lunes, 22 de febrero de 2021

SEDNA

 



No se me da bien contar historias. Al fin y al cabo, antes fui un pez.

A menudo divago narrando anécdotas absurdas, sin apenas interés. Por ejemplo: mucha gente piensa que los peces respiramos agua, y no es cierto. Como el resto de los animales, de dentro y fuera del océano, respiramos dioxígeno molecular, un compuesto gaseoso formado por dos átomos de oxígeno. Por lo tanto, todos los peces necesitamos que haya dioxígeno disuelto en el agua para no ahogarnos. Por eso en las peceras un pequeño motor permite una circulación de aire en forma de burbujas que ascienden ¿Cómo es posible que encontremos esta molécula gaseosa en los océanos? Primero, porque la superficie del mar está en contacto con la atmósfera, rica en dioxígeno, y se produce un intercambio gaseoso. Cuando el mar está agitado el aporte de oxígeno es mayor. Además, los microorganismos vegetales y las algas también producen oxígeno como resultado de la fotosíntesis, y parte de ese oxígeno permanece en el agua.

En el océano la mayoría opina que gran parte del dioxígeno que circunda la Tierra se originó primero en el mar. Guárdenme un secreto: los animales acuáticos nos sentimos calladamente orgullosos de nuestro rico entorno y de nuestra herencia.

Antes yo no era un ser muy listo, es cierto, pero recuerdo vagamente el placer de deambular por el ártico; el frío mar boreal permite una mayor concentración de gas disuelto y es rico en algas y plancton. Pero todo acabó bruscamente una mañana, cuando una foca me devoró.

No me quejo, es ley de vida; y lo de ser foca en realidad fue divertido. La interacción social era mayor y se jugaba a menudo. Uno podía esperar una larga y plácida vida rodeado de congéneres, pero tuvo su fin un día de verano mientras buceaba bajo la banquisa y divisé un agujero en el hielo. Pensé que podía aprovechar para asomar la cabeza y respirar el dioxígeno anhelado.

Sufrí entonces un dolor lacerante y cayó una oscuridad definitiva; había sido arponeado por un cazador inuit. El boquete abierto en el hielo era una trampa.

Y fue partir de ese momento que todo cambió, y tomé conciencia de mi inua, de mi alma.

Fue un fogonazo, de repente. Era una magia tan antigua como la vida misma. Después de matarme el cazador me honró con una ceremonia para preservar mi espíritu, dándome las gracias por el aporte de carne, grasa y piel. Además, en el poblado el chamán bendijo mis restos y rogó por que formase parte del sutil equilibrio de la vida. Ya no era solo pez o foca; los esquimales me abrieron los ojos a una realidad espiritual de la que todos formamos parte como una unidad indisoluble. El pueblo inuit me hizo partícipe de esa verdad que llamamos inconsciente colectivo. La vida con los ropajes de la percepción y la memoria.

Comprendí el origen del mundo, al principio una masa uniforme de agua que se vio alterada por la caída de grandes trozos de tierra desde el espacio. Y en esa primera tierra firme aparecieron los hombres, unos seres maltrechos, sin gracia ni talento, que no sabían ni caminar; pero los dioses les ofrecieron el mayor de los regalos: la mujer. Bajo su cuidado e inteligencia la humanidad comenzó a prosperar.

Las mujeres inuit están encargadas de la tarea más trascendental para la supervivencia del poblado: mantener vivo el fuego en el interior de las casas sobre una mezcla de musgo y grasa. Para un pueblo que vive seis meses bajo una permanente oscuridad y atenazados por un frío extremo el fuego es el bien más preciado. De hecho, los inuits piensan que las estrellas del firmamento son pequeños agujeros que dejaban ver las fogatas de nuestros familiares ya fallecidos.

Y yo, que comparto el alma de la tribu, que formo parte de su exquisita mitología, sé que tienen razón. Salvo que las estrellas no arden, porque no hay oxígeno en ellas. Nuestros antepasados viven en fuegos que no son fuegos, y que queman sin arder.

El pueblo inuit ama y respeta la palabra. Cuando surge una discusión entre ellos, por un insulto o afrenta, se dirime el problema con un enfrentamiento público a base de canciones y versos. La palabra improvisada e ingeniosa puede ser un arma poderosa si la blande una inteligencia viva y mordaz.

Y fue en una de esas noches interminables, de historias y relatos en el interior cálido de una cabaña, que un anciano contó la historia de Sedna. La historia del mar. Mi historia. La historia de todos.

Lejos, en los albores del tiempo, en una isla sin nombre vivía un hombre viudo y su hija Sedna, de gran belleza. Una mañana el horizonte avisó de la llegada de un barco extranjero. El capitán era un hombre apuesto y encantador, y embriagado por la belleza de Sedna la sedujo y convenció para que abandonase a su padre y a su pueblo. Pero al poco de partir Sedna se dio cuenta de que su amado era en realidad un cruel brujo. Un ser contra natura que disfrutaba haciendo daño a la mujer.

Sedna lloraba asomada al océano, aterrorizada por su destino. Su padre escuchó los lamentos y se hizo a la mar sobre su kayak para rescatarla. Lo consiguió, y juntos huyeron intentando regresar al hogar, a la libertad. Pero el malvado brujo, enfadado por haber perdido a Sedna, juró que la joven no podría escapar de él, y con sus embrujos provocó que el océano se agitase embravecido en una tempestad atronadora, como nunca se había visto.

El padre de Sedna está aterrorizado; piensa que el mar está siendo gobernado por los designios de los dioses enfadados y arroja a su hija Sedna a las aguas. La joven se hunde un instante para en seguida salir a frote y, desesperada, se aferra con fuerza a la borda del kayak. Aterrada le suplica a su padre que le perdone la vida, que la salve. Pero la pequeña canoa no resiste el empuje que supone tener a Sedna agarrada, se escora peligrosamente, y el padre toma una decisión terrible: blande un hacha y con golpes repetidos corta los dedos y las manos de Sedna.

El rostro de Sedna se hunde y desvanece en un camino sin retorno a las profundidades del frío océano. Milagrosamente sus pequeños dedos amputados se convierten en todas las especies de peces que hay en el Océano Ártico. Los pulgares se convierten en focas o morsas. Las manos en ballenas.

La mar se llena de seres que respiran, y desde entonces, en lo profundo, vive en soledad Sedna, la reina del mar. A sus dominios van las almas de los que mueren para ser juzgadas por lo que hicieron en vida. En ocasiones escasea la pesca y el pueblo pasa hambre; otras muchas el océano se agita nervioso. Los hombres saben que Sedna está nerviosa: sus largos cabellos se han enredado y la muchacha se revuelve furiosa porque no tiene manos ni dedos para alisarlos. Los chamanes sabios, en la orilla, mueven sus manos y cantan, peinando a la joven diosa. Con el tiempo la mar vuelve a la calma.

Se hace el silencio en la cabaña. Los más pequeños reflexionan sobre el respeto a los seres que habitan en los mares y la necesidad de respetar a las mujeres. Todo se engloba en una visión equilibrada y coherente de la realidad. La llama consume el oxígeno y da calor. Las hijas se abrazan a sus madres y sueñan con Sedna.

Yo, que solo soy espíritu y que antes fui pez, estoy en todos ellos, en la tribu y los animales, en el mar y el hielo. En los vivos y los muertos. En el firmamento. Y puedo viajar a otra Sedna lejana que vive en una oscuridad permanente. Una Sedna de agua y frío.

 


El 14 de noviembre de 2003, desde el observatorio de Monte Palomar de San Diego, se detectó un cuerpo extraño dentro de nuestro sistema solar; aparentemente se trata de un planeta enano, como Plutón, pero su órbita es tan lejana que desde su superficie el Sol parece una estrella más, brillante pero sin forma. Está muy, muy lejos. Demasiado.

Es el objeto grande más distante del Sol que conocemos, con una órbita asombrosamente excéntrica, que pasa de un afelio (mayor distancia) de 960 ua (ua es la abreviatura de Unidad Astronómica, la distancia promedio de la Tierra al Sol) a un perihelio (menor distancia) de 76 ua. Con una órbita tan elongada este cuerpo tarda 11.400 años en completar una vuelta alrededor del Sol. Para que lo sitúen en perspectiva el planeta enano Plutón, cuando se encuentra en su afelio, está a un máximo de 48 ua, y solo tarda 248 años en completar su órbita. 

Si pudiésemos acercarnos a este cuerpo astronómico ¿qué veríamos?

Es una esfera con 1.000 kilómetros de diámetro. Destaca por la intensidad de su color rojo, como si fuese un Marte en miniatura. Está tan lejos de todo que nunca ha sido molestado; no se observan cráteres ni relieves causados por el impacto de meteoritos.

Su superficie es químicamente compleja. En 1979 Carl Sagan descubrió las tolinas, unas moléculas orgánicas muy primitivas y de enorme complejidad, formadas a partir de moléculas ricas en nitrógeno, como el metano, cuando son bombardeadas por radiación ultravioleta. El resultado es un hidrocarburo rico en nitrógeno y carbono de color rojizo. En la superficie de este cuerpo helado hay, además de tolina, agua congelada, metano, nitrógeno, metanol y carbono, formando una capa superficial rica en compuestos orgánicos.

¿De dónde viene este cuerpo tan peculiar, con una órbita tan lejana? No lo sabemos con certeza. Algunos científicos especulan con que perteneció a otro sistema planetario y fue capturado por el nuestro. Otros opinan que en los orígenes de nuestro sistema solar una estrella que transitaba cerca alteró su órbita. Los hay que afirman que es una prueba de la existencia de un gran planeta aun por descubrir. Lo cierto es que este cuerpo existe, que orbita en los límites de nuestro sistema solar, que lo descubrimos por pura casualidad y que tiene nombre.

Se llama Sedna.

Sus descubridores lo llamaron Sedna en recuerdo de la diosa de las profundidades heladas del océano ártico. Y puede que el nombre sea premonitorio, porque el pequeño planeta Sedna puede ocultar en su interior un secreto fascinante.

Si estuviésemos sobre la superficie de Sedna habría una oscuridad sin igual en nuestro sistema solar; el sol no calienta y apenas si ofrece una luz difusa. El día dura unas 10 horas, y cuando se oculta el Sol el firmamento debe engalanarse en un espectáculo digno de verse. Pero si profundizásemos dentro de Sedna, si atravesásemos su superficie helada rica en compuestos orgánicos, es posible que encontrásemos un océano de agua líquida. Un verdadero reino de Sedna ¿Cómo es posible?

Hay un fenómeno natural conocido como “calor por desintegración nuclear”. En pocas palabras, los cuerpos del sistema solar están compuestos por múltiples elementos de la tabla periódica, y los más pesados se acumulan en el núcleo. El interior de planetas y satélites están calientes porque los isótopos radiactivos de elementos como el uranio, el torio o el potasio interactúan con los átomos de otros elementos, causando movimiento en sus partículas elementales y, en consecuencia, calor.

Los modelos que se manejan de calentamiento interno a través de la desintegración radiactiva indican que Sedna podría ser capaz de soportar un océano subterráneo de agua líquida. Todo dependerá de la cantidad de elementos radiactivos presentes en Sedna.

Pero imaginen: a 20 veces la distancia de Plutón una pequeña esfera sólida de 1.000 kilómetros de diámetro puede ocultar un océano en penumbra de agua líquida rica en nutrientes orgánicos. Sería un lugar propicio para que la vida experimentase en sus muchas formas durante miles de millones de años, porque la lejanía de Sedna supone dos ventajas: una menor incidencia de la radiación solar, a lo que ayudaría las capacidades aislantes de la tolina, y un entorno libre de acometida de meteoritos y cometas. Un remanso de paz en medio de la nada. Bajo la apariencia de un mundo yermo, oscuro y frío podría bullir la vida.

Pero sería una vida muy distinta a la nuestra. ¿Por qué? Por la ausencia total de oxígeno atmosférico, de dioxígeno molecular. La vida en Sedna sería anaeróbica, capaz de sobrevivir en un ambiente libre de oxígeno. Es importante recordar que en la Tierra hay lugares propicios para la vida anaeróbica. Por ejemplo, el interior de nuestro organismo. Y en sus orígenes toda la vida en la Tierra era anaeróbica. Pero en Sedna, sin la facultad energética que aporta el oxígeno, la vida sería posiblemente muy sencilla. Poco evolucionada. No habría células eucariotas. Todo son especulaciones y es muy improbable que enviemos una sonda a explorar Sedna.

 

He vuelto. Vuelvo a ser yo. Se lo advertí; no se me da bien contar historias.

Es porque antes era un pez.

En el cosmos toda la vida está interconectada por cuerdas invisibles e indetectables, capaces de soslayar tiempos y distancias. Los chamanes lo saben, como saben que Sedna aguarda en lo más profundo del océano ártico. Como saben que conviene peinar sus negros cabellos.

Aquí, en la Tierra, y en lo más profundo del espacio.

 

Antonio Carrillo