lunes, 30 de mayo de 2011

Un soplo de inspiración.



Dibujo de Quino sacado de dreamers.com

 

En ocasiones el universo entero se desgarra, y alguien atrapa un soplo de inspiración. Sucede algunas veces, en distintas partes del mundo y en distintos ámbitos; y el resultado de esta epifanía, si se deposita sobre una mente fértil y da frutos, alimenta la vida rutinaria de los demás.

Resulta curioso que este rasgo de genialidad sea tan breve. A menudo resulta una frase; a veces una sola palabra. En ocasiones, basta con un gesto. Los artistas no suelen ser conscientes de la procedencia de este soplo, ni pueden predecir su llegada.

Es mejor que ponga algunos ejemplos: "La montaña mágica", la obra cumbre de Tomas Mann, termina un largo periplo de mil páginas con una escena desgarradora que nos sitúa en un campo de batalla de la Gran Guerra. En medio del fragor, el fango de las trincheras sepulta todo vestigio de inocencia y de civilización. El individuo se desvanece. El protagonista, a quien hemos acompañado durante muchas semanas de lectura, se confunde con el resto, una masa sangrante y vociferante de jóvenes que luchan, matan y mueren. Y el humanismo, presente durante toda la novela, muere con ellos.

La última frase del libro nos golpea y deja una pregunta en el aire.

 "¿Será posible que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor?"










"Surja alguna vez el amor". En verdad cuesta pensar que la humanidad se pudiera curar de tanto odio. Hay un antes y un después de la I Guerra Mundial. El mundo cambió - a peor - en esas hediondas trincheras. La frase es terrible porque sabemos que, pocos años después, la humanidad sufrirá el horror de la Segunda Guerra Mundial.

Por entonces, hacia 1939, el poeta alemán Bertolt Brecht, huido de la Alemania nazi, escribe el poema "a los hombres venideros". En sus 8 últimos versos se disculpa con humildad:




"Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.

Pero vosotros,
cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia"




¿Cómo es posible decir tanto con tan poco? Hay inocencia en estos versos. Y la enorme carga de la consciencia del mal, de saber que se están viviendo momentos de fuego y miedo, en los que el hombre es enemigo del hombre, en los que toca apretar los dientes y olvidar la esencia del amor y la concordia. "sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara", dice en otro momento. Llegados a este punto, nadie es inocente. Todos los rostros están crispados.

"Pensad en nosotros con indulgencia". ¿Es a nosotros a quienes se dirige Brecht? Ojalá, pero no. ¿Acaso son éstos tiempos en los que el hombre es amigo del hombre? ¿O todavía vivimos con el miedo a flor de piel, oculto bajo un leve barniz de bienestar y prosperidad? En cuanto ese barniz se desdibuja por la crisis y la escasez, el miedo latente aflora.

Espero que los hombres del futuro nos puedan pensar con indulgencia.

Otro ejemplo de genialidad; más introspectivo incluso. Joyce pone fin al relato "Los Muertos" con una escena en apariencia intrascendente; un hombre, apoyado en el cristal de la ventana, observa como nieva en la noche de Dublín. Reflexiona en silencio sobre la naturaleza del amor, sobre lo que realmente sabe de su mujer; y, por encima de todo, percibe la esencia de la muerte. Finalmente, vuelve a la cama, junto a su esposa dormida. Y Joyce finaliza con estas palabras:

"Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve lángidamente sobre el universo, y cae leve como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos."


En fin; estamos poniendo el listón muy alto. Les propongo algo: prescindamos de los grandes genios de la literatura, y movámonos por barrios más humildes. Al fin y al cabo, la genialidad no es patrimonio de los más grandes. Les propongo que se deleiten con esta escena de la película "Up", de Pixar:








En estos pocos minutos se suceden años de vida, y por medio de pequeños detalles se nos van dejando pistas. No son necesarias las palabras, que no harían sino estorbar. Son los gestos los que nos hablan, la iluminación, los encuadres. Hay una escena en la que ella recibe la noticia de que no pueden tener hijos; la cámara se sitúa lejos, como respetando su intimidad. Si un primer momento ella sube la colina alegre mientras él le sigue renqueante, basta otra escena, en la que ella se demora en el ascenso, para que percibamos la tragedia de su final.

La nieve de Joyce, eterna, siempre la misma nieve, caía sobre los vivos y sobre la tumba de los muertos. Basta un poco de perspectiva para darse cuenta de que todos llevamos un muerto encima. Que esa misma nieve de Joyce caerá sobre nuestra lápida. Que la vida transcurre. Y muy deprisa. Que a veces nos detenemos a pensar sobre cosas que nos generan vértigo. Que vemos a nuestros padres mayores, progresivamente ancianos. Sin darnos cuenta, con los años cada vez les cuesta más subir la colina.  También a nosotros. Reflexiones en una mezcolanza de Joyce y "Up"; ¡qué atrevimiento! Afortunadamente, no tengo que rendirle cuentas a nadie.







Por fortuna, la genialidad no encuentra acomodo únicamente en el dolor y la tragedia. A menudo la risa surge espontánea de un dibujo, de unas pocas palabras. Los hispanohablantes contamos con varios genios del humor gráfico. Me referiré a dos: el español Forges y el argentino Quino.

Observen esta taza:






Uno toma su primer café observando a este tipo mediocre, hundido en un almohada mullida, todavía soñoliento. Su respuesta es soberbia. ¿Qué habrá soñado? La mirada de su esposa muestra resignación. Un malentendido absurdo, alocado, soberbio. El mediocre oficinista convertido en Maharajá, dueño y señor de un harén. Y bastan dos palabras: "que pasen". Dichas con desgana, condescendiente.

Soberbio Forges.


El otro autor es Quino, maestro de maestros. No precisa casi el uso de la palabra. Basta un dibujo.





Es un soplo. Un instante. La cara del pobre hombre en camilla, cuando lee el lema "Errare humanum est". En la puestra del quirófano. Todo contenido.

Y surge la risa o la reflexión, lo mismo da.

El soplo de inspiración nos llega como aliento de vida.

Y usted ¿Lo ha sentido alguna vez?


Antonio Carrillo Tundidor

viernes, 27 de mayo de 2011

Se nos han ido...

.... tantos, y tan buenos.

Empieza la feria del libro en Madrid, y es hora de recordar a los que nos faltan: Delibes, Tony Judt, Eloy Martínez, Salinger, Saramago, Josefina Aldecoa, Gonzalo Rojas, Sabato, María Elena Walsh...

La muerte de un escritor, de un poeta, es una pérdida irreparable de tierra fértil. Nos queda su obra, cierto, pero tenemos derecho a la nostalgia.

Se nos han ido a todos; incluso a los que nunca los han leído.

Un escritor siempre muere antes de tiempo, aunque muera centenario.

Llegan rumores sobre la muerte de Neruda; seguro que infundados. Estaba muy enfermo. Pero su ausencia se siente también. Adriana Turchetti, poetisa porteña, le escribió una carta a la que Alberto Cortez puso música.





Alberto Cortez, un duende de pellizcos en el alma, describió la muerte de un perro callejero con estas palabras:

"Era el callejero de las cosas bellas
y se fue con ellas cuando se marchó,
se bebió de golpe todas las estrellas,
se quedó dormido, y ya no despertó."



Por tanto, nos queda la esperanza. Se nos han ido tantos. Pero no todos.

Sampedro, Matute, Ferlosio, Edwars, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa. 

Cuidaos!

En estos tiempos, nos seguís haciendo falta.

Antonio Carrillo

martes, 24 de mayo de 2011

El mejor traductor 4; el error. Perspectiva, razón última y recursos





En memoria de Carl Sagan, maestro de tantos.


Perspectiva: un punto azul pálido.


El 14 de febrero de 1990 la nave espacial Voyager 1 recibió un mensaje inaudito desde la Tierra. Debía girar sus cámaras y captar imágenes de lo que dejaba atrás, como una foto de despedida en su viaje sin retorno hacia el espacio exterior. La nave estaba ya muy lejos, a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra; tan lejos, que las imágenes tardaron 5 horas y media en llegarnos a la velocidad de la luz.

Después de obedecer la orden y enviar la información requerida, la Vóyager 1 siguió imperturbable su viaje, a 65.000 kilómetros por hora. Hoy está abandonando las últimas fronteras del sistema solar. Sigue funcionando, alimentada por una pequeña batería nuclear. La persona que tuvo la idea de tomar las imágenes, Carl Sagan, falleció hace años: pero deja un legado inmenso, incluidas algunas fotos borrosas y una serie televisiva que descubrió la ciencia a toda una generación: Cosmos.



De todas las imágenes nos interesa una: en ella se ve un punto azul pálido. Es el planeta Tierra. Somos nosotros. En ese puntito apenas visible nació Mozart y se viaja en avión. Es un planeta parecido al resto desde la distancia; pero en su superficie se proyectan películas y se entregan traducciones. A menudo perfectas y, en ocasiones, con errores.




Es un punto azul pequeño, apenas perceptible. Nos vemos frágiles desde tan lejos, nos sentimos humildes y nos sabemos falibles. En esta leve mota azul que recorre el espacio alrededor de una estrella se hacen cosas mal a cada instante, día tras día; y absolutamente nadie está vacunado del error.

Les pido disculpas por haber subido tan lejos. Ya vuelvo. Es sólo que, a veces, es bueno encaramarse lo más alto posible para tener una perspectiva más amplia. Sub especie aeternitatis, decía Spinoza, criticando la costumbre que tenemos los humanos de considerarnos como un todo eterno, con los demás y el universo girando a nuestro alrededor. En realidad, viene a decir Spinoza, todos somos parte prescindible de un entramado tan complejo y sutil que haríamos bien en adoptar una actitud más humilde. Desde lo alto de un rascacielos no se distinguen individuos; somos todos como hormigas.

Hay otra manera de explicarlo: en un chiste de Mafalda, un niño tapa la Luna con su dedo. Otro le pregunta: "¿sabes por qué tu dedo parece más grande que la Luna?" "Pues claro", responde, "porque es MI dedo".


La razón última del error.

Supongamos que viviéramos en un mundo sin errores. ¡Perfecto!, podría pensar alguno. Pero, si no nos equivocáramos, ¿Cómo aprenderíamos?

Un mundo perfectamente armónico sería aburrido, y a la larga moriríamos anquilosados, sin estímulos. Sólo las especies dispuestas al cambio pueden afrontar el reto de adaptarse a un nuevo nicho biológico. Lao Tse lo expresa de forma soberbia: los débiles juncos que se pliegan pueden soportar la mayor de las tempestades, porque no oponen resistencia al viento más fuerte. Los árboles recios se quiebran. Un grado mínimo de estrés y adaptabilidad es necesario para avanzar como individuos y como especie. Nos equivocamos, lo volvemos a intentar, aprendemos, adquirimos destreza y acabamos enseñando a otros; pero el error estará siempre presente. Forma parte de nuestra naturaleza. Errar es humano.


Calipso y Odiseo por Burroughs


En el curso de su viaje, Odiseo recibe una propuesta de la fascinante Calipso: vivir a su lado en una isla paradisiaca, ser inmortal y siempre joven. Pero Odiseo, que ya lleva 7 años conviviendo con Calipso, rechaza tales tentaciones; es consciente de que esa vida perfecta sería irreal. Caer en la tentadora oferta de Calipso supondría sacrificar lo que constituye su verdadera meta: volver a casa y reencontrarse con su esposa, Penélope. Es el momento de que Odiseo continúe su viaje, y viva su propia e imperfecta vida como humano; se equivocará, fracasará y, a veces, vencerá. Pero para un mortal, buscar la perfección absoluta es siempre un desatino. Quien busque la infalibilidad total se condena a la penuria de fracasar desde un principio. Sólo quien conoce el miedo puede llamarse valiente. Sólo quien aprende de sus errores puede llamarse sabio.

Lo siento por tanto, querido cliente. Nadie puede garantizarle que no se cometerá un error con su encargo. Los malos abogados dan los casos por ganados antes de empezar. Los peores traductores son los que no reconocen jamás la posibilidad de un error.

Pero entonces, si el error es inevitable, ¿Cómo podemos minimizar sus efectos?



Recursos ante el error



ü  Fases: Para que se cometan los menos errores posibles, el traductor debe instaurar unas pautas de trabajo que debe cumplir en todo momento:

·         Recepción del trabajo. En esta fase, el traductor debe ser honesto consigo mismo, la agencia y los clientes. Debe comprometerse a unos plazos de entrega razonables, siempre con un margen suficiente de trabajo. Las prisas y el cansancio son aliadas del error.

·         Realización del trabajo. El traductor debe informarse de la terminología que utiliza el cliente, y conviene reservar un tiempo a la preparación del trabajo. Todos los encargos son distintos, porque no hay dos clientes iguales. Este tiempo que dedique a, por ejemplo, realizar un pequeño glosario con los términos más complicados, luego puede significar un importante ahorro de tiempo. 

·         Revisión. La fase fundamental. Siempre se cuelan gazapos de todo tipo; a menudo mecanográficos. Si confía en que el revisor del word haga esa tarea por usted, comete un gran error. Para que la revisión sea eficaz, es necesario que haya transcurrido al menos 24 horas sin haber leído el documento. Tiene que alejarlo de sí mismo, extrañarlo y verlo con nuevos ojos. Por desgracia, las urgencias en la entrega no siempre lo hacen posible.



ü  Departamento de revisión. A menudo las agencias tenemos un departamento dedicado única y exclusivamente a la revisión de los trabajos. Esta tarea se realiza justo antes de entregar el trabajo al cliente.

Si el corrector detecta un error, y no es un problema ortográfico, consulta con el traductor y le indica los fallos que ha encontrado.

Este proceso funciona con todos los traductores de la agencia, veteranos o jóvenes, puesto que todos están sujetos a la posibilidad del error. Es imprescindible un cierto grado de humildad del traductor en el caso de que se detecte un error, y no llevar la defensa de su traducción a límites que rocen el ridículo. Lo cierto es que a menudo el mundo de los traductores está repleto de egos sensibles a la crítica, y hay que andarse con pies de plomo cuando se critica el trabajo de un compañero. Pero no siempre estamos en posesión de la verdad, y tener una mente abierta y receptiva a los consejos es una manera inteligente de aprender. Incluso aunque se sea muy veterano ¿Quién me asegura que no pueda aprender de un joven?

ü  El traductor ante el cliente

Se cuenta una anécdota de Franco; alguien le preguntó si el coche oficial lo quería en la puerta anterior o posterior de palacio, a lo que el generalísimo contestó con un lacónico "si". Como nadie quiso aclarar el malentendido, optaron por situar dos coches en ambas salidas.

La infalibilidad no resulta rentable. Es preferible optar por un ambiente más relajado, en el que todos reconozcan la posibilidad del error, y sea posible optar por una solución de consenso.

Los clientes a menudo detectan errores, y protestan por ello. No entienden que la traducción es una actividad sujeta a errores, más si tenemos en cuenta que, a menudo, la disputa se debe a causas puramente de criterio, de optar por sinónimos. Es falso que el cliente siempre tenga la razón. El cliente no es traductor, pero a menudo se considera cualificado para emitir dictámenes. Yo nunca discutiría el diagnóstico de mi médico, pero cualquiera se cree capacitado para opinar sobre una traducción. ¡Cuántas veces nos habrán llegado traducciones hechas por clientes, solicitando un simple cotejo! En muchos casos había que rehacer la traducción por completo.

Puede suceder que la protesta esté justificada, o bien se base en criterios erróneos del cliente. En todo caso, el traductor se enfrenta a un mismo problema: el cliente no se muestra satisfecho, y es el que paga. Así de prosaico.

¿Cómo revertir esta situación? Tenga o no tenga razón el cliente, es necesario establecer un canal de diálogo amable para intentar solucionar el problema, aportando soluciones rápidas y fiables. Al fin y al cabo, la manera como resolvamos este problema condicionará el que vuelva a confiarnos sus trabajos. Hay que encontrar un punto medio entre el criterio profesional del traductor y las exigencias del cliente. En ocasiones, lo que pide el cliente resulta del todo imposible, especialmente en las traducciones juradas; pero incluso entonces el enfoque que adoptemos para afrontar la crisis posibilitará una salida airosa. Incluso aunque se haya cometido un error inexcusable es posible conservar la confianza de un cliente. Depende de cómo se le trate.

Lo explicaré con un ejemplo. En los años setenta un equipo de psicólogos de una universidad estadounidense realizó un estudio sobre el trato al cliente. Se reunieron con los responsables de sala de una biblioteca pública y les pidieron que durante todo el día cumplieran unas pocas instrucciones: no debían mirar a los ojos al usuario, ni sonreír. No debían ser descorteses; bastaba con que se mostraran ausentes. A la salida, el equipo de psicólogos realizó una batería de test a los usuarios que salían de la biblioteca. Eran frecuentes las quejas relativas al funcionamiento de la biblioteca: los asientos eran incómodos, la iluminación inadecuada y el servicio de préstamo de libros lento e ineficaz.

Al día siguiente, los empleados recibieron las siguientes instrucciones: debían mirar a los ojos de los usuarios y sonreír. Cuando se repitió el test, los problemas de funcionamiento habían desaparecido casi por completo. La sonrisa y la atención amable del empleado había tenido efectos sobre la iluminación, los asientos o el funcionamiento de la biblioteca.

La percepción que tenemos de los servicios recibidos está sujeta a condicionantes objetivos (rapidez y calidad), pero también a condicionantes subjetivos (trato recibido). Este segundo aspecto es tan importante que afecta al primero. Un mal servicio puede excusarse con un trato amable. Si usted se ha equivocado y su cliente está enfadado, escúchele, ofrézcale soluciones útiles y espere a que se le pase el primer enfado. Nada va a ganar si le responde de mala manera. Entrará en una espiral de descalificaciones que no puede sino perjudicarle.

Exponga sus criterios de una manera concisa y clara, proponga salidas al problema que respondan a las exigencias del cliente y demuestre calma y profesionalidad. Si se ha equivocado, dígalo. A los clientes les irrita la resistencia numantina a reconocer la propia culpa. Durante su mandato, el presidente Kennedy admitió algunos errores; después de ello, su popularidad subió a los niveles más altos.

Al final, es más probable que se imponga su criterio profesional como traductor si convence al cliente de que es un acuerdo consensuado. El ego del cliente puede ser un problema, o una oportunidad; depende de usted.



En definitiva: se va a equivocar. Asúmalo.

Pero, con usted, se equivocarán todos los demás. Sin excepción.


Antonio Carrillo Tundidor

viernes, 20 de mayo de 2011

A la sombra de un libro: introducción a los clásicos




Título
Introducción a los clásicos

Autores
Mary Beard, John Henderson
Editorial
Acento, Colección Flash
ISBN
84-483-0405-5
Traducción
Jaime Suñé




Introducción

Supongamos que se encuentra en Londres. Dispone de poco tiempo, y ha echado un vistazo a lo que se considera fundamental: el Big Ben, el Parlamento, el palacio de Westminster o la Torre de Londres. Ahora se halla en Oxford Street y dispone de sólo media hora. Muy cerca se halla el Museo Británico, y decide entrar.

Al fin y al cabo, es gratuito.

¿Qué puede hacer? Puede correr por las salas, pretendiendo ver la mayor cantidad posible de objetos y monumentos. Sabe que el edificio alberga maravillas como la Piedra de Rosetta, mármoles del Partenón, tesoros de Babilonia o momias egipcias.

Sin embargo, le propongo algo muy distinto: diríjase a la impresionante colección de vasijas griegas. Fíjese bien: hay una pequeña escalera que conduce a una sala situada en el entresuelo. Es fácil pasarla de largo, ansiosos por ver la impresionante sala que alberga las esculturas del Partenón.





Si tiene suerte, le sucederá lo que a mí hace 15 años; estará solo. Tras subir un par de tramos se halla atrapado por un espacio atemporal: la sala que alberga parte del friso que adornaba el interior del templo de Bassae, en Arcadia.





A la altura de sus ojos se suceden imágenes de gran violencia, grabadas en piedra. Imágenes vivas. Escenas que narran la batalla del hombre contra seres mitológicos (centauros) y, lo que es más sobrecogedor, fragmentos en los que el hombre lucha a muerte contra la mujer (amazonas). Hay niños en medio del fragor, en ocasiones protegidos por sus madres frente a los centauros. El friso es una obra de arte mayúscula, con un realismo y una técnica sorprendentes.





Sepa que es afortunado; los griegos del siglo V a.C. no podían verlo como usted lo ve. El friso se hallaba originariamente en la parte interior del templo, a siete metros de altura. No debía ser fácil verlo tan alto y en la penumbra. ¿Qué sentido tenía, entonces? Y hay algo más: el templo en sí, una majestuosa obra de arte que se atribuye al arquitecto del Partenón. Se alzaba aislado en una zona montañosa de difícil acceso en el Peloponeso griego. ¿Qué hacía un templo tan magnífico, posiblemente el más bello de Grecia, en medio de la nada, lejos de cualquier ciudad? Me recuerda a la ermita templaria del cañón del río Lobo, en Soria; un lugar solitario, lejos de cualquier camino.





El templo de Bassae esconde un misterio. ¿Cual? ¿Por qué estaba dedicado al Dios Apolo? ¿Qué significado tienen las escenas del friso? ¿Por qué en Arcadia?


El templo

A principios del siglo XIX corrían rumores sobre un templo maravilloso construido por Ictino, el mismo arquitecto que levantó el Partenón. La fuente de estos rumores era un libro de viajes escrito en el siglo II por Pausanias. Este templo fabuloso se encontraría en una zona inhóspita del Peloponeso, a 1.100 metros de altitud; una comarca llena de bandidos y asolada por la malaria. El primer occidental que dio noticias de la existencia del templo fue Joachim Brocher, un francés que a finales del XVIII acabó muerto por los bandidos, cuando intentaba regresar.




Un grupo heterogéneo de seis exploradores, formado por dos barones alemanes, dos arqueólogos daneses y dos arquitectos ingleses, obvió los prejuicios nacionalistas de una Europa en guerra y se embarcó unido en la búsqueda del templo. Corría el año 1811. Al poco tiempo, la expedición encontró los restos de un templo inaudito, de una perfección formal fascinante. Pero, además, descubrieron algo más: un capitel corintio, fragmentos de estatuas y parte del friso, prácticamente intacto, en 23 paneles.





El inglés Cockerell, que descubrió el friso excavando en la madriguera de un zorro, nos dejó algunos dibujos sobre su interpretación de cómo debía ser el interior del templo en su época de máximo esplendor.





Observamos varias peculiaridades en Bassae que merecen resaltarse. El lugar central lo ocupaba una columna distinta a ninguna otra vista antes: la primera con un capitel corintio de la que se tiene noticia. La estatua del Dios Apolo se situaba en un lateral, mirando hacia las montañas. Esto era inusual.

Un templo dedicado a Apolo; más concretamente a Apolo Epikourios, el Auxiliador, el dios de la medicina, padre de Asceplio, el primer médico, quien recogió presuroso uno de los dos líquidos que brotaron de la cabeza cercenada de Medusa. Desde entonces, fue capaz de curarlo todo, incluso pudo revivir a los muertos. Zeus se vio obligado a matarlo por su insolencia: devolver a los muertos del hades altera el orden natural de las cosas, y Zeus debe velar por el equilibrio en el cosmos. Debe haber muerte, puesto que hay vida.

¿Por qué Bassae estaba dedicado al dios de la curación? Según Pausanias, el templo fue obra de unos artistas atenienses en agradecimiento por haber sobrevivido a la epidemia de peste que diezmó la ciudad durante la guerra contra Esparta. Una epidemia que costó la vida del líder ateniense Pericles, y que significó la derrota definitiva de Atenas.

El friso
 
En las escenas del friso el hombre lucha con - y vence a - la mujer. Lo masculino se impone a lo femenino, y emplea la fuerza: hay una imagen fundamental, la de un Heracles musculado blandiendo un garrote contra una mujer, que se protege tras su escudo. Recordemos que la mujer griega no participaba de la vida ciudadana. La democracia ateniense estaba vedada a la mujer, y sólo las cortesanas podían intervenir en los banquetes.




Es curioso que la otra escena del friso represente la lucha del hombre contra los centauros, mitad hombres, mitad caballos. Es inevitable pensar en la analogía: la amazonas, blandiendo sus espadas, llevando cinturones y montando a caballo, se asimilan a los centauros; es decir, al desorden. A lo que se escapa de "lo natural". Una mujer que no sabe ocupar su lugar, que no se conforma con permanecer encerrada entre las paredes de su casa, sumisa y dominada por su marido, es similar a un centauro. Una mujer que piense por sí misma es, en definitiva, un monstruo antinatural, al que hay que combatir. El mensaje es claro. Y se percibe miedo en él. El hombre teme a la mujer, teme que tome conciencia de su verdadera fuerza.




El friso transmite una sensación de enorme crudeza. No es elegante ni estilizado, como las telas marmoleas del Partenón. Transmite una intensidad difícil de explicar, y no resulta agradable. Sus proporciones, a veces extrañas, se explican si pensamos en su emplazamiento original, en la penumbra del interior del templo, a siete metros. ¿Qué impresión debía causar desde esa perspectiva? Seguramente su desproporción cobraría otro sentido, aumentaría el efecto.




El friso era un recordatorio, grabado en piedra, del orden natural de la vida. Era una advertencia al visitante: guarda el equilibrio en la vida, en la salud, en el orden social. Incluso aquí, lejos del mundo civilizado, este monumento de piedra simboliza el orden frente al caos, el Cosmos frente a la Hybris que nos acecha.






Et in Arcadia ego


El paraje inhóspito en el que se alza el templo de Bassae se transformó en paraíso gracias a la pluma del poeta Virgilio, que describe la Arcadia como un mundo idílico, lejos del bullicio egoísta y cruel del mundo civilizado, lleno de guerra y esclavitud. Su obra “las Bucólicas” recrea un mundo de poetas y pastores, que sufre ya la presión civilizadora de la ciudad que acabará con esta edad dorada, con este paraíso de paz.

Esta Arcadia idealizada vuelve con fuerza durante el romanticismo. Surge una corriente de jóvenes cultos que miran con nostalgia el pasado clásico, que viajan a Grecia e Italia y se muestran trágicamente descontentos. Hay una búsqueda de la juventud y la pasión.

Todo este sentimiento trágico se resume en una frase: Et in Arcadia ego. Una expresión que utilizará el Goethe más joven, que aparecerá en la novela "Retorno a Brideshead,", cuando unos alocados Charles y Sebastian bromean con una calavera que tiene la frase escrita en la frente. El propio Sebastian caerá víctima del ansia insatisfecha de la juventud eterna, del exceso, de la hybris.

El autor de la frase, el papa Clemente XI, le encarga al pintor Nicolás Poussin una obra en la que unos jóvenes señalan una tumba en la que está grabada Et in Arcadia ego. El presidente de la Real Academia, sir Joshua Reynolds, muestra en otro lienzo a dos mujeres que contemplan una lápida con la inscripción. El rey Jorge III exclamó al instante: "la muerte está incluso en la Arcadia"

¿Qué creyó entender el monarca?






Virgilio y los románticos añoraban la inocencia y la pasión perdida de la Arcadia, el máximo exponente de un mundo contemplativo que no volverá. La frase Et in Arcadia ego es absurda: no significa nada. "Y en Arcadia yo..." ¿qué? ¿Moriré? ¿Estuve? ¿Qué sentido trágico esconde el friso de Bassae, o la misma Arcadia? El templo de Apolo el Auxiliador era un lugar de curación, en el que los enfermos seguían las prescripciones de los sacerdotes: se acurrucaban en su interior, en silencio, guardando una postura fetal; y dejaban que el tiempo transcurriera mientras el cuerpo buscaba curarse a sí mismo. Es una tradición “mágica” que cobra nuevos bríos en la Magna Grecia, con los pitagóricos o con figuras como Parménides; en todo caso, es una enseñanza que procede de la noche de los tiempos, de Oriente, de la influencia mesopotámica y cretense.

Hablamos de la “catarsis” como limpieza, como purificación del cuerpo y del alma. Como orden y equilibrio.

Apolo, el dios, mira hacia el exterior, a las altas cumbres. Por la noche, en lo alto, en el cielo limpio de la Arcadia, puede ver la constelación de Asceplio, que Zeus le concedió a su hijo tras asesinarlo.

Todos vamos a morir, antes o después.

Y todos añoramos, aún sin saberlo, la Arcadia. Buscamos purificarnos y alcanzar la paz.

Todos y cada uno de nosotros tiene una respuesta a et in Arcadia ego

Porque la Arcadia, lo que significa, sigue vivo en nosotros.

Antonio Carrillo