Todos tenemos la necesidad de
buscar refugio en los templos. Mis santuarios suelen adoptar la forma de museos
o bibliotecas. Me fascinan sus atmósferas, sus laberintos de cultura revelada.
Su evocación de una realidad más rica y matizada.
Hace años Humberto Eco nos invitó
a conocer un templo imaginado: la biblioteca del monasterio medieval de El nombre de la rosa. Es una novela
maravillosa, que transpira su amor por los libros y que le aportó fama mundial.
No es de extrañar que en el otoño de 2013 fuese invitado a celebrar el 50
aniversario de otro lugar fascinante: la biblioteca Beinecke de Manuscritos y
Libros Raros de la Universidad Yale. Ya solo el nombre resulta evocador: la biblioteca
de libros raros.
Al llegar, Eco vio una fachada
sobria, sin ventanas. Una caja de hormigón y piedra diseñada por Gordon
Bunshaft, ganador del premio Pritzker, el conocido como Nóbel de la
arquitectura. Pero una vez dentro asistió a un milagro en forma de luz: el
mármol veteado de la fachada tiene apenas 32 milímetros de espesor, lo que le
confiere una cualidad translúcida. Es un corte tan fino que la luz atraviesa la
piedra, provocando un ambiente de perpetua penumbra, que invita al
recogimiento. Es una luz tamizada que protege el tesoro de cientos de miles de
ejemplares únicos y que refuerza el sentimiento de habernos adentrado en un
verdadero templo.
En el centro, una torre de
cristal de seis pisos nos muestra 180.000 libros, todos ellos extraordinarios.
Más abajo, en los sótanos, se resguardan muchos más. Todos los ejemplares han
sido sometidos a un procedimiento extremadamente peculiar: fueron envueltos en
plástico y congelados durante 3 días a -36 ºC. Es un sistema que ahora imitan
muchas otras instituciones y que previene las plagas.
Humberto Eco tiene a su disposición
algunos de los ejemplares más alucinantes del mundo, como una de las escasas 48
biblias de Gutenberg que se conservan en el mundo. Pero el erudito solicita ver
un solo libro, el que tiene el código MS 408.
Eco ha pedido que le traigan el manuscrito Voynich, el libro más misterioso del mundo.
El semiólogo italiano disfruta
del privilegio de poder pasar las páginas de un ejemplar repleto de imágenes insólitas,
de plantas desconocidas, de soles y estrellas, de mujeres desnudas conectadas
por tuberías y diagramas circulares ininteligibles.
Un libro que nadie ha podido
leer, porque está escrito en un idioma que no existe.
Hemos podido datar cuándo se
fabricó la piel que conforma sus 240 páginas; según las pruebas del
carbono 14 el pergamino se fechó entre 1404 y 1438, y el análisis químico
de la tinta demostró que fue aplicada no mucho después. Por lo tanto, estamos
ante un verdadero ejemplar de finales de la Edad Media.
Algunas pistas nos permiten
elucubrar sobre el lugar en el que fue escrito: Italia. Hay un dibujo de una
ciudad amurallada y, curiosamente, en la Baja Edad Media del norte Italiano la forma
de las almenas podía ser un signo de orientación política. En concreto, las
almenas cuadradas se utilizaban en murallas de los güelfos, una facción que apoyaba al papado.
Sus enemigos los gibelinos, que apoyaban al emperador, se identificaban con
almenas con forma de cola de golondrina.
Las almenas dibujadas en el manuscrito
Voynich eran almenas gibelinas, similares a las del castillo de Fenís en el norte
de Italia.
Además, la escritura está hecha
en un tipo de letra que se denomina “itálico”, propio del norte de Italia y de
principios del 1.400. Todo coincide.
En la década de 1940 George
Kingsley Zipf, lingüista de la Universidad de Harvard, ideó una ley que
determina la frecuencia de aparición de las distintas palabras de un idioma. Es
una ley que permite distinguir los idiomas naturales de los artificiales, como
el de los elfos de El señor de los anillos o el klingon de
Star Trek. El idioma del manuscrito Voynich cumple con la Ley de Zipf.
Es un texto escrito de izquierda
a derecha, dividido en párrafos y sin signos de puntuación. Es un alfabeto de
entre 20 y 30 glifos, con unas 35.000 palabras. El Santo Grial de la
criptografía histórica que se ha resistido a desentrañar sus misterios hasta el
día de hoy.
¿Cuál es su propósito? Hay
múltiples teorías. Es muy extraño que los dibujos muestren plantas que
aparentemente no existen. Algunos teóricos de ideas alucinatorias has
especulado con que se trate de un herbario extraterrestre. En realidad, puede
que la explicación sea más mundana: podría tratarse de un manual de secretos
guardados por artesanos medievales, en cuestiones como farmacopea de venenos,
fabricación de instrumentos ópticos, medicina avanzada, fabricación de nuevos
materiales como el papel o el vidrio… asuntos que representaban las mayores
innovaciones tecnológicas a finales de la Edad Media y cuyo conocimiento y
difusión estaba regulado y protegido por el Estado para evitar que potencias extranjeras
tuviesen acceso al mismo.
Por otra parte, un experto en
herbarios antiguos, Sergio Toresella, ha propuesto que el manuscrito Voynich podría ser un herbario alquímico ficticio, con
dibujos inventados; un manual con el que los curanderos trataban de impresionar
a sus clientes. Al parecer era una práctica conocida en el norte de Italia de
esa época, aunque ninguno de los manuales que nos han llegado ha sido escrito
en un idioma desconocido. Y es curioso que un idioma inventado cumpla con la
Ley de Zipf.
Podemos encontrarnos ante un
grimorio: un libro de conocimiento mágico europeo de la Baja Edad Media, con
sus fórmulas mágicas, correspondencias astrológicas, hechizos e invocaciones de
entidades sobrenaturales y aquelarres. Un
libro como el Liber Aneguemis (en español, Libro de las leyes), un manual de
magia natural práctica donde se explica cómo crear una entidad humanoide a
partir del sacrificio de una vaca, esperma humano, minerales o sangre. Un libro
fascinante donde se ofrece las claves de la invisibilidad, de la transformación
o de la adivinación. También se ofrece información sobre las ilusiones ópticas
o la fabricación de artefactos.
No me extraña que Humberto Eco
pidiese ver el manuscrito Voynich. Yo habría hecho lo mismo. Y eso que la biblia de Gutenberg de la
biblioteca Beinecke está completa: sólo hay 21 biblias Gutenberg completas en
el mundo.
Por cierto, hay una biblia
completa de Gutenberg en la Biblioteca Pública del Estado de Burgos; no es de
extrañar, Burgos, en el norte de España, era una localidad importante en la
edición de libros del siglo XV. Y hay más: en el año 2015 Yale seleccionó a una
editorial experta en ediciones facsímiles, con más de 14 premios nacionales,
para hacer un facsímil del manuscrito Voynich. Esa editorial se llama Siloé y
tiene su sede en Burgos.
Tras años de investigación y de
trabajo sobre el manuscrito, y dada la cantidad de información recabada, la
editorial decidió reformar el antiguo Museo del Libro de Burgos y convertirlo
en el actual museo del manuscrito Voynich. Su última incorporación es una carta
manuscrita de Ethel Lilian Voynich a la investigadora Eleanor Marquand, del
Jardín Botánico de Nueva York, sobre las plantas dibujadas en el manuscrito.
Lo decía al principio: los
laberintos de cultura que nos llevan de la Italia medieval y sus almenas a
Connecticut, donde está Yale, y a la hermosa Burgos.
Estos trayectos por la cultura y
el saber no son inútiles. Nos vacunan contra el aburrimiento y la estulticia. Y
hoy son más necesarios que nunca.
Porque, por desgracia, convivimos
con la idiotez y la mediocridad. ¿Recuerdan que les dije el nombre del arquitecto
de la biblioteca Beinecke? Gordon Bunshaft, uno de los creadores más
importantes del siglo XX, diseñó una casa para él y su esposa: la conocida como
Travertine house. Una caja rectangular
de hormigón revestido de travertino, con unos espacios habitables interiores
separados por paneles de vidrio. La iluminación estaba diseñada específicamente
al servicio de una colección de arte que incluía piezas de Picasso, Le
Corbusier o Henry Moore. ¿Se lo imaginan?
La viuda de Bunshaft intentó renovar
el interior en 1990, pero una disputa con un vecino, el promotor Harry
Macklowe, lo impidió. Cuando falleció en 1994 la casa y su contenido fueron
legados al MOMA, que vació la casa de sus obras de arte y la vendió a un
particular, Martha Stewart, sin restricciones que protegieran una obra de arte de
la arquitectura del siglo XX.
Martha acabó en la cárcel por
problemas legales, y le regaló la casa a su hija Alexis, quien a su vez se la vendió al magnate textil Donald Maharam, quien describió la Travertine house como
"decrépita y en gran parte irreparable". La demolió en el 2005 para
que su yerno, David Pill, pudiese diseñar una casa nueva.
La Travertine house también era
un templo, y cuando se derribó todos nos volvimos un poco más pobres. Los
constructores, empresarios textiles, notarios y funcionarios de prisiones son
necesarios. Pero también lo es un semiólogo y un poeta, un historiador y un
músico. La cultura nos pertenece a todos y a todos corresponde protegerla.
Sin cultura corremos el riesgo de
demoler templos con nosotros dentro.
Hay casas que no son prácticas, y
hay libros que no se pueden leer. Menos mal.
Antonio Carrillo