martes, 28 de febrero de 2017

La anomalía del Valle de los Caídos


Godot13


Vivimos en una época difícil.

Todas lo son, en mayor o menor medida.

Siempre me ha interesado la perspectiva histórica; es así que, me pregunto, dentro de 20, 100, 5.000 años ¿qué suceso de entre los acaecidos durante este decenio tendrá cierta trascendencia? ¿Serán tan importantes el Brexit, Trump, el resurgimiento de los nacionalismos o el fanatismo terrorista? ¿Acaso el cambio climático, la creciente desigualdad en el corazón de los países más desarrollados como espoleta de conflictos sociales? Es imposible preverlo. Pero se intuye que hay una íntima relación en todo lo que he descrito.

Lo expondré con un ejemplo; en la década de los 40 del siglo XX se produjo un hecho muy significado: la Guerra Mundial, que supuso la invención de la bomba atómica. Desde entonces, la humanidad detentamos el mayor poder posible, el de autodestruirnos. Es aterrador.

Sin embargo, creo que el hecho más trascendental fue que las heridas de guerra favorecieron la producción industrial de un medicamento nuevo; de un hongo: la penicilina.

Los humanos nos vanagloriamos de haber alcanzado una esperanza de vida altísima (en el primer mundo, claro está) debido a dos factores: la potabilización del agua y el uso de los antibióticos. La penicilina es así tan importante para nuestra supervivencia cotidiana como lo fue en su día dominar el fuego o el descubrimiento de la agricultura. Los antibióticos han salvado cientos de millones de vidas.

Por desgracia, como ya advirtió Fleming en su discurso de aceptación del premio Nobel, es probable que el mal uso que hacemos de los antibióticos provoque la aparición de superbacterias resistentes, y una consecuente pandemia. Lo veremos. 

Visto con perspectiva, como he indicado, resulta interesante el engañoso título de este artículo: “la anomalía del Valle de los Caídos”, como un ejemplo de enfoque habencia sub species aeternitatis, a la manera de Spinoza. Desde un contexto, pues, que trascienda nuestra corta experiencia como especie.
Xauxa


Cualquiera habrá pensado: el autor va a tratar del tema de las tumbas del dictador español Francisco Franco y de Primo de Rivera, éste último líder fundador de Falange Española, el partido fascista creado a imagen y semejanza de la italia de Mussolini. El Valle de los Caídos es un conjunto arquitectónico faraónico, inmenso, que se fundó (sic) “por la dimensión de nuestra Cruzada, los heroicos sacrificios que la Victoria encierra, y la trascendencia que ha tenido para el futuro de España esta epopeya”. En definitiva, que “por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de Dios y de la Patria”. Sólo por los caídos en el bando vencedor, el bando fascista. Lo construyeron – en parte - con la mano de obra de presos políticos que así acortaban su condena.

Mucho más tarde se cambió la perspectiva, cierto, suavizando el mensaje a principios de la década de los 60, cuando el régimen franquista buscaba un aperturismo que lo liberara de la autarquía; pero lo cierto es que los restos del falangista José Antonio Primo de Rivera se trasladaron al monumento en 1959. Y hay una bandera falangista en su interior. Son hechos, no opiniones.

Resulta una obviedad: de los tres ejemplos de fascismo en la Europa de la década de los 30, sólo España conserva los restos de sus dirigentes en un lugar de culto ¿Acaso imaginan un magnífico mausoleo con los restos de Hitler o Mussolini? Al menos Rusia trasladó los restos del genocida Stalin desde la posición de privilegio que ostentaba junto a la momia de Lenin.

Es, en definitiva, una anomalía que se explica porque Franco fue el único fascista que ganó la guerra.


Una anomalía evidente del Valle de los Caídos.

Y, sin embargo, este artículo busca una perspectiva más amplia. Sorpréndanse; hay otra anomalía en el Valle de los Caídos que podría resultar más importante a largo plazo. De hecho, preveo que dentro de 500 años la figura de Franco – como la de tantos otros -  caerá en la bruma del olvido y ocupará un lugar marginal de nuestra historia, repleta de datos y gestas; y, es muy probable, sus restos no descansarán en el Valle de los Caídos. No serán objeto de devoción ni de especial cuidado.

Supongo – espero - que el juicio de los siglos sea inmisericorde hacia su figura. Sólo hace falta el embate erosionante del tiempo y de su cruel compañera: el olvido.

Pero, entonces, ¿qué hay en el Valle de los Caídos que pueda ser tan importante?

Resulta que en los sótanos del Valle de los Caídos se encuentra un importante Laboratorio de Geodesia, centrado en estudios gravimétricos, con mediciones tanto absolutas como relativas de la fuerza de la gravedad.
CSIC


En 1972 el Instituto de Astronomía y Geodesia, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, instaló en el subsuelo rocoso de la basílica del Valle de los Caídos unos laboratorios en los se miden, con excepcional precisión, las fuerzas gravitatorias que denominamos mareas terrestres. 

Resulta que la Luna y el Sol, y el resto de cuerpos celestes en mucha menor medida, ejercen una influencia sobre la superficie de la Tierra. En los océanos es fácil detectar esta atracción gravitatoria observando el avance y retroceso de la masa de agua en una playa. Lo denominamos la marea.

Pero la superficie sólida también se ve afecta por esta fuerza de atracción, hasta tal punto que un lugar determinado se eleva varias decenas de centímetros. Por decirlo con un ejemplo, con relación a un punto del centro de la Tierra por la mañana yo mido 1,70 metros de altura; por la tarde mido 2 metros. Por supuesto no soy consciente, porque todo lo que me rodea se ha alzado en la misma proporción, y porque me falta un punto de referencia.

En el subsuelo del Valle de los Caídos dos salas miden con total precisión estas variaciones. A la derecha, unos péndulos Melchior miden las mareas clinométricas. En el laboratorio de la izquierda, un medidor Askana mide las mareas gravimétricas. La instalación la completa un clinómetro hidráulico instalado en colaboración con la universidad china de Wuhan.

Estos instrumentos llevan decenas de años midiendo ciclos completos de mareas. La superficie de nuestro planeta es elástica, se deforma diariamente; y resulta importante disponer de unas mediciones precisas.

Pero hay más. En un edificio cercano los investigadores disponen de un laboratorio de gravedad absoluta, que utilizan científicos de todo el mundo. Forma parte de una línea de calibración de gravímetros a nivel planetario denominada Absolute Gravity Basestation Network o Red Mundial de Gravedad Absoluta, formada por 30 estaciones todo a lo largo del planeta que miden al campo gravitatorio de nuestro mundo.

Por último, una estación de seguimiento controla los niveles de flexión de la Cruz que se alza en lo más alto del monumento. No es extraño que la cruz sea objeto de un seguimiento especial; es la cruz más alta situada en un monumento católico, con 150 metros de altura.


Todo esto se explica porque el suelo granítico del Valle de los Caídos, la perforación de la roca para construir la basílica, había facilitado un entorno extremadamente estable desde el punto de vista sísmico y gravimétrico. Sin embargo, en el número 47 de la Revista de Geofísica, editado en 1991 por el Instituto de Astronomía y Geodesia, se daba noticia de una anomalía: las mediciones realizadas del 9 al 12 de mayo de 1990 en el laboratorio de gravedad absoluta resultaron extrañas. Las desviaciones observadas por científicos españoles y finlandeses eran diez veces superiores a lo que se esperaba. Algo fallaba.

Una anomalía en el Valle de los Caídos.

Si bien los errores se subsanaron en parte empleando en un primer momento un programa informático de filtrado suministrado por el Laboratorio Geodésico Nacional de los Estados Unidos, era urgente localizar el foco del problema y poner solución al mismo.
CSIC


Aunque en un principio se pensó en que se había producido un fallo en el instrumental, los investigadores comprobaron que todo se debía a un error del basamento del laboratorio, que reaccionaba elásticamente a la celda de la cámara de vacío que debía realizar las mediciones. La única solución era anclar toda la estación directamente a la roca granítica mediante pilares, de tal manera que formasen un solo cuerpo rígido el laboratorio, la instrumentación y la corteza terrestre.

El laboratorio Del Valle de los Caídos se abraza a la piedra, se funde en ella y fluctúan al unísono. Es una imagen de una fuerza innegable.

Ahora bien; ¿qué otra anomalía tendría algo que ver con el valle de los Caídos?

Permítanme que les hable del “Efecto Allais”

Maurice Allais, ingeniero, físico y economista (premio Nobel de economía en 1988), descubrió en 1959 que los eclipses solares afectaban mínimamente al comportamiento de los péndulos de Foucault y a la gravedad misma.

Este hecho, de ser cierto, es algo más que una paradoja. Es imposible de explicar, y pondría en solfa mucho de lo que damos por sabido en física. ¿La luna oscurece el Sol, y la gravedad se ve alterada? ¿Por qué? ¿Qué consecuencias podría tener este fenómeno?

No sabemos mucho sobre la gravedad. De hecho, el mayor reto al que nos enfrentamos es encajar la gravedad en el universo cuántico, el mundo de las partículas más pequeñas.

La gravedad es un misterio, que oculta sus secretos con celo. Se piensa que pueda haber una partícula elemental tipo bosón, llamada gravitón, que transmitiría la interacción gravitatoria. Pero no se ha encontrado.

La gravedad es una escurridiza fuerza, la única capaz de pasar de una dimensión a otra, más allá de las cuatro dimensiones que percibimos. Hablo de branas (en teoría de cuerdas) o universos paralelos, en los que sólo la gravedad puede abrirnos la puerta a una realidad alternativa.

Pero hay más: la gravedad viaja en forma de ondas gravitatorias, que acaban de detectarse hace muy poco. Estas ondas son la marca de sucesos gravitatorios masivos, un retrato de cómo la gravedad esculpe la realidad. Una visión complementaria y distinta del cosmos que tiene una ventaja sobre la luz: no está circunscrita a un momento determinado. La gravedad, sus ondas, pueden mostrarnos una imagen del universo de apenas unos segundos tras el Big-Bang.

Muy someramente: lo que sabemos hasta ahora del universo es lo que percibimos a través de telescopios o radiotelescopios; en ambos casos, recibimos distintas frecuencias de luz en forma de luz visible, microondas, ondas de radio o rayos gamma. Pero hay un límite temporal: lo marca un momento en el que el universo estaba tan caliente que los electrones vagaban libremente en una sopa de plasma, interactuando con los fotones. En este ambiente opaco no se puede distinguir nada, y por tanto sólo podemos observar y analizar lo que sucedió a partir de que esa “nube” se disipase. A partir del momento en que el universo se volvió transparente.

La gravedad, sin embargo, está presente desde el principio. Una fuerza de gran poder que nos abre ventanas a otros universos y a un pasado inaccesible.

Pero… es tanto lo que no sabemos. La Luna se interpone entre la Tierra y el Sol, y la gravedad se ve afectada. O eso pensamos, porque no hay certeza posible; es difícil medir variaciones minúsculas en un tiempo tan concreto y corto, los escasos minutos que dura un eclipse. Sería necesario hacer coincidir un eclipse total con la presencia de gravímetros de gran precisión. Y, a ser posible, contar con un largo periodo de estudio histórico, que nos permita tener un marco de referencia.

En marzo de 1997 investigadores chinos comprobaron pequeñas variaciones en péndulos de Foucault y en la gravedad terrestre durante un eclipse. Pero otras mediciones realizadas los últimos años no han dado resultados concluyentes. No se sabe si el efecto Allais es real. Y, de serlo, no se sabe explicar su naturaleza ¿Acaso el cambio de temperatura atmosférica provoca un cambio repentino de presión y, a su vez, un cambio en los niveles gravitatorios? ¿Es posible que la luna haga de pantalla y evite que un número normal de gravitones interactúe con un lugar concreto del planeta? Me resulta extraño.


Todo lo que tiene que ver con la gravedad es misterioso. Pero en el año 2005 se tuvo la oportunidad de realizar mediciones en el Valle de los Caídos durante un eclipse; por desgracia, no tenemos noticias de que se hayan hecho. En realidad, parece que sus laboratorios de geodesia han sufrido por los recortes en investigación de los últimos años.

Hoy leo en los periódicos sobre la polémica generada por el Valle de los Caídos, como una anomalía histórica que conviene reparar. Entiendo que se hable sobre ello, que se debata en el Parlamento y sea objeto de fuertes controversias. Pero desde mi perspectiva, bajo la basílica tallada en la roca, los laboratorios de geodesia representan no el pasado, sino el futuro.

Y no encuentro mayor anomalía que dedicar todo el tiempo a lo ya sucedido y descuidar una investigación que nos puede conducir a universos paralelos, a tener una visión completa y verificable de la realidad; más allá de las estrellas.

El péndulo de Foucault oscila con el empuje de la rotación terrestre y la gravedad, ajeno a todo este ruido mediático. Sabe de un secreto que nos atañe íntimamente. Y se extraña de nuestra falta de perspectiva.

Y la gravedad, como la nieve, cae. Sobre los vivos. Sobre los muertos.

Antonio Carrillo

viernes, 24 de febrero de 2017

Los Stradivarius y la edad de hielo.




Corría el año 1702, y el monarca español Felipe V dedica parte del mes de julio a visitar Lombardía, en el norte de Italia. En concreto se encuentra visitando la ciudad de Cremona, famosa por sus luthiers.



El más famoso de la ciudad, Antonio Stradivari, le ofrece su joya más valiosa: los "Stradivarius Palatinos", una colección única de instrumentos. Sin embargo, la venta tuvo que paralizarse debido a la intervención de las autoridades de Cremona; se opusieron a que los palatinos, un símbolo de la ciudad, acabaran en España.

Tras la muerte de Antonio Stradivari, su descendiente, Paolo Stradivari, recibió una nueva oferta del príncipe de Asturias, futuro Carlos IV. Era el año 1775. En esta ocasión, la venta llegó a buen término, y los instrumentos pasaron a formar parte de la colección del Palacio Real de Madrid.

Considerada la obra más importante de la “época alargada” del maestro, los Stradivarius Palatinos, datados en 1696, son un quinteto formado por tres violines, una viola contralto y un violonchelo; los cuales, debido a su peculiar y única ornamentación, reciben también el nombre de los Stradivarius decorados. Probablemente sean los instrumentos musicales más excepcionales del mundo. En su ejecución, Stradivari empleó, como era costumbre, la madera de arce de los bosques alpinos para la caja, el mango y clavijero, y la de abeto para la tabla armónica ¿Qué los hace entonces únicos?

Los tres violines llevan en sus bordes una greca ornamentada, formada por círculos y rombos de marfil (2.400 minúsculas piezas) sobre negro, rellenado con madera de ébano. La viola contralto, con la misma greca que los violines, lleva también una curiosa ornamentación en cabeza y aros, en forma de roleos vegetales intercalados con figuras de grifos, galgos, aves y conejo. El violonchelo se caracteriza por unos preciosos dibujos a tinta china en la cabeza y aros, siendo el motivo de estos últimos un Cupido disparando su flecha contra una cabra. El Luthier de palacio, Silverio Ortega, achicó el instrumento, actuando en contra incluso de la opinión del propio rey.

Como anécdota, sepa que la viola contralto fue robada por los franceses cuando huyeron de España, tras perder la Guerra de la Independencia. Sólo pudo volver al lugar que le correspondía en época tan reciente como 1951, gracias a la intervención del violonchelista Juan Ruiz Casaux; desde entonces es conocida como la "viola Casaux".

Completa la colección otro violonchelo Stradivarius, datado en 1700.

Para entender el alcance de su importancia, sepa que hablamos del único conjunto de instrumentos Stradivarius que se conserva íntegro. Los instrumentos, propiedad de Patrimonio Nacional, se usan regularmente en conciertos de música de cámara para mantener sus cualidades sonoras, y se pueden contemplar en la sala de música del Palacio Real.

Créanme si les digo que son prácticamente desconocidos para los madrileños.

¿Dónde radica el secreto de los Stradivarius? ¿Por qué son instrumentos únicos? y, lo que es más asombroso, ¿cuál es la razón por la que somos incapaces de fabricar en la actualidad instrumentos que ofrezcan un sonido similar, a pesar de contar con una tecnología tan avanzada?

Hay cuatro explicaciones posibles:



1.    La química de la madera.

Según esta teoría, las propiedades de los celebérrimos violines se deben al tratamiento químico dispensado a su madera.

La revista "Nature" publicó un artículo sobre los resultados de un estudio de investigadores de la 'Texas A&M University' de Estados Unidos. Los investigadores utilizaron espectroscopia de infrarrojos y resonancia magnética nuclear para analizar la materia orgánica en pequeñas virutas de madera que fueron tomadas del interior de cinco instrumentos antiguos durante su reparación, y descubrieron que la madera de arce utilizada por estos artesanos del siglo XVIII (no sólo por Stradivari), podría haber sufrido un proceso químico, con el fin de conservarla en buen estado.



En efecto, la presencia de componentes químicos en la madera como fluoroides, cromo y sales de hierro se explica como un intento de preservar la madera almacenada. En concreto, parece ser que se pretendía protegerla del ataque de la polilla. Sólo los luthiers de Crémona, como Stradivari o Guarneri, utilizaron esta técnica.

Por cierto, un inciso: el galicismo luthiers, admitido recientemente por la Real Academia Española como "lutier", proviene del árabe: "al-`ūd", que significa 'la madera". La variante alemana, Luther, se ha transformado en apellido (Lutero) y en nombre (Martin Luther King).

Pues bien; ¿es esta la explicación del sonido excepcional de estos violines, un tratamiento contra las plagas?


2. La química y la física del barniz

Según publicó la revista "Public Library of Science", un equipo pluridisciplinario de investigadores  trabajó durante muchos años en un intento por determinar la composición química del barniz de los Stradivarius.

El barniz consistía en dos finas capas. Una primera mano a base de aceite, y la segunda una mezcla de aceite, resina de pino, pigmentos y un componente desconocido de origen orgánico.

En este último componente podría estar guardado el secreto de los Stradivarius.

Pero hay más. El barniz de los Stradivarius, observado desde un microscopio electrónico, muestra una disposición superficial en ondas realmente peculiar. Se piensa que esta forma modula el sonido del instrumento y permite que su timbre sea más uniforme y claro. Resulta curioso el hecho de que este efecto desaparece si el instrumento no se toca periódicamente, ya que el barniz se "asienta" y endurece. Esta podría ser la razón por la que todos los violines deben ser utilizados a menudo si se quiere mantener sus cualidades sonoras.


3. Por fin: edad de hielo

La explicación más fascinante sobre las cualidades de los Stradivarius se basa en la peculiar densidad de su madera.

El doctor holandés Berend Stoel, de la Leiden University Medical Center (LUMC), en colaboración con el luthier estadounidense Ferry Borman, ha llevado a cabo una investigación para tratar de explicar la diferencia de sonido ente los violines de los grandes maestros y los modernos.

Para ello, han examinado cinco violines antiguos y siete modernos en un escáner médico del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. Los resultados indican que la mayor homogeneidad en la densidad de la madera utilizada en los violines clásicos explica la calidad de su sonido.

Pero, ¿por qué era distinta la madera utilizada por Stradivari de la que se pueda utilizar hoy en día? ¿Acaso no son los mismos árboles? La respuesta es, rotundamente, no. Y esto nos encauza hacia uno de los sucesos más apasionantes - y desconocidos - de los últimos mil años: "La pequeña edad de hielo".



La Pequeña Edad de Hielo fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Durante este período, los glaciares avanzaron por el mundo, alcanzando latitudes muy bajas, como Sierra Nevada, en España. Los ríos como el Támesis o el Ebro se helaron, y se podía caminar sobre ellos. Los inviernos eran terriblemente fríos, y como la actividad solar era significativamente menor, los árboles de la época crecieron más lentamente y con menos diferencia entre estaciones. Su madera tenía una densidad extraordinaria. Es decir, los anillos de crecimiento de los árboles eran más angostos, estaban mas juntos y la madera tenía, por tanto, mayor densidad y distintas propiedades en su timbre.

Ahora bien, ¿qué motivó esta pequeña edad de hielo? Posiblemente cambios en el comportamiento del sol; más concretamente en su "cinturón de transporte".





El cinturón de transporte del Sol es una gigantesca corriente de gas que conduce electricidad, fluyendo del ecuador a los polos, y volviendo al ecuador, desde la superficie hasta los 300.00 kilómetros de profundidad, cerca de la enorme dinamo que es el núcleo, donde se carga eléctricamente y adquiere temperatura. Esta corriente en forma de bucle controla el clima de nuestra estrella. Específicamente, controla el ciclo de manchas solares. Pues bien, durante el periodo de 1645 a 1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja: este periodo es conocido como el "Mínimo de Maunder". No parece casual que la época más fría coincida con un período de bajísima actividad solar. Durante el "mínimo de Maunder" se observaron sólo 40 manchas solares en vez de las 40.000 usuales, y el sol se hizo más grande y más lento. Más frío.

A esto hay que sumar una mayor actividad volcánica, lo que significó un aumento de las emisiones de azufre en forma de gas SO2. En concreto, en 1815 la erupción de Tambora en Indonesia cubrió la atmósfera de cenizas; el año siguiente, 1816, fue conocido como el "año sin verano", cuando hubo hielo y nieves en junio y julio en Nueva Inglaterra y el Norte de Europa.

Stradivari tuvo suerte. La madera con la que trabajaba era excepcional. Una corriente de gas a 150.000 kilómetros de distancia lo hizo posible ¿No es sorprendente?
                          

4. El no secreto o la tortilla de patatas.

Que los Stradivarius tienen un sonido excepcional es algo de lo que todo el mundo ha oído hablar. Pero, ¿y si le dijera que hay mucho de mito en este "sonido sublime? ¿Que estamos siendo víctimas, no de un engaño, sino de la sugestión propia del virtuoso? Me explicaré.

Los expertos en acústica están perplejos ante los Stradivarius, porque no encuentran nada excepcional en ellos. Muestran acaso un sonido más uniforme en todo su registro, y un mayor volumen, en concreto, en los graves. En todo caso, diferencias muy sutiles, que en buena medida se explican simplemente por la antigüedad del violín, y que comparte con otros instrumentos de similar categoría. No quiero que se me malinterprete: los Stradivarius son unos instrumentos excepcionales, posiblemente los mejores del mundo; pero en absoluto son únicos, ni se ha hallado pruebas que confirmen un timbre peculiar y distinguible sobre el resto.

Para el 99% de las personas, incluyendo músicos profesionales, resultaría imposible distinguir un Stradivarius de un Guarneri o de un Amati. Lamento decir que suenan igual (de bien). El secreto de los Stradivarius es, por tanto, una leyenda.

La pregunta es ¿por qué?

Se me ocurren, al menos, dos razones:

Los Stradivarius son objetos de lujo, que alcanzan precios astronómicos las pocas veces que salen a subasta. Ya se han superado los 15 millones de dólares por un único instrumento.

La tortilla de patata es un plato riquísimo y relativamente barato, porque se realiza con ingredientes comunes como la patata, huevo y aceite. Una tortilla se consume en casa o en un bar, como tapa. Ahora bien, suponga lo siguiente: vivimos en un mundo en el que la patata es un tubérculo que sólo puede cultivarse en zonas muy concretas del altiplano Andino, siguiendo prácticas tradicionales Aymaras, y el total de la producción mundial no supera unos pocos miles de kilos al año. Por tanto, obedeciendo las reglas del mercado, la patata es un bien de lujo, como el caviar o las trufas.

En este (horrible) mundo alternativo, la tortilla de patata es un plato mítico que se sirve sólo en los mejores restaurantes del mundo, en cantidades pequeñas y adornadas con todo el oropel que corresponde a un local de fama mundial. Los afortunados clientes que pueden permitírselo pagan una cifra astronómica por llevarse ese bocado a la boca, y cuando la saborean no pueden dejar de pensar en la relación coste/satisfacción que conlleva su consumo. En realidad, tomar tortilla se ha convertido en un símbolo de estatus, como conducir una marca de coches o vivir en una zona determinada de la ciudad.

Pero es que, además, está buenísima. ¡Cómo no va a ser caro algo que está tan rico!

Si usted adquiere un Stradivarius, lo que consigue es algo más que un simple instrumento musical. ¡Cómo no va a ser excepcional un violín que se subasta en 16 millones de dólares! Su nombre alimenta una leyenda de sonidos únicos. Hay una predisposición a percibir matices mágicos en su timbre.

La segunda razón resulta obvia. Los ricos propietarios de los Stradivarius suelen ceder los instrumentos a los mayores virtuosos del mundo. Esta labor de mecenazgo, aparte de estar muy bien vista, tiene su razón de ser: ya explicamos que un instrumento debe tocarse para conservar su sonido (y su valor).

Los Stradivarius suenan bien porque los tocan los mejores. Así de simple.

Le propongo algo: escuche esta interpretación.







Lo que ha oído es la conjugación casi mágica de tres nombres propios.

El primero es John Williams, autor de la música. Es la persona viva que más veces ha optado a los Oscar: 45.



El segundo es Itzhak Perlman, el intérprete. Uno de los mejores violinistas del mundo.

El tercero tiene por nombre Soil, y es un violín, fabricado en el año 1714. Es uno de los mejores Stradivarius que se conocen. Su anterior dueño fue Yehudi Menuhin.

Créanme, los he puesto por orden de importancia: sin Williams no habría música, y son los dedos de Perlman los que consiguen transmitir tanta emoción. Podría estar tocando un violín de 60.000 $, y seguiría emocionando. Soil es la única pieza prescindible de este puzle.

Por cierto, para los buscadores de tesoros: Lamoreoux, Ames, Hércules, Davidov, Colossus, Lipinski y Oistrakh son los nombres de algunos violines Stradivarius que fueron robados y no han aparecido.


Antonio Carrillo

jueves, 23 de febrero de 2017

Endal, el mejor perro del mundo

 


Todas las historias terminan mal. Y esta, además, tiene un mal comienzo.

Allen Parton era un oficial de la marina Real Inglesa. Sufrió un accidente de tráfico en 1991, cuando estaba destinado en Irak, durante la Guerra del Golfo.

Las secuelas fueron terribles a nivel neuronal. Los daños en el hemisferio izquierdo del cerebro le causaron una parálisis permanente del lado derecho del cuerpo. Estaba condenado a una silla de ruedas de por vida.

Pero, además, sus funciones cognitivas se alteraron gravemente; Allen no podía hablar, su cerebro emocional (el sistema límbico) estaba dañado y no podía expresar sentimientos. La memoria, perdida, no le permitía recordar siquiera que estaba casado. Que tenía dos hijos.

Cinco años penó en un infierno de olvido brumoso y silencio en un hospital de Portsmouth. Intentó acabar con su vida en dos ocasiones. No había esperanza ni futuro para Allen.

En 1996 Sandra, su esposa, acudió junto a un indolente Allen a una asociación con la que colaboraba. Se trataba de un centro de entrenamiento de perros guía.

Endal era un perro labrador retriever; tampoco tiene un buen comienzo su historia. Nació en 1995 con osteocondrosis en ambas extremidades delanteras, lo que provocaba que a veces cojeara. Era inteligente, mucho, pero indolente. No se mostraba dispuesto a colaborar como sus compañeros, ni se implicaba en los entrenamientos.

Habían tomado la decisión de rechazarlo como perro guía.

Un Allen desinteresado de todo entró en una sala de entrenamiento con muchos perros; y entonces algo sucedió. Algo inexplicable.

Endal, el perro apático, se acercó enseguida a Allen y recogió algo del suelo. Se lo puso en el regazo. Nadie le había dado esa orden. Nunca había hecho nada parecido con anterioridad. Allen no reaccionó.

El perro, molesto por no haber recibido caricias ni afecto, se acercó a una estantería donde los perros entrenaban con latas de comida para ayudar a sus futuros dueños en los supermercados. Le acercó a Allen una lata. Nada. Le acercó otra. No hubo respuesta del hombre.

Endal se volvió loco. Situó sobre Allen tal cantidad de latas que apenas se le veía la cabeza. Y entonces se produjo el milagro: por primera vez en cinco años, en el rostro de Allen, apareció la sombra de una sonrisa.

Endal había elegido a Allen y Allen aceptó que Endal se asomara a su mundo de tinieblas y abriera un breve resquicio a la esperanza.

Se acostumbraron el uno al otro, con paciencia. Como Allen no podía hablar, se comunicaba con Endal utilizando un lenguaje de señas. El perro respondía a más de cien instrucciones, y consiguió que Allen pudiese reincorporarse a una vida digna. Le ayudaba en el supermercado, pulsaba los botones en los ascensores, acompañaba a Allen al pub y con ladridos pedía y pagaba las pintas de cerveza. Sabía llenar, activar y vaciar una lavadora, abría las puertas de los trenes y pagaba a los conductores de autobús.  

Un día en el que Allen intentaba sin éxito recoger su dinero de un cajero automático, Endal recuperó primero el dinero y después la tarjeta de crédito. Desde entonces, Endal se ocupó de manejar los cajeros automáticos. Fue el primer perro en hacerlo, y su ejemplo sirvió de inspiración a fundaciones dedicadas al entrenamiento de perros. Endal le demostró al mundo que no había límites a su inteligencia y su afán por ayudar a Allen.


Endal trabajó en la mejora de niños autistas, en el apoyo a enfermos terminales; pero también era travieso e inquieto. En el parque le gustaba perseguir a las ardillas, y sacaba de hurtadillas el papel usado de la papelera para luego tirarlo por el suelo. Cuando Allen le prestaba atención, recogía solícito el papel para ganarse una caricia.

La mejora de Allen a nivel sináptico resultó evidente; su cerebro encontró nuevos patrones y rehízo conexiones donde antes sólo había destrozo. Estaba contento, esperanzado. Un día, de su boca salió algo parecido a un gruñido. Endal ladró frenético, contento. Unos meses más tarde Allen, contradiciendo las opiniones de todos los neurólogos, volvió a hablar.

Los neurólogos se equivocaron porque en sus estimaciones no contaron con el amor de Endal.

Endal salvó el matrimonio de Allen y Sandra, que volvieron a casarse. Endal fue el padrino de esa boda.

En el año 2001 Endal y Allen sufrieron un grave atropello en un aparcamiento. Allen cayó, inconsciente. Un renqueante Endal intentó que recuperara el sentido sin éxito. Recuperó el teléfono móvil de debajo del coche y marcó el número de emergencia, pero Allen seguía sin reaccionar. Ladraba por si alguien le escuchaba, pero nadie respondió, ningún rostro se asomó en las ventanas de las casas colindantes. Entonces, el perro colocó al hombre tumbado en una posición lateral, para que no se ahogara en al caso de que le sobreviniera un vómito, buscó una manta y lo cubrió para que no perdiera calor y, cojeando, herido, se dirigió a un hotel cercano para solicitar ayuda.

Endal es el perro con más condecoraciones del mundo, y más de 350 canales pidieron realizar filmaciones donde mostrara sus extraordinarias habilidades. Se rodó una película sobre su figura y se instauró el “premio Endal” para destacar a los perros más destacados del año.

Pero, como dije, esta historia, como todas, tiene un mal final.

En el año 2009, a los 13 años Endal apenas podía moverse por la artritis, y había sufrido un derrame cerebral que había mermado su calidad de vida. Era hora de poner fin a su existencia.

Durante toda la noche Allen rememoró los 12 maravillosos años que Endal le había regalado, la amistad que habían compartido. Lo que significó para él su fidelidad, su amor incondicional. Su ayuda a cambio de caricias. Esto es difícil de entender si nunca se ha tenido perro. Si no se ha visto uno reflejado en sus ojos inteligentes y cálidos. Los humanos y los perros nos hablamos sin palabras, en un lenguaje primordial y profundo.

Por la mañana vino el veterinario, y le puso a Endal una inyección de hielo. En los brazos de Allen su respiración fue haciéndose más calma, hasta que dejó de exhalar vida. Allen se echó a llorar, desconsoladamente, con una pena que le desgarraba por dentro.

Pero una sombra blanca se le aproximó, lentamente. Endal Junior, un joven labrador que había entrenado junto a Endal durante el último año, traía en su boca, delicadamente, un paquete de clínex.

Nadie le había entrenado para hacer eso. Endal se lo dijo. Seguro.

Cuida de él. Por mí.




Antonio Carrillo

lunes, 6 de febrero de 2017

El misterio Diatlov



El 25 de enero de 1959 una expedición compuesta por ocho hombres y dos mujeres, todos expertos esquiadores y alpinistas, llegan en tren a una pequeña ciudad rusa denominada Ivdel, situada en la provincia de Sverdlovsk Óblast, en los montes Urales. La mayoría son estudiantes del prestigioso Instituto Politécnico de la universidad de Ekaterimburgo.

Son personas jóvenes, inteligentes, deportistas experimentados. Tan solo un miembro, el guía y exmilitar Alexander Zolotarev, superaba los 30 años.

Un camionero se ofrece a llevarlos a Vizhai, más al norte; el último enclave poblado, punto de partida de expediciones hacia las montañas. Tienen previsto llegar al cercano monte Gora Otorten, a 1.234 metros de altitud, luego bajar 100 kilómetros hacia el sur, hasta el pico Ojkachahl y, por último, volver hacia el norte siguiendo las orillas del río Toshemka, famoso por sus yacimientos de fósiles del período devónico.

Hace mucho frío, es pleno invierno; pero están preparados y entrenados.

El trayecto es muy exigente por las condiciones climatológicas, pero el grupo es conocedor del entorno y de sus peligros. El 27 de enero parten hacia la aventura. Yuri Yudin, de 24 años, ha pasado mala noche.

Al día siguiente los síntomas de Yuri se agravan. Tiene fiebre alta, dolores musculares y diarrea. Es disentería. Tiene que volver a Vizhai.

El grupo de 10 se reduce a 9 miembros.

El 31 de enero el grupo llega a las estribaciones de la montaña, en el valle del río Auspii. El tiempo ha empeorado y la visibilidad es escasa. Cuando reanudan la marcha la mañana del 1 de febrero se desvían sin darse cuenta hacia el oeste, hacia la montaña Kholat Syakhl, siguiendo la senda que había dejado un cazador de ciervos de la etnia mansi el día anterior. Kholat Syakhl en idioma mansi significa “montaña de los muertos”.

El nombre proviene de una antigua leyenda: hace mucho tiempo nueve cazadores mansi se perdieron en los bosques cercanos a esa montaña. Se los encontró muertos unos días más tarde.

Nueve excursionistas y nueve cazadores.

El líder del equipo, Igor Diatlov, de 23 años y estudiante del Departamento de Radio, estudia con cuidado su posición exacta: se encuentran en la ladera este del Kholat Syakhl, a 10 kilómetros de su destino. El tiempo va a peor y no conviene arriesgarse a continuar la marcha. Con buen ánimo, el grupo prepara el campamento para pasar la noche. Toman imágenes; se les ve felices, relajados.

Apenas a un kilómetro se vislumbra un bosque, pero la ladera tiene muy poca inclinación y no ven necesario avanzar más y buscar un refugio mejor bajo los árboles.

A las 7 de la tarde cenan. La mayoría se retira a dormir; unos pocos se quedan fuera charlando. La temperatura ronda los -15 grados, aunque el viento provoca que la sensación térmica esté por debajo de – 30.

Sobre las 10 de la noche todos se encuentran dentro de la tienda. Algo sucede ¿Un estruendo? ¿Una avalancha? ¿Un ataque?

Comienza el horror. Despavoridos, temiendo por su vida, los jóvenes salen de la tienda rasgando la tela desde dentro con sus cuchillos. Ni siquiera se detienen a descorrer las cremalleras. Con poca ropa, descalzos, algunos en ropa interior, bajan corriendo por la ladera en tres grupos. Detrás dejan su equipamiento, sus ropas de más abrigo. Sólo les empuja la obsesión de llegar a los árboles, a un kilómetro y medio de distancia.

Los tres grupos se llaman a gritos en la oscuridad y se reagrupan bajo un enorme pino. Su situación es desesperada. Sobre todo la de Yuri Krivonischenko, un mocetón de 1,80 metros, 24 años y estudiante de ingeniería. También está sufriendo Yuri Doroshenko, un estudiante de económicas de 21 años. Ambos hombres sólo visten con ropa interior; tienen sólo minutos antes de morir por hipotermia.

Ropa interior en montaña no significa que fueran en calzoncillos, ojo; llevaban camisetas térmicas, jerséis, pantalones largos y calcetines. Pero es una protección insuficiente frente al helado viento.

Demostrando que no se habían dejado llevar completamente por el pánico, el grupo consigue encender una hoguera en la base del árbol. Los hombres arrancan desesperadamente ramas para alimentar el fuego. Frenético, Krivonischenko intenta quebrar las ramas utilizando su peso. Intenta escalar por el pino, y desgarra la piel de sus maños intentando arrancar la corteza. El árbol guarda restos de la piel y la sangre de Krivonischenko y Doroshenko. El esfuerzo les pasa factura. Se mueren de frío.

Krivonischenko lleva dos camisetas, unos pantalones cortos y otros largos encima; no lleva calzado, sólo calcetines. Cae del árbol y queda boca arriba. Sangre en boca, nariz y oídos. El golpe en el tórax hace que le salga espuma de la boca. Hay señales de que lo han arrastrado por los brazos, seguramente para apartarlo del fuego. El calcetín del pie izquierdo está parcialmente quemado. Tiene contusiones en piernas, brazos y tórax. Presenta una herida en la cabeza, seguramente por la caída del árbol. Doroshenko, a su lado, también se muere. La temperatura de la piel desciende rápidamente y el metabolismo se retarda. A los 32 grados la mente desvaría, la sangre, más viscosa, deja de fluir hacia los órganos. Se entra en coma. Hay múltiples microinfartos. A los 20 grados hay asistolia y fibrilación auricular. El corazón se detiene. El organismo se rinde al helor. Ambos fallecen.

Los forenses encontraron en los pantalones de Krivonischenko restos de lágrimas.

Los amigos no pueden hacer nada. Ellos mismos se están muriendo. El pino ha comenzado a arder hasta una altura de 5 metros, pero ello apenas si les aporta calor. Rustem Slobodin, estudiante de ingeniería de 23 años, se ha caído del árbol y tiene una fractura de cráneo de 18 cm; pero no ha perdido el sentido. Tapan los cuerpos de Krivonischenko y Doroshenko con ramas. Dyatlov le quita la camisa al cadáver de Doroshenko y se la pone. Quiere sobrevivir.   También le quitan la ropa a Doroshenko.

Los amigos deciden dividirse.

Dyatlov, Rustem y Zinaida Kolmogorova intentan subir la pendiente, volver a la tienda. ¿Por qué una mujer se apresta a realizar un esfuerzo tan físico en tales condiciones? La respuesta puede ser muy simple; Kolmogorova, de 22 años, era estudiante del Departamento de Radio, como Dyatlov. Y en los bolsillos de su compañero se encontró una fotografía de Zinaida. Eran pareja. Murieron en un mismo empeño por sobrevivir. Quisieron morir juntos.

Dyatlov cayó el primero. Apenas si pudo recorrer 300 metros. Llevaba un abrigo de piel desabrochado, un jersey y pantalones. No llevaba calzado.


Casi 200 metros más adelante Rustem se afana por seguir. No puede caminar erguido y se arrastra penosamente. Tiene heridas las manos, los brazos, los tobillos y las rodillas. La frente abrasada y la piel arrancada en el antebrazo derecho.

Lleva una sola bota, en el pie derecho.

Es posible que él encendiera el fuego. En los bolsillos lleva una caja de cerillas, su pasaporte, un peine, un lápiz…. Se detiene. Fallece.

Finalmente, a unos 150 metros, apenas a 500 metros de la tienda y de la salvación, Zinaida.   

Resistió más que los hombres porque estaba mejor pertrechada. Llevaba dos gorros, dos camisas y dos jerséis, tres pantalones y tres pares de calcetines. Pero no fue suficiente.

Los que esperaban más abajo supusieron que sus compañeros habían caído. Desesperados, se adentraron en el bosque, buscando un lugar donde guarecerse del viento. Alexander Zolotarev, un veterano de la Segunda Guerra mundial, con 37 años, puso en marcha un plan que podría haber dado resultado. Excavaron en la nieve un refugio, profundizando en un barranco. Intentaron aislar el suelo de la nieve colocando ramas. Pero el cansancio y la hipotermia hizo mella en sus maltrechos cuerpos y no pudieron profundizar lo suficiente. Además, tres de ellos tropezaron y cayeron desde una cierta altura.

Nicolas Thibeaux-Brignolles murió a resultas de la caída. Tenía 24 era años y era estudiante de ingeniería. Tenía una herida en la cabeza que le produjo una hemorragia fatal

Liudmila Dubinina, una joven estudiante de económicas, apenas 21 años, tuvo una muerte horrible. La caída le había roto varias costillas, una de las cuales le dañó el corazón. Le había quitado a Krivonischenko el jersey y el pantalón.

Las fracturas en el pecho y una nariz destrozada hacían que respirar fuese un suplicio. Murió con la cabeza echada completamente hacia atrás, buscando un último aliento. La boca quedó completamente abierta, expuesta a los carroñeros, que le arrancaron la lengua y el labio superior.

Zolotarev le quitó la chaqueta a Dubinina. El veterano guía también se había caído. Presentaba varios traumatismos que le costaron la vida.

Sólo quedaba con vida Alexander Kolevatov, estudiante del departamento de geotecnia de 25 años. No había sufrido una caída y no estaba herido. Solo, abandonado de todos, murió de frío.

Hasta aquí la historia.

Si buscan sobre el misterio Diatlov en internet verán decenas, sino cientos de páginas. La gran mayoría intentan responder a la pregunta ¿por qué abandonaron la tienda aterrados, en medio de la ventisca, sin abrigo ni pertrechos? ¿Qué sucedió aquella noche?

Calculo que un 70% de las páginas optan por fenómenos extraños: luces misteriosas en el cielo, presencias extraterrestres, prácticas militares con ultrasonidos o incluso la intervención de un Yeti ruso. También se especula con que los estudiantes fuesen en realidad espías embarcados en una misión secretísima y misteriosa que salió mal.

En fin… francamente, prefiero formular teorías más plausibles.

La investigación llevada a cabo por las autoridades soviética no sirve de ayuda. Termina con la conclusión de que los excursionistas fueron víctimas de una “fuerza mayor desconocida”.

Vamos, que ni idea.

La explicación más verosímil sería que huyeron de morir enterrados bajo la nieve. Responderían al estruendo de un alud e intentarían escapar de la ladera.

Pero no hubo tal avalancha. Según parece, las tiendas aparecieron en mal estado, pero no enterradas ni con un destrozo que demostrara tal fatal avalancha. Una pequeña cruz de madera, clavada en el suelo, permaneció enhiesta.


¿Pudo tratarse acaso de un error, una confusión? El ejército soviético realizaba todo tipo de pruebas en la zona de los Urales. ¿Acaso un caza supersónico MIG volando a baja altitud rompió la barrera del sonido cerca del campamento? ¿Los excursionistas confundieron una explosión sónica con una avalancha?

También es posible que se produjese un pequeño alud de nieve fresca producto de la tormenta que sepultara en parte la tienda. Los excursionistas, cogidos por sorpresa durante el sueño, tardaron en poder abandonarla; para entonces ya sufrían de hipotermia. Ello explicaría que rasgasen la tienda desde dentro. Quizás huyeron temiendo una avalancha mayor.

¿Por qué saldrían con poca ropa? Es posible que al menos algunos miembros de la expedición estuviesen aquejados del denominado “desnudo paradójico”. A menudo, las personas que llegan a un nivel extremo de hipotermia percibe una intensa sensación de calor, debida a la dilatación de los vasos sanguíneos periféricos y la afluencia de sangre caliente proveniente del interior del cuerpo. Desorientados, los pobres desgraciados se quitan la ropa, lo que provoca una mayor bajada de la temperatura corporal.

Son todas conjeturas.


Acabo con una anécdota: el acceso a la zona fue prohibida a esquiadores y otros aventureros durante tres años tras el incidente.

Pero hay más; ¿recuerdan lo de los nueve excursionistas y los nueve cazadores? Pues bien; un año después del suceso se produjo un accidente aeronáutico cerca del monte.

¿Saben cuántas personas iban en el avión y perecieron?

Sí. Nueve.

Desde entonces, todas las personas que visitan ésta zona evitan ir en grupos de nueve personas.
Pero es una casualidad. De eso estoy seguro.

Antonio Carrillo