miércoles, 12 de febrero de 2014

El sentido de la vida



Nietzsche resumió en cinco palabras todo el sentido de la vida.

Cinco. No le hicieron falta más. En una oración sencilla. Sujeto, verbo y predicado. Pero cuando mascullamos su significado se nos agita el cerebro durmiente. Hay algo más.

Hay mucho más.

"Conviértete en lo que eres"


La frugalidad de la vida convierte esta línea breve en un grito, en una admonición ineludible. No cabe mirar hacia otro lado, ni hacerse el distraído. Es a mí a quien Nietzsche se dirige.

A usted ahora. Lo nota en lo más profundo. Le incomoda.

Y con el paso de los años es peor.

Nietzsche fue el último filósofo griego, heredero de una tarea dolorosamente ineludible: la de situar al hombre bajo el foco, inmisericorde, de la intuición.

Lo pagó muy caro.

Habrá otro momento más de lucidez. A principios del siglo XX un inglés pobre y de baja estatura inventa a un personaje que hará de su silencio un clamor. Frente a la despersonalización y la apatía frenética, este peregrino sin rumbo claro lucha (y se derrota) contra molinos mecánicos.

Es un vagabundo, de raído frac y añejo sombrero, de bastón cimbreante y andares imposibles. Caballero andante del humor, cortés hasta el absurdo. Patético.

“Patético” significa que conmueve enormemente.

Años más tarde Abraham Maslow descubrirá que sólo un 1% de la población está mentalmente sana. En lo fundamental.

En lo que denomina autorrealización.

Mientras el resto de los psicólogos escudriñan entre la enfermedad, Maslow se pregunta por la salud. Por la calma y la paz interior que acalla el estruendo cotidiano.

Por la plenitud de llegar a ser.

En un cuento de Tagore un niño enfermo se asoma al cristal de la ventana, y mira el horizonte. Hay una colina, y no se vislumbra lo que hay detrás. Quiere ponerse bueno para poder caminar. Para atravesar esa y todas las colinas.  

Yo, como él, querría caminar. De la mano de un vagabundo. Sin rumbo fijo.

Hacia mí mismo.


Antonio Carrillo

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