Un político, que ha vivido una gran
experiencia, me decía que en mis artículos veía ideas bastante interesantes, pero
que era muy difícil ponerlas hoy en práctica. “Los aparatos de los partidos políticos
no siempre están por la labor de salir de la situación actual de pesimismo”.
También un economista me comentaba que no se encuentran mecanismos para
despertar ilusión. ¿Cómo salir de esta
apatía y pesimismo? Esta es una pregunta que se hace mucha gente y pocos saben
enfilar cauces de soluciones a los problemas que más preocupan a los
ciudadanos. La verdad es que estamos inmersos en cierta indolencia política y
social que es precisamente todo lo contrario a la libertad de llamar las cosas
por su nombre. Bajo el anonimato hay quiénes atacan cualquier idea que no
concuerde con su pasividad.
En política, muchas veces, las
grandes apuestas del ser humano, como la concepción de la vida, la familia, el trabajo, la
precariedad social, no suelen ser objeto de una reflexión a fondo, sino que son
engullidos por una neutralidad apática en la que todas las opiniones adquieren
el mismo valor. Y ello se debe a que estamos viviendo un sistema de pensamiento
que no da prioridad al conocimiento, sino que confunde fortaleza y verdad con
“consenso de masas”. Pero la suma de opiniones no siempre engendra certeza y
verdad. Hace falta reclamar racionalidad y no sólo consenso, verdad objetiva y
no sólo opiniones. Para resolver los problemas de las instituciones y de las
personas hay que acudir a la verdad como norma social y moral.
La verdad es fuente de convivencia,
cuando las personas no se apoderan ni la domestican, sino que la buscan no como
arma contra el otro, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Pero, cuando
esa verdad se cree tener en exclusividad y no es buscada con humildad, reina un
pluralismo salvaje y un viciado consenso político y social, cortado a la medida
de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Quiénes mandan, entonces,
son los intereses dominantes y el egoísmo de grupos o individuos que buscan
preferentemente su enriquecimiento personal y familiar. Pero hay que recordar
que las disfunciones no se deben al sistema político, sino al comportamiento
desleal de ciertas personas.
Echar la culpa de los males a la
democracia no es correcto. La democracia es un marco apto y válido para una sociedad creadora, pero hay que
llenarla de contenidos de participación real. La democracia es necesaria, pero
no suficiente para una vida humana sensata, solidaria y participativa. Por
comportamientos erróneos, también en democracia puede darse la dictadura de los
votos y los “consensos interesados”. Existen depredadores de consenso, de
democracia y de verdad que, mirando sólo sus propios intereses, están
despojando a los demás ciudadanos del derecho que les asiste de participar en
las decisiones que, de alguna manera, les afectan y preocupan.
Por las necesidades que están sufriendo muchas
personas y familias, hoy la verdad real y la solidaridad comunitaria son las
dos instancias normativas de las personas y los dos desafíos supremos de la
sociedad actual. De la respuesta adecuada a ellos depende nuestro futuro
democrático, el porvenir moral y la misma dignidad del ser humano. Salir de la
pasividad, del miedo y de la apatía pueden ser los primeros escalones que haya
que subir para encontrarnos con nosotros mismos y que nos ayuden a tomar
conciencia de que “la verdad hace libres” y por ello hay que “vivir la vida en
la verdad y la verdad en la vida.”
Juan de Dios Regordán Domínguez
Filósofo, teólologo, profesor y pedagogo.
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