martes, 24 de febrero de 2015

Ventanas a la magia II


Nada hay tan excepcional como lo cotidiano.

Pasa desapercibido, pero la belleza se refugia en una realidad aliñada de colores y sazonada de sombras.

Por ejemplo, en esta imagen. La rotunda belleza del Palacio Real de Madrid se encuadra por árboles caducos y perennes, por abajo, y muy especialmente por un cielo invernal en el que grandes masas nubosas le roban todo protagonismo, con sus matices de blancos y grises que auguran una tarde de lluvia y viento.

En esta imagen pretendía fotografiar el cielo en un contexto de fuerza y belleza. Y nubes así las vemos todos los días


No hay nada inusual, nada que no veamos millones de veces. Puede ser una copa con hielo,


Un árbol de la avenida, en el que asoman los frutos


O el entramado venoso de una hoja reseca tirada en un arcén. Ya no fluye la savia por ella.


Mi perra, tumbada en la alfombra del salón, me mira de soslayo, con unos ojos dulces y fieles. Es por la tarde y ambos estamos cómodos y tranquilos. Y me mira, sí. Lo hace a menudo. No tiene la menor importancia. Pero la imagen me estremece.


En un ramo he fotografiado los órganos sexuales de una flor, que pasan desapercibidos para nosotros. Pero un insecto se ve atraído por el polen que promete dulzura en su color y aroma. Y viendo esta imagen, uno siente respeto por plantas y animales, por la danza mágica de la vida.


Flores, nubes, la mirada de mi perra Dina. O esta imagen que nace de una mala hierba:


Somos afortunados ¿No creen? Por las malas hierbas. Por los ojos almendrados de los perros.

Y por las nubes.

Ventanas todas. Ventanas a la magia


Antonio Carrillo

jueves, 19 de febrero de 2015

Fotografía: nociones básicas, equipamiento, precios y algunos trucos



En un cuento Tagore definía a un personaje como una de esas personas poco útiles, que viven más de sus aficiones que de sus quehaceres.

Y yo tengo varias aficiones. Una de ellas, la fotografía.

Lo que sigue son algunos consejos prácticos sobre la fotografía en el 2015, y las posibilidades que nos ofrecen los avances tecnológicos. Pero, fundamentalmente, lo que pretende es reflejar la pasión por una actividad que, por cotidiana, parece haber perdido el aura romántica y creativa que nos atrapaba a los iniciados hace 30 años en un mundo no digital largamente centenario. Los soñadores de imágenes pasamos horas revelando fotografías en un cuarto sellado a la luz, aislados de ella pero a la vez atrapándola por medio de la alquimia, expectantes por saber lo que surgiría de un papel blanco sumergido en un líquido.

Eran noches enteras de olores, de música en la radio y colegas, Fermín y Carlos, hermanados los tres. Las películas secándose tendidas con pinzas de la ropa. Tiempos que no volverán, cierto, pero que posiblemente nos permiten analizar la fotografía con una perspectiva diferente de la de un joven que sólo realiza fotografías con su teléfono y las comparte en una red social, donde se disuelven y olvidan de inmediato, en una marea digital incontenible y frenética.

La fotografía no es hacer fotos. Tampoco – esto es importante - hacer buenas fotos desde un punto de vista técnico. La fotografía es otra cosa y, en esencia, nada ha cambiado. Las mismas normas de hace 30 años rigen hoy.

Empecemos, pues, por el principio. Por la cámara.
 

1.       Lo que importa en una cámara de fotos

Lo que voy a decir les puede sonar extraño, porque a menudo será lo contrario a lo que lean o escuchen. Es mi humilde opinión, basada en mi propia experiencia.

La fotografía comienza y termina en un mismo punto: el ojo y la mente del fotógrafo. Lo que un fotógrafo hace es congelar un instante de luz y sombras, de colores y matices, en una composición prevista e irrepetible. Como el tiempo no se detiene ni nada permanece inalterable no hay una fotografía igual a otra; la imagen es el resultado final de un proceso creativo consciente, una manera de arrebatarle a lo corpóreo una parte de su esencia. El motivo, encuadre, enfoque o la profundidad de campo, aspectos de los que hablaremos más adelante, son como instrumentos de una orquesta que suena al unísono y se funden en un único sonido.

 
La fotografía es intención, o no hay fotografía.

A la fotografía esporádica e inconsciente, la que se hace en modo automático sin pensar demasiado en el significado de lo que se hace no la llamaremos fotografía. La llamaremos hacer fotos. Si tal es su caso, lo que sigue no le resultará útil, porque no percibirá la compulsión de asimilar unas cuantas nociones básicas, del mismo modo que yo, muy torpe de movimientos desde que tengo memoria, no alcanzo siquiera a imaginar las sensaciones que despierta el control corporal durante la danza. Y, quiero dejarlo claro desde el principio, en este artículo no hablo de hacer obras de arte. No. Es mucho más simple. Puedo realizar una fotografía perfecta con una cámara de 3.000€ y otra no tan buena con una cámara de 200€ y, sin embargo, sólo la segunda puede ser fotografía. Y es posible que sea fotografía porque hay una intención en el desencuadre, un ligero desajuste en el enfoque o un desequilibrio en la exposición. Sus “defectos” le confieren alma, sentido, propósito.

 
Insisto: la fotografía es intención.

Por todo ello, la parte más importante de una cámara es el visor, la ventana a la que nos asomamos a una realidad alternativa que pretendemos atrapar. Se pueden hacer fotos desde una pantalla, cierto, pero el visor nos ayuda a aislarnos de todo lo que no sea el objeto de nuestra intención: la imagen que pretendemos fotografiar. Para hacer fotografía utilizamos el visor como vínculo personal – intransferible – con un paisaje, un objeto o un rostro.

 
Hay dos tipos de cámara y dos tipos de visores, las compactas con visores electrónicos y las réflex con visores ópticos. En línea general son mejores las segundas, ya que ofrecen una imagen más cercana a la realidad; aunque la tecnología está consiguiendo avances muy significativos en este aspecto. Lo veremos más adelante.

El segundo elemento por importancia de una cámara es la lente: el juego de espejos que traduce, concreta y concentra los haces de luz en el interior de nuestra cámara. Hay dos tipos de lente u objetivo: de distancia focal fija o variable.

Los objetivos brindan distintas distancias focales. Partamos de una visión similar a la humana; en términos de fotografía (en película de 35mm, que era la estándar hace años) hablamos de un objetivo de 50mm. Las fotografías que haga con una lente de 50mm plasmarán una imagen parecida a la que produce la visión humana.

Se puede ampliar la distancia focal. Por ejemplo, si quiero fotografiar un paisaje necesito unos ángulos de captura más amplios, para que todos los elementos entren en la fotografía: el árbol a mi derecha, la casa al fondo, las montañas en el horizonte y el cielo con nubes. La imagen se amplía. A estos objetivos se los denomina Gran Angulares, y tienen un valor de entre 12 y 35mm. Cuanto más bajo es el número, más amplia es la distancia focal. Más cosas caben en la foto.

 
Al contrario, si quiero fotografiar algo que está lejos necesito acercar la imagen lo más posible. No tengo más remedio que disminuir la distancia focal y el ángulo de visión. Veré menos cosas por el visor de la cámara, pero a cambio podré fotografiar detalles lejanos como si estuviesen cerca. Son los teleobjetivos, con magnitudes entre 80 y 300mm. O incluso más.

Si observa un objetivo, verá que aparecen unos números. El primero le dirá la distancia focal, si es un 50, un 24 o un 135mm. Se utilizan para distintos tipos de fotografías. Pero a menudo verá que su objetivo es capaz de variar la distancia focal, y pasa de un 24 a un 55mm. Eso significa que su distancia focal 24-55 es variable, que las lentes en su interior se mueven adoptando distintas configuraciones. Esto es muy práctico, porque usted puede realizar fotografías de paisaje o de retratos sin la necesidad de cambiar de objetivo.

Sin embargo, hay un “pero”. Los objetivos con distancia focal fija suelen ser mejores, dan mejor resultado que los objetivos con distancia focal variable. De hecho, hay una regla que debería tener en cuenta: cuanto mayor sea el rango focal disponible más dudas plantea la calidad de la óptica. Un objetivo 24-600mm (que abarca todo el rango posible entre estos dos números) tendrá una merma en la calidad óptica frente a un conjunto de lentes fijas. Aunque, como veremos, puede haber excepciones.

Observará que hay otro número en el objetivo. Viene precedido por la letra f. Es la luminosidad. No entraré en demasiado detalle; la lente tiene una especie de pupila que se abre y se cierra permitiendo que entre más o menos luz. Es el diafragma. Cuanto más pequeño es el número f, más luz puede entrar, más luminoso es el objetivo. Por ejemplo, un objetivo f/1,8 es muy luminoso.

 
Los objetivos con focal fija suelen tener mejor luz, y su luz es siempre la misma. En los de focal variable la luz varía según la distancia focal; en estos casos la lente tendrá dos números f: f/3,5 – 5,5. Esto no siempre es así; hay objetivos con óptica variable y con una luz fija. Por ejemplo, un 24/80 con una luz permanente en todo el rango de f:/2,8. Estos objetivos son buenos, pero caros.

Si tengo un objetivo con una luz alta (un número f bajo) puedo hacer fotografías con menos luz sin necesidad de disminuir la velocidad. Lo veremos enseguida.

El tercer elemento de la cámara digital es el sensor: el lugar donde la luz se transforma en información que puede procesarse. Y en este punto, lo que importa es el tamaño. Cuanto más grande es el sensor, mayor la calidad.

Y en esto, el gran engaño: el tamaño del sensor no tiene nada que ver con el número de megapíxeles. Una cámara puede ofrecer 16 megapíxeles y, sin embargo, tener un sensor diminuto. Esto es contraproducente, porque significa que obligamos a un sensor pequeño a procesar imágenes más grandes. Y la calidad se resiente.

Es difícil entender por qué las tiendas ofrecen información sobre los megapíxeles como si fuese relevante. A partir de 5 u 8 megapíxeles usted podrá realizar ampliaciones bastante grandes. Si pretende colgar un letrero publicitario necesitará más capacidad, pero no creo que sea su caso. Por tanto, a la hora de adquirir una cámara olvide los megapíxeles.

¿Cuántos tamaños de sensor hay? Muchos. Las compactas pequeñas tienen sensores con una relación de 1/2,3 o 1/1,7. Son sensores muy pequeños, y la principal razón por la que las cámaras compactas tienen problemas para realizar fotografías buenas en condiciones difíciles. No se puede correr demasiado con el motor de un utilitario pequeño.

A partir del valor 1 el sensor ofrece más garantías. Hay unas cámaras denominadas “cuatro tercios” con un sensor de 17,3 x 13mm.  Las réflex más normales, Canon o Nikon, que pueden adquirir en un centro comercial, tienen un sensor de 23,6 x 15,7mm. Y las cámaras profesionales tienen un tamaño de 36 x 24mm, equivalente a una película de 36mm. Se les denomina “full frame”, y cuestan miles de euros.

 
Las hay más grandes; como las denominadas de “medio formato”, cuyo precio suele superar los 20.000€. Y las de “formato completo”. Por cierto, por relativizar las cosas: las fotografías que hacíamos hace 20 años utilizando una (sencilla) cámara Minolta y un (barato) carrete Fujifilm de 100 ASA se corresponderían hoy a una cámara digital profesional de medio formato y con unos 30 megapíxeles.

En definitiva: un buen visor para poder ver las imágenes nítidas y a tamaño real, unas lentes de calidad, que nos permitan hacer todo tipo de fotografía, y un sensor lo bastante grande como para poder exigirle una buena respuesta.

Y ahora viene la pregunta: ¿Qué cámara me compro?


2.       Elegir el equipo fotográfico.

Para responder a esta pregunta conviene hacer a su vez algunas preguntas: ¿qué tipo de fotografía suele realizar? ¿Sólo de vacaciones, esporádicamente? ¿Tiene previsto ampliarlas e imprimirlas? ¿El peso del equipo es un factor importante? ¿Y el dinero?

Hay dos tipos de respuesta, ambas en los extremos. Si usted sólo hace fotografía de vacaciones, como recuerdo o para colgar en una red social, si sólo utiliza las funciones automáticas de su cámara, quiere algo que no ocupe apenas espacio y no dispone de dinero, entonces puede optar por hacer fotos con la cámara de su teléfono móvil (no es broma, he visto buenas fotografías tomadas por teléfonos de gama media/alta) o comprar una compacta pequeña. En este último caso, opte por marcas como Nikon. Canon, Olympus, Lumix, Fuji o Sony. Tienen experiencia en hacer cámaras de alta gama, y seguramente optimizarán la cámara para que ofrezca el mejor resultado posible.

Si usted tiene un presupuesto holgado y no le importa el peso, vaya a una tienda especializada y compre una Nikon o Canon “full frame” con un equipo de cuatro o cinco lentes de alta gama que le cubra todo el rango focal. Hablamos de unos 8.000 €. Lo más caro son los objetivos.

Pero puede haber alguien interesado en hacer fotografía sin gastar demasiado dinero, que quiera un equipo que pueda llevar a menudo, no sólo de vacaciones, que esté dispuesto a practicar con las funciones de disparo manuales y experimentar la fotografía en estado puro. No le apetece cargar con demasiado peso ni puede gastar miles de euros, pero quiere un equipo digno.

¿Qué le propongo?

Hay una opción por la que opta el 90%: una réflex de aficionado con un pack de una o dos lentes. Generalmente de la marca Nikon, Canon o, últimamente, Sony. Una Canon Eos 700D con un objetivo 18-55 le saldrá por unos 500€. Una Nikon D5200 con un objetivo similar le saldrá por lo mismo.

¿Inconvenientes? El visor no es comparable al de una réflex de alta gama, y el sensor se sitúa a un nivel intermedio. Pero lo peor, con diferencia, es la lente. Con la 18-55 y una luz f 3,5-5,6 sólo podrá hacer con garantías fotos de paisaje y de grupo con buena luz. Son máquinas que incorporan un buen software de efectos y filtros, cierto, pero la experiencia fotográfica con tales objetivos es limitada.

No merece la pena (en mi opinión) adquirir un equipo de lentes más versátil para este tipo de cuerpo. Van a cargar con el peso de dos o tres lentes que, en el mejor de los casos, aumentarán el coste en más de mil euros.

Hay una alternativa a estas réflex básicas: se llaman las cámaras “bridge”, y han avanzado mucho tecnológicamente. Si quiere iniciarse en la fotografía sin hacer un gran desembolso pero quiere una cámara que le permita hacer todo tipo de fotografías y con la que aprenda a encontrar su “propia mirada”, yo optaría por esta segunda opción.

Les propongo un modelo reciente, la Lumix DMC-FZ1000EG-K.

 
Es una cámara compacta, con una única lente, cuyo peso no llega a los 800 gramos. A cambio, lo que ofrece, impresiona:

El visor OLED con 2,4 millones de puntos no pretende competir con el de una réflex de alta gama, pero sí resiste la comparación con el de una réflex barata.

La lente es una joya, y es la razón por la que la recomiendo. Firmada por Leica, nada menos, unos de los fabricantes más prestigiosos del mundo, y que permite hacer fotos en un rango que abarca de los 25 (gran angular) a los 400mm (teleobjetivos). Es como llevar siete objetivos encima. La luz es excelente, de f2,8 a 4. Permite enfocar y hacer fotos a 3 centímetros, lo que incluso nos acerca a la experiencia de la fotografía macro. He manejado este tipo de lente en muchas ocasiones, y el resultado es más que digno. A pesar de su enorme rango focal, ofrece imágenes con una profundidad de campo sorprendente y pocas aberraciones.

 
Con esta cámara Lumix (Panasonic) ha aumentado el sensor al tamaño de 1 pulgada, por lo que abandona el rango de “cámara de sensor diminuto”. Y se nota. De hecho, han preferido ajustar el zoom óptico (nunca utilice el zoom digital de su cámara) a un nivel más “ajustado” (las hay que superan los 600mm) para que la calidad fotográfica no se viese comprometida. Se pueden realizar fotos de hasta 20 megapíxeles.

Por si fuera poco, la cámara graba video de calidad 4K; es decir, con una resolución mucho mayor que el HD, y viene con wifi y NFC, una opción útil en más de una ocasión. Dentro de 10 años la calidad 4K será la norma en las televisiones domésticas, y agradeceremos tener una cámara que grabe un cumpleaños en un formato tan poderoso. Por ejemplo, podremos hacer grabaciones a cámara lenta, que resultan sorprendentes en el caso del movimiento de los niños jugando. Pruébenlo.
El precio de la Olympus, a día de hoy: 700€. Pero seguramente baje en los próximos meses y años, cuando el sensor de una pulgada deje de ser una novedad.

Lo que importa: con este desembolso lo tienen todo. Es una cámara que permite un uso manual, con un control absoluto sobre velocidad y apertura, con la posibilidad de elegir la temperatura de color, cambiar los ISO, dispara en RAW para luego editar, etc. Tan sólo deberán comprar una o dos baterías de repuesto; en este tipo de cámaras las baterías “vuelan”. Las hay no originales por 12 €.

Por cierto, tienen cámaras “bridge” con sensor más pequeño desde 170 €. E incluso menos.


3.       Hacer fotografías

Ya tienen su equipo, y es hora de empezar a hacer fotografías.

Lo primero y fundamental: desde un principio pierdan el miedo a la experimentación y opten por elegir la opción “M”: manual. Van a controlar todos los parámetros a la hora de hacer la fotografía, y hay algunos trucos muy básicos que deben practicar y conocer.

Antes: en las cámaras suele haber dos ruedas que controlan la velocidad de obturación (el tiempo que la cámara está “abierta” y recibe la luz) y el diafragma (lo ancha o estrecha que es la pupila). La cámara les ayudará a ajustar ambos parámetros para que la fotografía salga bien. Por lo general, si entra más luz la velocidad debería ser mayor. Si entra poca luz porque anochece, para compensarlo la velocidad debe bajar.

 
Supongamos que es un día soleado y quiere tomar una fotografía de un paisaje. En este caso no hay problemas de luz, y puede colocar el diafragma en un valor de, por ejemplo, f7. Por cierto, los objetivos tienen tendencia a ofrecer lo mejor de ellos cuando se elige un rango de luz dos o tres pasos por encima del mínimo. Si el mínimo es f2,8 entonces un f5,6 o f6 están bien. Pero tenga en cuenta que si ha accionado el zoom y la lente no está a 24mm, sino a 55, la luz habrá cambiado. (En el ejemplo propuesto de la cámara Lumix, de f2,8  a f4, la cámara no permite hacer fotografías con teleobjetivo – 400mm - con una luz por debajo de f4)

Sólo tiene que ajustar la velocidad hasta que la cámara le indique que la exposición es correcta. Un nuevo consejo: procure no disparar a velocidades inferiores al rango del objetivo. Es decir, si dispara con 200mm elija una velocidad de al menos 200

Si en el paisaje algo se mueve, tendrán que optar por dar primacía a la velocidad, para que la imagen salga nítida. Por ejemplo, una fuente de la que queremos captar las salpicaduras de las gotas, o una escena deportiva que pretendemos congelar. Necesitará una velocidad alta, de más de 250. Pero, y aquí viene el milagro del juego fotográfico, puede hacer lo que le plazca y optar precisamente por lo contrario. Puede crear su propia realidad generando imágenes imposibles.

Imagine. Quiere hacer una foto de una cascada, o de un río. Pero no quiere nitidez en el agua, sino todo lo contrario. Pretende conseguir un efecto en el que el agua adopte la forma de una nube difusa. Para ello deberá jugar con la velocidad de apertura de su cámara, y darle un rango muy bajo. Es decir, puede solicitarle a su obturador que permanezca abierto un par de segundos. Tiempo suficiente para que el agua se difumine.

 
El efecto es espectacular, porque sólo se difumina lo que se mueve, el agua. Todo lo demás, rocas y paisaje permanece perfectamente nítido. Pero hay un problema: ¿cómo consigo que la foto no salga con trepidación, movida? Si hago esta fotografía a pulso, es imposible que consiga una total nitidez. Me muevo de manera imperceptible.

En muchas ocasiones he utilizado cualquier cosa que tuviese a mano: papeleras, barandillas o simples piedras planas para apoyar la cámara. De este modo, el aparato está totalmente inmóvil los dos segundos en que recibe luz. Un consejo: basta la leve trepidación de pulsar el botón para que la imagen salga algo borrosa ¿Cómo lo evitamos? Todas las cámaras vienen con una opción de temporizador, que permite tomas automáticas transcurridos 2, 10 o 20 segundos. Es algo que utilizamos en fotos de grupo para que el fotógrafo pueda salir también en la foto. Pues bien; el temporizador es muy útil para que la cámara se dispare sola en fotos en las que necesitamos una total quietud.

Por cierto, como opción económica y práctica venden trípodes diminutos que caben en el bolsillo y se pueden utilizar para estabilizar la cámara.

Hay un truco muy curioso. En ocasiones queremos tener el obturador abierto más tiempo, para exagerar el efecto de nube. Pero si el día es soleado, corremos el riesgo de que la imagen salga sobreexpuesta (demasiado clara). Hay una manera de evitarlo. Por poco dinero pueden comprar en sitios como Amazon filtros degradados que les permitirán bajar hasta en cuatro pasos la cantidad de luz que entra en el sensor. De esta manera, podrán tener abierto el obturado durante más tiempo. Es fácil, basta con que sitúen el cristal oscurecido delante del objetivo.

Antes he dicho que la cámara nos indicará si la exposición es correcta. Pues bien: a menudo no haremos caso a estas mediciones. La fotografía tiene mucho de incorrección y libertad. Por ejemplo, en una foto tomada en blanco y negro a unos utensilios de un herrero, quise a propósito que la foto saliese más oscura, con más contraste de luz. Los colores del acero salían más densos, transmitiendo fuerza y dureza.
 
 

Consejos y trucos hay cientos. Por ejemplo, si van a hacer retratos el primer y más importante consejo que se me ocurre es que utilicen una amplitud focal de unos 150mm ¿Por qué?

Primero, porque ello nos permitirá aumentar el efecto que supone definir el objetivo de nuestra fotografía sobre un fondo difuso. Con el teleobjetivo la mirada se enmarca con claridad frente a la bruma indeterminada del fondo. De nuevo, juego con la oportunidad de tener una lente que me permita hacer todo tipo de fotografías y generar una profundidad de campo idónea.
La segunda razón para utilizar un 120, 150mm es, posiblemente, más importante. Tenemos decenas de músculos en el rostro que nos dan expresividad y que no somos capaces de controlar. Si usted se sitúa a unos metros de la persona que va a fotografiar y pasa desapercibido, va a conseguir expresiones más naturales e interesantes que si intenta un “posado”, que normalmente resulta forzado y antinatural. No hay mejor modelo que quien no se sabe fotografiado. Y esta regla funciona de maravilla con los niños y los mayores.

Por cierto, ¿hay fotografías inconvenientes? En un espacio público ¿hay imágenes que debemos abstenernos de tomar? En la Puerta del Sol de
Madrid hay varios artistas disfrazados que representan escenas imposibles; es perfectamente lícito tomarles una foto a cambio de unas monedas. Cerca, personas sin hogar se acomodan sobre cartones como deshechos humanos de una sociedad que ha fracasado, para vergüenza de todos. Yo me abstengo de robarles una foto que sería muy efectista, pero que, y es mi opinión, atentan contra su dignidad. Por regla general, es conveniente y educado pedirle permiso a alguien que va a salir fotografiado.

Se agolpan las ideas en un texto que ya resulta demasiado largo. Puede jugar con el ISO (la sensibilidad) de la cámara para procurar una mayor o menor nitidez. Por ejemplo, en un rostro del que queremos atrapar años, experiencias e imperfecciones un poco de “grano” puede resultar útil. Por ello hablaba antes de que no se trata de hacer la mejor fotografía desde el punto de vista técnico. Si así fuera, pondríamos la cámara en automático. Por cierto, no fuerce el ISO por encima de 6.000. Con este tamaño de sensor, es una temeridad.

Les animo a que practiquen con las fotografías macro. Es un mundo fascinante el de lo pequeño. Y no es necesario que sean imágenes formalmente bellas; un simple clavo herrumbroso fotografiado en blanco y negro puede aportar una imagen de gran fuerza. Por ello recomiendo las cámaras ligeras y con una gama amplia de focos; nunca sabes cuándo va a surgir la imagen.

Más ejemplos. Observen esta fotografía. Estaba paseando por una zona rural de Segovia y tomé esta imagen en blanco y negro. Por cierto, la realicé con una cámara bridge de hace 12 años y un sensor minúsculo.
 

No es más que unas herramientas de labranza en un descampado. Sin embargo, parece otra cosa. Esta fotografía existe porque llevaba mi cámara Lumix, ligera y fácil de usar. Hoy utilizo otra distinta, también una sin espejo; una Olympus OMD EM1. Pero les aseguro que la cámara no es lo importante. Lo que realmente importa es pasear, ver una estructura de acero que guarda una simetría y que pide una foto en blanco y negro un tanto oscura en un día nublado. Sin más.

Quedan mil cuestiones por plantear ¿Conviene hacer las fotografías en formato RAW y dedicar un tiempo a la edición frente a un ordenador? En mi opinión, esa tarea es accesoria. Primero hay que saber utilizar la cámara, buscar ángulos en las tomas y asumir riesgos en la exposición. Tiempo habrá de editar las fotografías; yo, lo confieso, apenas lo hago. Poner la firma y poco más.

¿Conviene utilizar filtros en los objetivos? Antes utilizábamos un filtro UV en las cámaras analógicas, pero el efecto sobre las digitales es nulo, a pesar de lo que diga la caja del filtro. Sin embargo, estos filtros transparentes nos sirven para proteger el cristal de la lente de un accidente. Pero ojo: es poco razonable tener una lente de buena calidad y colocarle un vidrio de 8 €. Para eso, mejor no poner nada.

Otro filtro que sí resulta útil es el polarizador. Es un filtro que se utiliza para evitar reflejos de luz en superficies como el agua. Además, tiene un efecto interesante sobre el cielo azul, acentuando el color celeste y destacando las nubes. Pero no se debe llevar siempre puesto, como el UV, y quita algo de luz.
 
Bueno, es hora de acabar. Ha sido un artículo demasiado largo. Es un tema que daría para mucho más.
Un saludo.
 
Antonio Carrillo

martes, 17 de febrero de 2015

Ventanas a la magia


 


La fotografía nos abre ventanas a la magia.

 
Hay una realidad imperceptible por diminuta, pero de una belleza inaudita.

 
Flores e insectos, la textura del mineral o el reflejo del agua; instantes que una lente macro puede rescatar del universo en que se ocultan.

 
Estas imágenes las tomé hace dos días, de un ramo de flores. Utilicé una lente macro de 120 mm y luz natural.

 
En unos pocos días publicaré un artículo sobre fotografía. Con consejos básicos, recomendaciones sobre máquinas y lentes y unos cuantos trucos.

 
Pero eso será más tarde. Esta noche se la dedico a la magia del color y la luz.

 
Me apetecía compartir algo así.

 
Antonio Carrillo

domingo, 15 de febrero de 2015

Una mujer ha decidido...

 
 
Una mujer ha decidido ser madre.
 
Todo son parabienes; es joven, tiene salud y ha decidido asumir el mayor de los retos: el de ser madre.
 
No está sola. Tiene a un marido que le apoya en todo y que participa en la crianza y cuidado de los niños. Él también reflexionó sobre el hecho de convertirse en padre, las responsabilidades y sacrificios que comporta. Tiene claro que no se limita a prestar su ayuda. Lo que comienza es una tarea de dos.
 
Sin embargo, la biología impone desde la concepción un reparto de tareas. Durante unos años, la mujer se dedica por entero a esta nueva faceta, con ilusión y una gratificación difícil de expresar con palabras. Podría haber seguido trabajando después de los cuatro meses de maternidad, podría haber optado por otros planes de vida. A menudo, muchas mujeres se ven obligadas a retomar sus quehaceres por una simple cuestión pecuniaria: hacen falta dos sueldos para pagar hipoteca, guarderías, etc. No hay una opción mejor que otra, ni se pueden emitir juicios morales.
 
Yo, al menos, no lo hago.
 
Cuando los niños comienzan su escolaridad, nuestra mujer decide retomar su vida profesional, que nunca ha abandonado por completo. Es otra parte de su vida que le completa y que necesita. Porque no sólo es madre, igual que su compañero no se ha comprometido a una dedicación exclusiva en su labor de progenitor.
 
Hasta aquí, todo coherente. Ahora, les invito a ver este video:
 
 
 
No voy a hacer ni un solo comentario. No creo que haga falta.
 
Antonio Carrillo

martes, 10 de febrero de 2015

El ábaco contra la calculadora


 
El 14 de agosto de 1945 Japón notifica su rendición incondicional. Al día siguiente se produce un hecho inaudito: por primera vez el pueblo japonés escucha la voz de su emperador.

Hiroito proclama por radio el final del conflicto.

Siguieron años de ocupación. En los primeros días y meses se produjeron miles de violaciones y crímenes de guerra, algo que el alto mando aliado procuró ocultar censurando todas las investigaciones e informaciones de prensa. Finalmente, los propios japoneses organizaron un sistema de burdeles para atemperar los ánimos enfebrecidos de los 300.000 soldados ocupantes, en un intento por mantener a sus mujeres seguras. Miles de jóvenes, empujadas por el hambre o el intento de ayudar a su familia, se sacrificaron en tal empeño vergonzante.

Estos burdeles se mantuvieron abiertos hasta marzo de 1946. Para entonces, el 30% de los soldados norteamericanos estaban aquejados de enfermedades de transmisión sexual. Es una historia poco conocida, porque siempre los vencedores se apropian de la verdad de lo sucedido. Y solemos tener una memoria muy selectiva.

Es un relato, el de la infamia, sin naciones que puedan declarase libres de toda mácula. Años antes, Japón cargó con su propio baldón de ignominias en Filipinas y otras plazas conquistadas. Como suele ser norma, la guerra conforma una historia cruel, sin más inocentes que las mujeres sometidas al abuso de quien puede imponer su fuerza. La mujer ha sido siempre un trofeo apetecible para satisfacer los instintos más primarios de quien empuña un arma, alienado en la costumbre de matar seres humanos.

Pero este relato transcurre por senderos muy diferentes. Los norteamericanos promovieron un cambio de mentalidad social y política en la cultura japonesa, y en este empeño se encontraron con costumbres arraigadas que llamaron a su asombro.

 
Por ejemplo: los japoneses utilizaban los ábacos, un instrumento rudimentario de madera, para resolver cálculos complejos a una velocidad sorprendente. De hecho, su Cámara de Comercio e Industria evalúa y otorga licencias de operador de ábaco desde 1931.

Dentro de esta tarea evangelizadora que pretendía abrir la mentalidad asiática a las maravillas que supone la tecnología y el progreso, el periódico “Barras y estrellas” del ejército norteamericano organizó el 12 de noviembre de 1946 un espectáculo en un teatro de Tokio; un humilde funcionario de finanzas del ministerio de correos, acompañado por su pequeño ábaco de madera, frente a una moderna calculadora eléctrica manipulada por un soldado experto.

Iba a ser una masacre.

Y lo fue. Kiyoshi Matsuzaki confiesa que comenzó la primera de las cinco pruebas muy nervioso: restas con 8 cifras. A pesar de su nerviosismo, el señor Matsuzaki cometió un único fallo, y resolvió los problemas a una velocidad de vértigo, un 30% más rápido que la calculadora. Y con menos errores.

El resultado final de tan singular combate dio la vuelta al mundo: el japonés ganó en cuatro de las cinco pruebas. Sólo perdió con las multiplicaciones. Es un enfrentamiento que no ha vuelto a repetirse.

Pero ¿saben? Acerquen en oído. He de confesarles algo: el señor Matsuzaki hizo trampas. Sí, han leído bien. El japonés utilizó un instrumento más poderoso que el ábaco y que cualquier calculadora.

Utilizó su cerebro.

Permítanme explicarme con un ejemplo. Las personas expertas en el uso del ábaco adquieren una enorme destreza en el cálculo mental. Los japoneses llaman a esta facultad “anzan”: cálculo ciego. Como parte de su aprendizaje, a los alumnos que aprenden a utilizar un ábaco se les obliga a “visualizar” el armazón de madera con los finos listones en los que se insertan las cuentas. Es decir: en su mente forman la imagen de un ábaco y se imaginan moviendo frenéticamente las pequeñas cuentas arriba y abajo. Con el hábito, llega un momento en que no necesitan tener el ábaco presente.

El mejor ejemplo que se me ocurre sucedió el 28 de mayo de 1952, cuando el maestro Yoshio Kojima, en uno de los encuentros anuales para evaluar la destreza de los operadores, accedió a realizar una demostración de su talento. El señor Kojima resolvió 50 divisiones, todas con al menos cinco cifras tanto en el divisor como en el dividendo. Logró tal hazaña en, exactamente, 78,4 segundos.

Le bastaba 1 segundo y 568 centésimas para ofrecer una respuesta correcta.

Verán: si yo tengo que pasar esa prueba y dispongo de una calculadora, no sería capaz de hacerlo en menos de 3 segundos por cálculo; he de teclear ambas cifras y dar una respuesta. No imagino mi desempeño si tengo que utilizar papel y lápiz: me avergüenza decir que emplearía los 78 segundos en resolver una sola división, y no apostaría porque acertara con la respuesta.

Lo asombroso es que el maestro Kojima no utilizó siquiera un ábaco. Todo lo hizo con cálculo mental.

El 10 de diciembre de 2007 Alexis Lemaire, un joven francés superdotado, fue capaz de resolver la raíz decimotercera de un número de 200 cifras en 70 segundos. No hay calculadora capaz de hacer algo así ¿Cómo lo logra? Lemaire visualiza los números y los convierte en estructuras más asequibles, como palabras o fragmentos de películas. Los hemisferios cerebrales bailan así en un complejo ritmo de imágenes que ordenan la abstracción en estructuras más afines a nuestra mente.

Sería interesante que fomentáramos estas capacidades en los cerebros maleables, dúctiles, de nuestros niños. Sería un ejercicio provechoso para ese órgano tan anhelante de información. En la oscura oquedad del cráneo, nuestra masa gris busca la luz de la intuición y del saber.

Clases de ábaco… Pido perdón por la tontería. A veces me olvido del mundo en el que vivo.

Mejor que sigan haciendo exámenes y desmemorizando conceptos trillados.

 
Antonio Carrillo