Borges
decía sentirse orgulloso de los libros que había leído, no de los que había
escrito.
Los
libros que leemos y nos reconfortan en las estanterías de casa son una ventana
a nuestro interior profundo, porque lo que leemos con el tiempo nos conforma. Nos
hace. Enseñar tu biblioteca es una manera sutil de desnudarte.
No
solo los libros. Vivir consiste en un trasiego incesante de decisiones que trazan
las muchas sendas que enmarañan nuestra vida. Y entre otras muchas cosas
elegimos a quien admirar; a quien tener como héroes.
Yo
tengo una heroína callada y humilde: mi hermana María.
Y es
una heroína de andar por casa.
Mi
hermana María es la mejor persona que conozco. Y es increíble lo afortunado que
soy. Podría haber sido mi vecina, una amistad o compañera de estudios. Pero es
mi hermana.
Soy
el mayor de una familia de 5 hermanos, todos muy unidos. Somos gente muy dados
a la jarana y a compartir tanto la alegría como la tristeza, sin demasiado rubor.
Desde que murió mi padre, todos los años, el día de su cumpleaños, nos reunimos
en un lugar oscuro y los niños escriben mensajes al abuelo en globos de helio.
Son alientos de palabras que ascienden hasta hacerse invisibles. Nos quedamos
mirando en silencio, viendo como desaparecen entre las sombras de nubes y
estrellas.
María
representa lo mejor de este espíritu solidario, generoso y entrañable. Hay
infinidad de ejemplos: hace poco vacunaron a mi madre contra el COVID y María
tuvo una idea genial. Nos enteramos de dónde y cuándo iba a vacunarse y, cual
comandos de élite, nos fuimos acercando sigilosos – para que no nos viera - a
la calle donde estaba el centro de salud. Cuando mi madre apareció por fin por
la puerta, en plena calle, la recibió una marea de aplausos y un precioso ramo
de flores. La gente que aguardaba su turno para vacunarse alucinaba, no sin
razón. Pero ¿saben?, para nosotros mamá se había vacunado y estaba a salvo. Eso
había que celebrarlo por todo lo alto.
María tuvo la idea. Siempre las tiene.
María
tiene ideas de andar por casa, de abrir las casas a los demás. Los martes y los
jueves recoge a mi hijo del colegio y se lo lleva a su piso. Le da de comer y
vigila que haga los deberes. Se le ocurrió que era una manera de cambiar las
rutinas y ofrecerle un lugar de estudio libre de distracciones. Luego me lo
trae a casa.
María
ha organizado – como todos los años – unas actividades en verano para sus
sobrinos. Se los llevará a una casa rural, a hacer un curso de windsurf en una
playa o se irá con ellos al extranjero para que visiten los mejores museos de
Europa.
Para
todos ellos sin excepción María es la madrina.
Están
siendo torpes brochazos de una manera de ser volcada hacia los demás, de una
generosidad que no conoce límites. Hace dos días supe que María suele visitar a su
vecina de 85 años, que vive sola. María se involucrará en ayudar a
amigos y compañeros, pero nunca le dará la menor importancia. Es su naturaleza;
desde niña.
La
vida no ha sido justa con María. No pudo ser madre. Y, sin embargo, no tiene la
bilis del resentimiento ni se queja de su suerte. Ella se considera afortunada
por tener a su familia, a sus amigos y un trabajo que le encanta. Oyéndola
pareciera como si todo fuese fruto de la suerte. Como si no fuesen conquistas
de un corazón indomable y constante. María se labra su fortuna todos los días,
sembrando amabilidad y honradez. Calladamente, con el ritmo pausado de la
humildad.
Para
que lo pongan en perspectiva: hace años apareció en toda la prensa una imagen de mi hermana mostrando
por primera vez los objetos recuperados de la nave La Mercedes. No era la responsable ni tenía una participación significativa, pero a alguien se le ocurrió que era muy buena imagen para representar al ministerio. El periódico El Pais escribió:
Mientras
seguían los dimes y diretes políticos, fuera de la sala y flanqueada por dos
guardias civiles, María Carrillo, de la Subdirección general de Museos
Estatales, lucía sonrisa, bata y guantes blanquísimos. A ella le cupo el honor
de coger las monedas y las tabaqueras para que pudieran retratarlas los
fotógrafos.
Antes
María había conseguido otras plazas de funcionario por oposición en la
administración autonómica, y había sido por ejemplo la responsable de la red de
exposiciones itinerantes de la Comunidad de Madrid. En la actualidad es la
Directora de Exposiciones Temporales del Museo Arqueológico Regional de Madrid.
Es invitada a simposios y conferencias, tiene una sólida reputación en el ámbito
de la museología y hace unos meses le pidieron que fuese la presidenta del
tribunal examinador a unas plazas de conservadores de museos en la Comunidad de
Madrid.
Pero
todo esto – que tiene un mérito incuestionable – no es lo que hace de María mi
heroína. Ayer mismo vino a casa con mi madre para ayudarme a hacer una a limpieza
a fondo, que yo había descuidado desde la muerte de mi mujer; también vinieron
Patricia, Raúl, Borja y Cristina con los niños. Pedimos comida del Burguer King
y estuvimos de charla hasta las 6 de la tarde. Mañana martes hemos quedado en
casa de mamá para ver juntos los resultados de las elecciones a la presidencia
de la Comunidad de Madrid. Nuestra anfitriona de 80 años hará una cena ligera y
estaremos comentando lo que suceda.
Lo
sé. No hay nada extraordinario en lo que cuento. Cuántas Marías no habrá en el
mundo. Espero que muchas. Y sospecho que la mayoría serán mujeres. Las heroínas
de andar por casa.
Pero
en este mundo cada vez más frío, de almas consumidas por el consumo, de logros
materiales vacíos de cariño, quería presentarles a María. A mi hermana.
Y
deseo de corazón que tengan la misma suerte que yo y haya una María Carrillo en
sus vidas. Porque por muy mal que vayan las cosas, por muy gris que se adivine
el futuro, sabrán que María siempre estará ahí. Que no les permitirá sentirse solos.
Que
por mucha oscuridad que sientan, siempre les traerá su luz blanca.
Antonio
Carrillo