Prefacio
El general persa abandona la tienda. Es una noche fresca. Siempre le cuesta conciliar el sueño la noche que antecede a una batalla.
A lo lejos se vislumbran las imponentes murallas de la ciudad enemiga. Se comenta que los foceos pudieron construirlas gracias al dinero ofrecido por un rey de tierras situadas al otro extremo del Mediterráneo, más allá de las columnas de Hércules donde, se dice, muere el Sol; un lugar de riquezas y grandes recursos que los fenicios bautizaron con el nombre de “playa de conejos”.
O “Ispania”, en su lengua.
Es extraño: tan lejos… ¡Qué grande es el mundo! Como persa y hombre de oriente, el general conoce de Mesopotamia y Babilonia, de las montañas al este que terminan en llanuras altas y, más lejos, extensiones inabarcables de estepas sin fin. Al sureste, muy cerca de donde está acampado, el Camino Real provee a la corte meda de tejidos, especias y piedras preciosas, procedentes muchas de la lejana y misteriosa India. Y se habla de más tierras tras las altas cumbres, siempre blancas, del Himalaya
El general observa distraído a unos hombres que acarrean tierra. Con ella podrán salvar el obstáculo de las murallas. Pero algo le dice al guerrero que no habrá enfrentamiento. Unos emisarios de Focea le han rogado que se aleje de las murallas, concediendo una noche de tregua para deliberar. Su intuición le asegura que no habrá derramamiento de sangre. No mañana.
Sí asistió a una masacre en la batalla de hace dos años, en el río Halis, cuando sus tropas recibieron el ataque de los lidios, por entonces señores de estas mismas tierras en las que aguarda el nuevo día. El general recuerda su estrategia, que permitió la victoria meda: puso a los dromedarios en primera fila de batalla, y la caballería lidia resultó ineficaz. A los caballos les entró pánico ante el olor desconocido de los dromedarios.
Es curioso: el oráculo de Delfos había indicado al rey lidio Creso que si cruzaba el río Halis destruiría un imperio. Creyó que se refería a Persia, claro. Pero los oráculos son siempre confusos, y a menudo tramposos. El imperio que Creso vio destruido fue el suyo propio.
Enseguida, la monarquía aqueménida, sedienta de tierras, inició una senda de conquistas hacia el sur. Después de Lidia esperaba la riqueza de la griega Jonia, más lejos los carios, los licios a continuación. Al final se vislumbra el tesoro del inmenso Egipto. Antes, es posible que deban cruzar el Bósforo, entrar en Europa y someter a la Grecia dórica y ática.
Los medas están confiados: Persia es invencible, imparable, y la ciudad Jonia situada más al norte es Focea. Mañana formará parte del vasto y eterno imperio persa, bajo el yugo de Ciro II, el Grande. Grecia entera pertenecerá a Persia, y occidente sucumbirá ante la fuerza y la riqueza de oriente. Es inevitable
El general vuelve a su gran tienda, situada en el centro mismo del campamento. Espera poder dormir. Es un hombre atormentado. Hace años un monarca cruel le hizo pagar el error de no cumplir sus órdenes (asesinar a un niño recién nacido) con un castigo atroz: lo invitó a un banquete en palacio, y a su término el rey le informó que la carne cocinada y servida era la de su propio hijo, muerto esa misma tarde. Esta triste anécdota nos recuerda que la antigüedad es una sucesión de epidemias, migraciones, hambres y barbaries, con (breves) instantes de fulgor intelectual.
Nuestro hombre se agita una noche más. Amanece.
Corre el año 545 a.C., y el celebérrimo general persa Harpago entra en Focea, La ciudad está vacía de habitantes, desierta de gentes. Todos los Foceos han aprovechado la noche para escapar y hacerse a la mar.
Hacia occidente.
El dónde, cuándo y cómo del nacimiento de la filosofía
La filosofía nace en Grecia a principios del siglo VI, concretamente en la ciudad Jonia de Mileto, hogar de Tales, Anaximandro y Anaxímedes. Todo lo que sigue no cambia ni discute esta realidad incuestionable.
Pero, como todo fenómeno humano, la filosofía tiene hondas raíces. Es poliédrica. Resulta conveniente marcar unos límites cronológicos y geográficos para delimitar el objeto de estudio, pero en el análisis profundo enseguida los límites se vuelven difusos. Lo primero es necesario desde la ortodoxia académica; lo segundo, inevitable. En realidad, esta dicotomía no representa un grave problema, siempre que el análisis se constriña a argumentos razonables y razonados. Es decir: la filosofía stricto sensu es un invento griego del siglo VI, quiero remarcarlo, pero hay unos antecedentes y un contexto.
Para entender la filosofía es preciso entender a Grecia, y ello nos exige conocer a Homero. No se trata tanto de conocer la literatura griega como profundizar en los rasgos culturales que aglutinaban en un mismo sentido de la vida a jonios, dorios, aqueos o eolios. El sentido de la justicia, el honor, el interés por la psique humana y el individualismo… todo ello está ya presente en Homero. Y para los griegos Homero era tan real, tan cotidiano, como la mar o el aire que respiraban. Conviene tenerlo en cuenta.
Del mismo modo, es difícil adentrarse en la filosofía sin conocer a Hesíodo y su Teogonía, porque la base de la metafísica (la forma polar) aparece en la dicotomía Caos/Gea, o Cosmos/Hybris. Términos (conceptos filosóficos) como logos o arjé germinan en el humus de la Grecia que representa con metáforas una armonía, capaz de ofrecer un sentido a los mayores interrogantes. La mente griega es inquisitiva, curiosa, exigente y ordenada. Lo fácil sería abandonar los fenómenos al albur del deseo divino. Sin embargo, en Grecia el hombre se siente protagonista. Se atreve a preguntar.
Frente al inmovilismo acomodaticio del mundo antiguo, Grecia se “in-quieta”.
Y este espíritu inquisitivo nace, a su vez, de un modo de vida impuesto por las condiciones geográficas. Los griegos habitaban ciudades (polis) en su mayoría costeras, y vivían del comercio. No eran tierras propicias para el cultivo del cereal o la cría de ganado; a menudo eran costas agrestes, parajes abruptos que obligaban a mirar hacia la mar. A buscar la subsistencia en un horizonte lejano de tierras y culturas ajenas. La filosofía nace también de este intercambio: Grecia no se encierra en sí misma. No puede hacerlo, como sí hicieron Egipto o Mesopotamia. Los griegos navegan y comercian por todo el mundo conocido. Y donde hay caravanas hay trasvase de conocimientos.
Llegados a este punto, tengo que hacer una declaración que llamará la atención: la filosofía (que pertenece a occidente) nace en oriente. Y no podía ser de otra manera.
Me explicaré: la filosofía nace en Asia, en una franja costera que pertenece a Turquía y que denominamos Anatolia. En este territorio se asentaron poblaciones jónicas, hacia finales de la edad de bronce, y fundaron algunas de las polis griegas más ricas e influyentes del mundo. La filosofía no nace en el Ática ateniense, ni en el Peloponeso. No encontramos el germen de la filosofía en las montañas de la Arcadia. Es en Anatolia, sólo ahí, donde nace la filosofía. Y ¿saben qué significa la palabra griega anatolé?
Significa oriente.
Anatolia es un lugar de paso, un cruce de caminos. Y lo es desde tiempo inmemoriales. Es el marco que franquea el tránsito entre Europa y Asia, el lugar en el que confluyen las corriente migratorias y comerciales desde el neolítico; e incluso antes. Porque es en Anatolia donde encontramos las estructuras monumentales más antiguas de las que tenemos noticia, anteriores incluso a la agricultura. Göbekli Tepe, Catalhöyuk o Hacilar, por citar algunos ejemplos, son nombres que deberíamos memorizar, porque nuestra especie inventó la civilización en estos enclaves, hoy ruinas olvidadas. Mucho antes que Egipto, antes incluso que Sumer, en Turquía hubo grandes asentamientos humanos, ciudades con una distribución del trabajo, una organización jerárquica y un mercadeo con áreas lejanas.
¿Y en tal lugar nace la filosofía? ¿Creen que es casualidad? Por Anatolia cruzaba la ruta de la seda, que traía Lapislázuli, Jade o Seda desde mucho antes de la llegada de los Jonios. El “Camino Real”, una ruta de comunicaciones excepcional en el mundo antiguo, nacía en Anatolia y permitía el comercio con el lejano oriente. No se extrañen: oriente y occidente no estuvieron aislados el uno del otro. Los jinetes y arqueros Escitas dominaron un territorio que abarcaba desde Hungría a China. Sai los llamaban los chinos, shaka los indios y sakes los persas. Pero mucho antes, 4.000 años a.C., en la prehistoria, tenemos testimonio de la presencia de caucásicos rubios en China: los Tocarios. ¿Han oído hablar de las momias de Tarim? Es un asunto fascinante que merecerá un artículo.
Y en este enclave tan ligado a Siria, a Persia, al oriente, un puñado de ciudades Griegas (y por tanto ligadas a occidente) se dedican al comercio. Entre ellas, Focea.
¿Por qué me he fijado de Focea? En primer lugar, por su situación: es la polis jónica situada más al norte. Sus contactos comerciales con Persia son muy importantes, y la influencia Lidia es enorme. Ello se refleja en un hecho poco conocido: los Foceos fueron los primeros en acuñar moneda junto con los Lidios. En Lidia la mujer tenía un trato más igualitario que en las culturas de su entorno ¿Afecto esto a Focea? Es posible.
Al sur de Focea encontramos la isla de Samos, de origen volcánico. Es famosa por su templo de Hera y por su poderío comercial. El primer griego en cruzar las columnas de Hércules, Coleo, partió de Samos. Sus grandes arquitectos, como Teodoro, inventor de la regla, el cartabón, el nivel o la llave en el siglo VII, se desplazaron a Persia, y el tirano Polícrates se alió con el monarca persa Cambises II. Como vemos, los ejemplos de contacto de Jonia con oriente son significativos. Por ejemplo, en el templo de Hera se han encontrado imágenes de bronce de Gula, Diosa babilónica de la curación. Y en el templo se criaban unos extraños y hermosos animales: pavos reales procedentes de la India.
Del mismo modo, es difícil adentrarse en la filosofía sin conocer a Hesíodo y su Teogonía, porque la base de la metafísica (la forma polar) aparece en la dicotomía Caos/Gea, o Cosmos/Hybris. Términos (conceptos filosóficos) como logos o arjé germinan en el humus de la Grecia que representa con metáforas una armonía, capaz de ofrecer un sentido a los mayores interrogantes. La mente griega es inquisitiva, curiosa, exigente y ordenada. Lo fácil sería abandonar los fenómenos al albur del deseo divino. Sin embargo, en Grecia el hombre se siente protagonista. Se atreve a preguntar.
Frente al inmovilismo acomodaticio del mundo antiguo, Grecia se “in-quieta”.
Y este espíritu inquisitivo nace, a su vez, de un modo de vida impuesto por las condiciones geográficas. Los griegos habitaban ciudades (polis) en su mayoría costeras, y vivían del comercio. No eran tierras propicias para el cultivo del cereal o la cría de ganado; a menudo eran costas agrestes, parajes abruptos que obligaban a mirar hacia la mar. A buscar la subsistencia en un horizonte lejano de tierras y culturas ajenas. La filosofía nace también de este intercambio: Grecia no se encierra en sí misma. No puede hacerlo, como sí hicieron Egipto o Mesopotamia. Los griegos navegan y comercian por todo el mundo conocido. Y donde hay caravanas hay trasvase de conocimientos.
Llegados a este punto, tengo que hacer una declaración que llamará la atención: la filosofía (que pertenece a occidente) nace en oriente. Y no podía ser de otra manera.
Me explicaré: la filosofía nace en Asia, en una franja costera que pertenece a Turquía y que denominamos Anatolia. En este territorio se asentaron poblaciones jónicas, hacia finales de la edad de bronce, y fundaron algunas de las polis griegas más ricas e influyentes del mundo. La filosofía no nace en el Ática ateniense, ni en el Peloponeso. No encontramos el germen de la filosofía en las montañas de la Arcadia. Es en Anatolia, sólo ahí, donde nace la filosofía. Y ¿saben qué significa la palabra griega anatolé?
Significa oriente.
Anatolia es un lugar de paso, un cruce de caminos. Y lo es desde tiempo inmemoriales. Es el marco que franquea el tránsito entre Europa y Asia, el lugar en el que confluyen las corriente migratorias y comerciales desde el neolítico; e incluso antes. Porque es en Anatolia donde encontramos las estructuras monumentales más antiguas de las que tenemos noticia, anteriores incluso a la agricultura. Göbekli Tepe, Catalhöyuk o Hacilar, por citar algunos ejemplos, son nombres que deberíamos memorizar, porque nuestra especie inventó la civilización en estos enclaves, hoy ruinas olvidadas. Mucho antes que Egipto, antes incluso que Sumer, en Turquía hubo grandes asentamientos humanos, ciudades con una distribución del trabajo, una organización jerárquica y un mercadeo con áreas lejanas.
¿Y en tal lugar nace la filosofía? ¿Creen que es casualidad? Por Anatolia cruzaba la ruta de la seda, que traía Lapislázuli, Jade o Seda desde mucho antes de la llegada de los Jonios. El “Camino Real”, una ruta de comunicaciones excepcional en el mundo antiguo, nacía en Anatolia y permitía el comercio con el lejano oriente. No se extrañen: oriente y occidente no estuvieron aislados el uno del otro. Los jinetes y arqueros Escitas dominaron un territorio que abarcaba desde Hungría a China. Sai los llamaban los chinos, shaka los indios y sakes los persas. Pero mucho antes, 4.000 años a.C., en la prehistoria, tenemos testimonio de la presencia de caucásicos rubios en China: los Tocarios. ¿Han oído hablar de las momias de Tarim? Es un asunto fascinante que merecerá un artículo.
Y en este enclave tan ligado a Siria, a Persia, al oriente, un puñado de ciudades Griegas (y por tanto ligadas a occidente) se dedican al comercio. Entre ellas, Focea.
¿Por qué me he fijado de Focea? En primer lugar, por su situación: es la polis jónica situada más al norte. Sus contactos comerciales con Persia son muy importantes, y la influencia Lidia es enorme. Ello se refleja en un hecho poco conocido: los Foceos fueron los primeros en acuñar moneda junto con los Lidios. En Lidia la mujer tenía un trato más igualitario que en las culturas de su entorno ¿Afecto esto a Focea? Es posible.
Al sur de Focea encontramos la isla de Samos, de origen volcánico. Es famosa por su templo de Hera y por su poderío comercial. El primer griego en cruzar las columnas de Hércules, Coleo, partió de Samos. Sus grandes arquitectos, como Teodoro, inventor de la regla, el cartabón, el nivel o la llave en el siglo VII, se desplazaron a Persia, y el tirano Polícrates se alió con el monarca persa Cambises II. Como vemos, los ejemplos de contacto de Jonia con oriente son significativos. Por ejemplo, en el templo de Hera se han encontrado imágenes de bronce de Gula, Diosa babilónica de la curación. Y en el templo se criaban unos extraños y hermosos animales: pavos reales procedentes de la India.
Samos es la patria de Pitágoras (su madre era de Samos). El padre de Pitágoras era fenicio, de Tiro. Por consiguiente, no es extraño que el filósofo recibiera enseñanzas de lugares como Egipto, Babilonia o Persia. Al fin y al cabo, Tiro fue conquistada por Egipto, Asiria, Babilonia o Persia.
Y más al sur, en la costa, enclavada en la montañosa Caria, la fabulosa Mileto, la ciudad más importante y poderosa de todas. Los Persas la dominaron, pero no conquistaron. Mileto, el verdadero origen de la filosofía.
Sin embargo, vuelvo a la Focea cosmopolita. Por su situación geográfica, insisto. Pero también porque tomaron una decisión inaudita: frente a la invasión persa decidieron abandonar su hogar.
Y allí donde fueron, el bagaje de contactos e influencias con oriente los acompañó. Y este hecho, como ningún otro, cambió la filosofía y el pensamiento en occidente.
Una nueva filosofía
Heródoto nos relata la historia de Focea y Harpago en su libro primero “Clío”, a partir del párrafo 163. ¿Es creíble? Heródoto tiene fama de mentiroso, pero a menudo sus relatos son veraces. Y hay hechos que podemos contrastar con pruebas.
Los foceos habían fundado una importante colonia en un lugar llamado Massalia (Marsella). También en Niza o Cannes. Pero nos interesa, por curiosa, la creación de una colonia focea llamada Ampurias. Estaba situada en lo que hoy es la costa de Gerona. Su importancia fue enorme: era la principal colonia griega de la Península Ibérica, y fomentó el nacimiento del comerció en la zona del Empordá. Los lugareños se adaptaron a lo que los griegos requerían, y se convirtieron en grandes suministradores de trigo, creando a su vez una amplia red de contactos comerciales desde Tartesos, pasando por Córdoba o la ruta de la plata, hasta Marsella. Siglos más tarde, cuando Escipión comience la lucha contra Aníbal, elegirá Ampurias como lugar de desembarco en Hispania.
¿Tiene todo esto algo que ver con el carácter mercantil del pueblo catalán? Apuesto que sí.
Los foceos que huían de los persas, salvo excepciones, no acabaron en ninguna de sus colonias. Nada más partir, arrojaron por la borda un trozo de hierro e hicieron una promesa: volverían a Focea cuando el hierro flotara.(Unos pocos incumplieron la promesa). Después, y tras una larga peripecia (que incluyó una batalla contra los cartagineses, lo cual explica el apoyo dado a Escipión) fundaron una nueva ciudad en el sur de Italia, en la región de La Campania: Elea.
Con este gesto, el eje de la filosofía pasa de Turquía a Italia. El sur de Italia de la época lo conocemos como Magna Grecia.
Concretemos un poco: muchos autores distinguen entre la escuela milesia (Jonia) y la itálica. Y dentro de la itálica, destacan dos corrientes: la pitagórica (que, como vimos, procede de Samos) y la Eléata. Porque de Elea (de Focea) proviene el filósofo más importante de la época: el hijo de Pires llamado Parménides.
Lo dice taxativo Hegel: “Con Parménides comenzó el filosofar auténtico”. ¿Por qué?
Porque es el fundador de la metafísica. Porque se muestra como el primer filósofo preocupado por cuestiones ontológicas.
Platón lo llamó “padre”. Y cometió parricidio.
Y más al sur, en la costa, enclavada en la montañosa Caria, la fabulosa Mileto, la ciudad más importante y poderosa de todas. Los Persas la dominaron, pero no conquistaron. Mileto, el verdadero origen de la filosofía.
Sin embargo, vuelvo a la Focea cosmopolita. Por su situación geográfica, insisto. Pero también porque tomaron una decisión inaudita: frente a la invasión persa decidieron abandonar su hogar.
Y allí donde fueron, el bagaje de contactos e influencias con oriente los acompañó. Y este hecho, como ningún otro, cambió la filosofía y el pensamiento en occidente.
Una nueva filosofía
Heródoto nos relata la historia de Focea y Harpago en su libro primero “Clío”, a partir del párrafo 163. ¿Es creíble? Heródoto tiene fama de mentiroso, pero a menudo sus relatos son veraces. Y hay hechos que podemos contrastar con pruebas.
Los foceos habían fundado una importante colonia en un lugar llamado Massalia (Marsella). También en Niza o Cannes. Pero nos interesa, por curiosa, la creación de una colonia focea llamada Ampurias. Estaba situada en lo que hoy es la costa de Gerona. Su importancia fue enorme: era la principal colonia griega de la Península Ibérica, y fomentó el nacimiento del comerció en la zona del Empordá. Los lugareños se adaptaron a lo que los griegos requerían, y se convirtieron en grandes suministradores de trigo, creando a su vez una amplia red de contactos comerciales desde Tartesos, pasando por Córdoba o la ruta de la plata, hasta Marsella. Siglos más tarde, cuando Escipión comience la lucha contra Aníbal, elegirá Ampurias como lugar de desembarco en Hispania.
¿Tiene todo esto algo que ver con el carácter mercantil del pueblo catalán? Apuesto que sí.
Los foceos que huían de los persas, salvo excepciones, no acabaron en ninguna de sus colonias. Nada más partir, arrojaron por la borda un trozo de hierro e hicieron una promesa: volverían a Focea cuando el hierro flotara.(Unos pocos incumplieron la promesa). Después, y tras una larga peripecia (que incluyó una batalla contra los cartagineses, lo cual explica el apoyo dado a Escipión) fundaron una nueva ciudad en el sur de Italia, en la región de La Campania: Elea.
Con este gesto, el eje de la filosofía pasa de Turquía a Italia. El sur de Italia de la época lo conocemos como Magna Grecia.
Concretemos un poco: muchos autores distinguen entre la escuela milesia (Jonia) y la itálica. Y dentro de la itálica, destacan dos corrientes: la pitagórica (que, como vimos, procede de Samos) y la Eléata. Porque de Elea (de Focea) proviene el filósofo más importante de la época: el hijo de Pires llamado Parménides.
Lo dice taxativo Hegel: “Con Parménides comenzó el filosofar auténtico”. ¿Por qué?
Porque es el fundador de la metafísica. Porque se muestra como el primer filósofo preocupado por cuestiones ontológicas.
Platón lo llamó “padre”. Y cometió parricidio.
Es un tema de enorme importancia para el desarrollo de la filosofía, pero no resulta fácil profundizar en él.
Además, es tarde, y el texto largo en exceso. Seguiremos en otro momento.
Además, es tarde, y el texto largo en exceso. Seguiremos en otro momento.
Veremos cómo y porqué Platón "mató" a Parménides, y las consecuencias de todo esto para el pensamiento en occidente.
Antonio Carrillo
Antonio Carrillo
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