Dibujo de Quino sacado de dreamers.com |
En ocasiones el universo entero se desgarra, y alguien atrapa un soplo de inspiración. Sucede algunas veces, en distintas partes del mundo y en distintos ámbitos; y el resultado de esta epifanía, si se deposita sobre una mente fértil y da frutos, alimenta la vida rutinaria de los demás.
Resulta curioso que este rasgo de genialidad sea tan breve. A menudo resulta una frase; a veces una sola palabra. En ocasiones, basta con un gesto. Los artistas no suelen ser conscientes de la procedencia de este soplo, ni pueden predecir su llegada.
Es mejor que ponga algunos ejemplos: "La montaña mágica", la obra cumbre de Tomas Mann, termina un largo periplo de mil páginas con una escena desgarradora que nos sitúa en un campo de batalla de la Gran Guerra. En medio del fragor, el fango de las trincheras sepulta todo vestigio de inocencia y de civilización. El individuo se desvanece. El protagonista, a quien hemos acompañado durante muchas semanas de lectura, se confunde con el resto, una masa sangrante y vociferante de jóvenes que luchan, matan y mueren. Y el humanismo, presente durante toda la novela, muere con ellos.
La última frase del libro nos golpea y deja una pregunta en el aire.
"¿Será posible que de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna vez el amor?"
"Surja alguna vez el amor". En verdad cuesta pensar que la humanidad se pudiera curar de tanto odio. Hay un antes y un después de la I Guerra Mundial. El mundo cambió - a peor - en esas hediondas trincheras. La frase es terrible porque sabemos que, pocos años después, la humanidad sufrirá el horror de la Segunda Guerra Mundial.
Por entonces, hacia 1939, el poeta alemán Bertolt Brecht, huido de la Alemania nazi, escribe el poema "a los hombres venideros". En sus 8 últimos versos se disculpa con humildad:
"Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros,
cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia"
¿Cómo es posible decir tanto con tan poco? Hay inocencia en estos versos. Y la enorme carga de la consciencia del mal, de saber que se están viviendo momentos de fuego y miedo, en los que el hombre es enemigo del hombre, en los que toca apretar los dientes y olvidar la esencia del amor y la concordia. "sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara", dice en otro momento. Llegados a este punto, nadie es inocente. Todos los rostros están crispados.
"Pensad en nosotros con indulgencia". ¿Es a nosotros a quienes se dirige Brecht? Ojalá, pero no. ¿Acaso son éstos tiempos en los que el hombre es amigo del hombre? ¿O todavía vivimos con el miedo a flor de piel, oculto bajo un leve barniz de bienestar y prosperidad? En cuanto ese barniz se desdibuja por la crisis y la escasez, el miedo latente aflora.
Espero que los hombres del futuro nos puedan pensar con indulgencia.
Otro ejemplo de genialidad; más introspectivo incluso. Joyce pone fin al relato "Los Muertos" con una escena en apariencia intrascendente; un hombre, apoyado en el cristal de la ventana, observa como nieva en la noche de Dublín. Reflexiona en silencio sobre la naturaleza del amor, sobre lo que realmente sabe de su mujer; y, por encima de todo, percibe la esencia de la muerte. Finalmente, vuelve a la cama, junto a su esposa dormida. Y Joyce finaliza con estas palabras:
"Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve lángidamente sobre el universo, y cae leve como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos."
En fin; estamos poniendo el listón muy alto. Les propongo algo: prescindamos de los grandes genios de la literatura, y movámonos por barrios más humildes. Al fin y al cabo, la genialidad no es patrimonio de los más grandes. Les propongo que se deleiten con esta escena de la película "Up", de Pixar:
En estos pocos minutos se suceden años de vida, y por medio de pequeños detalles se nos van dejando pistas. No son necesarias las palabras, que no harían sino estorbar. Son los gestos los que nos hablan, la iluminación, los encuadres. Hay una escena en la que ella recibe la noticia de que no pueden tener hijos; la cámara se sitúa lejos, como respetando su intimidad. Si un primer momento ella sube la colina alegre mientras él le sigue renqueante, basta otra escena, en la que ella se demora en el ascenso, para que percibamos la tragedia de su final.
La nieve de Joyce, eterna, siempre la misma nieve, caía sobre los vivos y sobre la tumba de los muertos. Basta un poco de perspectiva para darse cuenta de que todos llevamos un muerto encima. Que esa misma nieve de Joyce caerá sobre nuestra lápida. Que la vida transcurre. Y muy deprisa. Que a veces nos detenemos a pensar sobre cosas que nos generan vértigo. Que vemos a nuestros padres mayores, progresivamente ancianos. Sin darnos cuenta, con los años cada vez les cuesta más subir la colina. También a nosotros. Reflexiones en una mezcolanza de Joyce y "Up"; ¡qué atrevimiento! Afortunadamente, no tengo que rendirle cuentas a nadie.
Por fortuna, la genialidad no encuentra acomodo únicamente en el dolor y la tragedia. A menudo la risa surge espontánea de un dibujo, de unas pocas palabras. Los hispanohablantes contamos con varios genios del humor gráfico. Me referiré a dos: el español Forges y el argentino Quino.
Observen esta taza:
Uno toma su primer café observando a este tipo mediocre, hundido en un almohada mullida, todavía soñoliento. Su respuesta es soberbia. ¿Qué habrá soñado? La mirada de su esposa muestra resignación. Un malentendido absurdo, alocado, soberbio. El mediocre oficinista convertido en Maharajá, dueño y señor de un harén. Y bastan dos palabras: "que pasen". Dichas con desgana, condescendiente.
Soberbio Forges.
El otro autor es Quino, maestro de maestros. No precisa casi el uso de la palabra. Basta un dibujo.
Es un soplo. Un instante. La cara del pobre hombre en camilla, cuando lee el lema "Errare humanum est". En la puestra del quirófano. Todo contenido.
Y surge la risa o la reflexión, lo mismo da.
El soplo de inspiración nos llega como aliento de vida.
Y usted ¿Lo ha sentido alguna vez?
Antonio Carrillo Tundidor