miércoles, 30 de julio de 2014

La guerra del pueblo dani


 


El artículo sobre la tribu de los aka ha suscitado un debate sobre el peligro de caer en la falacia rousseauniana del “buen salvaje”, y en la fácil idealización de los modos de vida primitivos como parte del mito de la “edad dorada”, un pasado de felicidad, igualdad y libertad perdido en aras del materialismo y la civilización.

Por tanto, en un intento pendular por mostrar la otra “cara de la moneda” de las sociedades tradicionales, hablaré de otro pueblo tradicional que vive (o vivía) anclado en una cultura neolítica.

El pueblo de los dani.
 
 

Lo que sigue es una historia de muerte y miedo. De venganza y odio. No me parece oportuno obviar los detalles más truculentos, porque es preciso que nos adentremos en la psicología colectiva de los dani como pueblo; debemos entender cómo pensaban y las razones últimas que explican su brutal sentido de la vida.

Si en los aka parecía reinar la concordia, la risa, en los dani gobierna el puño recio de la guerra constante, de la muerte violenta como forma de entender la convivencia.

Pero, y esto es muy importante, esta no es una historia de buenos y malos. Es decir, no podemos (o debemos) volcarnos en reflexiones axiológicas inútiles, en un intento por emitir dictámenes morales desde nuestra postura de observadores del fenómeno humano. La antropología nos enseña que no hay un ideal de cultura que nos sirva de marco de referencia ético; simplemente, es un experimento destinado al fracaso porque no es objetivamente validable. Todos los pueblos tienen su pasado, sus vicisitudes y sus circunstancias, y los humanos somos fruto, muy especialmente, de las condiciones geoclimáticas y demográficas en las que vivimos.

Nuestro entorno determina, como ningún otro factor, nuestro carácter. Por ello no sería justo hacer extrapolaciones morales sobre unos humanos que llevan decenas de miles de años sobreviviendo en un entorno tan complicado como el de Nueva Guinea, y compararlos con otras gentes que viven en parajes selváticos africanos. Insisto: no es una historia de gente enferma, deleznable en su modo de vivir o con una tara moral innata.

Es, eso sí, una historia enormemente triste.
 

Nueva Guinea es una isla al norte de Australia. Y es inmensa. Después de Groenlandia es la mayor isla del planeta. Y está surcada de inmensas cadenas montañosas y valles de difícil acceso.

Es un lugar único por muchos aspectos pero, por encima de todo, fascina su inmensa riqueza (diversidad) cultural. Con apenas siete millones y medio de habitantes, los lingüistas llevan descubiertas más de 800 lenguas; y se sospecha que quedan muchas por descubrir. ¿Casi mil idiomas con menos de ocho millones de habitantes? ¿Cómo se explica?
La razón a esta diversidad la tenemos en la agreste orografía de Nueva Guinea. Hay ocasiones en las que se han encontrado poblados aislados que han desarrollado una lengua propia tras miles de años de incomunicación. Una aldea, un idioma propio. El intercambio cultural y material en Nueva Guinea es difícil. Incluso en la actualidad no conocemos con exactitud cuántas tribus pueden vivir aisladas y sin contactar en el interior de la mitad este de la isla. Sospechamos que al menos decenas, y hay constancia de prácticas caníbales.

Nueva Guinea no es un lugar amable en el que practicar senderismo. Tampoco la costa es un paraíso; en sus manglares abunda la malaria y el cólera.


Si observan este mapa realizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores español, aparecen señalados los países extremadamente peligrosos que no se deben visitar a no ser que resulte imprescindible. Dominan dos manchas ,en el centro de África y en la zona de Oriente Medio.  Pero ¿ven esa mancha solitaria en Oceanía, la mitad de una isla? La isla es Nueva Guinea, y la mitad este corresponde a Papua Nueva Guinea. La isla se encuentra dividida en dos partes; la occidental pertenece a Indonesia y es un territorio (algo) más pacífico. La oriental tiene su propio gobierno; es un Estado independiente.

Los dani viven en el valle de Baliem, en la "zona segura" de Nueva Guinea, en el extremo occidental bajo dominio de Indonesia.

Los dani son pueblos que viven en zonas montañosas; y son, por encima de todo, guerreros. Los hombres no cohabitan en las mismas cabañas que las mujeres, ya que consideran el sexo una práctica que debilita su ardor guerrero. Un hombre dani puede tardar dos años en consumar un “matrimonio”, y las mujeres no suelen tener más de dos hijos a lo largo de su vida.
 

Durante toda su vida, la mujer cultiva los campos con toscas herramientas de piedra, cocina, cría a los bebés y se ocupa de mantener las cabañas y el poblado limpio.

Los hombres separan pronto a los niños de la influencia perniciosa de las mujeres, y les inculcan desde muy temprano el odio al vecino. Los dani viven en un estado perpetuo de vigilancia y recelo, esperando el ataque de un poblado cercano o preparando una incursión de castigo. El principal motivo que justifica las hostilidades suele ser la venganza.
 

Una de las imágenes más increíbles que puede verse la tienen al inicio de este escrito: es un guerrero dani en su atalaya, a decenas de metros de altura sobre la copa de los árboles, vigilando por si hay un ataque. Frente a la imagen del pueblo aka abrazando a sus hijos y riendo, destaca la concentración del guerrero solitario.

Sabemos mucho de los dani porque se descubrieron muy tarde; las potencias coloniales no habían dictado normas que modificaran su cruento modo de entender la vida. Es por ello que conocemos en detalle la guerra en 1964 entre una alianza de poblados del norte contra una confederación de aliados del sur.
 

Durante unos meses ambos contendientes se enzarzaron en luchas, en ocasiones en campo abierto, a menudo emboscadas o encuentros fortuitos con un desenlace fatal. Todo derivó, finalmente, en una enorme matanza (el 5% de la población) de danis del sur a lo largo de un único día; especialmente mujeres y niños. No los exterminaron por completo porque un aliado les ofreció finalmente apoyo.

Cuando terminó, la guerra había acabado con la vida del 15% de los dani de la zona en apenas seis meses. Si se paran a pensarlo, es un porcentaje impensable en una guerra moderna. Pero hay más: para matar con una lanza o un arco rudimentario tienes que acercarte mucho. Un proyectil de la Primera Guerra Mundial masacraba individuos anónimos a cinco kilómetros de distancia. Un fusil abatía cuerpos que apenas se vislumbraban a 800 metros. Pero con una lanza, un cuchillo… estás quitándole la vida a otro humano mirándole a los ojos. Y en sociedades tan pequeñas, seguramente sabes quién es, cómo se llama, a cuántos hijos dejas huérfanos. Y no tienes opción; si no lo matas, él te matará a ti.

No es extraño que cuando se les pregunta a los dani por las matanzas como forma de vida, se justifican quitándole al vecino la condición de ser humano. El “otro” no merece la consideración de persona. Y, así, en su barbarie, no hacen distingos entre hombres, mujeres o bebés.

Les propongo algo; ¿tienen hijos? Los dani involucraban en el odio y la guerra a sus hijos de seis años. Miren a sus hijos de esa edad ¿se los imaginan insultando a los niños del poblado vecino, clavando sus pequeñas lanzas en el cuerpo del enemigo muerto? Es la educación por y para el odio. En realidad, es la cultura del miedo.

Un dani le explicó a un occidental lo terrible que resulta desde niño salir a orinar fuera de la cabaña y hacerlo con pánico, por si hay alguien emboscado esperando para matarte. Los sueños de los dani están llenos de pesadillas, de horrores premonitorios.

 
No llevan una existencia feliz. No hay honor, valentía ni sacrificio en una guerra tan sucia. Si estás en minoría, abandonarás al hermano con tal de salvar tu vida. Estos ideales románticos que insuflaban de orgullo el pecho enmedallado de los oficiales durante la primera Guerra Mundial… en una guerra tribal no se hacen prisioneros, no hay tratados ni límites al horror. Si acaso, se entrega el cuerpo del caído para que la familia (primero) tenga constancia de su muerte y (segundo) lo embalsame si lo cree conveniente. A menudo los cuerpos incorruptos de los caídos en combate convivían con sus familiares.


Las mujeres dani, por ejemplo. En lo único que participan con los hombres es en la guerra, dándoles ánimos. Si una mujer dani sufría una pérdida en la familia, debía expresar su duelo de la siguiente manera: con una piedra se golpea salvajemente un dedo hasta que se fractura las falanges. Después, con el dedo ya entumecido, un amasijo de huesos rotos y carne, se lo arranca con un cuchillo. Las ancianas dani muestran sus manos vacías de dedos.

 
Pero, la pregunta surge ¿qué diferencia hay entre los dani y los aka? Primero, el entorno: Nueva Guinea obliga a que se formen comunidades relativamente aisladas que deben competir por unos recursos a menudo escasos. Además, los dani tienen algo que los aka desconocen; posesiones. Fundamentalmente, cerdos. Los cerdos dan idea del estatus alcanzado por un individuo o una tribu; no forman parte fundamental de su dieta (hay pocos y son valiosos, se destinan a banquetes ceremoniales), pero defienden sus cerdos con la vida. Los aka no tienen nada de valor; el entorno les ofrece todo lo que necesitan para asegurar la supervivencia, y desconocen el valor de la propiedad.

Pero hay una pregunta más ¿les merece la pena? Si se les ofrece una alternativa, estas sociedades guerreras ¿no optan por una vida sin miedo?
 
 

La respuesta la tienen en: www.baliem-valley-resort.com, un hotel compuesto por 15 bungalós circulares que imitan las casas tradicionales dani, pero en el que disfrutan de baño privado, agua caliente o piscina. Cerca, un poblado dani le ofrecerá un “singsings”, una danza ritual en la que los hombres se vestirán a la manera tradicional (con una calabaza en el pene).

 
Cuando los turistas se hayan ido, llevándose sus cámaras de fotos repletas de imágenes pintorescas que enseñar a los amigos, los dani seguramente se pondrán pantalones y camisetas. Las mujeres ya no van con los pechos al aire ni están dispuestas a amputarse los dedos. A las autoridades Indonesias les sorprendió lo pronto que los dani estuvieron dispuestos a abandonar lo que eran costumbres ancestrales. En la actualidad, la guerra tribal se circunscribe a poblados más aislados del interior.

Los danis han descubierto que este turismo incipiente les permite comprar más cerdos. Y que se vive mejor sin miedo.
 
 
De todos modos, la isla de Nueva Guinea, y muy especialmente su extremo oriental, sigue siendo un país poco recomendable si se pretende viajar sin ayuda, especialmente el interior. Necesitas un guía que te indique lo que puedes hacer y lo que no, qué caminos son transitables y cuáles están vedados a extraños; qué gestos pueden malinterpretarse o si se vive un momento de tensión por un altercado reciente.
Pero, con todo, es un lugar fascinante por su diversidad ¿Saben que en la lengua dani sólo hay dos palabras para describir los colores: "oscuro" y "claro"? Me parece un dato sorprendente ¿Qué puede explicar que los dani describan (representen) la realidad en blanco y negro? ¿Qué implicaciones psico/sociológicas tiene este hecho? ¿Tiene algo que ver con la violencia, o es una casualidad?

Conocer a los dani, saber de su historia, nos ayuda a entender mejor la naturaleza del hombre. Porque hay algo dani en nosotros, como hay algo aka.

Somos diversos, impredecibles a menudo. Complejos.

Humanos. Demasiado humanos.


Antonio Carrillo.   

jueves, 3 de julio de 2014

De las abejas y los padres aka



Dicen que las abejas desaparecen. Y es asunto que preocupa. Mucho.

Einstein dijo en una ocasión que el día que desaparecieran las abejas, a la civilización le quedaría una década de vida. En realidad, exageraba; los países del primer mundo diseñaremos cultivos transgénicos que nos librarán del hambre. Distinto es el tercer mundo: miles de millones de seres humanos dependen de las abejas para conseguir polinizar sus cosechas.
Igual, empujados por el hambre y la desesperación de ver morir a sus hijos, estos desgraciados se deciden a saltar las vallas que nos separan. Y sospecho que no hay muro ni arma de fuego capaz de detener esta marea.

En fin; hablaba de las abejas. Que no vuelan.
Y no saben el porqué.
Humildemente, propongo una razón: hace tiempo unos sesudos ingenieros aeronáuticos estudiaron el tamaño del cuerpo de la abeja y la envergadura de sus alas, y emitieron un dictamen basado en una larga cadena de razonamientos matemáticos:

La física dicta que las abejas no pueden volar.

Por fortuna, las abejas no saben de aerodinámica y, por consiguiente, vuelan.

¿Acaso las abejas, víctimas de una rara mutación genética, han logrado avances en el campo de la mecánica de fluidos y han descubierto que, en efecto, no pueden volar?
Este asunto me trae a la memoria a los padres aka.
 
Los pigmeos aka son una tribu de “salvajes incivilizados” detenidos en una sociedad cazadora/recolectora paleolítica. Los pobres no saben nada de los últimos avances en el estudio del comportamiento y la pedagogía infantil.
Ello explica que hagan tan mal las cosas. Contraviniendo cualquier manual al uso, los padres aka malcrían a sus hijos y acuden prestos si un niño llora. Los niños akas pasan buena parte del tiempo en brazos de sus mayores, especialmente de los padres.
Un estudio de Naciones Unidas proclamó a los hombres aka los mejores padres: llevaban en brazos a sus hijos el 40% del tiempo. Impensable en nuestra cultura de “dificultosa” conciliación familiar.
Les propongo una reflexión: un ratón resguarda a su progenie en una madriguera, y se pasa el día fuera, buscando alimento. Sólo amamanta a las crías unos instantes al cabo del día. En el extremo opuesto tenemos a los primates, como los orangutanes o los chimpancés. Las hembras llevan a las crías todo el tiempo en su regazo, y las alimentan a demanda.
Usted que cree; el Ser Humano, en última instancia, ¿es un primate o un roedor?
Un niño occidental nace, y un pediatra se lo lleva para lavarlo y hacerle los primeros estudios. La enfermera dejará al niño dormir en una cuna para que la madre pueda descansar. Todo es muy aséptico.
Un niño aka nace, y toda la tribu se reúne alrededor de una hoguera. La criatura recién nacida va pasando por los brazos de todos los integrantes de la tribu, que lo manosean, besan, bailan con él y le cantan melodías hermosísimas. Porque, curiosamente, la música aka es una de las más bellas e intrincadas que existen. Músicos occidentales han estudiado sus instrumentos, la asombrosa capacidad de improvisación y el uso casi instintivo que hacen de la técnica del contrapunto en su música vocal.
Estos “salvajes” acogen al recién nacido como miembro de una comunidad de la que forma ya parte, en la que crecerá como individuo y será cuidado desde el principio como una persona merecedora de respeto. El niño no será una pertenencia de los padres. Por cierto, los aka no conciben el maltrato infantil. Lo consideran una aberración.
Los padres aka no saben de psicología infantil, ni tienen acceso a los miles de ensayos escritos sobre cómo dormir, dar de comer o controlar las rabietas de los niños. Y, sin embargo, algo extraño sucede: los niños aka, a los que se calma cuando llaman la atención de sus mayores, lloran de media mucho menos tiempo que los niños de las sociedades modernas. Son niños con un despertar de habilidades motrices y psicosociales más temprana. Niños menos dependientes.
Los aka lo hacen todo mal. Son como abejas, cuyo desconocimiento de la física les permite volar.
Y los niños aka vuelan en las alas de la risa. Porque, ¿saben?, sus hijos ríen más que los nuestros.
Pobres salvajes ignorantes.

(Coda: los principios de la física que permiten comprender el vuelo de las abejas se descubrieron hace poco; el asunto es más complejo de lo que parece)

Antonio Carrillo