Niels Bohr fue uno de los grandes físicos del siglo XX; posiblemente, el pensador más profundo. Y le gustaba el fútbol. Su hermano Harald llegó a ganar una medalla de plata en los juegos olímpicos de 1908. Niels jugaba de portero, y no era mal guardameta.
Sin embargo, tenía ciertas "lagunas" que intranquilizaban a los seguidores de su equipo; y a sus propios compañeros.
Se cuenta que en un partido contra un equipo alemán, un encuentro que el conjunto de Niels tenía totalmente dominado, el balón acabó rodando hacia la portería danesa. Niels no se había percatado del hecho: estaba absorto anotando algo en uno de los postes, ajeno a todo. El público de detrás de la portería, siempre atento a sus excentricidades, comenzó a gritarle. En el último momento, Niels volvió a la realidad, y detuvo el balón.
Más tarde, en el vestuario, se disculpó avergonzado. Explicó que le había venido a la cabeza una formulación matemática muy interesante, y no pudo evitar la compulsión de escribir la comprobación, olvidándose del partido.
Niels ha pasado a la historia por sus muchos méritos. Creó el laboratorio más importante del mundo, sus contribuciones le hicieron merecedor del premio Nobel y era una persona sencilla y amable. Además, tenía sentido del humor.
Cuando era un joven y anónimo estudiante, Niels tuvo que responder a la pregunta "¿cómo mediría la altura de un rascacielos utilizando un barómetro?". Su respuesta fue la siguiente: «se ata una cuerda bien larga al barómetro, y se descuelga desde lo alto del edificio. Cuando toca el suelo, se mide la cuerda más el barómetro, y la cifra es la altura del edificio».
El profesor se sintió burlado por la respuesta (no sin razón), y suspendió a Niels. Éste protestó, aduciendo que su propuesta era perfectamente lógica. Un tribunal estableció que, si bien la respuesta de Niels era formalmente correcta, no demostraba un conocimiento mínimo de la ciencia física. Se decidió citarle, y concederle 6 minutos para ver si encontraba la respuesta correcta.
Pasaron 5 de los 6 minutos y Niels parecía estar ausente, en silencio. Un profesor, ya nervioso, le instó a decir algo. El alumno salió de su ensimismamiento y se excusó: el problema era que tenía varias respuestas, y no sabía por cuál optar.
"En primer lugar, se puede llevar el barómetro hasta el tejado del rascacielos, dejarlo caer desde el borde y medir el tiempo que tarda en llegar al suelo. La altura del edificio puede calcularse entonces a partir de la fórmula H=0.5gt2. pero ¡adiós barómetro!
O, si hay sol, se podría medir la altura del barómetro, ponerlo luego vertical y medir la longitud de la sombra. Luego se podría medir la longitud de la sombra del rascacielos y, a partir de ahí, es una simple cuestión de aritmética proporcional calcular la altura del rascacielos.
Pero si uno quiere ser muy científico, se podría atar un corto cabo de cuerda al barómetro, y hacerlo oscilar como un péndulo, primero a nivel del suelo y luego en el tejado del rascacielos. La altura se calcula por la diferencia de la fuerza gravitatoria restauradora T=2p(l/g)1/2.
O si el rascacielos tiene una escalera de emergencia exterior, sería más fácil subirla y marcar la altura del rascacielos en longitudes del barómetro, y luego sumarlas.
Por supuesto, si simplemente se quiere ser aburrido y ortodoxo, se podría utilizar el barómetro para medir la presión del aire en el tejado del rascacielos y en suelo, y convertir la diferencia de milibares en metros para saber la altura del edificio.
Pero puesto que continuamente se nos exhorta a ejercer la independencia mental y aplicar métodos científicos, indudablemente la mejor manera sería llamar a la puerta del conserje y decirle: «si usted quiere un bonito barómetro nuevo, le daré éste si me dice la altura de este rascacielos»".
Estas, y otras muchas anécdotas, las pueden encontrar en el libro "Eurekas y euforias" de Walter Gratzer (traducción de Javier García Sanz), editorial Crítica, colección Drakontos.