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lunes, 22 de febrero de 2016

El Arca de Noe y los Osos de Agua



El 14 septiembre de 2007, a las 13 horas (hora central europea), despegó del cosmódromo Baikonur, en Kazajstán, el cohete ruso Soyuz-U. Transcurridos apenas 9 minutos, a 300 kilómetros de altitud, se desprendió la nave Fotón M3, un proyecto conjunto de Rusia y la Agencia Espacial Europea.

Fotón, ahora satélite artificial de la Tierra, estuvo 12 días orbitando el planeta. Tardaba apenas 90 minutos en completar un giro.

La agencia oficial rusa Itar-Tass le puso un mote a la nave: “Arca de Noé” ¿Por qué? En su interior  líquenes, bacterias, 10 hámsteres, 20 tritones, peces, 5 lagartos, 20 caracoles, cucarachas o crisálidas de mariposas se sometieron a 45 experimentos químicos, físicos, biológicos y biotecnológicos en condiciones de microgravedad. Todos los animales iban protegidos en entornos que salvaguardaran su supervivencia.

Todos, menos uno.

Tras completar 189 órbitas Fotón M3 aterrizó en Kazajstán, en la ciudad de Kustanay, a las 09:58.

 
K. Ingemar Jönsson, científico sueco del Departamento de Matemáticas y Ciencia de la Universidad Kristianstad, esperaba nervioso; era el máximo responsable del proyecto TARDIS “Tardigrades in space”.

Por primera vez un animal multicelular se vio expuesto a las peores condiciones posibles: a la gravedad, vacío, frío y radiación del espacio exterior ¿Quedó alguno con vida?

Jönsson escogió para su experimento de resistencia a unos pequeños invertebrados acuáticos que apenas alcanzan 1 mm de longitud: los tardígrados. Estos animales fascinantes fueron descubiertos en 1773 por Johann August Ephraim Goeze, a quien se le ocurrió el apodo “oso de agua”, por su lento caminar.

Los tardígrados se encuentran en prácticamente todos los ecosistemas en los que hay agua, desde el trópico a los hielos del Ártico, de la fosa de las Marianas al Everest. Les basta con que haya una fina película de agua en musgos o helechos, tierra adentro. Están en todas partes. Son los mayores supervivientes de la naturaleza.



Y han sobrevivido al frío inmenso, a la presión mínima, el vacío y la radiación del espacio exterior.

El oso de agua es el ser vivo más resistente que conocemos. Sobrevive a temperaturas entre -273 y +151 °C. No mueren si se les sumerge en alcohol puro o en éter, soportan 100 veces más radiación que las cucarachas y pueden sobrevivir en estado de hibernación sin agua ni alimento al menos 40 años. Resisten presiones de 600 atmósferas. En condiciones difíciles estos animales con reproducción sexual pueden incluso autofecundarse. Un único tardígrado puede formar una colonia.

El secreto del taquígrafo radica en la capacidad de entrar en un estado de latencia casi absoluta. Antes de introducirlos en Fotón, Jönsson provocó que los osos de agua respondieran a una progresiva falta de agua descendiendo su actividad metabólica hasta alcanzar un estado de animación suspendida que se denomina criptobiosis o estado anhidrobiótico. En este estado el organismo del tardígrado se retarda a menos de una centésima parte de lo normal, hasta alcanzar un nivel de reposo prácticamente indetectable.

Es lo más parecido a una muerte. Pero de la que se puede resucitar.

Todo se basa en un progresivo proceso de deshidratación, mediante el cual el animal pasa de tener un 85% de agua corporal a quedarse con tan solo un 3%. En el proceso, el minúsculo invertebrado sustituye el agua perdida por un azúcar muy especial, llamado trehalosa, que impide la destrucción de las estructuras celulares. Además, genera glicerina, para aportar elasticidad a los tejidos deshidratados y formar un escudo protector frente a las agresiones externas. Finalmente, el animal retrae las patas al interior del cuerpo y se enrolla, formando una esfera (la forma perfecta para preservar la energía) que está cubierta por una especie de cera.

Los tardígrados previamente deshidratados, de las especies  Richtersius coronifer  y Milnesium tardigradum, fueron expuestos por Jönsson a tres tipos de condiciones ambientales:

 
1) Al vacío, presión y temperatura del espacio exterior, pero protegidos frente a la radiación.

2) Un segundo grupo tuvo que soportar la radiación conocida como UVAB (rayos ultravioleta de onda media).

3) Finalmente un tercer grupo estuvo expuesto sin filtro alguno al espacio, sometidos a la radiación ultravioleta de onda corta o UVC, cuatro veces más potente que la B, un tipo de radiación ionizante y letal para la vida, a la que se sumaba la ingente radiación cósmica. De este grupo, no se esperaba superviviente alguno.

La radiación constituía (y constituye) el gran reto para la supervivencia en los viajes espaciales. La temperatura no era el mayor problema; el vacío del espacio exterior es un fabuloso aislante térmico. A pesar de soportar una temperatura próxima al Cero Absoluto, la congelación no es inmediata. En el espacio sólo se pierde calor mediante transferencia, y la muerte llegaría al cabo de bastantes minutos. Y los osos de agua, como dijimos, en estado de hibernación soportan temperaturas bajísimas.

En el espacio, en tales condiciones de vacío y presión, todos los líquidos hierven. Pero los fluidos que se mantienen en el interior del cuerpo comparten una presión mayor. Un astronauta al que le fallara el traje espacial no moriría congelado al instante ni le herviría la sangre. Sí que hervirían otros líquidos como la saliva o las lágrimas, pero no quemarían, porque hervirían a 37ºC. El accidentado perdería en segundos el conocimiento y moriría de un fallo cardíaco. Los tardígrados, sin embargo, con sólo un 3% de agua, no tendrían demasiados problemas.

Es por esto que el equipo de Jönsson dividió los osos de agua en tres grupos: sin exposición a radiación, expuestos a radiación B y expuestos a toda la radiación.

Una vez trasladados al laboratorio, se comenzó la tarea de rehidratar e intentar renacer a los osos de agua.

Del grupo 1, sometidos durante 12 días a temperaturas cercanas al cero absoluto, a -600 atmósferas, al vacío y ausencia de soporte vital, despertaron la gran mayoría de los tardígrados, en un tiempo normal, y comenzaron a procrear de inmediato.

Del grupo 2, expuesto a las mismas condiciones y a la exposición de la radiación ultravioleta tipo B, sobrevivió el 70%.

Pero la sorpresa vino con el grupo 3. Sobrevivieron y prosperaron 3 especímenes.

Este experimento se repitió en 2011, en la Estación Espacial Internacional. Los resultaron fueron similares: los tardígrados sobreviven a la radiación cósmica y al vacío del espacio.

Animada por estos resultados, la comunidad científica envió en noviembre de 2011 osos de agua, bacterias, hongos y semillas a Fobos, el mayor satélite de Marte. Se esperaría 3 años para comprobar si alguno prosperaba. Por desgracia, la sonda Fobos-Grunt se estrelló por un fallo de ingeniería.

Un dato más, de hace unas pocas semanas: el Instituto Nacional de Investigación Polar de Japón (NIPR) ha resucitado un oso de agua que encontraron en los años 80 en unas muestras de musgo congelado cerca de la base polar Showa, en la Antártida Oriental. Es decir, los tardígrados pueden esperar más de 30 años a que los reanimen. Hay datos de rehidratación de especímenes con más de 100 años, pero no son concluyentes.

 
Acabo: les propongo algo. Busquen fuera de casa un poco de musgo. Lo ideal es buscar en rocas, muros o tejados, porque los osos de agua buscan lugares que les puedan aportar calcio, que necesitan para formar sus estructuras más duras. Se deja secar el musgo al sol, se limpia de residuos y se coloca boca abajo sobre un recipiente con agua mineral o destilada. 24 horas más tarde es probable que en el agua veamos, con la ayuda de una lupa, diminutos animales en movimiento. Con un microscopio doméstico podrán verlos con suficiente detalle.

Necesita una lupa, un recipiente y el microscopio de su hijo. Cuando los vea moverse piense que, dentro de unos años, habrá osos de agua en planetas o satélites del Sistema Solar. Que lo que observa es un milagro de la naturaleza.

Antonio Carrillo

sábado, 21 de noviembre de 2015

El milagro de la Virgen María: la Inmaculada Concepción



 
Es curiosa la manera que tiene la mente de enhebrar ideas y entrelazar pensamientos peregrinos. Ayer caminaba por la ciudad; los operarios del ayuntamiento colocaban los adornos navideños en las farolas. Y me dio por pensar.

Debía escribir algo sobre la navidad. Y pensé en los milagros que leemos en la Biblia.

 
Algunos pueden tener una explicación desde la ciencia, como la resurrección de los muertos, en realidad enfermos de catalepsia ¿Debería escribir sobre ello, y sobre la obligación reciente de realizar electroencefalogramas a los cadáveres para asegurarse de que están realmente fallecidos? ¿Cuántas personas se habrán enterrado vivas?

Más interesante incluso; pensé en los efectos que provoca la toxina del pez globo, que disminuye las constantes vitales hasta el punto confundir a un vivo con un cadáver. Es lo que sucede en Haití, con el vudú.

Escalofriante: un brujo maléfico llamado “Bokor” tiene el poder de resucitar personas y convertirlas en zombis. En realidad, estos brujos primero intoxican a la víctima con tetradotoxina, el veneno del pez globo. La familia piensa que ha fallecido, y lo entierra. Al cabo de un par de días el cruel Bokor exhuma el supuesto cadáver, y le obliga a ingerir una potente mezcla de alucinógenos que dañan irremisiblemente el cerebro; la consciencia y la memoria.

Imagine. Ha transcurrido una semana, y familia y vecinos ven aparecer aterrorizados la imagen balbuceante y trastornada de quien había sido enterrado. Un zombi. Un muerto viviente.

Pero no voy a escribir sobre esto. Me interesa otro milagro más difícil de justificar desde la ciencia. Por ejemplo, el milagro del nacimiento de Jesús.

¿Puede la ciencia explicar el embarazo de una mujer virgen?

Sí claro, me dirán muchos; por inseminación artificial. Pero, si bien la inseminación de mamíferos se conoce desde tiempos babilónicos, yo propongo escudriñar una causa de origen natural que haga posible un embarazo sin haber conocido varón.

Hay una posibilidad interesante: el hermafroditismo. Son hermafroditas las estrellas de mar, las lombrices de tierra o los caracoles. Pueden adoptar uno u otro sexo, pero la autofecundación es un fenómeno inusual (aunque no imposible).

Los médicos llaman “hermafroditismo verdadero” la condición de una persona que produce gametos femeninos y masculinos, generalmente en un ovotestis (o gónada hermafrodita). Las personas hermafroditas, ¿pueden ser fértiles? Hay más de un centenar de casos que lo confirman. Lo que no hay es ni un caso clínicamente documentado de un hermafrodita humano que se haya fecundado a sí mismo.

No estamos seguros; y a falta de pruebas creemos que no es posible.

Pero entonces, ¿es imposible que una mujer virgen se quede embarazada? Eso parece.

Sin embargo, en el mundo animal se da un fenómeno asombroso llamado “partenogénesis”. Es la reproducción a partir de células femeninas no fecundadas. Y no es un fenómeno inusual.

Casi todas las clases del filo de los cordados nos ofrecen ejemplos de partenogénesis; en reptiles como serpientes boa, salamanquesas o varanos, en aves como el gallo o la codorniz, en peces como el pez martillo o en anfibios. También hay partenogénesis en las abejas y hormigas, y en otras muchas especies de invertebrados como los fascinantes “osos de agua”, los animales más resistentes, capaces de sobrevivir incluso en el espacio exterior.

Para explicar la partenogénesis debemos entender la gametogénesis; es decir, el proceso por el cual los animales fabricamos gametos masculinos y femeninos, células haploides (con la mitad de los cromosomas) que se combinan con otras para crear un ser vivo único.

La gametogénesis femenina se llama ovogénesis. Para llegar a un óvulo fecundable haploide se parte de una célula diploide (con todos los cromosomas) que se divide en dos, con lo que se reduce el número de cromosomas a la mitad. Esta división recibe el nombre de meiosis.
 

Tenemos entonces dos células: una llamada ovocito II, más grande (el futuro óvulo) y una compañera que se llama “cuerpo polar”. Posteriormente, habrá una segunda división mieótica, por lo que tendremos cuatro células; un óvulo y tres cuerpos polares que acabarán desapareciendo, absorbidos por el organismo.

Pues bien: en ocasiones la naturaleza hace posible que el cuerpo polar fertilice el ovocito II, aportando así la mitad de cromosomas que necesita para ser diploide y viable. Es decir, una hembra gesta un ser vivo sin que intervenga un gameto masculino.

Es la gestación de una virgen.

Ahora bien, no está demostrada la partenogénesis en mamíferos en libertad, aunque sí se ha logrado inducir este fenómeno en ratones y monos de laboratorio. En fechas tan tempranas como 1936 Gregory Goodwin Pincus logró el nacimiento de un conejo por esta técnica. De hecho, hoy en día los laboratorios emplean la partenogénesis humana como herramienta de fabricación de células madre.

Pero ¿hay algún caso en humanos, alguna pista de que sea posible que una mujer virgen se quede embarazada?

Lo cierto es que sí. En el verano de 1944, una joven enfermera alemana, de nombre Emminaire, fue a consulta porque no se encontraba bien. El diagnóstico fue claro y certero: estaba embarazada. Sin embargo, la joven de 18 años de edad juró que era virgen, que jamás había conocido varón.

A los ocho meses dio a luz a una niña, de nombre Mónica. Nadie creyó su historia.

Con el final de la Guerra, y su ciudad Hannover bajo control del ejército británico, Emminaire conoció a un soldado inglés llamado Jones con el que contrajo matrimonio. Pasado el tiempo, tras varios años sin conseguir quedarse embarazada de su marido, consultó su caso con un famoso ginecólogo londinense: Stanley Balford-Lynn.

El médico encontró pruebas de que madre e hija compartían una identidad genética similar a la de las gemelas idénticas. Entusiasmado, envió un artículo a la British Medical Journal e investigó nuevos casos susceptibles de ser partenogénesis humana. El asunto fue noticia periodística. Sin embargo, ante las burlas y el escepticismo de la comunidad científica, abandonó la investigación en 1956.
 

Por lo que he podido investigar, en 1983 los estudios sobre el tema cobraron vida gracias a un artículo de Kaufman, M.H. Early publicado en la prestigiosa Cambridge University Press, bajo el título “mammalian development: Parthenogenetic studies”. Años más tarde, el doctor M. Azim Surani, de la Universidad de Cambridge, provocó un auténtico revuelo entre los especialistas al publicar “Parthenogenesis in man” en la edición de octubre de 1995 de la revista Nature Genetics.

En este artículo se comentaba el caso de una criatura de tres años cuya genética procedía sólo y exclusivamente de su madre


Paseo por la ciudad, y las ideas deambulan ociosas. Paso de los zombis a la partenogénesis del tiburón martillo, la especie de tiburón más evolucionada. Las hembras de tiburón martillo se agrupan para protegerse de los machos. Son curiosos los Osos de agua, capaces de resistir temperaturas o radiaciones imposibles para la vida. Se los ha localizado vivos en el casco exterior de los cohetes espaciales, a su regreso del espacio. Y son feos de narices.
 

Y reflexiono sobre el mito de la virgen que engendra a un dios; uno de tantos mitos que se repiten en culturas a lo largo del planeta y de los milenios.

Lo operarios siguen colocando los adornos de navidad. Todavía no hace frío.

¿Sobre qué tema voy a escribir? No lo sé. Me detengo. Algo falla: ¿puede una mujer engendrar a un varón por partenogénesis? No lo creo. Sólo podrá engendrar niñas, porque la mujer tiene únicamente el cromosoma XX, y no el XY, como el varón. Por ello es el hombre el que siempre determina el sexo del feto. Si Jesús era varón, tuvo que intervenir un gameto (o Espíritu Santo) masculino.

El otoño siembra de hojas la acera.


Antonio Carrillo