martes, 12 de agosto de 2014

Una sonrisa de verano: Curso de filosofía para Twitter en 500 palabras.



Como todo el mundo sabe, la filosofía es algo sin utilidad alguna que se estudia por gentes desaseadas con el pelo largo.

He creído conveniente resumir toda la filosofía en unas pocas frases, de tal manera que el ecosistema twittero pueda convalidar, con esta breve lectura, su condición de filósofos, prescindiendo de tonterías como la Lógica Cuantificacional, la Estética o la Metafísica.

Por fortuna para todos, hay mil veces más jóvenes estudiando Derecho Mercantil que Ética; pero el saber no ocupa lugar, y no le incomodará dedicar unos minutos a esta minucia, si con ello adquiere la condición de humanista. Imagine: en cualquier reunión podrá poner los ojos en blanco mientras declama: "a mí Demóstenes me subyuga".

Eso es ser filósofo. Eso, y llevar bufanda.

Empecemos pues: la filosofía se divide en dos grandes grupos, los presocráticos y los demás. Recomiendo a la comunidad twittera optar por la filosofía presocrática, dada su concisión y facilidad de uso, acorde con nuestra naturaleza minimalista.

Es sencillo: para ser un presocrático sólo es necesario utilizar el pronombre "todo" seguido del verbo "ser" y cualquier sustantivo que se le ocurra. Por ejemplo: "todo es agua" le convierte en seguidor de Tales, "todo es lo indeterminado" le acerca a Anaximandro; o "todo es aire" le señala como seguidor de Anaxímenes. "Todo es inmutable" es frase de Parménides, "todo es fuego" de Heráclito y "todo es tierra" de Jenófantes.... pero en aras de la concordia, les recomiendo a Empédocles: "todo es tierra, agua, cielo y fuego". Empédocles tiene otra ventaja; su muerte arrojándose (supuestamente) al volcán Etna le confiere un halo mistérico muy atractivo.

¿Es usted de ciencias? "Todo es número" de Pitágoras le resultará afín. ¿Acaso práctica la pesca? Siempre podrá decir que "nunca te bañarás dos veces en el mismo río". Las posibilidades, como verán, son infinitas.

Hala, ya es usted filósofo. Puede incluso crear su propia escuela de pensamiento. Si es amante del gimnasio y el spinning puede declamar "todo son mancuernas" o, mejor aún, puede rasgarse las vestiduras bajo el lamento "todo es android 4.0". Poco importa.

No olvide la bufanda.

Si decide no ser presocrático, la cosa se complica, aunque hay todavía ejemplos de concisión admirables. El "pienso luego existo" de Descartes no es mala frase, aunque cobra más fuerza en latín. Muy conocido y sugerente es el "Dios ha muerto" de Nietzsche, aunque se arriesga a la respuesta del graciosillo: "Nietzsche a muerto, firmado: Dios". "La existencia precede a la esencia" de Sartre, "sólo hay mundo donde hay lenguaje" de heidegger o "no se puede aprender filosofía, tan sólo se puede aprender a filosofar" de Kant dan mucho juego. Pero, como verán, cuesta encontrar titulares concisos y claros. La cosa se vuelve enrevesada, y corremos el riesgo de tener que leer un libro. Mejor parar en este punto.

Por acabar, la frase filosófica por excelencia es la archiconocida "sólo sé que no sé nada". Recuérdela, le puede sacar de cualquier apuro. Pero si quiere darle a su discurso un punto socarrón y culto, le recomiendo a Pirrón de Elis (en la versión que nos ofrece Montaigne), el primer filósofo escéptico que supo darle un giro divertido a lo dicho por Sócrates:

"Sólo sé que no sé nada; o eso creo".

Lo malo es que el tal Pirrón se arrancó las cuerdas vocales, para no tener que opinar. En esto, como en lo de arrojarse a un volcán, conviene adoptar una actitud menos comprometida.

Eso sí: no olvide la bufanda.

Antonio Carrillo 

jueves, 7 de agosto de 2014

Una sonrisa de verano: La verdadera historia del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo




Juan me había pedido que recogiera a su prima Teresa, que llegaba en autobús procedente del norte. Nadie más tiene coche, y nunca he sabido decir que no. 

Mala combinación.

Soy el orgulloso propietario de un Audi 100 2.2 E que heredé de mi abuelo. Veinticinco años tiene mi vehículo, y todavía rinde servicio en las comarcales curvas del pueblo. Tiempo ha que dejaron de funcionar cristales eléctricos, limpiaparabrisas y aire acondicionado, y es cierto que algo traquetea la dirección; pero 386.000 kilómetros es mucho trecho, y más teniendo en cuenta el firme irregular que ha debido transitar. Si bien fue diseñado para rodar majestuoso sobre asfaltos impolutos, mi pobre coche soporta una existencia agitada de saltos, giros bruscos y caminos embarrados. Pero nunca ha mostrado reticencia alguna ante las exigencias de una vida rural; antes bien, mi Audi es una institución en el pueblo. Ante cualquier contingencia, siempre acudían a mi abuelo para un traslado urgente a la ciudad.

Heme aquí camino abajo en busca de la tal Teresa, de la que nada sabía. "Es generosa de carnes y tiene el pelo rubio", me había dicho Juan. Pocas indicaciones me parecieron, por lo que pergeñé un plan astuto. Nada más llegar a la estación de autobuses, me situé con un cartón enorme que sostenía en lo alto, en el que podía leerse: "transporte (gratis) Teresa prima de Juan el de la Jacinta".

Al poco, me vi sorprendido por la aparición de una belleza sin par, trigueña la cabeza, enjuta de cintura y generosa de pechos. "Soy Teresa", me dijo la diosa, "y por Dios baja el cartel de los cojones", añadió, con una voz bellísima.

Demudado por tan grata presencia, salí al calor de la calle llevando caballeroso su equipaje. Mi Audi resplandecía aparcado bajo un sol de justicia, justo enfrente. "¿Vamos a ir en eso?" preguntó la futura madre de mis hijos. "En efecto", respondí ufano. Sin duda, no esperaba Teresa transporte tan señorial como un Audi clásico, y yo me sentía - he de confesarlo - henchido de orgullo.

Tras forcejear unos instantes con la manilla, conseguí abrir la puerta, y pronto estuvimos de camino al pueblo, felices ambos y frenético yo. Despedía Teresita un olor exquisito, y me atrajo sobremanera que llevara el pelo Rubio intenso en su mayor parte y negro caoba en las raíces, donde nace de natural. Sin duda, la muchacha tenía buen gusto y apetecía de seguir las últimas tendencias de la capital. No me perdía detalle mientras conducía, con breves miradas de soslayo: uñas de un rojo fulgurante, blusa de leopardo con generoso escote y falda breve con medias de mallas. Espléndida y elegante. Sudaba copiosamente mi dama, pero ello no mermaba en absoluto su donaire y delicadeza.

Fue una de tantas miradas la que no me permitió observar el enorme socavón al que caímos directos. El golpe fue morrocotudo, y mi amada soltó un "su puta madre" bien justificado. El pobre y vetusto coche salió del trance con un ruido estruendoso que provenía de abajo y, a los pocos minutos, un sonido de tuercas, cojinetes y arandelas anunció la tragedia: mi pobre Audi se detuvo bruscamente, arrojándonos contra el cristal.

Alfonso el tuercas acudió con su grúa, y se dispuso a echarle un vistazo de inmediato. En cuanto salió de debajo del vehículo, leí en su rostro serio la gravedad de la avería. "Es el diferencial, está roto"

"Pero tendrá arreglo", supliqué.

"Habrá que pedirlo. Esto viene de Alemania"

Lo que había empezado como un sueño, se tornó en pesadilla. Tere, lejos de ser la dulce criatura que yo pensaba, resultó ser un pendón de mucho peligro; y me pasé las semanas esperando anhelante la llegada del diferencial alemán.

Resultó ser un verano horrible.

Todo por culpa del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo.

Antonio Carrillo.

lunes, 4 de agosto de 2014

Una sonrisa de verano; el animista

Foto de Rosario Garrido


dedicado a Rafael Yáñez, por si logro despertarle una sonrisa.

Yo trabajaba ¿saben? en una empresa que fabricaba componentes electrónicos para multinacionales. Conseguíamos estropear cualquier electrodoméstico a los dos años de cumplirse la garantía.

Un día me despidieron, con otros. De repente. Sin previo aviso.

La empresa tuvo la gentileza de regalarnos un curso de "refuerzo del ánimo y búsqueda activa de empleo", tal era el nombre.  

El conferenciante dedicó una hora a convencernos de que todo lo sucedido había sido culpa nuestra. Yo era quien sostenía las riendas de mi vida, y un pensamiento positivo era la llave que abría todas las puertas al éxito. El despido, antes que un infortunio, era una oportunidad para alcanzar hitos más altos. Todo dependía de la fuerza de mi espíritu, de mi ánimo.

La hora restante, aprendimos papiroflexia. 

Imbuido de espíritu positivo me dirigí a una librería, en concreto a la sección denominada "libros de autoayuda". Me sorprendió la cantidad y variedad del género expuesto, y confieso que me sentí desorientado. Necesitaba consejo. Bajo el letrero "búsqueda de libros" un joven se afanaba en teclear sobre la superficie acristalada de un enorme teléfono móvil.

- Disculpe. Busco un libro.

- ¿Si? - la mirada seguía pendiente de la pantalla.

- Verá, es por el ánimo, ¿entiende? Necesito un estímulo.

- Un momento.

El joven se levantó y volvió al cabo con un libro (profusamente ilustrado) con el título Kamasutra que, si bien no dejaba de tener su interés, no respondía exactamente a lo que andaba buscando. Azorado, decidí retomar la búsqueda por mí mismo. 

De nuevo ante la estantería, un volumen llamó mi atención: "La verdadera clave de la felicidad", obra del doctor Joseph Diedermann, profesor de Psicoayuda Evolutiva en la Universidad de Woolford, California, EEUU.

Entusiasmado, me dirigí a casa dispuesto a embeberme del conocimiento de tan sabio prohombre.

El autor defendía con férreos argumentos neurológicos que la clave de la felicidad radicaba en el olor. Los aromas, que teníamos tan olvidados, facilitaban que nuestro sistema límbico se inundara de paz, reposo y equilibrio, tan necesarios en la vorágine de la vida actual. Riguroso como soy, procedí a la quema sistemática de grandes cantidades de lavanda, cedro, albahaca y bergamota, amén de otras sustancias de difícil pronunciación. A las dos semanas, la recurrencia de vómitos propios y denuncias por parte de la Comunidad de Vecinos me convenció de abandonar el empeño. 

De nuevo en la librería, Margaret W. Hedger, profesora titular del "Instituto Hall Blanc de Concienciación Humana" me prometía la felicidad en 10 cómodos pasos. Como me considero de natural metódico, la idea de programar un camino hacia el bienestar interior me atrajo de enseguida.

Una vez en casa, me sorprendió gratamente que el primer paso tuviera por título "Aprenda a respirar". Como lo de insuflar aire a los pulmones es algo que tengo sabido desde nada más nacer, creí conveniente pasar al siguiente capítulo. De nuevo una sorpresa: "Aprenda a escuchar". Una vez más, la autora afrontaba el estudio de una función corporal que domino a la perfección: la de oír, puesto que a mis 52 años todavía disfruto de una audición perfecta. Así, uno tras otro, pasé raudo por todos los capítulos. Tan sólo en "Escuche a su corazón" sopesé la necesidad de comprar un fonendoscopio “Littman”.  

Finalmente, y en apenas quince minutos, había ojeado el libro en su totalidad sin encontrar nada que no supiera. Creí que había sido víctima de una estafa, y decidí a tener más cuidado en la elección del siguiente libro.

Tras dedicar unos instantes a la reflexión y la papiroflexia, bello arte en el que había conseguido avances significativos, me encaminé a la librería, en donde ya me conocían. 

Hubo sucesivos intentos con acupuntura, autohipnosis, yoga, senderismo, jardinería, enemas curativos o musicoterapia. Todos ellos, a la larga, infructuosos. Iba camino de abandonarme al desánimo cuando mis tristes ojos se posaron en un volumen: "La sociedad animista". Me sorprendió encontrar un libro sobre el ánimo entre otros dedicados a la antropología. Supuse que se debía a un error.

¡Era mi libro, sin lugar a dudas! Existían sociedades enteras dedicadas al ánimo. Según creí entender, el asunto consistía, básicamente, en adorar al sol y las cosas que nos rodean, participando en ritos de agradecimiento a la lluvia, los árboles y animales. La pertinaz sequía, endémica en Castilla, me impidió lo primero, pero, por fortuna, en la acera de enfrente languidecía un pírrico platanero que el ayuntamiento había abandonado a su suerte. En las horas que pasé junto a mi árbol me hice amigo de infinidad de dueños de perros, a los cuáles yo idolatraba (a los perros, no a los amos) en mi nueva condición animista. De hecho, me compré un labrador, que me acompaña desde entonces.

Un amigo (dueño de un dálmata) me consiguió trabajo, y todo fueron parabienes salvo en un mínimo detalle: la adoración al Sol me obligaba a entablar loas al astro en el momento de su aparición, a las seis de la mañana, desde la terraza de mi casa. Elegí la fórmula milenaria que el faraón Akenatón empleara todos los días en la ciudad de Ajetatón, junto a la hermosa Nefertiti.

Acumulo tantas denuncias de la Comunidad de Vecinos que empiezo a preocuparme.

Pero si me siento bajo de ánimo, sólo tengo que reposar, junto a mi perro, practicando el noble ejercicio de la papiroflexia.

Eso es, en definitiva, la felicidad.

Antonio Carrillo