A Raúl Fernández Contreras, una persona concienciada.
Supongo que
madres africanas o asiáticas no sienten por sus hijos lo mismo que nosotros,
los europeos. Si no, no me lo explico ¿Cómo pueden soportar ver morir a sus
pequeños, indefensos? ¿Cómo se puede acostumbrar alguien a un horror así? Deben
ser sociedades en las que la vida tiene menos valor y la supervivencia desvirtúa
los sentidos.
Deben de
acostumbrarse.
Quién sabe.
Igual ya no
les duele.
Mientras transcurre una hora en mi flamante reloj, mientras duermo
la siesta, trabajo o veo un partido de baloncesto, 300 niños mueren de hambre
en el mundo. En realidad, probablemente son muchos más, porque el hambre es la
causa última de, al menos, tres millones de muertes al año. O eso creemos; la
desnutrición no aparece en los certificados de defunción, cuando existen tales
certificados.
Es curioso si uno se detiene a pensarlo: incluso un certificado de
defunción es un lujo que millones de niños no se pueden permitir. Sus breves
cuerpos se descomponen sin dejar rastro, siquiera documental.
Ni eso les perdura. Ni a eso tienen derecho
Es como si no hubieran existido.
"Save de Children"
avisa de una próxima crisis que amenaza a 450 millones de niños durante los
próximos 15 años. En la actualidad, unos 170 millones están teniendo problemas
de crecimiento, tanto físico como psicológico, por falta de nutrientes. Por
desgracia, su sistema digestivo es idéntico al nuestro y precisan de los mismos
elementos esenciales. Pertenecemos a la misma especie.
Somos iguales.
Piensan, sienten, aman y sufren como nosotros. De veras lo lamento
si lo que escribo es tan obvio que resulta estúpido.
No puedo evitarlo. Simplemente, es la verdad.
No hay consuelo ni explicación posible: las sociedades
subsaharianas son un ejemplo de cuidado y crianza de los más pequeños. A menudo
la educación y bienestar de los niños es un asunto de tanta importancia que
compete a la tribu por entero. Ellos no entenderían conceptos como
"fracaso escolar"; el fracaso de un niño es el fracaso de todos.
En ese entorno, nos llegan imágenes tomadas por excelentes cámaras
occidentales; los ojos de una madre transmiten tal carga de dolor que resultan
insoportables.
Del rostro de un niño moribundo, con su enorme cráneo, me niego a
hablar.
Me doy demasiada vergüenza.
Pero, ¿qué
culpa tengo; qué culpa tenemos todos?
Mi sociedad es fruto de los avances tecnológicos del siglo XIX, y
de las conquistas sociales que se iniciaron a finales del XVIII. Incluso antes,
los trazos de un matemático griego de hace 2.400 años explican lo que soy.
Soy hijo de la abundancia, del exceso. Mi estructura mental me
impulsa a satisfacer las necesidades más inmediatas, sin pensar demasiado en
las consecuencias a largo plazo. Soy un "hombre consumista", que
acapara con una avaricia insólita. Todo es poco. Y cada día, cada año, más,
mejor. Nuevo.
En mi propio entorno los hay que no pueden permitirse seguir esta
carrera, y quedan abandonados en las cunetas, como juguetes rotos. Parados de
larga duración, ancianos con pensiones de miseria, jóvenes sin futuro... cada
vez más.
Mi sociedad es fruto de la especulación. Y lo cierto es que no nos
hemos dado cuenta hasta hace relativamente poco. Movíamos mil veces más dinero
que bienes o servicios, y, subidos a esta nube de vacío, hemos cabalgado cada
vez más alto, más lejos.
Y ha resultado que no había paracaídas para todos.
Los mercados de la especulación han desangrado al tercer mundo
acaparando su riqueza más importante: las materias primas. Cuando el negocio
perdió fuelle, los tiburones se movieron en el ámbito de las nuevas tecnologías
relacionadas con internet: pero esa "burbuja .com" estalló muy
pronto. Ansiosos por encontrar carne, especularon con las divisas y las
concesiones de préstamos (hipotecas). Y cuando previeron el final (su voracidad
es insaciable), se fijaron en un hueco de negocio sobre el que descargar sus
dentelladas: la comida.
Para poder especular con la comida se hizo necesario que gobiernos
ultra liberales promovieran leyes que desprotegieran lo que, hasta ese momento,
se había considerado "terreno protegido". La comida recibió entonces
la visita emponzoñada de los ingenieros financieros, y se cumplió con ello la
ley de los "mercados de futuro": unos pocos ganaron mucho a costa del
bienestar de una mayoría. Es decir, los precios subieron enormemente, más de lo
que marca el libre mercado ¿Quieren datos?
Sólo el año pasado, y gracias a un enorme (y coordinado)
movimiento especulador, en 5 meses subió el precio de los alimentos ¡más de un
50%! Mientras ingentes cantidades de alimento se guardan en stocks, para que
los precios continúen así la senda alcista en el mercado de Chicago, millones
de familias en todo el mundo no pueden permitirse comprar arroz o trigo con los
que alimentar a sus hijos. Las madres malnutridas dejan de producir leche; y
mientras en los parquees encerados de
las Bolsas de Valores unos pocos celebran con Champagne ganancias millonarias,
el jinete del hambre acecha todo a lo largo del planeta. Según datos del Banco
Mundial, al menos 40 millones de personas se han visto bruscamente afectadas;
el trigo aumentó su precio en un 75%. ¡Apenas necesitaron tres meses! Deben
saber que, a día de hoy, el 60% del trigo que se cultiva en nuestro planeta
está en manos de fondos especuladores. De personas cuyo único propósito es
ganar dinero. Ellos tienen el dinero. Ellos tienen la comida.
Y yo, ¿qué culpa tengo? Mantengo un fondo de pensión que me renta
una pequeña cantidad para completar mi jubilación. No me extrañaría que mi
entidad bancaria estuviera ganando dinero especulando con alimentos ¿Cómo si no
se explica que cierren el ejercicio fiscal con ganancias de miles de millones
de euros? Tengo también una cuenta que no me cobra comisiones, que me devuelve
dinero y me ofrece tarjetas gratis ¿Acaso disfruto de estas ventajas porque
especulan con mi dinero en el mercado de alimentos? ¿Cómo puedo saberlo?
No es fácil tener información; y nadie se atreve contra los
mercados ¿Por qué? Pueden atacar una divisa, afectar a la prima de riesgo y derrumbar gobiernos. Francamente, el problema se
nos ha ido de las manos. Ni siquiera la Dodd-Frank
Act norteamericana tiene visos de prosperar, e Inglaterra ya ha advertido
de que se opondrá a la MiFID, el
intento de regulación desde la Unión Europea.
Basta. El sistema es así, y nada puede hacerse. Los niños seguirán muriendo, a miles todos los días.
¿Cierto?
Antonio Carrillo