martes, 4 de mayo de 2021

Mi hermana María Carrillo, una heroína de andar por casa

 

Borges decía sentirse orgulloso de los libros que había leído, no de los que había escrito.

Los libros que leemos y nos reconfortan en las estanterías de casa son una ventana a nuestro interior profundo, porque lo que leemos con el tiempo nos conforma. Nos hace. Enseñar tu biblioteca es una manera sutil de desnudarte.

No solo los libros. Vivir consiste en un trasiego incesante de decisiones que trazan las muchas sendas que enmarañan nuestra vida. Y entre otras muchas cosas elegimos a quien admirar; a quien tener como héroes.

Yo tengo una heroína callada y humilde: mi hermana María.

Y es una heroína de andar por casa.

Mi hermana María es la mejor persona que conozco. Y es increíble lo afortunado que soy. Podría haber sido mi vecina, una amistad o compañera de estudios. Pero es mi hermana.

Soy el mayor de una familia de 5 hermanos, todos muy unidos. Somos gente muy dados a la jarana y a compartir tanto la alegría como la tristeza, sin demasiado rubor. Desde que murió mi padre, todos los años, el día de su cumpleaños, nos reunimos en un lugar oscuro y los niños escriben mensajes al abuelo en globos de helio. Son alientos de palabras que ascienden hasta hacerse invisibles. Nos quedamos mirando en silencio, viendo como desaparecen entre las sombras de nubes y estrellas.



María representa lo mejor de este espíritu solidario, generoso y entrañable. Hay infinidad de ejemplos: hace poco vacunaron a mi madre contra el COVID y María tuvo una idea genial. Nos enteramos de dónde y cuándo iba a vacunarse y, cual comandos de élite, nos fuimos acercando sigilosos – para que no nos viera - a la calle donde estaba el centro de salud. Cuando mi madre apareció por fin por la puerta, en plena calle, la recibió una marea de aplausos y un precioso ramo de flores. La gente que aguardaba su turno para vacunarse alucinaba, no sin razón. Pero ¿saben?, para nosotros mamá se había vacunado y estaba a salvo. Eso había que celebrarlo por todo lo alto.


María tuvo la idea. Siempre las tiene.

María tiene ideas de andar por casa, de abrir las casas a los demás. Los martes y los jueves recoge a mi hijo del colegio y se lo lleva a su piso. Le da de comer y vigila que haga los deberes. Se le ocurrió que era una manera de cambiar las rutinas y ofrecerle un lugar de estudio libre de distracciones. Luego me lo trae a casa.

María ha organizado – como todos los años – unas actividades en verano para sus sobrinos. Se los llevará a una casa rural, a hacer un curso de windsurf en una playa o se irá con ellos al extranjero para que visiten los mejores museos de Europa.

Para todos ellos sin excepción María es la madrina.

Están siendo torpes brochazos de una manera de ser volcada hacia los demás, de una generosidad que no conoce límites. Hace dos días supe que María suele visitar a su vecina de 85 años, que vive sola. María se involucrará en ayudar a amigos y compañeros, pero nunca le dará la menor importancia. Es su naturaleza; desde niña.

La vida no ha sido justa con María. No pudo ser madre. Y, sin embargo, no tiene la bilis del resentimiento ni se queja de su suerte. Ella se considera afortunada por tener a su familia, a sus amigos y un trabajo que le encanta. Oyéndola pareciera como si todo fuese fruto de la suerte. Como si no fuesen conquistas de un corazón indomable y constante. María se labra su fortuna todos los días, sembrando amabilidad y honradez. Calladamente, con el ritmo pausado de la humildad.

Para que lo pongan en perspectiva: hace años apareció en toda la prensa una imagen de mi hermana mostrando por primera vez los objetos recuperados de la nave La Mercedes. No era la responsable ni tenía una participación significativa, pero a alguien se le ocurrió que era muy buena imagen para representar al ministerio. El periódico El Pais escribió:

Mientras seguían los dimes y diretes políticos, fuera de la sala y flanqueada por dos guardias civiles, María Carrillo, de la Subdirección general de Museos Estatales, lucía sonrisa, bata y guantes blanquísimos. A ella le cupo el honor de coger las monedas y las tabaqueras para que pudieran retratarlas los fotógrafos.



Antes María había conseguido otras plazas de funcionario por oposición en la administración autonómica, y había sido por ejemplo la responsable de la red de exposiciones itinerantes de la Comunidad de Madrid. En la actualidad es la Directora de Exposiciones Temporales del Museo Arqueológico Regional de Madrid. Es invitada a simposios y conferencias, tiene una sólida reputación en el ámbito de la museología y hace unos meses le pidieron que fuese la presidenta del tribunal examinador a unas plazas de conservadores de museos en la Comunidad de Madrid.

Pero todo esto – que tiene un mérito incuestionable – no es lo que hace de María mi heroína. Ayer mismo vino a casa con mi madre para ayudarme a hacer una a limpieza a fondo, que yo había descuidado desde la muerte de mi mujer; también vinieron Patricia, Raúl, Borja y Cristina con los niños. Pedimos comida del Burguer King y estuvimos de charla hasta las 6 de la tarde. Mañana martes hemos quedado en casa de mamá para ver juntos los resultados de las elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Nuestra anfitriona de 80 años hará una cena ligera y estaremos comentando lo que suceda.



Lo sé. No hay nada extraordinario en lo que cuento. Cuántas Marías no habrá en el mundo. Espero que muchas. Y sospecho que la mayoría serán mujeres. Las heroínas de andar por casa.

Pero en este mundo cada vez más frío, de almas consumidas por el consumo, de logros materiales vacíos de cariño, quería presentarles a María. A mi hermana.

Y deseo de corazón que tengan la misma suerte que yo y haya una María Carrillo en sus vidas. Porque por muy mal que vayan las cosas, por muy gris que se adivine el futuro, sabrán que María siempre estará ahí. Que no les permitirá sentirse solos.

Que por mucha oscuridad que sientan, siempre les traerá su luz blanca.

 

Antonio Carrillo

martes, 20 de abril de 2021

Hoy, un día histórico


Conducía por Alcalá de Henares con la radio puesta cuando el locutor declaró que hoy, 19 de abril de 2021, era un día histórico.

¡No me lo podía creer! ¡En horario vespertino una radio se hace eco de la fabulosa noticia que me tenía emocionado desde por la mañana! Para que luego digan que la gente no se interesa por los asuntos realmente importantes.

Enseguida comenzó a desgranar la noticia; resulta que los clubs de fútbol más ricos de Europa se han unido para crear una superliga europea, y así ganar más dinero.

Esa era la noticia.

La noticia no era lo que está sucediendo con Rusia, con un aumento de la temperatura geopolítica muy preocupante, como también alarmante es la carrera armamentística que se ha iniciado en el lejano este, con una China cada vez más expansionista.

Podría haber sido la entrevista a un famoso cantante desnortado, en la que niega la importancia y la conveniencia de las vacunas. En estos días, en los que la gente se muestra preocupada por la vacunación contra el Covid-19, conviene recordar que las vacunas nos han hecho olvidar en el primer mundo enfermedades tan espantosas como la viruela, el cólera, la rabia, las paperas o el sarampión. Las vacunas nos protegen contra una de las muertes más espantosas: la muerte por tétanos.

Y este cantante millonario debería pensar lo que dice, porque en este mismo momento, cada 20 segundos, muere un niño en el mundo por una enfermedad que podría haber evitado una simple vacuna. Pero claro, es fácil decir idioteces en un hotel de lujo y con un sistema sanitario del primer mundo a tu disposición.

Pero, ¿acaso no tiene el derecho este personaje a decir lo que quiera? Por supuesto. Pero el mismo derecho tengo yo a calificar con dureza sus tonterías. Los terraplanistas, los creacionistas o los negacionistas tienen todo el derecho a defender sus teorías, aunque no tengan el más mínimo fundamento científico y vayan contra el sentido común. Pero los medios de comunicación deberían manejar con tino la difusión de tales disparates, porque podrían calar en una población más atenta al fútbol que a la geopolítica, la historia o el análisis sosegado de la realidad.

Y no digamos nada de la ciencia.

Si me subo a un taburete en la cocina tengo una visión más amplia de las cosas; podría adivinar de un mero vistazo que la creación de una liga de fútbol puede no afectarnos tanto como las tensiones entre potencias nucleares. No hace falta ser muy listo para darse cuenta porque, y esto es significativo, la historia nos enseña que nunca se ha dado una carrera armamentística que no haya acabado en conflicto y muerte. Las armas no se acumulan, se usan.

Desde mucho más alto, en lo alto de una montaña, todo se relativiza. Las pandemias vienen y van. El Covid no es la primera ni será la última gran plaga que asole el planeta. En realidad puede que hayamos tenido suerte; podría haber sido una gripe de origen aviar o porcino. Los muertos podrían haberse contado por cientos de millones. Es posible – y deseable – que este espanto que estamos viviendo sirva al menos para concienciarnos sobre la importancia del sistema público de salud, sobre el contacto insistente con animales que viven en hábitats casi desconocidos para el humano o sobre el uso indiscriminado de los antibióticos en los animales de granja.

Puedo imaginarme desde mucho más arriba; en la Estación Internacional, con todo el planeta bajo mis pies. Desde esta altura no tenemos una perspectiva de siglos o milenios. Nuestra mirada abarca fenómenos geológicos y biológicos que se manifiestan en millones de años ¡Qué pequeño se ha quedado el empeño del Real Madrid o el Manchester United de crear una liga europea y hacerse más ricos! Es una perspectiva en la que cuesta focalizar los detalles. La humanidad ¿hacia dónde evoluciona? No está claro. Africa choca contra el occidente europeo y forman un solo continente. El clima sufre variaciones impredecibles ¿Qué efectos tendrá el cambio climático? Puede resultar catastrófico. Surgen nuevas especies y se extinguen otras. La actividad humana lo acelera todo. Grecia y sus tesoros se sumerge en el mar, para luego reaparecer cuando el Mediterraneo se deseca. Nada es eterno. Nada dura para siempre.

¿Pueden distinguirme ahora? Estoy aquí, agitando la mano, en la superficie de un cuerpo helado que transita por la nube de Oort, a miles de millones de kilómetros. No distingo el Sol del resto de las estrellas, aunque su levísimo empuje gravitatorio evita que abandone el Sistema Solar. Miro la Tierra desde un telescopio: apenas un punto azul borroso. El universo me acoge por entero. Me empequeñece pero a la vez me hace tomar conciencia de la futilidad de lo inmediato. Spinoza llamaba a esta visión “sub specie aeternitatis”. Bajo la perspectiva de lo eterno.

El planeta Tierra está condenado sin remedio, porque la estrella que le aporta calor y luz tiene combustible para brillar otros 5.000 millones de años. Después se apagará. Cuando una estrella muere (y todas mueren) todo acaba a su alrededor. Esto es inevitable.

El universo entero tiene fecha de caducidad; se expande cada vez más deprisa y se enfría. Nada es tan cruel e inexorable como la entropía, la segunda ley de la termodinámica. Sin embargo, la humanidad tiene una oportunidad: podría sobrevivir durante cientos de miles de millones de años. Pero para ello debe hacer aquello para lo que está realmente diseñada: debe adaptarse, asumir riesgos y explorar. Debe colonizar las estrellas. Todo paso en esta dirección, por pequeño que sea, es un hito en esta aventura definitiva, la que marcará la frontera entre la vida y la muerte.

Hoy, 19 de abril de 2021, por primera vez, un ingenio humano ha alzado el vuelo en un planeta que no es la Tierra. Ha sido un vuelo poco espectacular; ha ascendido tres metros y en unos segundos ha vuelto a aterrizar a salvo. De esto hace más de 17 horas, pero muchos estamos todavía esperando con ansiedad las imágenes de video grabadas con buena definición. Se hace tarde, las veré mañana. Pero al menos hoy he podido ver fotografías tomadas desde el vehículo que lo acompaña, escenas en las que se distingue su pequeña figura alzando brevemente el vuelo sobre la superficie de Marte.

Señor locutor: hoy sí es un día histórico. La humanidad ha sido capaz de alzar el vuelo sobre otro planeta. Eso nos acerca un poquito a la supervivencia. Puede que le sorprenda, pero lo que pase con el Inter de Milán o el Bayern de Múnich es una solemne tontería en comparación. Tan solo hace falta mirar desde más alto para darse cuenta.

Le invito a mirar desde esta roca congelada y sin atmósfera, en los confines del Sistema Solar. El vuelo de hoy nos ha acercado un poco más a navegar por el universo. Eso sí importa.

Véngase conmigo. Asómese a la eternidad. Sólo hace falta imaginación.

Y vencer al vértigo, claro.

 

Antonio Carrillo

viernes, 16 de abril de 2021

Luz azul, pantallas y libertad

 


Las pantallas de los teléfonos móviles, de las tablets y ordenadores, las muchas horas que pasamos absortos en ellas, ¿son perjudiciales? ¿Es dañino dejar que nuestros hijos pasen las horas enfrascados en información, entretenimiento o contacto a través de una pantalla retroiluminada con la denominada luz azul?

Todo, absolutamente todo lo que existe es dañino según su medida. La idoneidad de cualquier exposición a cualquier materia o energía depende de la cantidad. Podemos morir por beber demasiada agua, por socarrarnos expuestos al sol abrasador o por hiperventilar con demasiado oxígeno. Nada es inocuo si se trasvasan los límites de lo razonable, de lo que la naturaleza y la adaptación establecen como saludable. Por lo tanto, para contestar a la pregunta anterior conviene saber cuáles son los límites a partir de los cuales la exposición a la luz azul de la pantalla resulta perjudicial.

Hay cosas que resultan dañinas incluso en pequeñas dosis. Fumar tabaco es objetivamente malo para la salud desde la primera calada, y el alcohol es perjudicial. Por supuesto, fumar o beber en grandes cantidades agrava el problema, pero no hay un nivel mínimo en el que estos hábitos sean saludables o totalmente inocuos. Es mejor no fumar nada, y punto. Así de claro.

Tomar el sol, sin embargo, si bien tiene un límite a partir del cual la radiación UVA es dañina para la piel, en condiciones idóneas es una práctica muy saludable, porque nos permite asimilar la vitamina D y mejora – significativamente - el estado de ánimo. También el agua omnipresente, en la cantidad correcta, nos aporta salud y bienestar, pero en exceso puede alterar el equilibrio electrolítico y resultar mortal.

Todo veneno guarda el secreto de su ponzoña en la dosis. O, mejor dicho; es la dosis la que hace al veneno.

La luz azul de las pantallas ¿es siempre perjudicial? ¿Hay unos niveles en los que resulta aceptable?

Los defensores de su peligrosidad afirman que la fuerte exposición a la luz azul de las pantallas daña la retina, puede provocar miopía o una degeneración macular que desemboca en una ceguera irreversible. La luz azul, dicen, es siempre mala y debemos frenarla con filtros.

Creo que no es cierto.

Me explico: la luz azul es, en esencia, luz. Nada más. Uno más de los varios niveles de luz visible e invisible que recibimos a diario. La luz del sol nos aporta una cantidad de luz azul varios cientos de veces más potente de la que nos llega desde una pantalla. Nacemos y vivimos en un entorno saturado de luz azul, y la evolución ha diseñado un órgano, el ojo, que procesa ese tipo de radiación sin que suponga un problema en absoluto.

Habrán leído que unos investigadores expusieron células fotorreceptoras del interior del ojo a una fuente de luz azul, y observaron que causaba daños. Pero resulta que nuestra retina no se ve afectada por este problema, porque la luz azul no penetra hasta el interior. Es así de simple.

Si me lo permiten, haré un razonamiento lógico: soy un animal terrestre, resultado de una evolución de millones de años. Mi especie vive en la superficie de un planeta azul, expuestos a la luz del sol. No vivimos bajo tierra ni en la penumbra de las profundidades marinas. La especie de mamíferos a la que pertenezco es diurna; no solemos vivir de noche ni tampoco nos refugiamos en la penumbra durante el día. Todo lo hacemos a plena luz del sol. Es para lo que estamos diseñados. La luz es nuestra aliada.

Y créanme: la naturaleza comete muy pocos errores. Porque se pagan muy caros.

Pero, ¿acaso digo que estar frente a una pantalla es inocuo? No; nada lo es. Como dijimos, todo depende de la dosis. O de la oportunidad.

Si pasamos demasiadas horas frente a una pantalla el ojo se reseca y la vista se cansa, porque parpadeamos menos y focalizamos nuestra mirada a una distancia demasiado corta. Esta falta de ejercicio visual, este obligar a que los músculos oculares sostengan un enfoque excesivamente próximo, especialmente si la luz ambiental es tenue, causa agotamiento. De vez en cuando conviene levantar la vista de la pantalla, pestañear y dirigir la mirada a un punto lejano, al menos a seis metros de distancia. Nos ahorraremos picor, sequedad, sensación de pesadez en los ojos o dolor de cabeza. Y si es al aire libre mejor, porque la exposición del ojo a la luz natural es beneficiosa y al parecer previene la miopía.

¿Le preocupa la salud ocular de sus hijos? No los deje en casa con la pantalla apagada. Oblígueles a salir un rato a la calle. Es el entorno para el que están diseñados como animales. Pero no durante las horas centrales del verano; seamos sensatos.


Hay otro riesgo en el abuso de las pantallas que puede entrañar un peligro mayor que la sequedad o cansancio ocular; me refiero a la sobrexcitación del estímulo visual en las horas previas al sueño y la posibilidad de que ello interfiera en nuestro descanso y en el ritmo circadiano.

Ustedes, lectores avispados, me advertirán: durante muchos cientos de miles de años el humano ha sido capaz de domesticar el fuego. Ha podido cocinar la comida, recabar el calor de la combustión e iluminar la oscuridad de la noche. ¿No es cierto que nos hemos adaptado a la luz nocturna? ¿No estoy siendo incoherente con lo que vengo defendiendo?

La respuesta proviene del tipo de luz. La luz visible pasa por un arco de colores (el mágico arcoíris) que no es más que la representación de su cantidad de energía, de su longitud de onda; así, la luz menos energética es la roja, y la más energética la azul y morada. Y, curiosamente, la luz de una fogata es fuente de una luz poco energética, de lo que llamamos una luz cálida, rojiza. El fuego nos relaja.

¿A usted no?

Una vela en una mesita de noche no aporta tanta energía como una pantalla iluminada a escasos centímetros del rostro. Hay un momento para la actividad y otro para el descanso y el sosiego. Un momento para la caza y otro para contar mitos. Si tiene una sala de estudio busque una luz led energética, fría y azul. Con ello mejorará la concentración. Pero por la noche, antes de que sobrevenga el sueño, debemos rebajar la intensidad del estímulo, preparando al cerebro para lo que le espera: el descanso reparador.

Este fenómeno reciente de niños que se van a la cama con un móvil y se quedan dormidos a altas horas de la noche, activados por una potente luz y el estímulo visual y sonoro de un video de YouTube es – en  mi opinión – contraproducente. Y mucho. Hay adolescentes y jóvenes que no duermen todas las horas que necesitan, y que viven en una existencia alternativa de horarios nocturnos, vampirizados por el estímulo del incansable e inabarcable internet.

Por lo tanto, la luz de las pantallas no nos deja ciegos. Es una buena noticia. Pero debemos utilizar los dispositivos electrónicos con más mesura y – muy importante – dar ejemplo a nuestros hijos, porque los primeros que estamos permanentemente aferrados a la pantallita somos nosotros, los adultos. Viajar en transporte público se ha vuelto una actividad muy solitaria, con todos los rostros agachados, sumisos, abstraídos, en actitud de franca adoración a la pantalla.

Pero hay más. Algo mucho peor; y en esto no espero que esté de acuerdo conmigo. Es una opinión visceral y poco ponderada. Lo asumo.

Seré brutal y directo: creo que las pantallitas nos está haciendo menos libres. Somos patéticos esclavos de su brillo idiotizante. La sociedad visual e hiperconectada en la que vivimos nos hace menos ciudadanos y más usuarios. Nos deshumaniza y desconecta de la realidad

¿Les parece que exagero? Esto necesito explicarlo, y por ello debo recurrir a un ejemplo de hace más de dos mil años, pero que no ha perdido un ápice de su fuerza ni de su vigencia.

A mediados del siglo IV a.C. la ciudad de Atenas se enfrentó al que sería su antagonista más peligroso: el rey Filipo II de Macedonia. Era una ciudad rica en cultura, tradición y prestigio académico, pero absolutamente agotada tras 150 años de guerra casi continua. Varias generaciones desangradas y arruinadas después de luchar contra el imperio persa, Esparta, Tebas o en guerras civiles, de repente debían hacer frente a un genio militar que pretendía conquistar todas las polis griegas y unificarlas bajo su reinado. La democracia ateniense se enfrentaba, pues, a un funesto vaticinio que, a la postre, sería su fin como ciudad independiente; en efecto, las conquistas de Alejandro Magno ampliaron el horizonte del mundo helénico y acabaron con la centenaria tradición de las ciudades-estado.

Durante los años de enfrentamiento de Atenas contra Macedonia se alzó en Atenas una figura brillante, el mejor orador del mundo antiguo: Demóstenes. Sus discursos contra Filipo y su defensa de la independencia y la idiosincrasia ateniense son un ejemplo inigualable de teoría política y oratoria. Demóstenes defiende con pasión la libertad como signo de identidad de Atenas. Propone que la ciudad debe enfrentarse a Filipo aunque ello suponga una derrota, y postula porque se financie una guerra  a pesar de su incierto desenlace. Un sacrificio enorme para una ciudad arruinada. Pero es curioso ¿saben cuál es la clave del debate económico, el mayor sacrificio que se le pide a la ciudad para poder pertrechar naves y soldados? Todo gira alrededor de un tema aparentemente menor: la subvención para poder ir al teatro.

Pero ¿por qué era tan importante el sufragar con dinero público las entradas al teatro de los ciudadanos más pobres? La razón es que los atenienses disfrutaban de una democracia asamblearia, directa, en la que los ciudadanos (hombres atenienses de más de 21 años y libres) participaban en la toma de decisiones por medio de asambleas públicas, y además podían ser elegidos por sorteo para ejercer un cargo importante. Como cualquiera podía convertirse en gobernante o magistrado, la ciudad procuraba favorecer el debate profundo y cotidiano sobre los asuntos de actualidad. La Paideia, la educación en valores de los jóvenes, formaba parte de la identidad misma de Atenas; tanto en gimnasios como en simposios los jóvenes aprendían de sus mayores oratoria, política, economía o el arte de la guerra. Y el teatro fue la manera en la que canalizaron muchas de estas enseñanzas, promoviendo debates sobre cuestiones pragmáticas, revestidas de la grave intensidad del drama o del inteligente humor caricaturesco de la comedia. El pueblo iba al teatro no solo a distraerse; también a formarse. Autores y actores eran personalidades de un enorme prestigio. En ocasiones los temas afectaban tanto a los espectadores que un mar de lágrimas desde las gradas obligaba a detener la función. El honor, la justicia, la templanza o la honradez eran temas recurrentes; y se citaban por su nombre y criticaba a autoridades, pensadores o representantes de la clase alta, conocidos por todos y presentes en el teatro. La libertad era absoluta; todo y todos se sometía al escrutinio del pueblo.

Fue Pericles, el padre de la verdadera democracia ateniense, el que promovió el teatro como vehículo educativo; y para que todos los ciudadanos pudiesen disfrutar por igual de esta experiencia enriquecedora estableció un sistema de subvenciones a cargo del erario público para así pagar las entradas de los ciudadanos más pobres. Porque cualquier ciudadano, pobre o rico, podía convertirse en un futuro gobernante. Y la lógica aconsejaba que debía estar preparado.

Con la caída de Atenas muere la democracia y, con ella, el impulso por educar a la ciudadanía. En Roma los espectáculos de gladiadores y las carreras de caballos tienen por fin entretener al público, tenerlo distraído. El poeta Juvenal se queja de que en su época el pueblo se desinteresa de la política, y a cambio los poderes públicos les ofrecen “pan y circo”.

Poco a poco el ciudadano (protagonista) se convierte en usuario (espectador).

¿Se dan cuenta? Pasamos de la reflexión, el análisis y la formación de un criterio bien fundamentado a un consumo volátil, con un entretenimiento basado en la inmediatez y de fácil digestión. A los poderosos les interesa que el pueblo no se soliviante, que esté contento y – muy importante – que se conforme con esas migajas por las que prostituye su libertad y su capacidad de preguntarse por el porqué de las cosas. Cada vez interiorizamos menos cuestiones trascendentes en el fragor del coliseo, y por tanto el individuo común, adocenado, se desentiende de pedir cuentas a los gobernantes, e incluso de la autocrítica. Como broche final, la consolidación de la religión cristiana en el poder alzará un armazón moral insalvable que acallará todo atisbo de pensamiento libre. Tranquilo, no hace falta que razones; ya lo hago yo por ti.

Bajo tanto oropel, tanto brillo y tanto estímulo la realidad pierde matices, se vuelve fácil de digerir y nos volvemos perezosos. La siembra de una mente inquisitiva y bien estructurada es una tarea difícil que no entiende de atajos; no se educa con titulares. Es imposible. Y, sin embargo, cada vez más, empobrecemos nuestro discurso y nos descuidamos en el tener. En el consumir. No somos lo que pensamos, sino lo que tenemos. Agrandamos nuestro yo cebándolo de vehículos, vacaciones, dispositivos electrónicos o entretenimiento de baja calidad. Es una carrera hacia ningún lado en la que nos imponemos más y más cargas, hasta quedar exhaustos. Tenemos demasiada información, poco tiempo y una paupérrima capacidad de cribado. No sabemos distinguir el grano de la paja. Todo tiene una fecha de caducidad; también nosotros. Tenemos el saber de miles de años a nuestra disposición, canales de información directos e interminable. Pero simplemente no sabemos qué buscar.

En esta realidad de respuestas nadie se molesta en hacer preguntas. Nadie se ejercita en el arte de la duda, de la escucha. Todos hablamos a la vez.

Frente a este barullo sabios como el estoico Epicteto nos invitan a parar; a reflexionar sobre la libertad y sobre la esencia misma del hombre. Nos proponen una visión más amable y compasiva, menos exigente y competitiva. Nos señalan una senda hacia nosotros mismos. Hacia la simplicidad.

Cuando la ciudad griega de Priene estaba siendo asediada por el ejército Persa, sus ciudadanos se lanzaron como locos a intentar poner a salvo joyas, dineros y títulos de propiedad. En el mismo centro de la plaza un anciano se mantuvo tranquilo, sin hacer nada ni mostrar preocupación alguna.

-          “¿No intentas hacer acopio de tus cosas? ¿No te preocupa quedarte sin nada?”, le preguntó alguien.

-          “Todo lo que soy y lo que tengo ya lo llevo conmigo”

Omnia mea mecum porto

Este anciano se llamaba Bias, y tenía fama de ser la persona más sabia de toda Grecia.

En definitiva: las pantallas de luz azul nos distraen en un embrujo del que cuesta trabajo despertar. En el tren de Cercanías todo los rostros están bajos, enviado mensajes, oyendo música o viendo vídeos. Pero es un consumo improductivo, yermo. Más nos valdría mirar por la ventana, leer un libro o conversar.

Lo sé, es una visión apocalíptica y demasiado simplista. Lo admito. Estoy haciendo una semblanza de trazo grueso, un punto dogmática y posiblemente injusta. Pero ¿por qué tengo esta desazón? ¿Por qué me siento tan desubicado? ¿Acaso es un problema que tengo de adaptación?

Ojalá. Pero mis hijos tienen una lectura comprensiva muy deficiente, y pasan menos tiempo del que pasaba yo jugando en la calle con otros niños, utilizando las manos para escarbar, construir o modelar. Ahora pasan horas en su cuarto, en una misma postura, ajenos a los estímulos que no sean el sonido de unos auriculares y la visión de una pantalla colorida. A mí me gusta internet, por supuesto. Es una herramienta fabulosa y muy útil ¡Qué bien me habría venido en mi época de estudiante! Pero no lo confundo con la realidad. Sin embargo, para los jóvenes parece representar un universo alternativo a una cotidianeidad cada vez más fría e incierta. Porque por primera vez nuestros hijos asisten a un horizonte de futuro más negro que el de sus padres.

Y estos jóvenes de ahora no saben gestionar el aburrimiento ni la frustración.

Más y más circo para las mentes más jóvenes y vulnerables. Tengámoslos distraídos, 16 horas al día, en un mundo sin tedio ni descanso, en el colorido mundo de Instagram, WhatsApp o Facebook.

Que asuman pronto que no son los verdaderos dueños de su destino, y que su valía dependerá de su poder adquisitivo. Para ello les bombardeamos de necesidades sin fundamento; los móviles se quedan obsoletos en un par de años. Nada perdura porque cuando escuchamos música en Spotify no hemos tenido que ahorrar un mes para comprarla, no hemos buscado el LP entre cientos, no huele el plástico ni el papel con las letras impresas. No es un disco que escuchamos cien veces, y que ocupa un hueco en nuestra colección privada. La música, a la que yo estoy acostumbrado, coge polvo con los años, porque el tiempo es tangible. Hoy todo se ha vuelto incorpóreo y aséptico, y con ello ha perdido intensidad.

Queremos que nuestros hijos aprendan a correr y acaparar mientras los Persas invaden su ciudad, Y que ni siquiera tengan un momento para detenerse a preguntar al anciano sabio, sentado en el centro de la plaza. Un anciano que mira a su alrededor, con lástima.

Y que suspira, cansado. Demasiado trajín.

En este mundo escaso de valores ¿nadie quiere detenerse a hablar? ¿A participar?

 

Antonio Carrillo

martes, 16 de marzo de 2021

Mi disco "Nocturna, a calm night"


 

Acabo de publicar en varias plataformas un disco, con 10 temas instrumentales. 

Le he puesto por nombre "Nocturna, a calm night"

Si pulsan a este enlace pueden acceder a una muestra de las 10 piezas.

Nocturna, a calm night

Lo pueden encontrar en Spotify, Apple Music, YouTube, Tidal, Amazon, Tiktok y el resto de plataformas. 

Yo escribo, compongo música o hago fotografía como un ejercicio de catarsis que me resulta del todo necesario. Es la mejor manera que tengo de purificar las marejadas internas que me agitan. 

Y como no tengo sentido de la vergüenza ni pudor, suelo compartir mis ocurrencias por si a alguien aprovechan. Sin más pretensión que despertar un ánimo o interés. Desde luego, nunca he ganado dinero con estas expresiones dispersas de mi sentir, a lo sumo unas céntimas de euro que me ingresó Amazón por el libro sobre el cosmos. 

La música que he compuesto y hoy hago pública es melancólica, porque refleja el estado de mi alma. Fueron temas compuestos de noche, en un estudio auxiliar que tengo en la primera planta de mi casa. Los arreglos, la interpretación de instrumentos, la producción, mezcla y edición... todos son míos. Y se nota, porque no son profesionales. En la bodega tengo otro estudio con mejor equipamiento, en el cual jóvenes con talento y experiencia podrían haberme ayudado a sacar a la luz una obra mejor acabada. Pero no quise: esto lo compuse, interpreté y grabé en soledad. 

No importa, porque no pretendo hacer pública una obra de éxito o de calidad. Esto es un desahogo que necesitaba compartir; nada más. Nada menos.

La fotografía la hice hace años, en un viaje a la Asturias más recóndita con mi mujer y los niños. Ascendía un puerto por una carretera comarcal, rodeado de una niebla densa. En lo alto, por un momento, las nubes se apartaron y dejaron entrever un ocaso de árboles hechizados por el sol moribundo.

Fue un viaje maravilloso, que recuerdo con una ternura infinita. Los niños eran pequeños. Y ella estaba a mi lado.

Antonio Carrillo.

jueves, 11 de marzo de 2021

Zwicky y Baade; de almendros, supernovas y nombres que se disuelven



El día llega a su fin, como tantos otros. El sol se ha puesto hace tres horas; los días se alargan perceptiblemente y noto menos frío. En mi calle los almendros inmensamente blancos anuncian una primavera cercana.

Pero todo esto no importa. En realidad, ¿qué ha pasado hoy que merezca la pena reseñar?

Veamos: en medio de esta avalancha constante e interminable sobre la terrible pandemia del COVID-19, sobre sus cifras e incertidumbres, recuerdo unas pocas noticias de actualidad. La decisión del Parlamento Europeo sobre la inmunidad de unos políticos catalanes prófugos de la justicia, la declaración del extesorero de un partido político sospechoso de corrupción, los incentivos económicos que se dirigirán a los sectores más golpeados por la crisis… noticias todas ellas importantes y con fecha de caducidad.

No solo los almendros; también los cerezos están en flor, con un exquisito rosa pálido.

No puedo evitarlo. Me distraigo de lo fundamental con una facilidad pasmosa. No tengo remedio. De todo lo que ha pasado hoy solo guardo recuerdo de dos noticias que casi han pasado desapercibidas. Primero, el rescate de un cayuco repleto de inmigrantes subsaharianos en alta mar, a mucha distancia de las islas Canarias. Llevaban días en el inmenso océano. Cuatro personas habían muerto durante la atroz travesía, pero ya no estaban: los compañeros habían arrojado sus cuerpos al mar. Encontraron un muerto más entre una masa salobre y deshidratada de cuerpos rotos por el agotamiento. Al llegar a puerto un menor fue trasladado al hospital psiquiátrico: el horror de estos días le había destrozado por dentro.



Pienso en esa persona que no respira, que desaparece bajo las aguas. Cuando nació su madre le dio de comer entre sus brazos. Aprendió un idioma y con él una concepción del mundo, una cultura. Tuvo identidad, soñó durante sus noches y amó cuanto pudo. Y fue amado. Era como yo, como usted, con otro color de piel, y lo arrojaron al mar. Podemos pensar que nunca existió, pero es indudable que cuando nació su familia le puso un nombre y apellido, al que respondía. Sus conocidos estarán añorándolo ahora mismo sin conocer de su trágico final. No sabrán que ya no sueña con un futuro mejor. Que no está.

El Atlántico se está llenando de nombres. Y no es tan grande.

Hay una segunda noticia: resulta que la realidad en la que vivimos consiste en un cosmos que crece cada vez más rápido, como una burbuja que se expande en todas direcciones y en la que no hay un centro. Pero los cálculos de esta expansión, según el método que empleemos, dan siempre resultados contradictorios.

Es un tema difícil de entender; la realidad tal y como la vemos no es capaz de explicar lo que observamos por telescopios: la velocidad a la que rotan las galaxias, la medición de la radiación de fondo de microondas o el cálculo en detalle de las supernovas distantes. Como nada tiene sentido nos hemos inventado una realidad alternativa, en la que el 94% del universo, de la realidad, se compone de algo que no podemos ver ni medir. De algo que no es materia ni energía tal y como la conocemos.

La noticia de hoy, apenas unas pocas líneas, propone la existencia de un nuevo tipo de energía oscura en los inicios del universo, una cuya transición de fase implica una densidad energética significativamente más baja.

Es solo una teoría, difícil de probar empíricamente. Es sencillo detectar la llegada de la primavera por la floración de los árboles, pero sin embargo sabemos que esos árboles, los inmigrantes muertos en el mar o el calor del sol, la materia y la energía de la que estamos hechos, solo representa un 6% de lo que hay, de lo que es. El 94% restante lo llamamos materia y energía oscuras no porque no emitan o reflejen la luz, sino porque nos son tan extrañas que no podemos siquiera detectarla. Tan solo vemos sus efectos sobre la materia bariónica. Querríamos ser pintores y plasmar el cosmos en toda su complejidad y belleza, pero nuestros ojos no detectan los colores; vivimos en una realidad opaca de infinitos grises. Así es como vemos en realidad.

Con esta capacidad que tengo de distraerme de lo importante la noticia de la nueva energía oscura recupera en mi mente dispersa las imágenes en blanco y negro de dos científicos de la primera mitad del siglo XX: Zwicky y Baade. Y su increíble historia.

Observen este rostro:



Corresponde a Fritz Zwicky, nacido en Bulgaria, en 1898. Trabajó como matemático y físico en el Instituto de Tecnología de California (el famoso CalTech, donde trabajaban los protagonistas de la serie Big Bang Theory). Es probable que Zwicky fuese el científico más brillante, menospreciado y antipático de todo el siglo XX.

¿Les parece difícil de creer? La primera temporada de la serie Cosmos, una odisea espacial finaliza con un episodio bajo el título “sin miedo a la oscuridad”, en el que se otorga un protagonismo especial a la figura de Fritz Zwicky. Neil deGrasse Tyson, su presentador, se refiere a Zwicky con estas palabras: “les presento a Fritz Zwicky, el hombre más brillante del que habrán oído hablar jamás”.

Zwicky vivió y se formó en Suiza como matemático y físico experimental, experto en materia condensada y la física del estado sólido. Cuando llegó a Caltech comenzó a investigar sobre ionización gaseosa y termodinámica, pero se dice que un día discutió con Robert A. Millikan, premio Nóbel de física, al que Zwicky acusó de no haber tenido jamás una buena idea. La conversación subió de tono y Zwicky retó a Millikan a sugerir una rama de la física, en la que demostraría su genio. Sus palabras exactas fueron: "Yo tengo una buena idea cada dos años. Dame tú el tema, yo te daré la idea”. Millikan aceptó y le propuso el reto de conseguir algo en astrofísica.

Y gracias a este desafío repleto de testosterona nuestra percepción del cosmos cambió para siempre. Zwicky descubrió la materia oscura, las supernovas y las estrellas de neutrones. Además dedicó buena parte de su vida a la búsqueda de galaxias (publicó un catálogo con 6 volúmenes) y en su tiempo libre diseñó motores a reacción para aviones pesados. Y, sin embargo, siempre fue menospreciado. Ni tan siquiera se valoró su nombre para el premio Nóbel ¿Por qué?

Los colegas odiaban a Zwicky; no lo soportaban. Tenía una personalidad violenta, hiriente y arrogante. Llamaba a sus compañeros físicos "spherical bastards", y afirmaba sin asomo de pudor que Galileo y él eran las dos únicas personas que sabían utilizar correctamente un telescopio. En CalTech lo consideraban un bufón excéntrico, con ideas descabelladas y un comportamiento inexcusable. Era un gran deportista, aficionado al montañismo y la práctica del esquí, y demostraba su virilidad haciendo flexiones en el suelo del comedor utilizando un único brazo, en presencia de profesores, investigadores y estudiantes. Menospreciaba a sus alumnos a los que solía gritar “¿Quién diablos es usted?”. No es de extrañar que cuando Oppenheimer publicó su estudio sobre las estrellas de neutrones ni tan siquiera citase a Zwicky, con el que compartía pasillo. Sus descubrimientos sobre la materia oscura se olvidaron durante 40 años, y cuando Kit Thorne escribió “Agujeros negros” describió a Zwicky como una persona de talento para las ideas pero sin conocimiento de las leyes de la física. Thorne decía que tuvo la ayuda de un colega para hacer los cálculos más difíciles y poder acceder a las mejores observaciones estelares.

Ahora les invito a estudiar otro rostro:



Lo que ven es el reflejo de un alma cándida. El rostro de un hombre educado: Walter Baade, el astrónomo observacional más influyente del siglo XX. Y principal colega del ogro Zwicky.

Nacido en Alemania en 1893, hijo de un maestro, el amable Baade estudió matemáticas, física y astronomía en las universidades de Münster y Gotinga. Después de lograr el doctorado en 1919 trabajó en el Observatorio de Hamburgo, en Bergedorf, de 1919 a 1931. En 1920 descubrió Hidalgo, el primer planeta centauro, y en 1931 se trasladó a los Estados Unidos, al Observatorio Monte Wilson, dependiente del CalTech. Allí conoció a Zwicky y juntos revolucionaron la percepción del cosmos cuando publicaron el 15 de enero de 1934, en la revista Physical Review, un simple párrafo de 24 líneas.

En esas pocas palabras, por primera vez, se hablaba de fenómenos que hoy nos son sobradamente conocidos: supernovas, estrellas de neutrones y su relación con los rayos cósmicos. Kip S. Thorne lo define como «uno de los documentos más perspicaces de la historia de la física y de la astronomía». Muchas de las ideas expuestas tardarían 40 años en confirmarse experimentalmente y acabaron siendo el fundamento de la astrofísica de finales del siglo XX.

Desde principios de siglo los astrónomos habían detectado en el cielo puntos esporádicos de luz de una intensidad que parecía imposible. Zwicky y Baade pensaron que la clave estaba en el neutrón, una partícula subatómica que acababa de descubrir en Inglaterra James Chadwick. Se les ocurrió que si una estrella gigante se colapsaba tras agotar su combustible a una densidad inimaginable, incluso los electrones se verían empujados hacia el núcleo, formando neutrones. A este objeto superdenso lo llamaron estrella de neutrones.

Además pensaron que, tras su colapso, habría una inmensa cantidad de energía sobrante, suficiente para producir la mayor explosión del universo. A estas explosiones las denominaron supernovas.

En un segundo artículo, días más tarde, relacionaron la dispersión de partículas tras la explosión con la radiactividad detectada por Victor Hess diez años antes. Recordemos que Hess había ascendido con un globo de hidrógeno hasta los 5.000 metros portando detectores de radiación, y se sorprendió al descubrir que cuanto más ascendía mayor era la cantidad de radiación detectada, y que lo que observaba eran partículas muy energéticas. Esa radiación enorme ¿venía acaso del sol? Hess ascendió durante un eclipse y también de noche, pero la radiación era constante. Dedujo pues que la radiación procedía del espacio profundo y la denominó rayos cósmicos.

Gracias al insoportable Zwicky y al gentil Baade la radiación presente en todo el universo cobró sentido. Eran los ecos de lejanos cataclismos cosmológicos.



Otro hito del pensamiento creativo de Zwicky lo tenemos en el descubrimiento de la materia oscura, de la verdadera naturaleza sobre la que se articula la realidad. Observó que las galaxias de los cúmulos de Coma se movían demasiado deprisa, como si una fuerza invisible tirase de ellas; y a su vez una cantidad de masa mayor que la detectada ligaba unas galaxias con otras. Había mucha más masa de la que se veía, una materia invisible, oscura. Como siempre las observaciones de Zwicky cayeron en el olvido, y sólo las observaciones de Vera Rubin, muchos años más tarde, trajeron de vuelta la idea de que existía tal materia oscura.

En esta vorágine de especulaciones y descubrimientos el amable Baade le aportó a Zwicky una capacidad de observación sin igual y una formidable base teórica para poder fundamentar matemáticamente las intuiciones del ogro búlgaro. Baade contó con una ventaja inesperada: la segunda guerra mundial lo convirtió en un ciudadano alemán susceptible de ser espía. Por lo tanto, las autoridades le obligaron a confinarse en el condado de Los Ángeles, en su observatorio, en donde, mientras el resto de físicos dedicaban su tiempo y esfuerzos en el estudio y desarrollo de armas y avances técnicos de uso militar, un Baade feliz disfrutaba del privilegio de los apagones frecuentes en tiempo de guerra. Él solo con el mejor telescopio del mundo y en una oscuridad inaudita. Debió de ser inmensamente feliz.

Baade aprovechó esta oportunidad para observar las distintas poblaciones de estrellas en la galaxia de Andrómeda, pudo distinguirlas por su edad y reformular el tamaño y edad del universo, mucho mayor de lo que se creía. Mientras, Zwicky especuló con la posibilidad de que las galaxias, con su masa enorme, pudiesen actuar como lentes gravitacionales según una teoría de Einstein. Como siempre la comunidad científica no le hizo ni caso, hasta que 50 años más tarde se pudo probar que era cierto. Durante años Baade medía el universo y cambiaba la percepción que teníamos de la edad y la evolución de las estrellas, y Zwicky imaginaba un universo sorprendente en el que no podemos ver de lo que está compuesto y, por si fuera poco, nos obliga a ser escépticos con lo que vemos, porque la gravedad alteraba las imágenes como si estuviésemos dentro de un laberinto de espejos deformantes.

Cuando trabajaban juntos las estrellas explosionaban, se contraían en esferas tan densas que un centímetro cúbico pesaba miles de millones de toneladas, y una radiación se expandía por un universo mucho más cambiante y extraño de lo que pudiésemos siquiera imaginar.



Todo esto por unas pocas líneas en una nota de prensa. Es curioso lo que recordamos. Cuando leí la noticia se me vino una imagen, la de Baade huyendo ladera arriba escapando de Zwicky, buscando el refugio de su amado observatorio del Monte Wilson. Por alguna razón, el búlgaro había amenazado de muerte a su colega alemán si lo veía pasear por el campus de CalTech. Lo había acusado de ser nazi y lo tenía horrorizado. Baade había conseguido que el departamento de físicas estableciese que nunca se quedasen solos. Temía por su vida.

Baade mira descompuesto si Zwicky lo persigue. Su colega es una persona paranoica e imprevisible. En ocasiones trabajan juntos con unos resultados increíbles; en otras el ogro inteligente y genial se comporta como un auténtico matón de patio de colegio.

Tengo que apagar el ordenador; mañana madrugo. Habrá nuevas noticias que despierten recuerdos desordenados. Puede ser cualquier cosa. Un sabio que corre colina arriba huyendo de otro sabio. Quizás un almendro en flor. O un océano que se lamenta con cada nombre que disuelve. No lo sé.



Echo de menos a mi mujer. Contarle estas tonterías, que ahora guardo para mí.

Es posible que lo que llaman materia oscura sea en realidad el reflejo de su recuerdo.

O no.


Antonio Carrillo

lunes, 22 de febrero de 2021

SEDNA

 



No se me da bien contar historias. Al fin y al cabo, antes fui un pez.

A menudo divago narrando anécdotas absurdas, sin apenas interés. Por ejemplo: mucha gente piensa que los peces respiramos agua, y no es cierto. Como el resto de los animales, de dentro y fuera del océano, respiramos dioxígeno molecular, un compuesto gaseoso formado por dos átomos de oxígeno. Por lo tanto, todos los peces necesitamos que haya dioxígeno disuelto en el agua para no ahogarnos. Por eso en las peceras un pequeño motor permite una circulación de aire en forma de burbujas que ascienden ¿Cómo es posible que encontremos esta molécula gaseosa en los océanos? Primero, porque la superficie del mar está en contacto con la atmósfera, rica en dioxígeno, y se produce un intercambio gaseoso. Cuando el mar está agitado el aporte de oxígeno es mayor. Además, los microorganismos vegetales y las algas también producen oxígeno como resultado de la fotosíntesis, y parte de ese oxígeno permanece en el agua.

En el océano la mayoría opina que gran parte del dioxígeno que circunda la Tierra se originó primero en el mar. Guárdenme un secreto: los animales acuáticos nos sentimos calladamente orgullosos de nuestro rico entorno y de nuestra herencia.

Antes yo no era un ser muy listo, es cierto, pero recuerdo vagamente el placer de deambular por el ártico; el frío mar boreal permite una mayor concentración de gas disuelto y es rico en algas y plancton. Pero todo acabó bruscamente una mañana, cuando una foca me devoró.

No me quejo, es ley de vida; y lo de ser foca en realidad fue divertido. La interacción social era mayor y se jugaba a menudo. Uno podía esperar una larga y plácida vida rodeado de congéneres, pero tuvo su fin un día de verano mientras buceaba bajo la banquisa y divisé un agujero en el hielo. Pensé que podía aprovechar para asomar la cabeza y respirar el dioxígeno anhelado.

Sufrí entonces un dolor lacerante y cayó una oscuridad definitiva; había sido arponeado por un cazador inuit. El boquete abierto en el hielo era una trampa.

Y fue partir de ese momento que todo cambió, y tomé conciencia de mi inua, de mi alma.

Fue un fogonazo, de repente. Era una magia tan antigua como la vida misma. Después de matarme el cazador me honró con una ceremonia para preservar mi espíritu, dándome las gracias por el aporte de carne, grasa y piel. Además, en el poblado el chamán bendijo mis restos y rogó por que formase parte del sutil equilibrio de la vida. Ya no era solo pez o foca; los esquimales me abrieron los ojos a una realidad espiritual de la que todos formamos parte como una unidad indisoluble. El pueblo inuit me hizo partícipe de esa verdad que llamamos inconsciente colectivo. La vida con los ropajes de la percepción y la memoria.

Comprendí el origen del mundo, al principio una masa uniforme de agua que se vio alterada por la caída de grandes trozos de tierra desde el espacio. Y en esa primera tierra firme aparecieron los hombres, unos seres maltrechos, sin gracia ni talento, que no sabían ni caminar; pero los dioses les ofrecieron el mayor de los regalos: la mujer. Bajo su cuidado e inteligencia la humanidad comenzó a prosperar.

Las mujeres inuit están encargadas de la tarea más trascendental para la supervivencia del poblado: mantener vivo el fuego en el interior de las casas sobre una mezcla de musgo y grasa. Para un pueblo que vive seis meses bajo una permanente oscuridad y atenazados por un frío extremo el fuego es el bien más preciado. De hecho, los inuits piensan que las estrellas del firmamento son pequeños agujeros que dejaban ver las fogatas de nuestros familiares ya fallecidos.

Y yo, que comparto el alma de la tribu, que formo parte de su exquisita mitología, sé que tienen razón. Salvo que las estrellas no arden, porque no hay oxígeno en ellas. Nuestros antepasados viven en fuegos que no son fuegos, y que queman sin arder.

El pueblo inuit ama y respeta la palabra. Cuando surge una discusión entre ellos, por un insulto o afrenta, se dirime el problema con un enfrentamiento público a base de canciones y versos. La palabra improvisada e ingeniosa puede ser un arma poderosa si la blande una inteligencia viva y mordaz.

Y fue en una de esas noches interminables, de historias y relatos en el interior cálido de una cabaña, que un anciano contó la historia de Sedna. La historia del mar. Mi historia. La historia de todos.

Lejos, en los albores del tiempo, en una isla sin nombre vivía un hombre viudo y su hija Sedna, de gran belleza. Una mañana el horizonte avisó de la llegada de un barco extranjero. El capitán era un hombre apuesto y encantador, y embriagado por la belleza de Sedna la sedujo y convenció para que abandonase a su padre y a su pueblo. Pero al poco de partir Sedna se dio cuenta de que su amado era en realidad un cruel brujo. Un ser contra natura que disfrutaba haciendo daño a la mujer.

Sedna lloraba asomada al océano, aterrorizada por su destino. Su padre escuchó los lamentos y se hizo a la mar sobre su kayak para rescatarla. Lo consiguió, y juntos huyeron intentando regresar al hogar, a la libertad. Pero el malvado brujo, enfadado por haber perdido a Sedna, juró que la joven no podría escapar de él, y con sus embrujos provocó que el océano se agitase embravecido en una tempestad atronadora, como nunca se había visto.

El padre de Sedna está aterrorizado; piensa que el mar está siendo gobernado por los designios de los dioses enfadados y arroja a su hija Sedna a las aguas. La joven se hunde un instante para en seguida salir a frote y, desesperada, se aferra con fuerza a la borda del kayak. Aterrada le suplica a su padre que le perdone la vida, que la salve. Pero la pequeña canoa no resiste el empuje que supone tener a Sedna agarrada, se escora peligrosamente, y el padre toma una decisión terrible: blande un hacha y con golpes repetidos corta los dedos y las manos de Sedna.

El rostro de Sedna se hunde y desvanece en un camino sin retorno a las profundidades del frío océano. Milagrosamente sus pequeños dedos amputados se convierten en todas las especies de peces que hay en el Océano Ártico. Los pulgares se convierten en focas o morsas. Las manos en ballenas.

La mar se llena de seres que respiran, y desde entonces, en lo profundo, vive en soledad Sedna, la reina del mar. A sus dominios van las almas de los que mueren para ser juzgadas por lo que hicieron en vida. En ocasiones escasea la pesca y el pueblo pasa hambre; otras muchas el océano se agita nervioso. Los hombres saben que Sedna está nerviosa: sus largos cabellos se han enredado y la muchacha se revuelve furiosa porque no tiene manos ni dedos para alisarlos. Los chamanes sabios, en la orilla, mueven sus manos y cantan, peinando a la joven diosa. Con el tiempo la mar vuelve a la calma.

Se hace el silencio en la cabaña. Los más pequeños reflexionan sobre el respeto a los seres que habitan en los mares y la necesidad de respetar a las mujeres. Todo se engloba en una visión equilibrada y coherente de la realidad. La llama consume el oxígeno y da calor. Las hijas se abrazan a sus madres y sueñan con Sedna.

Yo, que solo soy espíritu y que antes fui pez, estoy en todos ellos, en la tribu y los animales, en el mar y el hielo. En los vivos y los muertos. En el firmamento. Y puedo viajar a otra Sedna lejana que vive en una oscuridad permanente. Una Sedna de agua y frío.

 


El 14 de noviembre de 2003, desde el observatorio de Monte Palomar de San Diego, se detectó un cuerpo extraño dentro de nuestro sistema solar; aparentemente se trata de un planeta enano, como Plutón, pero su órbita es tan lejana que desde su superficie el Sol parece una estrella más, brillante pero sin forma. Está muy, muy lejos. Demasiado.

Es el objeto grande más distante del Sol que conocemos, con una órbita asombrosamente excéntrica, que pasa de un afelio (mayor distancia) de 960 ua (ua es la abreviatura de Unidad Astronómica, la distancia promedio de la Tierra al Sol) a un perihelio (menor distancia) de 76 ua. Con una órbita tan elongada este cuerpo tarda 11.400 años en completar una vuelta alrededor del Sol. Para que lo sitúen en perspectiva el planeta enano Plutón, cuando se encuentra en su afelio, está a un máximo de 48 ua, y solo tarda 248 años en completar su órbita. 

Si pudiésemos acercarnos a este cuerpo astronómico ¿qué veríamos?

Es una esfera con 1.000 kilómetros de diámetro. Destaca por la intensidad de su color rojo, como si fuese un Marte en miniatura. Está tan lejos de todo que nunca ha sido molestado; no se observan cráteres ni relieves causados por el impacto de meteoritos.

Su superficie es químicamente compleja. En 1979 Carl Sagan descubrió las tolinas, unas moléculas orgánicas muy primitivas y de enorme complejidad, formadas a partir de moléculas ricas en nitrógeno, como el metano, cuando son bombardeadas por radiación ultravioleta. El resultado es un hidrocarburo rico en nitrógeno y carbono de color rojizo. En la superficie de este cuerpo helado hay, además de tolina, agua congelada, metano, nitrógeno, metanol y carbono, formando una capa superficial rica en compuestos orgánicos.

¿De dónde viene este cuerpo tan peculiar, con una órbita tan lejana? No lo sabemos con certeza. Algunos científicos especulan con que perteneció a otro sistema planetario y fue capturado por el nuestro. Otros opinan que en los orígenes de nuestro sistema solar una estrella que transitaba cerca alteró su órbita. Los hay que afirman que es una prueba de la existencia de un gran planeta aun por descubrir. Lo cierto es que este cuerpo existe, que orbita en los límites de nuestro sistema solar, que lo descubrimos por pura casualidad y que tiene nombre.

Se llama Sedna.

Sus descubridores lo llamaron Sedna en recuerdo de la diosa de las profundidades heladas del océano ártico. Y puede que el nombre sea premonitorio, porque el pequeño planeta Sedna puede ocultar en su interior un secreto fascinante.

Si estuviésemos sobre la superficie de Sedna habría una oscuridad sin igual en nuestro sistema solar; el sol no calienta y apenas si ofrece una luz difusa. El día dura unas 10 horas, y cuando se oculta el Sol el firmamento debe engalanarse en un espectáculo digno de verse. Pero si profundizásemos dentro de Sedna, si atravesásemos su superficie helada rica en compuestos orgánicos, es posible que encontrásemos un océano de agua líquida. Un verdadero reino de Sedna ¿Cómo es posible?

Hay un fenómeno natural conocido como “calor por desintegración nuclear”. En pocas palabras, los cuerpos del sistema solar están compuestos por múltiples elementos de la tabla periódica, y los más pesados se acumulan en el núcleo. El interior de planetas y satélites están calientes porque los isótopos radiactivos de elementos como el uranio, el torio o el potasio interactúan con los átomos de otros elementos, causando movimiento en sus partículas elementales y, en consecuencia, calor.

Los modelos que se manejan de calentamiento interno a través de la desintegración radiactiva indican que Sedna podría ser capaz de soportar un océano subterráneo de agua líquida. Todo dependerá de la cantidad de elementos radiactivos presentes en Sedna.

Pero imaginen: a 20 veces la distancia de Plutón una pequeña esfera sólida de 1.000 kilómetros de diámetro puede ocultar un océano en penumbra de agua líquida rica en nutrientes orgánicos. Sería un lugar propicio para que la vida experimentase en sus muchas formas durante miles de millones de años, porque la lejanía de Sedna supone dos ventajas: una menor incidencia de la radiación solar, a lo que ayudaría las capacidades aislantes de la tolina, y un entorno libre de acometida de meteoritos y cometas. Un remanso de paz en medio de la nada. Bajo la apariencia de un mundo yermo, oscuro y frío podría bullir la vida.

Pero sería una vida muy distinta a la nuestra. ¿Por qué? Por la ausencia total de oxígeno atmosférico, de dioxígeno molecular. La vida en Sedna sería anaeróbica, capaz de sobrevivir en un ambiente libre de oxígeno. Es importante recordar que en la Tierra hay lugares propicios para la vida anaeróbica. Por ejemplo, el interior de nuestro organismo. Y en sus orígenes toda la vida en la Tierra era anaeróbica. Pero en Sedna, sin la facultad energética que aporta el oxígeno, la vida sería posiblemente muy sencilla. Poco evolucionada. No habría células eucariotas. Todo son especulaciones y es muy improbable que enviemos una sonda a explorar Sedna.

 

He vuelto. Vuelvo a ser yo. Se lo advertí; no se me da bien contar historias.

Es porque antes era un pez.

En el cosmos toda la vida está interconectada por cuerdas invisibles e indetectables, capaces de soslayar tiempos y distancias. Los chamanes lo saben, como saben que Sedna aguarda en lo más profundo del océano ártico. Como saben que conviene peinar sus negros cabellos.

Aquí, en la Tierra, y en lo más profundo del espacio.

 

Antonio Carrillo