jueves, 26 de septiembre de 2013

Mi padre, cura obrero en Los Badalejos


 

Hoy hace siete meses que falleció mi padre. Es curioso, creía que el tiempo traería una pizca de consuelo en el olvido.
Pero le sigo echando muchísimo de menos, y todos los días algo me trae su recuerdo.
Al poco de morir, nos llegó, entre otros, este reconocimiento del ayuntamiento gaditano de Medina Sidonia: 

PESAME DESDE EL AYUNTAMIENTO DE MEDINA SIDONIA

Desde el Ayuntamiento de Medina Sidonia, en nombre de su Alcalde, M. Fernando Macías, en el mío propio como Tte. de Alcalde Delegado en Los Badalejos y Malcocinado, y, por supuesto, en nombre de sus vecinos que tan grato recuerdo guardan del Padre Carrillo, queremos hacer llegar a su familia nuestro más sincero pésame por su reciente perdida.

El conocimiento de su lucha para con los vecinos de Los Badalejos durante unos años de extrema carestía y ausencia de medios, sin duda es un aliciente para continuar el trabajo en una época tan difícil como la que vivimos en este momento, salvando las diferencias.

En reconocimiento y agradecimiento a su trabajo, Los Badalejos sigue recordando a Antonio Carrillo manteniendo una calle con su nombre en Los Badalejos. Por supuesto sigue vivo en el recuerdo de sus vecinos. Reciban un saludo afectuoso.

ANTONIO DE LA FLOR GRIMALDI Tte. De Alcalde-Delegado de Medio Ambiente y Servicios Municipales. Tte. De Alcalde-Delegado en San Jose de Malcocinado y Los Badalejos.

 
AYUNTAMIENTO DE MEDINA SIDONIA


Y, poco después, Miguel Roa, profesor del Instituto Público San Juan de Dios de Medina Sidonia, me comunicó que tenían previsto glosar la figura de mi padre en el libro “El Barrio”, que editan todos los años.
Me encomendaron escribir sobre el paso de mi padre por una pedanía de Medina Sidonia, Los Badalejos.
Lo que sigue es el texto que salió publicado:

“Estamos en 1958, y el Rector del seminario de Cádiz propone al obispo que Antonio Carrillo Robles prosiga sus estudios en Roma. Con apenas 22 años su alumno más brillante no puede ser ordenado sacerdote; es demasiado joven.
Durante tres años estudia teología en la Universidad Gregoriana y, posteriormente, Sagradas Escrituras en el Pontificio Instituto Bíblico, un privilegio al alcance de unos pocos cientos de personas en el mundo. En 1961 le ordenan que regrese a España, y le nombran superior del seminario menor de Cádiz. Tiene apenas 25 años
La iglesia católica estaba inmersa en un proceso de cambio propiciado por el Papa Juan XXIII. El sacerdote que vuelve de Roma se ha embebido en un espíritu conciliar, más abierto y cercano. Es algo que se manifiesta muy pronto: el padre Carrillo se niega a dar en latín clases de teología a niños que desconocen tal idioma. Relaja un tanto el ambiente en el seminario, procura mejorar la comida (siempre le gustó comer) e introduce el estudio y disfrute de la música clásica (su gran pasión), lo cual se percibe como un soplo de aire fresco. Un compañero sacerdote escribe en su diario: "los niños de primer curso estaban encantados con él".
El obispo está molesto. El padre Carrillo no siempre guarda las formas en su manera de dar las lecciones, de distraer a sus alumnos; e incluso se rumorea que le han visto caminar en verano por las plazas de Cádiz sin llevar el preceptivo sombrero de teja. Carrillo se ha enfrentado abiertamente con el rector del seminario, delante de alumnos y profesores, y visita periódicamente a un sacerdote preso por razones políticas en la cárcel del Puerto de Santa María. El escándalo es mayúsculo: ¡se ha escuchado en el seminario música de zarzuela; nada menos que "La leyenda del beso"! ¡Imperdonable!
El castigo es ejemplar: Carrillo recibe la orden de trasladarse como párroco de dos humildes pedanías cercanas a Medina Sidonia, San José de Malcocinado y Los Badalejos. Un sacerdote y profesor amigo escribe en su diario: "noviembre de 1963; Hace unos días, dos en concreto, el martes, trasladaron al P.ACR. a los Badalejos. Dicho así, parece una cosa normal, pero no lo comprendo. (...) ¿Es realmente la voluntad de Dios que a una persona tan preparada como P.ACR se le envié allí y el Seminario pierda un profesor y superior que anima, estimula y da ejemplo de entrega?"
La intención del obispo es clara: quebrar la voluntad de Carrillo sometiéndolo a un entorno extremadamente difícil. En 1926, el Estado había comprado los terrenos de San José de Malcocinado con la intención de instalar una Yeguada Militar, pero el experimento no prosperó. Sin embargo, dado que se había encontrado agua y construido unos pabellones, el Instituto Nacional de Colonización arrienda los terrenos a unos cientos de personas. Otras muchas se instalan en chabolas situadas en una Cañada Real: los Badalejos.
Todas ellas malviven en una tierra que no les pertenece.

El sacerdote que sucedió al padre Carrillo habla del lugar en estos términos: "Si he dicho yeguada, ya podemos suponer qué clase de viviendas componían San José de Malcocinado: las antiguas cuadras de los caballos. Pero peores eran las de Los Badalejos. Me parecían como las que veía como «viviendas primitivas» en la Historia del Arte de Pijoan"
 
Una fría noche de noviembre de 1963, bajo una lluvia torrencial, llega Antonio Carrillo a Los Badalejos, traqueteando sobre su Vespa blanca. Si la intención del obispo era la de humillar al erudito estudiante y profesor, fracasó estrepitosamente. Enseguida Carrillo envía una carta al obispado comunicando que ha decidido ceder su casa de párroco (la única medianamente decente) a una familia con 11 hijos. El obispo responde con un enfado monumental, y se niega a tal desvarío. Carrillo decide entonces centrar sus esfuerzos en un único objetivo: mejorar las (penosas) condiciones de vida de sus parroquianos.
Acude al Gobernador de la provincia y demás autoridades, consigue financiación, material de construcción, y presiona para que se tenga en consideración una reciente encíclica de Juan XXIII, en la que establece que todas las tierras de colonos que atestigüen veinticinco años de ocupación pertenecen a quienes las han habitado. Tras toda una vida trabajándola, la tierra es propiedad del colono, no del Estado. Una vecina de los Badalejos lo explica fenomenalmente: “El padre Carrillo era buenísimo, daba misa como todos los curas, pero hizo más cosas por el pueblo; hizo casas para que se vinieran más familias a vivir a La Yeguada, y dejamos de pagarle a Franco”. Otro vecino es incluso más claro: “Carrillo era un cura bien preparado y no le temía al caudillo”.
 
Antonio Carrillo es feliz en los Badalejos, "rodeado de gente sencilla", como le escribe a un compañero. Su situación refleja un claro enfrentamiento con el poder civil y eclesiástico; ante los actos conmemorativos del 25 aniversario de la colonización de San José de Malcocinado, en los que se pretende enaltecer el Instituto Nacional de Colonización, Carrillo se niega obstinado a dar la misa preceptiva, aduciendo que no podía celebrar el nacimiento de una institución que supuso la creación de colonias de pobreza y marginalidad. Finalmente, tuvo que acudir un  sacerdote de Benalup a oficiar la misa.
Pronto comienza, previó sorteo, una primera fase de construcción de 10 viviendas. Algunos vecinos recuerdan el momento en el que se introdujo en una olla todas las solicitudes. Fue sin duda una tarea ardua conseguir los medios económicos y materiales para proseguir con el proyecto; una cuadrilla de albañiles de Medina Sidonia y de Paterna de Rivera construyeron casas de mampostería con tejados decentes en las cañadas reales y la carretera a Benalup. Carrillo facilitaba cal para blanquearlas, y pintura verde o celeste para las puertas. "No eran una maravilla, pero eran humanas y apropiadas", escribe el sacerdote que le sucedió en los Badalejos. El coste de las casas era de 10.000 pesetas, pero al propietario que aportaba mano de obra se le descontaba del total. El padre Carrillo firmaba pagarés de 100 pesetas.
 
El sacerdote estaba constantemente de viaje, siempre en moto, buscando recursos, financiación. Cuando tenía prevista una salida, avisaba a los vecinos, por si tenían que tramitar la solicitud de luz o cualquier otro asunto. A menudo escribía los formularios, porque una buena parte de la población era casi analfabeta.
Su ejemplo cundió: se recuerda una ocasión en la que fueron todos los vecinos en manifestación, pancarta incluida,  hasta el poblado de Cantarranas. Pedían el suministro eléctrico ante el obispo, que estaba allí de visita. Para entonces, el prelado debía de estar más que arrepentido de su decisión. Para más inri, en junio de 1964 el pueblo recibe la visita de un grupo de profesores y alumnos provenientes del seminario de Cádiz. Echan una mano en la construcción de las casas. Un profesor del seminario escribe: "Ayer tarde, al ver la Iglesia llena de gente y viviendo un cristianismo que me parecía del siglo primero, me sentí impotente (...) Todos decíamos que no se nos olvidará la estancia con PACR en esta Parroquia rural. Hemos aprendido mucho. Aquí han tomado un concepto muy bueno de los seminaristas. La gente se ha portado muy bien con nosotros, nos dejaban arrugados con sus regalos. Durante todos los días comimos en la Venta 'El Soldado' de los Badalejos".
El 8 de septiembre de 1964, a los diez meses de su llegada a Los Badalejos, se inauguraron las primeras casas, con presencia del recientemente nombrado obispo de Cádiz, Antonio Añoveros.
 
Los vecinos guardan una imagen del padre Carrillo quitándose la sotana, colgándola en cualquier sitio y descargando material de un camión, “como si fuera para su casa”. Las anécdotas sobre su labor pastoral y humana son casi interminables: llamaba a misa a las 12 de la mañana y acudía todo el barrio; no le importaba que las mujeres dejasen su tarea y entraran en la iglesia engalanadas sencillamente, con su delantal de cocina. Ofició el primer bautizo en castellano, algo que sorprendió a unas gentes acostumbradas a escuchar la ceremonia en un ininteligible latín. Después de la misa del gallo, invitaba a los feligreses a un refresco que había enfriado dentro del pozo. En una ocasión, supo de un niño sin bautizar, tan pobre que ni siquiera tenía padrino. Pidió comida de entre los lugareños, organizó una fiesta y fue con su vespa, acompañado de un grupo de vecinos en bicicleta, a traer al niño al pueblo. Y lo bautizó.
 
Tocaba la guitarra, y hacía música con vasos de agua y una cuchara; él, que había dirigido coros de más de cien intérpretes en salas de concierto. Montaba obras de teatro con niños y adultos, visitaba a los enfermos e incluso se ocupaba del traslado en los casos más graves. Una vecina recuerda que "a mi suegro, ya fallecido, lo llevó un día a Benalup, al médico, montado en su vespa; y como era tan nervioso, y enfermo que estaba, lo ató a su cuerpo con una sábana, porque los vecinos le decían que se le iba a caer por el camino".
 
En 1966 Antonio Carrillo pide la dispensa papal; quiere dejar el sacerdocio. El obispo Añoveros le convence para que recapacite otro año en Roma. Allí prosigue sus estudios, y acompaña como secretario e intérprete a su obispo en las últimas sesiones del Concilio Vaticano II. Se le comenta la posibilidad de que opte a ser uno de los obispos más jóvenes de Europa. Todo resulta inútil; Antonio Carrillo Robles se encontraba más cómodo, más en su sitio, en el fango de Los Badalejos que en los alfombrados salones de un palacio episcopal. En 1968 recibe la dispensa papal y contrae matrimonio. No se le permite casarse en la iglesia; la ceremonia se celebra en el despacho del sacerdote que oficia el sacramento, y sólo se permitió la presencia de los dos testigos preceptivos.
Acaba, pues, su vida como sacerdote; comienza otra como esposo, padre y Traductor Jurado, repleta también de anécdotas y éxitos. Pero en una pedanía de Cádiz no se difumina su recuerdo, su impronta. Hay una segunda, incluso una tercera generación que ha oído hablar del Padre Carrillo. En internet, se puede leer: “Por último, conservamos en la memoria de nuestros padres - posiblemente la segunda generación - a un hombre que ayudó a construir nuestro "pueblo". Este fue el querido y admirado Padre Carrillo, gracias al cual pudimos amortiguar nuestra pobreza y hambre en los años sesenta. ¡Donde quiera que esté, un fuerte abrazo!”
El año 2.000 se celebró una fiesta en su honor, a la que asistió con su esposa y cinco hijos. Se le entregaron dos placas conmemorativas y una reproducción en madera de la iglesia de los Badalejos. De las dos calles del pueblo, una lleva por nombre "Padre Carrillo".
Antonio Carrillo Robles falleció el 26 de febrero de 2013. Hay una última anécdota; en 1977 pudo construir una casa en la que vivió (vivimos) muchos años. Encargó a unos artesanos de Talavera de la Reina un enorme y colorido recuadro de cerámica con el nombre de la casa, que se veía desde la calle.
La casa en la que Antonio Carrillo Robles vio crecer a sus hijos tenía por nombre "Los Badalejos".”

Hoy, 26 de septiembre, hace siete meses que quedé huérfano de un hombre excepcional.
Del que estoy inmensamente orgulloso.

Antonio Carrillo Tundidor

Valido la inscripción de este blog al servicio Paperblog bajo el seudónimo tradux

« Valido la inscripción de este blog al servicio Paperblog bajo el seudónimo tradux ».

La vida en la verdad y la verdad en la vida: artículo de Juan de Dios Regodán

Gracias, Juan de Dios, por permitirme publicar tu artículo.


 
 
           Un político, que ha vivido una gran experiencia, me decía que en mis artículos veía ideas bastante interesantes, pero que era muy difícil ponerlas hoy en práctica. “Los aparatos de los partidos políticos no siempre están por la labor de salir de la situación actual de pesimismo”. También un economista me comentaba que no se encuentran mecanismos para despertar ilusión.  ¿Cómo salir de esta apatía y pesimismo? Esta es una pregunta que se hace mucha gente y pocos saben enfilar cauces de soluciones a los problemas que más preocupan a los ciudadanos. La verdad es que estamos inmersos en cierta indolencia política y social que es precisamente todo lo contrario a la libertad de llamar las cosas por su nombre. Bajo el anonimato hay quiénes atacan cualquier idea que no concuerde con su pasividad.

          En política, muchas veces, las grandes apuestas del ser humano, como la concepción  de la vida, la familia, el trabajo, la precariedad social, no suelen ser objeto de una reflexión a fondo, sino que son engullidos por una neutralidad apática en la que todas las opiniones adquieren el mismo valor. Y ello se debe a que estamos viviendo un sistema de pensamiento que no da prioridad al conocimiento, sino que confunde fortaleza y verdad con “consenso de masas”. Pero la suma de opiniones no siempre engendra certeza y verdad. Hace falta reclamar racionalidad y no sólo consenso, verdad objetiva y no sólo opiniones. Para resolver los problemas de las instituciones y de las personas hay que acudir a la verdad como norma social y moral.

          La verdad es fuente de convivencia, cuando las personas no se apoderan ni la domestican, sino que la buscan no como arma contra el otro, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Pero, cuando esa verdad se cree tener en exclusividad y no es buscada con humildad, reina un pluralismo salvaje y un viciado consenso político y social, cortado a la medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Quiénes mandan, entonces, son los intereses dominantes y el egoísmo de grupos o individuos que buscan preferentemente su enriquecimiento personal y familiar. Pero hay que recordar que las disfunciones no se deben al sistema político, sino al comportamiento desleal de ciertas personas.

          Echar la culpa de los males a la democracia no es correcto. La democracia es un marco apto y válido  para una sociedad creadora, pero hay que llenarla de contenidos de participación real. La democracia es necesaria, pero no suficiente para una vida humana sensata, solidaria y participativa. Por comportamientos erróneos, también en democracia puede darse la dictadura de los votos y los “consensos interesados”. Existen depredadores de consenso, de democracia y de verdad que, mirando sólo sus propios intereses, están despojando a los demás ciudadanos del derecho que les asiste de participar en las decisiones que, de alguna manera, les afectan y preocupan.

           Por las necesidades que están sufriendo muchas personas y familias, hoy la verdad real y la solidaridad comunitaria son las dos instancias normativas de las personas y los dos desafíos supremos de la sociedad actual. De la respuesta adecuada a ellos depende nuestro futuro democrático, el porvenir moral y la misma dignidad del ser humano. Salir de la pasividad, del miedo y de la apatía pueden ser los primeros escalones que haya que subir para encontrarnos con nosotros mismos y que nos ayuden a tomar conciencia de que “la verdad hace libres” y por ello hay que “vivir la vida en la verdad y la verdad en la vida.”

                                                         Juan de Dios Regordán Domínguez
 
Filósofo, teólologo, profesor y pedagogo.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Hijos de la palabra






La palabra requiere paciencia.

Vocales y consonantes se abrazan en un baile acompasado, que fluye sin esfuerzo aparente por labios y miradas, en un hechizo hipnótico que denominamos lectura.

La palabra respira, reflexiona sobre sí misma. Se detiene para adquirir sentido, hondura. Los signos de puntuación nos permiten a nosotros, lectores, respirar al unísono con lo escrito. Una simple coma aporta coherencia y armonía.

A esta pausa amable la denominamos belleza. Literatura.

Porque la prosa siempre encierra la intención de asemejarse al verso, al que envidia su música. Por ello la palabra exige respeto, mesura y cuidado.

Y cuidar la palabra es cuidarnos a nosotros mismos; porque de palabras estamos hechos.

Por eso duele tanto y tan hondo encontrarse diariamente con este sinsentido:

"El Mundo’ está en venta, pero el problema es que a excepción de los bancos liderados por Moncloa, nadie quiere comprar Unidad Editorial. La semana pasada la asamblea de los trabajadores rechazaba el paquete de recortes con valor de 13 millones de euros, paralizando la ampliación de capital de su dueño RCS Mediagroup que en teoría le entregaría a la compañía, la liquidez y el respiro necesario para funcionar con lo que queda del año"

Está escrito por la redacción de un periódico digital español. Hace dos días.

Me alarma el desprecio hacia la palabra en el periodismo, que se nos niegue una puntuación respetuosa con el lector y con el verbo.

Este texto, se lo aseguro, no es una excepción. Comienza a ser la norma.

Las palabras se pierden en frases faltas de sentido, se quedan huérfanas de pausa. De ritmo.

Es una absoluta afrenta contra nuestra identidad como hijos del logos. Es un escándalo que, por cotidiano, no deja de herirnos en lo más hondo. En lo que somos.

Cuidar la palabra es responsabilidad de todos, porque no hay herencia más importante. Sin la palabra no adivino futuro posible. Estamos tan pendientes de lo inmediato, de lo accesorio, que descuidamos lo esencial. Lo imprescindible.

Y diariamente leemos textos como el propuesto sin apenas darnos cuenta. El oprobio, por repetido, pasa desapercibido.

Pero todos nos empobrecemos de a poco embadurnados de mediocridad. Porque, si de palabras nos hacemos a diario, tal ignominia nos hiere calladamente.

Cuando queramos darnos cuenta, a no tardar, no habrá palabras con las que defendernos. La palabra habrá muerto ahogada por la prisa. Nos habrá abandonado.

En los titulares y escuetos mensajes de móviles y twiters una generación entera viste su alma, su consciencia, con harapos. La fastuosidad tecnológica esconde tras sus fuegos de artificio una nada aterradora. Un vacío.

Y fiaremos al corrector ortográfico del Word la defensa de lo que somos: animales que hablan, escriben, escuchan y leen.


Hijos de la palabra.


Antonio Carrillo

viernes, 13 de septiembre de 2013

La noche en que nació la filosofía II




Había dejado pendiente terminar este artículo. No será fácil.
 
No lo será por dos razones:
 
La primera, porque nos adentramos en fundamentos metafísicos de difícil concreción, y de no fácil comprensión (al menos, para mí).
 
La segunda, porque detrás de toda esta significación del Parménides ontológico se oculta otro Parménides más mistérico. Profundo. Y cuando nos adentremos con él a incubar ideas supuestamente órficas o apolíneas, correremos el riesgo de hundirnos en el absurdo o, peor, en la incongruencia.
 
Es un ejercicio de funambulismo el que me propongo realizar. Ruego paciencia y, llegado el caso, indulgencia. Si finalmente caigo en el desvarío, espero que los comentarios de mis amigos me recuperen para la sensatez.
 
Porque es de magos de lo que voy a hablar. De magia occidental.
 
 
De cuando Platón mató a Parménides.
 

Siempre resulta conveniente que las fuentes sean fiables; y en este caso quiero hacer mención expresa a las mismas. La editorial Gredos publicó la obra “Los filósofos presocráticos” de Kirk, Raven y Schofield, en edición de Jesús García Fernández. También ha editado, dentro de su (imprescindible) colección Biblioteca clásica de Gredos tres tomos dedicados a los filósofos presocráticos, bajo la dirección de Conrado Eggers. En general, se nota en el análisis de los textos la (sutil) influencia hermenéutica procedente, principalmente, de Hans-Georg Gadamer. En lo que sigue he consultado, entre otras, fuentes como Jaeger, miembros de la escuela de Tubinga o nuevos (y polémicos) enfoques sobre cómo interpretar a Platón, como los que propone Giovanni Reale desde Turín. Por último, hay un libro de reciente aparición, “Los oscuros lugares del saber”, de Peter Kingsley, publicado al castellano por Atalanta, que puso mi atención sobre Parménides. Ha sido la verdadera inspiración para estos dos artículos.
 


De todos modos, lo que antecede y lo que sigue es fruto, sobre todo, de mi estulticia.
 
Kirk, Raven y Schofield presentan a los pensadores jonios como monistas materialistas.
 
 
Proponían así un diké (el agua o el aire, por ejemplo) como origen de todo lo que vemos. En este sentido, Parménides supuso una clara ruptura en la filosofía, una reflexión nueva, más especulativa que naturalista. Jaeger, en su monumental Paideia, afirma que “al lado de la filosofía natural de los jonios y de las especulaciones pitagóricas sobre los números, aparece con Parménides una nueva forma fundamental del pensamiento griego, cuya importancia traspasa los límites de la filosofía para penetrar profundamente en la totalidad de la vida espiritual: la lógica.” Hegel habla de “un ascenso al reino de lo ideal” que marca un antes y un después. Aristóteles afirma en su metafísica que Parménides destaca por manifestar una visión sobre “lo Uno” más profunda, según el concepto, y no según la materia. Así, para el eléata, si lo que “Es” es eterno, debe ser “Uno”, y no puede ser principio de una realidad formada por múltiples elementos. Parménides reflexiona sobre lo eterno o, en palabras de Aristóteles, “lo que es no deviene, porque ya es, y nada pudo llegar a ser a partir de lo que no es”.
 
 
Para Aristóteles, el pensamiento de Parménides “torna imposible el saber acerca de la naturaleza”. Parménides, dice Hegel, se “libera de todas las representaciones y opiniones, les niega toda verdad y dice: Sólo la necesidad, el ser, es lo verdadero”. Para Parménides “el pensamiento y el ser son uno y lo mismo”.
 
Parménides representa el descubrimiento por el hombre de lo cognitivo en estado puro.
 
 
En definitiva: Con Parménides el “Ser” o “Existente” aparece, por vez primera, en la filosofía. Es un primer indicio de metafísica, de existencialismo; de fenomenología acaso. Unas proposiciones “que constituyen una trama rigurosamente lógica” para Jaeger. Y todo este fulgor se vuelca en Platón, que lo considera “venerable y terrible a la vez” (Teeteto), y lo denomina “El grande” y “Padre” (Sofista). De hecho, muchos autores hablan de un antes y un después en la doctrina de las ideas tras el diálogo Parménides.
 

Giovanni Reale afirma que El Parménides es, “sin duda el diálogo más enigmático”. Hegel lo considera “la obra capital de la dialéctica platónica”, y los neoplatónicos lo consideraban la culminación de la metafísica en Platón; no faltan autores que hablan de una crisis espiritual en el filósofo ateniense. Parménides parece atormentar a Platón. En realidad, en este diálogo Platón afronta de la mano de Parménides el estudio de la metafísica y su estructura bipolar como forma de salvar el monismo eléata.  
 
La teoría platónica de las ideas suscita aporías (tan queridas por Parménides); pero si las elimináramos, sin más, desaparecería la dialéctica y, por ende, el pensar, la filosofía, opina Reale. Sólo se puede salvar este escollo elevando la dialéctica a la metafísica por medio de la existencia de dos Principios (lo Uno y lo Múltiple) indisolublemente unidos. De ahí la estructura bipolar como fundamento ontológico. Es algo que un Platón maduro desarrolla en algunos de sus últimos diálogos (el Sofista y el político), en los que, por cierto, sustituye al omnipresente Sócrates por un extraño “filósofo procedente de Elea”. Es Platón mismo, procedente de (homenajeando a) Elea y que, sin embargo, salva su teoría de las ideas matando a Parménides, cometiendo parricidio en el Sofista.
 

Lo que hace Platón, en palabras de Reale, es “transgredir el supremo mandamiento de Parménides, según el cual el no-ser no es”. Platón da un giro ontológico a la filosofía afirmando textualmente que “el no-ser es, si se entiende justamente en el sentido de `diferente´”. Pasamos del monismo eleático (ser-uno) a la estructura dialéctico–polar de la realidad.   
 
 
Habría otras consideraciones que hacer respecto de la axiología (los valores) como fundamento de los Principios platónicos (el Parménides real no habló nunca del “bien”). Tampoco de la “belleza”. Sin embargo, dejamos el tema en este punto. Primero, porque tiene más que ver con una refutación a los pitagóricos que a los eléatas y, segundo, porque todo este galimatías produce dolor de cabeza.
 
 
Lo confieso: la metafísica me aburre soberanamente. Debe ser por falta de capacidad, por mi poco intelecto. O por una escasa formación. El caso es que tanta búsqueda suspendido en el aire, finalmente, me agota.
 
Es hora, pues, de cerrar el artículo sobre el hombre que cambió la filosofía y que tenía sus raíces en Focea.
 
Es hora de hablar de magia.
 
 
Una búsqueda en la oscuridad

 
En el mundo antiguo había magos y chamanes. También entre los griegos.
 
Los ritos mistéricos, como los órficos o los eleusinos, formaban parte de la cotidianidad griega, y la consulta a oráculos como los de Delfos, Dódona o Delos era una práctica habitual por gobernantes y particulares.
 
¿Este hecho va en detrimento de la lógica y el pragmatismo griego? No lo creo. Históricamente, ha sido compatible reflexionar sobre cuestiones cosmológicas, o profundizar en el conocimiento de las matemáticas, y a la vez buscar respuestas en lo místico. La naturaleza humana permite que Newton, por ejemplo, arquetipo de científico y matemático, dedicara buena parte de su vida a la alquimia. El paradigma del tránsito de la fe a la razón científica lo encontramos en la (apasionante) figura de Johannes Kepler, que pasó de buscar la armonía de las esferas en los poliedros perfectos (una idea de base teológica/platónica) a formular las tres leyes físicas que rigen el movimiento de los cuerpos celestes y que nos permiten lanzar naves espaciales a Marte.    
 
En definitiva, todos tenemos una vertiente positivista que convive con una inquietud ontológica. Lo que no resulta razonable es que la segunda contamine los postulados firmemente consolidados por la primera. El sistema doble Tierra/Luna gira alrededor del Sol en una órbita elíptica; y el ser humano es consecuencia de un proceso evolutivo natural que ha durado millones de años. Estos dos enunciados no plantean la más mínima duda, ni pueden ser refutados. 
 
Estudiar entonces el creacionismo en la escuela, como alternativa plausible a la evolución, es una aberración lógica en pleno siglo XXI. Así de claro.
El problema, tal y como yo lo veo, es el siguiente: los occidentales hemos ejercitado durante siglos el positivismo, encontrando respuestas a este galimatías que denominamos lo existente. La ciencia nos aporta pruebas fiables y validadas experimentalmente de cómo es y funciona la realidad, tras un trabajo de miles de mentes privilegiadas, insertos en una senda plagada de hipótesis, pruebas y esfuerzo intelectual. Año tras año, siglo tras siglo, avanzando, aprendiendo de los errores y siendo fieles a un mismo método. En ocasiones la ciencia refuta lo dicho anteriormente y propone hipótesis nuevas; es una prueba de su grandeza.
 
Por el contrario, el hombre del mundo antiguo estaba totalmente dominado por el misticismo, por la magia. Bertrand Russell lo plantea no sin cierto humor: “Tales nos dice que todo procede del agua, pero no nos dice cómo”. Es cierto: formular hipótesis sobre cosmología, matemáticas o física no te convierte, per se, en científico. Falta el método.
 

En esta tesitura ¿dónde se sitúa Parménides?
 
Para Jaeger, “Parménides es el primer pensador que plantea de un modo consciente el problema del método científico”. De hecho, Szabó o Eggers afirman, nada menos, que la primera demostración deductiva de la historia de la ciencia pertenece al eléata. En definitiva, la íntima conexión que encontramos entre la realidad y el pensamiento puro, como característica más definitoria de Parménides, ¿bastaría para que pudiéramos considerarlo el primero de los científicos?
 
Yo no lo creo. Parménides no era un científico. Era un filósofo; quizás, el primer filósofo merecedor de tal nombre (aunque esto es muy discutible). Pero sigue siendo un hombre del mundo antiguo y, si bien esto lo enlaza con tradiciones místicas que no permiten considerarlo un positivista, a su vez le confiere una impronta única. Fue el primer gran lógico, y empleó su vasta inteligencia en la tarea de hacer comprensibles los misterios ocultos. En hacer aprehensible desde el pensar al menos un resquicio de la magia que forma parte de nuestro yo.
 
Cuando Platón, con toda su fuerza, se apropió de Parménides, desvirtuó una parte significativa de su mensaje. Lo oculto salió de la esfera del mito, del ritual, y adoptó la forma de la metafísica. Y en occidente nos quedamos huérfanos de magia.

En consecuencia, los occidentales buscamos referentes mágicos ajenos, e intentamos hacerlos nuestros. Practicamos el Yoga, la meditación oriental, o nos interesamos por enseñanzas budistas o taoistas. Y es una lástima, porque tenemos nuestra propia magia, consecuencia de miles de años de ejercitar un misticismo arraigado en nuestra cultura. No necesitamos buscar fuera lo que llevamos dentro.
El problema es que lo hemos olvidado.
Nos lo han arrebatado.

Todo empieza con la revolución que supuso la polis griega: un nuevo y sorprendente ordenamiento social. Los griegos participaban activamente en el gobierno y toma de decisiones de su polis. Incluso en las tiranías, las polis confieren a sus miembros la condición de ciudadanos. Y esto fomenta el pensamiento libre.
 
En este marco, los griegos se abren al mundo entero: oriente y occidente. Especialmente en La Jonia, como vimos, el ciudadano aprende de muchas otras tradiciones ajenas a la suya, que posiblemente le hace dudar de cualquier dogmatismo. Todo, elementos atmosféricos, fenómenos celestes o humanos, se desvinculan de dioses o monarcas, algo impensable en Egipto o Mesopotamia.
 
Siguiendo a Vernant, pensamos que la polis, con sus teatros públicos, sus decretos legales racionales o su religión al alcance de los ciudadanos es el caldo ideal para que germinen sabios como Tales o Anaximandro. Perciben la corriente de ideas que fluye desde oriente, cierto, pero son griegos y, en consecuencia, más libres.
 
Y en libertad la filosofía surge de la curiosidad por el hombre y lo existente. El mundo griego busca simplificar los fenómenos porque necesita dotarlos de sentido.



Incluso el pensamiento griego que antecede a la filosofía lleva la semilla de la curiosidad. La conexión pensamiento/realidad parmediana la encontramos en Homero; su percepción dualista dentro de la unicidad recuerda a Hesíodo. La mitología, el teatro, la historia… beben las polis de fuentes similares, lo cual les confiere una identidad cultural (son griegos), aunque no sean ciudades idénticas. Y así, en Focea, origen de los eléatas, reciben por cercanía la influencia (casi) matriarcal de los lidios, distinta del predominio total del varón griego. Por tanto, insisto, son todos iguales, pero diferentes. No es lo mismo Atenas que Esparta, ni Focea que Mileto. Al fin y al cabo, son Ciudades-Estado.
 
Es curioso: en la única obra de Parménides, cuyas raíces están en Focea, todos los personajes, incluso los animales, son femeninos. Y las mujeres le muestran a Parménides la senda de la sabiduría. Homero le da forma, cierto, pero percibimos un respeto hacia la mujer inaudito para la época. La mención a la diosa (con seguridad Perséfone) nos recuerda a mitos ancestrales: los de la Diosa Madre, presente, muy especialmente, en la Creta minoica, y antes en las culturas prehistóricas del este de Anatolia.


 

 
Hay un vínculo evidente entre Parménides y Apolo sanador (Apolo Ulio). De hecho, una inscripción encontrada referente a Parménides (la única) hace mención a su carácter de médico (Ulios). De sanador. Pero a la manera de Apolo y su hijo Asclepio: practica una sanación que se basa en la quietud y la absoluta intromisión. Es una tradución mística ancestral que busca el curarse a sí mismo desde el recogimiento. Desde el encontrarse a sí mismo. No hablamos tanto de una Teurgia como de la tradición médica de la isla de Cos, (curiosamente, situada en Asia Menor), patria de Hipócrates, padre de la medicina moderna; el pronóstico y la observación de las causas de la enfermedad convive con la creencia de que la salud nace de la paz con uno mismo y del reposo. De detenerse a escuchar el interior. De que la naturaleza cura.


 
Aquí está la esencia “mágica” de Parménides. En su poema, la diosa le indica que la sabiduría le espera en lo más profundo de una cueva, en la oscuridad. Es un símbolo de lo que Parménides y los Pitagóricos creían: la luz de la revelación proviene de la oscuridad que reina en lo más profundo de nuestro ser.


 
Sería fácil establecer lazos con los cultos órficos, tan presentes en la Magna Grecia y adoradores de la noche; pero lo más probable es que la tradición órfica proceda de Parménides (o de Empédocles), y no al revés. Antes he citado a Creta: recuerdo a Epiménides, el cretense que vivió una revelación en lo más profundo de una cueva. Cuando los atenienses acudieron a él para que les aconsejara sobre su manera de gobernarse, aconsejó que respetaran a la mujer y se mostrasen pacientes, reflexivos. Es un mismo mensaje, una misma manera de entender la sabiduría. Por cierto, a su muerte se observó que el cuerpo de Epiménides estaba tatuado a la manera de los chamanes del Asia Central.
 
Si le interesa la figura de Epiménides, puede consultar en este link:


Parménides también dictó leyes. Era médico y legislador. Este detalle nos muestra la diferencia entre los “magos” griegos y los chamanes y magos orientales: los sabios de Grecia divulgan su saber y procuran darle una utilidad pragmática. No les interesa el secreto, sino el bienestar de las personas. Y no sirven a un solo monarca, ofreciendo sus servicios como astrólogos para vaticinar el curso de la historia. Parménides no busca en las estrellas. 


 Parménides se adentra en sí mismo.

Perséfone, diosa de los muertos, lo conduce a su reino; pero hay un detalle que no se nos escapa: esta diosa tenía la facultad de curar cualquier mal sólo con tocar. Curación, oscuridad, incubación, sabiduría… se repiten las casualidades.
 

Todo este Parménides muere con Platón. La metafísica ocupa el hueco dejado por la incubación; pero es un privilegio al alcance de unos pocos intelectuales. La diosa madre se olvida, como desaparecen la pléyade de dioses y mitos que enriquecían el saber griego. Tenemos un único Dios, irascible y dogmático.
 
Y la verdad ya no está en nosotros. Está en encontrarlo a Él. En compartir (merecer) su gloria.



La noche en que los barcos abandonaron focea, el espíritu de Homero viajaba a bordo, con la diosa madre de la Anatolia neolítica, Apolo sanador, ricas creencias orientales, un sentido pragmático y comercial de la existencia, un esbozo de interés por la ciencia y el orgullo de sentirse griegos. El resultado: Parménides, que desciende a los infiernos que son él mismo. Que utiliza su inteligencia para inventar una incipiente lógica y un trasunto de metafísica. Hay motivos para la ilusión en el ambiente: contra todo pronóstico, Grecia vence a Persia. La filosofía (occidente) prevalece.

 
Años más tarde, un Platón desilusionado, huido de Siracusa, ciudadano de una Atenas sometida por Esparta, recoge el testigo dejado por Parménides y, con alevosía, se apropia de su pensamiento, acomodándolo a su conveniencia. Desde entonces, muere la posibilidad de conservar una “magia” propia en occidente. En su lugar, tenemos hoy parapsicólogos, místicos orientales, curanderos o iluminados.
 
Perséfone pierde interés por los humanos, cada vez más frenéticos y sordos.

 
Sordos a ellos mismos.

 
Con la revolución industrial se pierde todo atisbo de memoria. Vivimos en el estruendo.  

 
Perdidos a nosotros.

 
Antonio Carrillo