sábado, 8 de febrero de 2014

La Tía Erna



Una vez al año, por navidades, llegaba a casa un paquete procedente de Suiza.

La tía Erna siempre nos enviaba un paquete por navidad.

Abrir ese paquete era el sueño de cualquier niño. Los cinco veíamos asomar coloridos envoltorios de diferentes tamaños.

Era chocolate.

Recuerdo el Toblerone. Un paquete triangular, amarillo. Y enorme.

Entiéndanme: a finales de los 70 no se veía Toblerone en España.

La Tía Erna venía a vernos de vez en cuando. Tenía una manera de hablar diferente; no por el acento. Era el tono.

Más pausado.

Se parecía mucho a Julie Andrews, con su pelo corto y su vestir siempre correcto e impecable.

Todo en ella era limpieza y compostura, incluso de vacaciones.

La tía Erna conocía a gente importante, y cuando venía a España por trabajo tenía reservada una habitación en el mejor hotel de Madrid.

Pero prefería venir a casa.

Había conocido a mamá hacía años, en Suiza. Y nos consideraba de su familia.

Era la tía Erna. Sin más.

Recuerdo que me insistía en la importancia de viajar. De conocer otros idiomas. Ella hablaba unos cuantos. Le gustaba España.

Y creo que le dolía España.

No lo entendí hasta que no viajé. La España de los ochenta era un país diferente a la España de hoy. La primera vez que visité países como Suecia fui consciente de la diferencia.

Hace una semana cumplí 45 años. Recibí un correo electrónico de Suiza.

Era la tía Erna.

Sabe que lo estamos pasando mal, y está atenta a todos nosotros. A su familia española.

No le contesté.

Verás, tía. Quería que la gente supiera de ti. De tus paquetes de chocolate, de tu saber estar. 

Que preferías estar con nosotros antes que en una habitación de lujo.

Supongo que el verdadero lujo es la familia, ¿verdad?

El miércoles 12 papá hubiese cumplido 78 años. Hemos quedado todos en casa de mamá. Solo faltará Iñigo, que está en Ecuador.

Vamos a comprar globos de helio, y los nietos van a escribir mensajes en ellos.

Subiremos al ático y los enviaremos al cielo, con el abuelo.

Será bonito ¿No crees?

Un beso.



Antonio

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