Juan me había
pedido que recogiera a su prima Teresa, que llegaba en autobús procedente del
norte. Nadie más tiene coche, y nunca he sabido decir que no.
Mala combinación.
Soy el
orgulloso propietario de un Audi 100 2.2 E que heredé de mi abuelo. Veinticinco
años tiene mi vehículo, y todavía rinde servicio en las comarcales curvas del
pueblo. Tiempo ha que dejaron de funcionar cristales eléctricos,
limpiaparabrisas y aire acondicionado, y es cierto que algo traquetea la
dirección; pero 386.000 kilómetros es mucho trecho, y más teniendo en cuenta el
firme irregular que ha debido transitar. Si bien fue diseñado para rodar
majestuoso sobre asfaltos impolutos, mi pobre coche soporta una existencia
agitada de saltos, giros bruscos y caminos embarrados. Pero nunca ha mostrado
reticencia alguna ante las exigencias de una vida rural; antes bien, mi Audi es
una institución en el pueblo. Ante cualquier contingencia, siempre acudían a mi
abuelo para un traslado urgente a la ciudad.
Heme aquí camino abajo en busca de la tal Teresa, de la que nada sabía.
"Es generosa de carnes y tiene el pelo rubio", me había dicho Juan. Pocas indicaciones me parecieron, por lo que pergeñé un plan
astuto. Nada más llegar a la estación de autobuses, me situé con un cartón
enorme que sostenía en lo alto, en el que podía leerse: "transporte (gratis) Teresa prima de Juan
el de la Jacinta".
Al poco, me vi
sorprendido por la aparición de una belleza sin par, trigueña la cabeza, enjuta
de cintura y generosa de pechos. "Soy Teresa", me dijo la diosa,
"y por Dios baja el cartel de los cojones", añadió, con una voz bellísima.
Demudado por
tan grata presencia, salí al calor de la calle llevando caballeroso su equipaje.
Mi Audi resplandecía aparcado bajo un sol de justicia, justo enfrente. "¿Vamos
a ir en eso?" preguntó la futura madre de mis hijos. "En
efecto", respondí ufano. Sin duda, no esperaba Teresa transporte tan señorial
como un Audi clásico, y yo me sentía - he de confesarlo - henchido de orgullo.
Tras
forcejear unos instantes con la manilla, conseguí abrir la puerta, y pronto
estuvimos de camino al pueblo, felices ambos y frenético yo. Despedía Teresita un
olor exquisito, y me atrajo sobremanera que llevara el pelo Rubio intenso en su
mayor parte y negro caoba en las raíces, donde nace de natural. Sin duda, la
muchacha tenía buen gusto y apetecía de seguir las últimas tendencias de la
capital. No me perdía detalle mientras conducía, con breves miradas de soslayo:
uñas de un rojo fulgurante, blusa de leopardo con generoso escote y falda breve
con medias de mallas. Espléndida y elegante. Sudaba copiosamente mi dama,
pero ello no mermaba en absoluto su donaire y delicadeza.
Fue una de
tantas miradas la que no me permitió observar el enorme socavón al que caímos
directos. El golpe fue morrocotudo, y mi amada soltó un "su puta
madre" bien justificado. El pobre y vetusto coche salió del trance con un
ruido estruendoso que provenía de abajo y, a los pocos minutos, un sonido de
tuercas, cojinetes y arandelas anunció la tragedia: mi pobre Audi se detuvo
bruscamente, arrojándonos contra el cristal.
Alfonso el tuercas acudió con
su grúa, y se dispuso a echarle un vistazo de inmediato. En cuanto salió de
debajo del vehículo, leí en su rostro serio la gravedad de la avería. "Es
el diferencial, está roto"
"Pero
tendrá arreglo", supliqué.
"Habrá
que pedirlo. Esto viene de Alemania"
Lo que había
empezado como un sueño, se tornó en pesadilla. Tere, lejos de ser la dulce
criatura que yo pensaba, resultó ser un pendón de mucho peligro; y me pasé las
semanas esperando anhelante la llegada del diferencial alemán.
Resultó ser
un verano horrible.
Todo por
culpa del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo.
Antonio
Carrillo.
jajajajajaja... buen relato, me reí...
ResponderEliminarja ja ....qué relato fresco y bienhumorado....
ResponderEliminarY....Martín............yo diría que más que Corte de la Haya, hemos de hallar un corte ja ja .
Abrazos
Brilliant! And very funny.
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