miércoles, 26 de febrero de 2014

De un barco de papel y una guitarra


 
 
Hoy ha muerto Paco de Lucía.

Tocaba la guitarra. Como nadie. Volaban sus dedos con la cadencia imparable del viento.

Tocaba la guitarra y ha muerto en una playa. Lejos de Cádiz, en la otra orilla del Atlántico.

Se nos ha ido un músico maravilloso, que derrumbó las fronteras del flamenco, abriendo su quejido al blues, al jazz. Su interpretación del Concierto de Aranjuez es maravillosa.

Les invito a escuchar este vídeo. Es una canción sobre la amistad. Paco de Lucía y Alberto Cortez.

Al final, se escucha la voz de Alberto:

“gracias Paco”

 

A mis amigos les adeudo la ternura
y las palabras de aliento y el abrazo;
el compartir con todos ellos la factura
que nos presenta la vida,

paso a paso.

A mis amigos les adeudo la paciencia
de tolerarme las espinas más agudas;
los arrebatos de humor, la negligencia,
las vanidades, los temores y las dudas.



Un barco frágil de papel,
parece a veces la amistad
pero jamás puede con él
la más violenta tempestad
porque ese barco de papel,
tiene aferrado a su timón
por capitán y timonel:
un corazón.



A mis amigos les adeudo algún enfado
que perturbara sin querer nuestra armonía;
sabemos todos que no puede ser pecado
el discutir, alguna vez, por tonterías.

A mis amigos legaré cuando me muera
mi devoción en un acorde de guitarra
y entre los versos olvidados de un poema,
mi pobre alma incorregible de cigarra.


Amigo mío si esta copla como el viento,
adonde quieras escucharla

 te reclama,
serás plural, porque lo exige el sentimiento
cuando se lleva a los amigos

en el alma.

 

Se nos ha roto una guitarra.

Y hoy, hace justo un año, a estas horas de la noche, moría mi padre.

Que era músico. Y de Cádiz.
 
Y al que llevo en el alma.

 

Antonio Carrillo.

sábado, 22 de febrero de 2014

Ácido Clavulánico




El otro día me preguntaba… ¿qué criterio  me ayudaría en la tarea de señalar al individuo más importante para la humanidad? Tendría que dejar religiones o creencias al margen, porque la elección de Jesús, Mahoma o Buda excluiría a una parte de la especie humana que no comparte su credo.
El criterio tendría que ser otro. Universal.

¿Por qué no el número de vidas salvadas? ¿Qué persona ha hecho más por salvar de la muerte a sus semejantes? Lógicamente, alguien cuya contribución a la ciencia médica haya supuesto la supervivencia de cientos de millones de personas enfermas.

Y, en este caso, el nombre surge de inmediato: Alexander Fleming.
¿A cuántas personas habrá salvado de la muerte la penicilina y el resto de antibióticos? A muchos cientos de millones, estoy seguro. La esperanza de vida de nuestra especie se ha disparado a niveles nunca vistos gracias a dos factores fundamentales: la potabilidad del agua y la posibilidad de luchar contra las infecciones bacterianas. Piénselo: cuánta gente conoce que haya tomado penicilina para curarse de una infección de garganta, de oídos, venérea, pulmonar o de orina? No hace mucho, la gente moría de tuberculosis, o ahogados por una faringea. La mortalidad infantil era altísima, también entre las parturientas, y aunque la enfermedad no te matase y el sistema inmunológico saliese vencedor el cuerpo quedaba herido, debilitado.

Pero la penicilina es muy reciente. Se descubrió en 1928, y no se produjo industrialmente hasta 1941, cuando se hizo necesario luchar contra las heridas causadas por la Segunda Guerra Mundial.

Cierto. Pero al número ingente de personas que contrae enfermedades infecciosas a lo largo de su vida (una proporción que debe ser altísima) se suma el enorme crecimiento demográfico de los últimos 100 años.

Los antibióticos actuales pueden curar las potenciales infecciones de 6.000 millones de seres humanos. 

Todo el mundo sabe que la penicilina es un hongo que mata a las bacterias. Por ello se llama antibiótico. No sólo destruye las bacterias dañinas: la ingesta de un antibiótico disminuye la cantidad de bacterias del tracto intestinal, lo que provoca a menudo la aparición de diarreas. También es conocida la anécdota de que Fleming la descubrió debido a sus hábitos descuidados: la descomposición de una sustancia orgánica por la falta de limpieza supuso la aparición del hongo milagroso. El mérito de Fleming fue descubrir que en la superficie que alcanzaba el hongo se habían destruido las bacterias.



Personalizamos en Fleming el descubrimiento de la penicilina, pero lo cierto es que, como en tantas otras facetas de la ciencia, lo justo sería nombrar a otros investigadores anteriores y posteriores al médico escocés. Sin embargo, Fleming ocupa un lugar preminente por derecho propio no sólo por el descubrimiento en sí.
Lo que hace grande a Fleming es la manera como actuó tras el descubrimiento.
Imagine que descubre y patenta la cura definitiva al cáncer. Por supuesto, tal descubrimiento le hará inmensamente rico. La industria farmacéutica le pagaría miles de millones de dólares, y una participación en los beneficios derivados de la producción.
Algo similar supone el descubrimiento de la penicilina. De repente, la tuberculosis, que mataba a reinas y plebeyos, las heridas de guerra o las enfermedades infecciosas infantiles tenían cura. ¿Cuánto puede valer un descubrimiento de este calibre?



En el caso de Fleming, nada. En un ejemplo de altruismo que lo ennoblece, Fleming renunció a patentar el descubrimiento. Sabía que ello restringiría el libre acceso a la medicación, que sería objeto de negocio. Simplemente, puso sus investigaciones a disposición de toda la comunidad científica, y no patentó ni se apropió de la penicilina.
Por ello cito a Fleming; no sólo porque salve cientos de miles de vida en el planeta todas las semanas. Su gesto también merece un reconocimiento póstumo. Y lo digo con toda la intención, hoy en día, cuando millones de personas infectadas por el virus del SIDA no tienen acceso a la medicación que les permite sobrevivir.

En estas cosas pienso mientras preparo un frasco con un antibiótico: amoxicilina. Pablo tiene faringitis y fiebre.
El caso es que la medicación que le suministro no se compone sólo del antibiótico. También incluye una sal de potasio: clavulanato de potasio o ácido clavulánico. Lo habrán visto muchas veces escrito en la caja y el prospecto.
¿Nunca se han preguntado por este componente químico? No es un excipiente. Interactúa con el antibiótico y lo hace más eficaz ¿Por qué?



La molécula del ácido clavulánico tiene una estructura química casi idéntica a la de una enzima llamada betalactamasa. Esta enzima la producen algunas bacterias para poder romper un anillo (el anillo betalacmático) que rodea los antibióticos, con lo que logran desactivar la acción antibacteriana del medicamento. Es una estrategia defensiva reciente, y muy eficaz: las bacterias han desarrollado un sistema capaz de desarmar a los antibióticos, por lo que resisten al ataque con su muralla indemne.
Esto es un problema enorme: supone que gran número de patógenos se han adaptado y son resistentes a los antibióticos. Pero los químicos han ideado un arma sutil y efectiva. Los antibióticos acuden a la batalla acompañados por unos aliados extraños: las moléculas de ácido clavunálico.
Hablamos de comandos camuflados, disfrazados como el enemigo y con un espíritu de sacrificio encomiable: son guerreros suicidas. El ácido clavulánico se infiltra entre las filas enemigas y se une en abrazo fraternal a la enzima betalactamasa, el arma secreta de las bacterias, que lo acoge como a un hermano.

Aparentemente, es igual a ella ¿Por qué desconfiar?

Este gesto altruista inhibe la acción de la enzima, la desactiva, por lo que acaba siendo destruida.
 
 
Sin su arma definitiva, las bacterias ven como su muralla (su pared celular) cae ante el embate de los antibióticos, que ganan la batalla
La próxima vez que preparen un frasco con amoxicilina, piensen en ese componente extraño que lo acompaña: el ácido clavulánico.
Un valiente guerrero que se sacrificará en la silente batalla que se libra en su interior.

Antonio Carrillo

miércoles, 12 de febrero de 2014

Globos en el cielo



Hoy, 12 de febrero, mi padre hubiese cumplido 78 años. Pero falleció hace casi un año.

Le habríamos regalado vino, un libro sobre críticas cinematográficas. Una sinfonía de Malher.

Hoy mi padre no se ha quedado sin regalos. Y creo que le han gustado.

Su nietos (sólo faltaban Alejandro y Jacobo) han escrito en globos de helio mensajes para su abuelo.

María le ha escrito que le quiere mucho.

Alvaro le ha escrito que le quiere.

Guillermo ha escrito “un beso, abuelo”.

Pablo no sabemos muy bien lo que ha escrito. Pero ha estado un buen rato, concentrado.

Ana, con 3 años, ha escrito “Ana”. Quería que el abuelo supiera que el globo verde era el suyo.


Nos hemos subido a la terraza de la casa de Mamá. El Palacio Real enmarcaba la escena con una nube pálida. Estaba atento a lo que pasaba.


Los niños han  soltado los globos, que han volado juntos hasta desaparecer.

Después, nos hemos ido a tomar algo.


Hoy mi padre ha cumplido 78 años, estoy convencido.

Y no se ha quedado sin regalo.


Antonio Carrillo



El sentido de la vida



Nietzsche resumió en cinco palabras todo el sentido de la vida.

Cinco. No le hicieron falta más. En una oración sencilla. Sujeto, verbo y predicado. Pero cuando mascullamos su significado se nos agita el cerebro durmiente. Hay algo más.

Hay mucho más.

"Conviértete en lo que eres"


La frugalidad de la vida convierte esta línea breve en un grito, en una admonición ineludible. No cabe mirar hacia otro lado, ni hacerse el distraído. Es a mí a quien Nietzsche se dirige.

A usted ahora. Lo nota en lo más profundo. Le incomoda.

Y con el paso de los años es peor.

Nietzsche fue el último filósofo griego, heredero de una tarea dolorosamente ineludible: la de situar al hombre bajo el foco, inmisericorde, de la intuición.

Lo pagó muy caro.

Habrá otro momento más de lucidez. A principios del siglo XX un inglés pobre y de baja estatura inventa a un personaje que hará de su silencio un clamor. Frente a la despersonalización y la apatía frenética, este peregrino sin rumbo claro lucha (y se derrota) contra molinos mecánicos.

Es un vagabundo, de raído frac y añejo sombrero, de bastón cimbreante y andares imposibles. Caballero andante del humor, cortés hasta el absurdo. Patético.

“Patético” significa que conmueve enormemente.

Años más tarde Abraham Maslow descubrirá que sólo un 1% de la población está mentalmente sana. En lo fundamental.

En lo que denomina autorrealización.

Mientras el resto de los psicólogos escudriñan entre la enfermedad, Maslow se pregunta por la salud. Por la calma y la paz interior que acalla el estruendo cotidiano.

Por la plenitud de llegar a ser.

En un cuento de Tagore un niño enfermo se asoma al cristal de la ventana, y mira el horizonte. Hay una colina, y no se vislumbra lo que hay detrás. Quiere ponerse bueno para poder caminar. Para atravesar esa y todas las colinas.  

Yo, como él, querría caminar. De la mano de un vagabundo. Sin rumbo fijo.

Hacia mí mismo.


Antonio Carrillo

lunes, 10 de febrero de 2014

Sobre la educación y la palabra


Dedicado a mi padre.

A lo largo del mundo hay aulas techadas o descubiertas, ágrafas o en las que reina la palabra escrita, humildes o aristocráticas. Basta una hoguera en la que se relatan mitos o un padre enseñando los rudimentos de un oficio. Es de enseñanza de lo que hablo. De aprender.


Hay más escuelas que cuarteles, más estudiantes que soldados. En este cuerpo rocoso, que deambula alrededor de una estrella, millones de mentes se descubren al milagro de la lectura, y voces mil años muertas renacen con una intensidad inaudita. La inmortalidad encuentra refugio en los estantes de cualquier biblioteca. Un niño que aprende a leer adquiere, así, el más fascinante de los dones.

En las aulas se acumulan, con el tiempo, invisibles pedazos del alma desgastada, porque tanta energía tiene un coste. No sólo el alumno trabaja; los maestros se esmeran en moldear unas mentes inquietas e intensamente receptivas. Pocos oficios se me ocurren más importantes y difíciles. Los profesores, escultores de la imaginación, deben sembrar la semilla de la curiosidad.

Y, por desgracia, jamás verán sus frutos, ni serán reconocidos por ello. Año tras año decenas de alumnos pasan por una misma aula, y son sustituidos por otros, y luego por otros tantos. No se puede guardar recuerdo de todos ¿O sí? El profesor envejece en su atril remozado; y acaba siendo olvidado.

Teognis de Mégara, un poeta poco conocido de hace 2.500 años, lo dejó dicho, con un profundo poso de melancolía en sus palabras:

  

"Te he dado alas con las que puedas volar sobre tierras y mares. En todas las fiestas y banquetes te verás en la boca de la gente. Encantadores jóvenes cantarán tu nombre a la música de las flautas. Y aún después de tu descenso al Hades seguirás caminando por Hellas y las islas y atravesarás el mar para ser cantado por los hombres futuros en tanto que permanezcan la tierra y el sol.

Yo no valdré ya nada para ti y, como un niño, me engañarás con palabras".



Mañana mi hijo pequeño va disfrazado al colegio del señor "P", la primera consonante que ha aprendido. Su madre le ha cosido un gorro de panadero y yo le he pegado unos panecillos en una bandeja.


Sé que llegará un día en el cual mi hijo,  siendo adolescente, renegará del padre y de mucho de lo que le he enseñado. Se abandona al padre porque ya no somos capaces de seguirlos por la senda de la vida. Tengo otro hijo que acaba de cumplir los 14, y asumo resignado que así debe ser. Con el tiempo volverán a mí de nuevo, como yo he vuelto a mi propio padre antes de que sea demasiado tarde. Sólo esperó que tengan suerte. Que sean humildes y aprendan a escuchar. Que se hagan hombres buenos.

Pero hoy es tiempo de ser niño y, además de otras muchas otras cosas que sucederán en este mundo convulso, quiero que sepan que mi hijo, todavía inocente, ha aprendido que con la "p" y la "a" se puede formar una palabra sencilla y, para él, maravillosa. La que conjura al héroe de su todavía corta vida:

"Papá".


Antonio Carrillo.

sábado, 8 de febrero de 2014

La Tía Erna



Una vez al año, por navidades, llegaba a casa un paquete procedente de Suiza.

La tía Erna siempre nos enviaba un paquete por navidad.

Abrir ese paquete era el sueño de cualquier niño. Los cinco veíamos asomar coloridos envoltorios de diferentes tamaños.

Era chocolate.

Recuerdo el Toblerone. Un paquete triangular, amarillo. Y enorme.

Entiéndanme: a finales de los 70 no se veía Toblerone en España.

La Tía Erna venía a vernos de vez en cuando. Tenía una manera de hablar diferente; no por el acento. Era el tono.

Más pausado.

Se parecía mucho a Julie Andrews, con su pelo corto y su vestir siempre correcto e impecable.

Todo en ella era limpieza y compostura, incluso de vacaciones.

La tía Erna conocía a gente importante, y cuando venía a España por trabajo tenía reservada una habitación en el mejor hotel de Madrid.

Pero prefería venir a casa.

Había conocido a mamá hacía años, en Suiza. Y nos consideraba de su familia.

Era la tía Erna. Sin más.

Recuerdo que me insistía en la importancia de viajar. De conocer otros idiomas. Ella hablaba unos cuantos. Le gustaba España.

Y creo que le dolía España.

No lo entendí hasta que no viajé. La España de los ochenta era un país diferente a la España de hoy. La primera vez que visité países como Suecia fui consciente de la diferencia.

Hace una semana cumplí 45 años. Recibí un correo electrónico de Suiza.

Era la tía Erna.

Sabe que lo estamos pasando mal, y está atenta a todos nosotros. A su familia española.

No le contesté.

Verás, tía. Quería que la gente supiera de ti. De tus paquetes de chocolate, de tu saber estar. 

Que preferías estar con nosotros antes que en una habitación de lujo.

Supongo que el verdadero lujo es la familia, ¿verdad?

El miércoles 12 papá hubiese cumplido 78 años. Hemos quedado todos en casa de mamá. Solo faltará Iñigo, que está en Ecuador.

Vamos a comprar globos de helio, y los nietos van a escribir mensajes en ellos.

Subiremos al ático y los enviaremos al cielo, con el abuelo.

Será bonito ¿No crees?

Un beso.



Antonio

El mito de Teuth


Verán; yo, de adolescente, oía la radio.

De noche. A escondidas.

Le robaba horas al sueño escuchando un programa de entrevistas llamado "El loco de la colina". A las 12 de la noche, voces fascinantes desgranaban pensamientos, sentimientos y experiencias. Aprendía palabras nuevas, formas de expresar ideas complejas y simples, pero cuidando del lenguaje como si de un tesoro se tratara. En la oscuridad, una voz como la de Antonio Gala convertía la palabra en filigrana, haciendo que oliera a perfume un adverbio, un pensamiento, un sonido.

Era otra época, que no ha vuelto. Las vida transcurría imperceptiblemente más lenta, y en mi cama, a las doce, un transistor abría la puerta a un laberinto siempre distinto, tangible y denso como un beso. Me quedaba dormido, rabioso por la llegada del sueño, luchando por mantenerme vivo y despierto a la magia de la palabra. Era una batalla que siempre perdía.

De alguna manera, creo que aprendí de esas noches algo de lo que se asimila al calor de una hoguera, cuando los más viejos hablan y los jóvenes callan y escuchan. Sentía más vida en esas entrevistas que en casi todos los libros que he leído. Había pasión, saber e infinita paciencia. No en vano su director, el periodista Jesús Quintero, era famoso por sus largos silencios.

Desde antiguo los sabios han gustado de hablar, de conversar. Los primeros, como Pitágoras o Sócrates, no dejaron nada escrito. Y aún en el resto parece como si su legado escrito no fuera sino breves esbozos, apuntes diría yo, de un pensamiento más denso y profundo, que necesita de la palabra, de la oralidad y el diálogo, para cobrar forma. Recientes estudios de la escuela italiana y alemana pretenden, incluso, que el Platón que conocemos no es sino una sombra incompleta del filósofo real, vivo y apasionado, que dialogaba en los jardines de la Academia, entre olivos.

No en vano, Platón escogió el diálogo como forma de expresión escrita para dar vida a su pensamiento. En uno de sus diálogos más importantes, el Fedro, plantea la disyuntiva entre oralidad y escritura. Y lo hace con la brillantez a que nos tiene acostumbrado uno de los mejores escritores que jamás haya existido.

En el diálogo, Sócrates le cuenta a Fedro sobre el mito de Theuth, un antiguo dios egipcio descubridor del cálculo, la geometría, la astronomía o las letras. El dios se le apareció a Thamus, rey de todo Egipto, el cual le preguntó por cada una de estas artes.

Cuando llegaron a las letras, el dios Teuth se mostró encantado: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría». Sin embargo, la respuesta del rey Thamus nos sorprende por su rudeza: «¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta a los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además, de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad»

Este mito permite a Platón profundizar en esta dicotomía entre dialéctica y escritura, siendo la primera manifestación de siembra, de cultivo lento y fructífero, mientras la segunda tiene mucho de yerma y simple recordatorio "para cuando llegue la edad del olvido". La literatura, se queja Thamus, ofrecerá apariencia de sabiduría, ya que se llegará a una comprensión de la verdad desde fuera, y no como un "des-cubrimiento" - un recuerdo - que surge desde el interior del aprendiz.


"SÓCRATES
Así pues, el que piensa que ha dejado un arte por escrito, y, de la misma manera, el que lo recibe como algo que será claro y firme por el hecho de estar en letras, rebosa ingenuidad y, en realidad, desconoce la predicción de Ammón, creyendo que las palabras escritas son algo más, para el que las sabe, que un recordatorio de aquellas cosas sobre las que versa la escritura.

FEDRO
Exactamente.

SÓCRATES
Porque es que es impresionante, Fedro, lo que pasa con la escritura, y por lo que tanto se parece a la pintura. En efecto, sus vástagos están ante nosotros como si tuvieran vida; pero, si se les pregunta algo, responden con el más altivo de los silencios.

Lo mismo pasa con las palabras escritas. Podrías llegar a creer que lo que dicen fueran como pensándolo; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo dicho, apuntan siempre y únicamente a una y la misma cosa. Pero, eso sí, con que una vez algo haya sido puesto por escrito, las palabras ruedan por doquier, igual entre los entendidos que como entre aquellos a los que no les importa en absoluto, sin saber distinguir a quiénes conviene hablar y a quiénes no. Y si son maltratadas o vituperadas injustamente, necesitan siempre la ayuda del padre, ya que ellas solas no son capaces de defenderse ni de ayudarse a sí mismas.

FEDRO
Muy exacto es todo lo que has dicho.

SÓCRATES
Entonces, ¿qué? ¿Podemos dirigir los ojos hacia otro tipo de discurso, hermano legítimo de este, y ver cómo nace y cuánto mejor y más fuertemente se desarrolla?

FEDRO
¿A cuál te refieres y cómo dices que nace?

SÓCRATES
Es ese que se escribe con fundamento en el alma del que aprende; capaz de defenderse a sí mismo, y sabiendo con quiénes hablar y ante quiénes callarse.

FEDRO
¿Te refieres al discurso lleno de vida y de alma, que tiene el que sabe y del que el escrito se podría justamente decir que es el reflejo?

SÓCRATES
Sin duda. Pero dime ahora esto. ¿Un labrador sensato que cuidase de sus semillas y quisiera que fructificasen, las llevaría, en serio, a plantar en verano, a un jardín de Adonis, y gozaría al verlas ponerse hermosas en ocho días, o solamente haría una cosa así por juego o por una fiesta, si es que lo hacía? ¿No sembraría, más bien, aquellas que le interesasen en el lugar adecuado de acuerdo con lo que manda el arte de la agricultura, y no se pondría contento cuando, en el octavo mes, llegue a su plenitud todo lo que sembró?

FEDRO
Así es, Sócrates. Tal como acabas de expresarte; en un caso obraría en serio, en otro de manera muy diferente.

SÓCRATES
¿Y el que posee el conocimiento de las cosas justas, bellas y buenas, diremos que tiene menos inteligencia que el labrador con respecto a sus propias simientes?

FEDRO
De ningún modo.

SÓCRATES
Por consiguiente, no se tomará en serio el escribirlas en agua, negra por cierto, sembrándolas por medio del cálamo, con discursos que no pueden prestarse ayuda a sí mismos, a través de las palabras que los constituyen, e incapaces también de enseñar adecuadamente la verdad.

FEDRO
Al menos, no es probable.

SÓCRATES
No lo es, en efecto. Más bien, los jardines de las letras, según parece, los sembrará y escribirá como por entretenimiento; atesorando, al escribirlos, recordatorios para cuando llegue la edad del olvido, que le servirán a él y a cuantos hayan seguido sus mismas huellas. Y disfrutará viendo madurar tan tiernas plantas, y cuando otros se dan a otras diversiones y se hartan de comer y beber y todo cuanto con esto se hermana, él, en cambio, pasará, como es de esperar, su tiempo distrayéndose con las cosas que te estoy diciendo.

FEDRO
Uno extraordinariamente hermoso, al lado de tanto entretenimiento baladí, es el que dices, Sócrates, y que permite entretenerse con las palabras, componiendo historias sobre la justicia y todas las otras cosas a las que te refieres.

SÓCRATES
Así es, en efecto, querido Fedro. Pero mucho más hermoso, pienso yo, es ocuparse con seriedad de estas cosas, cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y eligiendo un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las planta ..."



En definitiva, una persona culta es el resultado de un cultivo lento, de una siembra de años manifiestamente viva y que, bajo la paciente guía del maestro, se hace a sí misma. Platón no concibe una sabiduría de "ratón de bibliotecas", en la que agotamos nuestro diálogo en un soliloquio con voces ya muertas, que nos dejaron un breve retazo de su saber por escrito. La sabiduría se adquiere, parece que se transmite, "Inter vivos": se contagia, como el entusiasmo o la risa. Por eso Platón dice, en boca de su maestro, que:


"Pero supóngase un hombre que piensa que en todo discurso escrito, no importa sobre qué objeto, hay mucho superfluo; que ningún discurso escrito o pronunciado, sea en verso, sea en prosa, debe mirársele como un asunto serio, (a la manera de aquellos trozos que se recitan sin discernimiento y sin animo de instruir y con el solo objeto de agradar), y que, en efecto, los mejores discursos escritos no son más que una ocasión de reminiscencia, para los hombres que ya saben; supóngase que también cree que los discursos destinados a instruir, escritos verdaderamente en el alma, que tienen por objeto lo justo, lo bello, lo bueno, son los únicos donde se encuentran reunidas claridad, perfección y seriedad, y que tales discursos son hijos legítimos de su autor; primero, los que él mismo produce, y luego los hijos o hermanos de los primeros, que nacen en otras almas sin desmentir su origen; y supóngase, en fin, que tal hombre no reconoce más que estos y desecha con desprecio todos los demás; este hombre podrá ser tal, que Fedro y yo desearíamos ser como él
."


La sabiduría no muere con el maestro, porque ha sembrado nuevos brotes en sus discípulos, que a su vez tendrán descendencia. Todos ellos sembrarán en el alma de otros jóvenes la "Anamnesis" (del griego αναμνησις, anámnesis = traer a la memoria); es decir, traerán al presente los recuerdos del pasado, recuperarán juntos el saber que, de alguna manera, el joven ya tenía, si bien dormido.

La anamnesis es un término que se utiliza en medicina: hace referencia a la información proporcionada por el paciente durante una entrevista clínica, fundamental, junto con los resultados analíticos, para poder establecer un diagnóstico. El médico pregunta y el paciente responde. Es un diálogo. El médico está atento a cualquier detalle que al paciente le pueda parecer baladí. Él sabe entender el porqué de unos síntomas, de una herencia.

La dialéctica es necesaria. Para ambos. El maestro alcanza su madurez cuando puede sembrar la duda en otros. Y los jóvenes necesitan que se encaucen y afiancen sus frágiles tallos para que crezcan rectos y firmes. La literatura es una herramienta fabulosa, pero nada puede compararse a la experiencia de una charla, a menudo intrascendente, con un hombre o mujer sabios.

El tiempo se detiene. Ha habido una respuesta que ha provocado un fogonazo breve y que se ha olvidado. Ya volverá. El joven, por una vez, calla. Disfruta escuchando.

Y un rito milenario, un instante de plenitud, vuelve a cobrar vida. Y nada, ni la más completa enciclopedia, ni la red virtual más compleja se le puede comparar.

Un sabio habla y un joven pregunta. Y es el planeta entero el que se detiene.

A escuchar.


Antonio Carrillo