Voltaire admiraba la figura del filósofo y matemático griego
Apolonio de Tiana. Llegó a decir que su importancia histórica superaba al
mismísimo Jesucristo. Esto es, por supuesto, una solemne tontería.
Sin embargo, nos interesa, y mucho, el personaje de Apolonio
porque, precisamente, ha sido reconocido históricamente como un trasunto pagano
de Jesús de Nazaret. El teólogo exegético Ferdinand Christian Baur lo definía
en el siglo XIX como una réplica filosófica a Cristo. Mucho antes, Eusebio de
Cesarea, uno de los primeros padres de la iglesia, escribió su Discurso de Amor a la Verdad, en el que
rebate a Hiérocles de Alejandría (gobernador romano y filósofo neoplatónico) en
el intento de glorificar a Apolonio. Como vemos, desde muy pronto se
establecieron concordancias entre la vida de Apolonio y la de Jesús. ¿Por qué?
De Apolonio sabemos bastante, mucho más que del Jesús histórico,
del que no sabemos apenas nada (de fuentes fiables). La bella emperatriz Julia
Domna, esposa y madre de emperadores (Severo y Caracalla), encargó al sofista
griego Flavio Filóstrato que redactara su biografía. También lo citan, entre
otros, Apuleyo, Vospico, Luciano, Lampride, Dione Casio u Orígenes. En el museo
de Adana, en Turquía, una inscripción en piedra dice literalmente que Apolonio
"extingue las faltas de los hombres", y que ascendió a los cielos
para que pudiera "librar a los hombres de sus males".
No se conoce la fecha exacta de su nacimiento, pero la más
probable se corresponde al año 4 ó 6 a.C. Apolonio nació, esto sí es seguro, en
Tiana (ciudad de la hoy turca Capadocia), y era de familia noble. Su venida al
mundo está revestida de todo tipo de leyendas, como corresponde a un personaje
de su época y categoría. Según algunas crónicas, fue engendrado después de un
sueño místico de su madre (al igual que Jesús). El parto, además, fue
espectacular. Charles B. Waite, juez y teólogo decimonónico, autor de la
“Historia de la Religión Cristiana hasta el año Doscientos” nos lo describe de
esta guisa:
“’Antes de su nacimiento, Proteo,
un dios egipcio, se le apareció a su madre y le anunció que se encarnaría en el
niño venidero. Siguiendo las indicaciones dadas en un sueño, ella se dirigió a
un prado para recoger flores. Estando allí, una bandada de cisnes formó un coro
a su alrededor, agitando sus alas y cantando al unísono. Mientras estaban
ocupados en ello, y el aire era abanicado por un delicado céfiro, Apolonio
nació.”
Por lo leído, no hizo falta anestesia epidural alguna.
Con tales antecedentes, no es de extrañar que se tratara de un
niño con una prodigiosa inteligencia y extrañas facultades. Contando apenas
catorce años estudió ciencias fenicias en la ciudad de Tarso, bajo la tutela de
Eutidemo, profesor de retórica (no el sofista citado por Platón). También se
adentró en el conocimiento de la filosofía pitagórica y las matemáticas como
pupilo de Euxeno de Heráclea.
Con la muerte de su padre, a los 20 años, heredó una gran fortuna,
pero la donó en su totalidad, dando ejemplo de lo que sería su filosofía de
vida. Muy influenciado por la corriente pitagórica, decidió vivir una vida
ascética; vestía con una sencilla toga de lino blanco, optó por el celibato y
jamás probó el vino. Sólo comía legumbres, frutas y verduras. Se refugiaba del
frío en los templos, y solía ir descalzo.
Como ejemplo de introspección, basta con indicar que se abstuvo de
hablar durante cinco años.
Con tales mimbres, pronto se ganó una reputación de sabio. Una
cohorte de seguidores comenzó a seguir sus pasos por medio mundo: Grecia, por
supuesto, pero también Babilonia, Egipto, Creta, Sicilia, Roma, Cádiz... Al
final de sus días, Apolonio dominaba 16 idiomas.
Los seguidores lo abandonaron sin embargo cuando su caminar lo
condujo lejos, muy lejos. Nada menos que a la India, en donde aprendió de los
Brahmanes. Y más lejano aún, a Cachemira, y al Tíbet. Sabemos de su presencia
en templos del Himalaya gracias a Damis, un discípulo que se encontró en el
camino y el único que lo siguió en su andadura. De Damis y sus muchas
anotaciones consiguió la información el biógrafo Filóstrato, dos siglos más
tarde.
Este suceso extraordinario también lo asemeja a Jesús, del cual se
rumorea que, en sus llamados "años perdidos" (desde la juventud hasta
los 30 años), recorrió tierras de Oriente. Algunos autores afirman que existen
pruebas, incluso documentales, de la presencia del nazareno en tierras del
Tíbet.
¿Es esto posible? Es improbable, y desde luego no conozco ninguna
prueba fiable de tal viaje, como tampoco de la existencia del Yeti. El
corresponsal de guerra ruso Nicolás Notovitch visitó India y Tíbet a finales
del XIX. Afirmó que oyó hablar de un manuscrito sobre la vida del Santo Issa
(Jesús en árabe) guardado en el monasterio de Hemis Ladakh. Nadie ha podido
demostrar su existencia. Sin embargo, sí parece que Apolonio tuvo conocimiento
del pensamiento de Oriente; primero, existen textos sánscritos que citan a los
ascetas de las regiones occidentales Apalunya (Apolonio) y Damisaa (Damis);
segundo, a raíz de su extraordinario viaje, Occidente conoce de la existencia
de los Upanishads (libros sagrados
védicos) y de la Bhagavad Gita, parte
del texto épico Majábharata.
A su vuelta del lejano Oriente su aspecto físico lo delata: más
parecido a los Brahames que a los sofistas griegos, su barba era larga espesa,
y largos también sus cabellos.
Vuelven entonces los discípulos, que adoptan tanto su aspecto como
su forma de vida, y se genera una leyenda en vida de Apolonio como maestro del
género humano. En el relato de su devenir abundan los milagros, los hechos sin explicación
posible: se negó a subir a un barco augurando su naufragio, que en efecto se
produjo. Predijo el asesinato del emperador Domiciano. En Roma resucitó a una
doncella de noble cuna (¿Lázaro?), y en diversas celebraciones hizo aparecer de
la nada panes o frutos (¿multiplicación de panes y peces?)
Sin embargo, en estos hechos extraordinarios encontramos una
diferencia fundamental entre Apolonio y Jesús; mientras en el segundo los
milagros se consideran pruebas irrefutables de su naturaleza divina, Apolonio
quitaba importancia a los mismos, pues los consideraba como algo secundario y
sujetos a una explicación racional. ¿Acaso reanimó a la joven utilizando sus
conocimientos en medicina? Recordemos que Apolonio se ganó un profundo respeto
en el templo de Esculapio por sus remedios curativos ¿Vio algo en el barco que
le permitió augurar su próxima zozobra? Lo cierto y verdad es que Apolonio no
le atribuía causas mistéricas a los fenómenos; afirmaba así que volcanes o
mareas eran acontecimientos de orden natural, y que la hombre llegarían a
conocer sus causas.
En definitiva, Apolonio ni era ni se creía un ser sagrado, no
estaba llamado a una cruzada mesiánica. Tan sólo enseñaba, curaba, hablaba de
paz y buenas costumbres. No pidió que le siguieran, y mucho menos que nadie
continuara su obra.
Vespasiano le consideraba, sin embargo, cercano a la divinidad, y
solía pedir su consejo en asuntos de Estado. Lo mismo otros monarcas de su
época, persas, egipcios, babilonios, hindúes... Cuando el rey de Babilonia Vardane
le preguntó cómo reinar en paz, la respuesta de Apolonio fue: "Ten muchos
amigos y pocos confidentes". Es la respuesta de un filósofo.
Rechazó los sacrificios, le preocupaba la moderación en las
costumbres, la paz entre los pueblos, y se negó a recibir prebendas de los
poderosos. Sin embargo, los reconocimientos que recibió en vida fueron
numerosos: Elio Lampride afirma que el emperador Alejandro Severo, el primer
emperador que no persiguió a los cristianos, tenía en su lararium (altar
privado), entre otras figuras como Jesús, Abraham y Orfeo, la imagen de
Apolonio; el historiador Flavio Vopisco, en su obra "Vida de
Aurelio", afirma en boca del emperador "que debe honrársele como ser
superior". El autor llega a decir que "es un verdadero amigo de los
dioses y entre los hombres no es posible encontrar un ser más santo y más
parecido a Dios". Dione Casio afirma que el emperador Caracalla erigió un
templo en su honor. El Emperador Tito, tras recibir consejo de Apolonio sobre
el año 80 d.C., le respondió: "En mi propio nombre y en nombre de mi país
le doy las gracias, y estaré atento a esas cosas. De hecho, yo he conquistado
Jerusalén, pero Usted me tiene capturado
a mi".
Se dice que, cercano el fin de su vida, abrió una escuela
esotérica en Éfeso; pero poco se sabe a ciencia cierta de su muerte. Ni
siquiera se conoce la ubicación de su tumba. Unos autores dicen que murió en el
templo de Atenea, en Lindo, Rodas (donde nació el sabio Cleóbulo); otros
defienden que expiró en el templo dedicado a Artemisa en Éfeso, una de las
siete maravillas del mundo antiguo.
Una leyenda (mi preferida, pues lo acerca a la figura de
Epiménides, con la que veo alguna relación) sitúa su muerte en Creta, en un
templo guardado por perros salvajes que, dóciles, dejaron entrar al sabio. Las
puertas del templo se abrieron solas, y un coro celestial lo acompañó en su
ascensión. Por cierto, muchos apologistas dan por cierto que resucitó, y que se
apareció a un (suponemos que aterrado) discípulo, que dudaba de él.
¿Por qué Cristo fue Jesús de Nazaret, y no Apolonio de Tiana? Se
me ocurren varias razones.
Apolonio no fundó una religión, y más que discípulos tuvo alumnos.
No creo que se le apareciera en forma cuasi-incorpórea a un discípulo por tener
dudas; la duda es amiga fiel de la filosofía, y Apolonio era filósofo. Es
seguro que Apolonio no pretendió que nadie siguiera tras su muerte con un
adoctrinamiento que él mismo desaconsejaba.
Apolonio se expuso a muchos sucesos como protagonista absoluto de
su época; no podía haber misterio ni enigma alguno si él mismo quitaba
importancia a sus pretendidos milagros. Dejó tras de sí libros, cartas, enseñó
todo a lo largo de su mundo y no daba lugar a interpretaciones. Fue un gran
hombre, pero nada más. De hecho, muchos de los milagros y misterios que se le atribuyen
parecen tomados de un cristianismo primigenio, como si desde el agnosticismo se
quisiera responder a la figura emergente de Cristo.
También pudo ser al revés, y los autores de los evangelios podrían
haberse apropiado de habladurías que circulaban sobre el famoso Apolonio. Es
bien sabido que la Biblia rebosa de simbología recogida de tradiciones
babilónicas y egipcias. Al fin y al cabo, la emulación de arquetipos y
simbologías antiguas es algo común en la religiosidad humana. (Génesis, diluvio
universal, pecado original, nacimiento de una virgen, resurrección al tercer
día, etc.)
Pero, en mi opinión, el motivo más importante lo encontramos en
otra personalidad excepcional: Pablo de Tarso. Pablo creó (moldeó) a Cristo y
su iglesia sin conocer a Jesús. El cristianismo es más obra suya que de los
evangelistas sinópticos, del evangelista Juan o del mismo Jesús histórico. No
hubo un "Pablo" que supiera (o quisiera) hacer de Apolonio una figura
mítica que trascendiera a la persona.
Ello no le resta mérito al Apolonio hombre. Sin lugar a dudas, un
ser humano excepcional. Pero no hijo de Dios. Tampoco Dios mismo.
Tan sólo filósofo.
Antonio Carrillo.