martes, 28 de octubre de 2014

La voz de Dios


 
Son quince notas.

Una melodía muy simple. Una sucesión de blancas y negras, en un ritmo ternario, un compás hipnótico de tres tiempos. El ritmo al que cantan las olas.
 
 

Son quince notas, en ocho compases. Fíjense al principio: la melodía se toca quedamente por el bajo, en apenas treinta segundos. Medio minuto y quince notas que se suceden. Parece poca cosa.

 

Enseguida (30 segundos) el bajo repite la melodía, pero surgen otras voces. Es lo mismo, pero distinto. Las ocho notas ya no están desnudas; revestidas ahora de sonidos de seda, que apenas las rozan, las notas miran hacia lo alto, embelesadas.

Una tercera vez (1 minuto). El bajo ostinato de nuevo vuelve a insistir en su lamento de tonalidad menor; y unas voces, distintas de nuevo, conversan con él. Todo es delicado, etéreo.

La cuarta vez que el bajo repite su canción (1 minuto y 26 segundos) hay un sonido que se eleva, más alto. Hay dos melodías ahora, hermanadas. A este fenómeno lo llamamos contrapunto, y asistimos a su forma última, suprema.

Lo que está escuchando es música en su estado más puro. Stokowski opinaba que esta obra era a la música lo que una catedral a la arquitectura: una de las obras más espirituales y perfectas jamás concebidas.

Hasta veinte variaciones se suceden, una tras otra, todas distintas e iguales; hipnóticas en su complejidad y sencillez. Es una paradoja difícil de entender. En tu mente la melodía primera permanece siempre, incluso en los fragmentos en los que no está.

Lo que está escuchando es una obra que Bach compuso con apenas 21 años, una Passacaglia y fuga. Hay una armadura de clave con tres bemoles: si, mi, la. La obra está escrita en la tonalidad de Do menor.

El maestro alemán la compuso para órgano; pero lo que le propongo que escuche es una transcripción para orquesta realizada por Stokowski, el director que comenzó siendo organista. En realidad es un pequeño (gran) sacrilegio, pero la orquesta, el más sublime de los instrumentos junto con la voz humana, aporta una infinita variedad de timbres que afinan, delimitan, las muchas voces que intervienen en esta obra. Además, el órgano es un instrumento muy difícil de grabar con la suficiente fidelidad.

El órgano está sustancialmente ligado a una atmósfera, a un entorno que le ofrece algo más que acústica. Pero esto es muy difícil percibirlo con una grabación. Al menos, esa es mi opinión.

En todo caso, pido disculpas por el atrevimiento.

Hay, dentro de la obra, claves numéricas: las 20 variaciones se dividen a su vez en dos grupos de 10 (como los Mandamientos). En la décima variación, por ejemplo, (4 minutos y 47 segundos) la melodía del bajo desaparece. En la partitura para órgano reina el silencio. Sin embargo ¿no lo escuchan, aunque no esté?

 

También se pueden dividir las variaciones en grupos de cinco. Por ejemplo, al comienzo de la quinta variación (2 minutos 18 segundos) cambian las notas del bajo. Ya no son sólo blancas y negras. Cuando el sonido pierde la continuidad y se hace quebradizo, más vulnerable, se dice que está rielando. Es decir: que brilla con luz trémula.

He leído que esta composición simula la forma de una cruz. Es discutible y, en todo caso, intrascendente.

La obra termina (8 minutos, 50 segundos) con una fuga maravillosa, al principio con la melodía asumiendo el protagonismo de la mano derecha; más tarde, en el minuto 9 y 21 segundos, la melodía regresa al bajo; y se suceden diálogos en los que se pierde por momentos (nunca del todo) y regresa. La obra finaliza a los 14 y 54 con un majestuoso acorde en Do mayor.

No pretendo hacer una guía de audición. Lo único que les ruego es que la escuchen con calma, en silencio. No son más que 15 notas ¿saben?, repetidas de muy diversas maneras durante 15 minutos.

Pero, desde hace ya muchos años, estas 15 notas me acompañan y confortan. Es algo que quería compartir.

En este link he elegido la obra, en la versión editada por DECCA con la Orquesta Filarmónica Checa dirigida por el propio Stokowski:


¿Saben? Les envidio si es la primera vez que la escuchan.
Que la disfruten.
 

Antonio Carrillo

lunes, 20 de octubre de 2014

Aristóteles. Poética. El arte de la escritura

Dedicado a Carmen Segovia, y a su palabra





Conviene volver a los textos clásicos. Siempre resulta fascinante rescatar una voz fallecida hace 2.400 años, y que ha servido de inspiración a toda una civilización.

La nuestra.

Aristóteles es, con toda seguridad, una de las personas más inteligentes que hayan existido jamás. Su curiosidad era proverbial; su capacidad, increíble. Tuvo que crear de la nada los fundamentos teóricos de muchos ámbitos del saber humano, y nadie ha sido tan influyente en tantos aspectos de la ciencia y del conocimiento.

"La Poética" es, probablemente, el estudio literario que ha ejercido una mayor influencia durante siglos; pero no son más que anotaciones, apuntes que el autor disponía para servir de apoyo durante sus clases orales peripatéticas. Está construido por fragmentos ,a veces inconexos; simples recordatorios de lo que constituía el meollo de la charla.

Lo que no sabemos, lo que hemos perdido, puede ser inmenso.

De todos modos, los breves apuntes a los que me refiero son válidos para establecer unas pautas simples, unos cánones de obligado cumplimiento para quien pretende convocarse al regazo de las musas de la literatura.



La magnitud


La belleza consiste en magnitud y orden, por lo cual no puede resultar hermoso un animal demasiado pequeño (ya que la visión se confunde al realizarse en un tiempo casi imperceptible), ni demasiado grande (pues la visión no se produce entonces simultáneamente, sino que la unidad y la totalidad escapan a la percepción del espectador)


Toda obra tiene innata una duración, un tiempo y espacio.

Hay una enseñanza básica que conviene observar siempre: el autor escribe, cierto; pero, por encima de todo, borra.


Lo accesorio


Es preciso (...) que las partes de los acontecimientos se ordenen de tal suerte que, si se traspone o suprime una parte, se altere o disloque el todo; pues aquello cuya presencia o ausencia no significa nada, no es parte alguna del todo.


Los aderezos innecesarios confunden al lector. La obra atesora una coherencia interna tal que no sobra ni falta una sola nota.

¿Difícil? Por ello escribir es un don al alcance de muy pocos.


la emoción


El temor y la compasión pueden nacer del espectáculo, pero también de la estructura misma de los hechos, lo cual es mejor y de mejor poeta.


Se pueden utilizar todo tipo de trampas que sirvan de atajos en la senda de la emoción. Pero la obra, contenida, debe ser capaz de alimentar por sí misma tales sentimientos, sin provocarlos artificiosamente. Sin prefabricar ni imponer el efecto, diría Eco.



El artista

El arte de la poesía es de hombres de talento o de exaltados; pues los primeros se amoldan bien a las situaciones, y los segundos salen de sí fácilmente.


¿De dónde proviene la creatividad? De los adentros, claro está. Hay personas que se saben escuchar, y recrean ese soliloquio transformándolo en diálogo; y las hay que no distinguen con facilidad el universo interior de la realidad objetiva.

Los segundos pueden llegar a ser artistas si no se les diagnostica y medica a tiempo.


Las partes 


Toda tragedia tiene nudo y desenlace


Esta afirmación de Perogrullo es de lo más conveniente, porque a menudo los autores pierden de vista aspectos tan básicos como que el nudo llega desde el principio, o bien que muchos, después de anudar bien, desenlazan mal. Este es un problema muy común; pocas cosas hay tan difíciles como saber poner fin a una obra.



La mesura


La mesura es necesaria en todas las partes de la elocución; en efecto, quien use metáforas, palabras extrañas y demás figuras sin venir a cuento, conseguirá lo mismo que si buscase adrede un efecto ridículo


Si se siguiera a rajatabla este consejo, se publicaría sólo un 10% de lo que repleta hoy las estanterías de las librerías, incluidos algunos éxitos de ventas que quieren parecer literatura y son, en realidad, humo de especias.

O una especie de humo.


Metáforas


Lo más importante con mucho es dominar la metáfora. Esto es, en efecto, lo único que no se puede tomar de otro, y es indicio de talento; pues hacer buenas metáforas es percibir la semejanza.


Fundamental. La metáfora nos permite llegar a lugares que la razón no alcanza, y explicar lo que no tiene explicación posible, y recrear lo que nunca debió de existir. Es indicio de talento, y no puede imitarse ni robar de otro. Se tiene o no. Y basta.


Verosimilitud


Se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increíble


Hay un orden último que debe respetarse, dice Aristóteles, el de la verosimilitud. Esta exigencia hace del trabajo de crear (pues de trabajo hablamos) algo más complicado aún. El autor debe constreñirse a lo creíble, aunque resulte imposible de facto. De este modo, el lector puede embarcarse en un trayecto no exento de imaginación ni de fábula, pero coherente al fin y al cabo. Aristóteles le dedica un precioso elogio a Homero, cuando dice que fue el gran maestro de los demás poetas en decir cosas falsas como es debido.



Y basta, en lo que pretendía ser un artículo breve. Pero no puedo terminarlo sin hacer mención a la magnífica edición con la que he trabajado. Se trata de una edición trilingüe griego/latín/español de la editorial Gredos traducida, ni más ni menos, que por Valentín García Yebra.






Acabaré con las últimas palabras de su magnífica introducción:



Espero que mi traducción no merezca críticas tan duras como la de Sepúlveda contra Alcyonio. En todo caso, prometo no seguir el ejemplo de éste. No compraré los escritos de mis censores para quemarlos, sino para enmendar mis yerros. Y antes echaría al fuego mi propia obra que las de quienes me demostrasen que merecía quemarse.


Querido lector, si es usted traductor o escritor, grábese con fuego las palabras del maestro.


Antonio Carrillo Tundidor

viernes, 17 de octubre de 2014

El lenguaje como arma






El lenguaje es un arma. Una herramienta poderosa capaz de derribar los más altos muros. Una luz que ilumina tenue lo que prefiere permanecer oculto. 

Propondré tres ejemplos en los que el lenguaje muestra su músculo apoyándose en la lógica, la creatividad y el humor.


Lenguaje y lógica.

21 de septiembre de 1860. Frankfurt del Meno, Alemania. Empieza a hacer fresco. La asistenta del filósofo Arthur Schopenhauer se adentra, como cada mañana, en la habitación del maestro. Lo encuentra muerto, sentado en su sofá. Conserva un atisbo de sonrisa en su semblante.

Ha vivido 72 años. Durante este tiempo, ha preferido a menudo la compañía de sus perros a la de las personas, y se ha declarado abiertamente ateo, y admirador de España. La sociedad de su época no siempre le ha reconocido sus muchos méritos; sin embargo, su pensamiento y su magnífica prosa iluminarán la obra de autores como Nietzsche, Kierkegaard o Freud.

En un cajón de su escritorio se encuentran encuadernadas apenas 44 páginas de una obra sin título. Schopenhauer había expresado anteriormente sus dudas sobre la conveniencia de haber escrito sobre las "estratagemas de la mala fe que tan frecuentemente se utilizan al discutir"; incluso llega a afirmar que le "repugnan la iluminación de todos estos escondrijos de la insuficiencia y la incapacidad, hermanadas con la obstinación, la vanidad y la mala fe". Sin duda, hubiese preferido no dedicar su tiempo a algo tan peligroso, y mucho menos hacerlo público; sin embargo, se publica una primera edición en 1864.

Alianza Editorial ofrece el año 2002 una edición de bolsillo de "El arte de tener razón". El texto original alcanza las 50 páginas, en formato muy pequeño; es un librito minúsculo. Su contenido sorprende: se suceden 38 estrategias dialécticas que conducen, inexorablemente, a imponer cualquier criterio en una discusión. Uno a uno, Schopenhauer desgrana los procesos lógicos que se pueden encontrar en el transcurso de un diálogo y, como si de una partida de ajedrez se tratara, va proponiendo movimientos discursivos que  conduzcan, finalmente, a imponer un determinado punto de vista, aunque el protagonista no tenga la razón de su parte.


La verdad, en realidad, carece de importancia.

Con el uso de esta dialéctica erística utilizaremos, si es preciso, argumentos falsos y estrategias que escondan trampas, a menudo éticamente reprochables. Ello resulta irrelevante. Estamos inmersos en una batalla y sólo nos mueve el afán de victoria. A cualquier precio.

Es un juego, entonces, diabólico, en el que el intelecto puro abate inmisericorde toda resistencia, acorralando al contrario hasta dejarlo exhausto, inerte, furioso, confundido o falto de argumentos. Como si de un árbol de decisiones se tratara, Schopenhauer ofrece una respuesta lógica a todos los impedimentos que el contrario pueda argüir. El intelecto se pone al servicio no de la verdad, sino del convencer. 38 puñetazos duros como piedras, fríos como mármol.
 
 
Es, en verdad, un libro tremendamente peligroso. Por lo actual.

Lenguaje y creatividad.
 
Es la primavera del año 2000 en el Estado de Virginia, y un grupo de antiguos oficiales se presentan en la residencia de Paul Van Riper, oficial veterano del Vietnam y ex-presidente de la Universidad del Cuerpo de Marines; un viejo militar muchas veces condecorado que relee, en su retiro, antiguas obras de estrategia militar. Sus antiguos colegas vienen a pedirle que participe en un juego de ordenador, en una simulación de guerra que ha costado 250 millones de dólares. Le piden que ocupe el lugar del enemigo.
 
Estados Unidos considera el Golfo Pérsico una zona peligrosa, y quiere prever cualquier contingencia con la que pueda encontrarse. La superioridad del ejercito norteamericano es siempre abrumadora y, sin embargo, nada se deja a la improvisación. El Pentágono ha diseñado el mayor escenario de guerra virtual que se haya preparado jamás: el "Millennium Challenge". Cualquier contingencia puede preverse; nada se deja al azar.

 
 
Durante la preparación del juego, Van Riper desgrana algunas órdenes extravagantes que los informáticos traducen al programa de simulación. Mientras tanto, se cruzan apuestas ¿Cuánto va a tardar en rendirse el ejército enemigo? ¿24 horas ¿Tres días? ¿Lograrán mantener sus posiciones una semana? Nadie cree que aguanten tanto. De hecho, durante el primer día de simulación, el ejército norteamericano, seguro ya de su victoria, lanza un ultimátum con las condiciones de la rendición; pero el ejército de Van Ripel comienza a comportarse de una manera inesperada.
 
48 horas más tarde el ejercito de los EEUU se ve obligado a rendirse incondicionalmente y deciden parar la simulación para saber lo que sucede. 16 buques americanos, portaaviones y cruceros, están dañados o hundidos por misiles ocultos en pequeños barcos pesqueros. 20.000 soldados de los EEUU han muerto sin que su propio ejército pudiese disparara ni una sola vez.

Este caso verídico procede del ensayo "Inteligencia intuitiva" escrito por Malcolm Gladwell, y publicado en castellano el año 2005 por la editorial Taurus. Es un ejemplo magnífico de cómo la creatividad, o la intuición, resultan un arma formidable si se emplean canales adecuados de expresión. Van Ripel sorprendió al ejército norteamericano porque no hizo lo que se suponía que debía hacer, pero además porque utilizo lenguajes inesperados que superaron toda barrera tecnológica.
 
 
Los analistas no entendían cómo la operativa de los aeropuertos o los mismos teléfonos móviles del ejército de Van Ripel no se habían visto afectados por las emisiones de microondas, que inutilizaban todo dispositivo tecnológico y toda posibilidad de comunicación.


Descubrieron que los aviones operaban  normalmente siguiendo señales luminosas por la noche, y los pilotos aprendieron un lenguaje improvisado, obedeciendo las indicaciones de enormes banderas agitadas en lo alto de las torres de control (un sistema que se emplea en la mar desde hace siglos). Los mensajes importantes iban todos ocultos en textos religiosos, intocables para las patrullas norteamericanas, y se emplearon palomas mensajeras y motocicletas  de pequeña cilindrada para transmitirlos.
 
Con la victoria de Van Ripel, la creatividad se impuso al músculo.

Lenguaje y humor.

R.B.A. Libros publica el año 2009 en castellano la primera gran biografía dedicada a uno de los personajes más abyectos del siglo XX: Heinrich Himmler. El autor, Peter Longerich, dedica 700 páginas repletas de datos, fechas y citas a la tarea hercúlea de desentrañar la personalidad del caudillo de las SS, responsable directo del genocidio de millones de personas.

En este ámbito cruel e inhumano, se preguntarán ¿Dónde puede florecer el humor?

En julio y agosto de 1941 los valientes soldados de las unidades de caballería de las SS fusilaron a hombres, mujeres y niños judíos en zonas de Lituania, Letonia y Polonia. En un principio, la orden relativa a la zona de los pantanos de Prípiat detallaba que "los pobladores "racial o humanamente inferiores" debían ser fusilados, las hembras y niños deportados; el ganado y los alimentos embargados. Las aldeas serán arrasadas a fuego". 

El 1 de agosto se endurece la orden; el II regimiento de caballería recibe la orden expresa de Himmler de "fusilar a todos los judíos y empujar a las hembras a los pantanos". La I unidad de caballería recibió órdenes similares.


A partir de ese momento, se desencadenó el horror; Himmler siempre exigía más muertos. Se iniciaron una sucesión de matanzas que culminaron en sucesos como el Kamenez/Poldolsk, con 23.000 muertos en 3 días, o la masacre de septiembre de Kiev, con 33.771 judíos fusilados.

Un ejemplo retrata la catadura moral del sujeto: El 15 de agosto, en el curso de un viaje a Baranowicze, Himmler, acompañado de un séquito de dirigentes de las SS y periodistas asistió, según su propio diario, a un fusilamiento masivo de mujeres y hombres. Como la ejecución fue rodada por un cineasta, aparece en la diario como "Cena en tren. Noticiario Semanal. Película". Para él la matanza no era tal; rodaban una película.

Tras la primera descarga, Himmler se acercó a la fosa, y observó que alguien seguía vivo. Ordenó a un teniente que lo rematara en su presencia. Estaba fascinado.

Insisto ¿Y el humor?

A Himmler se le debía combatir con balas, qué duda cabe, pero el verdadero antagonista de Himmler no es otro soldado. Lo opuesto a Himmler es un humanista, o un cómico. Facundo Cabral decía que "todo cantor es una buena noticia, porque un cantor es un soldado menos". Frente a Himmler, Hitler, Stalin o Pol Pot, la figura que representa la civilización no habla; es un vagabundo mudo que pasea un bastón cimbreante y se muestra caballeroso, torpe y desgreñado, pero digno. Cuando finalmente habló lo hizo en la película "El gran dictador", poco antes de la época de las matanzas del este de Europa, proclamando su amor por la democracia, la libertad y el hombre.

Pero ¿Y el humor y Himmler? No se me olvida.

Recordemos que el 1 de agosto había ordenado empujar a mujeres y niños judíos a los pantanos. La Unidad montada del II Regimiento de Caballería se había negado sistemáticamente a fusilar a mujeres y niños. Sin embargo, la orden de su superior era explícita, y debía ser obedecida por los militares.

Y obedecieron. Pero al pie de la letra. Ordenaron a las mujeres y niños que se descalzaran y se introdujeran en el pantano. Allí se mantuvieron en pie un tiempo, con el agua por los tobillos. Después, los dejaron ir, y enviaron el siguiente radiomensaje a Himmler:
 

"Empujar a las mujeres y los niños a los pantanos no tuvo el éxito esperado, pues los pantanos no eran lo suficientemente profundos como para permitir el hundimiento"

La historia, sin embargo, no tiene un final feliz. No podía tenerlo. La unidad montada del II regimiento acabó cediendo a las presiones y fusiló más de 25.000 mujeres y niños judíos. Pero por un instante, sólo por un instante, Himmler recibió el telegrama que merecía. El humor y la burla frente a la arrogante necedad del tirano.
 
 
Porque cualquier animal puede matar, pero sólo el humano ríe.


Conviene no olvidarlo.

Antonio Carrillo Tundidor.

martes, 14 de octubre de 2014

Sin la mitad del cerebro


 

El cuerpo humano es un universo de asombros.
Se relaciona con un entorno, generalmente hostil, salvaguardando un delicado equilibrio que denominamos homeostasis. El cuerpo sufre un desgaste inmisericorde que, indefectiblemente, le obliga a pagar una grave factura.
Estar con vida es siempre una condición que entraña un grave peligro, porque implica la muerte. Mejor no pensar en ello.
Por el momento, lector, seguimos respirando, alimentando nuestro organismo y defecando. En ocasiones escuchamos música, conversamos con amigos o conducimos un vehículo. Estamos involucrados en una aventura compartida con otros humanos que llamamos vida. Nuestro organismo nos sostiene en esta tarea, es la materia de lo que somos y, de hecho, constituye no sólo la forma, sino que determina y comparte aquello que llamamos esencia. El cuerpo no es un simple envoltorio; es algo más. Mucho más.
Hay órganos fascinantes. El corazón, dividido en cuatro cámaras, bombea sangre a una red de venas, arterias y capilares que, puestos en fila, llegarían de la Tierra a la Luna. Es por esto que el corazón genera en un solo día la energía suficiente como para elevar un automóvil a la altura a la que vuelan los aviones: 10.000 metros.
Son datos que apabullan ¿Qué sucede si nos falla una parte del corazón? A menudo sobreviene la muerte.
Pero hay un órgano más ininteligible y fascinante; un entramado de conexiones electroquímicas de una complejidad casi inconmensurable. El cerebro.

La pregunta es: ¿qué pasaría si cortase un cerebro por la mitad, si vaciase el cráneo en una parte substancial? La respuesta parece clara: ello tendría que suponer la muerte.
Pero ¿Y si el paciente sobrevive? Los daños se suponen formidables. Como todo el mundo sabe, tenemos el cerebro dividido en dos hemisferios casi simétricos, pero que tienen diversas funciones. Por ejemplo, el hemisferio izquierdo domina todo lo que tiene que ver con el lenguaje. De hecho, curiosamente, el hemisferio izquierdo (mayor en las mujeres) madura antes que el derecho durante la niñez, cuando adquirimos el habla.
Pero hay más. Imagine, es una simple cuestión de volumen. El cerebro de un humano ronda los 1.200 centímetros cúbicos. Si quitamos la mitad, nos quedamos con un cerebro de 600 centímetros cúbicos. Este volumen representa la medida del cerebro de un “homo habilis”, el primer miembro de la especie homo del que tenemos noticia. Estos homíninos de hace 2,5 millones de años tenían un cuerpo pequeño, unas manos y pies adaptados a subir a los árboles y, aunque podían fabricar herramientas de piedra muy toscas y su cerebro muestra indicios de especialización en la función, muchos expertos discuten que atesorara cualidades que nos distinguen a los humanos: la imaginación, la trascendencia o la adquisición de un lenguaje lo suficientemente complejo.
Pues bien; acompáñeme ahora: le invito a observar a un hombre adulto. Ha acabado la universidad con buenas notas, y no muestra señales de retraso en el movimiento, el habla o cognitivas. Su memoria y personalidad son equivalentes a las del resto de personas de su entorno. Es una persona como usted y como yo. Pero este hombre joven tuvo de niño el síndrome o encefalitis de Rasmussen, una rara enfermedad neuronal que provoca una progresiva inflamación del cerebro y que desencadena terribles ataques epilépticos, parálisis y, a veces, retraso mental. Los médicos decidieron que, dada la gravedad de su estado, debían practicarle una hemisferectomía.
Le extirparon la mitad del cerebro.
Los anales médicos abundan de casos en los que la extracción de todo un hemisferio cerebral o, más recientemente, la desconexión entre los hemisferios por medio de una callostomía no presenta complicaciones graves. Los pacientes llevan vidas normales.
¿Cómo es posible? ¡Sólo tienen medio cerebro! ¿Cómo pueden moverse, hablar y razonar como cualquier otro? ¿Cómo es posible que una niña, de nombre Cameron, a la que se extirpó medio cerebro, se prepare para ser bailarina? ¿Cómo puede lograr la coordinación necesaria?
La respuesta a este aparente milagro la tenemos en varios fenómenos que afectan al cerebro y que empezamos a comprender.
El primero y más importante: habrán oído decir que los humanos sólo empleamos un 10% del potencial de nuestra mente. Es una solemne tontería. Lo que sucede es que el cerebro humano utiliza varias regiones de la corteza para una sola tarea, en labores que a menudo parecen redundantes. Lo de la especialización de la función es cierto hasta cierto punto; en el desarrollo de la función cognitiva utilizamos muchos más recursos de los que creíamos, anticipando respuestas, recuperando recuerdos, cribando la resolución por el tamiz de la emoción… Somos increíblemente complejos, mucho más de lo esperado; y aunque buena parte de las funciones que tienen que ver con el lenguaje están en el hemisferio izquierdo, el derecho también interviene. El cerebro es una orquesta con miles de intérpretes; no todos tocan a la vez, pero hay un orden que guía ese proceso mágico y fascinante que denominamos pensamiento. La orquesta tiene un director, y está en los lóbulos frontales. El director puede suplir la falta de un fagot utilizando otro instrumento de viento; es probable que el público no se dé cuenta del cambio. Una orquesta con 4.000 músicos puede sonar tan bien como una de 8.000. Lo importante es la afinación y el ritmo. Y la partitura.

 
El segundo es una consecuencia del primero: el tamaño no importa. La mujer tiene de media un cerebro más pequeño que el hombre, y no por ello es menos inteligente (tampoco lo es más). El neandertal tenía un cerebro mayor que el nuestro y, sin embargo, las pruebas indican que nuestra capacidad cognitiva era mayor. No importa el tamaño, decimos; importa cómo se estructura la mente. Cuando nacemos dedicamos buena parte de la energía que consumimos a una tarea fascinante: desmontar la estructura neuronal con la que nacemos y rediseñar otra muy distinta. Todos nacemos con un oído tonal perfecto, como el que tenía Mozart, pero (la gran mayoría) lo perdemos cuando adquirimos el habla. Nacemos con unos reflejos muy primitivos, heredados de nuestros ancestros arborícolas, que superamos con el desarrollo neuronal. Un recién nacido es capaz de sostenerse en pie agarrándose a los dedos del pediatra; es una facultad motora que pierde muy pronto.
Este proceso de moldeado ¿cuándo termina? Sorprendentemente tarde. El director de orquesta, el lóbulo prefrontal, acaba su desarrollo hacia los 24 años. Esto explica que niños con dolencias como el Déficit de Atención con (o sin) Hiperactividad muestren una mejora significativa en la edad adulta, superada la adolescencia. Les ayuda, precisamente, el desarrollo de este lóbulo prefrontal.
El tercero es una consecuencia del segundo. El tamaño no importa, pero sí la manera como se consolidan las conexiones neuronales. Este baile armonioso, que implica cambios en billones de enlaces sinápticos, exigen, muy especialmente en la infancia, de lo que denominamos neuroplasticidad. Es decir, el cerebro de un niño es extraordinariamente dúctil, maleable. Los que me lean y sean padres entenderán perfectamente lo que digo: los cinco primeros años en la vida de una criatura nos deparan a los progenitores asombros diarios. La manera como adquieren conciencia de ellos mismos, de que ése es su pie. La fascinación que les provoca poder moverse por ellos mismos gateando y explorar su entorno. Los primeros signos de comunicación no verbal con la madre, el adquirir algo tan difícil de explicar: el habla. La progresiva socialización, la conciencia primera de la muerte…
Verán, a los ingenieros informáticos les resulta frustrante diseñar algoritmos que simulan funciones cognitivas de un hombre adulto; hay computadoras capaces de ganarnos al ajedrez. Pero lo que está fuera de su alcance es diseñar un robot u ordenador que tenga la curiosidad y la potencialidad de un niño pequeño. Porque esta plasticidad se fundamenta en un proceso bioquímico imposible de emular. Lo impresionante no es que tengamos miles de billones de conexiones en el cerebro. Lo realmente impresionante es que estas conexiones se mueven; se refuerzan o desconectan. Las probabilidades de procesamiento del cerebro de un niño de un año de edad son infinitas, porque no hay un número máximo ni un designio claro. Por no estar, no estamos sujetos ni al imperio coercitivo de los genes. El entorno, siempre cambiante, nos moldea a cada instante. Por eso el ser humano es único.
Usted, lector, es un ente vivo excepcional en peligro de extinción. No hay otro ser como usted en todo el universo.
Esta neuroplasticidad consume mucha energía, pero lo hace con una eficacia inigualable. ¿Hay un fallo en un circuito? El cerebro del niño responderá al reto diseñando estructuras neuronales ad hoc que hagan la misma (o casi la misma) función. En otro lugar del encéfalo, no importa. Su neocortex guardará memoria de adónde tiene que dirigirse para encontrar respuestas a ese reto. La eficacia energética de la mente humana es otro aspecto que causa verdadero asombro. Lo explicaré con un ejemplo: cuando Kasparov, maestro de ajedrez, se enfrentó a un superordenador, todo el mundo estaba pendiente del resultado. Pero es interesante señalar que los técnicos encargados del mantenimiento de la computadora tenían verdaderos problemas para mantener la temperatura de los núcleos de cálculo mientras procesaban millones de movimientos por segundo desde su base de datos. La computadora en plena partida alcanzaba enormes temperaturas por el esfuerzo.
Enfrente, la mente humana. A Kasparov no le subió la temperatura ni una décima de grado, ni tan siquiera se le aceleró el pulso. El coste energético era de casi 0. Y mientras jugaba Kasparov además miraba, escuchaba el ruido de fondo, olfateaba y sentía el roce de las figuras de ajedrez en los sensores de las yemas de sus dedos. En ocasiones pensaría en algo relacionado con la partida o con su pasado, haría la digestión del desayuno y reflexionaría sobre las implicaciones de una derrota. Kasparov no sólo jugaba al ajedrez; además estaba vivo.
El cerebro es poderosísimo. Y usted tiene uno. Merece la pena cuidarlo.
Por tanto, a la respuesta con la que comenzamos: sí. Se puede sobrevivir con medio cerebro. Es más, se puede llevar una vida normal. Para ello es necesario que la operación se realice en la infancia, mientras el cerebro sea maleable y pueda reorganizarse por sí mismo. No siempre resulta un éxito. Los niños sometidos a esta operación que fueron capaces de afrontar los estudios con normalidad alcanzan el 60%. No es un porcentaje inusual; en España el fracaso escolar (niños que no acaban la enseñanza obligatoria) está en un 30%. Las cifras coinciden. El 85% caminaban normalmente, y más del 70% desarrollan un habla normal, incluso en el caso de que el hemisferio afectado sea el izquierdo (aunque, claro está, esto dificulta una completa rehabilitación).
Donde no hay tantas esperanzas es en el caso de los adultos. Nuestro cerebro es mucho más rígido, menos moldeable. En los estudios clínicos, la resección total o parcial del cuerpo calloso, el haz de fibras que interconexionan ambos hemisferios para que puedan trabajar al unísono, implica en el adulto efectos secundarios diversos. El más asombroso es el de personas que muestran una especie de doble personalidad. Los dos hemisferios funcionando por separado hacen que nos enfrentemos a dos personalidades diferentes, claramente distinguibles.
Sería interesante hablar de ello en otro momento. Disertar sobre un tema se asemeja a seguir una senda en el bosque; a menudo surgen desvíos imprevistos, cruces de caminos que nos llevan a temáticas distintas. Homo habilis, doble personalidad, neuroplasticidad, la temperatura de un ordenador que juega al ajedrez o un director de orquesta dentro del cerebro. Todo está relacionado.
 
 
Porque la experiencia de estar vivo, la vida misma, depara sorpresas diarias, lugares en los que se asoma el asombro. Incluso con medio cerebro disfrutamos del privilegio de compartir esta experiencia única y fascinante.
Le felicito por ello, lector. Está vivo y consciente por ser humano. Es muy afortunado.
Disfrútelo.

Antonio Carrillo

martes, 7 de octubre de 2014

Ébola en España



Acaba de saltar la noticia, hace apenas una hora: una auxiliar de enfermería de 40 años está enferma de Ébola en España, en la localidad de Móstoles. Es el primer caso conocido de contagio fuera de África de una enfermedad potencialmente mortal y extremadamente peligrosa. No se esperaba algo así; menos en España. Los próximos días y semanas prometen una avalancha de opiniones y comentarios más o menos apocalípticos.
Voy a compartir lo que sé sobre esta enfermedad horrible, lo que opino sobre este caso y lo que creo que va a suceder. Lo hago mientras tengo la televisión encendida, a la espera de que los medios de comunicación ofrezcan la rueda de prensa urgente de la Ministra de Sanidad.
No soy médico y desconozco casi todos los detalles sobre lo que ha acaecido, pero la gravedad de lo que está sucediendo me impulsa a escribir. Lo que escribo hoy, mañana mismo podría no tener sentido; pero son miles las personas que acuden a este blog. Y lo que voy a decir se fundamenta en opiniones que la Organización Mundial de la Salud y el Centro Europeo de Control de Enfermedades sustentan desde hace decenios.
Los hechos son muy graves: una mujer está enferma de un mal muy contagioso con un índice de fallecimientos que puede alcanzar el 90%; hablamos de una paciente que vive en una ciudad de más de 200.000 habitantes y que forma parte del área urbana de Madrid, que supera los 4 millones y medio de habitantes.
¿Cómo no preocuparse? Es una noticia que será portada en todo el mundo. Y han trascendido datos difíciles de entender: la paciente es una auxiliar de enfermería y estuvo en contacto directo hace poco con los dos médicos misioneros españoles expatriados y fallecidos por Ébola. La paciente se encontraba de vacaciones desde hacía días, y se sometía al control que la OMS establece para el personal sanitario de riesgo que ha estado en contacto con enfermos de Ébola: dos veces al día se tomaba la temperatura.
Pues bien: esta mujer tiene fiebre desde el día 30 de septiembre, y sólo hoy, seis días más tarde, se le han realizado las pruebas pertinentes. Cuando ha alcanzado una temperatura de 38,8 grados. En tanto, durante estos seis días ni se le ha ingresado ni se le ha impuesto una cuarentena: seis días deambula por una gran ciudad una persona con fiebre que ha estado en contacto con dos fallecidos por Ébola.
¿Ustedes lo entienden?
Yo, tampoco.
El rostro de los responsables políticos refleja en la conferencia un pánico difícil de disimular. No sólo tendrán que explicar cómo es posible que una auxiliar de enfermería se contagiara en un entorno de alta seguridad; también tendrán que dar explicaciones respecto de su conducta durante estos seis días.
Los sindicatos llevaban semanas advirtiendo del recorte de gastos; hace poco una enfermera me comentaba que los guantes que utilizan son de tan baja calidad que se rompen continuamente. Acabamos de saber que los trajes utilizados para atender a los médicos enfermos eran de nivel de seguridad 2, cuando la OMS recomienda trajes de nivel 4. Sirva el ejemplo: los guantes iban sujetos con cinta adhesiva.
Hasta aquí los datos en concreto de lo que acaba de suceder. Ahora, déjenme decirles algo sobre el mal con nombre de río, el Ébola.
Es una enfermedad terrible, pero es importante conocer su verdadero rostro.
El Ébola tiene un periodo de incubación que puede variar, más o menos, de 5 a 12 días, aunque puede llegar incluso a 21. Durante este tiempo de incubación es prácticamente asintomático y, esto es muy importante, no contagia. Es decir, hasta que no aparecen los síntomas el Ébola no se puede contagiar, y es más: la enfermedad es más contagiosa cuanto peores son los síntomas. De hecho, el cadáver de un enfermo de Ébola puede contagiar la enfermedad; y el semen de alguien ya curado hace dos meses aún contiene virus.
Por eso resulta tan difícil entender el ejemplo de la enfermera española: durante los seis días en los que presentó leves síntomas había un cierto riesgo de contagio.
De todos modos, el Ébola no es como la gripe: no se contagia por el aire. Es necesario el contagio directo, bien con el enfermo o con un objeto que haya estado en contacto con sus fluidos. Esta forma de contagio explica que su incidencia sea menor que la de la gripe (transmisión por estornudos) o el dengue (transmisión por la picadura de mosquitos).
Otro factor importante a tener en cuenta es su elevada mortalidad. El SIDA fue una pandemia que causó millones de muertos porque permanecía latente durante años. Cuando dio la cara, los infectados estaban por todo el mundo y una mayoría no se sabían enfermos. En el mundo 60 millones de personas han enfermado por SIDA (el número de afectados en la actualidad ronda los 38 millones). Los pacientes de Ébola, sin embargo, desarrollan la enfermedad en no más de 21 días, y su mortalidad atroz impide su propagación. Los que estén preocupados por los inmigrantes que intentan saltar la valla de Melilla, reflexionen: llevan meses, sino años, embarcados en esta odisea. No pueden transmitirnos el Ébola.
Para que se me entienda: ningún país está investigando el Ébola como arma biológica debido a su difícil propagación. Si lo piensan, asistimos a la peor epidemia de Ébola de la historia, en una de las zonas más pobladas de África, el oeste subsahariano, con un deambular de población ingobernable de un país (de un poblado) a otro y, con todo, los casos en estos meses se cifran en torno a unas 7.000 personas enfermas. Es posible que las cifras reales puedan ser incluso el doble; pero, en todo caso, no tiene la incidencia de una gripe. Ni tampoco del dengue, que contagia a cientos de miles de personas al año. Recordemos que el SIDA silencioso ha matado a unos 25 millones de seres humanos en 30 años.
Se está diciendo que este brote de Ébola tiene una mortalidad del 90%. No es cierto. Los datos de la OMS hablan más bien de una tasa del 50%.  Es un porcentaje terrible en todo caso, pero conviene ser veraz con las cifras. Además, como en cualquier fiebre viral hemorrágica, el tratamiento temprano de los síntomas y la ayuda de las nuevas medicaciones en fase de prueba parecen mejorar el pronóstico.
También, en un intento por ser fidedignos, a pesar de todo lo que escuchen el Ébola no es una enfermedad que se dé únicamente en África; hay un tipo de Ébola, llamado RESTV, que se ha encontrado en Asia, en Filipinas y China. Sin embargo, los escasos registros de personas infectadas por comer cerdos enfermos son, o muy leves, o totalmente asintomáticos.
El Ébola africano es mortal y una amenaza para el mundo pero, insisto, no se propaga por la picadura de un mosquito. En el verano de 1999 los hospitales de Nueva York recibieron bastantes casos de enfermos afectados por una rara dolencia neuronal; una encefalitis que podía causar la muerte. A las pocas semanas se descubrió que los habitantes de la Gran Manzana habían enfermado del denominado Virus del Nilo, causado por la picadura de un mosquito. No se sabe cómo pudo llegar esta enfermedad a Nueva York, pero llegó para quedarse. Ahora es una mal crónico en Norteamérica. Afortunadamente, su tasa de mortalidad es baja.
El humano sí tiene a su peor enemigo en otro virus: la gripe. Un brote terrible, surgido en Kansas en 1918, conocido como “gripe española”, enfermó a 500 millones de personas y mató a 100 millones. Y no ha sido el único brote devastador del siglo XX. 
 
Por cierto, según Corominas la palabra “gripe” procede de una palabra en alemán: “grüppi”.
Significa acurrucarse.

Otras versiones encuentran su origen etimológico en la palabra en lengua franca gripan, que significa garra. La gripe sería, así, una enfermedad que te atrapa.
Por consiguiente, conviene estar atentos a lo que sucede con el Ébola. Lo que voy a decir puede parecer cruel, pero su extensión y afectación al denominado primer mundo puede significar que aumenten los presupuestos farmacéuticos en la búsqueda de una vacuna o remedio paliativo; como sucedió con el SIDA, que pasó de ser una dolencia irremisiblemente mortal a crónica. No es lo mismo que muera gente en un poblado de Sierra Leona a que mueran españoles, franceses o ingleses.
Hay humanos de primera y de segunda, soy perfectamente consciente de cómo funciona el mundo, pero sería todo un detalle que compartiéramos migajas de nuestros avances farmacéuticos con los países subdesarrollados. Al fin y al cabo, parece inteligente atajar el mal de raíz ¿No les parece?
Por cierto, es muy probable que en el futuro surjan casos de Ébola en Francia o Bélgica; los países africanos afectados son francófonos. O en Inglaterra, un territorio de tránsito. En todo caso, espero que las autoridades sanitarias de esos países actúen con diligencia y profesionalidad.
No como en España.
Pero estar atentos no significa caer en el catastrofismo. No creo que el Ébola socave nuestro sistema sanitario ni cause una gran epidemia. En España no vuelan los murciélagos portadores de la enfermedad.
Espero no equivocarme. Confío en que las autoridades sanitarias respondan con eficacia a este reto. Y, de paso, que acabe dimitiendo la nefasta ministra de sanidad.
Si quieren preocuparse por un virus, en la página inicial de la OMS se habla de un nuevo caso confirmado de gripe aviar; un tipo de gripe muy audaz, que ha dado el salto de las aves al humano. Todavía no se transmite de humano a humano pero, con su increíble capacidad de mutar, es cuestión de tiempo. Y llegará de improviso, acechando por el aire.
Incluso entonces, no espero una masacre como la acaecida en 1918. Hemos avanzado mucho en la detección y tratamiento de enfermedades. Y la gripe que venga no contará con el caldo de cultivo de la tierra bombardeada y podrida de muerte de la I Guerra Mundial.
En unos meses las aguas volverán a su cauce. Para entonces, espero de corazón que la pobre enfermera se encuentre recuperada y feliz en su casa.
Mi recuerdo para ella en esta su primera noche como enferma de Ébola.

Antonio Carrillo