrido Ares era el antagonista musculado del maltrecho Hefestos, que incluso precisaba de unos soportes de metal para mantenerse erguido. Cuando Helios, el sol, que todo lo ve, informó a Hefestos de su oprobio, el marido agraviado pergeñó una venganza sutil: tejió una red de bronce muy fina, la escondió en el dormitorio de su esposa y le dijo que se ausentaría por asuntos de negocios ¡excusa tan vieja como el mismo mundo! Así, oculto tras unos cortinajes, observó la innoble conducta de su mujer, sobre la cual dejó caer la red en pleno fragor amoroso. Hesíodo nos cuenta cómo avisó de inmediato al resto de los dioses, y cómo el suceso fue motivo de gran algarabía en el Olimpo. Hermes el Argifonte, desvergonzado, afirmó que no le habría importado ocupar el lugar de Ares y sentir tal vergüenza. Otros dioses (sobre todo diosas), se mostraron escandalizados: "es el justo castigo para una mujer tan descocada", dijo una. "en cuanto la vi supuse que sucedería algo así", se comentaba. "No puede uno fiarse de mujeres como ésta".

Esto demuestra que Afrodita no tenía muy buena prensa entre el resto de las esposas.

Hefestos no los liberó hasta que ambos prometieron poner fin a su romance, y Eros le entregó en compensación un tesoro en oro y piedras preciosas. Sin embargo, si hemos de ser sinceros, no cumplieron su promesa. En concreto, Afrodita no cejó en sus aventuras extramatrimoniales con Hermes y Dionisos; e incluso con mortales como Anquises. Sembró cizaña ayudando a Paris a raptar a la bella Helena, lo cual dio inicio la guerra de Troya. Ahora bien; para Ares había sido un duro golpe: el dios de la guerra, aguerrido y violento, atrapado desnudo en una red y ridiculizado frente al resto de los dioses por la inteligencia de un dios deforme. Temió Ares la habilidad de Hefestos, y procuró no molestarlo en lo sucesivo.

Visto lo cual, no es de extrañar que al pobre Hefestos se le avinagrara el carácter; y que protagonizara oscuros (e imperdonables) escándalos con la diosa Atenea. Prefería trabajar en su fragua situada en la misma Tierra, acompañado por sus tres fieles cíclopes. Se decía que su taller se encontraba bajo el Etna (otras informaciones lo situaban bajo el Stromboli). Por fortuna, los negocios iban muy bien, y lo mantenían ocupado: construyó las armas de los dioses, como las flechas de Artemisa, los rayos de Zeus o el tridente de Poseidón. También fabrico armas para los principales héroes, como el escudo de Eneas o la armadura de Aquiles. Obras suyas son el carro de Helios, las cadenas con la que se sujetó a Prometeo, el cetro de Agamenón, el collar de Harmonía o la corona de oro de Ariadna. También fabricó a la primera humana utilizando para ello el barro: Pandora.

Hefestos es por consiguiente un dios importante: el dios del fuego y la forja, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Era adorado en todos los centros industriales y manufactureros de Grecia, especialmente en Atenas. En una época en la que la metalurgia era asunto de estado, Hefestos, y sus equivalentes en otras religiones, ocupaban un lugar prominente en el panteón local. No en vano, buena parte de la antigüedad se divide en periodos conocidos como “edad de los metales” (cobre, bronce e hierro); y es una evidencia que el conocimiento del secreto de las aleaciones traía consigo el alza y derrumbe de civilizaciones enteras.

Del dios más feo nos queda el legado del uno de los templos más bellos de Atenas. El templo de Hefestos, construido en el 449 a.C. por Ictino, uno de los arquitectos del famoso Partenón, se ubica en efecto del lado occidental del Ágora. Da cuenta de su importancia el que fuera uno de los primeros edificios incluidos en el programa de reconstrucción de Pericles. En la actualidad, se caracteriza por ser el templo dórico mejor conservado de toda Grecia. Ello se explica porque se convirtió primero en iglesia y luego en panteón, por lo que no se lo utilizó como cantera. A su alrededor, proliferaban las fraguas y los jardines.

Por último, una curiosidad de las que nos gusta incluir: la apariencia física de Hefestos parece indicar una afección conocida como arsenicosis; es decir, envenenamiento crónico por arsénico. La exposición prolongada a dosis altas de arsénico provoca cojera, cambios en el color de la piel y distintos tipos de cáncer. Pues bien, le sorprenderá saber que desde la antigüedad los forjadores utilizaban arsénico con el fin de reducir la formación de burbujas durante fundición, pues el arsénico impide la absorción de gases a través de los poros del molde, lo cual asegura un producto más endurecido y de mejor calidad. Por consiguiente, la mayoría de los herreros de la Edad de Bronce habrían padecido esta enfermedad, y sufrirían de cojera, cáncer o gangrena. ¿Les sorprende? Su dios sufría de los mismos síntomas. Era un reflejo de ellos mismos.

A mis muchos lectores andinos les puede interesar saber que en ciertas zonas del mundo se sufre de Hidroarsenicismo; es decir, de una enfermedad ambiental crónica cuya etiología está asociada al consumo de aguas contaminadas con sales de arsénico. Es un tema que preocupa y es objeto de estudio en zonas andinas de Chile y Argentina. También en España y México se registran casos todos los años.

Antonio Carrillo

9 comentarios:

  1. Hola Antonio,
    ¿te has dado alguna vez al periodismo?
    Tus textos son muy interesantes.

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    1. Muchas gracias. No me creo capacitado, pero te confieso que me encantaría. Es de esas cosas que uno haría sin ánimo de lucro, sólo por la oportunidad de encontrar un espacio en el que poder verter algo distinto a lo que se suele leer.
      Pero, por desgracia, vivimos tiempos oscuros para la sorpresa, la imaginación y la alegría.
      Hefestos fabricó a Pandora, que derramó todos los males por el mundo; tan sólo quedó dentro de la caja la esperanza.
      Pues bien: parece que algún codicioso ha encontrado y vuelto a abrir la caja de Pandora, porque ¿no se percibe como si la esperanza se volatilizara?

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  2. En defensa de Afrodia: Según tu texto "Hefestos, en cuanto recobró el sentido, se enfadó por la artimaña, pero, listo como era, se hizo fuerte e impuso sus condiciones para liberar a su madre y volver a casa: pidió que se le facilitara una fragua, un taller y ayudantes para poder realizar su oficio. Además, y aquí viene la sorpresa, exigió casarse con la más bella de las diosas: Afrodita." ....Hefestos EXIGIO casarse con la más bella de las diosas" o sea la pidió como trofeo de guerra; él no había hecho ningún acercamiento hacia Afrodita, su acción de solicitar casarse con la diosa del Amor fue por venganza y para despertar envidia y molestia entre los otros dioses sel olimpo...su acción no fue motivada por el amor y tampoco por la pasión hacia la diosa del amor o la pasión, lo que implica una gran ofensa ya que ella era una Diosa..si él hubiese manifestado en algún momento que la amaba o tan sólo que la deseaba su actitud habría sido quizás comprendida. En resumen a él no le importaba para nada Afrodita por lo tanto no se merecía fidelidad o contención tomando en cuenta que sólo la había tomado como un instrumento para su venganza, y eso es lo peor que se le puede hacer a una mujer diosa o no....

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  3. Totalmente cierto, si bien se puede aducir que, una vez contraídos los sagrados votos matrimoniales, éstos exigian por igual a dioses y mortales. Por otra parte, Hefestos se esforzó en engalanar su palacio y a su esposa con los adornos más bellos jamás vistos, lo cual nos lleva a pensar que, finalmente, sí la amaba.
    ¿Podría haber solicitado Afrodita el divorcio? Atendiendo a la Ley española, y en general a la legislación comparada europea y americana, Afrodita podría haber aducido que prestó su consentimiento sin que mediara libertad de elección; antes bien, se vio obligada por Hera a aceptar. Y sin consentimiento, el matrimonio puede considerarse nulo. es decir, la falta de libertad tiene efectos retroactivos, de tal manera que el matrimonio se considera nulo "ab initio".
    Desconozco el cuerpo normativo del Olimpo, pero supongo que Afrodita tendría otras salidas a la alternativa de engañar a su conyuge. O quizás no. Era la diosa del amor...
    De todos modos, Hefestos distaba mucho de ser un santo. Su altercado con Atenea lo define como un sujeto violento y deleznable. Es lo que sucede con estos dioses griegos: son maravillosamente humanos.
    Y divertidos.
    Antonio Carrillo

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  4. Me responderías esta pregunta: ¿si para los griegos la perfección residia en la belleza y la armonía, por qué incluyeron en sus relatos a personajes como Hefesto o Edipo? feos según sus percepciones.
    Gracias.

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  5. Me responderías esta pregunta: ¿si para los griegos la perfección residia en la belleza y la armonía, por qué incluyeron en sus relatos a personajes como Hefesto o Edipo? feos según sus percepciones.
    Gracias.

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  6. Es muy buena pregunta, Jennifer.
    Según muchos autores, el espíritu de la Grecia clásica estaba animado por la búsqueda de la belleza y de la verdad; pero, si algo caracteriza la sensibilidad griega es, por encima de todo, el equilibrio. Vivimos en una realidad en la que se contraponen el Hybris, el desorden, con el cosmos. Y los propios dioses sirven de ejemplo, con una vida llena de imperfecciones y excesos. Si sólo representaran la perfección, todo sería cosmos.
    Hace falta desorden para alcanzar al armonía.
    Cuando Asclepio, hijo de Apolo y padre de la medicina, consiguió el líquido sanador que brotaba de Medusa y lo utilizó para salvar la vida de los moribundos, Zeus le castigó con la muerte. Porque no hay vida sin muerte, igual que no hay oscuridad sin luz ni virtud sin deshonor.
    Hefesto no sólo es feo: representa lo que de violento hay en el interior de la tierra, el Vulcano de los romanos. Un dios de la forja y del fuego, también de los volcanes y terremotos, como hay un dios que gobierna en el Hades, el mundo de los muertos.
    Desde una perspectiva cristiana, es difícil de entender una mentalidad politeísta tan abierta y cercana a la psicología humana. Nuestro Dios es único, perfecto y sin mácula.
    Un saludo cordial, y gracias

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