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miércoles, 13 de julio de 2011

El sentido del humor II



Los Organismos Internacionales nos advierten de que las previsiones financieras y macroeconómicas para los próximos lustros nos encaminan, irremisiblemente, hacia el abismo.
Por tanto, como un ejercicio de responsabilidad, desde este blog aportamos otras tres perlas de humor únicas y magníficas.
Puede que nos espere la más absoluta quiebra; pero al menos caeremos con una sonrisa.

La primera aportación es una joya del grupo Monthy Pyton´s. Es, simplemente, insuperable.


 

La segunda presenta al grupo Tricicle: la risa sin palabras.



 

Por último, el famoso programa Un, dos, tres le dio a oportunidad a un joven andaluz, Ángel Garó. Esta fue su primera actuación. Se convirtió en un gran éxito.





Antonio Carrillo

Dedicado con cariño a Marcos Mendieta y a su esposa, en un muy mal día para todos.

martes, 28 de junio de 2011

El sentido del humor





Habrá quien considere la tragedia la culminación del arte escénico. No es mi caso. Yo admiro a quien provoca la risa. Sobre todo si emplea un humor honesto e inteligente, que no se fundamenta en la humillación ni en el insulto.

Woody Allen escribió: "hay matrimonios que acaban bien, y los hay que duran toda la vida". Es una frase ingeniosa, que provoca una leve chispa en algún lugar de nuestra corteza cerebral, y bajo la que se adivina un fondo de patetismo y crudeza social. El humor y la melancolía a menudo son aliados de la sensibilidad y la inteligencia. La vida tiene un sabor agridulce; no en vano, tiene siempre mal pronóstico. Por eso es tan exquisito saber sacar una sonrisa de la negrura. "Si un pobre come merluza, es porque uno de los dos está malo". Este mazazo cruel es inteligencia pura, y yo admiro la creatividad por encima de todo. Admiro profundamente a quien es capaz de hacer reír, y más si la risa tiene un trasfondo triste. A la manera de Chaplin.

A la manera de Billy Wider. "El Apartamento", ¿es una comedia?





Denme a un dulce niño con expresión dolida y a una madre ausente y fría; aporten una banda sonora melancólica y muchos silencios repletos de miradas, de primeros planos; y tendrán recorrido medio trecho hacia el Oscar. Sin embargo, encuentren un guión inteligente, que haga reír y pensar al mismo tiempo. ¡Es infinitamente más difícil! Y, sin embargo, ¿cuántas comedias resultan ganadoras del Oscar a la mejor película? ¿Acaso es un género menor? Es cierto que la comedia vive momentos difíciles, y que el talento escasea. Casi todas las comedias que se estrenan son chabacanadas adolescentes y previsibles. Tampoco es extraño: el talento, si por algo se caracteriza, es por ser escaso.

Pero insisto ¿por qué la comedia se considera un arte menor?

Dejo la pregunta sin respuesta. Todo lo anterior no era sino una excusa, un prefacio, para lo que viene: tres breves instantes de humor.

El primero es un recuerdo a un maestro ya fallecido: Luis Sanchez Pollack, "Tip". Un individuo único, alto y vestido de riguroso chaqué, que utilizaba el estrambote para darle un giro a la realidad de 180 grados. Maestro del absurdo, Tip recogía elementos cotidianos y construía mundos de fantasía humorística, dándoles una patina de seriedad y rigor. Maestro del lenguaje y la improvisación, Tip nos hacía creer que lo imposible era verosímil, que había otra manera de percibir la realidad.

En este caso, nos cuenta su tierna experiencia cuando acogió como mascota a una gamba.







La empanadilla y Móstoles, una urbe cercana a Madrid, son los elementos sobre los que gira esta escena del duo humorístico "Martes y trece". Encarna Sánchez era una locutora famosísima de la España de principios de los 80, y es objeto de una parodia desternillante.






Otro duo humorista genial: Gomaespuma. En su parodia del radio-taxi.





Si les ha hecho reír esta escena, busquen la carta que un tierno infante le dedica a Papá Noel.


Antonio Carrillo

lunes, 16 de mayo de 2011

La verdadera naturaleza humana. Segunda parte. Colaboración, sudor y sentido del humor




Imagen sacada del blog "lamiradaderuth"







Teníamos pendiente la tarea de hacer un análisis desde la perspectiva antropológica de la naturaleza humana; pero antes aportaremos algo más sobre los indicios que ofrece nuestra fisonomía.

Aristóteles intuyó la teoría de la evolución cuando dijo que "la naturaleza es el principio del movimiento". Los seres vivos se adaptan (se mueven) de tal manera que ocupan un lugar específico en el nicho biológico. Si se quiere saber algo de un animal, conviene empezar por su fisiología, que nos ofrece pistas sobre su comportamiento y naturaleza.

Imagen sacada del blog "tabanitosportu"



El Homo Sapiens es un animal extremadamente peculiar. Tuvo su lugar de origen en el extremo oriental de África, hace unos 150.000 años, y es consecuencia de la evolución de una rama de los homininos, la de los "Homo". De esta rama fructificaron varias especies, como los Neandertales, que ocuparon durante miles de años un nicho biológico en Eurasia, convivieron con nosotros y se extinguieron recientemente. Desde su desaparición, sólo quedamos nosotros. Somos los últimos "Homo".

Lo distintivo del Homo sapiens es que se conjuguen dos tipos de evolución: la natural y la cultural. No sólo heredamos; además aprendemos y enseñamos. Esto es consecuencia de haber desarrollado un órgano maravilloso, el cerebro humano, que nos otorga habilidades inauditas. En el cerebro está la clave de la naturaleza humana.

Los humanos somos omnívoros, y necesitamos del aporte proteínico necesario para mantener no sólo un cuerpo, sino también una ingente actividad cerebral. Somos, por tanto, cazadores, carroñeros y recolectores. No lo parece; no ostentamos unos caninos que nos identifiquen como depredadores, ni podemos alcanzar una velocidad similar a la de otros animales cazadores o sus presas. No somos guepardos ni leones. Y, sin embargo, somos una máquina de matar asombrosa. La más poderosa que haya existido jamás.

El humano es un corredor de fondo. Poseemos un sistema circulatorio y muscular bastante evolucionado. Todas las venas, arterias o capilares que forman nuestro sistema circulatorio tienen una longitud increíble: 125.000 kilómetros. Para que un sistema así funcione necesitamos de un motor muy potente; si aprovecháramos el total de la fuerza ejercida por nuestro corazón durante un solo día para, por ejemplo, levantar un coche de dos toneladas, lo alzaríamos hasta una altura de 10.000 metros, la altitud de vuelo de un avión comercial.

Los cazadores de la sabana africana eran capaces de correr tras una presa durante horas, hasta que la víctima acababa derrengada por el esfuerzo. El cerebro y los genitales se protegían del sol por una espesa mata de pelo. En el resto del cuerpo, el pelo es apenas visible. En cambio, sudamos. Durante la caza, cada gramo de sudor que se evapora con la brisa supone 5 calorías menos. Estamos, como los coches, refrigerados por agua. Increíble.

El sudor supone una pérdida de agua que debemos reponer de inmediato. Ello implica que debamos acarrear durante la caza cierta cantidad de agua; o, al menos, debemos planificar los lugares en los que podemos encontrar agua. Además, tenemos memoria y aprendizaje. Sabemos leer las huellas que dejan otros animales, podemos seguir su rastro, predecir su comportamiento, valorar su estado. Es una cualidad que nos permite prescindir de unos sentidos portentosos. No necesitamos la vista del águila, el olfato del perro ni el sónar del murciélago. Fabricamos armas arrojadizas capaces de atravesar la dura piel de un Mamut. Colaboramos en tareas colectivas planificadas, y trabajamos coordinados con otros miembros del clan. Nuestra fisiología nos obliga a utilizar flechas envenenadas para matar casi al instante y no correr riesgos, fabricamos piedras afiladas como colmillos para cortar la carne, curtimos y cosemos pieles para proteger nuestro cuerpo lampiño del frío del invierno.

Hemos domesticado a los perros para que nos avisen de la llegada de depredadores; y nuestro cerebro nos ha facilitado el uso del fuego, que nos da luz, calor y protección e, incluso más importante, nos permite cocer la carne y las verduras. Con la cocción los nutrientes se asimilan fácilmente, y podemos derivar la energía de la digestión a otros usos, fundamentalmente al cerebro: el órgano que hace posible la curiosidad, la creatividad, el aprendizaje; las flechas, abrigos y cuchillos. La evolución cultural, en suma. Lo que somos.

Platon narra en el diálogo "Protagoras" el mito de Epimeteo. Este Titán recibe el encargo de dotar a los animales de unas características que les permitirán sobrevivir dentro de su propio nicho biológico. Pero el humano queda el último en el reparto, desnudo e indefenso, y Epimeteo ha gastado todas las facultades. Prometeo, su hermano, decide entonces robar y otorgar a los humanos algo que corresponde a los dioses: las artes. Este asombroso don les confiere a los hombres un carácter casi divino; pueden fabricar utensilios, cubrirse con pieles, transmitir sus conocimientos, domar el fuego, fabricar trampas... a partir de este momento el humano deja de estar aprisionado por las exigencias de la herencia, y domina y hace suya la naturaleza; se distingue así del animal, que no puede ser otra cosa sino lo que es. El humano forja su destino. Elige. Dispone de una evolución cultural que transformará el planeta entero a su conveniencia. Estamos en la cúspide de la cadena alimenticia.

La pregunta entonces es: desde la antropología, en condiciones idóneas, en un hábitat que facilita la adquisición de nutrientes y sin presión demográfica, ¿cómo se comporta el cazador/recolector sin colmillos ni pelo que llamamos humano? ¿Son cooperativos o competitivos? ¿Igualitarios o jerarquizados? ¿Violentos o pacíficos?

Quedan pocos ejemplos de sociedades cazadoras/recolectoras que hayan permanecido indemnes a la influencia del progreso. Una de ellas es la de los pigmeos.





Los etnólogos que han convivido con los pigmeos, y con el resto de pueblos cazadores/recolectores, describen una sociedad cooperativa, poco jerarquizada, en la que la mujer no está subordinada al hombre; una sociedad en la que se le concede una enorme importancia a la tradición oral consistente en narrar mitos, en la que la educación y cuidado de los niños es una labor colectiva, en la que la violencia no se aplica como forma de solventar los conflictos. Sociedades en la que el tiempo dedicado a procurarse la subsistencia ocupa unas 6 horas del día; el resto es ocio, juego e intercomunicación. Son pueblos en los que destaca un sentido lúdico de la existencia, con una vivencia desacomplejada de la sexualidad y en los que el sentido del humor forma parte de su identidad. ¿No les recuerda a los bonobos, de los que hablamos hace unas semanas?

Son grupos en los que se com-parte (se parte con) lo que se tiene, en los que se tienen instaurados ritos de paso que dan sentido a la madurez, al paso de los años, y refuerzan los lazos entre los distintos miembros.

Los pigmeos nos ofrecen infinidad de anécdotas. Un antropólogo se extrañó de la actitud socarrona y alegre con la que recibían la llegada de personas ajenas al poblado. Mucho más tarde supo que los pigmeos acostumbran a defecar en el sendero que conduce a su poblado. Mientras ellos utilizan una senda oculta, el resto de las personas llegan después de haber caminado sobre sus heces. Es una broma que les hace mucha gracia. Los que llegan son el "hazme-reír" del poblado.

Una antropóloga francesa me contó la anécdota de una mujer buena, a la que llegó la menopausia sin haber engendrado un hijo. Otra familia del poblado le ofreció a su propia hija, que fue a vivir a su cabaña y engendró un hijo con un hombre de la tribu. Tras el parto, las dos mujeres se ocuparon del cuidado y la crianza del bebé. Para la joven y su familia era un honor ayudar a la otra mujer mayor a experimentar la experiencia de tener un hijo. La tribu no concebía que a una mujer buena se le negara ese derecho.

En ocasiones los pigmeos trabajan para otras poblaciones de agricultores, pero en general no están mucho tiempo, ni entienden la manera de ser de sus empleadores, su devoción por el trabajo, su ansia por acumular cosas y su falta de tiempo libre.

Como dice la letra de la canción: "pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo".

Al menos una vez al año las mujeres irrumpen en casa de sus cuñados, a los que arrastran a la fuerza fuera de sus cabañas, bajo la mirada divertida de la esposa. Entonces, empiezan a lanzar insultos y burlas por la poca actividad sexual recibida de su hombre, mientras se colocan enormes falos de madera y se pavonean imitando la típica prepotencia masculina. Resulta curioso que las burlas no las dirijan a sus propios maridos, sino que utilicen a sus cuñados. Seguramente, su marido estará siendo objeto de burla a su vez por otra mujer de la familia. Los hombres aguantan este "chaparrón" cariacontecidos, pero humildes. No les queda otra.

Un antropólogo entró en contacto con los ¡Kung, otra cultura cazadora/recolectora. Del desierto de Kalahari. Preguntó al primer hombre por el jefe de la tribu, y el individuo se presentó como tal. El problema fue que el segundo hombre con el que habló se definió igualmente como dirigente, y así, uno tras otro, todos los hombres del poblado decían lo mismo; todos eran jefes. Finalmente, el antropólogo entendió que los ¡Kung no comprendían del todo el concepto de autoridad. Unos meses después, le contaron la historia de un miembro de la tribu que se volvió loco. Se colocó unos adornos extraños y empezó a vociferar que era el único jefe de la tribu, y que los demás le debían obediencia. El clan entero abandonó el poblado y lo dejó a solas con su locura, acompañado por su desconsolada esposa.

Todo lo anterior describe el comportamiento de grupos humanos que viven en condiciones propias del paleolítico. Las mismas en las que hemos vivido durante el 95% del tiempo en que los humanos poblamos este mundo. Es mucho tiempo, demasiado, para no tenerlo en cuenta.

¿Cómo hemos llegado al estilo de vida patriarcal, competitivo y ensordecedor en el que hemos transformado nuestra sociedad? Lo veremos en otra ocasión. Soy perfectamente consciente de caer en el estereotipo del "buen salvaje" de Rousseau. Nada hablo de la esperanza de vida, de la falta de asistencia médica, de la contaminación tecnológica; ni de episodios de violencia que se dan en otras sociedades antiguas, en lugares como Nueva Guinea, en donde la presión demográfica y la disputa entre agricultores y ganaderos convierten la vida en un infierno. Por si se lo pregunta, claro está que prefiero la comodidad de mi hogar a una choza; y querría estar en un hospital, y no en la selva, si sufro de apendicitis.

Quisiera ser claro: no propugno volver a un estado salvaje. Pero cuando la Organización de Naciones Unidas financió una investigación sobre la risa, descubrió con sorpresa que el lugar donde más se ríe es África. Y es de humor, de cuentos, de educación y atención a los hijos; es de vida en comunidad de lo que hablo.

De fogatas frente a frías pantallas de televisión trata este artículo. De tradición oral y memoria del mito frente a escolaridad competitiva y videojuegos. De identidad y pertenencia frente a una progresiva alienación social.

¿Es éste un artículo cargado de tópicos y dogmatismos? Sin duda. ¿Está escrito con trazos demasiado gruesos? Qué duda cabe.

Pero hoy tocaba hablar de risas, de niños, de dignidad, música y mitos. Mañana tocará hablar de la balanza de pagos o de productividad. Hoy no.

Hoy toca hablar de la verdadera naturaleza del hombre.


Antonio Carrillo Tundidor